lunes, 22 de febrero de 2021

ADORACIONES AL SANTÍSIMO CUERPO DE CRISTO

 


MODO FÁCIL Y PROVECHOSO DE SALUDAR Y ADORAR LOS SACRATÍSIMOS MIEMBROS DE JESUCRISTO, SEÑOR NUESTRO, EN SU SANTÍSIMA PASIÓN

 

Compuesto por la Ven. Madre María Ana Águeda de San Ignacio

Año de 1791

 

ACTO DE CONTRICIÓN

¡Oh bondad sin término Dios inmenso, Padre amantísimo! Que por tu infinita misericordia no quieres la muerte del pecador, sino que se convierta y viva: yo, el más miserable e infeliz de todos, postrado a tus pies con la mayor humildad que puedo y debo, y con la confianza que tú mismo me das, recurro a tu infinita misericordia a pedirte perdón de mis enormes culpas. Pequé mi Dios, yo lo confieso delante de ti y de la santa Iglesia: no hay criatura más ingrata, infiel y desconocida que yo. Pequé, Padre amabilísimo, y mis pecados son innumerables; pero me acojo al mar insondable de tu piedad y abismo de tus misericordias. Pequé, pero ya me convierto a ti, tan arrepentido que quisiera no haber sido solo por no haberte ofendido. Pequé, pero me pesa sobre todo pesar, y quisiera juntar en mi corazón todos los dolores que han tenido y tendrán todas las criaturas, y convertirlos en dolor de mis pecados. ¡Oh si se deshicieran mis entrañas, huesos y corazón! Ojalá y llorara todo el mar convertido en sangre por mis ojos. ¡Oh Dios mío! ¡Quién pudiera tener infinito dolor de haberte ofendido, solo por ser quién eres! ¡Oh si pudiera deshacer mis culpas, y desaparecerlas a tus ojos, aunque me multiplicaras el castigo y doblaras las penas! pero esto que a mí me es imposible, tu inmensa bondad lo puede hacer, por la sangre de tu Unigénito, que es cordero que quita los pecados del mundo. Yo te presento su mansedumbre, su amor, sus llagas, dolores y muerte de cruz, poderosa a obrar maravillas, en satisfacción de mis pecados. Y por el mismo amabilísimo Jesús, salud y vida de las almas, te pido me concedas no volverte a ofender. Ya no más pecar: muera yo mil veces, y pase mil infiernos antes de que reincida en culpa alguna. ¡Oh gran Dios de las misericordias! No me niegues esta, por los llagados miembros de tu precioso Hijo, y los acerbísimos dolores de su purísima madre María santísima, mi señora. Amén.

 

 

ORACIÓN PREPARATORIA A LAS SALUTACIONES

Dios eterno y de infinita majestad: yo te adoro, alabo y glorifico por el admirable consejo de tu sabiduría, que por todas partes reboza amor, beneficencia y misericordia, tomando carne humana para redimirnos a costa de tantos tormentos que en ella padeciste. ¡Oh Padre eterno y Señor mío! Recibe la satisfacción que por nosotros te ofrece tú mismo Hijo y Señor nuestro; míranos con ojos de misericordia, por su preciosísima sangre y por el corazón afligido de su santísima Madre. ¡Oh dulcísimo Jesús, redentor amante nuestro! Que con tan encendida caridad admitiste la obediencia de tu eterno Padre para padecer y morir por nuestro remedio. Por el martirio que te atormentó todo el tiempo de tu vida con el ardentísimo deseo de que llegara aquella hora de entregarte a tus enemigos para darnos vida con tu muerte, te suplico, en nombre de tu dolorosísima Madre, nos concedas que todos nos aprovechemos de tu santísima pasión, que seamos frutos de ella, y que vivamos embriagados y teñidos en tu preciosísima sangre. Amén.

