NOVENA
EN HONOR DEL SEÑOR DE LA JUSTICIA
Que
se venera en la Basílica del Rosario de Lima
Lima,
1869
ACTO
DE CONTRICIÓN
Oh
mi Padre de consuelo, deseo que me aseguréis en Vos tan sólidamente como
vuestro Hijo Divino que es objeto de vuestro amor, él fue clavado en la cruz,
de donde no quiso bajar hasta que me rescató plenamente y me reconcilió con
Vos. Os ruego, por el exceso de su caridad infinita, me concedáis la gracia de
permanecer siempre tan fuertemente unido a Vos, y de perseverar en esta unión
con tanta firmeza, que no pueda abandonaros jamás, aun cuando os viese
abandonado de todos. Os hago también esta súplica, Dios mío, por todos los que
tengo una obligación particular de rogar, y por todos los vivos y difuntos. Así
sea.
DÍA
PRIMERO
CONSIDERACIÓN
¡Oh
misericordioso Jesús! Recordad que por ese sudor de sangre que correr tan
abundante de todas vuestras venas, y la angustia de vuestro corazón, durante
vuestra oración en el huerto de Getsemaní. Recordad y repetidme ese injusto arresto,
y las ligaduras de que os cargaron los que os conducían con tantas violencias
en los primeros instantes de vuestra dolorosa Pasión. No olvidéis ¡Oh bondadoso
Jesús! Aquella noche en que fuisteis tan maltratado por mí, cuando os escupían
en la cara, cuando os abrumaban de injurias, y os vendaban los ojos. Acordaos
¡Oh amabilísimo Jesús! De vuestra pobre Madre, cuyo corazón virginal estaba
desgarrado, y os veía herido en el semblante y tan odiosamente ultrajado.
Decidme ¡Oh Jesús mío! lo que hacía vuestra eterna Sabiduría, cuando fuiste
ridiculizado por Herodes, revestido de un traje de burla y mirado como un loco.
Cuando atado a una columna vuestro cuerpo delicado era azotado, desgarrado y
hecho jirones por látigos insaciables. Cuando vuestra cabeza adorable estaba
agujereada por agudas espinas, y la sangre corría de mil sitios e inundaba
vuestro bello semblante. Referid a mi corazón, suavísimo y pacientísimo
Cordero, con que humildad y con qué amor habéis oído la sentencia, con qué
alegría habéis tomado la cruz sobre vuestros hombros, y en medio de que
afrentas fuiste conducido al lugar de vuestro suplicio.
ORACIÓN
¡Oh
Jesús mío! brillo de la luz, Eterna Sabiduría del Padre, y única esperanza de
mi alma, recordando vuestra Pasión, no me olvidéis: vivo combatido y abrumado
de penas interiores. Libradme de los lazos de mis pecados. Que vuestras heridas
destruyan mi vergüenza, curen mis llagas. Os pido encarecidamente me defendáis
contra el amor del mundo, contra las astucias del demonio, contra las ocasiones
e inclinaciones que yo tendría para hacer el mal. Enseñadme a vivir con razón y
prudencia, que el dolor de vuestra cabeza ensangrentada ilumine mi espíritu,
fortifique mi corazón, a fin de que os imite en vuestros padecimientos y en
vuestra Pasión, para que lleve con Vos vuestra Cruz, y en el término de mi
vida, luego que, de el último suspiro, sed para mi un Juez lleno de
misericordia. Amén.
Cinco
Padres nuestros, Aves Marías y Glorias, en honor y reverencia de las cinco
Llagas del Señor.
ORACIÓN
A MARÍA SANTÍSIMA
(Para
todos los días)
¡Oh
reina de mi corazón afligido! ¡Oh María, tierna Madre mía! Luego de que venga
también para mi la muerte, obtenedme de vuestro amadísimo Hijo, que en virtud
de su Pasión y de la parte que en ella tomasteis, yo soporte y sobrelleve las
aflicciones, los disgustos, las enfermedades, las miserias y los dolores de mi
vida, que me oculte en su tumba y para todas las inquietudes del mundo. Que
esta tierra sea para mi un doloroso destierro, que yo no tenga en ella otro
socorro, otro amor, otro deseo, otra vida, que llorar a Jesucristo. A él solo
mis suspiros, mis palabras, mis pensamientos y mis obras. Que yo padezca
siempre por él, y le alabe sin cesar hasta el último instante de mi vida.
Obtenedme ¡Oh Madre bondadosísima! La prudencia del amor, una vida llena de
obras santas y una muerte de gracia y de salvación. Amén.
