sábado, 21 de agosto de 2021

VISITA AL SEÑOR DEL CACAO

PIADOSA VISITA A JESÚS NAZARENO

BAJO LA ADVOCACIÓN DEL SEÑOR DEL CACAO

 

Venerado en la S. I. Catedral Metropolitana de México

 

Compuesto por el P. José Cantú Corro

México, 1920

 

ORACIÓN PREPARATORIA

Te adoro, Mártir Divino, en tus sufrimientos inenarrables, en tu infinita desolación, en los dolores que sufriste para redimir al mundo. Eres Dios, en el Getsemaní, en la calle de la Amargura, en el Calvario y en el sepulcro. Amando y padeciendo, al hacer milagros y enmedio de los oprobios, te bendigo y te adoro como a Dios Verdadero. Quiero meditar en las amarguras de tu corazón y en los suplicios de tu cuerpo sacratísimo, quiero meditar en tu Pasión para amarte más y más, agradecer tu obra, imitar tus virtudes y servirte con toda la fidelidad de que soy capaz. Perdona mis pecados, los detesto con todo mi corazón. Ilumina mi mente, comunica, a mi voluntad afectos de compasión, lléname de tu gracia para sacar todo el fruto espiritual de esta meditación. Te lo pido por las horas de tribulación que padeciste, te lo pido por tu misericordia infinita y por las lágrimas de María, tu Madre amorosísima y María, tu Madre amorosísima y Madre también de los pobres pecadores. Óyeme, Señor, y ten piedad de tu siervo.

-Padre Nuestro. Ave María.

 

MEDITACIÓN

Cristo sufrió en sus miembros, delicados y santísimos, cruenta flagelación.

Los verdugos eran fuerte s y se sucedían alternándose para azotar a Jesús, atado a la columna. Látigos, varas, cordeles con asperezas e instrumentos de suplicio despedazaban la carne virginal de Jesucristo y lo cubrían de sangre. Lo azotaron los infames hasta fatigar sus fuerzas. Cayó la víctima como cordero entre lobos carniceros. Isaías, que lo vió en intuición profética, decía: "no hay hermosura en su rostro ni le queda parte sana, nuestros ojos no lo conocieron, estaba para no mirarse". (LIII, 2.) Al saltar las carnes de Jesús, se le contaban sus huesos descoyuntados y sangrientos. (Ps. XVI, 18) A los dolores inauditos de su cuerpo hay que añadir las torturas de su espíritu. La flagelación humilló a Cristo hasta abismos espantosos. Lo trataron no como a hombre, sino como a bestia feroz, como animal repulsivo. Despreciado fue y considerado el último de los nacidos (Isa. LUI, 3) el oprobio de los hombres, la abyección de la plebe (Ps. XXI, 7). Llegó a ser para los esbirros fanáticos gusano que se arrastrara, inmundo reptil, la escoria de los vivientes. (Ps. XXX, 12.) Cristo soportó esa afrenta, esos infinitos ultrajes con resignación, con mansedumbre…

¿Aceptas las humillaciones? ¿Te amedrentan las burlas? ¿Qué has hecho para imitar a Cristo?

 

FRUTO: Resignarse con los padecimientos que Dios nos envíe.

 

ASPIRACION: Castígame, Señor, en esta vida, pero no en la otra

 

DEPRECACION

Vengo ante tus pies, ¡oh Jesús escarnecido! para compadecerte, adorarte y amarte sobre todas las criaturas. Atado a la columna, lleno de oprobios, aborrecido por los fariseos y expuesto, en el balcón de Pilatos, a las miradas de la multitud, te venero con todo el rendimiento de mi corazón. Si hubo verdugos que te azotaron, protervos que ultrajaron tu nombre y te cubrieron de vergüenza, hubo y Hay almas que te ensalzan, espíritus que se consagran a tí, hijos que te protestan vasallaje y adoración. Inocente, santísimo, digno de todo honor y gratitud, soportaste azotes cruelísimos que desgarraron tu carne, derramaron tu sangre y te llenaron de laceraciones mil. Y sufriste esos tormentos inauditos por amor a los culpables, porque deseabas redimir al hombre y mostrarle los excesos de tu predilección.  El amor te amarró a la columna, ciño tu frente con corona de espinas puso en tu mano un cetro de burlas, te llevo al litóstrotos infamante y te constituyo mártir entre todos los mártires. El amor selló tus labios, delineó en tus sienes halos de suavidad, vació en tu boca almíbar para consolar, y en tu espíritu acongojado, torrentes de dulzura. Allí, en la flagelación, fuiste, como en todas partes, Maestro, Redentor y el Hombre-Dios que infinitamente amaba. Quiero imitarte, Santo Rabí de Galilea, quiero sufrir contigo; que mi cuerpo sea ofrendado ante tu Majestad y que mi corazón y mi ser todo sean sagrario en donde habites y te recrees por las tribulaciones que yo padezco en tu nombre. Concédeme, amoroso Salvador, la dicha de seguirte en tus dolores para merecer la plenitud de tus alegrías sempiternas por los siglos de los siglos. Amén

-Se rezan tres Credos y luego los siguiente:

 

MISERERE

Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia: Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones.

Lávame más y más de mi maldad, Y límpiame de mi pecado.

Porque yo reconozco mis rebeliones; Y mi pecado está siempre delante de mí.

A ti, a ti solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus ojos: Porque seas reconocido justo en tu palabra, Y tenido por puro en tu juicio.

He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre.

He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo: Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría.

Purifícame con hisopo, y será limpio: Lávame, y seré emblanquecido más que la nieve.

Hazme oír gozo y alegría; Y se recrearán los huesos que has abatido.

Esconde tu rostro de mis pecados, Y borra todas mis maldades.

Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio; Y renueva un espíritu recto dentro de mí.

No me eches de delante de ti; Y no quites de mí tu santo espíritu.

Vuélveme el gozo de tu salvación; Y el espíritu libre me sustente.

Enseñaré a los prevaricadores tus caminos; Y los pecadores se convertirán a ti.

Líbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi salud: Cantará mi lengua tu justicia.

Señor, abre mis labios; Y publicará mi boca tu alabanza.

Porque no quieres tú sacrificio, que yo daría; No quieres holocausto.

Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado: Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.

Haz bien con tu benevolencia á Sión: Edifica los muros de Jerusalén.

Entonces te agradarán los sacrificios de justicia, el holocausto u ofrenda del todo quemada: Entonces ofrecerán sobre tu altar becerros.

 

ORACIÓN FINAL

¡Oh Dios! de quien Judas recibió el castigo de su pecado, y el ladrón el premio de su confesión: haznos sentir los efectos de tu misericordia para que, así como Nuestro Señor Jesucristo, en su Pasión, dio a entrambos sus merecidos, así, destruido el error del hombre viejo, nos conceda la gracia de resucitar gloriosamente con él, que contigo vive y reina. Amén.

 

-Señor, pequé, pecamos y nos pesa de haberte ofendido.

 

-Bendita y alabada sea la sagrada Pasión de Jesucristo y bendita su sangre con la que nos redimió.

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