jueves, 25 de febrero de 2021

TRIDUO AL CRISTO DE LA BUENA MUERTE

 


TRIDUO AL SANTISIMO CRISTO DE LA BUENA MUERTE

 

 El Emmo. señor Cardenal Cienfuegos, Arzobispo de Sevilla, concedió cien días de indulgencia. El Excelentísimo e Ilmo. Señor D. Blas Joaquín Álvarez de la Palma, Arzobispo de Granada, ochenta días, y el Excmo. y Rvmo. Sr. Dr. D. Juan Maura Gelabert, Obispo de la Diócesis de Orihuela, cuarenta días por cada vez que devotamente se rezare esta, rogando a Dios Nuestro Señor por los fines santos de nuestra Madre la Iglesia Católica Apostólica Romana.

 

Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor, Dios Nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

 

ACTO DE CONTRICIÓN

Señor mío Jesucristo, a vuestros pies postrado, vengo una vez más, a pediros perdón de todas mis culpas y pecados; me arrepiento Señor y ya no quiero ofenderos más. Cuando os veo clavado en la Cruz, coronado de espinas; cuando veo vuestro cuerpo despedazado por los azotes, me avergüenzo de pensar que todos esos padecimientos son causados por mis pecados, me pesa y confunde tanta ingratitud, Perdonadme Jesús mío, según tu gran misericordia, de haberos ofendido, no más pecar y arrepentido espero veros y gozaros en el Cielo. Amen.

 

ORACIÓN PREPARATORIA

Adorable Redentor mío crucificado que  pendiente del sagrado leño de la Cruz  sufristeis por redimirnos la muerte más  cruel e ignominiosa, precedida de amarguísima agonía en cuyo dolorosísimo trance de la BUENA MUERTE, os contemplo y adoro en esa Venerada Imagen providencialmente legada a los alicantinos, en  esta hermosa Colegiata de San Nicolás;  no permitas Señor malogre el fruto de un  sacrificio de valor infinito, y asistidnos  con vuestra gracia, consiga por vuestra  acerbísima muerte, alcanzar la gloria eterna en el Cielo. Amén.

 

 

DÍA PRIMERO

MEDITACIÓN

EI Hijo de Dios hecho hombre aparece como un reo vilísimo que está sufriendo el fallo de la humana justicia, y entre dos malhechores, que sufren la misma pena, como si fuera el más culpable. ¡Que error el de la humana justicia! pero; ¡que amor tan grande el de Jesús, al aceptar la sentencia que, merecida por nuestros pecados, hizo descargar sobre si todo el rigor de la divina justicia, efectuando de esta suerte la reconciliación de Dios con los hombres!

Si al Santo de los Santos le juzgan de ese modo, ¿con qué derecho nos podremos quejar, cuando se nos menosprecie y se realice en nosotros lo que para nuestra enseñanza nos anunció el mismo divino Salvador?: «Si a mí me han calumniado, también a vosotros os calumniarán». En semejantes casos miremos a Cristo lleno de oprobios y consolémonos con él.

 

 

PUNTO SEGUNDO

MEDITACIÓN

Almas débiles y delicadas, las que con horror miráis cualquiera clase de mortificaciones, levantado vuestros ojos a esa Cruz y ese es el lecho donde descansa el Rey de la gloria. No descansa su delicado cuerpo sobre suaves plumas, no reclina su cabeza sobre blanda almohada, no está envuelto su cuerpo en finísimas holandas, ni abriga sus ateridos miembros la blanca lana de las ovejas de Galilea; la dura Cruz, las penetrantes espinas de la corona y los clavos que agujerean sus manos y pies benditos, todo eso se le ofrece al amorosísimo Salvador, al terminar su carrera entre los hombres. Nuestras penas y dolores, ¿pueden compararse jamás con las del Crucificado? La sin razón de nuestras quejas debe colorear nuestras mejillas por el carmín de la vergüenza.

 

ORACION

¡Oh Santísimo Cristo de la BUENA MUERTE que descendiste de los cielos a la tierra desde el seno del Padre y derramaste tu preciosa Sangre para la remisión de nuestros pecados: te rogamos humildemente que, en el día del juicio, colocados a tu derecha, merezcamos oír aquellas palabras: Venid, benditos... Que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

ADOREMOS LAS CINCO LLAGAS DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

 

A la Llaga del pie izquierdo. Salúdote, Oh Santísima Llaga del pie izquierdo de mi Señor Jesucristo, y os pido, Señor, por ella, me perdonéis cuanto os he ofendido con todos mis pasos y movimientos.  

Padre Nuestro, Ave María y Gloria Patri.

 

A la Llaga del pie derecho.  Salúdote, Oh Santísima Llaga del pie derecho de mi Señor Jesucristo, y os pido, Señor, por ella, me perdonéis cuanto os he ofendido con todos mis pasos y movimientos.

Padre Nuestro, Ave María y Gloria Patri.

 

 

A la Llaga de la mano izquierda. Salúdote, Oh Santísima Llaga de la mano izquierda de mi Señor Jesucristo y os pido, Señor, por ella, me perdonéis cuanto os he ofendido con la vista y demás sentidos.

Padre Nuestro, Ave María y Gloria Patri.

 

A la Llaga de la mano derecha. Salúdote, Oh Santísima Llaga de la mano derecha de mi Señor Jesucristo, y os pido, por ella, me perdonéis cuanto os he ofendido con el mal empleo de mi memoria, entendimiento y voluntad. 

Padre Nuestro, Ave María y Gloria Patri.

 

A la Llaga del Santísimo Costado.  Salúdote, Oh Santísima Llaga del Costado de mi Señor Jesucristo, y os pido por ella, que, así como fue herido vuestro corazón a hierro de lanza y el de vuestra Madre, Dolorosísima con el cuchillo de dolor, así penetren en el mío vuestras soberanas luces para siempre amaros y nunca más ofenderos, queriendo, antes morir que pecar.

Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri

 

Ahora pida cada uno la gracia que desee conseguir

 

ORACION FINAL PARA LOS TRES DIAS

Oh SANTÍSIMO CRISTO DE LA BUENA MUERTE: Te rogamos Señor que eches tus miradas sobre esta familia, por la cual Nuestro Señor Jesucristo no dudó entregarse en manos de los malvados y sufrir el tormento de la Cruz. Que contigo y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén. Ave María Purísima.

 

Se rezará un credo con los Brazos abiertos y una Salve a María Santísima de Las Angustias con la siguiente jaculatoria:

 

Madre llena de dolor,

Haced que cuando espiremos

Nuestras almas entreguemos

En las manos del Señor;

 

 

 

DIA SEGUNDO

 

MEDITACIÓN

PUNTO PRIMERO

Señor, pediste de beber un día a la Samaritana y no te dio; volviste a pedir lo mismo en tu, agonía y no solamente te lo negaron, sino -que en su lugar te dieron hiel y vinagre; no quisieron en ninguno de los dos casos mitigar la sed que te devoraba ¿Que menos podías pedir Señor, a los hombres que un poco de agua? ¿No habían sido ellos socorridos por Ti en todas sus necesidades? No digo agua, la sangre de sus venas te habría dado aquella amantísima Madre que estaba al pie de la Cruz. ¿Cuál sería su pena, al ver que nadie quería remediarte y que Ella misma con todo su amor podía socorrerte? ¡Cuánta no es la solicitud de una cariñosa madre para proporcionar a su hijo moribundo el más ligero alivio en sus sufrimientos a costa de cualquier sacrificio!  ¡Y esto que le es dado a cualquiera madre, no le es permitido a la Madre del Hombre Dios!

