domingo, 21 de febrero de 2021

NOVENA AL SEÑOR DE LA JUSTICIA DE LIMA

 


NOVENA EN HONOR DEL SEÑOR DE LA JUSTICIA

Que se venera en la Basílica del Rosario de Lima

 

Lima, 1869

 

ACTO DE CONTRICIÓN

Oh mi Padre de consuelo, deseo que me aseguréis en Vos tan sólidamente como vuestro Hijo Divino que es objeto de vuestro amor, él fue clavado en la cruz, de donde no quiso bajar hasta que me rescató plenamente y me reconcilió con Vos. Os ruego, por el exceso de su caridad infinita, me concedáis la gracia de permanecer siempre tan fuertemente unido a Vos, y de perseverar en esta unión con tanta firmeza, que no pueda abandonaros jamás, aun cuando os viese abandonado de todos. Os hago también esta súplica, Dios mío, por todos los que tengo una obligación particular de rogar, y por todos los vivos y difuntos. Así sea.

 

DÍA PRIMERO

CONSIDERACIÓN

¡Oh misericordioso Jesús! Recordad que por ese sudor de sangre que correr tan abundante de todas vuestras venas, y la angustia de vuestro corazón, durante vuestra oración en el huerto de Getsemaní. Recordad y repetidme ese injusto arresto, y las ligaduras de que os cargaron los que os conducían con tantas violencias en los primeros instantes de vuestra dolorosa Pasión. No olvidéis ¡Oh bondadoso Jesús! Aquella noche en que fuisteis tan maltratado por mí, cuando os escupían en la cara, cuando os abrumaban de injurias, y os vendaban los ojos. Acordaos ¡Oh amabilísimo Jesús! De vuestra pobre Madre, cuyo corazón virginal estaba desgarrado, y os veía herido en el semblante y tan odiosamente ultrajado. Decidme ¡Oh Jesús mío! lo que hacía vuestra eterna Sabiduría, cuando fuiste ridiculizado por Herodes, revestido de un traje de burla y mirado como un loco. Cuando atado a una columna vuestro cuerpo delicado era azotado, desgarrado y hecho jirones por látigos insaciables. Cuando vuestra cabeza adorable estaba agujereada por agudas espinas, y la sangre corría de mil sitios e inundaba vuestro bello semblante. Referid a mi corazón, suavísimo y pacientísimo Cordero, con que humildad y con qué amor habéis oído la sentencia, con qué alegría habéis tomado la cruz sobre vuestros hombros, y en medio de que afrentas fuiste conducido al lugar de vuestro suplicio.

 

ORACIÓN

¡Oh Jesús mío! brillo de la luz, Eterna Sabiduría del Padre, y única esperanza de mi alma, recordando vuestra Pasión, no me olvidéis: vivo combatido y abrumado de penas interiores. Libradme de los lazos de mis pecados. Que vuestras heridas destruyan mi vergüenza, curen mis llagas. Os pido encarecidamente me defendáis contra el amor del mundo, contra las astucias del demonio, contra las ocasiones e inclinaciones que yo tendría para hacer el mal. Enseñadme a vivir con razón y prudencia, que el dolor de vuestra cabeza ensangrentada ilumine mi espíritu, fortifique mi corazón, a fin de que os imite en vuestros padecimientos y en vuestra Pasión, para que lleve con Vos vuestra Cruz, y en el término de mi vida, luego que, de el último suspiro, sed para mi un Juez lleno de misericordia. Amén.

Cinco Padres nuestros, Aves Marías y Glorias, en honor y reverencia de las cinco Llagas del Señor.

 

ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA

(Para todos los días)

¡Oh reina de mi corazón afligido! ¡Oh María, tierna Madre mía! Luego de que venga también para mi la muerte, obtenedme de vuestro amadísimo Hijo, que en virtud de su Pasión y de la parte que en ella tomasteis, yo soporte y sobrelleve las aflicciones, los disgustos, las enfermedades, las miserias y los dolores de mi vida, que me oculte en su tumba y para todas las inquietudes del mundo. Que esta tierra sea para mi un doloroso destierro, que yo no tenga en ella otro socorro, otro amor, otro deseo, otra vida, que llorar a Jesucristo. A él solo mis suspiros, mis palabras, mis pensamientos y mis obras. Que yo padezca siempre por él, y le alabe sin cesar hasta el último instante de mi vida. Obtenedme ¡Oh Madre bondadosísima! La prudencia del amor, una vida llena de obras santas y una muerte de gracia y de salvación. Amén.

