SAGRADA NOVENA A LA PORTENTOSA IMAGEN DE JESÚS CRUCIFICADO,
QUE SE VENERA EN EL CONVENTO DE SANTO DOMINGO DE MÉXICO
CONOCIDO
COMO
SEÑOR DEL NOVICIADO
Compuesta por el Rev. Fray Ignacio Zavala
1844
ACTO DE CONTRICIÓN
Dios Santo, Dios eterno, Dios justo, Dios de clemencia y de
bondad, Dios que te dignaste hacerte hombre para redimirnos del pecado: ved
aquí postrado ante vuestros ensangrentados pies al mayor de los
pecadores, al más traidor de los hombres, a la más ingrata de todas las
criaturas. Con cuanto rubor y confusión
me presento ante vuestra Sagrada Majestad á implorar el
perdón de todas mis iniquidades: mi culpa me cubre de oprobio; pero vuestra
misericordia me lleva
de esperanzas. Si me confundo, también me aliento, y si mis
pecados me espantan, esa vuestra inmaculada sangre me da todo consuelo. ¡Ay de
mí! yo os la hice derramar en la cruz; la habéis derramado porque os he
ofendido. Pero, Señor, apiadaos de mí, pues de todo corazón me pesa y
arrepiento: mis lágrimas
borren mis enormes ingratitudes. Pequé, Dios mío, pequé
atrevido delante de tí: más sea Sangre tan abundantemente vertida ¿no es
suficiente para borrarlas todas? ¿esos brazos divinos no están abiertos para recibir
al pecador arrepentido? ese sagrado rostro ¿no está inclinado para escucharme?
¿no está igualmente abierto y patente ese amoroso costado para mi asilo y remedio
manando de él los Sacramentos de nuestra reconciliación? Luego con razón me
acerco a tí lleno de confianza, pues sois tan piadoso y bueno: yo os protesto
amaros con todo mi corazón, obedecer vuestros divinos mandamientos y serviros
en santa penitencia; para que purificándome vos con esa vuestra preciosísima
Sangre, persevere en vuestra amistad y gracia hasta el fin de mi vida» Amén.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS.
Padre Eterno, gracias te doy, porque te
dignaste enriquecernos con vuestro precioso Hijo Unigénito, para que hecho
hombre por nuestra redención y salud,
padeciera y muriera en el árbol Santo
de la Cruz. Os repito las gracias porque se cumplió aquel plazo tan deseado en
que enviaste a este gran caudillo, para que, triunfando con su pasión y muerte,
del príncipe de las tinieblas, lo despojase de la soberanía que se había
arrogado sobre todo el mundo. Pero, Padre bondadoso, concédeme la gracia
necesaria para que le acompañe y siga sus ensangrentadas huellas, pues él es el
camino, la verdad y la vida. Sí, mi amorosísimo Jesús, quiero acompañarte,
quiero seguirte: donde quiera que estuvieres, sudando en el huerto de Getsemaní,
o atropellado y preso entre furiosos y crueles soldados, o abofeteado en casa
de Anás, silencioso en casa de Caifás, o sufriendo injurias en el palacio de
Herodes, o recibiendo azotes en el pretorio de Pilatos, o coronado, de espinas,
o cargando la pesada Cruz, o moribundo en el monte Calvario, y en fin en
cualquiera lugar que estés, allí tendrás a tu siervo, siendo en todo cuanto
padecieres, no un indiferente espectador, sino un solicito y tierno imitador
que con constante fidelidad obedecerá aquella dulce y penetrante voz con qué nos
invitas diciendo: el que quisiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz y
sígame. Pues ayudadme,
Señor, ayudadme por vuestra preciosa
Sangre, para así practicarlo hasta la conclusión de mi vida. Amén.
PRIMER DÍA
¡Oh atribuladísimo y tierno Jesús mío!
qué puesto en agonía en el huerto oraste más prolijamente, proponiéndote allí
la viveza de tu imaginación de un modo perfectísimo la atrocidad de todos los
tormentos que habías da padecer desde esa tristísima noche, y lo que, es más,
la ingratitud horrenda con que habíamos de corresponder a tu pasión y muerte
cruel que ibas a sufrir al día siguiente; lo que conmovió con tal vehemencia tu
amoroso corazón, que la sangro que con la fuerza del temor había acudido para
corroborarlo, retrocedió con la fuerza del amor, y rompió los poros todos de tu
cuerpo hasta derramarse sobre la tierra. ¡O verdadero varón de Sangre! esa
Sangre que con tanto amor derramaste en precio de nuestra redención: esa sangre
que sudaste exprimida de tus venas sacratísimas, y que corre por todo tu
cuerpo, nos lave, purifique y conforte, para que podamos cantar con los
escogidos aquel cántico: Redemistenos, Dios, con tu Sangre. Amen.
