sábado, 30 de enero de 2021

SIETE VIERNES A LA DOLOROSA

 


DEVOCION DE LOS SIETE VIERNES EN HONOR DE LA SANTÍSIMA VIRGEN DOLOROSA

 

Tomado del libro “Breve Notizia dell´abito e corona de´sette dolori col modo di praticare la divozione de´sette venerdi in onore della SSa. Vergine Addolorata”, por el Padre Francesco María Pecoroni, de la Orden de los Servitas, Impreso en Stabilimento Tipográfico del Calso, Strada Mezzocannone no. 75, Nápoles, Italia. Año 1857

 

 

MODO DE PRACTICAR LA DEVOCIÓN DE LOS SIETE VIERNES

EN HONOR DE LA VIRGEN SANTÍSIMA DE LOS DOLORES.

Depende de ti elegir para esta devoción aquel tiempo del año que encuentres más cómodo para hacerla, siempre que reces los Siete viernes de manera continua e ininterrumpida. Pero sería más favorable si éstos se rezaran en el tiempo que precede al Tercer Domingo de Septiembre, en el que se celebra la fiesta principal de la Santísima Virgen de los Dolores, o en los Siete Viernes precedentes al Viernes de Pasión, en el cual la Iglesia celebra la memoria de los Siete Dolores de la Santísima Virgen. No sería suficiente decir lo agradable que le resulta a la Santísima Virgen esta devoción, y cuántos beneficios atrae para nosotros mismos. Leemos en el Libro de las Revelaciones de Santa Brígida, en su capítulo segundo, que encontrándose esta santa en Roma en la Basílica de Santa María la Mayor en el día de la Purificación de la Virgen María, como ya sabemos, se recuerda no solo la ofrenda que Ella hizo de su hijo Jesús en el templo, sino también su dolor por la profecía de Simeón; Santa Brígida fue raptada en éxtasis y vio un ángel sosteniendo una espada muy afilada en su mano, manchada de sangre, con lo cual significaba el mencionado dolor; y luego observó que los ángeles y espíritus benditos hicieron demostraciones de gozo extraordinario y regocijo particular por la gloria y honor especial compartido con la Virgen ese día, en recompensa del Dolor que ella sufrió, y santa Brígida escuchó decir: “He aquí el honor y la gloria del cielo, porque en esta fiesta se recompensa a la Reina del Cielo el dolor causado por la espada, por haber compartido la Pasión de su Hijo”. A partir de este argumento, podrás apreciar cuán agradable es esta devoción, si se emplea un acto de obsequio y de piedad en estos Siete Viernes, siendo el Viernes el día dedicado a la memoria de sus Dolores. La ventaja y el beneficio que conseguirás con esta devoción será igual al placer que tendrá la Santísima Virgen, porque en el transcurso de estos siete viernes podrás pedirle esa gracia y ese favor más cercano a tu corazón, con cierta confianza, que, si es para el bien de tu alma y de tu salvación eterna, ella te lo conseguirá. Por lo tanto, cuando hayas establecido el tiempo para emprender esta santa y fructífera devoción, deberás prepararte el jueves anterior.

 

I.                   A la Santa Confesión y Comunión para la mañana siguiente.

II.                Leerás atentamente la meditación del viernes siguiente, para que puedas conocer el misterio o dolor sobre el cual deberás al día siguiente meditar en memoria del cual se empleará un acto de piedad.

III.             Si te sientes cómodo, recita la Corona de los Siete Dolores con tu familia, o al menos siete Padrenuestros y siete Avemarías rezando a la Virgen de los Dolores que quiera concederte de su Hijo Jesús compunción y pureza de corazón para que esta santa devoción sea digna y fructífera.

IV.            Visitarás el Altar de la Santísima Virgen de los Dolores en cada uno de los siete viernes, y si aún no estás inscrito en la Cofradía de los Siete Dolores, sería bueno que lo hicieras en la mañana del primer Viernes, después de haber comulgado, tomando su santo hábito para convertirte en sirviente de esa gran Reina, cuyo servicio es reinar, así como para ponerte en el camino de conquistar el tesoro inmenso de las santas indulgencias otorgadas por los Sumos Pontífices a los Hermanos y Hermanas de dicha Cofradía, y en esta primera entrada llegarás a obtener indulgencia plenaria.

 

 

 

CORONA DE LOS SIETE DOLORES DE MARIA SANTISIMA.

Queridos hermanos y hermanas, haremos este ejercicio espiritual meditando devotamente en los siete principales Dolores que la Bienaventurada Virgen María sufrió en la vida y muerte de su querido y amado Hijo y Salvador nuestro.

 

I.                   Con profunda humildad meditaremos el primer Dolor, que fue cuando la Viren presentó a su único Hijo en el Templo en los brazos del viejo Simeón, el cual le dijo: “Esta será una espada que atravesará tu alma”, lo cual no anunciaba otra cosa sino la Pasión de Cristo, nuestro Señor. Un Padrenuestro y siete Avemarías.

 

II.                El segundo Dolor de la Virgen María fue cuando le ordenaron huir a Egipto por la persecución de Herodes, que impíamente buscaba matar a su amado Hijo. Un Padrenuestro y siete Avemarías.

 

III.             El tercer Dolor de la Virgen María fue cuando en el tiempo de la Pascua, después de haber estado con su esposo José y con su amado hijo Jesús Salvador en Jerusalén, al regresar a su humilde casa lo pierde y por tres días continuos suspiró la pérdida de su único Bien. Un Padrenuestro y siete Avemarías.

 

IV.            El cuarto Dolor fue cuando la Santísima Virgen se encontró con su dulcísimo Hijo, que llevaba una pesadísima cruz al Monte Calvario para ser allí crucificado por nuestra salvación. Un Padrenuestro y siete Avemarías.

 

V.               El quinto Dolor de la Santísima Virgen María fue cuando vio a su amado Hijo elevado sobre el duro madero de la Cruz, que de cada parte de su cuerpo derramaba sangre. Un Padrenuestro y siete Avemarías.

 

VI.            El sexto Dolor de la Virgen María fue cuando siendo bajado su querido y amado Hijo de la Cruz, tan despiadadamente muerto, le fue puesto entre sus santísimos brazos. Un Padrenuestro y siete Avemarías.

 

VII.         El séptimo y último Dolor de nuestra Señora la Virgen María y Abogada de nosotros sus siervos y míseros pecadores, fue cuando ella acompañó el Santísimo Cuerpo de su Hijo a la sepultura. Un Padrenuestro y siete Avemarías.

 

Rezaremos ahora tres Ave María en reverencia de las lágrimas derramadas por la Santísima Virgen en sus Dolores, para impetrar por su intercesión un verdadero dolor de nuestros pecados.

 

 

 

PRIMER VIERNES

MEDITACION

“Una espada atravesará tu propia alma”. (Luc. 2, 35)

Considera, cómo se presenta en el templo el Niño Jesús, y es recibido en los brazos del viejo Simeón, éste después de bendecir al Dios Supremo por tal favor, se vuelve hacia María con tono de miedo y le dice: No creerás, oh María, que por ser tu Hijo el Salvador del Mundo, debería ser reconocido por todos y servido. Este niño, que para muchos será salvación y vida, para muchos otros será perdición y ruina. ¡Muchos y muchos en lugar de adorarlo le resultarán ingratos! El propósito  y objetivo de sus persecuciones y de su odio será darle muerte, y muerte cruel e infame, muerte de cruz; y entonces será, que tú, pobre Madre, que también estarás presente y verás todo, sentirás, oh Dios!, el alma atravesada por la espada agudísima del dolor: “Tuam ipsius animam petransibit gladius”. Así Simeón le dijo a María. Ahora, ¿quién podrá concebir, ni siquiera explicar, cómo ante estas funestísimas palabras se contrajo y oprimió el corazón de la Virgen, escuchando el anuncio no sólo de la ruina de su pueblo judío, sino la muerte de su amadísimo Hijo? Ah, estas no fueron palabras, no, sino rayos de dolor atroz: “Proh verba resonantia dolorem” dice aquí San Anselmo. Si  María previó en ese momento la ingratitud y por ende la masacre que haría el pueblo hebreo, el cual sería el autor de la ignominiosa y afrentosa muerte de su Dios, también preveía mi ingratitud, con la que en lugar de corresponder a la Sangre preciosa que Jesús ha derramado para salvarme, he hecho un desperdicio de esto, convirtiéndolo en veneno para darme la muerte eterna. Oh afligidísima y piadosísima Virgen, ya que tan inoportunamente te he causado tan acerbo dolor, haz que con un verdadero arrepentimiento de mis culpas, y con una tierna compasión por tus dolores, yo endulce el ajenjo de tus penas. Dame, querida Madre, dolor de tu dolor, no dejes que olvide que el fruto de esa Pasión a ti anunciada causándote tanta aflicción fue causado por mí.

