NOVENA AL SEÑOR DE LA ASCENCIÓN DE CACHUY
Novena compuesta
por el Padre Dr. Tadeo Galván, Catedrático de Vísperas y Vicerrector del
Seminario de San Antonio Abad del Cuzco, e impreso en Lima en 1794 con
aprobación del Obispado de Cuzco. Las meditaciones fueron tomadas del Arco Iris
de Paz del Padre Fray Pedro de Santa María de Ulloa OP. Puede rezarse nueve
días antes del Jueves de la Ascensión, o desde la Vigilia y durante toda la
Octava.
Por la señal ✠ de
la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos
Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío Jesucristo, mi Dios, mi
Salvador, mi Redentor, y objeto de todo mi amor. ¡Qué glorioso os contempla el
alma, cuando os considera subiendo por esa región celestial a recibir de mano
de vuestro Eterno Padre el honor, la corona y la dominación correspondiente a
vuestros méritos infinitos! Vuestro amor os hizo bajar de los Cielos y salir
del seno de vuestro Padre, os hizo sufrir tantas tribulaciones, dolores,
afrentas y muerte en una Cruz, para que por este medio se nos franquease la
bienaventuranza, de la que habíamos sido desposeídos por el primer pecado; pero
ya, mi Jesús, ha pasado el tropel de vuestras aflicciones: el amargo Cáliz de
vuestra Pasión, que por nosotros bebisteis amoroso se os ha convertido ya en
eternas dulzuras y glorias, y revestido de vuestra inmortalidad subís
triunfante de la culpa y del Infierno, después de haber despojado de su imperio
al príncipe de las tinieblas; llevaos también por despojo este mi corazón, que
hasta hoy ha sido siervo del pecado, y pues no suben con Vos nuestros vicios, y
ninguna cosa inmunda ha de entrar en vuestro Reino, limpiarlo de sus manchas
con esa mano poderosa y llena de clemencia, que yo de mi parte quiero desde
luego purificarlo por medio de mi dolor y arrepentimiento, y digo que me pesa
de haberos ofendido, y de haber sido tan ingrato a vuestras finezas: muera
desde ahora mi deslealtad, y reinad en mi alma solo Vos, para que así consiga
subir con Vos a gozaros eternamente. Amén.
ORACIÓN AL PADRE ETERNO
Oh Padre Eterno, Padre de las
misericordias y Dios de toda consolación: vuestra infinita bondad, y el amor
indecible que nos tenéis os hizo que, compadecido de nuestras miserias, nos
dieseis a vuestro Unigénito Hijo, a fin de que Él nos libertase del estado
lamentable en que nos hallábamos por la culpa, a costa de tantos dolores y
tormentos, porque fuésemos redimidos al precio infinito de su Sangre, del
cautiverio en que tenía oprimida nuestra naturaleza. ¿Con qué dones y obsequios
satisfaremos, Señor, ¿tan grande amor? ¿Qué lengua, ni entendimiento, podrá
acertar a daros las debidas gracias por un beneficio tan inmenso? No hay, ¡oh
gran Dios!, caudal en nosotros para una digna retribución, aun cuando nos
empleásemos eternamente en serviros y alabaros. Y pues no hay de parte nuestra
cosa alguna con qué poder recompensaros dignamente, os ofrecemos los méritos de
vuestro Divino Hijo, que son las prendas y tesoros que nos dejó para
complaceros, os lo ofrecemos a Él mismo con todos sus dolores y penas, pues Él
quiso ofrecerse a Vos en el ara de la Cruz por víctima para nuestra salud: os
lo ofrecemos también triunfante y lleno de gloria, como lo veis subir a vuestro
Divino Solio. Él va a ejercitar ante Vos el oficio de Abogado y protector
nuestro, como nos lo tiene prometido, y esperamos que esos ruegos que escucháis
con sumo agrado, por ser de vuestro Hijo dilectísimo, nos han de servir de
defensa en las tentaciones, de aliento y vigor para poder levantarnos de las
caídas en la culpa, de viático en nuestra peregrinación, y de escala para
ascender a gozaros en la Gloria en donde vives y reinas con el mismo Hijo y el Espíritu
Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.
