martes, 22 de junio de 2021

TRIDUO A NUESTRA SEÑORA DEL PERPETUO SOCORRO

TRIDUO A NUESTRA SEÑORA DEL PERPETUO SOCORRO.

 

Román Araujo, Editor. Alcaicería núm. 17. Apartado Postal Numero 143.

México, Año 1893.

 

INTRODUCCION

La milagrosa imagen de María Santísima, bajo la advocación del Perpetuo Socorro, que antiguamente se veneraba en la Isla de Creta, de allá fue llevada a Roma y allí por trescientos años venerada en la Iglesia de San Mateo. Esta iglesia, durante la revolución francesa fue destruida y la Venerable Imagen quedó sin culto y olvidada por espacio de sesenta años, hasta que el 26 de abril de 1866, por orden de Su Santidad Pío IX, fue nuevamente expuesta a la veneración de los fieles en la Iglesia de los Reverendos Padres Redentoristas, dedicada a su fundador San Alfonso María de Ligorio. Desde aquel día la devoción hacia la milagrosa Imagen se aumentó y propagó de modo extraordinario, y por medio de la misma, la Santísima Virgen obtuvo y confirió muchos favores a sus devotos. El Capítulo de la Basílica de San Pedro, que goza exclusivamente el privilegio de coronar las Sacras Imágenes, coronó solemnemente dicha Imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, con una corona de oro, el día 23 de junio de 1867.

 

ACTO DE CONTRICION

Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador Padre y Redentor mío, he aquí a vuestros pies a un pobre pecador, que tanto ha entristecido vuestro amante corazón. ¡Ay!, amable Jesús, ¿cómo he podido ofenderos y llenar de amargura ese corazón que me ama tanto y nada ha perdonado para conseguir mi amor? ¡Cuán grande ha sido mi ingratitud! Mas, ¡oh Salvador mío!, consolaos, consolaos, os diré que ahora me hallo arrepentido: tanta pena experimento por los disgustos que os he causado, que quisiera morir de puro dolor y contrición, ¡oh mi Jesús! ¡quién me diera llorar el pecado como Vos lo habéis llorado en vuestra vida mortal! Me pesa en el alma de haberos ofendido. Padre Eterno, en satisfacción de mis culpas, os ofrezco la pena y el dolor que por ellas ha sentido el Corazón de Vuestro Divino Hijo. Y vos ¡oh amoroso Jesús!, dadme tal terror del pecado, que en adelante me haga evitar aun las faltas más ligeras. Lejos de mi corazón, afectos terrenales; yo no quiero amar sino a mi bondadoso Redentor. ¡Oh Jesús mío! Ayudadme, fortalecedme y perdonadme.

 

Madre mía del Perpetuo Socorro, interceded por mí y alcanzadme el perdón de mis pecados.

 

ORACION PARA TODOS LOS DIAS

¡Oh Santísima Virgen María!, que, para inspirarnos una confianza sin límites, quisisteis formar el dulcísimo nombre de Madre del Perpetuo Socorro, yo os suplico me socorráis en todo tiempo y en todo lugar; en mis tentaciones, después de mis caídas; en mis dificultades, en todas las miserias de la vida, y sobre todo en el trance de la muerte. Concededme, ¡oh amorosa Madre!, el pensamiento y la costumbre de recurrir siempre a Vos; porque estoy cierto de que si soy fiel en invocaros. Vos seréis fiel en socorrerme. Obtenedme, pues, esta gracia de las gracias, la de acudir a Vos sin cesar con la confianza de un hijo, a fin de que, por la virtud de mi súplica constante, obtenga vuestro perpetuo socorro y la perseverancia final. Bendecidme, ¡oh tierna y cuidadosa Madre!, y rogad por mí ahora y en la hora de mi muerte. Así sea.

