lunes, 30 de noviembre de 2020

ADORACIONES DE ADVIENTO

 


ADVIENTO

ADORACIONES Y ORACIONES

ESCRITAS POR SOR ESPERANZA PUJOL

 

BARCELONA. 1863

 

El Exmo. é llmo. Sr. D. Antonio María Claret, arzobispo de Trajanópolis, y el llmo. y Rmo. Sr. D. Pedro Espinosa, arzobispo de Guadalajara, en Méjico, concedieron 80 días de indulgencia cada uno, por cada adoración y oración que se rece de las contenidas en este librito: rogando a Dios por la exaltación de la santa Fe, destrucción de las herejías, etc.

 

 

DÉCIMAS

Entre ansias y amores

Diviso una Virgen Madre

Allá con el Eterno Padre,

Pidiendo altos favores

Con su vista de candores:

Se remonta a lomas grande,

Desprende un bello Infante

Del trono de los ardores;

Encendida en caridad.

Lo da a los pecadores.

 

Oigo felices anuncios

De caridad y amor,

Pues el Hijo del Eterno

Viene por ser Redentor:

Rendidle todo el amor

Con mil adoraciones,

Y antes de su venida

Ofrecedle ricos dones:

Se presenta como a Niño

Por conquistar corazones.

 

 

ADORACIONES

Oh Dios, todo caridad y amor para con vuestras criaturas: yo la más indigna de todas ellas vengo a vuestra divina presencia a pediros una mirada de misericordia, la contrición y el perdón de mis pecados; para que purificada de todo lo que os disgusta, pueda juntarme con la purísima virgen María y con los santos Ángeles que están a su alrededor. Dios mío, os ofrezco todos mis afectos y adoraciones, y uno mis deseos con los de vuestra ansiosa Madre, y con los de aquellos santos Padres que con tantas ansias esperaban vuestra venida, y también con las de todas las almas justas que en este tiempo de Adviento os ofrecen sus corazones con más fervor. ¡Oh divino Infante mío! aunque oculto y encerrado en el purísimo claustro de vuestra enamorada Madre, os ofrezco cincuenta adoraciones, las que desearía fuesen salidas de un corazón todo fuego y pureza. Infante enamorado de mi alma, deseo manifestaros las ansias vivísimas que tengo de vuestra venida, y con mis adoraciones, deseos y fervor pretendo no dejaros sentir las frialdades y desamor de tantos ingratos, que no quieren reconoceros ni adoraros. Yo con todo el respeto y la pureza posible os adoraré por todos ellos, ofreciéndoos otras tantas veces mi corazón: dignaos aceptarlo, Infante mío, por vuestro amor.

 

 

Antes de los siglos. R/: Yo os adoro, o divino Infante, y os ofrezco mi corazón.

En la determinación que Dios Padre hizo de enviaros por nuestra salvación.

Por la voluntad con que aceptasteis el oficio de Redentor.

Porque descendisteis del cielo por amor a los hombres.

Porque en vuestra encarnación os hicisteis niño.

Porque por el tiempo de nueve meses habéis querido encerraros en el seno de una Virgen.

Porque os habéis escogido una Madre Virgen.

Porque habéis tomado nuestra naturaleza para darnos a conocer vuestro amor.

Porque venís a pedir nuestro amor sin reserva.

Porque nos obligáis á amaros con precepto.

 

Gloria Patri…

 

Porque habéis querido nacer con tanta pobreza.  R/: Yo os adoro, o divino Infante, y os ofrezco mi corazón.

Porque venís a enseñarnos las virtudes.

Porque os manifestáis al mundo como el más embelesador de todos los infantes.

Porque queréis tomar vuestro reposo en las almas puras.

Porque venís a encender los corazones con vuestro amor.

Porque os habéis hecho nuestro hermano.

Porque habéis querido habitar con vuestras criaturas.

Porque habéis tomado la forma de siervo.

Porque con tantas pruebas nos manifestáis vuestro amor.

Porque nos habéis dado un corazón capaz de amaros.

 

Gloria Patri…

 

Porque venís á manifestamos los caminos rectos de la verdad. R/: Yo os adoro, o divino Infante, y os ofrezco mi corazón.

Porque venís a perdonar pecados.

Porque venís a reconciliarnos con vuestro Padre.

Porque venís a destruir el pecado y la muerte.

Porque con vuestra venida nos sacáis de hijos de desgracia y nos eleváis a la dignidad de hijos de Dios.

Porque habéis querido redimirnos con vuestra preciosísima sangre, y alimentarnos con vuestra purísima carne.  

Porque os habéis quedado por nuestro amigo y compañero en el santísimo Sacramento.

Porque habéis instituido los santos Sacramentos.

Porque habéis venido a abrimos las puertas del cielo.

Porque queréis ser llamado el Esposo de las vírgenes.

 

Gloria Patri…

 

Porque nos habéis criado para vuestra gloria. R/: Yo os adoro, o divino Infante, y os ofrezco mi corazón.

Porque nos dais luz para conoceros.

Porque nos franqueáis vuestro amor.

Porque os dejáis amar de vuestras criaturas.

Porque queréis ser dueño de los corazones.

Porque nos enriquecéis con tantas gracias.

Porque venís a rescatarnos con vuestra sangre, trabajos y muerte.

Porque nos habéis criado a vuestra imagen y semejanza.

Porque con vuestra venida habéis disipado todas las tinieblas y errores.

Por los deseos grandes que la santísima Virgen tenia de redimir a los hombres.

 

Gloria Patri…

 

Por las adoraciones puras que la santísima Virgen os dirigió desde el primer instante de su purísimo ser. R/: Yo os adoro, o divino Infante, y os ofrezco mi corazón.

Por las que os dirigió el día de vuestra Encarnación, cuando la tomasteis por Madre.

Por las que os dirigió mientras estuvisteis encerrado en su purísimo seno.

Por las que os dirigió a los ocho días antes de vuestro nacimiento.

Por las ansias vivísimas que tenia de veros con sus purísimos ojos.

Por el amor grande con que esperaba reclinaros en su purísimo seno.

Por las vivísimas ansias con que esperaba vuestra venida.

Por las adoraciones puras y reales que os dirigió el día de vuestro nacimiento.

Por la alegría que tuvo al vero adorado de tantos ángeles.

Por el placer puro que experimentó cuando os alimento con su purísima leche.

 

Gloria Patri…

 

Os doy gracias, divino Infante, porque me habéis admitido en este feliz rato a tributaros mis adoraciones; os ofrezco con ellas todo mi corazón y amor con mil voluntades y deseos de que nazcáis y habitéis siempre más en mi corazón. Al mismo tiempo deseo unir estas adoraciones con las de todos los espíritus bien aventurados, para que adorando con toda pureza vuestra infancia, y siguiendo vuestra vida y ejemplos, pueda ir a gozaros en la mansión feliz de la gloria, donde pueda adoraros eternamente. Amen.