 

PUNTO SEGUNDO

Pero, ¿es la sed material la que produce tales angustias en el Redentor? Había El  predicado en el sermón del Monte: «Bienaventurados los que tienen sed de la justicia», y aunque es cierto que por la pérdida  de la sangre lo atormentaba la sed material, era mucho más ardiente la sed de su  corazón, que ansiaba la salvación de las  almas, por las que vertía hasta la última  gota de su sangre. No le neguemos las nuestras, ya si para entregárselas es necesario cualquier sacrificio, no rehusemos, como la Samaritana, el aplacar su sed; y si seguimos pecando y si contumaces en nuestros vicios multiplicamos las ofensas, ¿Qué otra cosa hacemos, sino proporcionarle la amarga hiel y la acidez del vinagre? No, Señor, que no sea así. Si Tú en el Sacramento del Amor refrescas nuestras almas con la celestial bebida de tu sangre, con la que mitigas el ardor de nuestras pasiones, ¿no será justo que mitiguemos también tu sed, según los deseos de tu corazón?

 

ORACION DEL DIA

Amantísimo Jesús, por el abandono que sufriste en de la Cruz que te hizo clamar al Padre, te suplicamos, Señor, no permitas que te abandonemos por el pecado en esta vida, para que en tu compañía seamos felices en la eterna. Por el mismo Señor Jesucristo que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

DIA TERCERO

 

MEDITACIÓN

PUNTO PRIMERO

Estaban al pie de la Cruz la Santísima, Virgen, el Evangelista San Juan, María Magdalena y las otras Marías. Esta fue la fiel compañía de Cristo en su dolorosísima Pasión y primera Guardia de Honor hasta que exhaló el último suspiro, como también fue el fúnebre cortejo hasta que dejaron su sagrado cuerpo en el sepulcro.  Juan y la Magdalena, la inocencia y la penitencia, el virgen Juan y la arrepentida pecadora; no podían faltar al pie de la Cruz los representantes de las dos clases de predestinados. Si por desgracia dejaste el camino de Juan, preciso te ha de ser, si  quieres llegar a la eterna bienaventuranza,  que sigas en pos de la Magdalena por el  del arrepentimiento y penitencia; pero inocentes y penitentes, justos y pecadores no  podrán caminar hacia el cielo, si no tiene  fija su mirada en la Cruz de Cristo, porque  esta Cruz alentará a los justos a perseverar en el bien obrar, los animará a mortificar sus pasiones, fijará el santo temor  de Dios en sus corazones y perseverarán  hasta el fin. Esa misma Cruz bendita recordará a los pecadores el perdón obtenido de la misericordia de Dios, trayéndoles a la memoria las pasadas caídas, los hará más cautos y precavidos para no caer en adelante, reconociendo siempre la bondad y misericordia del Crucificado que purificó sus almas con su preciosa sangre.

 

PUNTO SEGUNDO

Bendita seas tú, Señora, que, como firmísima roca, combatida por todas partes por el furioso oleaje de tantas tribulaciones y angustias permaneciste al pie de la Cruz de tu divino Hijo. No aparecías al  lado de tu Hijo, cuando le cantaban «Hosanna, hijo de David», ni cuando quisieron  hacerle Rey, ni cuando obraba alguno de  aquellos portentosos prodigios; pero,  cuando las muchedumbres maldicen y  blasfeman a tu querido Jesús, cuando como en reo e insigne malhechor, caminando  ya al suplicio con el pesado madero y  cuando, finalmente, agoniza en la Cruz;  ¡ahí entonces, Madre mía, entonces no le  abandonas; quieres ser compañera en sus dolores; es que quieres beber con El el  cáliz dela amargura, tener parte con El  en la redención de los hombres y que su  sangre y tus lágrimas constituyan el tesoro que han de aprovechar tus hijos en los  siglos venideros. Y como por tu mano se han de repartir esos tesoros; tenme siempre a tu lado, que yo también soy tu hijo y quiero honrarte en la tierra para después alabarte y bendecirte con el dulcísimo fruto de tu vientre en las eternales mansiones. Amén.

 

ORACIÓN

¡Benignísimo Jesús de la BUENA MUERTE! Concédenos Señor, por las penas y dolores que padecisteis en aquellas tres horas de vuestra agonía en la Cruz, el sentirlas compasivo, escuchar atentamente vuestras palabras y perseverar junto a esa Cruz con vuestra Madre y el Discípulo Amado, hasta que dejemos nuestras almas en vuestras santísimas manos, al exhalar el último suspiro, como Vos, Señor, lo hicisteis en las del Padre Celestial.  Amén.  

 

 

HIMNO

AL SANTÍSIMO CRISTO DE LA BUENA MUERTE

CORO

Cantemos de Jesús su Buena Muerte

Himnos de Compasión

Cantemos y en su dulce Compañía

Resuene una Oración,

Que de su Eterno Padre.

Mitigue la justa indignación

 

ESTROFA

¡Oh Señor de los que imploran;

¡Oh mi buen Jesús Amante;

En tu Oración Constante

por Alicante no ceses de pedir;

Por el triunfo de la Iglesia

Por la paz de las Naciones.

Por tus fieles Corazones

hasta nuestro último latir.

 

 

 

GOZOS A LA PRECIOSA SANGRE DE NUESTRO BUEN JESÚS

Pues morir Padre y Señor

En una Cruz afrentosa

Por vuestra Sangre Preciosa:

Dadnos Jesús vuestro-amor,

 

Esposo de Sangre hermoso

Que en vuestra Circuncisión

Con ternura y compasión

La derramáis cariñoso

Y pues tierno y amoroso

Pagáis por vuestro deudor

 

En el huerto de las penas

Entre angustias y agonías

Dais amante por mil vías

La sangre de vuestras venas:

Y pues con dulces cadenas

Rendís nuestro desamor

 

Ríos de Sangre corrieron

De vuestro cuerpo Sagrado

Cuando a golpes maltratado

Con tanto azote le hirieron

Todo una llaga os hicieron

Siendo el hombre el ofensor

 

Vos de espinas coronado

Tanta. Sangre derramáis

Que casi, mi bien, cegáis

Todo el rostro ensangrentado

Y pues tierno y lastimado

Pagáis por vuestro deudor.

 

Al llegar desfallecido

Y sin aliento al Calvario

Un aleve y temerario

Os arrebata el Vestido

Piel y Sangre mal herido

Nos dais en este rigor,

 

Claros son nuestros delitos

Que en una Cruz os fijaron

Y pies y manos rasgaron

Con dolores exquisitos

La sangre de Abel dá gritos

En favor de su agresor

 

Difunta vuestra hermosura

Un ciego, el más atrevido

El dulce pecho os ha herido

Derramando con ternura

Raudales de gran dulzura

La fuente del Salvador.

 

V. Redimiesti nos, Domine in Sanguine tuo

R. Et fecísti nos Deo nostro regnum.

 

OREMUS Omnipotens Sempíterne Deus, qui Unigenitum Filium tuum mundi Redemptorem constituisti, ac ejus Sanguine placari voluisti; concede nóbis,  quaesumus; salutis nostres pretium ita venerari, atque a praesentis vitae malis  ejus virtute defendi in terris, ut fructu perpetuo Iaetemur in coelis. Qui tecum vivit et regnat in únitate, etc. Amen.