 

HIMNO

Confiado en tu indulgencia

Acudo a ti, Señor,

Escucha con clemencia

La voz de un pecador.

 

A una columna atadas

Están tus manos divinas

Y a tus sienes traspasadas

Por lacerantes espinas.

 

En tus ojos se desata

En raudal de amargo llanto,

Por mi alma, Señor, ingrata,

Tu sufres y lloras tanto.

 

La Virgen Madre a tu lado,

Te contempla entristecida,

Y al verte tan maltratado

Siente extinguirse su vida.

 

De la angustia de María,

Señor, y de tus dolores

Es causante el alma mía,

Que no siguió sus amores.

 

Mi señor, mi alma conmueve

De tu mirar la ternura,

Y de tu Madre me mueve

A compasión la amargura.

 

Escucha, pues los gemidos

Del pecador que te aclama,

Presta clemente, oídos,

Al pródigo que te llama.

 

Con san Pedro penitente,

Prosternado en tu presencia

Hundo en el polvo la frente,

Implorando tu clemencia.

 

Por salvar los pecadores,

Tanto sufres, Dios mío,

Perdóname mis errores,

Y olvida mis desvaríos.

 

L/: En vuestras manos, Señor, encomiendo mi espíritu

R/: Que lo habéis redimido con vuestra preciosa Sangre.

 

ORACIÓN FINAL

Os suplico, Jesús mío, por esas heridas saludables que padeciste en la Cruz por nuestra salvación, de las cuales corrió esa Sangre preciosa que no ha rescatado, heridla mi alma pecadora, por la cual os dignasteis morir, heridla con el dardo de fuego poderosísimo de vuestra inmensa caridad. Traspasad mi corazón con la flecha de vuestro amor, a fin de que mi alma os diga: estoy herida por vuestro amor, y que, de esta herida de vuestra caridad, corra día y noche abundantes lágrimas. Golpead, Señor, golpead, os lo ruego, mi alma tan dura con el dardo dulce y fuerte de vuestro afecto, y penetrad en lo más profundo de mi mismo, por vuestra virtud poderosa. Vos que vivís y reináis por los siglos de los siglos. Amén.

 

Misericordiosísimo Señor de la Justicia R/: Ten piedad de mi

 

 

 

DÍA SEGUNDO

CONSIDERACIÓN

¡Oh dulcísimo Jesús mío! acordaos el momento en que fuisteis elevado sobre el árbol ignominioso de la Cruz, cuando vuestros ojos tan tranquilos y tan brillantes perdieron su hermosura y su brillo. Cuando vuestros oídos divinos se llenaron de injurias, de burlas y blasfemias. ¡Oh Jesús! No olvidéis principalmente aquella detestable bebida, compuesta de vinagre y de hiel, que empapó con su amargura vuestra boca, vuestra lengua y vuestro paladar. Acordaos también de mi dulce Jesús, como vuestra cabeza sagrada, con motivo de la violencia del mal y del suplicio de la Cruz, estuvo durante tres horas de agonía sin sostén, sin fuerza y en la posición más penosa. Pero, sobre todo ¡Oh! el más caro y el más amable de los amigos, acordaos como entonces vuestro semblante estaba manchado con inmundicias, que no podía lavar toda la sangre que lo inundaba. Vuestros colores tan vivos y tan bellos habían sido reemplazados por la palidez de la muerte. ¡Ah! Cuanto las gracias y la beldad de todo vuestro divino cuerpo se han desvanecido en medio de estos tormentos crueles…

 

ORACIÓN

¡Oh Jesús mío! tan desgarrado y tan atormentado, ojalá que Vos en recuerdo de todos vuestros dolores, podáis librar a mis ojos de las frivolidades y vanidades del mundo, a mis oídos de las fábulas y conversaciones inútiles, a mi gusto de las rebuscas del alimento y cosas superfluas, a mi tacto de todos los cuidados inútiles y de todas las delicadezas del cuerpo. ¡Oh! ¿Cuánto triunfaré de mis sentidos? ¿Cuándo amaré verdaderamente la molestia e incomodidad de mi cuerpo? ¿Cuándo me despreciaré a mi mismo? ¿Cuándo mortificaré mis deseos y apetitos sensuales, teniendo horror a los placeres del mundo y los apetitos de la carne? ¡Oh! ¿Quién me obtendrá el no gustar de la felicidad si en vos solo ¡Oh Jesús mío! que habéis sufrido y muerto por mí? Haced, por la eficacia de vuestra sangre que todas las cosas viles y corporales me parezcan viles y despreciables como son, que yo comprenda cuan indignas son de mi alma, que todas las vanidades del mundo no me inspiren sino disgusto y horror. Amén.