VISITA DOMICILIARIA DE LA MEDALLA MILAGROSA

 


VISITA DOMICILIARIA DE LA MEDALLA MILAGROSA

 

 

RECIBIMIENTO DE LA IMAGEN

Ha llegado para nosotros ¡Oh dulce y tierna Madre! El momento feliz de veros en nuestra casa. Ya tenemos la suerte de contaros entre los miembros de nuestra familia. Nuestro corazón salta de regocijo al recibir vuestra visita, ¡Oh Madre del Amor Hermoso y de la Santa Esperanza! ¿De dónde a nosotros tanto fervor? ¿Quién os ha movido, celestial Señora a conceder esta gracia a una familia tan pobre, miserable y pecadora como esta? ¡Ah! lo sabemos vuestra gran bondad el deseo que tenéis de bendecidnos y de caldear nuestros pechos con esos rayos de amor que brotan de vuestras manos. Venís con los brazos abiertos para recibir en ellos a estos vuestros ingratos hijos. Venís para endulzar nuestros pesares y compartir nuestras tristezas. Venís para vivir entre nosotros como en otro tiempo al lado de vuestra prima Isabel y colmarnos de celestiales favores. Gracias Virgen Milagrosa por tanta bondad. Esta familia no acierta a manifestaros su agradecimiento, pero os da su bienvenida y os recibe llena de filial cariño. De este momento Vos seréis la Señora de la casa y todos nos juzgaremos dichosos a vuestro lado. Miradnos como cosa vuestra, y no permitáis que nos separemos de vuestra obediencia y de vuestro amor.

 

¡Oh María, sin pecado concebidaRogad por nosotros, que recurrimos a Vos.

 

 

DESPEDIDA DE LA IMAGEN

¡Oh cariñosa Madre! Ha llegado la hora de vuestra marcha, y nuestros corazones se ven precisados a daros la despedida llenos de pena y sentimiento, ¡Que feliz día hemos pasado a vuestro lado! Que tristeza para nosotros veros salir de nuestra casa, que vacío dejáis en esta pobre familia. Adiós querida Madre, pero no os retiréis sin bendecidnos, no os olvidéis de que os amamos mucho y esperamos impacientes el momento de hospedaros otra vez. Mientras tanto, os acompañarán nuestros corazones. Gracias por la dignación que habéis tenido en visitarnos y por los beneficios que inmerecidamente nos dispensa vuestro amor. Tened el velo de vuestra misericordia sobre las desatenciones que con Vos hemos tenido, las cuales no provienen, bien lo sabéis, de mala voluntad, sino de nuestra fragilidad y de nuestra ignorancia. Caiga de vuestros ojos una mirada de compasiva bondad sobre nuestras almas, mientras los nuestros se alzan a Vos en actitud suplicante, implorando vuestro favor para amaros en el tiempo y veros en la eternidad. Amen.

 

 

¡Oh María, sin pecado concebida! Rogad por nosotros, que recurrimos a Vos.

 

 


VISITA DOMICILIARIA DE LA SAGRADA FAMILIA


VISITA MENSUAL DOMICILIARIA DE LA SAGRADA FAMILIA

 

Madrid. 1914

 

 

RECIBIMIENTO

Colocadas las sagradas imágenes en sitio conveniente, puesta de rodillas toda la familia y hecha la señal de la cruz, se recitará con el mayor fervor posible las siguientes preces:

 

FORMULA DE CONSAGRACIÓN DE LAS FAMILIAS

PRESCRITA POR LEÓN XIII

¡Oh Jesús, Redentor nuestro amabilísimo! que viniendo del cielo para ilustrar al mundo con la doctrina y el ejemplo, quisiste pasar la mayor parte de tu vida mortal en la humilde casa de Nazaret, sujeto a María y José, y consagraste aquella familia que había de ser en adelante el modelo de todas las familias cristianas; recibe benigno esta familia que ahora se entrega toda a Ti Protégela y guárdala, y confirma en ella tu santo temor, juntamente con la paz y concordia de caridad cristiana, para que se haga semejante al divino ejemplar de tu Familia todos cuanto la componen, logremos la eterna bienaventuranza.

 

¡Oh amantísima María, Madre de Jesús y Madre nuestra! haz por tu piedad y clemencia que Jesús acepte nuestra consagración, y nos conceda sus beneficios y bendiciones.

 

¡Oh Jesús, custodio santísimo de José y María! Socórrenos con tu intercesión en todas las necesidades del alma y del cuerpo, para que juntamente contigo y la Santísima Virgen María podamos dar eternas alabanzas y gracias a Jesucristo, nuestro divino Redentor. Amen.

Tres Padre nuestros, tres Ave Marías y tres Glorias

 

ORACIÓN

¡Oh Sagrada familia de Nazaret! Vednos aquí postrados humildemente a vuestros pies. Bienvenidos seáis a esta nuestra casa, oh Jesús, María y José. Deseamos manifestar nuestro amor e implorar vuestro poderoso patrocinio. Os reconocemos y confesamos por la familia más santa, más augusta y más poderosa que jamás ha visto ni vera la tierra hasta la consumación de los siglos: el modelo incomparable y perfecto de todas las familias del orbe. Os pedimos Santos Protectores nuestros, echéis una mirada de piedad sobre todos los que constituimos la familia de esta casa. Haced que el Espíritu Santo con el fuego ardiente de su cardad consuma todo aquello que pueda separarnos de vuestro amor. Alcanzarnos aquellas gracias que sabéis necesita nuestra familia y ardientemente desea nuestro corazón. (Aquí se dirá la gracia o gracias que se desean conseguir). Perdonamos si es que nuestra devoción hacia vos no ha sido hasta ahora todo lo viva y ardiente que debiera. Vuestra visita a esta morada sea señal de que nos acogéis bajo vuestro fidelísimo amparo; miradnos como cosa vuestra y protegednos en tos los peligros y adversidades. Amen.

 

Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía.

Jesús, José y María, haced que descanse en paz el alma mía.

 

Trescientos días de indulgencia cada vez que se repitan estas jaculatorias, y cien por cada una de ellas (Pío VII)

 

 

DESPEDIDA

Cuando las Santas imágenes van a ser conducidas a la familia a quien corresponda el día siguiente, rendidos todos los de la casa, recitarán las preces que van a continuación.

 

ORACIÓN

Sagrada familia, centro de nuestros amores y esperanza; os pedimos rendidamente perdón si no hemos acertado a honraros en este día tal cual merecéis. El honor que nos habéis dispensado con vuestra visita, sea prenda segura de que algún día os veremos en la gloria, donde cantaremos vuestras alabanzas. Os damos gracias por las que nos habéis otorgado, y redoblando nuestras suplicas para que nos concedáis todas las demás que os hemos pedido, si así conviene par nuestro bien espiritual. ¿Cómo nos despediremos de vos, Jesús, María y José, si nuestro corazón no quiere separarse de vuestra amabilísima compañía? No será sin hacer finas protestas de que siempre os veneraremos con encendido amor. Grábense con fuego vuestros dulcísimos nombres en nuestros corazones, y no cesen de invocarles nuestros labios, para que sean nuestro consuelo en las adversidades, nuestro refugio en las tentaciones, nuestro sostén en los decaimientos, nuestro tesoro en las necesidades, el imán de nuestros deseos, el centro de nuestra paz y alegría en la tierra y prenda de nuestra eterna salvación. Amen.

Tres Padres nuestros con tres Ave Marías y tres Glorias.

 

Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía.

Jesús, José y María, haced que descanse en paz el alma mía.

 

ORACIÓN FINAL

Concédenos, Jesús Señor nuestro, la gracia de imitar constantemente los ejemplos de la Sagrada Familia, a fin de que, en la hora de nuestra muerte, asistidos por tu Madre, la gloriosa Virgen María y por el bienaventurado José, merezcamos ser recibidos por Ti en los eternos tabernáculos. Amen.

 

Doscientos días de perdón que podrá ganar también los no consagrados a la Sagrada Familia (León XIII).

Aprobado por la autoridad eclesiástica.