 

Tomado del Libro “Visita y Triduo al Santísimo Cristo de la Buena Muerte. Prodigiosa Imagen Venerada en la Colegiata de San Nicolás de Alicante”. Por Manuel Galbis Belda, canónigo de la misma, y peregrino de Tierra Santa. Año de la Virgen del Pilar, 1940. Alicante, España. Antonio Illán, impresor

Colaboración de Carlos Villaman






martes, 23 de febrero de 2021

NOVENA A JESUSITO DEL RESCATE


PIADOSA NOVENA AL DIVINO JESÚS DEL RESCATE

VENERADO EN SAN JOSÉ GUAYABAL, CUSCATLÁN, EL SALVADOR

 

Por el Rvd. P. Fernando Andrés Domínguez OFM

Año de 1958

 

ACTO DE CONTRICCIÓN

Señor y Dios mío, Jesús Crucificado, postrado a tus pies reconozco humildemente que eh pecado contra ti. Confuso y arrepentido estoy de haberte ofendido por ser quien eres, infinitamente bueno y amable, propongo nunca más pecar, confesarme y satisfacerte. Espero confiado en tu preciosa sangre, ha de purificar mi alma de sus culpas, y ah de llenar con tu gracia este mi atribulado corazón que anhela ser enteramente tuyo para siempre. Amén.

 

 

DIA PRIMERO

CONSIDERACIÓN

Contemplemos con los ojos del alma a nuestro bondadoso Redentor Jesús, abrumado de tanta tristeza en el Huerto de los Olivos: su divino Corazón está oprimido de angustia al considerar las injurias, ultrajes y tormentos que va a sufrir, como víctima inocente, para rescatarnos del pecado y abrirnos las puertas del cielo, su cuerpo santísimo, agotado por el copioso sudor de sangre que brota de sus poros, parece sucumbir al peso de tan grande sufrimiento, pero el inmenso amor que nos profesa, reanima el espíritu, y elevando sus ojos al cielo exclama: ¨Padre mío, no se haga mi voluntad, sino la tuya¨ y nosotros, hijos ingratos y despiadados, insensibles a su mortal agonía ¿volveríamos a renovársela con nuestras culpas?

 

ORACIÓN

¡Amabilísimo Jesús mío! Por la infinita bondad con que aceptasteis el terrible y largo martirio de tu Pasión y muerte, perdona mi rebeldía en cumplir tus divinos preceptos y darme fuerza para vencer a los enemigos de mi salvación, consolando por tu preciosísima Sangre a mi alma con la gracia que te pido. Amén.

Padre nuestro, Ave María y Gloria.

 

 

ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS

¡Dulcísimo Jesús! Que para redimirnos tuviste a bien nacer pobre, ser circuncidado, perseguido por los judíos, vendido por Judas, apresado y cargado de cadenas, conducido cual inocente cordero y arrastrado vergonzosamente de tribunal en tribunal, que fuisteis acusado por falsos testigos, despedazado por los azotes, cubierto de oprobios y salivas, coronado de espinas, abofeteado y herido con una caña, que quisiste ser contado entre ladrones, injustamente condenado a muerte, desnudado y clavado en la Cruz, abrevado con hiel y vinagre y atravesado por una lanza. Por los méritos de tu Pasión y Muerte, dígnate Señor, librarnos de las penas del infierno, y concedednos el perdón de nuestros pecados, la perseverancia final y la gracia especial que solicitamos (pida la gracia) si ha de ser para honra y gloria tuya y provecho de mi alma. Amén.

 

 

GOZOS

Dulce Jesús del Rescate

Muerto en la Cruz por mi amor:

Haz que venza en el combate

Contra el diablo tentador.

 

Oraste por mí en el Huerto

Y vertiste sangre pura,

Al pensar con amargura

Que mi pecho es un desierto

Do crece el vicio y error.

 

Atado a la roca dura,

Cual inocente cordero

Tormento de azotes fiero

Soportas con gran dulzura

Por salvar al pecador.

 

Traspasando tu cabeza

Las penetrantes espinas,

Brotan perlas purpurinas

Que oscurecen tu belleza

Y te causan gran dolor.

 

Cargando con tosco leño

Caminas hacia el Calvario,

Y grabas en el sudario

De Verónica el diseño,

De tu Rostro encantador.

 

Lloran las buenas mujeres

Al verte andar fatigado,

Bajo la Cruz encorvado

Más, todo consuelo eres,

Para infundirles valor.

 

Clavaron tus pies y manos,

En la cruz, fieros sayones,

Pero, nuestros corazones,

Son los verdugos insanos

Que afligen a su Hacedor.

 

Después de crucificarte

Te dieron amarga hiel,

E hirieron con lanza cruel

Tu pecho por destrozarte

Con satánico furor.

 

Moriste entre malhechores

Por curar mi hipocresía,

Y librar al alma mía

Del lugar de los ardores

Y gusano roedor.

 

Ya que tanto nos estimas

Que azotes y bofetadas,

Espinas, cruz, puntilladas

Y penas mil no escatimas

A Ti, nos damos Señor.

 

Dulce Jesús del Rescate

Muerto en la Cruz por mi amor:

Haz que venza en el combate

Contra el diablo tentador.

 

SÚPLICA FINAL

¡Sagrada Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra! Por la parte que tuviste en los sufrimientos de vuestro Hijo, mereciendo los títulos de Corredentora del género humano y Reina de los mártires, haced que saquemos por fruto de este novenario, la resolución inquebrantable de aceptar y sufrir con paciencia, cuantos trabajos y cruces se digne enviarnos en este valle de lágrimas. Amén.

 

 

DÍA SEGUNDO

CONSIDERACIÓN

Contemplemos con los ojos del alma a nuestro bondadoso Redentor Jesús, que, preso y maniatado como facineroso, es conducido por sus crueles enemigos desde Getsemaní a los tribunales de Anás y Caifás, Pilatos y Herodes, en medio de atroces injurias, empujones y golpes. Los sacerdotes judíos, junto con los escribas y fariseos henchidos de odio, lanzan las más absurdas acusaciones contra el mansísimo Cordero. Poncio Pilatos reconoce y confiesa que Jesús es inocente, y, sin embargo, por temor a perder su puesto, condena al buen Jesús a la muerte ignominiosa de Cruz. Entre tanto, el inocentísimo Jesús, guarda silencio en presencia de sus enemigos, y solo abre su boca para rogar por los que le persiguen y calumnian, según el mismo había enseñado.

 

ORACIÓN

¡Oh mansísimo y pacientísimo Jesús! Que cual inocente Cordero, no abres tu boca para protestar contra los falsos crímenes que te imputan tus implacables enemigos. Concédeme que yo reprima mi orgullo y soberbia, y acepte con humildad las injurias y represiones, consolando mi afligida alma con la gracia que pido. Amén.

 

 

DÍA TERCERO

CONSIDERACIÓN

Con los ojos del alma, contemplemos a nuestro amabilísimo Jesús, atado a una columna, desnudado su honestísimo cuerpo, estremecido por los azotes que con inhumana crueldad descargaron sobre él los fieros sayones, hasta dejar sus espaldas convertidas en un informe amasijo en el que las costillas y los tendones asoman nadando en sangre. Todo su cuerpo es una viva llaga, y aquellos cinco mil latigazos no le hacen proferir ni una sola queja, pues quiere con tan espantoso suplicio, satisfacer a Dios por el hombre y librarlo de los suplicios eternos.