DÍA PRIMERO
Considera con San Buenaventura (Meditación
de la Vida de Cristo, cap. XCIX) y San Vicente Ferrer (Sermón único sobre la
Ascensión) cómo en aquel último convite que refiere San Lucas en el capítulo
primero de los Hechos Apostólicos en que se halló el Señor con sus Apóstoles,
le declaró era ya llegado el tiempo en que volviese al que lo había enviado y
dejase el mundo, el cual pasado no lo verían más con la vista corporal: que se
esforzasen y avivasen la fe para verle con los ojos del alma, a cuya vista no
faltaría, porque estaba siempre con ellos, aunque se iba. Habiendo oído los
Apóstoles estas palabras, fue grande la turbación y susto de sus corazones, y
prorrumpieron todos en un llanto muy triste, y derramando muchas lágrimas le
dijeron: «Bien sabéis, Señor, que por Vos dejamos cuanto teníamos, y dimos de
mano a parientes, amigos, y a cuanto podíamos esperar en esta vida, y todo esto
lo hicimos con mucho gusto, porque teniéndoos a Vos, nos teníamos por dichosos
y bienaventurados, pero ahora que os vais, y nos dejáis huérfanos y destituidos
de vuestra presencia, ¿qué ha de ser de nosotros? ¿A dónde hemos de ir, ni a
quién nos hemos de juntar, y más cuando todos nos aborrecen y desean vernos
fuera del mundo? Llevadnos con Vos, y no nos dejéis en medio de nuestros
enemigos». A estas quejas amorosas les repetiría el Señor aquellas palabras
llenas de consuelo, que ya les había dicho la noche de su sagrada Pasión: «No
se turben vuestros corazones, hijos míos, ni tengáis miedo, que no os dejo
huérfanos ni desamparados, como pensáis. ¿Creéis en Dios? Creed en mí, que soy
verdadero Dios, y si me creéis Dios, también debéis creer que no os puedo
faltar. Voy, y vengo a vosotros, porque como ya os dije, ha de venir mi
Espíritu sobre vosotros, y viniendo él, vengo Yo y viene mi Padre, y estaremos
con vosotros, haremos mansión en vosotros, y en aquel día conoceréis cómo Yo
estoy en mi Padre, y mi Padre en Mí. Si vosotros me amarais, os habríais de
alegrar, porque voy a mi Padre, y así alegraos por ello, y juntamente por
vuestro bien. Os conviene que me vaya, lo uno, porque voy a disponer y
prepararos las sillas y el lugar donde habéis de descansar eternamente en mi
compañía, y lo otro, porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Espíritu
Consolador, mas así que Yo me vaya, os lo enviaré para que os enseñe y dé a
entender la verdad, y entonces se alegrarán vuestros corazones». Estas, y otras
palabras de gran consuelo y ternura les dirían a sus discípulos el Señor para confortarlos,
según meditan San Buenaventura y San Vicente. Ve tú ponderando cada palabra de
por sí, y conocerás el espíritu de amor, de ternura y compasión que reina en tu
Dios y Señor para con los que le aman y le sirven, y enamórate de tanta bondad
y ternura.
ORACIÓN
¡Oh Señor! ¡Oh Rey de la Gloria! Ya llegó
aquel dichoso día en que vuestro Eterno Padre os llama para daros el premio
infinito que han merecido vuestras Santísimas obras para exaltar vuestra
Humanidad Sacratísima sobre todos los Justos y sobre todos los Ángeles. Ya
llegó el día en que entréis en vuestro Reino a tomar asiento a la diestra del
Padre, que este solo es el lugar correspondiente a vuestra eterna habitación.
Infinitos plácemes os doy por tanta gloria que gozáis. En esta vuestra partida
tan gloriosa, y de tan grande regocijo para el Cielo y para la tierra, ¿qué
festejos podré haceros, Amado mío? ¿Qué himnos os cantaré? ¿Con qué obsequios
podré hacer se aumente la gloria de vuestra admirable Ascensión? Pero bien sé,
dulcísimo Jesús, que la gloria que queréis recibir de mi mano es el
cumplimiento de vuestra Divina voluntad, mas ya sabéis, pues Vos mismo lo
habéis dicho, que nada bueno podemos obrar sin Vos: dejadnos pues vuestro
Espíritu, dejadme ese Espíritu de caridad, ese Espíritu de Santidad y Celador
de vuestro honor, para que sepa agradaros en esta vida, y después llegue a
gozaros eternamente. Amén.
Tres Padrenuestros, y tres Avemarías con
Gloria Patri, en reverencia de los treinta y tres años que habitó el Señor
entre nosotros.
GOZOS
Como águila generosa
Remontas, mi Dios, el vuelo
Al Empíreo, pues el Cielo
Sólo es tu mansión dichosa;
Puesto que el alma ansiosa
Seguirte quiere, Señor:
Llévanos a dónde vas,
Soberano Triunfador.
En alas de Querubines
Subes al Cielo glorioso,
Y ellos llenos de alborozo
Te hacen sagrados festines,
Gózome que así camines;
Y pues vas con tanto honor:
¡Qué contentos y qué ufanos
Entre gozos excesivos,
Contigo van los cautivos
¡Que libertaron tus manos!