 

 


 

NOVENA DE POSADAS

 

NOVENA PARA LOS NUEVE DÍAS DE POSADAS

 

Puestos de rodillas ante las imágenes de la Santísima Virgen y del Señor S. José, se dirá el Acto de Contrición y la Jaculatoria, se rezarán nueve avemarías, que se ofrecerán con la oración siguiente:

 

ORACIÓN PARA TODOS LOS DIAS

¡Oh Virgen Santísima! yo humildemente os ofrezco estas nueve avemarías y os suplico que para obedecer las leyes divinas haga yo un camino recto hacia el Cielo y mientras peregrine por este valle de lágrimas, sea mi corazón una digna posada de Jesús, María y José. Amén.

 

 

PRIMERA JORNADA

   Considera, humildísima Reina de los Ángeles, la gran obediencia con que habiendo oído que el César ordenaba que todos los que viviesen en su imperio se empadronasen para pagar el tributo, dispusisteis en compañía de vuestro Esposo Sr. S. José, dejar vuestra santa casa de Nazaret y tomar camino a Belén, a pie y con mil incomodidades, para que os empadronasen como tributarios; llevando en vuestro seno virginal el Rey de Reyes, siendo éste el motivo porque os expusisteis a los rigores del frío y a  otros muchos padecimientos. Yo os ruego, madre amorosísima, nos enseñéis a obedecer a vuestro soberano Hijo, que sirva a Dios y aprenda de Jesucristo Nuestro Señor el camino de la gloria eterna. Amén.

 

   Humildes peregrinos Jesús, María y José, mi alma os doy con ella, mi corazón también.

 

   ¡Oh! Peregrina agraciada, oh bellísima criatura, yo te ofrezco el alma mía para que me deis posada.

(Se canta después de cada jornada).

 

 

LETANIA DEL NIÑO DIOS

Señor ten piedad

Cristo ten piedad

Señor ten piedad

Dios Padre Celestial

Dios Hijo Redentor

Dios Espíritu Santo

Santísima Trinidad un Solo Dios

Santa María

Madre del Redentor

Esposa de José

Reina de los Ángeles

Santísimo José

Padre del Salvador

Modelo de castidad

Niño recién nacido

Niño poderoso

Niño glorificador

Niño laudable

Niño misericordioso

Niño consolador

Verbo hecho carne

Hijo de María

Luz de la Redención

Alivio del pecador

Maná de consuelo

Tesoro de la gracia

Estrella del alma

Faro de consolación

Bálsamo de salud

Terror del Infierno

Alegría de los justos

Lampo de pureza

Templo de verdad

Padre de Israel

Niño amable

Niño humilde

Niño venerable, fiel

Niño Creador

Príncipe de patriarcas

Luz de los profetas

Maestro apóstoles

árbol de la vida

Vertiente de virtudes

Divino Emanuel

Deseado del Mundo

Antorcha de pureza

Modelo de perfección

Inspiración celestial

Sol de verdad

Patriarca de justicia

Depósito de bondad

Lucero de la fe

Arca de felicidad

Dios humanado todo

Principio y fin de todas las cosas

 

ORACION FINAL: Oh Divino Señor, que, llenando cielo y tierra con tu gloria, quisiste caminar desconocido y esconder tu grandeza en un establo humilde. Haz que mis sentidos y potencias te alaben y que viva agradecido a tu amor con que te dignaste hacerte hombre para salvarme a mí, miserable criatura. aviva, Madre mía, en mí los efectos hacia tu divino Hijo, para que hospede siempre en mi corazón a mi buen Jesús. Amén.

 

 

SEGUNDA JORNADA

 Considero, Virgen santa como salisteis en compañía de vuestro castísimo Esposo, de Nazaret para Belén, con aquella cortedad y pobreza que tanto amabais y para un camino tan largo no llevasteis sino un hatillo insignificante cargado en un jumento, estampando vuestras humildes plantas en el áspero camino (tan quebrado como dichoso): cuyas piedras os lastimaron horriblemente. Pero qué os importaban si llevabais en vuestro virginal vientre al Divino Jesús hecho hombre. Yo os adoro y alabo, rogándoos que me enseñéis a sufrir las incomodidades de la vida y que amando la pobreza siga yo vuestras huellas para gozar la bienaventuranza eterna. Amén.

 

 

TERCERA JORNADA

 Con qué admiración considero, oh Reina de los Ángeles, vuestra penosa caminata, acompañada de los ángeles que os guardaban y que alababan con cantos dulcísimos al Hijo de vuestras purísimas entrañas. Aquí pondero, madre mía, en medio de lo áspero y dilatado del camino; el consuelo que vuestra noble alma recibiría mirando a los ángeles vuestros compañeros, festejando con himnos al Rey de la Gloria. Haz, madre Santísima, que tu Hijo Santísimo me conceda la gracia de que siempre alabe a Jesús, María y José, en esta vida y después en compañía de los querubes eternamente os adore. Amén.

 

 

CUARTA JORNADA

Considero, Paloma inocentísima, como por la afluencia de gentes que caminaban a Belén a empadronarse, se llenaban todas las posadas del camino y os desechaban cuando llegabais con vuestro Castísimo Esposo a pedir hospedaje, mirándoos tan pobrecito; yo, madre mía, os doy mi corazón para que en él os aposentéis. Pondero vuestra humildad cuando os señalaban para descansar el sitio donde se recogían los animales. Allí comíais vuestras pobres viandas con la resignación y tranquilidad con que veíais las cosas terrenas. Yo os ruego, Virgen admirable, hagáis que no se preocupe mi alma con las vanidades del mundo, para que mi corazón albergue sencillo, sea de amor hacia la Santa Familia.

 

 

QUINTA JORNADA

Os considero. Peregrina Reina de los Ángeles y Madre de Dios, entrando a la ciudad de Belén, en compañía de tu santo Esposo y solicitando albergue en donde descansar; lo primero que hicisteis fue buscar la casa de empadronamiento y cumplisteis con humildad los mandatos del César. Qué ejemplo de obediencia me dais, Vos, la Emperatriz del Cielo, sujetándoos a las leyes terrenas. Concededme, Reina mía, que os sirva a Vos y a vuestro Hijo Jesús, conforme a su voluntad y me sujete al estado y esfera en que me ha puesto, para ejercitar las enseñanzas de Nuestro Señor. Amén.

 

 

SEXTA JORNADA

Cómo te compadezco, Reina y Señora mía al verte recorrer de puerta en puerta la ciudad de Belén, en busca de un albergue en donde ser acogida; y en ninguna parte se compadecieron de vuestra delicada situación, alegando que por la afluencia de forasteros no había ni un lugar desocupado. Aquí admiro vuestra paciencia y me conduelo de vuestro dolor y del de Sr. S. José al tener que salir fuera de la ciudad y dormir al pie de un árbol. Tú, la Emperatriz del Cielo, sin tener un abrigo que te defendiera de la escarcha y de los vientos. Ruegos, Señora mía, que me alancéis de Jesucristo, Ntro. Señor, gracia para que siga el camino de la virtud y consiga el miraros eternamente en la Gloria. Amén.

 

 

 

SEPTIMA JORNADA

   En este día, Señora y madre mía, acordóse vuestro Santo Esposo de una gruta en donde algunas veces los pastores y animales se defendían de las inclemencias del tiempo y con tierna solicitud os condujo a ese sitio, en donde pasasteis menos mal la séptima noche de vuestra peregrinación. Suplícoos, Señora, que por vuestra eficacísima intervención merezca que mi corazón se ablande y abrazado en amor purísimo sea digna habitación donde se alberguen siempre Jesús, María y José. Amén.

