MODO
FÁCIL Y PROVECHOSO DE SALUDAR Y ADORAR LOS SACRATÍSIMOS MIEMBROS DE JESUCRISTO,
SEÑOR NUESTRO, EN SU SANTÍSIMA PASIÓN
Compuesto
por la Ven. Madre María Ana Águeda de San Ignacio
Año
de 1791
ACTO
DE CONTRICIÓN
¡Oh
bondad sin término Dios inmenso, Padre amantísimo! Que por tu infinita
misericordia no quieres la muerte del pecador, sino que se convierta y viva:
yo, el más miserable e infeliz de todos, postrado a tus pies con la mayor
humildad que puedo y debo, y con la confianza que tú mismo me das, recurro a tu
infinita misericordia a pedirte perdón de mis enormes culpas. Pequé mi Dios, yo
lo confieso delante de ti y de la santa Iglesia: no hay criatura más ingrata,
infiel y desconocida que yo. Pequé, Padre amabilísimo, y mis pecados son
innumerables; pero me acojo al mar insondable de tu piedad y abismo de tus
misericordias. Pequé, pero ya me convierto a ti, tan arrepentido que quisiera
no haber sido solo por no haberte ofendido. Pequé, pero me pesa sobre todo
pesar, y quisiera juntar en mi corazón todos los dolores que han tenido y
tendrán todas las criaturas, y convertirlos en dolor de mis pecados. ¡Oh si se
deshicieran mis entrañas, huesos y corazón! Ojalá y llorara todo el mar
convertido en sangre por mis ojos. ¡Oh Dios mío! ¡Quién pudiera tener infinito
dolor de haberte ofendido, solo por ser quién eres! ¡Oh si pudiera deshacer mis
culpas, y desaparecerlas a tus ojos, aunque me multiplicaras el castigo y
doblaras las penas! pero esto que a mí me es imposible, tu inmensa bondad lo
puede hacer, por la sangre de tu Unigénito, que es cordero que quita los
pecados del mundo. Yo te presento su mansedumbre, su amor, sus llagas, dolores
y muerte de cruz, poderosa a obrar maravillas, en satisfacción de mis pecados.
Y por el mismo amabilísimo Jesús, salud y vida de las almas, te pido me concedas
no volverte a ofender. Ya no más pecar: muera yo mil veces, y pase mil
infiernos antes de que reincida en culpa alguna. ¡Oh gran Dios de las
misericordias! No me niegues esta, por los llagados miembros de tu precioso
Hijo, y los acerbísimos dolores de su purísima madre María santísima, mi señora.
Amén.
ORACIÓN
PREPARATORIA A LAS SALUTACIONES
Dios
eterno y de infinita majestad: yo te adoro, alabo y glorifico por el admirable
consejo de tu sabiduría, que por todas partes reboza amor, beneficencia y
misericordia, tomando carne humana para redimirnos a costa de tantos tormentos
que en ella padeciste. ¡Oh Padre eterno y Señor mío! Recibe la satisfacción que
por nosotros te ofrece tú mismo Hijo y Señor nuestro; míranos con ojos de
misericordia, por su preciosísima sangre y por el corazón afligido de su
santísima Madre. ¡Oh dulcísimo Jesús, redentor amante nuestro! Que con tan
encendida caridad admitiste la obediencia de tu eterno Padre para padecer y
morir por nuestro remedio. Por el martirio que te atormentó todo el tiempo de
tu vida con el ardentísimo deseo de que llegara aquella hora de entregarte a
tus enemigos para darnos vida con tu muerte, te suplico, en nombre de tu
dolorosísima Madre, nos concedas que todos nos aprovechemos de tu santísima
pasión, que seamos frutos de ella, y que vivamos embriagados y teñidos en tu
preciosísima sangre. Amén.