Despojos son soberanos
De tan gran Libertador:
En coros muy concertados
Los Príncipes de la Gloria
Cantando ellos tu victoria
Descienden regocijados:
«Sean, dicen, alabados
Triunfos de tal vencedor»:
Gime Luzbel abatido,
Porque su imperio tirano
Por tu brazo Soberano
Hoy se mira destruido;
Y pues nos has redimido
Del poder de este traidor:
Dan voces con grande gozo
Los Ángeles, porque abiertas
Y apartadas sean las puertas
De ese Alcázar prodigioso,
Porque ha de entrar victorioso
Su Monarca y su Señor:
ORACIÓN FINAL
¡Oh Amado Redentor de mi alma! ¡Oh León de
Judá! ¡Oh Señor y Rey inmortal, vencedor de la muerte y del Infierno! Ruegoos,
Señor mío, por aquel glorioso triunfo con que entrasteis victorioso en vuestro
Reino, me deis fortaleza para vencer a los enemigos de mi alma, perdonéis la
tibieza con que celebro este admirable Misterio, atendáis a mis humildes
ruegos, y me deis vuestra Santa gracia, para serviros y agradaros hasta la
muerte. Amén.
DÍA SEGUNDO
Considera, que como dice San Lucas,
acabado el convite que fue en Jerusalén, los sacó de la ciudad, y los condujo
al monte Olivete, y aunque Tomás de Vío Cayetano dice que el Señor les mandó se
fuesen ellos, no obstante uno y otro se compadece según la contemplación de San
Bernardo y San Vicente Ferrer, y es que el Señor les dijo que se fuesen al
monte Olivete porque allí había de ser la despedida, mas ellos con el
sentimiento que tenían, puedes considerar, le dirían estas palabras: «Señor, ya
ves que es cerca de medio día, y saliendo todos juntos por medio de la ciudad,
nos han de ver nuestros enemigos, y quizás nos estorbarán el paso, y no os
podremos ver, por lo cual os rogamos nos acompañéis, porque con Vos nada
tenemos». Piensa que el Señor les concedió lo que pedían, y los ordenó su
Majestad en forma de procesión, porque eran los que estaban juntos más de
ciento, y así salieron del Cenáculo, yendo el Señor delante, y ellos en dos
coros siguiéndole, y así pasaron por medio de Jerusalén a vista de todos sus
enemigos, que como dice San Bernardino de Siena (Sermón I, art. I, cap. III),
se quedaron pasmados así que vieron la Santa Compañía que pasaba por delante de
ellos tan sin temor, y comenzaron a bramar de coraje y enojo contra ellos, pero
el Señor les puso tan gran miedo y pavor, que se quedaron como atónitos
mirándolos pasar sin atreverse a decir palabra. Pondera aquí cuán justamente
temían los Apóstoles, y con cuánta razón suplicaron al Señor los acompañase.
Toma tú ejemplo, cristiano, y mira que andas entre muchos y más crueles
enemigos, que son los demonios, el mundo y la carne, y teme mucho andar solo.
Procura andar en gracia del Señor y traerle muy presente a cualquier parte
donde vayas, que así se verificará en ti lo que dijo el Espíritu Santo, que
«caerán mil a tu lado, y diez mil a tu diestra, más ninguno se llegará a ti»
(Salmo XC, 7), porque el Señor, que va contigo, los aterrará, y podrás decir
justamente: El Señor está a mi diestra, para que no me asuste ni me perturbe:
por esto se ensancha mi corazón, y la flaqueza de mi carne descansa en la
esperanza de quien me ha de librar: Mas, ¡ay de ti si caminas solo!, porque si
caes en manos de tus enemigos, ¿quién te librará? Sacó el Señor a sus
discípulos de la ciudad y del peligro, y como dice San Buenaventura (Meditación
de la vida de Cristo, al final), les dijo que prosiguiesen el camino del monte
Olivete y le esperasen allí, y su Divina Majestad pasó por Betania y apareció a
Lázaro y a otros amigos, y les mandó se fuesen al monte Olivete a juntarse con
los demás. Pondera el amor del Señor, y cómo habiendo sacado del peligro a sus
Apóstoles, mandó que prosiguiesen ellos por sí solos, para que veas cómo Él siempre
está con los suyos en las tribulaciones; por eso solo se debían amar los
trabajos, y abrazar cualquier género de adversidad.
ORACIÓN
¡Oh mi Jesús! ¡Oh sagrado dueño mío!
Disponed ya la dichosa compañía de vuestros amigos, para que celebren vuestra
gloriosa Ascensión: Preveníos, felicísimos Patriarcas y Profetas del Altísimo,
para acompañar a vuestro libertador, que os ha sacado de la prisión en que
gemíais por espacio de tantos siglos. ¡Oh, qué dicha tan incomparable la
vuestra, pues salís de la cárcel a tomar juntamente con vuestro Señor la
posesión de su Reino lleno de eternas delicias! Preparad los dulces himnos con
que habéis de celebrar sus victorias. Preveníos también vosotros, discípulos
amados, para conducir a vuestro Divino Maestro hasta el Sagrado Monte, que pues
fuisteis testigos de sus tormentos, ahora quiere lo seáis de sus glorias y de
su triunfo. Preveníos vos, ¡oh María!, para el inmenso gozo que tendréis al ver
al Hijo de vuestras purísimas entrañas volar con grande gloria y majestad al
seno de su Padre. Preveníos para ver toda la celestial comitiva y toda la pompa
con que se ha de elevar a esa región sagrada del Empíreo, que a Vos como a
Madre suya nada podrá ocultarse. ¿Y yo, Señor, no os acompañaré con vuestros
Apóstoles? ¿No iré con Vos, Señor, a veros subir, y encomendaros mi espíritu?