 

 

ADORACIÓN A SU SANTÍSIMA CABEZA

Adórote, alábote y glorifícote sacratísima y venerable cabeza de mi amabilísimo Jesús, coronada y llagada con tan agudas y penetrantes espinas, que te hicieron brotar fuentes de sangre para limpiar el cuerpo místico de la Iglesia, tu amada esposa: yo en su nombre postrado te confieso por Dios y hombre verdadero, señor universal y rey supremo de todas las criaturas. ¡Oh Dios mío! Manda, gobierna y reina como señor absoluto en todas las voluntades, que yo deseo consagrártelas todas, y te encomiendo al sumo Pontífice, a nuestro Rey, y a todos los que son cabezas en el estado eclesiástico y secular, para que en todo acierten a obedecerte en sus gobiernos. Ofrézcote mi cabeza, con vivísimos deseos de que pases a ella esas punzantes espinas; ponlas, mi Bien, sobre mis ojos y sobre mi corazón. ¡Oh amado Jesús mío! Yo te pido que a todas tus criaturas les des santos pensamientos, por tus agudos dolores y los que en este paso sintió tu santísima Madre, mi señora la Virgen María. Amén.

Aquí se reza un Padre Nuestro y un Credo: y lo mismo se hará en cada salutación

 

 

A SUS SANTÍSIMOS OÍDOS

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, amabilísimo Bien mío, tus divinos oídos, dignísimos de oír infinitas alabanzas y adoraciones; más por nuestro amor, ¡qué lastimados y heridos con blasfemias, injurias, descortesías y agravios! ¡Oh santísimo Señor y Dios mío! Yo adoro de tu ser divino la santidad infinita y tu inmensa benignidad, y te ofrezco quintas alabanzas te han dado y darán por toda la eternidad los ángeles y los hombres. Deseo enamorar tus santísimos oídos, y en cada momento decirte infinitos loores. ¡Oh Padre eterno! Yo te rindo las gracias del recurso que nos diste por medio de tu unigénito Hijo para darnos audiencia y despachar nuestras peticiones. Oye Señor y Dios mío los alegatos de nuestro abogado Jesús y los clamores de su preciosa sangre, por los cuales te pido atiendas a los de la santa Iglesia, que continuamente te ruega por la conversión de los infieles y herejes, y reducción de los pecadores. Encomiéndote, ¡Oh mi Jesús benignísimo!, a todos los confesores, y te suplico les des gracia para encaminar las almas a la vida eterna, y santa libertad para desengañar a los que no llegan a sus pies con la debida disposición; y por lo que atormentaron a tu santísima Madre las injurias que padecieron tus divinos oídos, te suplico cierres los nuestros para que no oigamos las voces de nuestros enemigos, Demonio, mundo y carne, y los tengamos atentos para oír tus santas inspiraciones y llamamientos. Amén.

 

 

A SUS SANTÍSIMOS OJOS

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, Dueño amoroso de mi alma, tus hermosísimos ojos, lumbreras divinas y saetas amorosas que traspasan los corazones. Saludo tu ser divino, que es luz increada, luz criadora, lumbre que alumbra, fuego que abrasa. ¡Oh luz de luz, Dios iluminador! Destierra las tinieblas que ocasionan las culpas en las almas, por el amor con que dejaste nublar las lumbreras de tus bellísimos ojos a fuerza de los tormentos de tu pasión. Encomiéndote, amado Dueño mío, a todos tus sacerdotes, guárdalos, Señor, como a las pupilas de tus ojos; y pues los pusiste por luz del mundo, haz que resplandezcan con santas obras para la común edificación de todos los fieles. Yo te ofrezco mis ojos, que sólo quiero tener para verte; y te suplico, por los columbinos ojos de tu santísima Madre, y por el dolor que sintió viendo los tuyos hinchados, ensangrentados, y casi ciegos del polvo y lágrimas, que apartes los nuestros para que no vean las vanidades del mundo, ni las faltas de nuestros prójimos. Amén.

 

 

A SU SACRATÍSIMA BOCA

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, suavísimo Dueño de mi alma, tus hermosísimos labios y lengua dulcísima. ¡Oh boca divina! Manifestadora de la verdad, de que diste testimonio y confundiste la ignorancia. Yo adoro tu sabiduría infinita y tu verdad eterna, Dios verdadero de Dios verdadero, fiel en tus promesas y palabras. Yo venero y saludo tu admirable doctrina y las suavísimas palabras que salieron de tu sagrada boca, con incomparable fuego de ardentísima caridad para encender las almas y abrasar los corazones, derramando copiosa luz divina con qué alumbrar y enseñar nuestra ignorancia. Tus palabras son vida y sustento. ¡Oh Señor! Dispón los corazones para que reciban dignamente tan fructuoso grano. Te encomiendo, mi Dios, a todos los predicadores, comunícales tu espíritu y celo divino para que en bien de las almas sepan sembrar en ellas tu doctrina. Por la amarga hiel que gustaste yo te ofrezco mi boca, y te pido nos participes tus amarguras, librándonos a todos del vicio de la gula, y que guardes nuestras lenguas de todas las palabras que te desagradan, concediéndonos el santo silencio, por el dolor que sintió tu purísima Madre al ver tu sacrosanta boca bañada en sangre y llena de amarguras. Amén.