 

ORACIÓN

¡Oh dulcísimo Redentor mío, que no perdonas sacrificios para salvarme, en tanto que yo rehúso el más leve castigo que por mis culpas me manda tu divina justicia! Haz que yo salga de mi error y acepte con resignación las penas y trabajos que quieras enviarme, y por tu sangre preciosísima, dígnate consolar mi apenado corazón, otorgándome la gracia que te pido. Amén.

 

 

DÍA CUARTO

CONSIDERACIÓN

Contemplemos con los ojos del alma, a nuestro dulcísimo Jesús, amarrado nuevamente a la columna, cubierto con un viejo manto de púrpura, coronada su cabeza de agudas espinas, empuñando en sus manos una caña por cetro y desfigurado su bellísimo rostro, con hilos de sangre que lo cruzan. Mirémosle al mismo tiempo, burlado, escupido, maltratado y abofeteado por la soldadesca libertina, que iniciando delante de Él la rodilla, le saludan, con sarcasmo, diciéndole: “Dios te salve, rey de los judíos.”

 

ORACIÓN

¡Humildísimo y pacientísimo Redentor mío, que sufrís con tan admirable mansedumbre las injurias y tormentos que os ultrajan vuestras criaturas! Por las punzantes espinas que atravesaron vuestro sagrado cerebro, concededme que yo venza los malos pensamientos y mortifique la vana curiosidad que me arrastra al pecado, y consuela mi afligido corazón, otorgándome la gracia que te pido. Amén.

 

 

DÍA QUINTO

CONSIDERACIÓN

Contemplemos con los ojos del alma, a nuestro buen Jesús, pálido, desangrado y desfallecido por la vigilia y los tormentos de la flagelación y coronación de espinas, aceptando ansiosos la muerte de cruz, a la que inicuamente es condenado. Se abraza con el santo madero en que ha de ser crucificado, y dirigiendo al cielo sus divinos ojos nublados por las lágrimas y sangre, ofrece al Eterno Padre el sacrificio de su vida por la salvación de todos los hombres.

 

ORACIÓN

¡Bondadosísimo Salvador del Mundo, que, por redimirlo y rescatarlo del poder del demonio, llevas, palpitando tu corazón de amor, el afrentoso madero de la Cruz! Haz que yo me abrace con ella como tu dilecto Apóstol San Andrés, aceptando gustosos las enfermedades, tribulaciones y trabajos que por mi bien te dignes enviarme, por tu preciosísima Sangre, concédeme el favor que te pido. Amén.

 

 

DÍA SEXTO

CONSIDERACIÓN

Contemplemos al Divino Jesús, cual otro Isaac, caminando al monte Calvario, agobiado por el peso de la Cruz. El sol del medio día le abrasa con sus ardientes rayos, un sudor copioso baña su sagrado rostro y todos sus miembros, sus ojos, espejos en que desean mirarse los ángeles, están nublados por el polvo, la sangre y las lágrimas, flaquea y se desmaya su cuerpo hasta caer en tierra, intenta levantarse, pero la debilidad y fatiga le hacen caer de nuevo. Los soldados, unos tiran cruelmente de la soga que lleva atada a la cintura, mientras los otros le hieren con sus lanzas o le dan de puntapiés. El mansísimo Jesús, logra al fin, ponerse de pie, y mirando benignamente a sus verdugos, prosigue caminando con la ayuda de Simón Cirineo.

 

ORACIÓN

¡Amantísimo Redentor nuestro, que sacando fuerzas del amor inmenso que nos tienes, te levantas y prosigues caminando al monte del sacrificio! Concédeme, que dejando las comodidades y placeres que me arrastran al pecado, me levante de mi postración y me abrace con la cruz de tu santa ley, siguiendo fielmente tus huellas, y por tu preciosísima sangre, consuela mi atribulado corazón, otorgándome la gracia que te pido. Amén.

 

 

DÍA SÉPTIMO

CONSIDERACIÓN

Contempla hoy a nuestro amorosísimo Redentor, en el monte Calvario, al que ha llegado cargando sobre sus hombros el santo leño en que debe redimir al mundo y rescatando del poder infernal. Los verdugos, transformados en rabiosos tigres, le arrancan tan apresuradamente sus vestiduras, que, estando la túnica pegada al llagado cuerpo, se llevan con ella pedazos de piel y carne, corriendo de nuevo la sangre del Inocentísimo Cordero, que despojado y desnudo, queda expuesto a las miradas del insolente populacho, siempre dispuesto a burlarse de la inocencia y escarnecer el pudor.

 

ORACIÓN

¡Benignísimo Redentor nuestro, que anhelando dar tu vida para redimirnos y rescatarnos de la tiranía del demonio, sufres la afrentosa desnudez y vergüenza que aflige más los tormentos! Perdona mi sensualidad e inmodestia, e infunde en mi alma y cuerpo, la santa virtud de la pureza, y concédeme por tu preciosa sangre, la gracia que te pido. Amén.

 

 

DÍA OCTAVO

ORACIÓN

Contemplemos hoy al buen Jesús, extendido sobre el afrentoso madero para ser crucificado, un clavo puntiagudo, penetra la carne de su mano derecha y a los golpes del martillo, rasga sus venas y nervios, como la mano izquierda contraída no llega al agujero señalado, átanla con cordeles, y tirando del brazo con tal fiereza, que le descoyuntan los huesos, horadan con gruesos clavos, los divinos pies que tanto se afanaron en buscar a la oveja perdida, y levantando la cruz en alto, la dejan caer de golpe en el hoyo abierto de una peña. Estremécese todo el cuerpo del soberano Rey, y la sangre brota a raudales, bañando el sacro madero y la roca.

 

ORACIÓN

  ¡Divino Mártir del Gólgota, que voluntariamente te has entregado a la muerte por mi salvación! Perdona la ceguedad y negra ingratitud de esta vil criatura, que tantas veces te ha entregado a los más execrables delitos, y conviérteme de fiera cruel en manso cordero, obediente a tu divina ley, y por tu preciosísima Sangre, tan pródigamente derramada, concédeme la gracia que te pido. Amén.

 

 

DÍA NOVENO

CONSIDERACIÓN

Contemplemos en este último día a nuestro amado Redentor, clavado en la cruz entre dos ladrones, el cuerpo desfigurado y convulso, coronada de espinas su cabeza, hundidas sus mejillas, amoratado su rostro, paralizada su lengua, eclipsados sus ojos, entreabiertos sus labios, atravesados sus pies, taladradas sus manos, descoyuntado en fin y agonizando el más hermoso de los hijos de los hombres. La Víctima Santa, el Eterno Sacerdote según el orden de Melquisedec, el Rey del Universo, que rebosa de amor las almas, se vuelve a su Padre, pidiendo perdón por los verdugos: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.” Después de tres horas de mortal agonía, mirando al cielo y alzando la voz, exclama: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” e inclinando la cabeza, expira el Salvador de la humanidad. La naturaleza toda se estremece ante el horrible deicidio, solo el corazón del hombre permanece impasible. Un soldado atraviesa con su lanza el costado de Cristo, y de esa herida, brota un raudal de sangre y agua, que cura la ceguera de Longinos y lava los pecados de las almas.

 

ORACIÓN

¡Oh Redentor amabilísimo, que mueres en medio de malhechores y entre indecibles tormentos, rogando al Eterno Padre por los verdugos, y dejando tu costado abierto a la humanidad, cual fuente de vida y puerta del cielo! Dígnate perdonar a este pecador arrepentido, que, postrado al pie de la Cruz, deplora sus pecados e implora tu clemencia. Lávame y purifícame con tu preciosísima Sangre, y concédeme por tu Pasión y Muerte, la gracia que te pido. Amén.