¿Me quedaré con Judas, excluido de tan santa compañía? ¡Ay de mí, que así me lo
asegura mi vida desordenada y perversa! ¿Qué cadenas, qué prisiones son esas,
mi Dios, que me estorban el caminar con Vos? ¿Pero cuáles han de ser éstas,
sino mis culpas? Vos, Señor, que tenéis tanto poder, que quebrantasteis las
puertas del Infierno a pesar de satanás, ¿no habíais de romper las duras
prisiones de mis delitos? Ea, amor mío: rompedlas, para que pueda seguiros con
libertad; rompedlas conmigo, rompámoslas los dos, Vos con vuestro fuerte brazo,
y yo con mi dolor: vamos todos a ese monte sagrado, y veréis qué himnos os he
de cantar, para que algún día logre yo también la felicidad de subir a gozaros
en vuestro Reino. Amén.
Tres
Padrenuestros, y tres Avemarías con Gloria Patri.
DÍA TERCERO
Considera el cuidado que tiene de los
amigos, que si no hubiera pasado por Betania, se hubieran quedado Lázaro y los
demás que estaban allí, y no le vieran en su triunfo: habíanle servido en sus
trabajos, y así va el mismo Señor en persona a convidarlos para que le vean
glorioso. Sírvele con la fidelidad que aquellos, que el Señor no te
desamparará. Pondera el gozo que sintieron los Santos Padres al contemplar que
ya era llegado el día en que habían de subir a la Gloria y tomar posesión de
aquel bendito Reino eternamente. Aliéntate por esto al desprecio del mundo, y
al amor de las cosas del Cielo, a las cuales te convida el Señor, si le sirves
con fidelidad.
ORACIÓN
¡Oh Divino Redentor! ¡Oh Señor, todo
caridad y clemencia! ¡Qué liberal os mostráis en convidar vuestro Reino a los
hijos de los hombres, para quienes vais a preparar las sillas y las eternas
mansiones! Vuestra partida a los Cielos no sólo es para gloria vuestra, es
también para que nosotros la gocemos. Esa vuestra Corte Celestial no sólo la
conoceremos adelante como patria, sino también como herencia nuestra, porque
Vos a costa de vuestra Pasión y Muerte habéis adquirido para nosotros el
derecho que no teníamos a ella, y habéis habierto sus puertas con esas manos
divinas, que fueron enclavadas en la Cruz por nuestro rescate. ¡Oh caridad
incomprensible! Vos habéis puesto los méritos para que sea nuestro el premio;
habéis trabajado para que percibamos el fruto; habéis peleado para que
recibamos la corona. ¿Qué os obligó, mi bien, a tanto amor? De parte nuestra no
hay merecimiento, porque en nosotros solo se hallan ofensas e ingratitudes.
Pero bien se conoce que Vos obráis como quien sois, movido solo de vuestra
bondad y misericordia. Ea, alma mía, aliéntate a corresponder esas finezas,
amando a un benefactor tan grande. Seamos, Señor, amigos desde hoy, dadme esa
mano soberana, y jamás me desamparéis, para que jamás os deje yo hasta aquel
día dichoso, en que me llegue a habitar con Vos en vuestra Gloria eternamente.
Amén.
Tres Padrenuestros, y tres Avemarías con
Gloria Patri.
DÍA CUARTO
Considera cómo habiéndose congregado los
Apóstoles, Discípulos y amigos del Señor, todos como ciento y veinte con
Nuestra Señora en el Monte Olivete, postrados en tierra adoraron al Señor, y
aunque la alegría de verle era grande, con todo eso la pena de ver que se les
iba y los dejaba les hacía derramar muchas lágrimas. En donde puedes considerar
que el Señor nuevamente les consoló con tiernísimas palabras y dulcísimas
razones, asegurándoles el amor que su Padre les tenía, que le pidiesen en su
Nombre lo que quisiesen y se les concedería, y que les dejaba a su Santísima
Madre por su Protectora, en quien hallarían ellos todo consuelo y alivio. Y en
esto puedes considerar que los llamó para sí, y con grande cariño y amor los
fue abrazando, dándoles a besar sus sacratísimas manos y llagas, de las cuales
era tanta la suavidad, olor y fragancia que salía, que les recreó inefablemente
los corazones, y confortó las almas con incomparable deleite, con lo cual se
templó la pena de los Discípulos, y ellos se confirmaron más en la fe, esperanza
y amor de su Divina Majestad (Venerable Padre Luis de la Puente, Meditación de
la Ascensión).
