miércoles, 24 de marzo de 2021

MES DE MARZO A SAN JOSÉ - DÍA VEINTRICUATRO


CONSIDERACION XXIV.

Tres veces en el año debían los varones, según el mandamiento del Éxodo, presentarse a la Majestad y presencia del Soberano Dios de Israel en el lugar que el mismo Señor tuviese señalado para su pública adoración y solemne culto. Los tiempos determinados eran, la solemnidad de los ácimos, la solemnidad de los tabernáculos y la solemnidad de las semanas; y las tres en tiempo de nuestro Santo se celebraban en el magnífico templo de Salomón fabricado en Jerusalén. Atentas la virtud, religión y puntual obediencia del señor san José, es verosímil que el santo Patriarca hubiese bajado a Jerusalén en los tres tiempos señalados en el año. San Lucas habla de esta presentación en el día solemne de la Pascua y pasó en silencio las otras dos, porque solo refiere las veces en que iba el santo Patriarca en compañía de su amable Esposa, la que, como las otras mujeres, solo estaba obligada a presentarse en el Templo en la fiesta que escogiese de las tres señaladas en el año. Los niños antes de cumplir los doce años no estaban obligados a esta ley, ni se llamaban hijos de precepto hasta que entraban en el año décimo tercio; sin embargo, no se cree que los padres de Jesús alguna vez hubiera dejado a la solicitud de otra persona aquella prenda que estimaban más que a sus mismas vidas. Estas peregrinaciones al templo mientras que Jesús no cumplía los doce años, es toda la historia que escribe san Lucas acerca de la vida del señor san José en aquel tiempo. Las otras acciones de aquellos tres o cuatro años que vivió en Nazaret antes que Cristo se presentase al Señor, no están escritas; pero puede conjeturarse por las luces antecedentes que tenemos de su virtud y exacta obediencia a las órdenes de Dios, que el señor san José, ilustrado con los ejemplos y palabras del Hijo y de la Madre, creció en la perfección como un gigante de santidad, que aplaude con el calificativo de Justo el Evangelio de san Mateo.

 

 

ORACION

Oh iluminado José, cuya santa alma llenaron las luces de las palabras y ejemplos de Jesús y de María: yo te suplico humildemente que me des parte en tanta luz, para que, disipadas las tinieblas de mi entendimiento, adore conociendo y conozca adorando a Aquel que quiso vivir en este mundo en tu amable compañía. Amén, Jesús.


 

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