 

 

Su Excia. Mons. Dr. Francisco F. Castro y Ramírez, Obispo de Santiago de María, concede 100 días de indulgencias, a quien devotamente rezare este novenario.

 



 

lunes, 22 de febrero de 2021

ADORACIONES AL SANTÍSIMO CUERPO DE CRISTO

 


MODO FÁCIL Y PROVECHOSO DE SALUDAR Y ADORAR LOS SACRATÍSIMOS MIEMBROS DE JESUCRISTO, SEÑOR NUESTRO, EN SU SANTÍSIMA PASIÓN

 

Compuesto por la Ven. Madre María Ana Águeda de San Ignacio

Año de 1791

 

ACTO DE CONTRICIÓN

¡Oh bondad sin término Dios inmenso, Padre amantísimo! Que por tu infinita misericordia no quieres la muerte del pecador, sino que se convierta y viva: yo, el más miserable e infeliz de todos, postrado a tus pies con la mayor humildad que puedo y debo, y con la confianza que tú mismo me das, recurro a tu infinita misericordia a pedirte perdón de mis enormes culpas. Pequé mi Dios, yo lo confieso delante de ti y de la santa Iglesia: no hay criatura más ingrata, infiel y desconocida que yo. Pequé, Padre amabilísimo, y mis pecados son innumerables; pero me acojo al mar insondable de tu piedad y abismo de tus misericordias. Pequé, pero ya me convierto a ti, tan arrepentido que quisiera no haber sido solo por no haberte ofendido. Pequé, pero me pesa sobre todo pesar, y quisiera juntar en mi corazón todos los dolores que han tenido y tendrán todas las criaturas, y convertirlos en dolor de mis pecados. ¡Oh si se deshicieran mis entrañas, huesos y corazón! Ojalá y llorara todo el mar convertido en sangre por mis ojos. ¡Oh Dios mío! ¡Quién pudiera tener infinito dolor de haberte ofendido, solo por ser quién eres! ¡Oh si pudiera deshacer mis culpas, y desaparecerlas a tus ojos, aunque me multiplicaras el castigo y doblaras las penas! pero esto que a mí me es imposible, tu inmensa bondad lo puede hacer, por la sangre de tu Unigénito, que es cordero que quita los pecados del mundo. Yo te presento su mansedumbre, su amor, sus llagas, dolores y muerte de cruz, poderosa a obrar maravillas, en satisfacción de mis pecados. Y por el mismo amabilísimo Jesús, salud y vida de las almas, te pido me concedas no volverte a ofender. Ya no más pecar: muera yo mil veces, y pase mil infiernos antes de que reincida en culpa alguna. ¡Oh gran Dios de las misericordias! No me niegues esta, por los llagados miembros de tu precioso Hijo, y los acerbísimos dolores de su purísima madre María santísima, mi señora. Amén.

 

 

ORACIÓN PREPARATORIA A LAS SALUTACIONES

Dios eterno y de infinita majestad: yo te adoro, alabo y glorifico por el admirable consejo de tu sabiduría, que por todas partes reboza amor, beneficencia y misericordia, tomando carne humana para redimirnos a costa de tantos tormentos que en ella padeciste. ¡Oh Padre eterno y Señor mío! Recibe la satisfacción que por nosotros te ofrece tú mismo Hijo y Señor nuestro; míranos con ojos de misericordia, por su preciosísima sangre y por el corazón afligido de su santísima Madre. ¡Oh dulcísimo Jesús, redentor amante nuestro! Que con tan encendida caridad admitiste la obediencia de tu eterno Padre para padecer y morir por nuestro remedio. Por el martirio que te atormentó todo el tiempo de tu vida con el ardentísimo deseo de que llegara aquella hora de entregarte a tus enemigos para darnos vida con tu muerte, te suplico, en nombre de tu dolorosísima Madre, nos concedas que todos nos aprovechemos de tu santísima pasión, que seamos frutos de ella, y que vivamos embriagados y teñidos en tu preciosísima sangre. Amén.

 

 

ADORACIÓN A SU SANTÍSIMA CABEZA

Adórote, alábote y glorifícote sacratísima y venerable cabeza de mi amabilísimo Jesús, coronada y llagada con tan agudas y penetrantes espinas, que te hicieron brotar fuentes de sangre para limpiar el cuerpo místico de la Iglesia, tu amada esposa: yo en su nombre postrado te confieso por Dios y hombre verdadero, señor universal y rey supremo de todas las criaturas. ¡Oh Dios mío! Manda, gobierna y reina como señor absoluto en todas las voluntades, que yo deseo consagrártelas todas, y te encomiendo al sumo Pontífice, a nuestro Rey, y a todos los que son cabezas en el estado eclesiástico y secular, para que en todo acierten a obedecerte en sus gobiernos. Ofrézcote mi cabeza, con vivísimos deseos de que pases a ella esas punzantes espinas; ponlas, mi Bien, sobre mis ojos y sobre mi corazón. ¡Oh amado Jesús mío! Yo te pido que a todas tus criaturas les des santos pensamientos, por tus agudos dolores y los que en este paso sintió tu santísima Madre, mi señora la Virgen María. Amén.

Aquí se reza un Padre Nuestro y un Credo: y lo mismo se hará en cada salutación

 

 

A SUS SANTÍSIMOS OÍDOS

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, amabilísimo Bien mío, tus divinos oídos, dignísimos de oír infinitas alabanzas y adoraciones; más por nuestro amor, ¡qué lastimados y heridos con blasfemias, injurias, descortesías y agravios! ¡Oh santísimo Señor y Dios mío! Yo adoro de tu ser divino la santidad infinita y tu inmensa benignidad, y te ofrezco quintas alabanzas te han dado y darán por toda la eternidad los ángeles y los hombres. Deseo enamorar tus santísimos oídos, y en cada momento decirte infinitos loores. ¡Oh Padre eterno! Yo te rindo las gracias del recurso que nos diste por medio de tu unigénito Hijo para darnos audiencia y despachar nuestras peticiones. Oye Señor y Dios mío los alegatos de nuestro abogado Jesús y los clamores de su preciosa sangre, por los cuales te pido atiendas a los de la santa Iglesia, que continuamente te ruega por la conversión de los infieles y herejes, y reducción de los pecadores. Encomiéndote, ¡Oh mi Jesús benignísimo!, a todos los confesores, y te suplico les des gracia para encaminar las almas a la vida eterna, y santa libertad para desengañar a los que no llegan a sus pies con la debida disposición; y por lo que atormentaron a tu santísima Madre las injurias que padecieron tus divinos oídos, te suplico cierres los nuestros para que no oigamos las voces de nuestros enemigos, Demonio, mundo y carne, y los tengamos atentos para oír tus santas inspiraciones y llamamientos. Amén.

 

 

A SUS SANTÍSIMOS OJOS

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, Dueño amoroso de mi alma, tus hermosísimos ojos, lumbreras divinas y saetas amorosas que traspasan los corazones. Saludo tu ser divino, que es luz increada, luz criadora, lumbre que alumbra, fuego que abrasa. ¡Oh luz de luz, Dios iluminador! Destierra las tinieblas que ocasionan las culpas en las almas, por el amor con que dejaste nublar las lumbreras de tus bellísimos ojos a fuerza de los tormentos de tu pasión. Encomiéndote, amado Dueño mío, a todos tus sacerdotes, guárdalos, Señor, como a las pupilas de tus ojos; y pues los pusiste por luz del mundo, haz que resplandezcan con santas obras para la común edificación de todos los fieles. Yo te ofrezco mis ojos, que sólo quiero tener para verte; y te suplico, por los columbinos ojos de tu santísima Madre, y por el dolor que sintió viendo los tuyos hinchados, ensangrentados, y casi ciegos del polvo y lágrimas, que apartes los nuestros para que no vean las vanidades del mundo, ni las faltas de nuestros prójimos. Amén.