ORACIÓN
¡Oh amorosísimo Jesús! ¡Oh Salvador
amabilísimo! Caminad ya al seno de vuestro Eterno Padre, ofrecéos a Él por
nosotros miserables, mostradle esas sacrosantas Llagas, cuyas señales lleváis
más hermosas y resplandecientes que que el Sol, en vuestras manos, pies y
costado: a presencia de ellas se aplacará toda la ira del Señor, y no vendrán
sobre nosotros los rayos de su Justicia; mas no sólo esperamos alcanzar
auxilios eficaces para salir del pecado, y que nos lloverá por vuestra
protección un abundante rocío celestial de gracias, porque ¿qué cosa podéis
pedir compasivo de nuestra miseria a vuestro amoroso Padre, que Él os la
niegue, en especial cuando le representéis que fuiste enviado por Él para
remediar nuestros males? ¿Ni qué podremos pedirle por Vos, que no nos lo
conceda? Así nos lo prometisteis, Señor, cuando asegurásteis que no no negará
cosa alguna de las que le pidamos en vuestro Nombre. Vos os presentaréis en su
solio como Sumo Sacerdote, ya no ofreciéndole la sangre de los animales, sino
la vuestra misma. Cuando nos opriman las tentaciones, nos acercaremos llenos de
confianza al trono de vuestra misericordia con el conocimiento de que Vos
tolerasteis mayores angustias y congojas que nosotros. Estas consideraciones,
mi Dios, nos sirven de consuelo y nos confortan en nuestro penoso destierro.
Rogad a vuestro Padre especialmente por todos los que nos hemos congregado a
celebrar el Misterio grande de vuestra admirable Ascensión, para que así
logremos ser participantes de vuestra gloria. Amén.
Tres Padrenuestros, y tres Avemarías con
Gloria Patri.
DÍA QUINTO
Considera que después de todo lo referido,
elevó nuestro Señor sus manos Santísimas, como dice el sagrado texto, y dio su
bendición a los Apóstoles y demás Discípulos, se elevó de la tierra, y subió a
los Cielos mirándolo todos, hasta que una nube lo ocultó (Lucas XXIV; Actos I,
9). Atiende lo primero a estas palabras, «que elevó las manos y les dio su
bendición». Elevó ambas manos, porque como dice San Basilio, hizo primero
oración por ellos (Libro del Espíritu Santo, cap. XXXVII). Ya puedes entender
que repetiría el Señor aquella que hizo antes de la Cena: «Padre Santo, guarda
estos Discípulos que me diste. Cuando Yo estaba con ellos Yo los guardaba, mas
ahora los dejo y vuelvo a Ti, y así te ruego por ellos: Yo vengo a Ti, y ellos
quedan en el mundo, ruégote, Padre piadoso, que me los libres del mal, y me los
santifiques en la verdad; y no solo te ruego por ellos, sino también por
aquellos que por su predicación creyeren en Mí». Hecha la oración les dio su
santísima bendición, formando sobre todos una Cruz con la mano derecha, como
dicen muchos Doctores (San Gregorio Niseno, Oración sobre los Inocentes;San
Jerónimo, De la vida de Moisés, etc.), o poniendo los brazos en cruz en el aire
sobre todos ellos, como quieren otros, y fue para darles a entender, lo
primero, que habían de cargar la Cruz, a la cual vinculaba su bendición; lo
segundo, para que pusieren los ojos en sus Llagas, y con eso se les quedasen
estampadas en los corazones y memorias, que es la ayuda para llevar la Cruz; y
lo tercero, que poniendo sus brazos en Cruz sobre ellos, los abrigaba con las
alas, como el ave a sus polluelos, para que a su sombra esperasen y confiasen
en su Providencia, que no les había de desamparar ni faltar.
ORACIÓN
¡Oh Monarca soberano de la Gloria! Subid
victorioso a ese trono de luz inmarcesible que os tiene preparado vuestro
Padre, y pues os vais de nuestra presencia y os apartáis corporalmente de la
tierra, ruégoos que lleveis con Vos nuestros gemidos y lamentos, nuestras
súplicas y oracones, para que las presentéis ante Él, juntamente con vuestros
merecimientos infinitos. Esos brazos Divinos, que mis culpas extendieron sobre
el madero de la Cruz, los extiende ahora vuestro amor incomparable, olvidando
mi ingratitud, para que yo conozca que jamás me ha de faltar vuestro paternal
amparo, cuantas veces os busque reconocido. Gózome, amor mío, al veros el alma
con tanto honor acompañado de Ángeles y Santos, Patriarcas, Profetas, Reyes, y
todos los demás Justos. ¡Oh, si fuese yo tan dichoso que mereciese también
acompañaros! ¡En sagrada compañía, ejércitos celestiales, contemplad reverentes
a nuestro adorable Redentor, alabadlo, glorificadlo y dadle todo honor, pues es
infinitamente digno de todo obsequio y veneración! ¡Oh Monte Olivete, en que mi
Señor puso sus plantas Divinas, cómo pudiera poner mi corazón bajo de ellas en
lugar tuyo, para que como en ti quedasen impresas para siempre sus sacrosantas
huellas, que así no pudieran borrarlas ni los halagos del mundo, ni las
tentaciones, ni la persecución, ni la prosperidad! ¡Oh monte dichoso! Monte
enriquecido con el precioso licor de la Sangre que sudó mi Jesús en la oración:
en otro tiempo fuiste el teatro de sus penas y agonía, y ahora lo sois de sus
triunfos y glorias, sea mi corazón tu imitador: Imprimid, Señor, en él la
memoria de vuestra Pasión Santísima, para que vean también en él los triunfos
de nuestra gracia, y después merezca los eternos gozos. Amén.