HIMNO
Confiado
en tu indulgencia
Acudo
a ti, Señor,
Escucha
con clemencia
La
voz de un pecador.
A
una columna atadas
Están
tus manos divinas
Y
a tus sienes traspasadas
Por
lacerantes espinas.
En
tus ojos se desata
En
raudal de amargo llanto,
Por
mi alma, Señor, ingrata,
Tu
sufres y lloras tanto.
La
Virgen Madre a tu lado,
Te
contempla entristecida,
Y
al verte tan maltratado
Siente
extinguirse su vida.
De
la angustia de María,
Señor,
y de tus dolores
Es
causante el alma mía,
Que
no siguió sus amores.
Mi
señor, mi alma conmueve
De
tu mirar la ternura,
Y
de tu Madre me mueve
A
compasión la amargura.
Escucha,
pues los gemidos
Del
pecador que te aclama,
Presta
clemente, oídos,
Al
pródigo que te llama.
Con
san Pedro penitente,
Prosternado
en tu presencia
Hundo
en el polvo la frente,
Implorando
tu clemencia.
Por
salvar los pecadores,
Tanto
sufres, Dios mío,
Perdóname
mis errores,
Y
olvida mis desvaríos.
L/:
En vuestras manos, Señor, encomiendo mi espíritu
R/:
Que lo habéis redimido con vuestra preciosa Sangre.
ORACIÓN
FINAL
Os
suplico, Jesús mío, por esas heridas saludables que padeciste en la Cruz por
nuestra salvación, de las cuales corrió esa Sangre preciosa que no ha
rescatado, heridla mi alma pecadora, por la cual os dignasteis morir, heridla
con el dardo de fuego poderosísimo de vuestra inmensa caridad. Traspasad mi
corazón con la flecha de vuestro amor, a fin de que mi alma os diga: estoy
herida por vuestro amor, y que, de esta herida de vuestra caridad, corra día y
noche abundantes lágrimas. Golpead, Señor, golpead, os lo ruego, mi alma tan
dura con el dardo dulce y fuerte de vuestro afecto, y penetrad en lo más
profundo de mi mismo, por vuestra virtud poderosa. Vos que vivís y reináis por
los siglos de los siglos. Amén.
Misericordiosísimo
Señor de la Justicia R/: Ten piedad de mi
DÍA
SEGUNDO
CONSIDERACIÓN
¡Oh
dulcísimo Jesús mío! acordaos el momento en que fuisteis elevado sobre el árbol
ignominioso de la Cruz, cuando vuestros ojos tan tranquilos y tan brillantes
perdieron su hermosura y su brillo. Cuando vuestros oídos divinos se llenaron
de injurias, de burlas y blasfemias. ¡Oh Jesús! No olvidéis principalmente
aquella detestable bebida, compuesta de vinagre y de hiel, que empapó con su
amargura vuestra boca, vuestra lengua y vuestro paladar. Acordaos también de mi
dulce Jesús, como vuestra cabeza sagrada, con motivo de la violencia del mal y
del suplicio de la Cruz, estuvo durante tres horas de agonía sin sostén, sin
fuerza y en la posición más penosa. Pero, sobre todo ¡Oh! el más caro y el más
amable de los amigos, acordaos como entonces vuestro semblante estaba manchado
con inmundicias, que no podía lavar toda la sangre que lo inundaba. Vuestros
colores tan vivos y tan bellos habían sido reemplazados por la palidez de la
muerte. ¡Ah! Cuanto las gracias y la beldad de todo vuestro divino cuerpo se
han desvanecido en medio de estos tormentos crueles…
ORACIÓN
¡Oh
Jesús mío! tan desgarrado y tan atormentado, ojalá que Vos en recuerdo de todos
vuestros dolores, podáis librar a mis ojos de las frivolidades y vanidades del
mundo, a mis oídos de las fábulas y conversaciones inútiles, a mi gusto de las
rebuscas del alimento y cosas superfluas, a mi tacto de todos los cuidados
inútiles y de todas las delicadezas del cuerpo. ¡Oh! ¿Cuánto triunfaré de mis
sentidos? ¿Cuándo amaré verdaderamente la molestia e incomodidad de mi cuerpo?
¿Cuándo me despreciaré a mi mismo? ¿Cuándo mortificaré mis deseos y apetitos
sensuales, teniendo horror a los placeres del mundo y los apetitos de la carne?
