LOS
SEIS DOMINGOS DEL ANGÉLICO DOCTOR SANTO TOMÁS DE AQUINO
PATRONO
UNIVERSAL DE ESCUELAS CATÓLICAS,
POR
EL M. R. P. MTRO. FR. CAYETANO GARCÍA CIENFUEGOS, PROVINCIAL DE PROVINCIA DE
ESPAÑA DE LA ORDEN DE PREDICADORES
LECTOR
DE SAGRADA TEOLOGÍA
SEGUNDA
EDICIÓN.
Año
de 1892
MODO
Rezado
devotamente el santo Rosario, y puestos de rodillas delante la imagen de Santo Tomás, se dirá la siguiente:
ORACION
PREPARATORIA PARA TODOS LOS DOMINGOS.
Dios
mío, creo que estáis aquí presente. Confieso que soy indigno de comunicar tan
íntimamente con Vos en el sagrado de la oración. Os ofrezco el corazón y los
méritos de Jesucristo, de la Santísima Virgen, del glorioso Patriarca San José,
de mi gran Patrono Santo Tomó' y de todos los án— geles y santos en
satisfacción por todos mis pecados, en acción de gracias por todos vuestros
beneficios, y en demanda de auxilios eficaces para practicar dignamente este
santo ejercicio.
DOMINGO
PRIMERO
MEDITACIÓN
LA
ORACIÓN
I.
¿Qué dirías de un hombre, honrado con el
privilegio de entrar a todas horas en el palacio, en las mismas habitaciones
del más grande de los reyes; de tratar íntima y familiarmente con él; de
pedirle cuanto quisiese con la promesa formal de conseguirlo; de obtener por
este medio vivir algún día en el mismo palacio real y reinar con el mismo rey?
Sin duda llamarías a ese hombre feliz. Pues bien: ese hombre eres tú. Digo mal,
tú eres incomparablemente más feliz que él, ¿Cómo? mc dirás. Por la oración.
Sí,
no hay duda. Cuantas veces oras, eres recibido en audiencia por el Rey de todo
lo criado, en el palacio de Dios, en el seno, en el corazón mismo de Dios. Allí
tratas íntima y familiarmente con El; puedes pedirle cuanto quieras, seguro de
que, si lo pides debidamente, lo conseguirás sin duda, aunque pidas vivir
eternamente. en el palacio de Dios y reinar para siempre con El. ¿Hay dicha,
dignidad, privilegio humano comparable con éste?
II.
¿Y cuáles son los frutos de la oración? Es imposible contestar a esta pregunta.
Santo Tomás dice que la oración no tiene más límites que el poder de Dios; y
como éste no los tiene, tampoco los tiene aquélla. La oración, pues, es
omnipotente como el poder de Dios. Ya lo había dicho Jesucristo: Omnia
possibilia sunt credenti. Todo es posible a quien ora con fe. Dios lo puede
todo; Jesucristo nos lo ha merecido todo; el amor que Dios nos tiene le impulsa
a concedérnoslo todo; a los ruegos de María y demás santos se rinde todo: ¡Oh
hombre! Levanta tu cabeza; ensancha tu corazón; pide, pero pide cosas dignas de
la grandeza de Dios y de tu inmortal destino; y pide con las condiciones
debidas; y lo conseguirás, no lo dudes.
III.
Y qué condiciones deben acompañar a la
oración? Santo Tomás señala cuatro: 1. -a pedir para sí; 2. - A, pedir cosas necesarias o útiles para
salvarse; 3. - pedir piamente, es decir, con humildad y confianza; 4. - pedir
con perseverancia. El Santo Doctor no vacila en asegurar que, cuando a la oración
acompañan estas condiciones, siempre, indudablemente es oída: semper,
indubitanter. Y antes que él habíalo dicho Jesucristo de la manera más
terminante y expresiva: «Pedid, dice, y recibiréis; buscad, y hallaréis;
llamad, y se os abrirá.»
AFECTOS
¡Oh
Dios mío, qué necio he sido! Yo podía ser rico de bienes espirituales; y aun
los temporales no me faltarían, siéndome convenientes; pero por no orar con las
debidas condiciones soy pobre de todo. ¿Continuaré siendo necio? No. Oraré
debidamente, y Dios me oirá siempre como padre.
PRÁCTICAS
Santo
Tomás levantábase siempre a media noche a cantar maitines en el coro, y después
permanecía dos horas en oración mental. En todas sus necesidades, y especialmente
para resolver con la profundidad que
admiramos los innumerables y profundísimos problemas científicos que encierran
sus obras, acudía siempre a la oración. Con ella lo alcanzaba todo. Si tú
hicieras lo mismo, conseguirías los mismos triunfos.
-Récese
un Padre Nuestro, Ave-María y Gloria Patri, implorando de Dios el don precioso
de la oración.
EJEMPLO
El
espíritu de oración con que Dios favoreció Santo Tomás, no estuvo ocioso en él
un solo instante en todos los días de su vida. Podía decir con toda verdad:
Toda mi conversión está en el cielo. Pasaba muchas horas del día y la mayor
parte de la noche en dulce y amorosa contemplación. Oraba en todo lugar; y
cuanto veía y le rodeaba servía para abismarle más y más en la meditación de
las cosas divinas. Jamás comenzó a estudiar o escribir sin haber preparado su
espíritu con la oración, y él mismo confesó a un Religioso amigo suyo, que
había adquirido menos en los libros que al pie de los altares, menos en las
conferencias con los grandes sabios que en las comunicaciones intimas con Dios.
En la oración mereció oír de los labios de Jesucristo estas dulcísimas palabras:
«Bien has escrito de mí, Tomás; ¿qué recompensa deseas recibir?» a lo que
contestó el Santo: «No otra, Señor, que a Vos mismo.»