 

PRIMER DIA

¡Oh Madre del Perpetuo Socorro!, he aquí a vuestros pies, un pobre pecador que a Vos recurre y en Vos confía. ¡Oh Madre de misericordia!, tened piedad de mí; oigo que todos os llaman Refugio y Esperanza de los pecadores: sed, pues mi refugio y mi esperanza. Socorredme por amor a Jesucristo: Dad la mano aun infeliz caído que a Vos se encomienda y se os consagra como siervo perpetuo. Bendigo y doy gracias a Dios que por su misericordia me ha inspirado esta confianza en Vos, la cual yo tengo por prenda de mi eterna salvación.  ¡Ah! Yo, miserable, ¡he caído hasta ahora tantas veces por no haber acudido a Vos! Sé que con vuestro socorro venceré; sé que me auxiliareis, si a Vos me encomiendo; pero temo que en las ocasiones peligrosas deje de invocaros y así me pierda. Esta gracia, pues, os pido; sí, encarecidamente os suplico que en los asaltos del infierno siempre recurra a Vos y os diga: María, ayudadme, Madre del Perpetuo Socorro, no permitáis que pierda a mi Dios.

Cinco Ave Marías.

 

V. Nos habéis sido dada, Señora, como refugio.

R. Como auxilio oportuno en la tribulación.

 

ORACION

Dios Omnipotente y misericordioso, que nos disteis a venerar la Imagen de vuestra bienaventurada Madre, bajo el título especial del Perpetuo Socorro, concedednos propicio que, en todas las vicisitudes de nuestra peregrinación en esta vida, seamos de tal manera asistidos por la continua protección de la misma Inmaculada y siempre Virgen María, que merezcamos conseguir los premios de vuestra eterna redención. Vos que vivís y reináis por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

SEGUNDO DIA

¡Oh Madre del Perpetuo Socorro!, concededme que yo pueda siempre invocar vuestro poderosísimo Nombre, ya que Vuestro Nombre es el socorro del que vive, y la salvación del moribundo. ¡Ah! María purísima, María dulcísima, haced que vuestro nombre sea de hoy en adelante el aliento de mi vida. Apresuraos, Señora, a socorrerme cada vez que os llame, pues en todas las tentaciones que me asalten, y en todas las necesidades que me agobien, jamás quiero dejar de llamaros, repitiendo siempre: ¡María, María! ¡Qué fortaleza, qué dulzura, qué confianza, qué ternura siente mi alma con sólo invocaros, con sólo pensar en Vos! Agradezco al Señor que para bien mío os ha dado ese nombre tan dulce, tan amable y tan poderoso. Mas no me contento con pronunciar solamente vuestro Nombre, quiero pronunciarlo con amor, quiero que el amor me recuerde que siempre debo llamaros: Madre del Perpetuo Socorro.

Cinco Ave Marías. (Y todo lo demás como el primer día)

 

TERCER DIA

¡Oh Madre del Perpetuo Socorro! Vos sois la dispensadora de todas las gracias que Dios nos concede a nosotros miserables. Si Él os ha hecho tan poderosa, tan rica y tan benigna, es para que nos socorráis en nuestras miserias. Vos sois la abogada de los reos más miserables y abandonados que a Vos acuden: socorredme, pues, a mí, ya que a Vos me encomiendo. En vuestras manos pongo mi eterna salvación, a Vos entrego mi alma. Contadme en el número de vuestros siervos predilectos, acogedme bajo vuestra protección y esto me basta; sí, porque si Vos me socorréis, nada temo; no temo mis pecados porque Vos me obtendréis el perdón; no temo los demonios porque Vos sois más poderosa que todo el Infierno; no temo ni al mismo juez Jesucristo, porque a una súplica vuestra Él se aplaca. Sólo temo que por mi negligencia deje de encomendarme a Vos y así me pierda. Alcanzadme, Señora mía, el perdón de mis pecados, el amor a Jesucristo, la perseverancia final, y la gracia de acudir siempre a Vos ¡oh Madre del Perpetuo Socorro!