 

 

OCTAVA POSADA

 ¡Cuánto sufro, oh! Santísima Virgen al considerar que a pesar de tus sufrimientos pues el alumbramiento se acercaba, tuvisteis que ayudar a vuestro amante Esposo a limpiar ese lugar inmundo, que ni para bestias era digno. Concededme Señora que mi conciencia se vea limpia de iniquidades, que me conforme en todo con la voluntad de Dios para estar con Él en el cielo. Amén.

 

 

NOVENA JORNADA

 ¡Ha llegado la hora dichosísima del Nacimiento del Mesías! ¡Arrebatada en éxtasis divino y elevados los ojos al Cielo diste a luz al Niño más hermoso, más sabio, más apacible, que hubo nunca en este mundo! Su presencia en la gruta embelleció instantáneamente el lugar con el esplendor de su gloria y en tu virginal regazo, reverenciado por el Castísimo Patriarca que a sus pies se halla, rodeado de arcángeles, ángeles y serafines que lo adoran y cantan: Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz entre los hombres de buena voluntad. Y aún las bestias que pausadamente se acercan a calendar con s aliento al tierno infante, forman el cuadro más imponderable y majestuoso que se puede concebir. Es la aurora del cristianismo, la religión divina que ensalza al débil y al oprimido e iguala al magnate con el mendigo, pues sois buena y clemente, Virgen amorosa. Amén.

 

Noche buena, Noche hermosa,

Noche de dulces placeres,

No hay Noche más venturosa

para los humanos seres.

 

 

 



SIETE LUNES AL SEÑOR DE LAS MISERICORDIAS

 

EJERCICIO DE LOS SIETE LUNES

DEDICADO AL

SEÑOR DE LAS MISERICORDIAS

QUE SE VENERA EN SU NUEVA IGLESIA DE ESTA CIUDAD

 

Con Licencia de la Autoridad Eclesiástica

 

GUATEMALA, C. A.

Tipografía Sánchez y de Guise

 

 

El Excmo. y Revdo. Sr. Arzobispo Don Luis Durou y Suré, concedió benignamente, cien días de indulgencia, por cada día que compone este Septenario.

 

 

Por la señal…

Señor mío Jesucristo…

 

 

PRIMER LUNES

 

MEDITACIÓN

Padre, perdona a los que me crucifican

Considera, alma mía, como Jesús, pendiente en la Cruz, desolado y agonizante, no se lamenta, sino que con ríos de lágrimas y con suspiros ofrece al Padre sus penas, su sangre y su próxima muerte por tu salud. Había el Redentor bendito orado siempre en vida por las almas, y ahora, moribundo, no quiere privarlas de tan grande bien, antes con un exceso de caridad, con voz llena de amor, principia Jesús a hablar. Habla, pero no busca venganza, no pide justicia, no quiere castigo contra sus enemigos, al contrario, todo misericordia se vuelve al Padre y ruega por ellos. “Padre, dice, perdonad a estos que me han crucificado”. (Lc. 23, 24) y para mejor demostrar su entrañable amor a los pecadores y el deseo grande de que recibiesen el perdón y se salvasen, presenta al Padre la excusa del pecado. “¡Pobre gente, dice, pobre gente, no sabe lo que hace, no me conoce, perdónala Padre, estos pobres pecadores no saben lo que hacen!” ¡Oh amantísimo Jesús! El mar inmenso de ingratitudes humanas y los torrentes impetuosos de vuestros tormentos, no han podido entibiar las ardientes llamas de vuestra caridad hacia el hombre. Verdaderamente sois Dios de amor y sumo amor. ¡Oh alma mía! ¿Por qué no amas a tu amantísimo Jesús? Detente aquí y reflexiona, si Jesús ama tanto a quien le crucifica, y así ruega por quien la desprecia, ¿Cuánto te amará a ti si le amas, si correspondes a su gracia?

Considera que Jesús no rogó entonces solamente por aquellos que le crucificaron, sino por ti también, y por todos los pecadores. Rogó para excitar en tu corazón la esperanza del perdón de tus pecados y para encenderte en el amor de Dios, bondad eterna, caridad inmensa, misericordia infinita. Elévate sobre ti misma, alma mía, vuélvete a Jesús, contémplale fijo en la Cruz, mírale y duélete de haber ofendido a aquel sumo bien. ¡Oh Dios! ¡Oh ternura inefable del dulce Corazón de Jesús! ¿Cómo tenéis Señor, tanta piedad de vuestros enemigos, y rogáis por ellos con tanto amor, al tanto tiempo mismo en que aquellos crueles os han anegado en un mar de penas, cuando se ríen de vuestros tormentos, se mofan de vuestra doctrina y desprecian vuestras palabras? ¡Oh Dios, oh amor infinito! ¿Quién no se moverá a llorar sus culpas, a pediros piedad, a esperar el perdón? ¿Quién no arderá de amor a vuestra infinita bondad? ¿Quién a vista de ejemplo, no perdonará a sus enemigos, no rogará por los que le ofenden? No merece ser vuestro discípulo, ni es digno del nombre cristiano, quien no lo hace. ¡Oh amabilísimo Jesús, oh Jesús de mi alma, tened piedad de mí! Amantísimo Redentor mío, recordad al Padre aquellas voces llenas de misericordias, mezcladas con lágrimas y empapadas en vuestra preciosa sangre, para que en atención a vuestros preciosos méritos que me sean perdonadas todas mis culpas, que detesto y lloro sobre todo mal como ofensa del sumo bien, del mismo modo que yo perdono a los que me hayan ofendido. Se que me dispensáis vuestro amor como fruto de vuestra Cruz, como recompensa de vuestra pasión, como precio de vuestras penas, concédeme ¡Oh Señor! la gracia de que viva como a Vos place, y no me agrade otra cosa que amaros a Vos, que espontáneamente me habéis amado más que a vuestra propia vida.

 

PRÁCTICA: Por amor a Jesús Crucificado, perdona a quien te hace mal, ruega por quien te disgusta y te contradice. Perdona como desea ser de Dios perdonado. No te excuses con el pretexto de que tu ofensor no merece perdón, porque tu lo mereces mucho menos de Dios. Dios te perdona tus grandes pecados por su misericordia, y tu debes perdonar al prójimo las injurias e injusticias, porque así lo quiere y lo manda Jesucristo, lo has de hacer por amor de Dios. Si no perdonas, no se te perdonará.

 

 

 

SEGUNDO LUNES

 

MEDITACIÓN

Hoy serás conmigo en el Paraíso

Considera alma mía, que en virtud de aquella súplica que Jesús hizo en la Cruz, el ladrón que estaba crucificado a su derecha recibe la gracia de ser iluminada y de arrepentirse de sus pecados. Vuélvese el buen penitente al Redentor, y lleno de contrición y de confianza se encomienda de todo corazón a su bondad infinita. “Señor, dijo, acordaos de mi cuando estéis en vuestro reino.” No fue menester más para que se moviera a compasión del corazón amante del Redentor, lo declarase justificado, y le aseguraba que aquel mismo día estaría con Él en el seno de Abraham, a donde descendió su alma santísima, debía el llevar a aquellos santos la gloria y el gozo de los bienaventurados. No fue menester más para que se moviera a compasión el corazón amante del Redentor, lo declarase justificado, y le asegurara que aquel mismo día estaría con Él en el seno de Abraham, a donde descendiendo su alma santísima, debía Él llevar a aquellos Santos la gloria y el gozo de los bienaventurados. “Hoy, dice, hijo mío, serás conmigo en el Paraíso” Feliz ladrón, que supiste arrebatar el reino de los Cielos. Hoy se cambiará tu condición y tu suerte, y de esta Cruz dolorosa pasará al Paraíso de la alegría, de este patíbulo de ignominia serás elevado al trono de gloria.  Más ¡Oh! Infeliz de mí, que he sabido ser ladrón para robar a mi Dios el honor que le debía, los afectos de mi corazón y los de otras criaturas, he sabido defraudárselos, para darlos a mis pasiones, y no sé arrebatarle después el Paraíso con el arrepentimiento y las lágrimas, con el amor y la virtud. Amado Redentor mío, confiésome un gran pecador, digno de mil cruces, de mil patíbulos y de mil infiernos. Bondad infinita, tened misericordia de mí, miradme con amor, como mirasteis a aquel pobre ladrón, y haced que este corazón se deshaga en lágrimas de contrición, en santos gemidos, y en afectos de confianza y amor.