Se
rezarán tres Credos en memoria de las tres horas que su majestad estuvo
pendiente en le Cruz; y al fin de cada uno se dirá: Adorámoste Cristo, y bendecímoste, que por tu Santa
Cruz redimiste al mundo. Amén.
Luego
se dirá la oración a la Santa Cruz:
ORACIÓN A LA SANTÍSIMA CRUZ
Salve Madero Sacrosanto, buscado con
tantas ansias, esperado por tantos siglos, apetecido con tantos votos. Tú, oh
Cruz, fuiste divinamente elegida en el altísimo consistorio de la Trinidad
Beatísima para ser el ara en que este Sacerdote grande y Pontífice Sumo
Jesucristo ofreciese la cruenta hostia por la redención del mundo: para ser el
candelero sobre el cual se pusiese la luz que alumbrase a todos los que están
en las tinieblas del pecado; y para ser la espada
con que el hijo de Dios triunfase de
todos los enemigos, y con la que también nosotros podamos defendernos de ellos,
si la tomamos en nuestra mano. Vedme, pues aquí, oh mi Jesús y Redentor de mi
alma, postrado hasta la tierra para recibir tu Cruz, para tomarla y cargarla:
ve aquí extendidas mis manos para recibirla, abiertos mis brazos para
abrazarla, prontos mis labios para besarla, é inclinados mis hombros para llevarla.
La llevaré hasta el fin para salvarme; pues el que como tú perseverare en la
cruz hasta el fin, será salvo. Viviré llevando la cruz: moriré abrazando la
cruz; y no dejaré tu cruz hasta que entregue en tus manos mi espíritu. Así sea.
DIA SEGUNDO
ORACION
¡O mansísimo Cordero! con qué humildad
y paciencia te dejaste aprisionar de aquellos crueles sayones que, con tanta
rabia, furor é ímpetu ataron tus sacratísimas manos a la espalda, oprimieron tu
hermoso cuello con una argolla de hierro, ligaron con una cadena tu delicado
cuerpo, y con un largo cordel tus benéficos brazos, conduciéndote aquella
infame caterva con golpes, silbidos y malos tratamientos, hacia la ciudad en
medio de la noche entre el espantoso estruendo de las cadenas, el pavoroso
ruido de las armas, el clamor de los ministros, y el alboroto y rizadas de los
perversos judíos: arrastrándote por sitios
llenos de escabrosas piedras, de
matorrales horribles, y de arduas y difíciles subidas: desamparado de tu Eterno
Padre, abandonado de tus discípulos, y entre,
gado por otro de ellos. ¡O cuanto
debería ser nuestro dolor y compasión al ver el furor de los hombres ¡cuánta
nuestra admiración y ternura al ver tu humildad
y silencio! pero ¡cuánta nuestra
desventura y desgracia si no nos sabemos aprovechar de tu pasión santísima!
pues no te será menos dolorosa nuestra ingratitud y traición, que lo fué la del
pérfido Judas que te entregó en manos de tus enemigos. Sí, benignísimo Jesús
mío, me reconozco por más traidor que Judas que te entregó cuando tú eras
mortal, ofendiéndote yo ahora que has padecido muerte y resucitado por mí
Grande es mi pecado, mi maldad es horrible. Mas, Señor, vuestra misericordia es
mayor; y así en ella espero, en ella confío. Haced, mi dulce Jesús, que en
recompensa del ósculo traidor y engañoso que te dio el perverso Judas, llegue
yo ahora con un corazón contrito y humillado a besar y abrazar una y muchas
veces esos vuestros ensangrentados pies clavados en la cruz, sin
apartarme de ellos hasta conseguir la absolución de mis ingratitudes, y con
ella vuestra santa y dichosa amistad. Amén.
DIA TERCERO
ORACIÓN
¡O hijo de Dios vivo, resplandor de su
gloria, y figura de su substancia! ¿Quién imprimió en tu divino rostro una
señal tan detestable? ¿quién tan ignominiosamente ha herido ese hermoso rostro
en quien desean mirarse los Ángeles? ¿ese semblante formado por el Espíritu Santo?