En
la oración Consultaba con Dios los arduos problemas de la ciencia, y cuando las
dificultades versaban sobre puntos de Sagrada Escritura, a la oración añadía el
ayuno. Tal abundancia de luces recibía del cielo en sus comunicaciones con
Dios, que, al volver de sus éxtasis, apenas podían cuatro amanuenses trasladar
al papel los torrentes de palabras que, sobre diferentes materias, fluían de su
boca. Parecía otro Moisés que bajaba del monte santo radiante de claridad. En
la Misa, principalmente, era donde le acontecía entrar en profundos
arrobamientos, durante los cuales se le veía fuera de sí mismo y privado del
uso de los sentidos. En una ocasión, celebrando el santo Sacrificio en la
iglesia de nuestro Padre Santo Domingo de Nápoles en presencia de muchos Religiosos,
do la oficialidad del rey y de un crecido pueblo, se arrobó tan profundamente
que fué preciso esperar mucho tiempo y agitarle fuertemente para hacerle volver
en sí. Al salir de uno de estos éxtasis en los últimos años de su vida, reveló,
para gloria de Dios, a un Religioso, que le parecía nada todo lo que hasta
entonces había escrito, comparado con lo que el Señor acababa de darle a conocer.
Casos
raros refieren las historias acerca de la abstracción de espíritu en que se suma
el Angélico Doctor cuando se entregaba a la oración. En una ocasión no sintió
molestia alguna, a pesar de su delicada complexión, durante una penosa
operación quirúrgica quo los médicos le hicieron en una pierna. Otra vez
llegaron a quemársele los dedos con una vela que tenía encendida en la mano,
sin que el dolor le despertara de su arrobamiento. La oración, finalmente, era
en Santo Tomás continua, eficaz y fervorosa. Por este medio llegó a tan
estrecha comunicación con Dios que podía decir con San Pablo: Vivo yo: mas no
yo, sino que vive Cristo en mí; siendo para él esta unión mística un manantial
inagotable de santidad y sabiduría.
GOZOS
Con vuestro saber Divino
Confundisteis los errores:
Honra
de Predicadores,
Glorioso
Tomás de Aquino.
Aparecieron tres Soles
Al nacer al mundo Vos,
Gloria en que os honró Dios
Con tan lucidos faroles;
Que por Vos solo previno
Tan hermosos resplandores:
Desde la infancia mostráis
Vuestra gran Sabiduría,
Pues con el Ave María
Escrita os alimentáis;
Con impulsos superiores
Tomáis del Cielo el camino:
Los Ángeles os ciñeron
Cíngulo de castidad,
Cuando de la honestidad
Tan gran Defensor os vieron;
Tener tan limpios candores
Un Sol tan bello convino:
Vuestra Doctrina escogida,
Que da al mundo admiración,
Más fue por revelación
Que por estudio aprendida;
Aprobó sus resplandores
El Pontífice Divino:
San Pablo entró en vuestra escuela,
Y tal vez acompañado
De San Pedro, y lo intrincado
De la Escritura os revela;
El quinto entre los Doctores
Sois en saber peregrino:
Sois la fuente, que reparte
La Doctrina celestial,
Siendo uno mismo el raudal
En todo y en cualquier parte:
Sois vergel de hermosas flores,
Que el Cielo santo previno:
Sois Querubín de la Iglesia
Y norte de la verdad,
Y vive en oscuridad
El que vuestra luz desprecia;
Vestís las luces mayores
De las glorias de Agustino:
Creció rayo vuestra pluma
Contra herejes obstinados,
Allí se vieron quemados
Al ardor de vuestra Suma;
Allí se abrasó Calvino,
Lutero, y sus Defensores:
De Buey mudo la Corona
Os da el mundo por modesto,
Mas vuestra voz llegó presto
A las distantes Regiones;
Oyendo el eco divino
Las más bárbaras Naciones:
Las maravillas que obráis
Os hacen más portentoso,
Pues con poder milagroso
De todos males curáis;
Alcanzan vuestros favores
Los que os llaman de continuo:
Ángel y Doctor Divino,
Padre de la Teología,
Sednos
norte, luz y guía,
Glorioso
Tomás de Aquino.
L/: Rogad por nosotros, bienaventurado Santo
Tomás de Aquino.
R/: Para que seamos
dignos de las promesas de Cristo.
ORACIÓN
Oh
Dios, que iluminasteis a vuestra Iglesia mediante la maravillosa erudición de
vuestro bienaventurado confesor Santo Tomás, y que la fecundáis mediante la
santidad de sus obras, concedednos la gracia de comprender sus enseñanzas e
imitar sus virtudes. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
ORACION
FINAL PARE TODOS LOS DOMINGOS.
Gracias,
os doy, Señor, por haberos dignado invitarme a comparecer ante vuestra
presencia soberana, para obsequiaros a Vos, y a mi Angélico Doctor y protector
Santo Tomás, é implorar de vuestra clemencia el remedio de mis necesidades. Os
doy gracias también por los sentimientos de piedad que me habéis dispensado
durante este santo ejercicio. Os ruego humildemente que me concedáis el
espíritu de oración propio de un buen cristiano, una encendida caridad para con
Vos y con mis prójimos, una fervorosa devoción hacia el Santísimo Sacramento y
hacia vuestra Madre y mía la Virgen Santísima, una humildad profunda que me
enseñe a conocer la vanidad del mundo y el inestimable valor de los desprecios,
una pureza angelical, que me haga mirar con horror todos los pensamientos,
palabras y obras que puedan empañar en lo más mínimo el candor de la castidad.
Y vos, angélico protector mío Santo Tomás, que tanto brillasteis en todas estas
virtudes, y tan admirables ejemplos dejasteis de todas ellas, interceded por mí
ante el acatamiento divino, y con vuestra poderosísima intercesión alcanzadme
del Señor que yo os imite con la mayor. perfección posible en todas ellas, para
que algún día vaya a gozar con Vos del premio inefable prometido a cuantos las
practiquen. Amén.