 

Oh Madre dame amor,

Hazme sentir vivo dolor,

Y llorar con aflicción.

 

GRACIA QUE DEBE PEDIRSE

Oh María, Madre de la misericordia, como siempre tenías fija en tu mente y en tu corazón la muerte de tu hijo, que te fue predicha por Simeón, y por lo tanto siempre sentiste dolor; haz, te suplico, que yo siempre tenga fija en mi mente y en mi corazón esa gran máxima: “Tienes que morir”, recordatorio muy útil para nunca más pecar.

 

FRUTO A RECOGERSE EN ESTE PRIMER DOLOR

I.                   Después de cuarenta días de su nacimiento, la Virgen le presentó a Dios en el templo lo más querido y mejor que tenía, es decir, su único Hijo: así que debes consagrar a Dios lo que más aprecias, lo que más te gusta, y cuanto más ames en este mundo, y ante todo, ofrecerle tu corazón y todo tu ser.  

II.                Aunque la Virgen, como inmune a todo pecado, y por haber concebido por obra del Espíritu Santo, no estaba obligada a la purificación: quería, sin embargo, en cumplimiento de la ley, someterse a ella; y esto para no parecer superior, ni más merecedora, ni mejor que las otras mujeres. Así tú aprende a humillarte siempre, aunque Dios te haya privilegiado con la nobleza de nacimiento o con otros dones de la naturaleza y de la gracia.

III.             Debido a su pobreza, la Santísima Virgen no pudo hacer una rica ofrenda en esa presentación de su Hijo, sino solo dos tórtolas. A partir de aquí, aprende que Dios se sentirá feliz con lo poco que le ofrezcas si se lo ofreces con buen corazón.

 

Finalmente, no olvides recitar la Corona de los Siete Dolores en este día y visitar con devoción y recogimiento el altar de la Santísima Virgen de los Dolores

 

 

 



 

SEGUNDO VIERNES

MEDITACIÓN

“Levántate y toma al niño y a su madre; y escapen a Egipto” (Mat. 2, 13)

Considera que gran dolor ocupó el corazón de la Santísima Virgen, cuando por la noche en medio del invierno, sin parientes que la consolaran, sin amigos que la ayudaran, sin guía para dirigirla, desprovista de todo, temblando y afligida le llega este verdadero golpe, y con su afligido esposo José y con su tierno hijo Jesús huye apresuradamente, y envuelta en un largo y desastroso viaje de cuatrocientas millas y más, como está de distancia Judea de Egipto, a donde tuvo que huir por orden del ángel. ¡Oh Dios! De tan solo pensar en esto se me rompe el corazón de dolor en mi pecho. Y cuál tribulación puede considerarse mayor que ésta, nos dice San Juan Crisóstomo en su Homilía del Capítulo 2 del Evangelio de San Mateo, ¿que un niño apenas nacido, colgando del cuello de su Madre, privado de todo auxilio humano, con su misma madre pobrecita, siendo forzados a huir a Egipto? ¡Pobres errantes desconocidos! ¿Y cómo harán ahora para protegerse del frío, dónde refugiarse por la noche, y dónde encontrarán comida? ¿Cuántos peligros, cuántas aprensiones, cuántos temores habrán asaltado y oprimido el corazón de la más tierna y querida Madre? ¡Ah, inhumanidad, barbarie de Herodes! Pero no: yo, por otro lado, soy más impío, más cruel que Herodes, porque si él te afligió solo una vez, yo a menudo te afligiré con mis faltas continuamente. Solo una vez puso a tu Hijo en fuga, en cambio yo a cada hora, en todo momento, por la furia de mis pecados, lo obligo a irse, lo alejo de mi alma. Herodes lo persiguió, al final no lo conocía por Dios verdadero: mientras que yo lo conozco, lo confieso por Dios verdadero, Creador y Redentor de mi alma, mi estimado amorosísimo Benefactor, y con todo esto no recibes de mí más que continuos insultos. Ah no, ya no quiero ofenderlo más en el porvenir. Concédeme, Dolorosa Reina mía, el perdón de mis pecados pasados, amor hacia tu Hijo y compasión de tu acerbo dolor.

 

Haz que arda mi corazón

En amor a Cristo Dios,

Y ganar su compasión.

 

GRACIA QUE DEBE PEDIRSE

María Santísima, por aquel gran Dolor que sufriste, cuando aceptaste huir a Egipto para salvar de la ira de Herodes la vida de tu querido Jesús, oh concédeme gracia para que, en la angosta y peligrosa vía hacia el cielo, yo quede libre de las tentaciones de todos mis enemigos espirituales.

 

 

FRUTO A RECOGERSE EN ESTE SEGUNDO DOLOR.

I.                   La razón por la cual Herodes se movió a perseguir a Jesús, obligándolo a huir causando sufrimiento a la Virgen, fue la ambición y el deseo de dominar, porque temía que Jesús se llevara su corona y el reino. A partir de aquí, debes aprender a odiar el orgullo y la vana grandeza del mundo.

II.                La Santísima Virgen fue informada a través de su esposo San José que tenía que huir por la noche, y de repente sin esperar la mañana, obedeció. Aprende a no demorarte en obedecer todo lo que Dios con sus inspiraciones internas o por otros medios te haga entender su santa voluntad.

III.             La Santísima Virgen dejó todo lo que tenía en su pobre casa, feliz solo de tener con ella al Hijo de Dios. Así aprende que cuando Dios te llama a huir del mundo y del pecado, debes dejar todo lo que pueda retenerte, alegrándote de tener contigo a Dios.

 

 

 



TERCER VIERNES

MEDITACION

“Hijo, ¿por qué nos has hecho así? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con dolor”. (Luc. 2, 48).

Considera qué repentino golpe de dolor recibió el corazón de la Virgen cuando salió del templo, y de Jerusalén, y se dio cuenta que no venía con ella Jesús su único Hijo, su único bien, su único tesoro. ¡Oh Dios!, se dio cuenta que ella y el santo esposo lo habían perdido, estimulados al mismo tiempo por amor y dolor, sin preocuparse por descansar ni por comer, aunque débiles y cansados, se apresuran a buscarlo para intentar hallarlo. No hay hogar, ni posada en el que no entren; no hay plaza ni camino que no recorran; no hay ciudadano ni forastero, amigo o pariente, a quien con lágrimas y suspiros no pregunten. ¡Pero Ay!, nadie sabe dar cuenta, todos se encogen de hombros. Entonces, ¿qué quejas, qué lamentos no habrá exhalado la desconsolada Madre desde su corazón? ¡Y qué funestos pensamientos no habrán martirizado su alma! ¿Quién sabe (habrá dicho) si tal vez mi Jesús está mal cuidado o mal servido por mí, o entre la multitud perdido, o ha regresado al Cielo? ¿Quién sabe si Arquelao, sucesor de Herodes, no habrá continuado con su crueldad y le habrá hecho arrestar y asesinar? Pero ya son tres días y tres noches que le busca, le suspira, le llora, y aun así no aparece. He aquí alma mía, la pena más amarga, que no por una hora si no por tres días afligió el ardiente corazón de María; pero María, no por su culpa, sino por la disposición del cielo, perdió a su Dios, su Hijo Jesús; y tú, que lo perdiste voluntariamente al pecar, y lo mantienes tanto tiempo perdido por tu pecado, ¿no te preocupas por nada? ¿procuras encontrarlo? Oh, afligidísima y desconsoladísima Madre de mi Señor, por aquellas lágrimas incesantes con las que regaste las calles de Jerusalén buscando a tu amado Jesús, suaviza la dureza de mi corazón haciéndome participar de tu dolor, y haz que me derrita en llanto de verdadero arrepentimiento, hasta que yo encuentre, como tú, a mi amabilísimo Dios.

 

Virgen entre todas las vírgenes la mejor,

Escucha mi solicitud con amor:

Déjame compartir tu divino dolor.

 

GRACIA QUE DEBE PEDIRSE

María Santísima, dulce refugio de los pecadores, por los méritos de este tan cruel dolor, haz que Jesús regrese al alma mía, de donde escapó por el pecado original; dame una chispa de tu amor, a fin de que nunca más lo pierda, más lo cuide para siempre.