Considera las virtudes que ejercitó este buen ladrón para imitarlas. El corresponde a la luz de Dios, se resuelve a arrepentirse, concibe espíritu de penitencia, y se derrite su corazón de contrición de sus pecados, reprende y corrige con valor magnánimo a su obstinado y blasfemo compañero. En medio de una muchedumbre enemiga, y a la faz de los incrédulos, confiesa a Jesús como Dios, Santo e inocente, a despecho de aquellos inicuos que le condenan como reo y lo crucifican como malhechor. Huyen los apóstoles, se esconden los discípulos, callan los conocidos, y los amigos tienen miedo a la maldad de los judíos, y este dichoso ladrón nada teme, y entre las ignominias de su Cruz, en los tormentos de la crucifixión, proclama ante todos que Cristo es Dios, Rey de la Majestad y Príncipe de la Gloria. Su oración es heróica porque no pide alivio para sus penas, ni ser librado de aquella muerte, sino únicamente piedad y perdón de sus pecados, deseando solo el reino de los Cielos. Feliz tú ¡Oh dichoso ladrón! Que has sabido abrazar a Jesús en los oprobios, dentro de poco le abrazarás en la gloria. No haya pecador que desconfíe, no haya alma que desespere de su salvación. El que se humilla y se arrepiente, enmendando su vida, es ciertamente perdonado por Jesús. ¡Oh Cruz dichosa, que preciosa eres, sufrida con resignación, aunque sea por los propios pecados! Cruz querida, el que te abraza será por Jesús desechado. ¡Oh Rey Eterno! Confieso que por mis pecados llevo justamente la cruz de mis trabajos y tribulaciones, no os olvidéis de mí, sedme propicio, miradme con los benignos ojos de vuestra misericordia, y salvadme por piedad. No miréis ya a mi indignidad, mirad a vuestros méritos y aplicadlos a mi alma, vuestra sangre preciosa, derramada por mí, hable en mi favor y salga triunfante.

 

PRÁCTICA: La Cruz es necesaria. Debes padecer como hombre, como pecador, como predestinado. Esta es la noble insignia de los elegidos: padecer. Por amor de Jesús crucificado abraza tu cruz, sea cual fuere. Dios te la envía, súfrela con paciencia, con alegría y con amor. Ruega a Jesús que te haga padecer con virtud y te guarde del pecado. Advierte que por tus desordenes y falta de paciencia puede sucederte lo que aquel otro infeliz ladrón, que murió desesperado.

 

 

 

 

 

TERCER LUNES

 

MEDITACIÓN

He aquí a tu hijo, he aquí a tu Madre

Consideremos como Jesús moribundo no piensa en otra cosa que en hacernos bien. Ruega por los que le crucifican, perdona al ladrón, y luego se vuelve a María y a Juan desde aquel trono de dolor, y compadeciéndose de su pesar, para consolarlos, deja a Juan recomendado a la Madre, designándoselo como Hijo. Después hace igual recomendación a Juan, de María, indicándosela como Madre. Como hijo de María, y como Maestro de Juan, en una y en otro piensa, y cuida de entrambos. ¡Oh amado Jesús mío, que agonizáis y desfallecéis en un mar de ignominias y de penas, cuanto más necesitáis, Vos que otro piense en consolaros! Pero vuestra infinita caridad tiene tanto cuidado de nosotros como si os hallaseis en un trono de gloria. ¡Que grande es vuestro amor! ¡Y que maravillosa providencia tenéis de vuestros elegidos! Vos, en esta Cruz, sois llamado Rey de dolores, pero yo os veo hecho todo beneficio mío, Padre de misericordia y Dios de toda consolación, pensáis más en consolarme en mis angustias, en templar mis temores, en excitar la esperanza en mi alma desconfiada, que no en mostrar el menor sentimiento de vuestras penas. ¡Oh divino consolador de los afligidos, si tanto pensáis en los vuestros, aun en medio de amarguísimos tormentos, no os olvidéis de mi ahora que reináis en el Paraíso!

Considera que el amable Redentor, en este testamento de amor, nos hace donación de la cosa más preciosa y más rica que tenía en el mundo. Nos da a María por Madre de todos nosotros en la persona de Juan, que nos representaba, y a su protección nos recomienda, como si dijese: “Madre mía, os doy por hijos a todos los que han de ser mis discípulos, y a vosotros, elegidos míos, os encargo que tengáis a María por Madre vuestra. Esta es mi voluntad, este mi testamento, que mi Madre cuide de mis fieles y que ellos le profesen amor y reverencia.” Y la Divina Madre, obedeciendo a las órdenes amorosas de su Jesús, nos acepta gustosamente a todos por hijos suyos, y como a tales nos abraza y estrecha contra su corazón. ¡Oh legado de inefable caridad! ¡Oh exceso de bondad! ¡Oh dignidad suprema! ¡Oh felicidad del cristiano! ¡Oh dichosa suerte! ¡Tener nosotros por madre a la gran Madre de Dios, por habérnosla dado Jesús, y habernos recomendado a su amor! ¡Oh María, riqueza del Paraíso! ¡Oh María, celestial tesoro! ¡Oh María, son incomparable! Aquí tienes ¡Oh fiel! A María, tu Madre, que te acepta por hijo, y te da a luz espiritualmente bajo la Cruz, en medio de inmensos dolores. ¡Oh Virgen bendita! Desde ahora en adelante, os llamaré siempre Madre, Madre mía amadísima, y con filial confianza os diré siempre. “Aquí tenéis a vuestro hijo, reconocedme ¡Oh Madre! Por hijo vuestro, ya que por tal me recomendó y me declaró Jesucristo, miradme como a hijo, protegedme como madre, Madre de Misericordia, Madre de esperanza y de amor. Viva Jesús, que, olvidado de sus penas, solo piensa en mi bien. Bendita sea María, que, traspasada de dolor, se digna tomarme por hijo suyo.” Amado Redentor mío, os doy gracias por este don supremo, mucho más que si me hubieseis puesto en posesión de todos los tesoros del universo. ¡Oh Jesús mío! infundidme un amor ardentísimo hacia vuestra Madre divina, que me habéis dejado por Madre. Por los méritos de María, concédeme la gracia de que yo viva santamente bajo su dulce protección, que todos mis actos de amor se refieran a Vos, Jesús y María, y de este modo llegue por vuestra misericordia un día a gozaros eternamente en el Paraíso.

 

PRÁCTICA: Para corresponder a este grande amor y gran beneficio de Jesús, ama a María con todo el corazón. Tu devoción a María sea firme, perseverante verdadera, que te incline a evitar los vicios y a ejercitarte en la santa virtud. Da gracias a Jesús todos los días por haberte dejado a María por Madre.

 

 

 

 

 

CUARTO LUNES

 

MEDITACIÓN

Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me habéis abandonado?