¿cómo es que tu justicia divina vengadora do los delitos se halla lánguida
y entorpecida? ¿cómo
no fué al instante consumido con fuego
del cielo, tragado por la tierra, y caído vivo en el infierno el hombre
perversísimo entre los más perversos que cometió
tan sacrílego atentado? ¿dónde están
tus rayos y truenos? ¿cómo no llueven sobre Jerusalén azufres e incendios? ¡Pero
ah! que cuando yo así provoco a la
venganza tu Justicia divina, me parece
que oigo, me dice tu divina misericordia: el hijo del hombre no vino a perder
las almas, sino a salvarlas: aprende de mí
que soy manso y humilde de corazón: yo
sufrí por ti sin vengarme esta bofetada, para que tú sufras por mí con
paciencia y sin vengarte las injurias que te hagan
tus prójimos. ¡Pues, oh! Redentor de mi
alma» haz que siempre tenga en la memoria esta afrenta, que por mi amor
recibiste de la mano de un malvado y atrevido criado, y concédeme la gracia
necesaria, para que sepa yo practicar exactamente la doctrina, que con tu vida
y ejemplo me has enseñado, y quo aprovechándome de ella merezca ir a ver ese
rostro divino por mi causa herido, y le vea no por espejo en enigma, como dice
el Apóstol, sino rostro á rostro claramente en el cielo. Así sea.
DIA CUARTO
ORACIÓN
Pacientísimo Jesús mío: ¡qué
espectáculo tan horroroso se presenta a nuestra consideración, capaz de hacer
salir de los ojos raudales de agua y fuentes de lágrimas! Anás lo envía como
reo do muerte, siendo tú el autor de la vida, a casa de Caifás Pontífice sumo y
Juez inicuísimo, en donde se congregan los escribas, los fariseos y los
ancianos en nombre de Satanás, buscando testigos falsos, que declarasen contra tu
inocencia para perderte, para obscurecer tu gloria y confundir tu Majestad, y
finalmente para derramar tu sangre inocentísima. Mas a las necias acusaciones solo
respondes con el silencio, el silencio es la apología que opones a todos los
falsos crímenes que contra tí objetan los malvados. Pero impaciente ya el
Pontífice de tan prolongado silencio quiere saber de tu misma boca, si tú eres
Cristo hijo de Dios bendito: entonces sí rompiste ya el silencio, y respondiste
con prontitud y claridad: tú lo has dicho, esto es, yo soy. ¡O sabiduría
infinita! con esta celestial doctrina, con
este ejemplo nos enseñas, que, si
debemos sufrir y callar en causa propia, cuando se trata de Dios debemos confesarlo
públicamente, y defender con valor su honor y gloria hasta derramar la última
gota de nuestra sangre. Y ¿por esto Redentor de mi alma, se te acusa de
blasfemo, y se te declara reo de muerte? Yo soy, Señor, el reo de muerte,
porque te he ofendido: yo el reo de innumerables delitos: yo el que ha merecido
no solo la muerte temporal, sino la muerte eterna por mis iniquidades: si tú
eres reo de muerte, porque eres Salvador de los pecadores; yo soy reo de muerte,
porque soy pecador. Pero antes que como reo sea yo juzgada en el tribunal do tu
justicia, me acerco al trono de tu misericordia: allí gimo, allí suspiro, allí
hiero mi pecho, derramo lágrimas, lloro mi maldad, é imploro tu divina
clemencia, la que espero conseguir por medio de tu sangre preciosísima. Amén.