ADORACIÓN
A SU SANTÍSIMA CABEZA
Adórote,
alábote y glorifícote sacratísima y venerable cabeza de mi amabilísimo Jesús,
coronada y llagada con tan agudas y penetrantes espinas, que te hicieron brotar
fuentes de sangre para limpiar el cuerpo místico de la Iglesia, tu amada
esposa: yo en su nombre postrado te confieso por Dios y hombre verdadero, señor
universal y rey supremo de todas las criaturas. ¡Oh Dios mío! Manda, gobierna y
reina como señor absoluto en todas las voluntades, que yo deseo consagrártelas
todas, y te encomiendo al sumo Pontífice, a nuestro Rey, y a todos los que son
cabezas en el estado eclesiástico y secular, para que en todo acierten a
obedecerte en sus gobiernos. Ofrézcote mi cabeza, con vivísimos deseos de que
pases a ella esas punzantes espinas; ponlas, mi Bien, sobre mis ojos y sobre mi
corazón. ¡Oh amado Jesús mío! Yo te pido que a todas tus criaturas les des
santos pensamientos, por tus agudos dolores y los que en este paso sintió tu santísima
Madre, mi señora la Virgen María. Amén.
Aquí
se reza un Padre Nuestro y un Credo: y lo mismo se hará en cada salutación
A
SUS SANTÍSIMOS OÍDOS
Adoro,
alabo, bendigo y glorifico, amabilísimo Bien mío, tus divinos oídos, dignísimos
de oír infinitas alabanzas y adoraciones; más por nuestro amor, ¡qué lastimados
y heridos con blasfemias, injurias, descortesías y agravios! ¡Oh santísimo
Señor y Dios mío! Yo adoro de tu ser divino la santidad infinita y tu inmensa
benignidad, y te ofrezco quintas alabanzas te han dado y darán por toda la
eternidad los ángeles y los hombres. Deseo enamorar tus santísimos oídos, y en
cada momento decirte infinitos loores. ¡Oh Padre eterno! Yo te rindo las
gracias del recurso que nos diste por medio de tu unigénito Hijo para darnos
audiencia y despachar nuestras peticiones. Oye Señor y Dios mío los alegatos de
nuestro abogado Jesús y los clamores de su preciosa sangre, por los cuales te
pido atiendas a los de la santa Iglesia, que continuamente te ruega por la conversión
de los infieles y herejes, y reducción de los pecadores. Encomiéndote, ¡Oh mi Jesús
benignísimo!, a todos los confesores, y te suplico les des gracia para
encaminar las almas a la vida eterna, y santa libertad para desengañar a los
que no llegan a sus pies con la debida disposición; y por lo que atormentaron a
tu santísima Madre las injurias que padecieron tus divinos oídos, te suplico
cierres los nuestros para que no oigamos las voces de nuestros enemigos,
Demonio, mundo y carne, y los tengamos atentos para oír tus santas
inspiraciones y llamamientos. Amén.
A
SUS SANTÍSIMOS OJOS
Adoro,
alabo, bendigo y glorifico, Dueño amoroso de mi alma, tus hermosísimos ojos,
lumbreras divinas y saetas amorosas que traspasan los corazones. Saludo tu ser
divino, que es luz increada, luz criadora, lumbre que alumbra, fuego que
abrasa. ¡Oh luz de luz, Dios iluminador! Destierra las tinieblas que ocasionan
las culpas en las almas, por el amor con que dejaste nublar las lumbreras de
tus bellísimos ojos a fuerza de los tormentos de tu pasión. Encomiéndote, amado
Dueño mío, a todos tus sacerdotes, guárdalos, Señor, como a las pupilas de tus
ojos; y pues los pusiste por luz del mundo, haz que resplandezcan con santas
obras para la común edificación de todos los fieles. Yo te ofrezco mis ojos,
que sólo quiero tener para verte; y te suplico, por los columbinos ojos de tu
santísima Madre, y por el dolor que sintió viendo los tuyos hinchados,
ensangrentados, y casi ciegos del polvo y lágrimas, que apartes los nuestros
para que no vean las vanidades del mundo, ni las faltas de nuestros prójimos.