¡Oh! ¿Quién me obtendrá el no gustar de la felicidad si en vos solo ¡Oh Jesús
mío! que habéis sufrido y muerto por mí? Haced, por la eficacia de vuestra
sangre que todas las cosas viles y corporales me parezcan viles y despreciables
como son, que yo comprenda cuan indignas son de mi alma, que todas las
vanidades del mundo no me inspiren sino disgusto y horror. Amén.
DÍA
TERCERO
CONSIDERACIÓN
Decid
a mi corazón, ¡Oh Salvador clementísimo! Fueron vuestros padecimientos cuando
os agujerearon la mano derecha con grandes martillazos, cuando os rompieron los
huesos y os desgarraron las venas de la mano izquierda cuando os extendieron el
brazo derecho con violencia sobre la cruz. Cuales fueron vuestras angustias,
cuando os taladraron el pie derecho, cuando os hicieron sufrir el mismo
suplicio en el pie izquierdo. Recordad de vuestro fallecimiento, de vuestra
extenuación y de vuestra agonía, cuando vuestro santísimo cuerpo debilitado
temblaba por tanto dolor. ¡Oh! ¿Cómo olvidar, oh Jesús mío, expiraste, con que
rabia clavaron vuestros miembros sobre la cruz, y como vuestra sangre abrasada
corría en abundancia de vuestras venas, e inundaba vuestro cuerpo?...
ORACIÓN
¡Oh
Jesús! Desgarrado, abandonado, haced por los méritos de vuestra inagotable
paciencia, que yo sea la prosperidad como en la desgracia, igual, tranquilo e
inmóvil, como si estuviera clavado con Vos en la Cruz, principalmente mi
inteligencia y i voluntad, de modo que no comprenda, que no ame si no la Cruz,
y que no pueda buscar con esmero los efectos del mundo y las delicias del
cuerpo, que no haya en mi ningún miembro que no medite vuestra muerte y que
siempre lleve presente vuestra amabilísima Pasión. Amén.
DÍA
CUARTO
CONSIDERACIÓN
¡Oh
Jesús Transfigurado! Acordaos como vuestro cuerpo tan floreciente y tan bello,
vio a ser cuando no tenis a nadie para socorro, seco, extenuado, un cuerpo
sensible que no tenías mas que los huesos y el cutis. Recordad como vuestros
hombros fueron cruelmente desollados por el madero grueso de la Cruz, como
vuestro cuerpo ensangrentado estaba hundido sobre si mismo. Recordad de todas
vuestras llagas, de toda vuestra sangre, de todos vuestros dolores. Pero no
olvidéis ¡Oh amor mío Crucificado! La caridad de vuestro corazón tan ardiente,
acordaos con que felicidad habéis soportado por mí, tantos padecimientos.
ORACIÓN
¡Oh
Señor Clementísimo! Reinad, fortificad mi alma por esa privación de socorro que
soportasteis, por ese abandono tan sensible, y que el desgarramiento de
vuestros hombros sobre la dura corteza de la Cruz, haga nacer en mi alma la
tranquilidad interior, la paz del corazón y del espíritu. Que el hundimiento de
vuestro cuerpo hacia la tierra, sostenga la debilidad de mi alma, que vuestros
dolores curen los míos, y que el fuego de vuestro amor, caliente y abrace mi
alma con las llamas de una ardiente caridad. Amén.
DÍA
QUINTO
CONSIDERACIÓN
No
olvidéis Verbo de Dios, ultrajado y vejado, ¡Oh Jesús mío! no olvidéis las
injurias, los desprecios, las afrentas y blasfemias con que os abrumaron
vuestros enemigos, cuando estabais para expiar en vuestros dolores. En las
angustias de la agonía, vuestros enemigos os consideraban un culpable que moría
justamente, un hombre despreciado, un impío. Os miraban como la vergüenza del
género humano. Y Vos los amabais de todo vuestro corazón, implorabais a vuestro
Padre por su salvación. Decidme ¡Oh Jesús mío! tan anonadado, tan envilecido,
¿Cuál fuera vuestra pena cuando fuisteis crucificado entre dos ladrones, y mirando
como el más malvado el más impío…? ¿Qué pensabais inocente Cordero, cuando el
ladrón que era crucificado a vuestra izquierda os condenaba y despreciaba?