DIA QUINTO
ORACIÓN
Inocentísimo Jesús mío: ¿qué aun no bastan los ultrajes, y
excesivos padecimientos que has tolerado en tu prisión tumultuosa, en la casa
de Anás, y en la de Caifás, sino que también remitido a Pilatos eres enviado por
éste a casa del cruel Herodes? Este es el hijo del degollador de los niños
inocentes: éste es el sanguinario y vicioso que había dado muerte a tu primo
Juan Bautista; a tal hombre te presentan, Cordero inmaculado; ante éste
réprobo, incestuoso y tirano Rey, quien porque enmudeciste á cuanto te
preguntaba; porque no respondiste a sus impertinentes, vanas e inútiles
preguntas; porque no satisficiste a su criminal curiosidad, te desprecia, te
califica de estólido é insensato, te burla y manda poner una vestidura blanca,
para que todos te tengan por fanático, loco y necio; y siendo el objeto del
escarnio y de las injurias fuiste arrebatado por las calles públicas de
Jerusalén, y conducido segunda vez a la casa del injusto y cobarde Pilatos,
Pero ¡o mi Jesús amoroso, no es solo Herodes y los judíos los que te escarnecen
y desprecian, yo también te he tenido en poco y he despreciado pues te he
ofendido! ¡Qué atrevimiento tan criminal el mío! me avergüenzo, me confundo, mi
rostro se llena de rubor, y no me atrevo a levantar la vista para verte. Yo
bien conozco, Señor, que no merezco el perdón; pero ¿no te dejaste conducir
alado por las calles y plazas, para satisfacer por los malos y perversos pasos,
que en el discurso de mi vida he dado caminando por el camino de la perdición,
y para desatarme de los lazos del pecado? pues esta tu gran misericordia me
llena de esperanzas, en ella confío, y por ella me has de libertar de la
servidumbre de la corrupción; para que caminando por el camino de vuestros
santos mandamientos, y perfecta observancia de mi estado, pase a la libertad de
los hijos de Dios cantar con el Profeta: rompiste mis cadenas: te sacrificaré
hostia de alabanza; é invocaré tu Santo nombre. Así sea.
DIA SEXTO
ORACIÓN
¡Oh llagado Jesús mío! No pudiendo Pilatos libertarte ni
testificando tu inocencia, ni delegando tu causa á Herodes, ni por la costumbre
de libertar a un
preso por la Pascua, ni por los demás
medios que había meditado, temando azotar creyendo que con el castigo de los
azotes se amansaría la fiereza de los judíos, y quedaría satisfecha su
obstinación y venganza. ¿Quién jamás pensaría que habían de caer azotes en las
espaldas de Dios? ¿Qué cosa hay más distante
do la grandeza del Señor de cielos y
tierra que los azotes? Aquí enmudece la lengua, se horroriza el entendimiento, tiembla
el cuerpo todo, y desfallece el espíritu al considerar aquel encarnizamiento
con que aquellos bárbaros verdugos llenaron la medida de su crueldad. Te llevan
al Pretorio, desnudante, ¡oh Joven precioso en hermosura sobre los hijos de los
hombres! amarrante poseídos de rabia y furor de pies, manos y cuello en una
columna, y ensangrientan, dilaceran, despedazan tus delicadas espaldas con
varas espinosas, nudosos cordeles, punzantes disciplinas, y con cadenas de
hierro, hasta arrancar con garfios tu piel y carne sacratísima. Inocentísimo
Cordero, ya casi espiras a la vehemencia del dolor, y ¿nosotros al
considerarlo, no arrojamos siquiera algún suspiro? corre la sangre copiosamente
hasta derramarse sobre la tierra, ¿y no sale ni una sola lágrima de nuestros
ojos? abrense por todas partes disformes heridas, ¿y nosotros ni una sola vez
herimos nuestro pecho? ¡O Jesús bondadoso, cuánto más dolorosa te será nuestra
insensibilidad y dureza que los crueles azotes que recibiste por mí, por mi
amor, por redimirme del pecado! Si, Redentor mío, por mí has sido desnudo y
atado a la columna; pues ten misericordia de mí. Por mi amor quisiste ser no
solo herido, sino casi destrozado: pues ten misericordia de mí. Por mi
salvación derramaste toda cuanta sangre tenías en tus sacratísimas venas: pues
ten misericordia de mí, y exclamaré con el Santo Rey David: Señor, redímeme, y
ten misericordia de mí. Así sea.