Amén.
A
SU SACRATÍSIMA BOCA
Adoro,
alabo, bendigo y glorifico, suavísimo Dueño de mi alma, tus hermosísimos labios
y lengua dulcísima. ¡Oh boca divina! Manifestadora de la verdad, de que diste testimonio
y confundiste la ignorancia. Yo adoro tu sabiduría infinita y tu verdad eterna,
Dios verdadero de Dios verdadero, fiel en tus promesas y palabras. Yo venero y
saludo tu admirable doctrina y las suavísimas palabras que salieron de tu
sagrada boca, con incomparable fuego de ardentísima caridad para encender las
almas y abrasar los corazones, derramando copiosa luz divina con qué alumbrar y
enseñar nuestra ignorancia. Tus palabras son vida y sustento. ¡Oh Señor! Dispón
los corazones para que reciban dignamente tan fructuoso grano. Te encomiendo,
mi Dios, a todos los predicadores, comunícales tu espíritu y celo divino para
que en bien de las almas sepan sembrar en ellas tu doctrina. Por la amarga hiel
que gustaste yo te ofrezco mi boca, y te pido nos participes tus amarguras,
librándonos a todos del vicio de la gula, y que guardes nuestras lenguas de
todas las palabras que te desagradan, concediéndonos el santo silencio, por el
dolor que sintió tu purísima Madre al ver tu sacrosanta boca bañada en sangre y
llena de amarguras. Amén.
A
SU ROSTRO SANTÍSIMO
Adoro,
alabo, bendigo y glorifico, Jesús amado mío, tu bellísimo rostro, cuyas mejillas
blancas y coloradas son cuadros de hermosas flores. ¡Oh escogido entre
millares, y hermoso entre todos los hijos de los hombres! ¿Quién afeó tu
belleza, hiriendo, acardenalando y obscureciendo tu hermosísimo rostro? Yo
adoro y saludo de tu ser divino la incomprehensible hermosura, que tiene
admirados y suspensos a los cortesanos del cielo, ardiendo los serafines por verte.
¡O, qué pasmo, qué asombro es mirar ese graciosísimo rostro, que reverbera
divinidad, escupido, abofeteado y afeado! ¡Oh Amor! Amor hermoso, ¿cómo estás
más para enamorar, cuando más afeado, por comunicar tu belleza a tu esposa, la
santa Iglesia? Estampa, pues, ¡Oh dulcísimo Esposo de mi alma!, en ella, y en
todas, tu hermosísimo rostro. Encomiéndote a todos los que padecen afrentas por
tu amor, y te ofrezco mi rostro preparado para padecer todas las que fueres
servido. No permitas, Señor, que se afrenten los hombres de servirte, por el
dolor que sintió tu afligidísima Madre viendo eclipsada la resplandeciente
hermosura de tu divino rostro. Amén.
A
SU SANTÍSIMO CUELLO
Adoro,
alabo, bendigo y glorifico, deseable y amable Jesús mío, tu santísimo cuello,
abrumado con la cadena de mis culpas, ahogado y fatigado con la soga que tejieron
mis iniquidades. ¡Oh dulcísimo Bien de mi alma!, enlázanos con las prisiones de
tu amor, apriétanos y únenos a ti, desasiéndonos de nosotros mismos para que
seamos del todo tuyos. Yo adoro tu santidad infinita. ¡Oh santo, santo, y tres
mil veces santísimo, altísimo Señor y Dios mío! ¡Oh quién pudiera dignamente
ensalzar, venerar y adorar tu santidad! Suplícote, Señor mío, por tu misma
santidad, y por la afrenta que sufrió tu inocentísima humanidad con la soga y
cadena que oprimió tu garganta divina, que nos concedas a todos los cristianos
el que recibamos dignamente el augustísimo sacramento de tu cuerpo y sangre,
lazo que une las almas y las estrecha en vínculo de amor. Dame también, que
enamoradas de este divino manjar, le frecuenten fervorosas, por las angustias y
congojas que sintió tu dolorosísima Madre al verte encadenado y casi ahogado en
poder de tus crueles enemigos. Amén.