 

 

A SU ROSTRO SANTÍSIMO

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, Jesús amado mío, tu bellísimo rostro, cuyas mejillas blancas y coloradas son cuadros de hermosas flores. ¡Oh escogido entre millares, y hermoso entre todos los hijos de los hombres! ¿Quién afeó tu belleza, hiriendo, acardenalando y obscureciendo tu hermosísimo rostro? Yo adoro y saludo de tu ser divino la incomprehensible hermosura, que tiene admirados y suspensos a los cortesanos del cielo, ardiendo los serafines por verte. ¡O, qué pasmo, qué asombro es mirar ese graciosísimo rostro, que reverbera divinidad, escupido, abofeteado y afeado! ¡Oh Amor! Amor hermoso, ¿cómo estás más para enamorar, cuando más afeado, por comunicar tu belleza a tu esposa, la santa Iglesia? Estampa, pues, ¡Oh dulcísimo Esposo de mi alma!, en ella, y en todas, tu hermosísimo rostro. Encomiéndote a todos los que padecen afrentas por tu amor, y te ofrezco mi rostro preparado para padecer todas las que fueres servido. No permitas, Señor, que se afrenten los hombres de servirte, por el dolor que sintió tu afligidísima Madre viendo eclipsada la resplandeciente hermosura de tu divino rostro. Amén.

 

 

A SU SANTÍSIMO CUELLO

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, deseable y amable Jesús mío, tu santísimo cuello, abrumado con la cadena de mis culpas, ahogado y fatigado con la soga que tejieron mis iniquidades. ¡Oh dulcísimo Bien de mi alma!, enlázanos con las prisiones de tu amor, apriétanos y únenos a ti, desasiéndonos de nosotros mismos para que seamos del todo tuyos. Yo adoro tu santidad infinita. ¡Oh santo, santo, y tres mil veces santísimo, altísimo Señor y Dios mío! ¡Oh quién pudiera dignamente ensalzar, venerar y adorar tu santidad! Suplícote, Señor mío, por tu misma santidad, y por la afrenta que sufrió tu inocentísima humanidad con la soga y cadena que oprimió tu garganta divina, que nos concedas a todos los cristianos el que recibamos dignamente el augustísimo sacramento de tu cuerpo y sangre, lazo que une las almas y las estrecha en vínculo de amor. Dame también, que enamoradas de este divino manjar, le frecuenten fervorosas, por las angustias y congojas que sintió tu dolorosísima Madre al verte encadenado y casi ahogado en poder de tus crueles enemigos. Amén.

 

 

A SUS SANTÍSIMOS HOMBROS

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, amado Bien infinito de mi alma, tus hermosísimos hombros, lastimados, llagados y quebrantados con el peso de la cruz, que daba con tu venerable persona en tierra, oprimiendo y renovando tus santísimas llagas. ¡Oh Amor dulcísimo de mi alma, centro de mi corazón, imán de mis afectos y única esperanza mía! ¿Cómo no dejas la cruz, ni permites que caiga ésta cayendo tú en tierra? Sin duda que es por enseñarnos, ¡o, sapientísimo Maestro!, cómo hemos de amar los trabajos y abrazar la cruz, que es la llave que abre el cielo. Yo alabo y saludo tu fortaleza infinita, ¡o, fortísimo Señor!, que, padeciendo como verdadero hombre, les das a las penas infinito valor como verdadero Dios. Suplícote nos comuniques tu fortaleza para vencer y resistir a la flaca naturaleza y a las tentaciones del enemigo. No nos dejes caer en ellas, ¡oh benignísimo Jesús!, sino haz que asidos de tu cruz caminemos siguiendo las huellas que estampaste con tu preciosa sangre, por el agudísimo dolor que sintió tu purísima Madre cuando te encontró afrentado, desfallecido y derramando sangre entre el tropel de tantos enemigos que te atormentaban. Amén.