DIA SEPTIMO
ORACIÓN
Humildísimo Jesús mío: debiendo el
mundo reconocerte por legítimo, verdadero y único Rey de los Reyes y Señor de
los Señores, y por consiguiente coronarte con una diadema adornada con las más
exquisitas rosas, con las más hermosas perlas y piedras preciosas, y con
el oro más puro; lo que previene la barbarie y crueldad de los hombres es una
horrorosa corona llena de agudísimas puntas y duras espinas que taladran tu
delicadísima cabeza, abriendo nuevas heridas, que hacen correr tu sangre
preciosa por todo el rostro, ojos y boca, verificándose que desde la planta del
pie hasta la coronilla de la cabeza no se encuentra en tí parte sana. No solo
esto: sino que dice el Evangelista, que pusieron una caña en tu diestra, é hincando
la rodilla ante tí, te escarnecían diciendo: salve, Rey de los judíos, y
escupiendo tu rostro bello tomaban la caña y golpeaban tu cabeza. ¡Qué paso éste
tan tierno y lastimoso! Pues como puedo yo meditarlo con tanta frialdad e
indiferencia, habiendo sido yo quien por mis pecados clavé aquellas espinas tan
profundamente en tu sagrada cabeza: yo quien abrí tan inhumanas heridas; yo
quien saqué toda la sangre de tu santísimo cuerpo. Permíteme, Jesús mío, levantar
la vista, que, al ver ese rostro tan desfigurado, tan lleno de sangre, tan
maltratado, tan sucio y asqueroso con las inmundas salivas de los soldados no
puede menos mi corazón que partirse de dolor y arrepentimiento. Reconóceme
pues, Señor, por tu siervo, que yo te reconozco por mi único Rey y Señor. No,
no has de permitir que se pierda en mí el fruto de tus padecimientos. Yo espero
por esa sangre divina, que algún día seré admitido en tu reino celestial para
poseerte, adorarte y alabarle eternamente en compañía de tus escogidos. Amén.
DIA OCTAVO
ORACIÓN
Cumplióse por fin aquel vaticinio: el
hijo del hombre será entregado, para ser burlado, azotado y crucificado. Pilatos
temeroso del pueblo, y de perder la amistad del César da contra tí, oh
inocentísimo Jesús mío, la más injusta sentencia de muerte, para que seas
clavado en una cruz. Entre tanto aquellos voracísimos lobos, aquellos
rabiosísimos leones presentan apresuradamente a tu vista todos los instrumentos
de aquel cruel; aparato: la cruz, los clavos, martillos, cordeles, barrenas,
tenazas, escalas y cuanto pertenecía a la crucifixión. Y tú, mi adorado
Redentor, atado con cordeles, coronado de espinas, anegado en lágrimas, lleno de
llagas, todo ensangrentado, el cuerpo despedazado, exhausto de fuerzas,
agobiado, sin poder respirar de desaliento recibes en tus delicadísimos y
quebrantados hombros aquella pesada cruz de quince pies de largo, cargando en
ella el enorme peso de todos nuestros delitos y pecados. Resuena el ronco
sonido del clamoroso clarín, se forman los ministros de justicia, los soldados,
los sayones, y tú inocente y mansísimo Cordero, caminas por medio de ellos, y
entre dos ladrones, para obrar en medio de la tierra toda nuestra salud. Desde
que te hiciste hombre deseaste ardientemente llevar esta cruz; pues prosigue, mi
Jesús amado, tu amargo y doloroso camino hasta llegar con ella al monte en que
debes ser exaltado, a aquel monte en que consumarás la obra de nuestra redención.
¿Quién subirá al monte del Señor, preguntaré con el Santo Rey Profeta, o quien
estará en su lugar santo? Sube, pues, al monte Calvario, Jesús misericordiosísimo;
sube, para que yo arrepentido de todas mis iniquidades que has cargado sobre
tus hombros, ejercitándome en las virtudes, y aprovechándome de tu
superabundante redención, consiga subir al monte santo de la gloria. Amén.
DIA NOVENO
ORACIÓN
Dolorosísimo Redentor mío: ¿cómo tengo aliento para levantar mi delincuente
vista, y ver tu sacrosanto cuerpo todo ensangrentado, denegrido, desfigurado, desencajados
todos tus huesos, rotos los nervios y venas, desnudo a la presencia de
un innumerable pueblo, renovadas tus llagas, y hechas otras nuevas en tus manos
y pies con los toscos clavos con que fuiste tan bárbaramente fijado en la cruz?