 

FRUTO A RECOGERSE EN ESTE TERCER DOLOR.

I.                   Si la Santísima Virgen estaba tan afligida, luchó tanto para encontrar a su Jesús perdido; qué no deberías tu hacer para encontrarlo con su divina gracia, cuando tantas veces lo has perdido por el pecado.

II.                La Santísima Virgen perdió a Jesús no cuando estuvo errante por Egipto, si no cuando fue a la fiesta de Jerusalén. A partir de aquí aprende que para estar unido con Dios puedes hallar gozo en el retiro y la soledad, y corres el riesgo de perderlo en el tumulto y en la conversación.

III.             Después de tres días, la Santísima Virgen encontró a su Hijo Jesús; así tú, si alguna vez por el pecado lo pierdes, después del triduo místico de contrición, confesión y satisfacción lo encontrarás.

 

 

 

 



 

CUARTO VIERNES

MEDITACION

Jesús cargando su propia cruz, seguido por una multitud, entre ellos muchas mujeres que lloraban y se lamentaban. (Luc. 23, 26-27)

Considera como es dada contra Jesús la fatal sentencia de muerte, y carga la pesadísima cruz, quince pies de largo y ocho de ancho, sobre sus hombros, su espalda delicadísima desgarrada por los latigazos; al encaminarse a la dolorosa procesión al Calvario, advertida por San Juan la Santísima Virgen, se apresura a encontrarse con él y despedirse de él. Pero, ¡oh llegada fatal! ¡oh encuentro doloroso! ¿Y quién podrá imaginarse, ni siquiera expresarlo con palabras, el dolor y el espasmo de esta madre tan amorosa en el primer encuentro con su hijo Jesús? Si, según escribe Gregorio de Nicomedia, incluso antes de verlo, con la triste noticia que le dio Juan su corazón se alejó de ella con inmenso dolor, cómo estará ahora que lo ha visto y lo ve coronado de espinas que se hunden en sus sienes, cubierto de llagas que lo han deformado, atado con cuerdas, manchado de saliva, todo cubierto de sangre. Ah, este es un dolor tan amargo que, traspasando cada límite, otro nombre no merece que el de Espasmo; y por esta razón, en el mismo lugar donde sucedió esta reunión fue construido un templo bajo el título de Santa María del Espasmo, según nos cuenta Cayetano en el opúsculo tomo 2 “Trac. De Spas. B.M.”; aunque en realidad no sufrió espasmos ni desmayos, porque la sostuvo la Gracia divina para soportar con heroica fortaleza los dolores y penas que tuvo que sentir por la pasión y muerte de su divino Hijo. ¡Pero qué visión tan compasiva! ¡Qué espectáculo doloroso! ¡Pobre Madre, pobre Hijo! Les gustaría abrazarse, pero debido a su debilidad no se sostiene casi de pie; les gustaría al menos una última despedida con un beso, pero se detienen en silencio por la vehemencia del dolor; se miran y se vuelven a mirar; ¡pero qué visión tan dolorosa, qué tormento tan despiadado! Cae casi exánime bajo la cruz el Hijo, la Madre se abandona atónita: “El sol y la luna se estremecieron”. ¿Y tú, corazón mío, qué haces? Se ante este espectáculo no te conmueves, debes ser casi de bronce. Entrañas mías, si a esta consideración no se quiebran, entonces son más duras que una roca. ¿Permitiré que mi Jesús desfallezca debajo de la cruz sin moverme a ayudarlo? ¿Puedo ver a mi querida Madre María permanecer oprimida por el dolor, sin siquiera compadecerme? Ah no. Ven Madre mía y rompe, rompe la dureza tan fuerte de mi corazón, y haz que deteste la enormidad de mis culpas, quiero ser parte de los dolores y la cruz de tu Hijo, y con mi compasión quiero aligerar tu inmenso dolor.

 

Tu Hijo tan sufrido,

Por mi culpa ha padecido,

Conmigo sus penas divido.

 

GRACIA QUE DEBE PEDIRSE.

María Santísima, por el mérito de aquellas amargas lágrimas, con las cuales acompañaste al Calvario a tu Hijo, concédeme la gracia, te suplico, de poder llevar con paciencia aquella cruz, con la cual el Señor se complacerá en visitarme.

 

 

FRUTO A RECOGERSE EN ESTE CUARTO DOLOR.

I.                   Observa el sufrimiento de Jesús al cargar la pesadísima Cruz, sin quejarse, aunque tal vez esté débil, cansado y herido, y entonces avergüénzate de tu cobardía e impaciencia al soportar cualquier ligera tribulación.

II.                Por compasión a la Madre, los verdugos al verla tan afligida, cargaron la Cruz de Jesús sobre los hombros de Simón Cireneo, como escribe San Buenaventura. Y tú, al menos para no aumentar con nuevos dolores a María, ¿no dejarás de cargar con nuevos pecados la Cruz de Jesús haciéndola cada vez más pesada?

III.             Entre los muchos que seguían a Jesús, la Santísima Virgen y algunos otros lo siguieron para compadecerse de él, para ayudarlo. Ahora fíjate un poco a qué grupo perteneces, cuando vas detrás de Jesús en las Iglesias, en fiestas, en procesiones y en otros ejercicios de piedad.

 

 

 

 

 

 

 

QUINTO VIERNES

MEDITACION

“Y allí le crucificaron. Estaba de pie junto a la cruz la madre de Jesús” (Juan 19, 25)

Considera, cómo al llegar al Calvario los verdugos se lanzaron como perros rabiosos contra Jesús, enojados se apresuraron a arrancar las ropas pegadas a la carne hecha jirones y empapadas de sangre, renovando todas las heridas que ya le habían hecho durante la flagelación; luego lo sujetaron con ímpetu sobre la Cruz, este por las piernas, aquél por la cabeza, en el peor de los casos todos tiraban por aquí o por allá, para fijarlo en el madero con largos clavos, que para causarle mayor dolor fueron despuntados, con la furia de sesenta y ocho fuertísimos golpes le atravesaron sus pies y manos. He aquí la atroz herida de la carne: he aquí el dolor de los nervios extendidos; he aquí el martirio de los huesos al mismo tiempo dislocados; he aquí el inmenso lago de sangre; he aquí en fin enarbolada a vista de todos la Cruz, y sobre ella clavado desnudo como perdido y malhecho al gran Hijo de Dios. ¡Qué inhumano y funesto espectáculo! ¡Oh Dios! ¿Y qué habría sido de mí si hubiera estado allí? ¿No me habría desmayado por la pena y la compasión? “Yo por mí mismo, muero por el gran dolor de solo pensarlo”, nos dice San Buenaventura: “Deficio, morior”. Entonces, ¿qué habrá sido de ti, que estuviste presente, que sentiste todo, que miraste de cerca todo, Madre amantísima, tiernísima Madre María? ¿Quién podrá comprender la amargura de tu excesivo dolor? Si no tengo mente para comprenderlo, por lo menos tengo un corazón en el pecho para compadecerlo, y  lágrimas en los ojos para sobrellevarlo. Sí, mi Reina Dolorosa, si por el amor que tuviste a tu Hijo copiaste en ti sus sufrimientos, quiero que por tu amor el recuerdo de tu Dolor quede grabado en mi corazón. Si Tú al pie de la Cruz viendo fallecer a tu querido Jesús tanto lloraste que, según nos escribe San Jerónimo, no teniendo más lágrimas empezaron a salir de tus ojos gotas de pura sangre, deseo llorar contigo para aplacar las ofensas que he cometido contra Jesús, y para consolar tu corazón atravesado de dolor.

 

Junto a la Cruz tú estás,

Contigo Madre quiero estar

Para tu luto consolar.

 

GRACIA QUE DEBE PEDIRSE

¡Santísima y afligidísima Virgen! Por aquel excesivo dolor que sufriste cuando viste a tu amantísimo Unigénito morir en la cruz con tanto sufrimiento, y deshonra, y sin ninguna comodidad que se les conceden a algunos delincuentes; Te ruego que me implores de tu Hijo Crucificado que en su Cruz sean crucificadas todas mis pasiones, y que confortado por él y por tu dulce presencia, termine mi vida con una buena y santa muerte.

 

 

FRUTO A RECOGERSE EN ESTE QUINTO DOLOR

I.                   La Madre de Dios permaneció constante hasta el final al pie de la Cruz, porque amaba a Jesús con el amor de la madre, ¡y qué madre! Así tú estarás constante al pie de la Cruz, compadeciéndote de la Santísima Virgen en sus afanes hasta el final de tu vida, si realmente la amas con el amor de un hijo.