Considera que, mirando el Eterno Padre a su Divino Hijo con la apariencia humillante de pecador, para dar lugar a su justicia mostró no tener de Él compasión, por lo cual le dejó como en olvido y abandono. Se aproximaba ya la hora en que Jesús debía morir, cuando creciendo más y más la vehemencia de su desolación, abandonado de su Padre celestial, dejando por sus discípulos, separado de sus amigos, afligido por la vista de las personas queridas que tenía al pie de la Cruz, las cuales aumentaban el dolor de su amante corazón, por la pena amarguísima que Jesús veía en ellas, abrumado, en fin, de congojas, de nadie recibía el menor consuelo, ni la parte superior del alma, ofrecía algún alivio a la parte inferior. Por esto el desolado Señor, poco antes de morir, alzó fuertemente la voz para expresar la violencia de sus internas penas y vuelto en espíritu al Padre, humilde y sumiso a la disposición divina, exclamó: “Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?” (Mat. 27, 46) Reconoce aquí la justicia de Dios, que, ofendido del hombre, descarga todo el rigor del castigo en su inocente Hijo, sin mostrar compasión de su extrema agonía, porque se había presentado como fiador por nosotros, y por nosotros satisface y paga. (Is. 53, 8) Aprende alma mía, al temer el pecado y a huir de él, más que la muerte. ¡Oh Dios! Yo, pecador, que tantas veces he vuelto la espalda al sumo bien, merezco ser abandonado del Cielo y de la tierra. Detente aquí, alma mía, a contemplar a tu amable Salvador desolado. Calma sus ansias, y alivia su agonía con tu dolor y tu amor.

Considera alma mía, que por tu bien quiso Jesús dar a conocer su amarguísima desolación, a fin de que con el ejemplo de su penar, te alentases a padecer y a sufrir los trabajos y la oscuridad, los tedios y las angustias, los temores y el desconsuelo, con todo el resto de aquellas penas interiores que suelen ser compañeras inseparables de las almas elegidas. Por este medio, vigorizado tu espíritu con la virtud del espíritu de Jesús desolado, puedes soportar con paciencia, con resignación, con fé y con amor la carga de tu cruz, sin entregarte a los lamentos, desconfianza ni quejas. Antes bien, debes recibir la desolación y todas las penas de las amorosas manos de tu Padre celestial como dones excelentes de su caridad, como prendas preciosas de su amor, que te trata como a su hijo querido, ofreciéndote un sorbo de aquel cáliz amargo que dio a beber a Jesús hasta la última gota, para hacerte después partícipe de su gloria, a medida que participaste de su dolor. ¡Oh mi buen Jesús, cuanto os debo por el doloroso abandono que habéis padecido por mi amor! Yo, ingrato en extremo, me he rebelado contra la voluntad de mi Creador para seguir mis caprichos, y mi Señor, para merecer que la Divina Misericordia, no me abandone, con este amargo abandono quiere satisfacer a la divina justicia por la ingratitud con que yo he dejado sus inspiraciones, sus luces y aquellas voces de misericordia que tantas veces me han invitado a penitencia. Os doy mil gracias por ello. Bondad infinita. ¡Oh amadísimo Dios mío! no se aparte jamás de mi vuestra piedad, y cuando me falte el espíritu, la fuerza y la voluntad, no me abandone vuestra gracia, sino que triunfe de mí. Confieso que mi mayor dicha es aplicar los labios a aquel cáliz que Jesús, por amor mío, me alarga su propia mano, por más amargo y amarguísimo que sea. Que nunca jamás yo me queje, no rehusaré más el altísimo don de padecer. Uno mis penas con las de mi Jesús, uno mis trabajos con los suyos, mi cruz con su Cruz, y mi voz con la voz doliente de mi Salvador, me ofrezco todo entero, en unión de Jesús, al Eterno Padre, y echándome por completo en brazos de la Divina Providencia exclamaré siempre, en cualquier estado que me halle, a pesar del infierno, que me sugiera la desesperación, para confusión de mundo que me ofrece placeres, y para mortificación de mis pasiones que rehúsan el padecer. “El cáliz que me ha dado mi Padre ¿no lo beberé?” (Jn. 17, 2)

 

PRÁCTICA: En tus desolaciones y trabajos, acuérdate de estos abandonos de Jesús y exclama: “Pasión de Jesucristo, confórtame.” Todos los días, a las tres de la tarde, acuérdate de esta agonía y abandono de Jesús, di: “Sí, Padre, porque así fue de tu agrado.” (Mat. 11, 26)

 

 

 

 

 

QUINTO LUNES

 

MEDITACIÓN

Tengo Sed

Considera alma mía, que Jesús moribundo ya, por la gran abundancia de sangre derramada a fuerza de tantos azotes, en la coronación de espinas, debajo de la Cruz y sobre ella, y por aquellos viajes tan penosos y horribles torturas, siente encenderse en sus benditas entrañas una ardentísima sed, por esto, hallándose próximo a expirar, quiere dar a conoce lo que sufre, con aquella voz doliente: “Tengo Sed.” Un sorbo de agua, algún refrigerio, algún alivio para esta vida que desfallece, estoy sediento, tengo sed. Al oír esta voz lastimera, ninguno se mueve a refrescar la penosa sed del Redentor agonizante, pero si se halla pronta la fiera crueldad para aumentarle el tormento. Había por allí un vaso lleno de vinagre. Entonces uno de aquellos verdugos, tomando una esponja, la empapa en el vinagre, y puesta al extremo de una caña la presenta a Jesús, comprimiéndola en sus labios para que bebiera ¡Oh Dios, un sorbo de agua para un pobre moribundo que sufre estremecimientos angustiosos, mejor dicho, para el Señor, moribundo! No hay reo tan detestable a quien en el momento de morir se niegue un vaso de agua, sólo para Jesús no hay piedad. Madre, discípulos, amigos ¿Qué hacéis? Un poquito de agua para el afligido Señor, moribundo. ¡Mas, ay, ellos no pueden! ¡Pobre Madre, desconsolados discípulos, no le es permitido ofrecer a Jesús el menor socorro! ¡Oh mundo ingrato, que niegas un sorbo de agua a tu Salvador, a aquel Dios que te da con tanto amor toda la sangre de sus venas! ¡Ay de ti, cristiano ingrato, cuantas veces has negado a Jesús en sus pobres un refrigerio! ¡Cuantas veces, con tus lúbricas voces, has abrevado a Jesús con hiel y vinagre! El Señor quiere mortificar en si mismo los excesos de su suelta lenga con el tormento de su sed y con la amargura de aquella bebida. Tú te indignas contra los judíos, crueles e ingratos ¿y no te irritas contra ti mismo, siendo peor que los judíos, habiendo amargado a Jesús, no una, sino mil veces, con los desórdenes de tu vida y con palabras indecentes? ¡Confúndete, arrepiéntete y llora!