Pero, acordaos por mí ¡Oh Jesús! De vuestra misericordia con respecto al ladrón
crucificado a vuestra derecha, cuando reconoció que erais inocente y Dios,
cuando os rogó y os adornó. Vos le bendijisteis con vuestras manos agujereadas,
le perdonasteis todos sus pecados, le prometisteis el Paraíso, quisisteis que
estuviese con Vos en la gloria…
ORACIÓN
¡Oh
Jesús! Enseñadme desde vuestra Cruz a padecer con paciencia, las injurias, las
calumnias, la vergüenza, las afrentas y el desprecio de mis enemigos, hacedme
la gracia de amarlos sinceramente y oírlos con fervor junto a Vos ¡Oh manantial
inagotable de bondad! ¡Oh amantísimo Jesús! He aquí que ofrezco vuestra muerte
inocente a vuestro Padre Eterno, por los pecados innumerables con que he
manchado mi vida, y me uno al buen ladrón, para implorar humildemente vuestra
misericordia. Acordaos, os ruego, de mí, cuando estuviereis en vuestro reino.
No me condenéis por mis pecados, perdonadme por todo el mal que he hecho,
abridme vuestro paraíso celestial. Amén.
DÍA
SEXTO
CONSIDERACIÓN
Recordaos
¡Oh Jesús! Tan bondadoso y tan abandonado, como en vuestra ultima hora, sobre
la cruz, habéis sido abandonado de todos los hombres por mi amor. Vuestros
amigos íntimos querían aparentar no haberos encontrado jamás y os trataban de
extranjero, desconocido. Recordaos como estabas allí, suspendido en la Cruz,
despojado de todo y anonadado. Estabais tan débil y tan consumido, que vuestro
poder infinito parecía destruido y perdido. Vuestros enemigos os trataban sin
compasión, sin miramientos, como una fiera que es preciso despojar ¡Ah!
Acordaos principalmente, amabilísimo Jesús, de este dolor inmenso que abruma
vuestro corazón, viendo al pie de la Cruz a vuestra triste Madre, que tenía el
alma desgarrada por las angustias, cuya amargura Vos solo conocías. Veis sus
lágrimas y su dolor, oías sus suspiros, clamores y lamentos. Y en el momento
supremo de vuestra muerte, en aquella hora suprema de la separación, la
encomendasteis a vuestro discípulo, a fin de que el, la honrase como a su
Madre. Le disteis a San Juan por hijo, a fin de que el os remplazase en su amor
de Madre…
ORACIÓN
¡Oh
Jesús mío! modelo admirable de todas las virtudes, sabiduría infinita, Dios
Todopoderoso, borrad en mi corazón, con vuestra sangre, todo amor de las cosas pasajeras,
todos afectos exagerados que pueda tener por mis parientes y amigos, toda
inquietud, todo cuidado inútil y material. Hacedme firme y valeroso contra los
demonios que me tientan, u dulce para con los hombres que me persiguen. ¡Oh
Jesús tan bondadoso! Tan amable, grabad en el fondo de mi corazón, vuestra
dolorosa Pasión, que vuestra muerte ilumine todas mis oraciones, que yo imite
los ejemplos de vuestra Santa Madre y de vuestro amadísimo discípulo. Así sea.
DÍA
SÉPTIMO
CONSIDERACIÓN
Vos
¡Oh María! Recordad el dolor inexplicable que os traspasó como una cuchilla, cuando
veías a vuestro hijo único suspendido de la Cruz, pálido, desfigurado, en las
angustias de la muerte. Cuando veías que tenía necesidad de vuestros brazos, de
vuestro seno, de vuestros cuidados y que no podías socorrerle. ¡Oh Virgen
desconsolada! Os ruego me digáis cual era vuestra pena, cuando lo veías
debilitarse poco a poco y morir. Referidme una a una las lágrimas que
derramasteis entonces, cuando El os consolaba en la Cruz con sus miradas y
palabras. ¡Ah! Cuanto debieron desgarrarnos esos quejidos que le causaban la
sed y el abandono de su Padre. Recordad a mi corazón ¡Oh Santísima Virgen! A vuestros
lamentos capaces de enternecer a las rocas, cuando extendías los brazos y las
manos para socorrerle y no podías. Cuando por vuestro cuerpo, abrumado por el
dolor, perdía sus fuerzas, cuando caías y volvías a caer en tierra. Pero,
principalmente, ¡Oh Madre inconsolable! Reveladme el suplicio que experimentasteis,
cuando besabas llorando la sangre de vuestro Hijo, que corría en abundancia a
lo largo de la Cruz.