Tres Padrenuestros, y tres Avemarías con
Gloria Patri.
DÍA SEXTO
Considera y atiende a las otras palabras
que nos dice el sagrado texto, «que se elevó por el aire, mirándole los
Apóstoles», e iba subiendo poco a poco, dice San Bernardo (De los grados de
humildad, cap. I), y era porque el amor que tenía a sus Discípulos y Amigos lo
atraía de abajo, dice el Santo, y parece que lo dieron a entender los
Evangelistas, porque siendo de Fe Católica que subió por su propia virtud, uno
de ellos dice que era llevado (Marcos XVI), como si dijese que era asido por
otro (Lucas XXIV), era el amor que tenía a los suyos vehementísimo, y este amor
era como una gruesa cadena que lo detenía, y así cuando el Espíritu Santo nos
da a conocer la venida del Salvador al Mundo, dice en una parte, que venía
saltando de monte en monte, y de collado en collado (Cánticos II, 8); y en otra
dice que corría con pasos de gigante (Salmo XVIII), esto era cuando venía a
vivir entre los hombres, y ahora, que se va a vivir entre los Ángeles, va tan
despacio, que aparece que lo llevaran como por fuerza (Lucas XXIV, cf.
Apocalipsis XII). ¡Oh amor abrasado y encendido de nuestro Dios! ¡Oh tibieza y
frialdad terrible de nuestros corazones! Cargáronlo de oprobios, afrentas y
azotes, crucificándolo entre dos ladrones, y con todo no hay quien lo pueda
separar de entre los hombres, y si esto pasa entre aquellos rebeldes y
obstinados judíos, ¿qué pasará con las almas que le aman y le sirven? ¿Quién
podrá ponderar el amor con que las asiste? Por esto dijo que sus deleites eran
estar con los hijos de los hombres (Proverbios VIII). Esto pasa en aquel
amoroso pecho, mas en los pechos humanos sucede muy al contrario: por nada lo dejamos,
cualquier gustom aunque solo tenga la apariencia de gusto, nos aparta de Él.
ORACIÓN
¡Oh dulcísimo Esposo del alma! ¡Oh Padre
amantísimo! ¿Qué es lo que os detiene para remontaros con rápido vuelo a esa
región celestial? Sin duda que es el peso del amor que nos tenéis. ¿Es posible,
Señor, que ni nuestras ofensas tan repetidas, ni los ultrajes que
experimentasteis en vuestra adorable persona, hayan acelerado vuestro vuelo?
¡Oh amor infinito! Nosotros a porfía os agraviamos y repetimos las ofensas, ¿y
Vos continuáis en amarnos, y multiplicáis finezas? Nosotros nos retiramos de
esta hermosura, ¿y Vos dificultáis en apartaros de nosotros? ¡Oh corazón
humano!, ¿qué haces que no te abrasas de amor? ¿Tan insensatos somos, Dios mío,
que no acertamos a corresponderos? Extendidos los brazos os vemos subir, como
el águila que provoca a sus polluelos a volar, alumbradnos, Maestro soberano:
enseñadnos a tomar el vuelo en vuestra compañía, y esas demostraciones de
vuestro amor no sean para mayor confusión nuestra en el Día del Juicio, sino
para que sepamos corresponderlas. Avecillas canoras, que pobláis el aire,
congregaos todas conformes a bendecir y alabar a vuestro Criador: vosotras que
saludais al Sol cuando amanece, saludad acoros con dulces trinos y gorgeos al
Sol de Justicia, que pasa por vuestra región. Ea Señor, llevadnos tras de Vos,
correremos al olor de vuestros ungüentos, para gustar eternamente de vuestras
dulzuras. Amén.
Tres Padrenuestros, y tres Avemarías con
Gloria Patri.