¿Cuál deberá ser nuestro dolor al ver, que, muriendo a manos de tantos, tan
crueles y excesivos tormentos, tu desmayado cuerpo no tuvo sobre que apoyarse
sino sobre los mismos clavos, tus despedazadas espaldas sobre la dureza del madero,
tu lastimada cabeza sobre las mismas espinas? No tuviste descanso ni consuelo:
los inhumanos sayones y verdugos, lejos de consolarte en tus agonías, no
cesaron de vomitar contra tí, y en tu divina presencia, blasfemias, injurias y
afrentas. Jesús inocentísimo, ¿qué delitos, cometiste para sufrir tan atroces, espantosos
é inauditos castigos? mis iniquidades, mis pecados todos que cargaste sobre tí
para redimirme de ellos. Ay de mí sí, yo he sido la causa de tu dolorosísima pasión:
yo mismo, cometiendo las culpas, he sido quien te entregó a tus enemigos: mis
manos fueron las que te maniataron y abofetearon: yo quien te acusó y burló:
mis brazos los que te azotaron; mis dedos los que tejieron la corona de
espinas: mi lengua la que te condenó: mi boca la que te escupió: yo quien puse
la pesada cruz sobre tus hombros: yo quien
te clavé en ella; y, por último, mis
pies fueron los que pisaron tu sangre preciosísima. Pero, Redentor
misericordiosísimo, en el mismo lecho del dolor dirigiste tus ensangrentados
ojos a tu Eterno Padre pidiéndole, que perdonase a aquellos de quienes recibías
tamañas injurias; pues esta bondad alienta mi corazón, y fortalece mi
esperanza: allí mismo perdonaste al ladrón, que arrepentido clamó á tí
reconociendo tu inocencia, y confesándote públicamente único y verdadero Rey de
los cielos; pues yo me arrepiento, clamo a tu misericordia, y te confieso y
reconozco por mi único Rey, Señor, y Redentor de todo el mundo. Mi buen Jesús,
constituido con la agonía de la muerte, y ya para
pasar de este mundo al Padre, nos
señalaste por Madre nuestra a tu misma Madre Santísima diciéndola: Mujer,
ahí tienes a tu hijo; y en la persona de San Juan dijiste a cada uno de
nosotros y a la Iglesia toda: «es ahí a tu Madre. ¿Quién, pues, no se
llenará de confianza teniendo por Madre a tan poderosa Protectora, a la que es
llena de gracia Madre de los pecadores, Madre de las misericordias y corredentora
nuestra? En medio del horror y de las tinieblas que
cubrían toda la tierra, pendiente del
fiero é ignominioso patíbulo, cuando por todas partes te oprimía la grandeza y
muchedumbre de los dolores, volvías por
todos lados tus moribundos ojos para
ver si había quien te consolase; pero ni en hombres, ni en ángeles, ni en cielo
y en tierra encontrabas consuelo alguno, por
lo que cerca de la hora de nona
exclamaste con grande voz. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
Sí, Jesús mío, fuiste desamparado, para que tú no nos desampares: te desampara
el Padre, para que tú no desampares a los hijos tus escogidos. Ansioso aun de
padecer más por nuestro amor, exclamaste con voz lamentable diciendo: Sed
tengo: no solo la natural, sino por nuestra salud y salvación de todos Pues
¿quién dará agua a mi cabeza, clamaré con Jeremías, y fuentes de lágrimas a mis
ojos, para refrigerar la lengua de mi Salvador? Señor, astas lágrimas te
ofrezco por bebida: con este llanto apagaré tu sed, para quo en el último día
consiga oír de tu boca aquellas deseadísimas palabras: tuve sed, y me disteis
de beber. Casi en aquel último momento de tu vida, y ya para dar el último
suspiro, repasaste en tu ánimo, examinaste todo cuanto había sido figurado de
tí en la antigua ley por los Patriarcas, vaticinado por los Profetas, prescrito
por tu Padre, expresado por el Espíritu Santo, y hallando que todo lo habías ya
observado exactamente, volviéndote a tu Padre la dijiste: Consumado es: ya
está completamente redimido el hombre; ya he satisfecho enteramente por todos
sus pecados. Pues qué otra cosa te resta, piadosísimo Redentor mío, sino que,
habiendo entregado tu cuerpo en manos de los judíos, para que, a su arbitrio,
empleando toda su crueldad te destrozasen, te hiriesen, te martirizasen,
entregues ya tu espíritu en ¿as manos de tu Eterno Padre. Muere, pues, o vida
nuestra, muerte; pero una sola cosa te pido, que cuando yo exhale mi espíritu,
salgan de mi boca llenas de fervor y de confianza aquellas mismas palabras que
de la tuya al espirar; Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Por
último, inclinaste, Clementísimo Jesús tu cabeza para escuchar nuestras
peticiones, y nosotros levantamos la nuestra para pedirte, que el fruto
principal de esta novena, sea el que mientras vivamos en esta vida mortal y
miserable, jamás se borre de nuestra memoria tu santísima pasión; para que, aprovechándonos
de ella mediante tu divina gracia, y poderosa intercesión de María santísima
nuestra Corredentora y Madre, merezcamos ir purificados y lavados con tu sangre
preciosísima a alabar tus misericordias a la gloria eterna. Amén Jesús.
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