 

 

DÍA TERCERO

CONSIDERACIÓN

Decid a mi corazón, ¡Oh Salvador clementísimo! Fueron vuestros padecimientos cuando os agujerearon la mano derecha con grandes martillazos, cuando os rompieron los huesos y os desgarraron las venas de la mano izquierda cuando os extendieron el brazo derecho con violencia sobre la cruz. Cuales fueron vuestras angustias, cuando os taladraron el pie derecho, cuando os hicieron sufrir el mismo suplicio en el pie izquierdo. Recordad de vuestro fallecimiento, de vuestra extenuación y de vuestra agonía, cuando vuestro santísimo cuerpo debilitado temblaba por tanto dolor. ¡Oh! ¿Cómo olvidar, oh Jesús mío, expiraste, con que rabia clavaron vuestros miembros sobre la cruz, y como vuestra sangre abrasada corría en abundancia de vuestras venas, e inundaba vuestro cuerpo?...

 

ORACIÓN

¡Oh Jesús! Desgarrado, abandonado, haced por los méritos de vuestra inagotable paciencia, que yo sea la prosperidad como en la desgracia, igual, tranquilo e inmóvil, como si estuviera clavado con Vos en la Cruz, principalmente mi inteligencia y i voluntad, de modo que no comprenda, que no ame si no la Cruz, y que no pueda buscar con esmero los efectos del mundo y las delicias del cuerpo, que no haya en mi ningún miembro que no medite vuestra muerte y que siempre lleve presente vuestra amabilísima Pasión. Amén.

 

 

DÍA CUARTO

CONSIDERACIÓN

¡Oh Jesús Transfigurado! Acordaos como vuestro cuerpo tan floreciente y tan bello, vio a ser cuando no tenis a nadie para socorro, seco, extenuado, un cuerpo sensible que no tenías mas que los huesos y el cutis. Recordad como vuestros hombros fueron cruelmente desollados por el madero grueso de la Cruz, como vuestro cuerpo ensangrentado estaba hundido sobre si mismo. Recordad de todas vuestras llagas, de toda vuestra sangre, de todos vuestros dolores. Pero no olvidéis ¡Oh amor mío Crucificado! La caridad de vuestro corazón tan ardiente, acordaos con que felicidad habéis soportado por mí, tantos padecimientos.

 

ORACIÓN

¡Oh Señor Clementísimo! Reinad, fortificad mi alma por esa privación de socorro que soportasteis, por ese abandono tan sensible, y que el desgarramiento de vuestros hombros sobre la dura corteza de la Cruz, haga nacer en mi alma la tranquilidad interior, la paz del corazón y del espíritu. Que el hundimiento de vuestro cuerpo hacia la tierra, sostenga la debilidad de mi alma, que vuestros dolores curen los míos, y que el fuego de vuestro amor, caliente y abrace mi alma con las llamas de una ardiente caridad. Amén.

 

 

DÍA QUINTO

CONSIDERACIÓN

No olvidéis Verbo de Dios, ultrajado y vejado, ¡Oh Jesús mío! no olvidéis las injurias, los desprecios, las afrentas y blasfemias con que os abrumaron vuestros enemigos, cuando estabais para expiar en vuestros dolores. En las angustias de la agonía, vuestros enemigos os consideraban un culpable que moría justamente, un hombre despreciado, un impío. Os miraban como la vergüenza del género humano. Y Vos los amabais de todo vuestro corazón, implorabais a vuestro Padre por su salvación. Decidme ¡Oh Jesús mío! tan anonadado, tan envilecido, ¿Cuál fuera vuestra pena cuando fuisteis crucificado entre dos ladrones, y mirando como el más malvado el más impío…? ¿Qué pensabais inocente Cordero, cuando el ladrón que era crucificado a vuestra izquierda os condenaba y despreciaba? Pero, acordaos por mí ¡Oh Jesús! De vuestra misericordia con respecto al ladrón crucificado a vuestra derecha, cuando reconoció que erais inocente y Dios, cuando os rogó y os adornó. Vos le bendijisteis con vuestras manos agujereadas, le perdonasteis todos sus pecados, le prometisteis el Paraíso, quisisteis que estuviese con Vos en la gloria…