Considera que esta palabra de Jesús, sed tengo, fue toda misteriosa y llena de admirables enseñanzas para nosotros. no creas que Jesús hablara de aquel modo por deseo que tuviera de refrigerio, o que pidiese agua para satisfacer su sed. No, manifestó que tenía sed par a unir este también a los otros tormentos. Sabía Jesús muy bien que aquella indicación, tengo sed, se había de responder con una bebida amarguísima, pero la pidió para que la lengua, la boca, la garganta experimentasen también este tormento, y no quedarse en su cuerpo parte alguna sin particular dolor. Antes bien, reparando el Redentor que sus penas estaban para terminar con su muerte, dice San Bernardo, no satisfecho todavía de padecimientos, quiso dar a entender con aquella frase, tengo sed, la extraordinaria que sentía de padecer más por amor al hombre, no fue, pues aquella sed propia del cuerpo, tanto como del espíritu, fue una expresión del amante corazón de Jesús, que demostraba tener ser de mayores tormentos. Tengo sed, quería decir, tengo sed, de más acerbos dolores, tengo sed de más amarga confusión, tengo sed de cruces pesadas, tengo de una muerte más atroz.  Tenía sed Jesús, pero sed de cumplir enteramente la voluntad de su Padre celestial. Tenía sed de hacer cada vez más copiosa la redención humana. Tenía sed ¡Oh cristiano! De tus lágrimas. Tenía sed de tus afectos. Tenía sed de tu amor. Tenia sed de saciar tu alma de su gracia. Tenía sed de saciar tu alma de su gracia. Tenía sed de llenar tu espíritu de su amor. Tenía sed de enriquecerte de viene eternos, y de coronarte en su gloria celestial. T tú, alama mía, ¡no vas sino en busca de goces, no deseas otra cosa que placeres! ¡Ay! ¡Que poco te asemejas a Jesús Rey de dolores, lleno de angustias y sediento de mayores penas! El Esposo crucificado, quiere crucificada tu alma, su esposa. Ea alma mía, sacia el corazón sediento de Jesús con tu llanto, recréalo con tu amor, embriágalo con tus suspiros, ámalo con tu corazón. ¡Oh dulcísimo Jesús mío, dadme también esa vuestra divina sed, dadme la sed de hacer siempre vuestra voluntad, dadme sed de padecer por Vos, de llorar siempre mis pecados, dadme sed de arder en dichoso amor, dadme sed de sacrificarme enteramente por vuestra gloria!

 

PRÁCTICA: Para honrar esta amarga sed de Jesús, mortifícate en el comer y beber, principalmente los viernes, y fuera de las comidas. Refrena tu lengua, que es un semillero de males. No hables ya del mundo, ni de cosas vanas y ociosas. Habla poco y bajo, discurriendo sobre la virtud, la devoción, el buen ejemplo y el progreso espiritual. Ruega al Eterno Padre que, por amor de Jesucristo, te conceda la última gracia de gobernar bien tu lengua y la santifique.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

SEXTO LUNES

 

MEDITACIÓN

Se ha consumado la redención humana

Considera alma mía, que Jesús, después de haber recibido el vinagre, conociendo que ya había padecido todas las penas y amargura que debía padecer, que ya se habían realizado los fines de su existencia en el mundo, que ya había cumplido todos los deberes que le había sido impuestos por su Padre celestial, que ya se habían justificado las Escrituras y las profecías, las figuras y las sombras, las ceremonias y los sacrificios de la antigua ley, que significaban y denotaban su venida y su pasión, que ya había satisfecho copiosamente el precio de nuestro rescate, que estaban rotas las cadenas del pecado, quebrantada la cabeza de la infernal serpiente, destruida la muerte y el infierno y que ya podía abrir al hombre redimido la puerta del Paraíso, exclamó: “Todo se ha consumado” He cumplido ya y consumado la grande obra, ya he liberado al hombre de todos los males temporales y eternos, he glorificado a mi divino Padre, no me falta más que exhalar mi espíritu. Todo ha sido plenamente cumplido. ¡Oh amabilísimo Redentor! Os doy gracias porque habéis rehusado sacrificar vuestra vida por redimir a este rebelde esclavo. Adoro este sagrado sacrificio, elegido por vuestra infinita bondad para exaltar la miseria del hombre. Os suplico ¡Oh Jesús mío! que completéis en mi la obra que habéis iniciado, aplicando con los auxilios de vuestra gracia eficaz, el precio de vuestra preciosa sangre y la infinidad de vuestros méritos para la salvación de mi alma, viva de esta manera tal como exigís de mí, y termine mi vida empleada en la perfección y consumada en la virtud.

Considera alma mía, que en aquel Consummatum est, parece que Jesús quiso decirnos también: Me he sacrificado por vosotras ¡Oh almas amadas! Me eh entregado a mí mismo, y, por último, doy mi alma, nada me queda que daros, ya no tengo sangre, ni fuerzas, ni aliento, ni vida. Me he sacrificado por vuestro amor: Consummatum est. Alma mía, vuélvete a Jesús pendiente en la Cruz, sacrificado enteramente por amor tuyo, mírale con compasión y con amor, admira su misericordia, considera su piedad, asómbrate del esplendor de su infinita caridad. ¡Un Dios altísimo se hizo hombre para hacer bien al hombre vil, al hombre criminal, al hombre ingrato! ¡Un Dios ha sacrificado su preciosa vida para salvar al hombre rebelde! ¡Un Dios! ¡Oh Dios eterno! Por el amor de Jesús, extinguid en mi con el incendio de vuestro amor, todo lo que no es vuestro, y para subyugar este endurecido corazón, lleno de afecciones terrenas, y todo manchado con el fango de las pasiones, destruid a hierro y fuego el desarreglo de mi vida a fuerza de cruz, mortificación, de confusión, de humillaciones y dolores. Consumid ¡Oh Señor! con vuestra gracia, todos los defectos de mi espíritu, todos los afectos no santos, toda la aflicción a mis propias ideas, toda la tenacidad de la voluntad propia, y del propio juicio, todas las inclinaciones del amor propio, para que, en honor de este adorable sacrificio de la santísima vida de vuestro amado Hijo, pueda yo, postrado a los pies de vuestra Majestad, decir un día entre mil acciones de gracias: “Consummatum est.” Se ha extinguido en mi todo aquello que a Dios desagrada, todo aquellos que me impide la perfección, todo aquellos que me retarda mi unión íntima con Dios. Al menos, ¡Oh Señor! dadme una luz y valor para que me resuelva a esta feliz consumación, y comience a poner en práctica con tesón los medios de llevarla a cabo, declarando perpetua batalla a mi corazón, a fin de refrenar sus desórdenes y pasiones. Hacedlo, ¡Oh Padre! Por vuestro honor, hacedlo por las entrañas de misericordia de Jesucristo.

 

PRÁCTICA: Por amor de esta consumación de Jesús, aprende a combatir especialmente aquellas inclinaciones que mas te dominan y aquellos defectos en que sueles caer con más frecuencia. Por amor de Jesús, que consumó y perfeccionó la obra de tu redención, sigue en adelante sin detenerte el curso de tu perfección y de tu santa empresa. Esta consumación de Jesús, te conforta y te alienta para sacrificarte todo por amor de Jesús.

 

 

 

 

 

SÉPTIMO LUNES

 

MEDITACIÓN

Padre, en vuestras manos encomiendo mi espíritu

Considera alma mía, que viendo Jesús terminada la obra de la redención, próximo a su muerte, sintiéndose ya desfallecer, se vuelve al Padre celestial, y con aquellas tiernas palabras exclama desde el árbol doloroso de la Cruz, invocando el auxilio de su Padre en su mortal agonía: “Padre, dice, Padre mío, en vuestra mano encomiendo mi espíritu.” (Luc. 23, 46) Pondera, alma mía, como en esta ocasión recomendó Jesús al Padre tu espíritu y tu agonía, como si dijese: “Padre, recomiendo a vuestro cuidado y protección, juntamente con mi espíritu, el de todos mis amados hijos, los cuales he engendrado en el ser de la gracia a costa de sangre y dolores, de angustias y de agonías sobre la Cruz. Os lo recomiendo ¡Oh Padre! Y del mismo modo que me asistís a mi para introducirme en mi gloria, dignaos asistirles en su tránsito y hacerlos partícipes del eterno reposo.” Agonizante Redentor mío, os doy gracias porque hasta el último suspiro de vuestra vida, os habéis acordado de mí y pensasteis tanto en mi bien. Esta es la mayor gracia que yo puedo desear, perseverar en vuestro amor, y morir en los amados brazos de mi adorado Creador.