 

 

A SU SACRATÍSIMA BOCA

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, suavísimo Dueño de mi alma, tus hermosísimos labios y lengua dulcísima. ¡Oh boca divina! Manifestadora de la verdad, de que diste testimonio y confundiste la ignorancia. Yo adoro tu sabiduría infinita y tu verdad eterna, Dios verdadero de Dios verdadero, fiel en tus promesas y palabras. Yo venero y saludo tu admirable doctrina y las suavísimas palabras que salieron de tu sagrada boca, con incomparable fuego de ardentísima caridad para encender las almas y abrasar los corazones, derramando copiosa luz divina con qué alumbrar y enseñar nuestra ignorancia. Tus palabras son vida y sustento. ¡Oh Señor! Dispón los corazones para que reciban dignamente tan fructuoso grano. Te encomiendo, mi Dios, a todos los predicadores, comunícales tu espíritu y celo divino para que en bien de las almas sepan sembrar en ellas tu doctrina. Por la amarga hiel que gustaste yo te ofrezco mi boca, y te pido nos participes tus amarguras, librándonos a todos del vicio de la gula, y que guardes nuestras lenguas de todas las palabras que te desagradan, concediéndonos el santo silencio, por el dolor que sintió tu purísima Madre al ver tu sacrosanta boca bañada en sangre y llena de amarguras. Amén.

 

 

A SU ROSTRO SANTÍSIMO

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, Jesús amado mío, tu bellísimo rostro, cuyas mejillas blancas y coloradas son cuadros de hermosas flores. ¡Oh escogido entre millares, y hermoso entre todos los hijos de los hombres! ¿Quién afeó tu belleza, hiriendo, acardenalando y obscureciendo tu hermosísimo rostro? Yo adoro y saludo de tu ser divino la incomprehensible hermosura, que tiene admirados y suspensos a los cortesanos del cielo, ardiendo los serafines por verte. ¡O, qué pasmo, qué asombro es mirar ese graciosísimo rostro, que reverbera divinidad, escupido, abofeteado y afeado! ¡Oh Amor! Amor hermoso, ¿cómo estás más para enamorar, cuando más afeado, por comunicar tu belleza a tu esposa, la santa Iglesia? Estampa, pues, ¡Oh dulcísimo Esposo de mi alma!, en ella, y en todas, tu hermosísimo rostro. Encomiéndote a todos los que padecen afrentas por tu amor, y te ofrezco mi rostro preparado para padecer todas las que fueres servido. No permitas, Señor, que se afrenten los hombres de servirte, por el dolor que sintió tu afligidísima Madre viendo eclipsada la resplandeciente hermosura de tu divino rostro. Amén.

 

 

A SU SANTÍSIMO CUELLO

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, deseable y amable Jesús mío, tu santísimo cuello, abrumado con la cadena de mis culpas, ahogado y fatigado con la soga que tejieron mis iniquidades. ¡Oh dulcísimo Bien de mi alma!, enlázanos con las prisiones de tu amor, apriétanos y únenos a ti, desasiéndonos de nosotros mismos para que seamos del todo tuyos. Yo adoro tu santidad infinita. ¡Oh santo, santo, y tres mil veces santísimo, altísimo Señor y Dios mío! ¡Oh quién pudiera dignamente ensalzar, venerar y adorar tu santidad! Suplícote, Señor mío, por tu misma santidad, y por la afrenta que sufrió tu inocentísima humanidad con la soga y cadena que oprimió tu garganta divina, que nos concedas a todos los cristianos el que recibamos dignamente el augustísimo sacramento de tu cuerpo y sangre, lazo que une las almas y las estrecha en vínculo de amor. Dame también, que enamoradas de este divino manjar, le frecuenten fervorosas, por las angustias y congojas que sintió tu dolorosísima Madre al verte encadenado y casi ahogado en poder de tus crueles enemigos. Amén.

 

 

A SUS SANTÍSIMOS HOMBROS

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, amado Bien infinito de mi alma, tus hermosísimos hombros, lastimados, llagados y quebrantados con el peso de la cruz, que daba con tu venerable persona en tierra, oprimiendo y renovando tus santísimas llagas. ¡Oh Amor dulcísimo de mi alma, centro de mi corazón, imán de mis afectos y única esperanza mía! ¿Cómo no dejas la cruz, ni permites que caiga ésta cayendo tú en tierra? Sin duda que es por enseñarnos, ¡o, sapientísimo Maestro!, cómo hemos de amar los trabajos y abrazar la cruz, que es la llave que abre el cielo. Yo alabo y saludo tu fortaleza infinita, ¡o, fortísimo Señor!, que, padeciendo como verdadero hombre, les das a las penas infinito valor como verdadero Dios. Suplícote nos comuniques tu fortaleza para vencer y resistir a la flaca naturaleza y a las tentaciones del enemigo. No nos dejes caer en ellas, ¡oh benignísimo Jesús!, sino haz que asidos de tu cruz caminemos siguiendo las huellas que estampaste con tu preciosa sangre, por el agudísimo dolor que sintió tu purísima Madre cuando te encontró afrentado, desfallecido y derramando sangre entre el tropel de tantos enemigos que te atormentaban. Amén.

 

 

A SUS SANTÍSIMOS BRAZOS

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, Jesús mío, tus amabilísimos y regalados brazos, apretados, afligidos y lastimados con los cordeles con que inhumanamente fueron aprisionados, oprimiendo tus santísimas manos hasta reventar en sangre, y con indecible dolor extendidos en la cruz, desuniendo tus sacratísimos huesos. ¡Oh Amor suavísimo de mi alma! ¿Qué podré yo hacer en alabanza tuya? ¡Oh si fuera capaz de desagraviarte!, saludo y reverencio, Dios mío, tu infinito poder, la unidad de tu esencia en trinidad de personas, y la unión de la naturaleza divina con la humana. El silencio humilde te confiese, Dueño y Señor mío, y alabe tu poder, que más y más manifiestas en tus dolorosas prisiones, entre las que pongo, ¡oh Amante divino!, todos nuestros corazones, deseando que los aprisiones con tu encendido amor. Suplícote, Señor omnipotente, nos comuniques la unión de la caridad fraterna, para que todos nos amemos en ti y como tú quieres. Ata, Señor, nuestras manos para no obrar mal, y desátalas para el bien, por lo mucho que lastimaron y oprimieron el dulcísimo corazón de tu amantísima Madre tus rigurosísimas y muy crueles prisiones. Amén.