DÍA SÉPTIMO
Considera en las otras palabras: «Que una
nube lo ocultó a los ojos de los Discípulos», y esta nube, dijo Simón de Casia
(Libro XIV, al final), que se puso delante de los Apóstoles, no porque el Señor
la necesitase para subir, sin que como el Cielo estuviese con grandísimas
ansias de recibir en sí al Señor, envió aquella nube que lo ocultase del mundo
que lo atraía, y con eso entrase aprisa, y así dijo Cornelio Alápide que
mientras los Apóstoles lo miraban, subía muy poco a poco, mas así que la nube
se puso de por medio, subió como en un rayo, usando del dote de la agilidad, y
en un instante llegó al Cielo Empíreo (Comentario en el cap. I de los Actos
Apostólicos). Saca de aquí una consideración muy útil para tu alma, y es que
mientras tuvieres limpios los ojos del alma y mirares a Cristo, no se apartará
el Señor de ti y le tendrás, como la piedra imán detiene al acero. Por eso,
habiendo el Esposo ponderado la hermosura y pureza del Alma santa, dijo que
quien con más fuerza le hacía volar a su corazón era la vista de sus ojos, esta
era como un escuadrón armado que lo detenía, cautivaba y no lo dejaba ir
(Cánticos VI, 4). Esto acontece en el Alma pura y limpia, pero en atravesándose
de por medio la nube de la culpa, entonces vuela, y como rayo se retira. La
nube que ocultó al Señor era de gloria, formada de resplandores del mismo
Señor, como dice Cayetano, o como otros dicen, una nube milagrosa, pura y
transparente, y si esta nube de tan nobles calidades esconde al Señor, y hace
que con tanta velocidad se aparte de sus Amigos cuando se pone por medio, ¿qué
no hará la nube del pecado y la putrefacción del amor terreno de las creaturas
corruptibles? ¿Qué no harán la gloria vana del Mundo, y los lucimientos
mundanos? Mira que no te dejen cegar: arroja esas cosas, que te esconderán al
Señor, y por más que apliques la vista, no lo verás ni le hallarás, porque se
ausentará en no viendo tu alma limpia y pura.
ORACIÓN
¡Oh Soberano Maestro! ¡Oh Caudillo
invencible! ¡Qué lágrimas no debíamos derramar al ocultársenos vuestra
hermosura, y vernos privados de vuestra presencia corporal, pero el amor que
nos tenéis no nos permite llorar vuestra ausencia, cuando por consolarnos
compasivo nos aseguráis que no nos dejáis huérfanos, porque aunque os vais,
también venís a nosotros con frecuencia. Caminad, Señor, a ilustrar esos
Cielos: caminad, que os desean ansiosos los Ángeles para el aumento de su gloria:
caminad, que ya os aguarda vuestro Padre con los brazos abiertos para
recibiros, para colocaros dignamente a su diestra y daros el imperio y la
dominación sobre todo lo creado, y pues nos habéis prometido vuestra
asistencia, y os habéis hecho cargo de ampararnos y de remediar nuestras
miserias, no permitáis que se hallen en nosotros las nubes tenebrosas del
pecado que nos aparten de Vos, y nos impidan el teneros a la vista; enviadnos
vuestras luces, sagrado Sol de Justicia, que así sabremos seguiros, y no
erraremos vuestros caminos. Astros resplandecientes, que sois habitadores del
lugar por donde ha de transitar con sus celestiales cortesanos el Rey de la
Gloria, avivad vuestras luces, y adornaos con nuevos brillantes resplandores,
porque ha de pasar por entre vosotros aquel Divino artífice que os dio tanta
hermosura. Vosotros cuando Él expiró en el Calvario, os vestisteis de triste
luto, escondiendo vuestras luces: justo es que os vistais de gala cuando se
celebran sus sagradas victorias. Detended vuestro curso, y congregados salid al
camino por donde ha de pasar el Hombre Dios, llevando cautiva la servidumbre, y
adoralo postrados. ¡Oh Señor!, ¿y cómo pudiéramos nosotros disponer los mayores
festejos y aclamaciones para celebrar dignamente vuestro triunfo? Y pues nos
falta el poder para ello, recibid nuestros deseos, y llevadnos a vuestra
Gloria, para que allí os festejemos eternamente. Amén.
Tres Padrenuestros, y tres Avemarías con
Gloria Patri.
DÍA OCTAVO
Considera en aquel triunfal aparato y
gloriosa grandeza con que sube el Señor, de que hablando en profecía el
Salmista, dice que subió en un carro o carroza asistido de millares de millares
de Ángeles (Salmo LXVII). Este era el carro triunfal en que subió nuestro
Emperador: el acompañamiento era de innumerable multitud de Ángeles, dijo San
Jerónimo, y Cayetano dice que eran los despojos de la victoria, y los
prisioneros que libertó de la cautividad del mundo, los cuales dispuestos y
ordenados a coros, cantaban dulcísimas alabanzas al Señor con grande júbilo y
alegría inefable de todos: iba delante de todos estos escuadrones el Señor,
como lo dijo por boca del Profeta Miqueas (cap. II, 3), y así que se acercó a
los orbes celestiales, y como lo dice San Buenaventura (Meditaciones de la vida
de Cristo, cap. C), no quedó espíritu bienaventurado alguno en la Gloria que no
bajase a recibirlo. Venían todos por sus órdenes, y postrados ante el Señor con
suma reverencia le adoraron, y luego juntos los que iban con los que venían, se
ordenaron en dos coros, y empezó la música de voces e instrumentos, y fue
prosiguiendo la más solemne, grande y gloriosa procesión que jamás vio la Corte
militante ni triunfante. Ponte aquí a pensar, Cristiano, y trae a la memoria
las fiestas, alegrías, regocijos, júbilos, danzas, clarines, trompetas, cajas,
y cuanto pudieres alcanzar y entender de dulzura, suavidad y deleite, pompa,
majestad, grandeza y aparato, tanto imagina en aquel gloriosísimo triunfo. Allí
los Serafines y Querubines, los Tronos, Principados y Potestades de Cielo,
todos hacen fiesta, todos cantan gloriosas alabanzas al Señor. ¡Oh, qué
suavísimos ecos! ¡Oh, qué dulcísimas canciones suenan por todos esos orbes
celestiales!