DOMINGO
SEGUNDO
MEDITACIÓN
LA
CARIDAD
I.
¡Qué ceguedad tan lamentable la nuestra! Corremos desalados tras las riquezas,
honores, dignidades, bienes caducos, y miramos con increíble indiferencia el
más grande de todos los bienes; aquel bien que los encierra todos, como dice el
Espíritu Santo: venerunt mihi omnia bona pariter cum illa; aquel bien, en cuya
comparación, dice Dios, todo el oro del mundo es un poco de arena; toda la
plata, lodo; aquel bien, cuya grandeza excede á cuanto podemos comprender en
esta vida.
II.
Pero ¿qué bien es este tan grande, tan admirable? La caridad, el amor de Dios.
¿Y qué es la caridad? No hay lengua humana capaz de explicarlo. Es una
participación del mismo amor de Dios; es un sér divino que transforma al hombre
en Dios, como el fuego transforma al hierro, comunicándole su mismo modo de
ser; es la divinización del hombre; es una belleza tan arrebatadora, que vence
al mismo Dios; es un bien tan grande, que, si le conociésemos perfectamente,
nos arrastraría en pos de sí con mayor fuerza que el más poderoso imán atrae
una aguja; es, en fin, cl principio de la bienaventuranza. Y porque es tan excelente,
solo Dios puede causarla, Todo el poder de las criaturas no alcanza á producir
ni aumentar un átomo de caridad.
III. ¿En qué consiste que los hombres tengan
en tan poca estima, y busquen con indiferencia tanta un tesoro capaz de
hacerlos más felices que todos los otros tesoros juntos? En que no lo conocen.
Y no lo conocen, porque no meditan cuán digno es Dios de ser amado, por lo que
es en sí, y por lo que es para con nosotros. El hombre ama naturalmente el bien
y la belleza. ¿Cómo, pues, podría dejar de amar á Dios, si meditase y conociese
su bondad infinita, su belleza incomprensible? El hombre no puede menos de amar
a quien le ama y le hace beneficios. ¿Cómo pues, no amamos a Dios, que nos amó
desde la eternidad con un amor inmenso que nos crió, nos hizo cristianos, nos
está siempre conservando, nos redimió a costa de su sangre, de su vida, de
indecibles penas y dolores, nos quiere hacer eternamente felices con su misma
felicidad, nos libró de la miseria eterna acaso muchas veces, y que hizo todo
esto llevado de su abrasado amor para con nosotros?
AFECTOS
¿Oh,
Dios mío! Yo he sido un insensato hasta ahora, buscando con tanto afán los
bienes miserables de esta vida, y dejándoos a Vos, bien infinito, único capaz
de llenar mi corazón, de hacerme feliz. Yo he sido un ingrato no amándoos a Vos
que me amasteis ardientemente desde toda la eternidad, y que tantos y tan
grandes beneficios me hicisteis y con tanto amor me regalasteis. No más
insensatez, no más ingratitud, En adelante seré todo vuestro.
PRÁCTICAS
Santo
Tomás desde muy niño acostumbraba preguntar á sus maes-16tros: ¿quién es Dios?
Siempre quería conocerle mejor, para amarle mejor, para amarle más. Siendo hijo
de los condes de Aquino, y pudiendo ser feliz en el mundo, todo lo renunció por
amor de Dios. Jamás quiso recibir honores ni dignidades dentro ni fuera de su
Orden, temiendo que le robasen el amor que quería sólo para Dios. Una vez le dijo Jesucristo: Bien has escrito
de mí, Tomás. ¿Qué recompensa quieres? No otra que Vos, contestó inmediatamente
el santo. Hagamos nosotros lo mismo. Despreciemos todas las cosas por amor de
Dios, y todas las hallaremos en Él.
-Récese
un Padrenuestro, Ave María y Gloria Patri, pidiendo a Dios nos inflame en la
caridad.
EJEMPLO
De
la aspiración constante de Santo Tomás a unirse con Dios podemos inferir la
ardiente caridad que abrasaba su alma. Desde sus primeros años no ocupaba su
corazón otro deseo que hacerse agradable a Dios y servirle todos los días de su
vida. El risueño porvenir con que le convidaba el mundo y las lisonjas que le prodigaba,
infundían en su ánimo mayores deseos de verse fuera de él; porque sabía con San
Agustín que más temible es el mundo cuando halaga que cuando persigue. De aquí
nació su firme resolución de consagrarse a Dios en la vida religiosa a pesar de
todas las contradicciones de la carne y de la sangre. A medida que avanzaba en
edad, su corazón se inflamaba con nuevos ardores, y excogitaba nuevos medios de
perfeccionarse en el amor de Dios.
Con
esta firmeza de propósitos llegó a tal pureza de corazón, igualdad de ánimo y desprecio
de todo lo mundano, que hasta en su exterior se veía retratada la hermosura de
su alma. La natural apacibilidad de su espíritu, santificado por la gracia,
daba a su conversación, a todas sus palabras, y ú su mismo semblante cierta
virtud maravillosa que elevaba a Dios y despertaba en cuantos le miraban afecto
é inclinación al bien.
Del
amor de Dios nacía también en cl Doctor Angélico la viveza de fe, la
conformidad con la divina Providencia en las cosas adversas como en las
prósperas, la atención y so licitud con que procuraba conservarse siempre
exento de toda mancha por más leve que pareciera, y la asidua mortificación de
todas sus potencias y sentidos.
Cuando
subía al púlpito a anunciar la palabra de Dios, predicaba con celo verdaderamente
apostólico; como N. P. Santo Domingo, reprendía los vicios con generosa libertad,
y sus palabras producían tal efecto en los oyentes como si salieran de la misma
boca de Dios. (Guill. de Toe. ap. Boll.)