 

 

A SUS SANTÍSIMAS MANOS

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, amado Dueño y Señor mío, tus delicadas y hermosas manos, inhumanamente traspasadas con duros y crueles clavos, brotando copiosas fuentes de sangre con que apagar la sed de tus siervos. ¡Oh manos obradoras de maravillas! De estas, la que más ensalzo y engrandezco entre todas es la de que, poniendo tu eterno Padre en tus manos todas las cosas, las derramas y comunicas con inmensa liberalidad a tus criaturas. Por los taladros que en ellas hicieron los clavos, traspasa, ¡oh divino Bienhechor!, con ellos nuestros corazones, llagándonos con tus llagas y crucificándonos contigo. Yo adoro y saludo tu infinita liberalidad, ¡oh Dios difusivo y comunicativo!, que derramando tan francamente tus dones en tus criaturas, aún no se satisfizo tu amor hasta comunicar el insondable e inmenso mar de tu divinidad. Bendígate los cortesanos del cielo, y las criaturas todas te demos gracias alabando tu infinita liberalidad y magnificencia. Encomiéndote, ¡oh mi Dios benignísimo!, en la llaga de tu mano diestra, todas las almas que poseen el tesoro de tu gracia, y te suplico no permitas que la pierdan. ¡Oh Bien mío!, primero perder mil vidas que tu amistad. Y por la llaga de tu mano siniestra te pido la conversión de todos los que están en pecado mortal. Ea, Señor, aquí de tu misericordia: dales luz para que conozcan su imponderable desdicha; haz que con verdadero dolor se vuelvan a ti, que tienes las manos abiertas en la cruz para franquearles el perdón. Así lo espero por el indecible dolor que sintió tu afligida Madre al oír los golpes del martillo con que clavaron tus benditas manos. Amén.

 

 

A SU SANTÍSIMO PECHO

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, Jesús amantísimo, tu noble y divino pecho, descanso, reposo y regalo de los justos, donde, como en el lecho florido, duermen el suavísimo sueño de la contemplación. Yo te doy infinitas gracias, porque acariciando blanda y dulcemente a tus amantes y castas vírgenes, escogiste para ti los tormentos y dolores, teniendo tu divino pecho lastimado, llagado y acardenalado. ¡Oh Amador ardentísimo!, ensalzo y adoro tu ser divino y la bienaventuranza infinita con que te gozas y contemplas tus inmensas perfecciones. Gózome, Verbo divino, de que estés en el seno de tu eterno Padre como su amantísimo Hijo en quien tiene su complacencia. Encomiéndote, dulcísimo Jesús mío, a todas las almas justas que se emplean en contemplarte; defiéndelas, Amado mío, de los lazos y astucias del enemigo: adórnalas con el hermoso atavío de las virtudes, y haz que crezcan más y más en el ejercicio de ellas, por el dolor que sintió tu santísima Madre al ver tu divino pecho tan maltratado y herido. Amén.

 

 

A SU SANTÍSIMO COSTADO ABIERTO

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, ¡oh amantísimo Jesús mío!, la sacratísima llaga de tu costado, rosa florida, fragrante y hermosa, que en sí encierra la frescura y gracia de todas las flores: purísimo manantial de todos los bienes, puerta patente y entrada segura a tu suavísimo y amabilísimo corazón. Yo te adoro, Bien mío, en nombre de todas las criaturas angélicas y humanas, y engrandezco tu inmensa bondad, que tan liberal y copiosamente nos comunicas y manifiestas por la rotura de tu divino costado. Suplícote, por la preciosísima sangre y agua que brotó de esta fuente perenne de infinitos bienes, que todas las almas logren ser lavadas con las aguas del santo bautismo y blanqueadas sus estolas para conseguir el entrar por esta puerta, que nos abrió más el dardo de tu amor, que el hierro de la lanza, a gozar de tu vista clara en la posesión eterna de la gloria, por el agudísimo dolor que traspasó el sagrado corazón de tu santísima Madre cuando vio partir tu divino pecho al inhumano rigor de una lanza. Amén.

 

 

A SU DULCÍSIMO CORAZÓN

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, ¡o, suavísimo Jesús!, tu dulce, amante y excelso corazón, arca de los tesoros divinos, retrete y centro de los amores, sagrada bodega de aromático vino que embriaga a tus amadores, jardín ameno de delicias, recreo apacible de las almas, asilo seguro de los pecadores, inmenso piélago de ardentísimo fuego, que ni la tempestad de trabajos, ni la tormenta de tribulaciones, ni el diluvio de injurias pudieron menoscabar un solo punto. ¡Oh amantísimo y sagrado corazón de mi Jesús!, yo adoro el abismo infinito de caridad que en ti hace asiento, y por ti se nos comunica. ¡Oh mi Redentor y único bien!, si viniste al mundo a derramar fuego de la fragua de tu divino corazón en los nuestros, y no quieres otra cosa, sino que se enciendan, haz que ardan y se abrasen nuestras almas en esa divina llama de amor. Y pues siendo tu corazón, ¡oh Dueño amorosísimo de mi alma!, él lleno de todos los bienes, quisiste por nuestro amor tenerlo angustiado, entristecido y cercado de penas; ten por bien que nuestros corazones te hagan compañía en ellas. Yo te encomiendo, amado Bien mío, a todas tus esposas, para que hagas que no tengan otro empleo que estar embebidas y embriagadas en tu amor: enciérralas en tu divino corazón, y abrásalas con el incendio que en él arde. ¡Oh quién pudiera mi Dios y Señor, enamorarlas de ti, de suerte que solo en ti pensaran, de ti solo se acordaran, de ti solo hablaran, por ti solo obraran, y fuera de ti ninguna cosa amara! Concédemelo, poderosísimo Señor, por tu infinita caridad, y por el ardentísimo fuego de amor que ardía en el tiernísimo, amante y dolorido corazón de tu santísima Madre, nuestra señora, la Virgen María, por cuyas misericordiosas manos te ofrezco mi corazón y todos cuantos ha habido, hay y habrá hasta el fin del mundo, deseando que todos te sean amantes, fieles y agradecidos. Amén.

 

 

A SUS SANTÍSIMAS ESPALDAS

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, dulcísimo Jesús mío, tus benditas espaldas, llagadas, descarnadas y destrozadas por nuestro amor, el que te obligó a cargar en ellas y recibir el castigo que merecían nuestros pecados, cuya correspondencia, ¡o, Amor amabilísimo!, ha sido en nosotros como de criaturas infieles e ingratas, pues hemos fabricado y prolongado nuestra iniquidad sobre tus divinas espaldas; y tú, Dueño y Señor amoroso, nos muestras por sus heridas y llagas las entrañas de tu inefable clemencia y piedad para que nos acojamos a ella, y nos libremos de la severidad de la divina justicia, que tan merecida tenemos. Yo la respeto y venero, y te suplico rendidamente te dignes de templarla a vista de tus llagas y dolores, por los cuáles te pido nos des una verdadera contrición de nuestras culpas y un perfecto aborrecimiento de ellas. ¡Oh Dios y Señor mío, cuánto me pesa haberte ofendido! Quisiera que mi corazón se deshiciera de dolor, y que deshecho en infinitos pedazos, cada uno tuviera infinito dolor. Pésame, Señor, con todo mi corazón de todas mis culpas y de las de todo el mundo. ¡Oh quién pudiera Bien mío, borrarlas todas, y convertirlas en actos perfectísimos de amor tuyo, y de obras santas y agradables a tus ojos! Haz, Señor, que los nuestros se deshagan en llanto, y que no cesemos de // llorar la causa de tus penas. Yo te ofrezco mis espaldas, y quisiera, a ser posible, recibir en ellas todos los azotes que merezco. Encomiéndote las almas penitentes y arrepentidas; ayúdalas, Señor y Dueño mío, para que perseveren y no vuelvan atrás. También escondo en tus entrañas divinas a todas las criaturas pequeñitas, para que en ellas se críen piadosas y amantes, y no vean los malos ejemplos de los mayores: lo cual te ruego por el indecible dolor que padeció tu afligidísima Madre cuando te vio despedazado, desangrado y desmayado al cruelísimo rigor de los azotes. Amén