 

 

A SUS SANTÍSIMOS BRAZOS

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, Jesús mío, tus amabilísimos y regalados brazos, apretados, afligidos y lastimados con los cordeles con que inhumanamente fueron aprisionados, oprimiendo tus santísimas manos hasta reventar en sangre, y con indecible dolor extendidos en la cruz, desuniendo tus sacratísimos huesos. ¡Oh Amor suavísimo de mi alma! ¿Qué podré yo hacer en alabanza tuya? ¡Oh si fuera capaz de desagraviarte!, saludo y reverencio, Dios mío, tu infinito poder, la unidad de tu esencia en trinidad de personas, y la unión de la naturaleza divina con la humana. El silencio humilde te confiese, Dueño y Señor mío, y alabe tu poder, que más y más manifiestas en tus dolorosas prisiones, entre las que pongo, ¡oh Amante divino!, todos nuestros corazones, deseando que los aprisiones con tu encendido amor. Suplícote, Señor omnipotente, nos comuniques la unión de la caridad fraterna, para que todos nos amemos en ti y como tú quieres. Ata, Señor, nuestras manos para no obrar mal, y desátalas para el bien, por lo mucho que lastimaron y oprimieron el dulcísimo corazón de tu amantísima Madre tus rigurosísimas y muy crueles prisiones. Amén.

 

 

A SUS SANTÍSIMAS MANOS

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, amado Dueño y Señor mío, tus delicadas y hermosas manos, inhumanamente traspasadas con duros y crueles clavos, brotando copiosas fuentes de sangre con que apagar la sed de tus siervos. ¡Oh manos obradoras de maravillas! De estas, la que más ensalzo y engrandezco entre todas es la de que, poniendo tu eterno Padre en tus manos todas las cosas, las derramas y comunicas con inmensa liberalidad a tus criaturas. Por los taladros que en ellas hicieron los clavos, traspasa, ¡oh divino Bienhechor!, con ellos nuestros corazones, llagándonos con tus llagas y crucificándonos contigo. Yo adoro y saludo tu infinita liberalidad, ¡oh Dios difusivo y comunicativo!, que derramando tan francamente tus dones en tus criaturas, aún no se satisfizo tu amor hasta comunicar el insondable e inmenso mar de tu divinidad. Bendígate los cortesanos del cielo, y las criaturas todas te demos gracias alabando tu infinita liberalidad y magnificencia. Encomiéndote, ¡oh mi Dios benignísimo!, en la llaga de tu mano diestra, todas las almas que poseen el tesoro de tu gracia, y te suplico no permitas que la pierdan. ¡Oh Bien mío!, primero perder mil vidas que tu amistad. Y por la llaga de tu mano siniestra te pido la conversión de todos los que están en pecado mortal. Ea, Señor, aquí de tu misericordia: dales luz para que conozcan su imponderable desdicha; haz que con verdadero dolor se vuelvan a ti, que tienes las manos abiertas en la cruz para franquearles el perdón. Así lo espero por el indecible dolor que sintió tu afligida Madre al oír los golpes del martillo con que clavaron tus benditas manos. Amén.

 

 

A SU SANTÍSIMO PECHO

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, Jesús amantísimo, tu noble y divino pecho, descanso, reposo y regalo de los justos, donde, como en el lecho florido, duermen el suavísimo sueño de la contemplación. Yo te doy infinitas gracias, porque acariciando blanda y dulcemente a tus amantes y castas vírgenes, escogiste para ti los tormentos y dolores, teniendo tu divino pecho lastimado, llagado y acardenalado. ¡Oh Amador ardentísimo!, ensalzo y adoro tu ser divino y la bienaventuranza infinita con que te gozas y contemplas tus inmensas perfecciones. Gózome, Verbo divino, de que estés en el seno de tu eterno Padre como su amantísimo Hijo en quien tiene su complacencia. Encomiéndote, dulcísimo Jesús mío, a todas las almas justas que se emplean en contemplarte; defiéndelas, Amado mío, de los lazos y astucias del enemigo: adórnalas con el hermoso atavío de las virtudes, y haz que crezcan más y más en el ejercicio de ellas, por el dolor que sintió tu santísima Madre al ver tu divino pecho tan maltratado y herido. Amén.