A
SUS SANTÍSIMOS HOMBROS
Adoro,
alabo, bendigo y glorifico, amado Bien infinito de mi alma, tus hermosísimos
hombros, lastimados, llagados y quebrantados con el peso de la cruz, que daba
con tu venerable persona en tierra, oprimiendo y renovando tus santísimas
llagas. ¡Oh Amor dulcísimo de mi alma, centro de mi corazón, imán de mis
afectos y única esperanza mía! ¿Cómo no dejas la cruz, ni permites que caiga
ésta cayendo tú en tierra? Sin duda que es por enseñarnos, ¡o, sapientísimo
Maestro!, cómo hemos de amar los trabajos y abrazar la cruz, que es la llave
que abre el cielo. Yo alabo y saludo tu fortaleza infinita, ¡o, fortísimo
Señor!, que, padeciendo como verdadero hombre, les das a las penas infinito
valor como verdadero Dios. Suplícote nos comuniques tu fortaleza para vencer y
resistir a la flaca naturaleza y a las tentaciones del enemigo. No nos dejes
caer en ellas, ¡oh benignísimo Jesús!, sino haz que asidos de tu cruz caminemos
siguiendo las huellas que estampaste con tu preciosa sangre, por el agudísimo
dolor que sintió tu purísima Madre cuando te encontró afrentado, desfallecido y
derramando sangre entre el tropel de tantos enemigos que te atormentaban. Amén.
A
SUS SANTÍSIMOS BRAZOS
Adoro,
alabo, bendigo y glorifico, Jesús mío, tus amabilísimos y regalados brazos,
apretados, afligidos y lastimados con los cordeles con que inhumanamente fueron
aprisionados, oprimiendo tus santísimas manos hasta reventar en sangre, y con
indecible dolor extendidos en la cruz, desuniendo tus sacratísimos huesos. ¡Oh
Amor suavísimo de mi alma! ¿Qué podré yo hacer en alabanza tuya? ¡Oh si fuera
capaz de desagraviarte!, saludo y reverencio, Dios mío, tu infinito poder, la
unidad de tu esencia en trinidad de personas, y la unión de la naturaleza
divina con la humana. El silencio humilde te confiese, Dueño y Señor mío, y
alabe tu poder, que más y más manifiestas en tus dolorosas prisiones, entre las
que pongo, ¡oh Amante divino!, todos nuestros corazones, deseando que los
aprisiones con tu encendido amor. Suplícote, Señor omnipotente, nos comuniques
la unión de la caridad fraterna, para que todos nos amemos en ti y como tú
quieres. Ata, Señor, nuestras manos para no obrar mal, y desátalas para el
bien, por lo mucho que lastimaron y oprimieron el dulcísimo corazón de tu
amantísima Madre tus rigurosísimas y muy crueles prisiones. Amén.