II.                La Santísima Virgen no estaba feliz de estar sola al pie de la Cruz, pero María Cleofe, María Magdalena y Juan le trajeron allí: así tu serás un verdadero imitador de María, si tratas de llevar a otros a la devoción y la compasión hacia Jesús Crucificado, y la Santísima Virgen de los Dolores.

III.             Al entregar Jesús a Juan como hijo a su Santísima Madre, también nos entregó a Ella a todos nosotros miserables pecadores. Por lo tanto, aprende a reconocer y respetar como tu amantísima Madre a la Virgen al pie de la Cruz, y sobre todo a no multiplicar sus dolores al ofender a su Divino Hijo.

 

 

 

 

 

SEXTO VIERNES

MEDITACION

“Y tomando José el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia. Y había muchas mujeres allí, ministrando a él”. (Mat. 27, 59).

Considera, cuán vehemente y áspero debió ser el dolor de María, cuando bajado Jesús de la Cruz, así lacerado, herido, ensangrentado y muerto fue puesto por José y Nicodemo en sus brazos. Fue un milagro, le dijo un ángel a Santa Brígida (Lib. 2, Revel.), que ahí ella no muriese de tanto dolor. Apenas recibe en sus brazos el querido cuerpo, lo aprieta con fuerza contra su pecho, coloca su rostro entre las espinas, cuenta una por una las profundas  heridas, unió su cara a la de su Hijo, se tiñó las manos con su sangre y lo besó, y tantas veces lo besa, lo besa con tantas lágrimas, que al multiplicar los besos, al inundarlo de lágrimas, al crecer juntos el amor y el dolor, vencida por la vehemencia de esto y abrumada por la inmensidad de aquello, vacila y casi se desmaya; dice San Bernardo: “Cum de Cruce Corpus eius fuisset depositum, prae doloris vehementia, et amoris inmensitate quasi exanimis facta est”. (Tract. De Lament. Virg.). ¿Qué compasión no debió conmover el corazón de Juan y de las dos Marías dolientes con tan lloroso y triste espectáculo de una Madre casi fallecida, con un Hijo muerto en sus brazos? Lloraban éstos, dice el ya citado San Bernardo, tan amargamente que sus lenguas enmudecieron y no podían por el gran dolor emitir palabra para consolarla. “Omnes Virgines compatientes dolorem, sic amarissime flebant, ut nullae carum possent ad plenum verba formare”. Y yo qué haré? Inmóvil como una roca no daré ni siquiera una señal de compasión? Si no lloro por este dolor, quizás el más amargo de todos, entonces cuándo lloraré? Oh Virgen atormentadísima y afligidísima! Si tu Hijo mostró en ti su omnipotencia al no dejarte morir, muestra tú en mí tu ternura al hacerme llorar. Sí, llorar quiero, pero que el objeto de mis lágrimas sea siempre tus terribles Dolores, y mis graves pecados, que han sido los causantes de tus sufrimientos.

 

Concédeme Madre ir contigo

A llorar ante el Crucifijo,

Mientras aún yo esté vivo.

 

GRACIA QUE DEBE PEDIRSE

Santísima y afligidísima Virgen, por este inconsolable Dolor tuyo, concédeme, te lo ruego, este consuelo, que en el último día de mi vida yo sea digno de recibir a Jesús Sacramentado en mi corazón, a fin de obtener la perfecta posesión del Cielo.

 

 

FRUTO A RECOGERSE EN ESTE SEXTO DOLOR

I.                   José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero le seguía ocultamente mientras predicaba y obraba milagros; tan pronto como lo vio muerto y abandonado por todos, se declaró abiertamente su seguidor y fue a pedirle a Pilatos que le permitiera enterrarlo. Reflexiona, entonces, que cuando se trata de darse a conocer como seguidor de Cristo haciendo obras de piedad, no debes tener en cuenta los respetos humanos; pero debes mostrarte más animado por servir a Dios cuando los obstáculos que se oponen a ti son mayores.

II.                ¿Qué consuelo habría sentido el lacerado Cuerpo de Jesús, si hubiera podido hacerlo, cuando bajado de la Cruz fue puesto en los brazos de la Santísima Virgen? Ahora, ¿qué consuelo habría sido el Suyo cuando lo recibiste en tu pecho? Ah contigo tal vez habría caído en una cruz más dura que aquella de la cual lo descendieron.

III.             Jesús así muerto quiso ser colocado en el pecho y los brazos de su Santísima Madre para hacerte entender que si quieres disfrutas de las gracias que con su muerte ha conseguido para ti, debes recurrir a la Santísima Virgen de los Dolores, que lo lleva entre sus brazos y en su seno.

 

 

 

 

 

 

SEPTIMO VIERNES

MEDITACION

“Lo envolvió en la Sábana y lo colocó en una tumba que había sido tallada en la roca”. (Marc. 15, 46). “Le seguía una gran multitud, incluidas muchas mujeres que lloraban desconsoladas y se lamentaban por Él” (Luc. 23, 27)

Considera el dolor que sintió el corazón de la Santísima Virgen, cuando llegó el momento de enterrar a su querido y extinto Jesús, se encamina a la lúgubre procesión desde que vió que lo quitaron de sus brazos. ¡Qué abrazos, qué besos, qué lagrimas no debió ella repetir en ese momento! “Flebat irremediabilibus lacrymis”; lloraba, dice San Buenaventura en “Meditationibus Vitae Christi”, cap. 82; lloraba la afligida Madre con lágrimas irremediables, las cuales continuó derramando por todo el camino, y más tarde cuando llegó junto al sepulcro cayó sobre aquella piedra donde Jesús fue sepultado, y hasta hoy en día allí se ve, según lo escribe San Bernardo, todavía imprimidas las marcas de sus lágrimas: “eius lacrymae apparere dicuntur in monumento, indicativae doloris intimi”. Madre afligidísima, desconsoladísima Madre! Si tanto te afligiste, y tanto te dolió que te arrancaran de tus brazos a tu querido hijo Jesús, aunque sabías que estaba muerto, pero su presencia te daba consuelo; ¿cómo habrá quedado tu corazón cuando viste cerrar el sepulcro con una gran piedra, donde fue quitado también de tu vista? Ah, no existe palabra que pueda describirlo, como tú misma le revelaste a Santa Brígida (lib. Revel. Cap. 21) “Qualem tristitiam tunc temporis habui, non est que valeat dicere”. Pero si no existen palabras suficientes que puedan expresarlo, puedo y quiero, sin embargo, con ternura llorarlo. Por lo tanto, oh Virgen dolorosísima, conmueve mi dolor junto con el tuyo, despierta mis lágrimas, y hazme sentir dolor por mis pecados, únicos causantes de tus pesares, para que cuando este frágil barro de mi cuerpo se acerque al sepulcro, el alma purificada por tus lágrimas y mi llanto, vuele inmortal para disfrutar contigo la gloria del Santo Paraíso.

 

Cuando mi cuerpo muera en calma,

Por favor concédele a mi alma

Del Paraíso alcanzar la palma.

 

GRACIA QUE DEBE PEDIRSE

Virgen Santísima, por aquél amargo Dolor, que probaste al verte solitaria, viuda y privada de tu querido y adorado Jesús, encerrado en el Sepulcro; obtenme, te lo ruego, el perdón de mis culpas en la vida, y concédeme tu asistencia en la muerte, para que ni en esta vida ni en la muerte nunca más me falte la gracia de nuestro querido Jesús.

 

 

FRUTO A RECOGERSE EN ESTE SEPTIMO DOLOR

I.                   Cuando Jesús fue acompañado por su Santísima Madre al entierro, solo quería ser enterrado en un sepulcro nuevo que no apestara por otros cadáveres. Aprende cuán limpio debe estar tu corazón si deseas recibir dignamente a Jesús Sacramentado y vivo.

II.                Con tantos dolores que la Santísima Virgen continuó sufriendo incluso después del entierro de su único Hijo, no tuvo otro consuelo que la esperanza de verlo pronto resucitado. Ahora tú debes actuar de un modo que María tenga un consuelo semejante para ti, y que al verte verdaderamente resucitado del pecado sea un verdadero alivio para sus graves dolores.