 

 

A SU SANTÍSIMO COSTADO ABIERTO

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, ¡oh amantísimo Jesús mío!, la sacratísima llaga de tu costado, rosa florida, fragrante y hermosa, que en sí encierra la frescura y gracia de todas las flores: purísimo manantial de todos los bienes, puerta patente y entrada segura a tu suavísimo y amabilísimo corazón. Yo te adoro, Bien mío, en nombre de todas las criaturas angélicas y humanas, y engrandezco tu inmensa bondad, que tan liberal y copiosamente nos comunicas y manifiestas por la rotura de tu divino costado. Suplícote, por la preciosísima sangre y agua que brotó de esta fuente perenne de infinitos bienes, que todas las almas logren ser lavadas con las aguas del santo bautismo y blanqueadas sus estolas para conseguir el entrar por esta puerta, que nos abrió más el dardo de tu amor, que el hierro de la lanza, a gozar de tu vista clara en la posesión eterna de la gloria, por el agudísimo dolor que traspasó el sagrado corazón de tu santísima Madre cuando vio partir tu divino pecho al inhumano rigor de una lanza. Amén.

 

 

A SU DULCÍSIMO CORAZÓN

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, ¡o, suavísimo Jesús!, tu dulce, amante y excelso corazón, arca de los tesoros divinos, retrete y centro de los amores, sagrada bodega de aromático vino que embriaga a tus amadores, jardín ameno de delicias, recreo apacible de las almas, asilo seguro de los pecadores, inmenso piélago de ardentísimo fuego, que ni la tempestad de trabajos, ni la tormenta de tribulaciones, ni el diluvio de injurias pudieron menoscabar un solo punto. ¡Oh amantísimo y sagrado corazón de mi Jesús!, yo adoro el abismo infinito de caridad que en ti hace asiento, y por ti se nos comunica. ¡Oh mi Redentor y único bien!, si viniste al mundo a derramar fuego de la fragua de tu divino corazón en los nuestros, y no quieres otra cosa, sino que se enciendan, haz que ardan y se abrasen nuestras almas en esa divina llama de amor. Y pues siendo tu corazón, ¡oh Dueño amorosísimo de mi alma!, él lleno de todos los bienes, quisiste por nuestro amor tenerlo angustiado, entristecido y cercado de penas; ten por bien que nuestros corazones te hagan compañía en ellas. Yo te encomiendo, amado Bien mío, a todas tus esposas, para que hagas que no tengan otro empleo que estar embebidas y embriagadas en tu amor: enciérralas en tu divino corazón, y abrásalas con el incendio que en él arde. ¡Oh quién pudiera mi Dios y Señor, enamorarlas de ti, de suerte que solo en ti pensaran, de ti solo se acordaran, de ti solo hablaran, por ti solo obraran, y fuera de ti ninguna cosa amara! Concédemelo, poderosísimo Señor, por tu infinita caridad, y por el ardentísimo fuego de amor que ardía en el tiernísimo, amante y dolorido corazón de tu santísima Madre, nuestra señora, la Virgen María, por cuyas misericordiosas manos te ofrezco mi corazón y todos cuantos ha habido, hay y habrá hasta el fin del mundo, deseando que todos te sean amantes, fieles y agradecidos. Amén.

 

 