A
SUS SANTÍSIMAS MANOS
Adoro,
alabo, bendigo y glorifico, amado Dueño y Señor mío, tus delicadas y hermosas
manos, inhumanamente traspasadas con duros y crueles clavos, brotando copiosas
fuentes de sangre con que apagar la sed de tus siervos. ¡Oh manos obradoras de
maravillas! De estas, la que más ensalzo y engrandezco entre todas es la de
que, poniendo tu eterno Padre en tus manos todas las cosas, las derramas y
comunicas con inmensa liberalidad a tus criaturas. Por los taladros que en ellas
hicieron los clavos, traspasa, ¡oh divino Bienhechor!, con ellos nuestros
corazones, llagándonos con tus llagas y crucificándonos contigo. Yo adoro y
saludo tu infinita liberalidad, ¡oh Dios difusivo y comunicativo!, que
derramando tan francamente tus dones en tus criaturas, aún no se satisfizo tu
amor hasta comunicar el insondable e inmenso mar de tu divinidad. Bendígate los
cortesanos del cielo, y las criaturas todas te demos gracias alabando tu
infinita liberalidad y magnificencia. Encomiéndote, ¡oh mi Dios benignísimo!,
en la llaga de tu mano diestra, todas las almas que poseen el tesoro de tu
gracia, y te suplico no permitas que la pierdan. ¡Oh Bien mío!, primero perder
mil vidas que tu amistad. Y por la llaga de tu mano siniestra te pido la conversión
de todos los que están en pecado mortal. Ea, Señor, aquí de tu misericordia:
dales luz para que conozcan su imponderable desdicha; haz que con verdadero
dolor se vuelvan a ti, que tienes las manos abiertas en la cruz para
franquearles el perdón. Así lo espero por el indecible dolor que sintió tu
afligida Madre al oír los golpes del martillo con que clavaron tus benditas
manos. Amén.
A
SU SANTÍSIMO PECHO
Adoro,
alabo, bendigo y glorifico, Jesús amantísimo, tu noble y divino pecho,
descanso, reposo y regalo de los justos, donde, como en el lecho florido,
duermen el suavísimo sueño de la contemplación. Yo te doy infinitas gracias,
porque acariciando blanda y dulcemente a tus amantes y castas vírgenes,
escogiste para ti los tormentos y dolores, teniendo tu divino pecho lastimado,
llagado y acardenalado. ¡Oh Amador ardentísimo!, ensalzo y adoro tu ser divino
y la bienaventuranza infinita con que te gozas y contemplas tus inmensas
perfecciones. Gózome, Verbo divino, de que estés en el seno de tu eterno Padre
como su amantísimo Hijo en quien tiene su complacencia. Encomiéndote, dulcísimo
Jesús mío, a todas las almas justas que se emplean en contemplarte;
defiéndelas, Amado mío, de los lazos y astucias del enemigo: adórnalas con el
hermoso atavío de las virtudes, y haz que crezcan más y más en el ejercicio de
ellas, por el dolor que sintió tu santísima Madre al ver tu divino pecho tan
maltratado y herido. Amén.
A
SU SANTÍSIMO COSTADO ABIERTO
Adoro,
alabo, bendigo y glorifico, ¡oh amantísimo Jesús mío!, la sacratísima llaga de
tu costado, rosa florida, fragrante y hermosa, que en sí encierra la frescura y
gracia de todas las flores: purísimo manantial de todos los bienes, puerta
patente y entrada segura a tu suavísimo y amabilísimo corazón. Yo te adoro,
Bien mío, en nombre de todas las criaturas angélicas y humanas, y engrandezco
tu inmensa bondad, que tan liberal y copiosamente nos comunicas y manifiestas
por la rotura de tu divino costado. Suplícote, por la preciosísima sangre y
agua que brotó de esta fuente perenne de infinitos bienes, que todas las almas
logren ser lavadas con las aguas del santo bautismo y blanqueadas sus estolas
para conseguir el entrar por esta puerta, que nos abrió más el dardo de tu
amor, que el hierro de la lanza, a gozar de tu vista clara en la posesión
eterna de la gloria, por el agudísimo dolor que traspasó el sagrado corazón de
tu santísima Madre cuando vio partir tu divino pecho al inhumano rigor de una
lanza. Amén.