 

 

A SUS SANTÍSIMAS RODILLAS

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, Amado mío, tus divinas rodillas, que tantas veces hincaste en la tierra para orar a tu eterno Padre, y en las caídas que diste en tu santísima pasión fueron lastimadas y llagadas. Yo saludo tus dolores y fatigas, ¡oh Amador fortísimo!, y engrandezco de tu divino ser el atributo de la inmutabilidad y serenidad. ¡Oh excelsa y suprema Majestad!, concédenos, piadosísimo Señor, que nos mudemos de malos en buenos, que tengamos estabilidad y firmeza en la fe santa y en los buenos propósitos. Encomiéndote a todas las religiones, y te suplico, Dueño y Señor de las virtudes, que las conserves en aquella exacta observancia en que con tu espíritu las fundaron sus patriarcas: no caigan, Bien mío, de aquella hermosura y esplendor primitivo que tuvieron en sus principios, por las caídas que diste con la cruz, y levanta lo que en ellas hubiere caído, por medio de prelados santos y fervorosos, por el dolor que sintió tu santísima Madre viéndote arrodillado y caído con el grave peso de la cruz. Amén.

 

 

A SUS SANTÍSIMOS PIES

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, mi Jesús deseadísimo, tus santísimos pies y todos los pasos que amorosamente diste en el discurso de tu vida, en solicitud y busca de la oveja perdida, y siento en mi corazón el gravísimo dolor y tormento que en ellos padeciste cuando te los clavaron a golpes de martillo en el sacrosanto madero de la cruz, estirando con inhumana fuerza tu santísimo cuerpo, hasta desencajar tus huesos. ¡Oh pacientísimo y mansísimo Jesús!, yo te pido por la acerbidad de penas que toleraste en este martirio, que unas a la santa Iglesia a todos los que están fuera de su gremio. Convierte, Amado mío, a todos los infieles y herejes, y haz que te conozcan y se dejen hallar de tu amoroso cuidado, para cuyo fin, confiadamente postrado a tus divinos pies, espero me concedas la merced de que tu amorosa providencia envíe a todas las partes del mundo, en que reina la infidelidad y herejía, celosos varones apostólicos que promulguen la doctrina de tu santo Evangelio, y seas de todos los hombres venerado, conocido y adorado. ¡Oh Dios mío!, puesto que con tu inmensidad, cuyo soberano atributo saludo rendidamente, lo llenas todo, no permitas que haya lugar en que esté desconocido tu amabilísimo nombre: dilátalo, Señor, dilátalo; y pues tú mismo nos enseñas el camino que hemos de seguir, te suplico nos asistas y nos guíes por las sendas que nos dejaste señaladas para conducirnos a gozar de tu hermosa vista, mediante la intercesión poderosa de tu santísima madre María, señora nuestra, y por el amargo dolor que sintió al ver tu sacratísimo cuerpo estirado, desunido y pendiente con los clavos en la cruz. Amén.

 

 

A SU SANTÍSIMA SANGRE Y LÁGRIMAS

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, Dueño amorosísimo de mi alma, tu preciosísima sangre, mar rojo en que ahogaste a todos nuestros enemigos; precio que diste por nuestro rescate; lavatorio que quita nuestras manchas; bebida que satisface; rocío que apaga los vicios y fecunda las almas de virtudes. ¡Oh sangre de mi Redentor, de precio y valor infinito, derramada y conculcada por nuestro amor! ¡Oh dolor! Yo te adoro, alabo y venero con todos los afectos de mi alma, que quisiera fueran infinitos, y que cada uno valiera por infinitos coros de serafines para amar, engrandecer, ensalzar y agradecer el infinito mar de tus misericordias. ¡Oh Dios y Hombre verdadero!, ¡cómo resplandece tu bondad en esta sangre derramada con tantos dolores y afrentas, y en las lágrimas que vertieron tus ojos piadosísimos para nuestro remedio! Padre eterno, que llegaron a ti los clamores de la sangre de Abel, para vengarla, oye los que da la de tu Hijo benditísimo para nuestra salud y remedio. Modera, Señor, los rigores de tu justicia, pues tan superabundantemente la ha satisfecho tu misericordia con el tesoro de la sangre de nuestro Salvador. Y pues tanto pueden para con tu piedad las lágrimas, por las de tu mismo Hijo te pido que todas las almas merezcan ser lavadas con su preciosa sangre, para que todas se salven, pues por todas se derramó, intercediendo para ello María santísima, señora nuestra, por los dolores que padeció al ver derramarla con tanta ignominia y a costa de tantos tormentos. Amén

 

 

A SU MUERTE SANTÍSIMA

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, Esposo florido de las almas, las angustias, congojas y agonías que padeciste, y tu muerte tan amarga y dolorosa. ¡Oh muerte que a la misma muerte venciste para darnos vida! ¡Oh muerto mío, muerto de amor!, mátenos tu amor. Tu muerte sea penetrante saeta que a todos nos hiera y traspase de amor y dolor. Cordero inocentísimo, sacrificado con el incendio de tu amor por nuestra salud y remedio. Cordero mansísimo que quitas los pecados del mundo, y que hiciste paces entre Dios y los hombres, haz que la memoria de tu pasión y muerte se fije en nuestras almas y corazones para remedio de todos nuestros males. Mueran con esa saludable medicina nuestros vicios: desarráiguense las pasiones, y florezcan las virtudes, en imitación de las tuyas, para que podamos gozar el soberano atributo de tu divina inmortalidad. ¡Oh Rey de todos los siglos! Vida eterna sin principio ni fin; vida bienaventurada, gloriosa y llena de infinitos bienes. ¡Oh Señor!, pues tu amor te obligó a humanarte y a hacerte pasible y mortal para darnos vida eterna, concédenos que nuestras culpas no nos priven de tan inefable bien, por el acerbísimos dolor que sintió tu tristísima y afligidísima Madre cuando te vio espirar entre tantas angustias, congojas y penas. Amén.

 

 

OFRECIMIENTO

Ofrézcote, ¡oh Padre eterno!, la inmaculada hostia y más agradable sacrificio, a tu unigénito Hijo y redentor nuestro, Jesucristo, llagado, herido y muerto. Ofrézcote sus sacratísimos miembros, con todo lo que en ellos padeció, y la ardentísima caridad y fervoroso amor con que lo hizo por tu honra y gloria, y nuestro remedio. Aplácate, Señor, con el sacrificio de este mansísimo cordero, y con él recibe nuestras almas, corazones y afectos, y este ejercicio, que te ofrezco en unión de su dolorosa y amarga pasión y merecimientos infinitos; el que quisiera haber hecho con pura intención y encendido amor, a gloria eterna y alabanza de tu santísimo nombre. Dame, ¡oh Padre amantísimo!, por el suave, tierno y llagado corazón de tu amado Hijo, y por las angustias que sintió en el suyo su dolorosísima Madre, mi señora la Virgen María, que mis pensamientos siempre estén teñidos con la preciosa sangre de mi Redentor, con la continua memoria de su pasión santísima, la que te pido me embebas en mi alma y corazón, de tal manera que incesantemente me esté moviendo a dolorosa compasión, agradecimiento y amor, para que así merezca vivir y morir crucificado con tu mismo Hijo santísimo Jesucristo, que contigo y el Espíritu Santo vive y reina por todos los siglos de los siglos. Amén.

ANOTACIONES

Al hablar sobre la piedad popular, es referirnos a aquellas devociones que antaño se hacían en nuestros pueblos y nuestras casas, cuando se...