Pero
donde más se revelaba su tierno amor a Jesucristo era cuando trataba de la
divina Eucaristía. Pasaba las horas como anonadado delante del santuario. Nunca
subía al altar que no lo regase con sus lágrimas, y salía de sus ojos y rostro
un resplandor celestial que enternecía y movía á devoción a cuantos tenían la
dicha de verle celebrar el santo Sacrificio. Santo Tomás, en fin, tuvo la
caridad por fiel e inseparable compañera durante su vida, y estrechado por su
dulce peso exhaló su postrer suspiro.
DOMINGO
TERCERO
MEDITACIÓN
EL
SANTÍSIMO SACRAMENTO
I. Hemos visto en el domingo anterior que
uno de los motivos más poderosos para amar a Dios es el amor que Dios nos
tiene. Las pruebas de este amor son infinitas, pero entre ellas hay dos que
sobresalen por cima de todas: la Encarnación y la institución del Santísimo
Sacramento. En una y otra se verificó lo que enseña la filosofía: que el amor
tiende á hacerse una cosa con lo que ama. En la Encarnación Dios se hizo una
cosa con nosotros, uniendo la naturaleza humana con la divina en una misma
persona. En la sagrada comunión no nos unimos a Dios de esa manera, pero nos
unimos del modo más íntimo imaginable. «Quien come mi carne y bebe mi sangre
está en mí, y yo en él», decía Jesucristo.
II. Los autores comparan esta unión a la de
dos pedazos de cera cuando se derriten y confunden; a la de dos vasos de agua
cuando se mezclan; a la del fuego con el hierro caldeado; a la de un diáfano
cristal iluminado por el sol. Pero bien entendido; pues no es Jesucristo quien
se transforma en el que dignamente le recibe, sino que éste se transforma en
Jesucristo. «No me mudarás a mí en tí, como haces con el alimento, sino que yo
te mudaré a ti en mí», le dijo un día Jesucristo a San Agustín. De modo que, si
viésemos un alma acabando de comulgar, no nos parecería ver una criatura, sino
el Verbo divino, envuelto en los esplendores inefables de su gloria.
III. Las consecuencias de esta unión tan
íntima, tan admirable, tan consoladora, no pueden menos de ser felicísimas
sobre toda ponderación. Jesucristo las expresó repetidas veces con una palabra,
que nosotros no podemos comprender en esta vida. «Quien me come, dijo, vivirá
con mi propia vida.» Suponed que un alma racional perfectísima informa, anima, vivifica
el cuerpo de un bruto. Éste tendría sólo las apariencias de bruto, pero su vi
da, sus acciones todas serían propias de un ser de inteligencia elevada. Pues
exactamente lo mismo. La vida de quien comulga dignamente no es de hombre puro:
es la vida de un ser sobrenatural, la vida del Verbo, la vida de Dios.
Increíble parece; pero es cierto, indudable: la fe nos lo enseña. Oh dignidad
soberana la de quien comulga dignamente.
AFECTOS
¡Dios
mío! ¿Hasta dónde habéis llevado vuestro amor para con los hombres? ¿No sabíais
que, quedándoos en el Santísimo Sacramento, os exponíais a innumerables
profanaciones y sacrilegios indignos de vuestra infinita Majestad? ¿Ignorabais
que, habíamos de corresponder a tanto amor con la más negra ingratitud, sin
pensar siquiera en la grandeza de este beneficio; sin aprovecharnos de él como
es debido; recibiéndoos sin la preparación y acción de gracias que es razón?
No, no lo ignorabais ciertamente; pero vuestro amor para con nosotros os
conduce a extremos increíbles. Os habéis propuesto engrandecernos a todo trance
hasta divinizarnos; y a trueque de conseguirlo, no reparáis en sacrificios y
humillaciones. ¡Oh bondad infinita!
PRÁCTICAS
La
devoción de Santo Tomás al Santísimo Sacramento fué la más grande y tierna que
imaginarse puede. Dios le había escogido para cantar en su Iglesia las
grandezas de este misterio, que el mismo santo llama el más grande de los
milagros de Jesucristo, el compendio de todas sus maravillas. Él fué quien com.
puso el oficio del Santísimo Sacramento, ese monumento incomparable de la liturgia
cristiana. Él fué quien, no queriendo ninguna recompensa humana por sus in
mensos servicios a la Iglesia, sólo ésta pidió a Urbano IV, es decir, que se
celebrase en toda la Iglesia la fiesta del Santísimo Sacramento. Él celebraba
todos los días con transportes de amor la santa Misa, y después ayudaba a otra
si sus potencias no estaban enteramente absortas en Dios. Él pasaba todos los
días seis horas lo menos en presencia del Santísimo Sacramento. Él escribió
esas cuestiones admirables sobre el Sacramento del amor, por las cuales mereció
oír de la boca misma de Jesucristo: «Bien has escrito de mí, Tomás,» y que
sirvieron de norma a los concilios de Florencia y Trento para formular sus
decretos dogmáticos sobre tan misteriosa materia. Imítale, pues, en lo posible,
comulgando frecuentemente con las disposiciones debidas; haciendo todos los
días alguna visita al Santísimo Sacramento; oyendo diariamente la santa Misa y
excitando a otros a hacer lo mismo.
-Récese
un Padrenuestro, Ave María y Gloria Patri, en acción de gracias por la institución
del Santísimo Sacramento.
EJEMPLO
Nadie
ignora que la devoción preferente de Santo Tomás, fué la del más augusto de
nuestros Sacramentos. Con tal fervor celebraba la santa Misa, que mereció
muchas veces, como afirma San Vicente Ferrer, que los mismos ángeles le
ayudasen. Toda su voluntad, todos sus deseos, todos los afectos do su corazón
se dirigían a Jesús sacramentado, y entre los devotos ejercicios que
alimentaban su piedad, tenía el de la sagrada comunión por el más divino y
excelente, y ninguno atraía sobre su alma mayor abundancia de bendiciones del
cielo, Con el frecuente uso del Pan de los ángeles sentía acrecentarse y fortificarse
de día en día su fé, su caridad y sus deseos do unirse Dios con lazo
inquebrantable. Menester sería tener su mismo espíritu para expresar las
disposiciones con que se acercaba a la sagrada mesa, y los singulares favores,
las luces y dulcísimos consuelos que en ella recibía.