A
SU DULCÍSIMO CORAZÓN
Adoro,
alabo, bendigo y glorifico, ¡o, suavísimo Jesús!, tu dulce, amante y excelso
corazón, arca de los tesoros divinos, retrete y centro de los amores, sagrada
bodega de aromático vino que embriaga a tus amadores, jardín ameno de delicias,
recreo apacible de las almas, asilo seguro de los pecadores, inmenso piélago de
ardentísimo fuego, que ni la tempestad de trabajos, ni la tormenta de tribulaciones,
ni el diluvio de injurias pudieron menoscabar un solo punto. ¡Oh amantísimo y
sagrado corazón de mi Jesús!, yo adoro el abismo infinito de caridad que en ti
hace asiento, y por ti se nos comunica. ¡Oh mi Redentor y único bien!, si viniste
al mundo a derramar fuego de la fragua de tu divino corazón en los nuestros, y
no quieres otra cosa, sino que se enciendan, haz que ardan y se abrasen
nuestras almas en esa divina llama de amor. Y pues siendo tu corazón, ¡oh Dueño
amorosísimo de mi alma!, él lleno de todos los bienes, quisiste por nuestro
amor tenerlo angustiado, entristecido y cercado de penas; ten por bien que
nuestros corazones te hagan compañía en ellas. Yo te encomiendo, amado Bien
mío, a todas tus esposas, para que hagas que no tengan otro empleo que estar
embebidas y embriagadas en tu amor: enciérralas en tu divino corazón, y
abrásalas con el incendio que en él arde. ¡Oh quién pudiera mi Dios y Señor,
enamorarlas de ti, de suerte que solo en ti pensaran, de ti solo se acordaran,
de ti solo hablaran, por ti solo obraran, y fuera de ti ninguna cosa amara!
Concédemelo, poderosísimo Señor, por tu infinita caridad, y por el ardentísimo
fuego de amor que ardía en el tiernísimo, amante y dolorido corazón de tu
santísima Madre, nuestra señora, la Virgen María, por cuyas misericordiosas
manos te ofrezco mi corazón y todos cuantos ha habido, hay y habrá hasta el fin
del mundo, deseando que todos te sean amantes, fieles y agradecidos. Amén.
A
SUS SANTÍSIMAS ESPALDAS
Adoro,
alabo, bendigo y glorifico, dulcísimo Jesús mío, tus benditas espaldas,
llagadas, descarnadas y destrozadas por nuestro amor, el que te obligó a cargar
en ellas y recibir el castigo que merecían nuestros pecados, cuya
correspondencia, ¡o, Amor amabilísimo!, ha sido en nosotros como de criaturas
infieles e ingratas, pues hemos fabricado y prolongado nuestra iniquidad sobre
tus divinas espaldas; y tú, Dueño y Señor amoroso, nos muestras por sus heridas
y llagas las entrañas de tu inefable clemencia y piedad para que nos acojamos a
ella, y nos libremos de la severidad de la divina justicia, que tan merecida
tenemos. Yo la respeto y venero, y te suplico rendidamente te dignes de
templarla a vista de tus llagas y dolores, por los cuáles te pido nos des una
verdadera contrición de nuestras culpas y un perfecto aborrecimiento de ellas.
¡Oh Dios y Señor mío, cuánto me pesa haberte ofendido! Quisiera que mi corazón
se deshiciera de dolor, y que deshecho en infinitos pedazos, cada uno tuviera
infinito dolor. Pésame, Señor, con todo mi corazón de todas mis culpas y de las
de todo el mundo. ¡Oh quién pudiera Bien mío, borrarlas todas, y convertirlas
en actos perfectísimos de amor tuyo, y de obras santas y agradables a tus ojos!