 

ORACIÓN

¡Oh Jesús! Enseñadme desde vuestra Cruz a padecer con paciencia, las injurias, las calumnias, la vergüenza, las afrentas y el desprecio de mis enemigos, hacedme la gracia de amarlos sinceramente y oírlos con fervor junto a Vos ¡Oh manantial inagotable de bondad! ¡Oh amantísimo Jesús! He aquí que ofrezco vuestra muerte inocente a vuestro Padre Eterno, por los pecados innumerables con que he manchado mi vida, y me uno al buen ladrón, para implorar humildemente vuestra misericordia. Acordaos, os ruego, de mí, cuando estuviereis en vuestro reino. No me condenéis por mis pecados, perdonadme por todo el mal que he hecho, abridme vuestro paraíso celestial. Amén.

 

 

DÍA SEXTO

CONSIDERACIÓN

Recordaos ¡Oh Jesús! Tan bondadoso y tan abandonado, como en vuestra ultima hora, sobre la cruz, habéis sido abandonado de todos los hombres por mi amor. Vuestros amigos íntimos querían aparentar no haberos encontrado jamás y os trataban de extranjero, desconocido. Recordaos como estabas allí, suspendido en la Cruz, despojado de todo y anonadado. Estabais tan débil y tan consumido, que vuestro poder infinito parecía destruido y perdido. Vuestros enemigos os trataban sin compasión, sin miramientos, como una fiera que es preciso despojar ¡Ah! Acordaos principalmente, amabilísimo Jesús, de este dolor inmenso que abruma vuestro corazón, viendo al pie de la Cruz a vuestra triste Madre, que tenía el alma desgarrada por las angustias, cuya amargura Vos solo conocías. Veis sus lágrimas y su dolor, oías sus suspiros, clamores y lamentos. Y en el momento supremo de vuestra muerte, en aquella hora suprema de la separación, la encomendasteis a vuestro discípulo, a fin de que el, la honrase como a su Madre. Le disteis a San Juan por hijo, a fin de que el os remplazase en su amor de Madre…

 

ORACIÓN

¡Oh Jesús mío! modelo admirable de todas las virtudes, sabiduría infinita, Dios Todopoderoso, borrad en mi corazón, con vuestra sangre, todo amor de las cosas pasajeras, todos afectos exagerados que pueda tener por mis parientes y amigos, toda inquietud, todo cuidado inútil y material. Hacedme firme y valeroso contra los demonios que me tientan, u dulce para con los hombres que me persiguen. ¡Oh Jesús tan bondadoso! Tan amable, grabad en el fondo de mi corazón, vuestra dolorosa Pasión, que vuestra muerte ilumine todas mis oraciones, que yo imite los ejemplos de vuestra Santa Madre y de vuestro amadísimo discípulo. Así sea.

 

 

DÍA SÉPTIMO

CONSIDERACIÓN

Vos ¡Oh María! Recordad el dolor inexplicable que os traspasó como una cuchilla, cuando veías a vuestro hijo único suspendido de la Cruz, pálido, desfigurado, en las angustias de la muerte. Cuando veías que tenía necesidad de vuestros brazos, de vuestro seno, de vuestros cuidados y que no podías socorrerle. ¡Oh Virgen desconsolada! Os ruego me digáis cual era vuestra pena, cuando lo veías debilitarse poco a poco y morir. Referidme una a una las lágrimas que derramasteis entonces, cuando El os consolaba en la Cruz con sus miradas y palabras. ¡Ah! Cuanto debieron desgarrarnos esos quejidos que le causaban la sed y el abandono de su Padre. Recordad a mi corazón ¡Oh Santísima Virgen! A vuestros lamentos capaces de enternecer a las rocas, cuando extendías los brazos y las manos para socorrerle y no podías. Cuando por vuestro cuerpo, abrumado por el dolor, perdía sus fuerzas, cuando caías y volvías a caer en tierra. Pero, principalmente, ¡Oh Madre inconsolable! Reveladme el suplicio que experimentasteis, cuando besabas llorando la sangre de vuestro Hijo, que corría en abundancia a lo largo de la Cruz.