A SUS SANTÍSIMAS ESPALDAS

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, dulcísimo Jesús mío, tus benditas espaldas, llagadas, descarnadas y destrozadas por nuestro amor, el que te obligó a cargar en ellas y recibir el castigo que merecían nuestros pecados, cuya correspondencia, ¡o, Amor amabilísimo!, ha sido en nosotros como de criaturas infieles e ingratas, pues hemos fabricado y prolongado nuestra iniquidad sobre tus divinas espaldas; y tú, Dueño y Señor amoroso, nos muestras por sus heridas y llagas las entrañas de tu inefable clemencia y piedad para que nos acojamos a ella, y nos libremos de la severidad de la divina justicia, que tan merecida tenemos. Yo la respeto y venero, y te suplico rendidamente te dignes de templarla a vista de tus llagas y dolores, por los cuáles te pido nos des una verdadera contrición de nuestras culpas y un perfecto aborrecimiento de ellas. ¡Oh Dios y Señor mío, cuánto me pesa haberte ofendido! Quisiera que mi corazón se deshiciera de dolor, y que deshecho en infinitos pedazos, cada uno tuviera infinito dolor. Pésame, Señor, con todo mi corazón de todas mis culpas y de las de todo el mundo. ¡Oh quién pudiera Bien mío, borrarlas todas, y convertirlas en actos perfectísimos de amor tuyo, y de obras santas y agradables a tus ojos! Haz, Señor, que los nuestros se deshagan en llanto, y que no cesemos de // llorar la causa de tus penas. Yo te ofrezco mis espaldas, y quisiera, a ser posible, recibir en ellas todos los azotes que merezco. Encomiéndote las almas penitentes y arrepentidas; ayúdalas, Señor y Dueño mío, para que perseveren y no vuelvan atrás. También escondo en tus entrañas divinas a todas las criaturas pequeñitas, para que en ellas se críen piadosas y amantes, y no vean los malos ejemplos de los mayores: lo cual te ruego por el indecible dolor que padeció tu afligidísima Madre cuando te vio despedazado, desangrado y desmayado al cruelísimo rigor de los azotes. Amén

 

 

A SUS SANTÍSIMAS RODILLAS

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, Amado mío, tus divinas rodillas, que tantas veces hincaste en la tierra para orar a tu eterno Padre, y en las caídas que diste en tu santísima pasión fueron lastimadas y llagadas. Yo saludo tus dolores y fatigas, ¡oh Amador fortísimo!, y engrandezco de tu divino ser el atributo de la inmutabilidad y serenidad. ¡Oh excelsa y suprema Majestad!, concédenos, piadosísimo Señor, que nos mudemos de malos en buenos, que tengamos estabilidad y firmeza en la fe santa y en los buenos propósitos. Encomiéndote a todas las religiones, y te suplico, Dueño y Señor de las virtudes, que las conserves en aquella exacta observancia en que con tu espíritu las fundaron sus patriarcas: no caigan, Bien mío, de aquella hermosura y esplendor primitivo que tuvieron en sus principios, por las caídas que diste con la cruz, y levanta lo que en ellas hubiere caído, por medio de prelados santos y fervorosos, por el dolor que sintió tu santísima Madre viéndote arrodillado y caído con el grave peso de la cruz. Amén.

 

 

A SUS SANTÍSIMOS PIES

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, mi Jesús deseadísimo, tus santísimos pies y todos los pasos que amorosamente diste en el discurso de tu vida, en solicitud y busca de la oveja perdida, y siento en mi corazón el gravísimo dolor y tormento que en ellos padeciste cuando te los clavaron a golpes de martillo en el sacrosanto madero de la cruz, estirando con inhumana fuerza tu santísimo cuerpo, hasta desencajar tus huesos. ¡Oh pacientísimo y mansísimo Jesús!, yo te pido por la acerbidad de penas que toleraste en este martirio, que unas a la santa Iglesia a todos los que están fuera de su gremio. Convierte, Amado mío, a todos los infieles y herejes, y haz que te conozcan y se dejen hallar de tu amoroso cuidado, para cuyo fin, confiadamente postrado a tus divinos pies, espero me concedas la merced de que tu amorosa providencia envíe a todas las partes del mundo, en que reina la infidelidad y herejía, celosos varones apostólicos que promulguen la doctrina de tu santo Evangelio, y seas de todos los hombres venerado, conocido y adorado. ¡Oh Dios mío!, puesto que con tu inmensidad, cuyo soberano atributo saludo rendidamente, lo llenas todo, no permitas que haya lugar en que esté desconocido tu amabilísimo nombre: dilátalo, Señor, dilátalo; y pues tú mismo nos enseñas el camino que hemos de seguir, te suplico nos asistas y nos guíes por las sendas que nos dejaste señaladas para conducirnos a gozar de tu hermosa vista, mediante la intercesión poderosa de tu santísima madre María, señora nuestra, y por el amargo dolor que sintió al ver tu sacratísimo cuerpo estirado, desunido y pendiente con los clavos en la cruz. Amén.