Haz, Señor, que los nuestros se deshagan en llanto, y que no cesemos de //
llorar la causa de tus penas. Yo te ofrezco mis espaldas, y quisiera, a ser
posible, recibir en ellas todos los azotes que merezco. Encomiéndote las almas
penitentes y arrepentidas; ayúdalas, Señor y Dueño mío, para que perseveren y
no vuelvan atrás. También escondo en tus entrañas divinas a todas las criaturas
pequeñitas, para que en ellas se críen piadosas y amantes, y no vean los malos ejemplos
de los mayores: lo cual te ruego por el indecible dolor que padeció tu
afligidísima Madre cuando te vio despedazado, desangrado y desmayado al
cruelísimo rigor de los azotes. Amén
A
SUS SANTÍSIMAS RODILLAS
Adoro,
alabo, bendigo y glorifico, Amado mío, tus divinas rodillas, que tantas veces
hincaste en la tierra para orar a tu eterno Padre, y en las caídas que diste en
tu santísima pasión fueron lastimadas y llagadas. Yo saludo tus dolores y
fatigas, ¡oh Amador fortísimo!, y engrandezco de tu divino ser el atributo de
la inmutabilidad y serenidad. ¡Oh excelsa y suprema Majestad!, concédenos,
piadosísimo Señor, que nos mudemos de malos en buenos, que tengamos estabilidad
y firmeza en la fe santa y en los buenos propósitos. Encomiéndote a todas las
religiones, y te suplico, Dueño y Señor de las virtudes, que las conserves en
aquella exacta observancia en que con tu espíritu las fundaron sus patriarcas:
no caigan, Bien mío, de aquella hermosura y esplendor primitivo que tuvieron en
sus principios, por las caídas que diste con la cruz, y levanta lo que en ellas
hubiere caído, por medio de prelados santos y fervorosos, por el dolor que
sintió tu santísima Madre viéndote arrodillado y caído con el grave peso de la
cruz. Amén.
A
SUS SANTÍSIMOS PIES
Adoro,
alabo, bendigo y glorifico, mi Jesús deseadísimo, tus santísimos pies y todos
los pasos que amorosamente diste en el discurso de tu vida, en solicitud y
busca de la oveja perdida, y siento en mi corazón el gravísimo dolor y tormento
que en ellos padeciste cuando te los clavaron a golpes de martillo en el
sacrosanto madero de la cruz, estirando con inhumana fuerza tu santísimo
cuerpo, hasta desencajar tus huesos. ¡Oh pacientísimo y mansísimo Jesús!, yo te
pido por la acerbidad de penas que toleraste en este martirio, que unas a la
santa Iglesia a todos los que están fuera de su gremio. Convierte, Amado mío, a
todos los infieles y herejes, y haz que te conozcan y se dejen hallar de tu
amoroso cuidado, para cuyo fin, confiadamente postrado a tus divinos pies,
espero me concedas la merced de que tu amorosa providencia envíe a todas las
partes del mundo, en que reina la infidelidad y herejía, celosos varones
apostólicos que promulguen la doctrina de tu santo Evangelio, y seas de todos
los hombres venerado, conocido y adorado. ¡Oh Dios mío!, puesto que con tu
inmensidad, cuyo soberano atributo saludo rendidamente, lo llenas todo, no
permitas que haya lugar en que esté desconocido tu amabilísimo nombre:
dilátalo, Señor, dilátalo; y pues tú mismo nos enseñas el camino que hemos de
seguir, te suplico nos asistas y nos guíes por las sendas que nos dejaste
señaladas para conducirnos a gozar de tu hermosa vista, mediante la intercesión
poderosa de tu santísima madre María, señora nuestra, y por el amargo dolor que
sintió al ver tu sacratísimo cuerpo estirado, desunido y pendiente con los
clavos en la cruz. Amén.