III.             Escribe San Ambroso, que fue tan vehemente y amargo el dolor que sintió la Santísima Virgen al verse a sí misma sin su Hijo, que para mitigar tal aspereza El aceleró su resurrección; “materno compatiens dolori, festinavit resurgere Christus”. Por lo tanto, si tú quieres demostrar ser hijo de María, debes hacer cuanto puedas por compadecerla y consolara.


Colaboración de Carlos Villaman


NOVENA DEL TRÁNSITO Y ASUNCIÓN DE MARÍA

NOVENA SAGRADA DEL GLORIOSO TRANSITO Y ASUNCION A LOS CIELOS

DE LA SERENISIMA REINA DE LOS ANGELES MARIA SANTISIMA NUESTRA SEÑORA.

 

A devoción de la esclavitud del Divino Corazón de Jesús y Tránsito glorioso de María Santísima, fundada en la Capilla del Seráfico Doctor San Buenaventura, adonde se venera el misterio de su preciosa muerte.

 

Todas las personas que veneren esta novena, o alguna de sus oraciones ganan ochenta días de indulgencia: concedidas por nuestro príncipe el Sr. Dr. Diego del Coro y juntamente sesenta días más las personas recibidas en esta esclavitud.

 

Montevideo, Uruguay. Imprenta de la Caridad. Año 1842.

 

 

AL LECTOR.

A la que desde ab-eterno siempre fue hija, madre y esposa de la Santísima Trinidad, la debes considerar en tres especialísimos estados, que siendo viadora tuvo en esta vida mortal.

 

         El Primero, que es de hija del Eterno Padre, se considera desde el instante de su inmaculado ser, hasta el punto, que llegó a ser madre.

 

         El segundo abraza desde el instante que empezó a ser madre del Verbo Eterno, hasta el día de la Ascensión del Señor, Día de Jesús, subió con su santísimo a la gloria y estando tres días allí gozando de Dios, tuvo opción para quedarse perpetuamente en el Cielo, o para volver, si quería, al mundo; y nuestra Reina soberana, privándose de la gloria, y compañía de su Hijo, eligió volver a padecer, eligió el morir, y eligió la mejor parte, que dice el Evangelio: optimum partem elegit, y desde este descenso, hasta el punto de su glorioso Tránsito encierra el tercer estado, que es el de esposa del Espíritu Divino: Ego Joannes vidi Civitaten sanctam Jerusalem novam descedentem ac Caelo á Deo parátam sicut sponsam ornatam viro suo. En aquellos dos primeros estados, de hija y madre, se encierran grandes misterios que reverentes confesamos los fieles: en este tercer estado de esposa, adoramos el de su glorioso Tránsito, y subida a los cielos, para cuya consideración ofrezco a los devotos de María Señora Nuestra, este cuadernillo en forma de novena, que será muy del agrado de su Majestad Santísima, la empiecen el siete de agosto, para acabarla a quince de dicho mes.

 

 

Por la Señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.  

 

Un Ave María a los mil Ángeles de Guarda, que tuvo Nuestra Señora para hacer esta novena con toda atención y reverencia.

 

 

ORACION PREPARATORIA PARA TODOS LOS DIAS

Todopoderoso Señor y Dios Eterno, que invisiblemente estás todo, en todo este mundo visible; confieso que vos, Señor y Dios Altísimo, por vuestra graciosa piedad me hicisteis criatura racional, adornando mi alma con vuestra nobilísima imagen. Confieso también que vos, Señor Altísimo, por solo vuestro querer me disteis en tiempo a entender los preceptos de vuestra divina ley, para que guardándolos cumplidamente en el valle de mi destierro cumpliera con el fin de serviros y amaros en esta vida, para después gozaros eternamente en la otra. Estos preceptos, que la largueza de vuestra eterna sabiduría me dio para salvarme, los he quebrantado como criatura ingrata; de lo cual me pesa, me pesa y arrepentido de haber pecado, os pido por vuestra Divina Clemencia, y por el glorioso Tránsito de la Santísima Virgen María, uséis conmigo de misericordia. Perdonadme, Dios mío, perdonadme, y dadme una pequeña centella de vuestra gracia para con ella serviros y daros continuamente rendidas gracias por los beneficios que me habéis hecho, y muy en particular para alabaros como debo, por el que vuestra Majestad me hizo dándome por Abogada y Medianera a la Soberana Reina de los Cielos; a quien vos, Señor y Dios Altísimo la coronasteis en el Cielo después de su glorioso Tránsito, con tres coronas de inaccesible gloria, correspondientes a sus altísimos méritos, adquiridos con suma perfección en cada estado, a los tres que tuvo siendo viadora, como fueron de hija, madre y esposa vuestra. Esto, Señor, os suplico: como también me deis especialísima gracia, para hacer esta sagrada novena de suerte que sea para mayor honra y gloria vuestra, de la santísima humanidad del Verbo Eterno y de su Santísima Madre. Amén.

 

 

 

 

PRIMER DÍA

Considera este día como habiendo llegado nuestra Reina y Señora a los últimos años de su vida, vivía ya con la dulce violencia del amor, en un linaje de martirio, que para no que no se dividiese el pecho, retirada a sus solas solía romper las cadenas del silencio y hablando con el Señor le decía: “Amor mío, dulcísimo bien, y tesoro de mi alma, llevadme ya tras el olor de vuestros ungüentos, que habéis dado a gustar a esta vuestra sierva y madre, peregrina en el mundo. ¡Oh única esperanza y gloria mía! No se detenga mi carrera, no se alargue el plazo de mi deseada libertad. Soltad ya las prisiones de la mortalidad, que me retienen. Cúmplase ya el término, llegue ya el fin donde camino desde el primer instante que recibí de vos el ser que tengo. Oh Espíritus Soberanos, por la dicha que gozáis de la vista y hermosura de mi amado, os pido os lastiméis de mí, amigos míos. Doleos de esta peregrina entre los hijos de Adán. Decid a vuestro dueño y mío, la causa de mi dolencia, que no ignora. Decidle, que por su agrado abrazo el padecer en mi destierro.”

Con esta consideración alabaremos a la Santísima Trinidad; en la oración a Nuestra Señora pediremos nos de gracia para no perder de vista el fin para que fueron nuestras almas creadas.

 

 

ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA

Oh purísima Virgen María, maravilla prodigiosa del poder de Dios, que siendo peregrina en el mundo, Fénix única en la tierra, enfermasteis con la dulce dolencia del amor, que es fuerte como la muerte y con la fuerza de esta amorosa dolencia deseasteis se rompiesen las cortinas de la mortalidad, para lograr los eternos abrazos del Sumo Bien, en quien desde el primer instante de vuestro inmaculado ser, vivisteis transformada por amor. Por estas ardientes llamas de amor, que en los últimos años de vuestra peregrinación crecieron en el sagrado taller de vuestro amante corazón y por los singulares favores que os hizo la Santísima Trinidad en vuestro glorioso Tránsito, os suplico piadosísima madre de misericordia, seáis en este valle de lágrimas, de mi alma la estrella que la guía, para que con tal guía no pierda de vista el término adonde camina, y desea llegar por los méritos de Jesús tu hijo, y los tuyos. Esto, Señora, os pido que me concedáis con lo particular que os representa mi corazón, si es para mayor honra y gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.

 

Aquí se alienta la confianza y se rezan o cantan cinco Ave Marías a nuestra Señora y se dice lo siguiente:

 

Del Eterno Padre Soberana Hija: Ruega Virgen María por nosotros (se repite a cada aclamación)

Esposa del Espíritu Santo y del Hijo Madre.

Espejo de la Divinidad el más perfecto.

Esfera de la Divina Omnipotencia.

Centro de la bondad incomprensible.

Autora de la eternidad interminable.

Refulgente lucero del Sol Eterno.

Gloria de la Jerusalén Triunfante.

Fortaleza de la Iglesia militante.

Alegría del pueblo santo y escogido.

Ejemplar de los abrasados Serafines.

Resplandor de los iluminados Querubines.

Emulación Santa de la Angélica Naturaleza.

Victoria de los ejércitos de nuestro Dios.

Honra de la naturaleza de los hombres.

Decoro y hermosura de lo creado.

Triunfadora de los enemigos del Altísimo.

Vencedora de la muerte y del pecado.

Manantial de gracia y vida eterna.

Antídoto contra el veneno del pecado.

Nave cargada del pan que nos sustenta.

Arco del cielo que piedad anuncia.

Receta para enfermos incurables.

Laureola y corona de Santos.

Fin del poder y saber de nuestro Dios.

Prudente Reina que a tu pueblo defendiste.