Jesús
sacramentado era el maestro a quien Santo Tomás proponía sus dudas. Colocaba su
libro o cuaderno sobre el altar y humildemente prosternado, esperaba la
resolución de sus dificultades.
En
sus escritos dejó el Angélico Doctor el mayor testimonio de su amor a la santa Eucaristía,
puesto caso que toda elocuencia sublime es hija de un alma vivamente
apasionada. Las cuestiones teológico-místicas en que trató de este misterio,
las oraciones devotísimas para antes y después de la comunión que compuso con
sus amorosos éxtasis, y sobre todo el Oficio y Misa del día de Corpus,
compuesto por él, revelan claramente una inteligencia abismada en Dios y un
corazón que se derramaba en los suavísimos transportes del amor divino. Santo
Tomás finalmente, no quiso partir de este mundo sin ratificar solemnemente la
tierna devoción de toda su vida al Santísimo Sacramento,
Cuando
estaba para morir en el monasterio cisterciense de Fosa-Nova, pidió a los
Religiosos que le pusiesen sobre ceniza para recibir el santo Viático, y cuando
vió la divina Hostia en las manos del sacerdote, se incorporó en su lecho y
exclamó todo inundado en lágrimas: «Creo firmemente que Jesucristo, verdadero
Dios y verdadero hombre, Hijo Único del Padre eterno y de una Virgen madre,
está en este augusto Sacramento. Yo te recibo, precio de la redención de mi
alma; yo te recibo, viático do mi peregrinación, por cuyo amor he estudiado,
velado, trabajado, predicado y enseñado. Jamás he dicho cosa alguna, contra
Vos; pero si acaso, sin conciencia de ello se me hubiera deslizado alguna
palabra menos propia; no quiero obstinarme en mis opiniones: todo lo someto a
la corrección de la santa Iglesia Romana en cuya obediencia salgo de este
mundo.» Y recibiendo por última vez aquel misterio adorable, durmió plácidamente
en el Señor.
DOMINGO
CUARTO
MEDITACIÓN
DEVOCIÓN
A LA VIRGEN SANTÍSIMA
I. San Pablo nos enseña, que Dios decretó
que todos los predestinados se conformen, esto es, sean semejantes a Jesucristo.
Siendo, pues, Jesucristo hijo de María, necesario es que lo sean también todos
los predestinados. Por eso María es llamada por la Iglesia —Puerta del cielo—
Janua coeli. Es decir, que nadie puede entrar en la gloria sino por esta
puerta, María. Por eso también la misma Iglesia aplica a María las palabras de
la Sabiduría: «Quien me hallare, es decir, quien me profese devoción, hallará
la vida eterna, y conseguirá del Señor la salvación.» No es extraño, por consiguiente,
que los santos tengan la devoción a María Santísima por una de las señales más
seguras de predestinación.
II. Santo Tomás prueba la necesidad de la
intercesión de los santos en general
por el modo con que Dios gobierna el mundo. Así como los reyes no
gobiernan por sí mismos inmediatamente todo su reino, sino por medio de
gobernantes inferiores, así Dios quiere gobernar el mundo físico y moral por
medio de causas segundas; no porque Dios necesite de nadie, sino parte por
honrar a sus criaturas, haciendo que sean buenas no sólo para sí sino también
para otros como Él mismo; parte por la belleza que resulta de ese orden
admirable de causas y efectos, superiores e inferiores, bienhechores y
beneficiados. Quiere, pues, Dios que los santos, como seres muy superiores a
nosotros, intervengan en el gobierno moral del mundo, ayudándonos con sus
oraciones. Y cuanto su santidad y superioridad sea mayor, lo será también su
intervención.
III. Ahora bien: ¿cuál es la santidad y
superioridad de María? Nadie duda que después de Jesucristo no hay nada
comparable con ella. No sólo es más santa que cada uno de los santos, sino que
lo es más que todos ellos juntos, como enseñan los teólogos. Santo Tomás lo
prueba diciendo, que siempre que Dios elige una persona para alguna dignidad o
estado, les da gracias proporcionadas a ellos; y, por consiguiente, habiendo
elegido a María para la dignidad casi infinita de Madre de Dios, le dió también
gracias casi infinitas; su santidad y superioridad, pues, rayan casi en lo
infinito: la distancia que media entre María y todos los demás bienaventurados
es inconmensurable. Luego si el poder, la intercesión, la intervención de los
santos en el gobierno moral del mundo está en relación con su santidad,
infiérase cuál será el poder de intercesión de María, Por eso dice Santo Tomás
que María fué saludada por el Ángel llena de gracia, porque a los demás santos
se les dió un poder de intercesión limitado; pero a María se le dió sin límites
para todo y para todos; es, al decir de los santos, la omnipotencia suplicante;
es decir, que consigue cuanto pide.
AFECTOS
¡Oh
María! ¡Cuán dichoso soy en teneros por Madre! ¿Qué puedo temer, cobijado bajo
vuestra protección maternal y omnipotente? ¡Ojalá hubiera yo sabido
aprovecharme de tanta dicha! ¡Ojalá hubiera recurrido a Vos en todas mis
necesidades! ¡de cuántos males no me hubiera librado, y cuántos bienes no
hubiera conseguido! Sólo es desgraciado quien a Vos no recurre.