Cinco Ave Marías. (Y todo lo demás como el primer día)

 

Su Santidad Pío IX concedió a cada una de estas tres oraciones, en 17 de mayo de 1866, cien días de indulgencia, una vez al día, aplicable a las almas de Purgatorio.

 

ORACIÓN EN FORMA DE LETANIA A LA VIRGEN DEL PERPETUO SOCORRO

¡Oh Madre del Perpetuo Socorro!, ese Nombre que lleváis hace que mi corazón rebose en confianza para con Vos. Heme, pues, aquí a vuestros pies. Vengo a manifestaros todas las necesidades de mi vida y las de mi muerte. Vengo a invocar vuestro maternal socorro para que me protejáis en todas ellas. Dignaos, Madre mía, escucharme desde lo alto de los cielos.

En todas mis dificultades, penas y miserias, venid a mi socorro, ¡oh Madre bondadosa!

-En el momento peligroso de la tentación, para que yo resista

-Si tuviere la desgracia de pecar para que pronto me levante

-Si algún lazo funesto me cautivare en el servicio del demonio, para que luego lo rompa,

-Si tardare en convertirme para que pronto me rinda

-Si fuere esclavo de una pasión tiránica, para que triunfe de ella

-Si fuere un hijo pródigo endurecido y encenegado en el vicio, para que vuelva a mi padre

-Si viviere en la tibieza, para que Jesucristo no me vomite de su boca

-Si tuviere la desgracia de vivir en el sacrilegio, para que tenga valor de confesarme bien

-Cuando me olvidare o descuidare de acudir a Vos, para que pronto lo haga

-Si alguna vez me relajare en vuestro servicio, para que luego vuelva a enfervorizarme

-En la obligación de confesarme, para que fielmente cumpla con ella

-En la obligación de recibir la Sagrada Comunión para cumplirla digna y fervorosamente

-Para que conserve o recobre la castidad

-Para que logre amar a Dios con todo mi corazón

-Para que, por amor a Dios, me conforme en todo con su santa voluntad

-En todos mis pensamientos, acciones, negocios

-Para que cumpla fielmente todas las obligaciones de mi estado

-Si la enfermedad afligiere mi cuerpo y postrare mi alma

-Si el pesar y la tristeza se apoderan de mí

-Si el mundo me hiciere sufrir

-Si Dios me afligiere con penas interiores

-Si la Providencia me probare con la pobreza o reveses de la fortuna

-Si encontrare en mi propia familia motivos de aflicción

-Si fuere humillado, contrariado o maltratado

-Para que consiga la conversión y alivio de los que amo

-Para que procure la libertad de las almas del Purgatorio

-Para que coopere a la salvación de los pecadores

-Para que alcance la gracia de la perseverancia final

-Para que nunca me olvide de pedir esta gracia

-Cuando llegue mi última enfermedad

-Cuando esté próximo a la muerte

-En las últimas tentaciones que precedan y acompañen a mi agonía

-Al exhalar el último suspiro

-Cuando me presente a vuestro Hijo para ser juzgado

-Cuando padezca en el Purgatorio

-En todo tiempo y en todo lugar

-Para que os sirva, os ame y os invoque siempre

-Para que ame a Jesucristo,

-Para que os haga amar y servir de muchos cristianos

 

Seáis amada, seáis alabada, seáis invocada, seáis eternamente bendita, ¡Oh Virgen del Perpetuo Socorro!, mi esperanza, mi amor, mi Madre, mi refugio y mi vida. Amén.

 

BREVE ORACIÓN A LA VIRGEN DEL PERPETUO SOCORRO

Santísima Virgen del Perpetuo Socorro, Madre mía amantísima y esperanza mía, yo me acojo bajo vuestro manto, y bajo vuestro manto yo quiero vivir y morir. No permitáis, ¡oh amada Madre mía! Que ni hoy ni jamás ofenda a vuestro divino Hijo, y dadme siempre vuestra santa bendición.


Colaboración de Carlos Villaman

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