 

ORACIÓN

¡Oh! si, Madre de toda gracia, Reina de la caridad, que vuestra ternura maternal me guíe en todos los momentos de la vida, que vuestra misericordia sea mi protección y mi defensa en mi último suspiro, esa es ¡Oh Virgen Clementísima! La hora para la cual os invito noche y día, es para ese momento supremo que quiero serviros fielmente toda mi vida, solo su pensamiento espanta a mi corazón, y hiela la sangre en mis venas, mis oraciones y mis súplicas cesarán entonces y no sabré ya como pedir socorro. Por eso ¡Oh María! Manantial inagotable de misericordia, me arrojo a vuestros pies llorando, y es desde lo interior de mi corazón que os suplico me asistáis en el último momento, a fin de que ningún enemigo pueda perjudicarme. No, jamás podré desesperar, si queréis salvarme. ¡Oh mi única esperanza! defendedme entonces de la vista de los demonios y de sus potencias, fortificadme en mi abatimiento, confortad con vuestra dulce mirada, las fuerzas que me abandonen al acercarse la muerte, tendedme la mano y recibidme mi alma con ternura, a fin de presentarla sana y salva a mi Redentor y a mi Juez. Amén.   

 

 

DÍA OCTAVO

CONSIDERACIÓN

Dulcísimo Jesús, que sois la alegría de vuestro Padre, acordaos que no solamente padecisteis en vuestro cuerpo dolores mortales, sino que vuestra alma también estaba abandonada y privada de todo consuelo divino y humano, llamabais a vuestro Padre con una voz quejosa. Y en este desconsuelo tan profundo, os resignasteis perfectamente a su voluntad. ¡Oh bondadosísimo y amabilísimo Salvador! No olvidéis ese sol ardiente, que os daba el abatimiento de todo vuestro cuerpo y la extenuación de todos vuestros miembros. Cuando el suplicio de la sed os hacía morir, os ofrecían una esponja llena de hiel y vinagre. Pero principalmente ¡Oh amadísimo Jesús! Recordaos esa otra sed de vuestro amor infinito, que os hacía cumplir la obra sangrienta de nuestra redención, cuando dijisteis sobre la Cruz: Todo está cumplido. Y en el momento de expirar, recomendasteis humildemente vuestro espíritu a Dios. Si, es de amor por mí, que después de tanta pena, en vuestro corazón y tormentos en vuestro cuerpo, separasteis vuestra purísima alma de su cuerpo mortal.

 

ORACIÓN

¡Oh dulcísimo Jesús! En nombre de este amor, acompañadme en mis aflicciones y escuchad con indulgencia y misericordia los gritos desconsolados de mi corazón. Haced mi voluntad conforme a la vuestra en todo, apagad en mi la sed de las cosas temporales y fugitivas, encended, por el contrario, en mi alma una sed abrasadora de los bienes espirituales y celestiales. Que vuestra amargura por la hiel y el vinagre cambie mis pruebas en dulzuras y delicias, concededme que después de haber sometido mis sentidos, persevere en el bien hasta la muerte, sin separarme jamás de vuestra obediencia. Hoy, como si estuviese para morir, entrego mi alma en vuestras manos y os suplico, clementísimo Jesús, la recibáis con bondad y misericordia. Asegurad a mi alma por vuestra gracia un feliz pasaje a la eternidad, que vuestra muerte dolorosa de valor a mis obras tan pequeñas y tan indignas, y que, por vuestros méritos, yo deje el mundo libre de toda culpa y de toda pena. Amén.

 

 

DÍA NOVENO

CONSIDERACIÓN

Recordaos ¡Oh Jesús mío! esa lanzada cruel que traspasó vuestro corazón ya frío y sin vida. Cuando de esa llaga abierta salió una sangre helada, cuando vuestro corazón herido vino a ser una fuente de agua viva. ¡Oh Jesús! Cuantas penas y padecimientos me habéis rescatado ¡Con que amor y con qué misericordia me habéis devuelto a la primera libertad de vuestra gracia divina!

 

ORACIÓN

¡Oh tierno Jesús! Cambiad mi pobre corazón con vuestro corazón adorable, que la llaga profunda de vuestro costado entreabierto me defienda y me salve de todos mis enemigos, que el agua vivificante que derramasteis, purifique mi espíritu y me lave de todos mis pecados. Que vuestra sangre helada me reanime, que dé su bello color a mi alma, y que la embellezca con gracias y virtudes. Que vuestras penas y dolores unan vuestro corazón al mío, y me lo hagan siempre amable y favorable. Que esa santa y amorosa alegría que tuviste en darme la libertad preciosa del bien, triunfe de mi y obligue a mi corazón a vivir siempre unida al vuestro, tan amable, tan santo, y tan generoso. Amén.

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