Considera alma mía, lo dulce y feliz que será tu muerte si ahora amas de todo corazón a Jesús Crucificado. La vista de aquellas llagas sagradas, la consideración de aquella divina agonía, la memoria de aquellas inefables voces del Redentor moribundo, ¡Oh que aliento, que consuelo te harán gustar en aquellas angustias postrimeras” si eres verdadero devoto de Jesús agonizante, tu agonía se convertirá en tranquilo reposo, y aquel momento terrible, que inspira pavor y amargura a los mortales, llenará tu alma de confianza y paz! Expirarás como San Felipe Benicio, abrazado con el Redentor Crucificado, que el solía llamar su libro. De este valle de lágrimas pasarás al eterno descanso, como el santo conde Eleazar, que, con las memorias de las sagradas llagas, y con el nombre de su Señor Crucificado, venció las tentaciones, abatió el infierno, y tuve preciosa y santa muerte. ¡Oh Redentor mío Crucificado, imprimid en mi corazón el recuerdo vivo y amoroso de vuestra dulcísima pasión, para que, en todas las palpitaciones de mi vida, recuerde cuanto habéis hecho y padecido por mí! Infinita bondad, cuando esté para disolverse este cuerpo mortal, cuando mis fuerzas desfallezcan en el momento extremo de la agonía, no me abandonéis, acordaos de mí, y haced que yo consiga aquella victoria que con vuestra muerte triunfante me habéis merecido.

 

PRÁCTICA: Nada debe interesarnos tanto como aquel tremendo instante, aquel momento supremo, del cual depende nuestra eterna salvación. Para asegurar este gran paso, que una vez equivocado jamás tiene remedio, se verdadero devoto de la pasión y agonía de Jesús. Pide todos los días a la Santísima Trinidad que, por los méritos de Jesucristo, se digne concederte la perseverancia final y una santa muerte. Ruégaselo también a María Santísima, Abogada y Madre de los pobres moribundos.

 

 

 

 

 

 

 

MEDITACIÓN FINAL

Sobre la muerte de Jesús Crucificado

Considera que el Redentor, moribundo, después de haber encomendado el espíritu al Padre, deja caer el cuerpo, inclina la cabeza, cierra los ojos y expira. ¡Muere Jesús, y en su muerte se rasga el velo del Templo, tiembla la tierra, se quebrantan las piedras, se desprenden los montes, se abren los sepulcros, el sol se oscurece, el universo queda envuelto en tinieblas, y todas las criaturas respiran tristeza y dolor! ¡Murió, judíos crueles, murió vuestro Rey, vuestro Salvador! ¿estas satisfechos, estáis contentos? Vedle muerto, ya le habéis arrebatado la vida. ¿Qué mal os ha hecho este Señor generosísimo? ¿Qué disgustos os ah dado? Hablad, responded. Alma mía ¿Qué haces, en que piensas? Los mismos verdugos se llenan de confusión, lloran, se golpean el pecho, y no falta quien confiese que Jesús es el verdadero Hijo de Dios. Y tú, ¡Oh alma favorecida de Jesús! ¿no te conmueves, no lloras, no te entristeces habiendo renovado con tus pecados la pasión y muerte de tu Señor? ¡Ah Señor! vos que ablandasteis los corazones de los verdugos y de los judíos con la eficacia de vuestra gracia, enterneced y llenad de contrición este durísimo corazón mío para llorar así amargamente mis culpas por amor vuestro ¡Oh Jesús, crucificado y muerto por mi amor! Alma mía, detente en el Calvario al pie de la Cruz, contempla a tu Señor traspasado y muerto, mira a tu Padre, tu Esposo, tu Dios, cubierto de cardenales y llagas, pálido y descolorido. ¡Que dolor!

Considera como estando muerto Jesús, un soldado le abre el costado con la lanza, y le traspasa el corazón, de donde brota sangre y agua. Aquella infinita bondad, para obligarte de este modo a que le ames, quiere también dejarte aquella poca sangre que aun quedaba en su corazón. ¡Oh puerta del Paraíso, oh santuario de los justos, oh reposo de los afligidos, oh llaga del sacro costado que enamoras las almas, yo te adoro! ¡Ah! No mas amar a las criaturas, ama a Dios, muere para el mundo por el amor de tu Dios, crucificado y muerto por amor tuyo. Alma mía, huye de este mundo inicuo, vuelve la espalda a las traidoras criaturas, escóndete en el Corazón Sagrado de Jesús, donde hallarás consuelo en los trabajos, alivio de los pesares, victoria en las tentaciones, aliento en las penalidades, aquella paz que entre las espinas de las cosas terrenas y en las inconstantes criaturas vas buscando y no la encuentras, y con la paz temporal obtendrás la vida eterna. Amabilísimo Redentor mío, acogedme entre vuestros brazos, escondedme en vuestro Corazón, inflamadme en vuestro amor. Muera yo para el mundo, niégueme a mi mismo, sea crucificado respecto de las criaturas, y solo viva para arder de gratitud y amor hacia Vos, mi solo y sumo bien, y de este modo, pueda decir también: “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo.” (Gal. 6, 14)

 

PRÁCTICA: Por amor del Corazón traspasado de Jesús, purifica tu corazón de todas las afecciones terrenas. Ofrece al Sagrado Corazón muchos actos de amor y de mortificación todos días, y muy de corazón exclama frecuentemente. Cuando tu corazón está para inclinarse a otros afectos que no son de Dios, dirígelo y vuélvelo al agrado Corazón de Jesús, aun con violencia y dolor de tu terreno corazón. Traspásalo reprimiendo tus pasiones, para hacer un sacrificio glorioso al Corazón traspasado de Jesús.

 

 

 

HIMNO POPULAR AL SEÑOR DE LAS MISERICORDIAS

 

Te aclamamos,

Te veneramos,

Por tu piedad

Jesús, perdón.

 

Ensalza de Dios las bondades

Oh pueblo que Jesús amó,

Envía a través las edades,

El eco de tu gratitud.

¡Jesús del cielo soberano,

Muerto por ti en la dura cruz!

 

¡Salud Inocente Cordero,

Por nuestros crímenes en Cruz!

¡Salud, Salvador verdadero!

¡Salud, Vida nuestra, salud!

El pueblo que amaste te aclama,

¡Te reconoce por su Dios!

 

Jesús, con tus brazos abiertos,

Aliento das al pecador,

Que oyó de tus labios hoy yertos,

Sin fin prometer el perdón.

Si mucho, Señor, te ofendimos,

Mas perdonó tu corazón.

 

Jesús, en la Cruz enclavado,

El reino de tu dulce amor

Mirar por doquier propagado

Anhela tu real corazón.

Jesús, Rey de Reyes, impera

En Guatemala tu nación.

 

Señor, que tu reino se extienda

De nuestra patria hasta el confín,

Que amor y esperanzas encienda,

Que todos se vuelvan a Ti,

Y el pueblo dichoso vislumbre

En Ti, brillante porvenir.

 

 


ANOTACIONES

Al hablar sobre la piedad popular, es referirnos a aquellas devociones que antaño se hacían en nuestros pueblos y nuestras casas, cuando se...