A
SU SANTÍSIMA SANGRE Y LÁGRIMAS
Adoro,
alabo, bendigo y glorifico, Dueño amorosísimo de mi alma, tu preciosísima
sangre, mar rojo en que ahogaste a todos nuestros enemigos; precio que diste
por nuestro rescate; lavatorio que quita nuestras manchas; bebida que
satisface; rocío que apaga los vicios y fecunda las almas de virtudes. ¡Oh
sangre de mi Redentor, de precio y valor infinito, derramada y conculcada por
nuestro amor! ¡Oh dolor! Yo te adoro, alabo y venero con todos los afectos de
mi alma, que quisiera fueran infinitos, y que cada uno valiera por infinitos
coros de serafines para amar, engrandecer, ensalzar y agradecer el infinito mar
de tus misericordias. ¡Oh Dios y Hombre verdadero!, ¡cómo resplandece tu bondad
en esta sangre derramada con tantos dolores y afrentas, y en las lágrimas que vertieron
tus ojos piadosísimos para nuestro remedio! Padre eterno, que llegaron a ti los
clamores de la sangre de Abel, para vengarla, oye los que da la de tu Hijo
benditísimo para nuestra salud y remedio. Modera, Señor, los rigores de tu
justicia, pues tan superabundantemente la ha satisfecho tu misericordia con el
tesoro de la sangre de nuestro Salvador. Y pues tanto pueden para con tu piedad
las lágrimas, por las de tu mismo Hijo te pido que todas las almas merezcan ser
lavadas con su preciosa sangre, para que todas se salven, pues por todas se
derramó, intercediendo para ello María santísima, señora nuestra, por los
dolores que padeció al ver derramarla con tanta ignominia y a costa de tantos
tormentos. Amén
A
SU MUERTE SANTÍSIMA
Adoro,
alabo, bendigo y glorifico, Esposo florido de las almas, las angustias,
congojas y agonías que padeciste, y tu muerte tan amarga y dolorosa. ¡Oh muerte
que a la misma muerte venciste para darnos vida! ¡Oh muerto mío, muerto de
amor!, mátenos tu amor. Tu muerte sea penetrante saeta que a todos nos hiera y
traspase de amor y dolor. Cordero inocentísimo, sacrificado con el incendio de
tu amor por nuestra salud y remedio. Cordero mansísimo que quitas los pecados
del mundo, y que hiciste paces entre Dios y los hombres, haz que la memoria de
tu pasión y muerte se fije en nuestras almas y corazones para remedio de todos
nuestros males. Mueran con esa saludable medicina nuestros vicios:
desarráiguense las pasiones, y florezcan las virtudes, en imitación de las
tuyas, para que podamos gozar el soberano atributo de tu divina inmortalidad.
¡Oh Rey de todos los siglos! Vida eterna sin principio ni fin; vida
bienaventurada, gloriosa y llena de infinitos bienes. ¡Oh Señor!, pues tu amor
te obligó a humanarte y a hacerte pasible y mortal para darnos vida eterna, concédenos
que nuestras culpas no nos priven de tan inefable bien, por el acerbísimos
dolor que sintió tu tristísima y afligidísima Madre cuando te vio espirar entre
tantas angustias, congojas y penas. Amén.
OFRECIMIENTO
Ofrézcote, ¡oh Padre eterno!, la inmaculada hostia y más agradable sacrificio, a tu unigénito Hijo y redentor nuestro, Jesucristo, llagado, herido y muerto. Ofrézcote sus sacratísimos miembros, con todo lo que en ellos padeció, y la ardentísima caridad y fervoroso amor con que lo hizo por tu honra y gloria, y nuestro remedio. Aplácate, Señor, con el sacrificio de este mansísimo cordero, y con él recibe nuestras almas, corazones y afectos, y este ejercicio, que te ofrezco en unión de su dolorosa y amarga pasión y merecimientos infinitos; el que quisiera haber hecho con pura intención y encendido amor, a gloria eterna y alabanza de tu santísimo nombre. Dame, ¡oh Padre amantísimo!, por el suave, tierno y llagado corazón de tu amado Hijo, y por las angustias que sintió en el suyo su dolorosísima Madre, mi señora la Virgen María, que mis pensamientos siempre estén teñidos con la preciosa sangre de mi Redentor, con la continua memoria de su pasión santísima, la que te pido me embebas en mi alma y corazón, de tal manera que incesantemente me esté moviendo a dolorosa compasión, agradecimiento y amor, para que así merezca vivir y morir crucificado con tu mismo Hijo santísimo Jesucristo, que contigo y el Espíritu Santo vive y reina por todos los siglos de los siglos. Amén.
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