ORACIÓN
¡Oh!
si, Madre de toda gracia, Reina de la caridad, que vuestra ternura maternal me
guíe en todos los momentos de la vida, que vuestra misericordia sea mi protección
y mi defensa en mi último suspiro, esa es ¡Oh Virgen Clementísima! La hora para
la cual os invito noche y día, es para ese momento supremo que quiero serviros
fielmente toda mi vida, solo su pensamiento espanta a mi corazón, y hiela la
sangre en mis venas, mis oraciones y mis súplicas cesarán entonces y no sabré
ya como pedir socorro. Por eso ¡Oh María! Manantial inagotable de misericordia,
me arrojo a vuestros pies llorando, y es desde lo interior de mi corazón que os
suplico me asistáis en el último momento, a fin de que ningún enemigo pueda
perjudicarme. No, jamás podré desesperar, si queréis salvarme. ¡Oh mi única esperanza!
defendedme entonces de la vista de los demonios y de sus potencias,
fortificadme en mi abatimiento, confortad con vuestra dulce mirada, las fuerzas
que me abandonen al acercarse la muerte, tendedme la mano y recibidme mi alma
con ternura, a fin de presentarla sana y salva a mi Redentor y a mi Juez. Amén.
DÍA
OCTAVO
CONSIDERACIÓN
Dulcísimo
Jesús, que sois la alegría de vuestro Padre, acordaos que no solamente
padecisteis en vuestro cuerpo dolores mortales, sino que vuestra alma también
estaba abandonada y privada de todo consuelo divino y humano, llamabais a vuestro
Padre con una voz quejosa. Y en este desconsuelo tan profundo, os resignasteis
perfectamente a su voluntad. ¡Oh bondadosísimo y amabilísimo Salvador! No olvidéis
ese sol ardiente, que os daba el abatimiento de todo vuestro cuerpo y la
extenuación de todos vuestros miembros. Cuando el suplicio de la sed os hacía
morir, os ofrecían una esponja llena de hiel y vinagre. Pero principalmente ¡Oh
amadísimo Jesús! Recordaos esa otra sed de vuestro amor infinito, que os hacía
cumplir la obra sangrienta de nuestra redención, cuando dijisteis sobre la
Cruz: Todo está cumplido. Y en el momento de expirar, recomendasteis
humildemente vuestro espíritu a Dios. Si, es de amor por mí, que después de
tanta pena, en vuestro corazón y tormentos en vuestro cuerpo, separasteis
vuestra purísima alma de su cuerpo mortal.
ORACIÓN
¡Oh
dulcísimo Jesús! En nombre de este amor, acompañadme en mis aflicciones y
escuchad con indulgencia y misericordia los gritos desconsolados de mi corazón.
Haced mi voluntad conforme a la vuestra en todo, apagad en mi la sed de las
cosas temporales y fugitivas, encended, por el contrario, en mi alma una sed
abrasadora de los bienes espirituales y celestiales. Que vuestra amargura por
la hiel y el vinagre cambie mis pruebas en dulzuras y delicias, concededme que
después de haber sometido mis sentidos, persevere en el bien hasta la muerte,
sin separarme jamás de vuestra obediencia. Hoy, como si estuviese para morir,
entrego mi alma en vuestras manos y os suplico, clementísimo Jesús, la recibáis
con bondad y misericordia. Asegurad a mi alma por vuestra gracia un feliz
pasaje a la eternidad, que vuestra muerte dolorosa de valor a mis obras tan
pequeñas y tan indignas, y que, por vuestros méritos, yo deje el mundo libre de
toda culpa y de toda pena. Amén.
DÍA
NOVENO
CONSIDERACIÓN
Recordaos
¡Oh Jesús mío! esa lanzada cruel que traspasó vuestro corazón ya frío y sin
vida. Cuando de esa llaga abierta salió una sangre helada, cuando vuestro
corazón herido vino a ser una fuente de agua viva. ¡Oh Jesús! Cuantas penas y
padecimientos me habéis rescatado ¡Con que amor y con qué misericordia me habéis
devuelto a la primera libertad de vuestra gracia divina!
ORACIÓN
¡Oh tierno Jesús! Cambiad mi pobre corazón con vuestro corazón adorable, que la llaga profunda de vuestro costado entreabierto me defienda y me salve de todos mis enemigos, que el agua vivificante que derramasteis, purifique mi espíritu y me lave de todos mis pecados. Que vuestra sangre helada me reanime, que dé su bello color a mi alma, y que la embellezca con gracias y virtudes. Que vuestras penas y dolores unan vuestro corazón al mío, y me lo hagan siempre amable y favorable. Que esa santa y amorosa alegría que tuviste en darme la libertad preciosa del bien, triunfe de mi y obligue a mi corazón a vivir siempre unida al vuestro, tan amable, tan santo, y tan generoso. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario