NOVENA
SAGRADA DEL GLORIOSO TRANSITO Y ASUNCION A LOS CIELOS
DE LA
SERENISIMA REINA DE LOS ANGELES MARIA SANTISIMA NUESTRA SEÑORA.
A
devoción de la esclavitud del Divino Corazón de Jesús y Tránsito glorioso de
María Santísima, fundada en la Capilla del Seráfico Doctor San Buenaventura,
adonde se venera el misterio de su preciosa muerte.
Todas
las personas que veneren esta novena, o alguna de sus oraciones ganan ochenta
días de indulgencia: concedidas por nuestro príncipe el Sr. Dr. Diego del Coro
y juntamente sesenta días más las personas recibidas en esta esclavitud.
Montevideo,
Uruguay. Imprenta de la Caridad. Año 1842.
AL
LECTOR.
A la
que desde ab-eterno siempre fue hija, madre y esposa de la Santísima Trinidad,
la debes considerar en tres especialísimos estados, que siendo viadora tuvo en
esta vida mortal.
El Primero, que es de hija del Eterno
Padre, se considera desde el instante de su inmaculado ser, hasta el punto, que
llegó a ser madre.
El segundo abraza desde el instante que
empezó a ser madre del Verbo Eterno, hasta el día de la Ascensión del Señor,
Día de Jesús, subió con su santísimo a la gloria y estando tres días allí
gozando de Dios, tuvo opción para quedarse perpetuamente en el Cielo, o para
volver, si quería, al mundo; y nuestra Reina soberana, privándose de la gloria,
y compañía de su Hijo, eligió volver a padecer, eligió el morir, y eligió la
mejor parte, que dice el Evangelio: optimum
partem elegit, y desde este descenso,
hasta el punto de su glorioso Tránsito encierra el tercer estado, que es el de
esposa del Espíritu Divino: Ego Joannes
vidi Civitaten sanctam Jerusalem novam descedentem ac Caelo á Deo parátam sicut
sponsam ornatam viro suo. En aquellos dos primeros estados, de hija y
madre, se encierran grandes misterios que reverentes confesamos los fieles: en
este tercer estado de esposa, adoramos el de su glorioso Tránsito, y subida a
los cielos, para cuya consideración ofrezco a los devotos de María Señora
Nuestra, este cuadernillo en forma de novena, que será muy del agrado de su
Majestad Santísima, la empiecen el siete de agosto, para acabarla a quince de
dicho mes.
Por la Señal de la
santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor, Dios nuestro. En el nombre
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Un Ave María a los
mil Ángeles de Guarda, que tuvo Nuestra Señora para hacer esta novena con toda
atención y reverencia.
ORACION
PREPARATORIA PARA TODOS LOS DIAS
Todopoderoso
Señor y Dios Eterno, que invisiblemente estás todo, en todo este mundo visible;
confieso que vos, Señor y Dios Altísimo, por vuestra graciosa piedad me
hicisteis criatura racional, adornando mi alma con vuestra nobilísima imagen.
Confieso también que vos, Señor Altísimo, por solo vuestro querer me disteis en
tiempo a entender los preceptos de vuestra divina ley, para que guardándolos
cumplidamente en el valle de mi destierro cumpliera con el fin de serviros y
amaros en esta vida, para después gozaros eternamente en la otra. Estos
preceptos, que la largueza de vuestra eterna sabiduría me dio para salvarme,
los he quebrantado como criatura ingrata; de lo cual me pesa, me pesa y
arrepentido de haber pecado, os pido por vuestra Divina Clemencia, y por el glorioso
Tránsito de la Santísima Virgen María, uséis conmigo de misericordia.
Perdonadme, Dios mío, perdonadme, y dadme una pequeña centella de vuestra
gracia para con ella serviros y daros continuamente rendidas gracias por los
beneficios que me habéis hecho, y muy en particular para alabaros como debo,
por el que vuestra Majestad me hizo dándome por Abogada y Medianera a la
Soberana Reina de los Cielos; a quien vos, Señor y Dios Altísimo la coronasteis
en el Cielo después de su glorioso Tránsito, con tres coronas de inaccesible
gloria, correspondientes a sus altísimos méritos, adquiridos con suma
perfección en cada estado, a los tres que tuvo siendo viadora, como fueron de
hija, madre y esposa vuestra. Esto, Señor, os suplico: como también me deis especialísima
gracia, para hacer esta sagrada novena de suerte que sea para mayor honra y
gloria vuestra, de la santísima humanidad del Verbo Eterno y de su Santísima
Madre. Amén.
PRIMER
DÍA
Considera
este día como habiendo llegado nuestra Reina y Señora a los últimos años de su
vida, vivía ya con la dulce violencia del amor, en un linaje de martirio, que
para no que no se dividiese el pecho, retirada a sus solas solía romper las
cadenas del silencio y hablando con el Señor le decía: “Amor mío, dulcísimo bien, y tesoro de mi alma, llevadme ya tras el olor
de vuestros ungüentos, que habéis dado a gustar a esta vuestra sierva y madre,
peregrina en el mundo. ¡Oh única esperanza y gloria mía! No se detenga mi
carrera, no se alargue el plazo de mi deseada libertad. Soltad ya las prisiones
de la mortalidad, que me retienen. Cúmplase ya el término, llegue ya el fin
donde camino desde el primer instante que recibí de vos el ser que tengo. Oh
Espíritus Soberanos, por la dicha que gozáis de la vista y hermosura de mi amado,
os pido os lastiméis de mí, amigos míos. Doleos de esta peregrina entre los
hijos de Adán. Decid a vuestro dueño y mío, la causa de mi dolencia, que no
ignora. Decidle, que por su agrado abrazo el padecer en mi destierro.”
Con
esta consideración alabaremos a la Santísima Trinidad; en la oración a Nuestra
Señora pediremos nos de gracia para no perder de vista el fin para que fueron
nuestras almas creadas.
ORACIÓN
A NUESTRA SEÑORA
Oh
purísima Virgen María, maravilla prodigiosa del poder de Dios, que siendo
peregrina en el mundo, Fénix única en la tierra, enfermasteis con la dulce
dolencia del amor, que es fuerte como la muerte y con la fuerza de esta amorosa
dolencia deseasteis se rompiesen las cortinas de la mortalidad, para lograr los
eternos abrazos del Sumo Bien, en quien desde el primer instante de vuestro
inmaculado ser, vivisteis transformada por amor. Por estas ardientes llamas de
amor, que en los últimos años de vuestra peregrinación crecieron en el sagrado
taller de vuestro amante corazón y por los singulares favores que os hizo la
Santísima Trinidad en vuestro glorioso Tránsito, os suplico piadosísima madre
de misericordia, seáis en este valle de lágrimas, de mi alma la estrella que la
guía, para que con tal guía no pierda de vista el término adonde camina, y
desea llegar por los méritos de Jesús tu hijo, y los tuyos. Esto, Señora, os
pido que me concedáis con lo particular que os representa mi corazón, si es
para mayor honra y gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.
Aquí se alienta la confianza y se rezan o
cantan cinco Ave Marías a nuestra Señora y se dice lo siguiente:
Del Eterno Padre
Soberana Hija: Ruega Virgen María por nosotros (se repite a cada
aclamación)
Esposa del
Espíritu Santo y del Hijo Madre.
Espejo de la
Divinidad el más perfecto.
Esfera de la
Divina Omnipotencia.
Centro de la
bondad incomprensible.
Autora de la
eternidad interminable.
Refulgente lucero
del Sol Eterno.
Gloria de la
Jerusalén Triunfante.
Fortaleza de la
Iglesia militante.
Alegría del pueblo
santo y escogido.
Ejemplar de los
abrasados Serafines.
Resplandor de los
iluminados Querubines.
Emulación Santa de
la Angélica Naturaleza.
Victoria de los
ejércitos de nuestro Dios.
Honra de la
naturaleza de los hombres.
Decoro y hermosura
de lo creado.
Triunfadora de los
enemigos del Altísimo.
Vencedora de la
muerte y del pecado.
Manantial de
gracia y vida eterna.
Antídoto contra el
veneno del pecado.
Nave cargada del
pan que nos sustenta.
Arco del cielo que
piedad anuncia.
Receta para
enfermos incurables.
Laureola y corona
de Santos.
Fin del poder y
saber de nuestro Dios.
Prudente Reina que
a tu pueblo defendiste.
Imán que lleva a
sí a los corazones.
Sagrado refugio de
miserables pecadores.
Antorcha que da
luz en las tinieblas.
Abogada que alega
en nuestra causa.
Purísima madre del
amor hermoso.
Dulce vida por
quien vivo y por quien muero.
L/:
Hacedme digno de que os alabe, Virgen Santísima.
R/: Dadme
virtud y fortaleza contra vuestros enemigos.
ORACIÓN
Virgen
Santísima, madre de misericordia, a vuestro sagrado patrocinio me acojo: no me
desampares, Reina del Cielo, madre mía, Señora mía, abogada mía; ten
misericordia de mí en el trance de mi muerte. Por tus singulares prerrogativas
y dotes de naturaleza y gracia con que os enriqueció el Señor por vuestra
Concepción Inmaculada, por los nueve meses que tuvisteis en vuestras entrañas a
todo un Dios humano, por todos los demás misterios de vuestro dichoso Tránsito,
te ruego me alcances de vuestro Hijo el perdón de mis pecados, y la gracia
final con que merezca la eternidad. Amén.
SEGUNDO DÍA
Considera
este día, como estando Nuestra Soberana Reina enferma de amor y postrada en su
oratorio en forma de Cruz, bajó el Arcángel San Gabriel acompañado de innumerables
Ángeles y saludándola con la salutación del Ave María le dio esta embajada:
“Emperatriz y Señora nuestra, el Omnipotente y santo de los santos, nos envía
desde su corte, para que de parte suya os evangelicemos el término felicísimo
de vuestra peregrinación. Ya, Señora, llegará presto el día y la hora tan
deseada, en que por medio de la muerte natural, recibirás la posesión eterna de
la inmortal vida. Tres años puntuales restan desde hoy, para que seáis
levantada y recibida en el gozo interminable del Señor, donde todos sus
moradores os esperan codiciando vuestra presencia.” Oyó nuestra Reina esta
embajada, alabó por ella al Todo Poderoso, y después que los santos Ángeles se
despidieron, se postró en tierra y derramando lágrimas le dijo así: “Tierra, yo
te doy las gracias que te debo, porque sin merecerlo me has sustentado sesenta
y siete años. Yo te ruego me ayudes en lo que resta de ser tu moradora.” Lo
mismo dijo a los cielos, planetas, astros y elementos. Con esta consideración
alabaremos a la Santísima Trinidad; y este día en la oración pediremos a
Nuestra Señora la virtud de la humildad.
ORACIÓN
Oh
Purísima Virgen María, hermosa flor del campo, y azucena la más fragante de los
valles, sobre cuya vistosa hermosura descansó el Espíritu Santo como en su
templo: ardiendo en vuestro corazón el fuego del amor Divino: oísteis vos
Señora, a los sesenta y siete años de vuestra edad, la embajada que os trajo de
la Beatísima Trinidad el Arcángel San Gabriel, de cómo estaba ya para cumplirse
el término de vuestro destierro: y al oírla con inefable gozo, humildemente
postrada, respondisteis de la misma suerte, que en la Encarnación del Verbo
diciendo: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según vuestra palabra”.
Por esta profunda humildad y resignación y por los favores que la Santísima
Trinidad os hizo en vuestro glorioso Tránsito, os suplico: dulcísima madre de
piedad, arranquéis de mi corazón todo apetito de soberbia, y me hagáis como
vuestro santísimo Hijo quiere que sea, manso y humilde de corazón. Esto,
Señora, os pido hoy junto con lo particular que vos sabéis, si es mayor honra y
gloria de Dios y provecho espiritual de mi alma. Amén.
TERCERO
DÍA
Considera
este día, como desde aquella hora que nuestra Reina y Señora recibió la embajada de lo que le
restaba de vida, se inflamó de nuevo en la llama del amor divino, y multiplicó
con más prolijidad todos los ejercicios, como si tuviera que restaurar algo,
que por negligencia o menos fervor hubiera omitido hasta aquel día: y así
fueron las obras de nuestra Señora en aquellos tres últimos años como de quien
ya comenzaba a despedirse y deseaba dejar a todos los fieles ricos y llenos de
bienes celestiales. Pasados algunos días habló al evangelista San Juan de esta
manera: “Hijo mío: sabréis como la dignación y misericordia infinita de mi Dios
y Señor, me ha manifestado, que se llegará presto el término de mi vida mortal,
para pasar a la eterna; y del día que recibí este aviso, me restan solo tres
años en que se acabará mi destierro. Yo os suplico, señor mío, me ayudéis en
este breve tiempo, para que yo trabaje en dar gracias al Altísimo y algún
retorno de los inmensos beneficios que de su liberalísimo amor tengo
recibidos”. Esta noticia traspasó el corazón del sagrado apóstol, y desde ese
día quedó triste, y macilento, derramando continuamente lágrimas de dolor. Con
esta consideración alabaremos a la Santísima Trinidad, y en la oración
pediremos a Nuestra Señora, gracia para corresponder a los auxilios.
ORACIÓN
Oh
Santísima Virgen María, dignísima Madre de Misericordia, Señora de la Iglesia
militante y especial gloria de la triunfante; que, inflamada del amor Divino,
empezasteis con muchos fervores desde aquella hora que al Arcángel San Gabriel
oísteis, a apresurar el paso, en el ejercicio de vuestras heroicas obras; no
por temor de la muerte, que este en vos no hubo ni pudo haber, sino para entrar
más rica y próspera en el interminable gozo de tu divino esposo. Por esta
prisa, que en fin de vuestra carrera disteis, acumulando virtudes sobre
virtudes, y méritos sobre sumos méritos, y por los sagrados dones con que la
Santísima Trinidad os favoreció en vuestro glorioso Tránsito: os suplico
amantísima Madre de mi alma, me ayudéis con vuestra gracia para corresponder
los Divinos auxilios y avisos que para morir me da la Santa Iglesia, cuando me
acuerda que soy polvo y en polvo me he de convertir. Esto Señora os pido que me
concedáis, con lo particular que vos sabéis, si es para mayor honra y gloria de
Dios, y bien de mi alma. Amén.
CUARTO
DÍA
Considera
este día como corriendo el curso de estos últimos años de la vida de nuestra
Reina Soberana, ordenó el poder divino, con una oculta y nueva fuerza que todo
el resto de la naturaleza comenzara a sentir y prevenir el luto para la muerte
de la que con su vida daba hermosura y perfección a todo lo creado. Los Santos
Apóstoles, que entonces estaban derramados por el mundo predicando el Santo
Evangelio, comenzaron a sentir un nuevo cuidado, que los llevaba la atención
con recelos de cuando les faltaría su maestra y amparo, porque ya les dictaba
la divina y oculta luz, que no se podía dilatar mucho este plazo interminable.
Los demás fieles moradores de Jerusalén, y vecinos de Palestina, reconocían en sí
mismos como un secreto a vista de que su tesoro y alegría no sería para
siempre. Los cielos, astros, planetas, por seis meses antes, comenzaron a
perder mucha parte de su hermosura. Las avecitas de la tierra hicieron singular
demostración de tristeza y pocos días antes del Tránsito de nuestra Reina,
concurrieron a su oratorio y postrando sus cabecitas y picos por el suelo,
rompían sus pechos con gemidos tristes, como que se despedían para siempre y le
pedían su última bendición. Con esta consideración alabaremos a la Santísima
Trinidad, y en la oración pediremos a Nuestra Señora, gracia para llorar la
ausencia que Dios hace de nuestras almas cuando le ofendemos.
ORACIÓN
Oh
Santísima Virgen María, decoro y hermosura de todo linaje humano y admiración
de los moradores del Cielo; que a la tristeza y llanto que las criaturas de
este mundo mostraron, luego que entendieron vuestra ausencia, se conmovieron
vuestras maternales entrañas, y con esta piadosa conmoción de madre,
alcanzasteis piadosa de vuestros hijos, en los últimos días de vuestra
Santísima vida, muchos beneficios y misericordias para los fieles y todo el
resto de la Iglesia militante. Por este maternal amor y por amor de la
Beatísima Trinidad, que tantos favores os hizo en vuestro glorioso Tránsito, os
suplico piadosísima madre de misericordia, me deis gracia para llorar con
verdadero dolor, en lo restante de mi vida la ausencia que de mi alma hizo
vuestro Unigénito Hijo, cuando con tantas culpas ingrato le ofendí: esto,
Señora mía, os pido me concedáis con lo particular que vos sabéis, si es para
honra y gloria de Dios y provecho espiritual de mi alma. Amén.
QUINTO
DÍA
Considera
este día, como antes de su partida para el Cielo, salió de su oratorio nuestra
Reina y Señora, a visitar y despedirse de todos los sagrados lugares de nuestra
redención, orando y pidiendo en cada uno de ellos a su Santísimo Hijo por todas
las almas redimidas. Acabada esta visita, y despidiéndose de los santos lugares,
empezó derramando tiernas lágrimas a despedirse de la Santa Iglesia, en esta
forma: “Dichosa Santa Iglesia, madre mía, rica estás y abundante de tesoros, yo
quisiera a costa de mil vidas, hacer tuyas a todas las naciones y generaciones
de los mortales, para que gozasen sus tesoros. Tú eres la señora de las gentes,
a quien todos deben reverenciar. Tú me has adornado y enriquecido con tus
preseas, para entrar, en las bodas del Esposo. En ti tuve siempre todo mi
corazón y mi cuidado: pero ya es tiempo de partir, y despedirme de tu dulce
compañía, honra y gloria mía, ya te dejo en la vida mortal: más en la eterna te
hallaré gozosa en aquel ser, donde se encierra todo. De allá te miraré con
cariño, y pediré siempre tus aumentos, todos tus aciertos y progresos”. Con
esta consideración alabaremos a la Santísima Trinidad, y en la oración
pediremos a nuestra Señora nos dé una ardiente y viva fe.
ORACIÓN
Oh
Santísima Virgen María, sagrado relicario de Dios, columna del mundo, y puerta
feliz del Cielo, que después de la admirable Ascensión de vuestro Hijo a los
Cielos, quedasteis en este mundo, como madre y señora de la iglesia militante,
para gobernarla y extenderla con vuestros altos merecimientos y dulcísima
presencia, y cumplido el término de vuestra santísima vida, os despedisteis de
ella, con dulces lágrimas y caricias tiernas, a la manera que de vos se
despidió vuestro amado hijo, cuando os pidió le echaseis vuestra bendición, y
dieseis licencia para ir a padecer y morir por mi remedio. Por ese amor, dolor
y tristeza, y por amor a la beatísima Trinidad, que tantos y tan singulares
favores os hizo en vuestro glorioso Tránsito, os suplico, dulcísima madre de
amor me deis una fe viva, con la cual ame y venere toda mi vida a la Santa
Iglesia por los mismos motivos que vos, Señora, tuvisteis para amarla y
venerarla. Esto, Señora, os pido, con lo particular que sabéis, si es para
mayor honra y gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.
SEXTO DÍA
Considera
este día, el testamento y última voluntad de nuestra soberana Reina: que en su
contexto es así. “Altísimo Señor y Dios eterno. De los bienes de la vida mortal
y del mundo en que vivo, nada tengo que dejar; porque jamás poseí, ni amé otra
cosa fuera de Vos, que sois mi bien y todas mis cosas. Dos túnicas y un manto
de que he usado, dejaré a Juan, para que disponga de ellas, pues le tengo un
lugar de hijo. Mis merecimientos, y los tesoros que con la gracia divina los he
adquirido, de todo dejo por universal heredera a la Santa Iglesia mi madre, y
mi señora, y deseo que en primer lugar sean para exaltación de vuestro santo
nombre. En segundo lugar, los ofrezco por mis señores apóstoles y sacerdotes
presentes y futuros. En tercer lugar, los aplico, para el bien espiritual de
mis devotos que me sirvieren, invocaren y llamaren. En cuarto lugar, deseo que
os obliguéis de mis trabajos y servicios por todos los pecadores hijos de Adán,
para que salgan del estado infeliz de las culpas”. Y cumplido este testamento,
pidió nuestra Reina al Todo Poderoso que para su Tránsito se hallasen presentes
todos los Apóstoles. A que le respondió su Hijo Santísimo de esta manera:
“Madre mía amantísima, ya vienen mis apóstoles a vuestra presencia, y los que
están cerca llegarán con brevedad, y por los demás que están muy lejos enviaré
a mis ángeles que los traigan, porque mi voluntad es que asistan todos a
vuestro Tránsito para consuelo vuestro y el suyo, en veros partir a mis eternas
moradas”. Con esta consideración alabaremos a la Santísima Trinidad y en la
oración pediremos hoy a nuestra Señora, nos asista en la hora de nuestra
muerte.
ORACIÓN
Oh
Santísima Virgen María, amantísima madre y señora nuestra, que habiendo
ordenado con alta sabiduría vuestro testamento y postrimera voluntad,
confirmándole y aprobándole la Santísima Trinidad, hicisteis a vuestro Hijo
Santísimo otra petición en la forma siguiente: “Clementísimo Señor mío, y padre
de las misericordias; si fuere de vuestra gloria y beneplácito, desea mi alma,
que para su Tránsito se hallen presentes los apóstoles mis señores y ungidos
vuestros, con los otros discípulos para que oren por mí, y con su bendición
parta yo de esta vida para la eterna. Por la humildad y amor con que hicisteis
esta súplica a vuestro hijo amantísimo, y por los favores que os hizo la
beatísima Trinidad en vuestro glorioso Tránsito, os hago Señora y Reina mía la
misma petición, que en la hora de mi muerte logra mi alma la dichosa suerte de
ver tu amorosa presencia, para que recibiendo vuestra santísima bendición,
vestido con las preciosas joyas de vuestros altísimos merecimientos, salga en
paz de los peligrosos escollos de esta vida mortal. Esto, Señora, os suplico me
concedáis, con lo particular que vos sabéis, si es para mayor honra y gloria de
Dios y bien de mi alma. Amén.
SÉPTIMO
DÍA
Considera
como este día trece de agosto, viernes, antes de las tres de la tarde entraron
todos los apóstoles, discípulos y otros fieles al oratorio de Nuestra Santísima
Señora, y estando todos ordenadamente puestos en su presencia, se levantó una
tarima donde estaba hincada de rodillas y pidiendo licencia al apóstol san
Pedro, postrada al pie de cada uno de ellos, empezó a pedir perdón, a
despedirse y a pedir que le echasen su bendición, para partir de este mundo.
Con esta acción que hizo y palabras que habló, se derritieron los corazones de
los apóstoles y demás fieles, y deshechos en lágrimas, quedaron todos en
silencio y oración, y en ese tiempo, bajó de las alturas su Hijo Santísimo con
innumerables cortesanos así de la angélica como de la humana naturaleza, dióle
opción a su Santísima Madre para sí quería pasar a la gloria sin pasar por la
muerte; y luego que nuestra Reina eligió entrar en la vida eterna pasando por
la puerta común de la muerte natural, comenzaron todos los ángeles a cantar; y
al entonar esta música se reclinó nuestra Señora en su tarima, con las manos
juntas y los ojos fijados en su Hijo Santísimo, y cuando los ángeles llegaron a
cantar estos versos: levántate y date prisa amiga mía; paloma mía y ven que ya
pasó el invierno”; dijo Nuestra Señora: “en tus manos, Señor, encomiendo mi
espíritu”; y diciendo esto, expiró, Viernes trece de Agosto a las tres de la
tarde. Con esta consideración, alabaremos a la Santísima Trinidad y en la
oración pediremos hoy a nuestra Señora, nos defienda del demonio en la hora de
nuestra muerte.
ORACIÓN
Oh
Santísima Virgen María, única hija del Eterno Padre, amantísima madre del Verbo
eterno, y singular esposa del Espíritu Santo, que siendo pura y limpia desde el
instante primero de tu inmaculado ser, elegiste entrar por la puerta de la
muerte en el gozo de tu Señor, solo por imitar a vuestro Hijo Jesús. Por lo que
a Dios le agradó esa vuestra humilde elección, y por el singular beneficio que
entonces os hizo de que todos los fieles que veneraren el misterio de vuestra
muerte, logren la dicha de estar debajo de vuestro especial amparo en la hora
de su muerte; os suplico, amantísima madre de mi alma, me amparéis en la hora
de mi muerte y defendiéndome del demonio, me presentéis en el tribunal de la divina
misericordia, donde, os suplico, seáis mi especial abogada, como lo eres de
todo el linaje humano, ante la presencia de su Eterno Padre, la humanidad
Santísima de vuestro Hijo. Esto, señora, os pido, me concedáis, con lo
particular que vos sabéis, si es para mayor honra y gloria de Dios y provecho
de mi alma. Amén.
OCTAVO
DÍA
Considera
este día con tierno llano, como después que expiró nuestra Reina Soberana,
trataron los apóstoles de darle sepultura a su sacro santo cuerpo, en un
sepulcro nuevo, que estaba en el Valle de Josafat, y para esto pusieron el
sagrado y virginal cuerpo en el féretro, y levantándolo sobre los hombros,
caminaron con él en ordenada procesión, acompañando un gran número de los
moradores de Jerusalén, que con luces en las manos y lágrimas en los ojos, iban
cantando salmos y lamentaciones y en forma invisible iban los mil ángeles de su
guardia, cantando unos: “Dios te salve María, llena de gracia, el Señor es
contigo”, y otros: “Virgen antes del parto, en el parto y después del parto”.
También iban otros muchos millares, o legiones de ángeles, con los antiguos
padres, patriarcas, San Joaquín, Santa Ana, San José, Santa Isabel y el
Bautista, con otros muchos santos, que desde el cielo asistiesen a las exequias
y entierro de su Beatísima Madre. Con esta consideración alabaremos a la
Santísima Trinidad, y en la oración pediremos a nuestra Señora, nos dé gracia
para morir al mundo, y no volver a reincidir en la culpa.
ORACIÓN
Oh
Excelsa Reina de los Cielos, simulacro soberano y sagrado propiciatorio de los
divinos oráculos, y favores, que sirviéndoos de peana en el estrellado solio
del monarca de la gloria, cabezas de querubines y de escolta dominaciones,
principados y potestades, elegisteis, que en la tierra se viese vuestro
virginal y sacrosanto cuerpo, exánime y yerto entre las tristezas de una
funesta tumba y entre las negras sombras de un oscuro sepulcro, causando
doloroso sentimiento, así en las criaturas racionales, como en las
irracionales. Por aquellas tiernas lágrimas que derramaron los sagrados
apóstoles, cuando se vieron sin el consuelo de vuestra dulce y amorosa compañía
y por los favores que os hizo, en vuestro glorioso Tránsito, la Beatísima
Trinidad, os suplico, dulcísimo y amabilísima Reina de mi alma, hagáis que yo
acabe ya de morir a lo visible de este mundo, que mi cuerpo se sepulte en el
sepulcro del propio conocimiento: y si para algo viviere, solo sea, Señora,
para conservar en mi memoria de vuestra muerte, y con tal memoria no pueda
volver a reincidir en la culpa ya dejada. Esto, Señora, os pido, con lo
particular, que mi corazón os representa, si es para mayor honra y gloria de
Jesús tu Hijo y bien de mi alma. Amén.
NOVENO
DÍA
Considera
este día la Resurrección de nuestra Reina, y Señora, y como llena de gracias
acompañada de su Hijo Santísimo y de todos los cortesanos celestiales, subió
desde el sepulcro al Cielo Empíreo, donde admirados los ángeles, se decían los
unos a los otros: “Salid hijas de Sión, a ver a vuestra Reina, a quien alaban
las estrellas matutinas”. Llenos de asombro los otros, se preguntaban diciendo:
“¿Quién es ésta, que sube del desierto, como varilla de todos los perfumes
aromáticos? Quién es ésta que se levanta como la aurora, más hermosa que la
Luna, escogida como el Sol y terrible como muchos escuadrones ordenados. ¿Quién
es esta? Decían todos, que sube del desierto reclinada en su dilecto,
derramando afluentes delicias”. Con esta admirable grandeza, llegó al trono de
la Beatísima Trinidad, donde el Eterno Padre le dijo: “Asciende más alto que
todas las criaturas, electa mía, hija mía, paloma mía”. El Verbo humanado dijo:
“Madre mía, de quien recibí el ser humano, recibe ahora, el premio de mi mano,
que tienes merecido”. El Espíritu Santo dijo: “Esposa mía amantísima, entra en
el gozo eterno, que corresponde a tu fidelísimo amor ama, y goza sin cuidado,
que ya se pasó el invierno de padecer, y llegaste a la posición de vuestros
abrazos”. Y diciendo esto las Tres Divinas Personas, la coronaron con una
corona de inaccesible gloria, por Reina y Señora de todo lo creado. Con esta
consideración, alabaremos a la Santísima Trinidad y en la oración pediremos hoy
a nuestra Señora nos mire siempre con ojos misericordiosos.
ORACIÓN
Oh
Soberana Emperatriz de las alturas, Reina, Señora y superiora de los serafines
y de toda la universalidad de criaturas; que, elevada sobre los coros
angélicos, a los celestiales alcázares de la gloria, y colocada a la diestra de
vuestro Unigénito Hijo, causasteis con vuestra presencia nuevo gozo a los
cortesanos del Cielo y gloriosa complacencia a la Beatísima Trinidad. Por
aquellos privilegios divinos, que como a Reina os concedieron las Tres Divinas
Personas, en el día de vuestra gloriosa Asunción, dándoos dominio sobre el
Cielo y sus moradores, sobre el Infierno y sus demonios, sobre los elementos y
sus criaturas, sobre la Iglesia militante, sobre los reinos católicos, sobre
los justos de la tierra, y sobre sus divinos bienes y riquezas, haciéndoos su
depositaria y tesorera: os suplico misericordiosísima Señora que desde el
excelso solio de vuestra gloria, donde os halláis llena de la naturaleza
divina, volváis esos vuestros poderosos ojos a la tierra, para no olvidar las
pensiones de mi frágil naturaleza. Que volváis a mirar a vuestro Hijo y miraros
a Vos misma; os suplico Señora, para que así me miréis a mí con ojos
misericordiosos. Esto, Señora, os pido, junto con lo particular, que en esta
novena he deseado conseguir de Vuestra Majestad Soberana, si es para mayor
honra y gloria de la Santísima Trinidad y provecho espiritual de mi alma. Amén.
ANTIFONA
DE LOS SIETES PRINCIPES DE LOS ÁNGELES, EN QUE SUS DEVOTOS
LOS CONVIDAN
A QUE ALABEN Y BENDIGAN A CRISTO SU REY, Y REINA MARÍA
Príncipes
de la Corte Celestial, vosotros todos siete, que asistís en la presencia del
trono de Dios, a quienes ha encargado Dios para el socorro de todos los fieles,
grandes ministros, favorecednos como buenos amigos, cuando los demonios,
nuestros enemigos, nos intentaren hacer mal: interceden por vuestros devotos,
con vuestro rey Cristo y vuestra Reina María, y ayudadnos a alabarlos y
bendecirlos y a darles infinitas gracias, por los inmensos beneficios que por
vuestro medio continuamente recibimos de sus manos santísimas.
L/:
Adorad al Señor, Aleluya.
R/: Ante
cuyo trono asisten siempre los príncipes de los Ángeles.
OREMUS: Omnipotente
Dios, que entre los demás ornamentos de los Cielos y ministerios con que se
gobierna el mundo, repartiste con disposición admirable, así las ordenes como
los oficios de los ángeles; concédeme propicio que de tus siete príncipes que
te asisten siempre más cercanos a ti que estas sentado en tu soberano trono sea
amparada nuestra vida, y tú y tu santísimo Hijo y su Santísima Madre seáis de
ellos por nosotros alabados y benditos por todos los siglos. Amén.
Con siete Padre
Nuestros y siete Ave Marías.
GOZOS
Astro luciente del día
Eterna rosa del suelo
Danos morada en el cielo
Virgen del Tránsito pía.
El cierzo brama
furioso
Cuando abandonas
la tierra;
Brotan el vicio y
la guerra,
Y en el campo
deleitoso
El ruiseñor
amoroso
No trina ya cual
solía;
Fragante rosa
temprana,
Delicia del
firmamento.
Tu aroma embalsama
el viento
Cuando te meces
galana;
Lucero de la
mañana,
Gala y orgullo del
día;
Tortolilla
cariñosa
En alto cedro
sentada.
Perla de Oriente
preciada,
Lira de oro
sonorosa,
Fuente pura y
deliciosa
De celestial
ambrosía.
Si tú de mujer
naciste,
También nosotros
nacimos;
Por eso todos
morimos
Y por eso tú moriste;
Pero tú la gloria
viste
En tu risueña
agonía;
Raudal de puros placeres,
La Madre de Dios
te llamas;
Con tu luz el orbe
inflamas
Y animas todos los
seres.
Bendita entre las
mujeres
Eres tú, Virgen
María.
Cuando el sol
radiante dora
En su rápida
carrea
Por ti vive y en
ti espera,
A ti clama y en ti
adora;
En tus bondades,
Señora,
Nuestra salvación
se fía.
Confesando y comulgando en el día 15 de agosto
y visitando dicha Iglesia se ganan indulgencia plenaria, concedida por Clemente
VIII, tantas cuantas veces se hiciere, desde el día antes a las tres de la
tarde hasta ponerse el sol del dicho día 15; siendo además infinitas las
concedidas por varios prelados de la Iglesia por rezar devotamente la oración
del Ave María.
Colaboración de Carlos Villaman
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