Imán que lleva a sí a los corazones.

Sagrado refugio de miserables pecadores.

Antorcha que da luz en las tinieblas.

Abogada que alega en nuestra causa.

Purísima madre del amor hermoso.

Dulce vida por quien vivo y por quien muero.

 

L/: Hacedme digno de que os alabe, Virgen Santísima.

R/: Dadme virtud y fortaleza contra vuestros enemigos.

 

ORACIÓN

 

Virgen Santísima, madre de misericordia, a vuestro sagrado patrocinio me acojo: no me desampares, Reina del Cielo, madre mía, Señora mía, abogada mía; ten misericordia de mí en el trance de mi muerte. Por tus singulares prerrogativas y dotes de naturaleza y gracia con que os enriqueció el Señor por vuestra Concepción Inmaculada, por los nueve meses que tuvisteis en vuestras entrañas a todo un Dios humano, por todos los demás misterios de vuestro dichoso Tránsito, te ruego me alcances de vuestro Hijo el perdón de mis pecados, y la gracia final con que merezca la eternidad. Amén.

 

 

 

 

SEGUNDO DÍA

Considera este día, como estando Nuestra Soberana Reina enferma de amor y postrada en su oratorio en forma de Cruz, bajó el Arcángel San Gabriel acompañado de innumerables Ángeles y saludándola con la salutación del Ave María le dio esta embajada: “Emperatriz y Señora nuestra, el Omnipotente y santo de los santos, nos envía desde su corte, para que de parte suya os evangelicemos el término felicísimo de vuestra peregrinación. Ya, Señora, llegará presto el día y la hora tan deseada, en que por medio de la muerte natural, recibirás la posesión eterna de la inmortal vida. Tres años puntuales restan desde hoy, para que seáis levantada y recibida en el gozo interminable del Señor, donde todos sus moradores os esperan codiciando vuestra presencia.” Oyó nuestra Reina esta embajada, alabó por ella al Todo Poderoso, y después que los santos Ángeles se despidieron, se postró en tierra y derramando lágrimas le dijo así: “Tierra, yo te doy las gracias que te debo, porque sin merecerlo me has sustentado sesenta y siete años. Yo te ruego me ayudes en lo que resta de ser tu moradora.” Lo mismo dijo a los cielos, planetas, astros y elementos. Con esta consideración alabaremos a la Santísima Trinidad; y este día en la oración pediremos a Nuestra Señora la virtud de la humildad.

 

ORACIÓN

Oh Purísima Virgen María, hermosa flor del campo, y azucena la más fragante de los valles, sobre cuya vistosa hermosura descansó el Espíritu Santo como en su templo: ardiendo en vuestro corazón el fuego del amor Divino: oísteis vos Señora, a los sesenta y siete años de vuestra edad, la embajada que os trajo de la Beatísima Trinidad el Arcángel San Gabriel, de cómo estaba ya para cumplirse el término de vuestro destierro: y al oírla con inefable gozo, humildemente postrada, respondisteis de la misma suerte, que en la Encarnación del Verbo diciendo: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según vuestra palabra”. Por esta profunda humildad y resignación y por los favores que la Santísima Trinidad os hizo en vuestro glorioso Tránsito, os suplico: dulcísima madre de piedad, arranquéis de mi corazón todo apetito de soberbia, y me hagáis como vuestro santísimo Hijo quiere que sea, manso y humilde de corazón. Esto, Señora, os pido hoy junto con lo particular que vos sabéis, si es mayor honra y gloria de Dios y provecho espiritual de mi alma. Amén.

 

 

 

 

 

TERCERO DÍA

Considera este día, como desde aquella hora que nuestra Reina  y Señora recibió la embajada de lo que le restaba de vida, se inflamó de nuevo en la llama del amor divino, y multiplicó con más prolijidad todos los ejercicios, como si tuviera que restaurar algo, que por negligencia o menos fervor hubiera omitido hasta aquel día: y así fueron las obras de nuestra Señora en aquellos tres últimos años como de quien ya comenzaba a despedirse y deseaba dejar a todos los fieles ricos y llenos de bienes celestiales. Pasados algunos días habló al evangelista San Juan de esta manera: “Hijo mío: sabréis como la dignación y misericordia infinita de mi Dios y Señor, me ha manifestado, que se llegará presto el término de mi vida mortal, para pasar a la eterna; y del día que recibí este aviso, me restan solo tres años en que se acabará mi destierro. Yo os suplico, señor mío, me ayudéis en este breve tiempo, para que yo trabaje en dar gracias al Altísimo y algún retorno de los inmensos beneficios que de su liberalísimo amor tengo recibidos”. Esta noticia traspasó el corazón del sagrado apóstol, y desde ese día quedó triste, y macilento, derramando continuamente lágrimas de dolor. Con esta consideración alabaremos a la Santísima Trinidad, y en la oración pediremos a Nuestra Señora, gracia para corresponder a los auxilios.

 

ORACIÓN

Oh Santísima Virgen María, dignísima Madre de Misericordia, Señora de la Iglesia militante y especial gloria de la triunfante; que, inflamada del amor Divino, empezasteis con muchos fervores desde aquella hora que al Arcángel San Gabriel oísteis, a apresurar el paso, en el ejercicio de vuestras heroicas obras; no por temor de la muerte, que este en vos no hubo ni pudo haber, sino para entrar más rica y próspera en el interminable gozo de tu divino esposo. Por esta prisa, que en fin de vuestra carrera disteis, acumulando virtudes sobre virtudes, y méritos sobre sumos méritos, y por los sagrados dones con que la Santísima Trinidad os favoreció en vuestro glorioso Tránsito: os suplico amantísima Madre de mi alma, me ayudéis con vuestra gracia para corresponder los Divinos auxilios y avisos que para morir me da la Santa Iglesia, cuando me acuerda que soy polvo y en polvo me he de convertir. Esto Señora os pido que me concedáis, con lo particular que vos sabéis, si es para mayor honra y gloria de Dios, y bien de mi alma. Amén.

 

 

 

 

CUARTO DÍA

Considera este día como corriendo el curso de estos últimos años de la vida de nuestra Reina Soberana, ordenó el poder divino, con una oculta y nueva fuerza que todo el resto de la naturaleza comenzara a sentir y prevenir el luto para la muerte de la que con su vida daba hermosura y perfección a todo lo creado. Los Santos Apóstoles, que entonces estaban derramados por el mundo predicando el Santo Evangelio, comenzaron a sentir un nuevo cuidado, que los llevaba la atención con recelos de cuando les faltaría su maestra y amparo, porque ya les dictaba la divina y oculta luz, que no se podía dilatar mucho este plazo interminable. Los demás fieles moradores de Jerusalén, y vecinos de Palestina, reconocían en sí mismos como un secreto a vista de que su tesoro y alegría no sería para siempre. Los cielos, astros, planetas, por seis meses antes, comenzaron a perder mucha parte de su hermosura. Las avecitas de la tierra hicieron singular demostración de tristeza y pocos días antes del Tránsito de nuestra Reina, concurrieron a su oratorio y postrando sus cabecitas y picos por el suelo, rompían sus pechos con gemidos tristes, como que se despedían para siempre y le pedían su última bendición. Con esta consideración alabaremos a la Santísima Trinidad, y en la oración pediremos a Nuestra Señora, gracia para llorar la ausencia que Dios hace de nuestras almas cuando le ofendemos.

 

ORACIÓN

Oh Santísima Virgen María, decoro y hermosura de todo linaje humano y admiración de los moradores del Cielo; que a la tristeza y llanto que las criaturas de este mundo mostraron, luego que entendieron vuestra ausencia, se conmovieron vuestras maternales entrañas, y con esta piadosa conmoción de madre, alcanzasteis piadosa de vuestros hijos, en los últimos días de vuestra Santísima vida, muchos beneficios y misericordias para los fieles y todo el resto de la Iglesia militante. Por este maternal amor y por amor de la Beatísima Trinidad, que tantos favores os hizo en vuestro glorioso Tránsito, os suplico piadosísima madre de misericordia, me deis gracia para llorar con verdadero dolor, en lo restante de mi vida la ausencia que de mi alma hizo vuestro Unigénito Hijo, cuando con tantas culpas ingrato le ofendí: esto, Señora mía, os pido me concedáis con lo particular que vos sabéis, si es para honra y gloria de Dios y provecho espiritual de mi alma. Amén.