PRÁCTICAS
La
devoción de Santo Tomás hacia la Santísima Virgen se manifestó aun antes de
tener uso de razón. Habiendo de lavarle su nodriza, quiso sacarle del puño un
papel que tenía fuertemente asido; pero desistió ante la resistencia y llanto
del niño. Díjoselo á su madre, quien se lo sacó por fuerza, y vió que tenía
escrita el Ave María. Tomás llora inconsolable al verse sin aquel tesoro:
devuélveselo su madre para acallarle, e inmediatamente lo lleva a la boca y lo
traga. Preludio feliz de lo que había de ser después, De su inspirada pluma
salieron más tarde las fundamentales cuestiones de la Suma teológica sobre las
grandezas de María en sus relaciones con el misterio de la Encarnación; y el
opúsculo sobre el Ave María. De su
lengua habían de brotar raudales fecundos de alabanzas a María, consagrando
alguna vez una cuaresma entera a exponer las glorias marianas encerradas
en el Ave-María, como sucedió en
Nápoles. ¿Y qué diremos de su tierna devoción al Rosario? ¿No era éste para él,
arpa de oro que de continuo pulsaba en obsequio de su idolatrada Reina, y cuyos
soberanos acordes extasiaban su alma? ¿NO obligaba con él a María a que se le
apareciese muchas veces, como atestiguan San Vicente Ferrer y San Antonino,
comunicándole los torrentes de luz necesarios para exponer con tal profundidad
y maestría los grandes misterios del cristianismo? Imitemos, pues, a Tomás.
Amemos tiernamente a María; procuremos que todos la amen, publicando sus glorias;
y no se caiga de nuestras manos el santo Rosario.
-Récese
un Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri, en acción de gracias Dios Nuestro
Señor, por habernos favorecido con la protección de la Santísima Virgen.
EJEMPLO
Escogió
Santo Tomás a la Madre de Dios por maestra de virtud y sabiduría; bienes codiciados
de él para gloria de Dios, servicio y utilidad de la Iglesia y exaltación de la
fe católica no menos que para su propia santificación. Desde la cuna aprendió a
llamarla con el dulce nombre de madre y a implorar su poderoso valimiento. Correspondió
la Reina del cielo á la solicita piedad con que el santo la obsequiaba, y fué
para él refugio en los peligros, alivio en los trabajos, consuelo en las
tribulaciones y remedio en todas sus necesidades. Entre los especiales favores
obtenidos de la Madre de Dios, consideraba el doctor Angélico la virtud de la
pureza, tesoro inestimable que conservó intacto y resplandeciente toda su vida,
y un profundo conocimiento dc la dignidad y grandeza de Ja Virgen Santísima,
del que nos dejó elocuente testimonio en sus monumentales obras.
Estando
próximo a la muerte descubrió a su confesor Fr, Reginaldo que en varias ocasiones
había tenido la incomparable dicha de ser visitado de la serenísima Reina de los
ángeles, y en una de ellas lo dijo tres cosas: Primera, que su ciencia y santa
vida eran agradables a los ojos de Dios. Segunda, que todo cuanto había pedido
por medio de ella, le había sido otorgado por Jesucristo, especialmente la flor
de la virginidad. Tercera, que, para mayor gloria de Dios, se conservaría en el
estado pobre de la Orden sin ascender a las dignidades eclesiásticas. Estas
eran precisamente las tres cosas que el Angélico Doctor, como verdadero santo y
sabio, más vivamente deseaba.
DOMINGO
QUINTO
MEDITACIÓN
LA
HUMILDAD
I.
Todos los maestros de espíritu enseñan con Santo Tomás, que la humildad es el
fundamento del edificio espiritual, en cuanto destruye en nosotros la soberbia,
muerte funesta de toda virtud. La razón es clara. No es posible dar un paso en
los caminos de Dios sin la gracia: “Sin mí nada podéis hacer”, ha dicho
Jesucristo; y los libros santos nos dicen repetidas veces, que la gracia se da a
los humildes y se niega a los soberbios. Así es que corre como doctrina
asentada y por nadie contradicha, que la humildad es barómetro seguro para
conocer el grado de virtud que se posee. Por eso, aunque Jesucristo nos enseñó
todas las virtudes, especialmente nos recomendó ésta, diciendo: «Aprended de mí,
que soy manso y humilde de corazón.» Sería cosa de no acabar, si hubieran de
citarse las autoridades de los santos y maestros de espíritu que aseguran ser
imposible adquirir ninguna virtud sino en proporción que se adquiera la
humildad.
II.
¿Y en qué consiste la humildad? Sobremanera importa saberlo, ya que su
importancia es tan sumamente capital para la virtud. La humildad, dice Santo
Tomás, parte está en el entendimiento, parte en la voluntad y apetito. En el
entendimiento está el conocimiento propio, que es el verdadero regulador de la
humildad, y como consecuencia de este conocimiento propio, debe resultar en la
voluntad y apetito el desprecio de nosotros mismos. De modo que la humildad es
una virtud importantísima, base y fundamento de toda virtud, que consiste en
despreciarse a sí mismo en virtud del conocimiento de la propia miseria. No se
nos pide, no, que nos forjemos males y miserias de que carecemos, sino que
reconozcamos las que realmente tenemos, y nos tengamos en lo que ellas merecen.
III.
Pero, ¿qué es lo que nosotros tenemos de nuestra parte? La nada, y lo que es
infinitamente peor, los pecados, Todo lo bueno que hay en nosotros, de
cualquier orden que sea, es un don de Dios, del cual nos puede privar cuando
quiera. ¿Y en qué estima deben tenerse la nada y el pecado? La nada, claro
está, nada merece; pero el pecado, ¡ay!, es una cosa tan odiosa, tan fea, tan
detestable, tan horrible y abominable, que no hay entendimiento criado capaz de
conocerlo: sólo Dios lo conoce. De modo que quien haya cometido un solo pecado
mortal es digno de infinito desprecio; no tiene derecho sino a ser despreciado
de todos; y aun así no será tan despreciado como merece. No pretendas, pues, oh
pecador, que nadie te dé lo que no mereces. No te quejes cuando Dios, que todo
lo gobierna, permite o dispone que seas humilde cual mereces.