 

 

A SU SANTÍSIMA SANGRE Y LÁGRIMAS

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, Dueño amorosísimo de mi alma, tu preciosísima sangre, mar rojo en que ahogaste a todos nuestros enemigos; precio que diste por nuestro rescate; lavatorio que quita nuestras manchas; bebida que satisface; rocío que apaga los vicios y fecunda las almas de virtudes. ¡Oh sangre de mi Redentor, de precio y valor infinito, derramada y conculcada por nuestro amor! ¡Oh dolor! Yo te adoro, alabo y venero con todos los afectos de mi alma, que quisiera fueran infinitos, y que cada uno valiera por infinitos coros de serafines para amar, engrandecer, ensalzar y agradecer el infinito mar de tus misericordias. ¡Oh Dios y Hombre verdadero!, ¡cómo resplandece tu bondad en esta sangre derramada con tantos dolores y afrentas, y en las lágrimas que vertieron tus ojos piadosísimos para nuestro remedio! Padre eterno, que llegaron a ti los clamores de la sangre de Abel, para vengarla, oye los que da la de tu Hijo benditísimo para nuestra salud y remedio. Modera, Señor, los rigores de tu justicia, pues tan superabundantemente la ha satisfecho tu misericordia con el tesoro de la sangre de nuestro Salvador. Y pues tanto pueden para con tu piedad las lágrimas, por las de tu mismo Hijo te pido que todas las almas merezcan ser lavadas con su preciosa sangre, para que todas se salven, pues por todas se derramó, intercediendo para ello María santísima, señora nuestra, por los dolores que padeció al ver derramarla con tanta ignominia y a costa de tantos tormentos. Amén

 

 

A SU MUERTE SANTÍSIMA

Adoro, alabo, bendigo y glorifico, Esposo florido de las almas, las angustias, congojas y agonías que padeciste, y tu muerte tan amarga y dolorosa. ¡Oh muerte que a la misma muerte venciste para darnos vida! ¡Oh muerto mío, muerto de amor!, mátenos tu amor. Tu muerte sea penetrante saeta que a todos nos hiera y traspase de amor y dolor. Cordero inocentísimo, sacrificado con el incendio de tu amor por nuestra salud y remedio. Cordero mansísimo que quitas los pecados del mundo, y que hiciste paces entre Dios y los hombres, haz que la memoria de tu pasión y muerte se fije en nuestras almas y corazones para remedio de todos nuestros males. Mueran con esa saludable medicina nuestros vicios: desarráiguense las pasiones, y florezcan las virtudes, en imitación de las tuyas, para que podamos gozar el soberano atributo de tu divina inmortalidad. ¡Oh Rey de todos los siglos! Vida eterna sin principio ni fin; vida bienaventurada, gloriosa y llena de infinitos bienes. ¡Oh Señor!, pues tu amor te obligó a humanarte y a hacerte pasible y mortal para darnos vida eterna, concédenos que nuestras culpas no nos priven de tan inefable bien, por el acerbísimos dolor que sintió tu tristísima y afligidísima Madre cuando te vio espirar entre tantas angustias, congojas y penas. Amén.

 

 

OFRECIMIENTO

Ofrézcote, ¡oh Padre eterno!, la inmaculada hostia y más agradable sacrificio, a tu unigénito Hijo y redentor nuestro, Jesucristo, llagado, herido y muerto. Ofrézcote sus sacratísimos miembros, con todo lo que en ellos padeció, y la ardentísima caridad y fervoroso amor con que lo hizo por tu honra y gloria, y nuestro remedio. Aplácate, Señor, con el sacrificio de este mansísimo cordero, y con él recibe nuestras almas, corazones y afectos, y este ejercicio, que te ofrezco en unión de su dolorosa y amarga pasión y merecimientos infinitos; el que quisiera haber hecho con pura intención y encendido amor, a gloria eterna y alabanza de tu santísimo nombre. Dame, ¡oh Padre amantísimo!, por el suave, tierno y llagado corazón de tu amado Hijo, y por las angustias que sintió en el suyo su dolorosísima Madre, mi señora la Virgen María, que mis pensamientos siempre estén teñidos con la preciosa sangre de mi Redentor, con la continua memoria de su pasión santísima, la que te pido me embebas en mi alma y corazón, de tal manera que incesantemente me esté moviendo a dolorosa compasión, agradecimiento y amor, para que así merezca vivir y morir crucificado con tu mismo Hijo santísimo Jesucristo, que contigo y el Espíritu Santo vive y reina por todos los siglos de los siglos. Amén.

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