 

 

 

 

QUINTO DÍA

Considera este día, como antes de su partida para el Cielo, salió de su oratorio nuestra Reina y Señora, a visitar y despedirse de todos los sagrados lugares de nuestra redención, orando y pidiendo en cada uno de ellos a su Santísimo Hijo por todas las almas redimidas. Acabada esta visita, y despidiéndose de los santos lugares, empezó derramando tiernas lágrimas a despedirse de la Santa Iglesia, en esta forma: “Dichosa Santa Iglesia, madre mía, rica estás y abundante de tesoros, yo quisiera a costa de mil vidas, hacer tuyas a todas las naciones y generaciones de los mortales, para que gozasen sus tesoros. Tú eres la señora de las gentes, a quien todos deben reverenciar. Tú me has adornado y enriquecido con tus preseas, para entrar, en las bodas del Esposo. En ti tuve siempre todo mi corazón y mi cuidado: pero ya es tiempo de partir, y despedirme de tu dulce compañía, honra y gloria mía, ya te dejo en la vida mortal: más en la eterna te hallaré gozosa en aquel ser, donde se encierra todo. De allá te miraré con cariño, y pediré siempre tus aumentos, todos tus aciertos y progresos”. Con esta consideración alabaremos a la Santísima Trinidad, y en la oración pediremos a nuestra Señora nos dé una ardiente y viva fe.

 

ORACIÓN

Oh Santísima Virgen María, sagrado relicario de Dios, columna del mundo, y puerta feliz del Cielo, que después de la admirable Ascensión de vuestro Hijo a los Cielos, quedasteis en este mundo, como madre y señora de la iglesia militante, para gobernarla y extenderla con vuestros altos merecimientos y dulcísima presencia, y cumplido el término de vuestra santísima vida, os despedisteis de ella, con dulces lágrimas y caricias tiernas, a la manera que de vos se despidió vuestro amado hijo, cuando os pidió le echaseis vuestra bendición, y dieseis licencia para ir a padecer y morir por mi remedio. Por ese amor, dolor y tristeza, y por amor a la beatísima Trinidad, que tantos y tan singulares favores os hizo en vuestro glorioso Tránsito, os suplico, dulcísima madre de amor me deis una fe viva, con la cual ame y venere toda mi vida a la Santa Iglesia por los mismos motivos que vos, Señora, tuvisteis para amarla y venerarla. Esto, Señora, os pido, con lo particular que sabéis, si es para mayor honra y gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.

 

 

 

 

SEXTO DÍA

Considera este día, el testamento y última voluntad de nuestra soberana Reina: que en su contexto es así. “Altísimo Señor y Dios eterno. De los bienes de la vida mortal y del mundo en que vivo, nada tengo que dejar; porque jamás poseí, ni amé otra cosa fuera de Vos, que sois mi bien y todas mis cosas. Dos túnicas y un manto de que he usado, dejaré a Juan, para que disponga de ellas, pues le tengo un lugar de hijo. Mis merecimientos, y los tesoros que con la gracia divina los he adquirido, de todo dejo por universal heredera a la Santa Iglesia mi madre, y mi señora, y deseo que en primer lugar sean para exaltación de vuestro santo nombre. En segundo lugar, los ofrezco por mis señores apóstoles y sacerdotes presentes y futuros. En tercer lugar, los aplico, para el bien espiritual de mis devotos que me sirvieren, invocaren y llamaren. En cuarto lugar, deseo que os obliguéis de mis trabajos y servicios por todos los pecadores hijos de Adán, para que salgan del estado infeliz de las culpas”. Y cumplido este testamento, pidió nuestra Reina al Todo Poderoso que para su Tránsito se hallasen presentes todos los Apóstoles. A que le respondió su Hijo Santísimo de esta manera: “Madre mía amantísima, ya vienen mis apóstoles a vuestra presencia, y los que están cerca llegarán con brevedad, y por los demás que están muy lejos enviaré a mis ángeles que los traigan, porque mi voluntad es que asistan todos a vuestro Tránsito para consuelo vuestro y el suyo, en veros partir a mis eternas moradas”. Con esta consideración alabaremos a la Santísima Trinidad y en la oración pediremos hoy a nuestra Señora, nos asista en la hora de nuestra muerte.

 

ORACIÓN

Oh Santísima Virgen María, amantísima madre y señora nuestra, que habiendo ordenado con alta sabiduría vuestro testamento y postrimera voluntad, confirmándole y aprobándole la Santísima Trinidad, hicisteis a vuestro Hijo Santísimo otra petición en la forma siguiente: “Clementísimo Señor mío, y padre de las misericordias; si fuere de vuestra gloria y beneplácito, desea mi alma, que para su Tránsito se hallen presentes los apóstoles mis señores y ungidos vuestros, con los otros discípulos para que oren por mí, y con su bendición parta yo de esta vida para la eterna. Por la humildad y amor con que hicisteis esta súplica a vuestro hijo amantísimo, y por los favores que os hizo la beatísima Trinidad en vuestro glorioso Tránsito, os hago Señora y Reina mía la misma petición, que en la hora de mi muerte logra mi alma la dichosa suerte de ver tu amorosa presencia, para que recibiendo vuestra santísima bendición, vestido con las preciosas joyas de vuestros altísimos merecimientos, salga en paz de los peligrosos escollos de esta vida mortal. Esto, Señora, os suplico me concedáis, con lo particular que vos sabéis, si es para mayor honra y gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.

 

 

 

 

SÉPTIMO DÍA

Considera como este día trece de agosto, viernes, antes de las tres de la tarde entraron todos los apóstoles, discípulos y otros fieles al oratorio de Nuestra Santísima Señora, y estando todos ordenadamente puestos en su presencia, se levantó una tarima donde estaba hincada de rodillas y pidiendo licencia al apóstol san Pedro, postrada al pie de cada uno de ellos, empezó a pedir perdón, a despedirse y a pedir que le echasen su bendición, para partir de este mundo. Con esta acción que hizo y palabras que habló, se derritieron los corazones de los apóstoles y demás fieles, y deshechos en lágrimas, quedaron todos en silencio y oración, y en ese tiempo, bajó de las alturas su Hijo Santísimo con innumerables cortesanos así de la angélica como de la humana naturaleza, dióle opción a su Santísima Madre para sí quería pasar a la gloria sin pasar por la muerte; y luego que nuestra Reina eligió entrar en la vida eterna pasando por la puerta común de la muerte natural, comenzaron todos los ángeles a cantar; y al entonar esta música se reclinó nuestra Señora en su tarima, con las manos juntas y los ojos fijados en su Hijo Santísimo, y cuando los ángeles llegaron a cantar estos versos: levántate y date prisa amiga mía; paloma mía y ven que ya pasó el invierno”; dijo Nuestra Señora: “en tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu”; y diciendo esto, expiró, Viernes trece de Agosto a las tres de la tarde. Con esta consideración, alabaremos a la Santísima Trinidad y en la oración pediremos hoy a nuestra Señora, nos defienda del demonio en la hora de nuestra muerte.

 

ORACIÓN

Oh Santísima Virgen María, única hija del Eterno Padre, amantísima madre del Verbo eterno, y singular esposa del Espíritu Santo, que siendo pura y limpia desde el instante primero de tu inmaculado ser, elegiste entrar por la puerta de la muerte en el gozo de tu Señor, solo por imitar a vuestro Hijo Jesús. Por lo que a Dios le agradó esa vuestra humilde elección, y por el singular beneficio que entonces os hizo de que todos los fieles que veneraren el misterio de vuestra muerte, logren la dicha de estar debajo de vuestro especial amparo en la hora de su muerte; os suplico, amantísima madre de mi alma, me amparéis en la hora de mi muerte y defendiéndome del demonio, me presentéis en el tribunal de la divina misericordia, donde, os suplico, seáis mi especial abogada, como lo eres de todo el linaje humano, ante la presencia de su Eterno Padre, la humanidad Santísima de vuestro Hijo. Esto, señora, os pido, me concedáis, con lo particular que vos sabéis, si es para mayor honra y gloria de Dios y provecho de mi alma. Amén.

 

 

 

 

OCTAVO DÍA

Considera este día con tierno llano, como después que expiró nuestra Reina Soberana, trataron los apóstoles de darle sepultura a su sacro santo cuerpo, en un sepulcro nuevo, que estaba en el Valle de Josafat, y para esto pusieron el sagrado y virginal cuerpo en el féretro, y levantándolo sobre los hombros, caminaron con él en ordenada procesión, acompañando un gran número de los moradores de Jerusalén, que con luces en las manos y lágrimas en los ojos, iban cantando salmos y lamentaciones y en forma invisible iban los mil ángeles de su guardia, cantando unos: “Dios te salve María, llena de gracia, el Señor es contigo”, y otros: “Virgen antes del parto, en el parto y después del parto”. También iban otros muchos millares, o legiones de ángeles, con los antiguos padres, patriarcas, San Joaquín, Santa Ana, San José, Santa Isabel y el Bautista, con otros muchos santos, que desde el cielo asistiesen a las exequias y entierro de su Beatísima Madre. Con esta consideración alabaremos a la Santísima Trinidad, y en la oración pediremos a nuestra Señora, nos dé gracia para morir al mundo, y no volver a reincidir en la culpa.

 

ORACIÓN

Oh Excelsa Reina de los Cielos, simulacro soberano y sagrado propiciatorio de los divinos oráculos, y favores, que sirviéndoos de peana en el estrellado solio del monarca de la gloria, cabezas de querubines y de escolta dominaciones, principados y potestades, elegisteis, que en la tierra se viese vuestro virginal y sacrosanto cuerpo, exánime y yerto entre las tristezas de una funesta tumba y entre las negras sombras de un oscuro sepulcro, causando doloroso sentimiento, así en las criaturas racionales, como en las irracionales. Por aquellas tiernas lágrimas que derramaron los sagrados apóstoles, cuando se vieron sin el consuelo de vuestra dulce y amorosa compañía y por los favores que os hizo, en vuestro glorioso Tránsito, la Beatísima Trinidad, os suplico, dulcísimo y amabilísima Reina de mi alma, hagáis que yo acabe ya de morir a lo visible de este mundo, que mi cuerpo se sepulte en el sepulcro del propio conocimiento: y si para algo viviere, solo sea, Señora, para conservar en mi memoria de vuestra muerte, y con tal memoria no pueda volver a reincidir en la culpa ya dejada. Esto, Señora, os pido, con lo particular, que mi corazón os representa, si es para mayor honra y gloria de Jesús tu Hijo y bien de mi alma. Amén.

 

 

 

 

 

NOVENO DÍA

Considera este día la Resurrección de nuestra Reina, y Señora, y como llena de gracias acompañada de su Hijo Santísimo y de todos los cortesanos celestiales, subió desde el sepulcro al Cielo Empíreo, donde admirados los ángeles, se decían los unos a los otros: “Salid hijas de Sión, a ver a vuestra Reina, a quien alaban las estrellas matutinas”. Llenos de asombro los otros, se preguntaban diciendo: “¿Quién es ésta, que sube del desierto, como varilla de todos los perfumes aromáticos? Quién es ésta que se levanta como la aurora, más hermosa que la Luna, escogida como el Sol y terrible como muchos escuadrones ordenados. ¿Quién es esta? Decían todos, que sube del desierto reclinada en su dilecto, derramando afluentes delicias”. Con esta admirable grandeza, llegó al trono de la Beatísima Trinidad, donde el Eterno Padre le dijo: “Asciende más alto que todas las criaturas, electa mía, hija mía, paloma mía”. El Verbo humanado dijo: “Madre mía, de quien recibí el ser humano, recibe ahora, el premio de mi mano, que tienes merecido”. El Espíritu Santo dijo: “Esposa mía amantísima, entra en el gozo eterno, que corresponde a tu fidelísimo amor ama, y goza sin cuidado, que ya se pasó el invierno de padecer, y llegaste a la posición de vuestros abrazos”. Y diciendo esto las Tres Divinas Personas, la coronaron con una corona de inaccesible gloria, por Reina y Señora de todo lo creado. Con esta consideración, alabaremos a la Santísima Trinidad y en la oración pediremos hoy a nuestra Señora nos mire siempre con ojos misericordiosos.

 

ORACIÓN

Oh Soberana Emperatriz de las alturas, Reina, Señora y superiora de los serafines y de toda la universalidad de criaturas; que, elevada sobre los coros angélicos, a los celestiales alcázares de la gloria, y colocada a la diestra de vuestro Unigénito Hijo, causasteis con vuestra presencia nuevo gozo a los cortesanos del Cielo y gloriosa complacencia a la Beatísima Trinidad. Por aquellos privilegios divinos, que como a Reina os concedieron las Tres Divinas Personas, en el día de vuestra gloriosa Asunción, dándoos dominio sobre el Cielo y sus moradores, sobre el Infierno y sus demonios, sobre los elementos y sus criaturas, sobre la Iglesia militante, sobre los reinos católicos, sobre los justos de la tierra, y sobre sus divinos bienes y riquezas, haciéndoos su depositaria y tesorera: os suplico misericordiosísima Señora que desde el excelso solio de vuestra gloria, donde os halláis llena de la naturaleza divina, volváis esos vuestros poderosos ojos a la tierra, para no olvidar las pensiones de mi frágil naturaleza. Que volváis a mirar a vuestro Hijo y miraros a Vos misma; os suplico Señora, para que así me miréis a mí con ojos misericordiosos. Esto, Señora, os pido, junto con lo particular, que en esta novena he deseado conseguir de Vuestra Majestad Soberana, si es para mayor honra y gloria de la Santísima Trinidad y provecho espiritual de mi alma. Amén.

 

 

 

 

ANTIFONA DE LOS SIETES PRINCIPES DE LOS ÁNGELES, EN QUE SUS DEVOTOS

LOS CONVIDAN A QUE ALABEN Y BENDIGAN A CRISTO SU REY, Y REINA MARÍA

Príncipes de la Corte Celestial, vosotros todos siete, que asistís en la presencia del trono de Dios, a quienes ha encargado Dios para el socorro de todos los fieles, grandes ministros, favorecednos como buenos amigos, cuando los demonios, nuestros enemigos, nos intentaren hacer mal: interceden por vuestros devotos, con vuestro rey Cristo y vuestra Reina María, y ayudadnos a alabarlos y bendecirlos y a darles infinitas gracias, por los inmensos beneficios que por vuestro medio continuamente recibimos de sus manos santísimas.

 

 

L/: Adorad al Señor, Aleluya.

R/: Ante cuyo trono asisten siempre los príncipes de los Ángeles.

 

OREMUS: Omnipotente Dios, que entre los demás ornamentos de los Cielos y ministerios con que se gobierna el mundo, repartiste con disposición admirable, así las ordenes como los oficios de los ángeles; concédeme propicio que de tus siete príncipes que te asisten siempre más cercanos a ti que estas sentado en tu soberano trono sea amparada nuestra vida, y tú y tu santísimo Hijo y su Santísima Madre seáis de ellos por nosotros alabados y benditos por todos los siglos. Amén.

Con siete Padre Nuestros y siete Ave Marías.

 

 

GOZOS

Astro luciente del día

Eterna rosa del suelo

Danos morada en el cielo

Virgen del Tránsito pía.

 

El cierzo brama furioso

Cuando abandonas la tierra;

Brotan el vicio y la guerra,

Y en el campo deleitoso

El ruiseñor amoroso

No trina ya cual solía;

 

Fragante rosa temprana,

Delicia del firmamento.

Tu aroma embalsama el viento

Cuando te meces galana;

Lucero de la mañana,

Gala y orgullo del día;

 

Tortolilla cariñosa

En alto cedro sentada.

Perla de Oriente preciada,

Lira de oro sonorosa,

Fuente pura y deliciosa

De celestial ambrosía.

 

Si tú de mujer naciste,

También nosotros nacimos;

Por eso todos morimos

Y por eso tú  moriste;

Pero tú la gloria viste

En tu risueña agonía;

 

Raudal de puros placeres,

La Madre de Dios te llamas;

Con tu luz el orbe inflamas

Y animas todos los seres.

Bendita entre las mujeres

Eres tú, Virgen María.

 

Cuando el sol radiante dora

En su rápida carrea

Por ti vive y en ti espera,

A ti clama y en ti adora;

En tus bondades, Señora,

Nuestra salvación se fía.

 

Confesando y comulgando en el día 15 de agosto y visitando dicha Iglesia se ganan indulgencia plenaria, concedida por Clemente VIII, tantas cuantas veces se hiciere, desde el día antes a las tres de la tarde hasta ponerse el sol del dicho día 15; siendo además infinitas las concedidas por varios prelados de la Iglesia por rezar devotamente la oración del Ave María.

 

Colaboración de Carlos Villaman

ANOTACIONES

Al hablar sobre la piedad popular, es referirnos a aquellas devociones que antaño se hacían en nuestros pueblos y nuestras casas, cuando se...