AFECTOS
Perdonadme,
Dios mío, mi soberbia intolerable. Todos los desprecios que pueden venirme del
mundo son finitos; pero los que yo he merecido son infinitos. Y, sin embargo,
no puedo sufrir alguna que otra humillación con que el Señor me prueba. Yo he
merecido ser eternamente despreciado de todos en el infierno sin fruto ninguno:
Dios me libró misericordiosamente de ello, pero a condición de sufrir algunos
desprecios en esta vida con gran provecho mío; ¡y yo, ingrato!, me irrito por
ello, no quiero admitir tan ventajoso cambio. ¿No merecía que Dios me condenase
a los eternos desprecios que tengo tan merecidos?
PRÁCTICAS
Que
se humille quien ha ofendido a Dios gravemente, quien no pasa de ser una
vulgaridad, o a lo más una medianía en todo, nada tiene de particular, es muy
natural; pero lo que apenas se concibe, lo que es verdaderamente admirable, es
que todo un Santo Tomás, no solamente no se ensoberbeciese, sino que ni
siquiera sintiese jamás tentación de soberbia. Así lo asegura la Iglesia en el
oficio del Santo; añadiendo con razón, que esto excede a cualquier milagro. Su
sangre era de reyes y príncipes; su ciencia incomparable, estupenda; su
santidad grandísima; sus relaciones sociales las más elevadas que darse pueden,
papas y reyes, santos y sabios, todo lo grande que en el mundo había se
honraban con su amistad, y sin embargo, ini tentación tuvo de soberbia.... Y
tú, pobre vulgaridad, insignificante medianía, te engríes, acaso eres víctima
de intolerable orgullo. Medita muchas veces sobre tus miserias y despréciate.
Compárate con Jesucristo, con la Santísima Virgen, con los grandes Santos y
especialmente con Santo Tomás, todos tan humildes: y avergüénzate de tu necio
orgullo.
-Récese
un Padre Nuestro, Ave María y Gloria Patri, pidiendo a Dios la humildad de
corazón y el conocimiento de nosotros mismos.
EJEMPLO
Nada
hizo tan grande a Santo Tomás como el concepto humilde que tenía formado de sí
mismo. Sin la humildad no hubiera llegado nunca cumbre de santidad y sabiduría
en que, al pasar, le admiran los siglos. Porque se tenía, por ignorante, se
afanaba en buscar la ciencia; pero sólo aquella ciencia casta, modesta y útil
de que nos hablan los Libros santos. Porque se creía imperfecto y pecador,
redoblaba sus esfuerzos para adelantar cada día en las sendas de la perfección.
Sangre de reyes corría por sus venas, la opulencia era su patrimonio, la llama
del genio fulguraba en su mente, le había cabido en suerte un alma buena, y la
naturaleza misma, emulando la generosidad de la gracia y de la fortuna, habíale
sido pródiga; pero esto, no obstante, jamás cruzó por su imaginación el más
leve pensamiento de soberbia, ni se le notó el más ligero indicio de vanidad.
El aprecio, la veneración y casi idolatría en que era tenido de papas, de
reyes, de sabios, lejos de engreírle, servíanle para despreciarse y confundirse
más; pues de todo honor y alabanza se creía indigno. Por esta causa rehusó aceptar
las dignidades a que querían elevarle los papas, prefiriendo siempre la vida
escondida en Dios, la dulce contemplación y el deleitable cultivo de las
ciencias. Y no sólo rechazaba tenazmente la aceptación de los altos puestos por
el horror que le inspiraban los azares y bullicio de la vida pública, sino
también porque se juzgaba indigno de ocuparlos, e inútil para desempeñar sus
ministerios. Así lo manifestó sinceramente el Santo Doctor cuando le rogaban
con la Abadía del Monte Casino, con varias sillas episcopales y especialmente
con el arzobispado de Nápoles, que no obstante haberse extendido el
nombramiento, jamás se pudo recabar de él que lo aceptase.
Tan
pobre concepto tenía de sus propios conocimientos que en el prólogo de la Suma,
la obra más grande, profunda y divina que salió de la mano del hombre, dice con
la mayor naturalidad que la escribe para que pueda ser útil a los
principiantes. Tuvo un joven la indiscreción de advertirle que debía tenerse en
más y reconocer la justa opinión que de él tenía el público, a lo cual contestó
sencillamente: «Por eso estudio; a ver si sabiendo más, puedo lograr que el público
no viva equivocado.» Jamás en sus inmensos escritos ha soltado una palabra que
pueda redundar en alabanza propia; pero a los que se humillan Dios toma por su
cuenta el ensalzarlos y llevar su fama sobre las alas de los vientos.
DOMINGO
SEXTO
MEDITACIÓN
PUREZA
I.
El hombre es un misterio. Grande á las veces como un ángel, se admira de su
misma grandeza; parécele ser más bien cortesano del empíreo, que triste
viandante de este valle de lágrimas. Pero a las veces cobarde y miserable,
tiembla delante de sí mismo; créese despojado de su alta dignidad, reducido a
la innoble condición de un bruto. Y es que el hombre es el misterioso eslabón
que une al cielo con la tierra, al espíritu con la materia, la eternidad con el
tiempo, la inmensidad con el espacio, la grandeza, en fin, con la pequeñez.
Pero al unir Dios en nosotros extremos tan opuestos, necesariamente hubo de
darnos una ley que regulase sus relaciones mutuas; y esta ley no podía menos de
mandar que la parte Inferior se sometiese á la superior, el Cuerpo al alma, la
materia al espíritu; que toda tendencia, todo instinto animal contrario al bien
del alma se sacrifique en aras de la inteligencia, de la religión. Haciéndolo
así, el hombre tendría los pies en la tierra, pero su cabeza erguiríase
majestuosa sobre las nubes, respiraría la atmósfera en que viven los ángeles.
II. Desgraciadamente no sucede así con
frecuencia; sino que esa cabeza que debía estar en el cielo y aspirar los
aromas angélicos, se rebaja, se degrada, arrastrase vilmente por inmundo fango;
viviendo la humillante vida de los últimos seres de la creación, el que
justamente es apellidado rey de la creación; y mientras Dios ha hecho lo increíble
para ensalzarle, él, insensato, hace también lo increíble para envilecerse.
Tales son los infelices lascivos, los miserables esclavos de una hedionda
Carne, que debe ser siempre esclava del espíritu. Hombres imbéciles, sin
conciencia de su altísima dignidad, sin aquella elevación de miras y
sentimientos que debe hallarse en cuantos hayan tenido la dicha de ser
irradiados con los esplendores divinos de la fe.
III. ¿Y cuáles son los efectos desastrosos de la
impureza? Santo Tomás, después de probar que la lujuria es vicio capital, y por
consiguiente raíz ponzoñosa de otros muchos vicios, dice y prueba
científicamente que los efectos de la lujuria son la ceguera del entendimiento,
la consideración, la precipitación y la inconstancia en el obrar; es decir, una
continuada imprudencia, el amor desordenado de sí mismo, el odio de Dios, el
apego á la vida presente y el horror a la presente. No es extraño. Verdad es
que algunas veces queda en los lascivos un simulacro de ciencia y prudencia;
pero aquella ciencia es la que llama Santiago terrena, carnal, diabólica, y de
la que dice San Pablo que hincha y que no es según Dios; y la prudencia es la
que el mismo Apóstol apellida prudencia de la carne, que es la muerte. Son, en
fin, la ciencia y prudencia de Satanás con los mismos resultados.
AFECTOS
No
permitáis, Señor, que sea manchado jamás el candor de mi alma por el hábito
infernal de la lujuria. ¡Oh! no, antes morir mil veces. ¿Cómo es posible que un
alma destinada pata vivir la vida de los Ángeles, la vida de Dios, se rebaje a
vivir la vida ignominiosa de las bestias? ¿Tan cruel había de ser conmigo
mismo, que me hiciese voluntariamente víctima de los terribles desastres que
lleva consigo la lascivia? No permita Dios que así sea.
PRÁCTICAS
Santo
Tomás fué aclamado por la Iglesia Doctor Angélico por dos causas: primera, por
su entendimiento y su ciencia sobrehumanos, angélicos; segunda, por su pureza
verdaderamente de Ángel, conservada ilesa desde el principio hasta el fin de su
vida. Él sabía por los libros santos, que «la sabiduría no penetra en almas
maleadas, ni habita en cuerpos sujetos al pecado», y como no dudaba que Dios
quería que se santificase por medio de la ciencia, puso cuidado extremo en
preservar su candor de la más leve sombra de impureza. Así es que sus
confesores aseguraron con juramento que ni una mancha impura había mancillado
jamás aquella alma angelical, y que sus confesiones en esa materia semejaban a
las de un niño de cinco años.
-Récese
un Padre Nuestro, Ave María y Gloria Patri, implorando de Dios el don precioso
de la castidad.
EJEMPLO
Todos
saben la brillante victoria que consiguió Santo Tomás del espíritu impuro,
cuando armado con un tizón arrojó de su presencia una joven procaz, que osada
intentó precipitarse en el crimen. Con el mismo tizón forma una cruz en la
pared; se postra en su presencia para dar gracias a Dios por el triunfo obtenido;
es arrebatado en éxtasis, durante el cual bajan los Ángeles del cielo y ciñen
al invicto atleta con un cíngulo misterioso. Desde entonces Tomás vive, sí, en
carne mortal, pero su vida es completamente angélica.
No lo crea, embargo, duerme sobre los laureles
de la victoria. Había leído en el Sabio. «Nadie es continente, si tú no se lo
concedes, y por eso pidió siempre Dios con humildad profunda el don de la
pureza.
Pero
no se contentaba con pedirlo, sino quo hacía de su parte lo posible para
conseguirlo. Su recato en la vista era tal, que jamás miraba a la cara de una
mujer, aunque fuera hermana suya. Puede decirse que ayunaba siempre, porque no
comía más que una vez al día y poco, No salía de su retiro si no cuando el
deber lo exigía, y entonces muy sobre sí mismo. Aprovechaba todas las ocasiones
de mortificar los sentidos, y mucho más la propia voluntad, porque sabía muy
bien que la azucena de la pureza crece y se resguarda entre las espinas de la
mortificación. Sobre todo, la confesión y comunión con que diariamente
robustecía su alma, hacíanle invulnerable a las saetas del infierno. En vista
de esto no es extraño que la Iglesia presente a Santo Tomás como modelo y patrono
de la juventud, principalmente de los estudiantes, y sobro todo de los que
aspiran al honor altísimo del sacerdocio y ministerio de las almas. Si, jóvenes
estudiantes, no encontraréis un dechado tan perfecto de lo que debéis ser como
Santo Tomás, puesto indudablemente por Dios en su Iglesia para Maestro y
ejemplar de la juventud estudiosa. Devorad su portentosa doctrina; meditad su
vida; imitad sus virtudes; marchad siempre sobre sus huellas, y, yo os lo
aseguro, la sociedad se renovará, el mundo carnbi9rá de aspecto. Esto es lo que
el Espíritu Santo viene proclamando hace años desde la atalaya del Vaticano por
medio del Vicario de Jesucristo. Plegue a Dios que sus divinas enseñanzas encuentren
eco en todo el mundo, y la sociedad se habrá salvado del horrible cataclismo
quo la amenaza.