ORACIÓN
¡Oh Gran Señor de los Cielos y de la
tierra! ¡Oh Hijo del Altísimo! Con qué grandeza y majestad entrais en vuestra
Corte celestial para reinar en ella eternamente. El alma queda toda absorta y
ocupada de gozo al contemplaros en tanta gloria. Digno sois, Divino Rey y Señor
supremo, de recibir el honor que se os tributa, y cuando todas las criaturas se
hiciesen lenguas y entonasen vuestras alabanzas, todo sería inferior a vuestro
merecimiento. Ea, celestiales espíritus, pues vuestro Señor os adornó liberal
de tanta Sabiduría, empleadla con especialidad en este día en admirable
composición de sagrados metros, y de la más suave y armoniosa música: avivad
vuestros sonoros instrumentos, que este triunfo del Salvador debe ser celebrado
con la mayor solemnidad y pompa. Avivemos también nosotros nuestros afectos y
entonemos alabanzas, pues nuestro Libertador entra a tomar posesión de su
Reino. ¡Oh, cómo quisiera, Señor, cada uno de nosotros tener la destreza y
sabiduría de todos los Ángeles, para excederlos en obsequiaros! ¡Oh Príncipes
Angélicos que habitáis felices en la Corte del Altísimo!, abrid esas puertas
resplandecientes de la Gloria, para que entre en ella el Rey de los Reyes y el
Señor de los Señores a dominar, y a reinar sin fin. Prevenid los arcos
triunfales que anuncien en todo su Reino su entrada victoriosa: adornad las
hermosas calles y plazas de esa Celestial Jerusalén, para su majestuoso y
sagrado recibimieto. ¡Oh Caudillo Triunfante! Hoy que es el día de vuestra
coronación, lo es también de hacer mercedes: no queremos, Señor, perder tan
bella vocación: concedednos la merced de vuestra gracia. Cuando los Reyes se
coronan, hay indulto general para todos los reos: perdonadnos, piadoso Padre,
nuestras iniquidades, para que limpios y purificados os agrademos en esta vida,
y después os alabemos en vuestro Reino eternamente. Amén.
Tres Padrenuestros, y tres Avemarías con
Gloria Patri.
DÍA NOVENO
Considera la entrada del Señor en la Corte
Celestial, pero ¿qué entendimiento puede comprender, ni qué criatura puede
ponderar cuán célebre, cuán gloriosa, cuán magnífica y soberana fuese? Llegó en
fin nuestro glorioso Príncipe al trono de su Padre, y reconociéndose en cuanto
hombre inferior, postrado a sus plantas adoró su Divinidad con suma reverencia,
y puedes considerar que le dijo: «Padre Santísimo, Altísimo y amabilísimo, aquí
teneis a vuestro hijo obediente a vuestro precepto. Bajé al mundo, manifesté a
los hombres vuestro Santo y Divino Nombre, glorifiqué vuestra grnandeza en la
tierra, consumé la obra de la humana Redención que me habéis encargado, entré
en batalla con el Príncipe del mundo, lo vencí, le quité el reino y lo arrojé
fuera, lo dejé desarmado y en prisiones, y le quité el despojo de sus
victorias, el cual pongo a vuestras Divinas plantas, a quien se debe toda
reverencia, toda honra y alabanza. Vuestro es el Reino, que he conquistado;
vuestro el Imperio, que he ganado; vuestra la potestad y el poder, con que yo
vencí; vuestra es la gloria, vuestro el triunfo, y vuestra la victoria». Pondera
y considera la alegría, el contento y amor con que el Padre recibiría a su
Hijo, y cómo le da la mano, y cómo lo abraza, ensalza y engrandece mandando que
toda la Corte Celestia, celebre las gloriosas victorias de su Hijo: siéntalo a
su diestra en su mismo trono sublimado y engrandecido con infinitas ventajas a
todas las criaturas, luego le da la corona imperial, el cetro y el gobierno
universal sobre todo lo criado: manda que todos los Cortesanos por sus órdenes
y jerarquías, postrados a sus plantas le rindan la obediencia. Mira aquí,
Cristiano, la humana naturaleza qué honrada es. Mira aquí la tierra sobre todos
los Cielos, al hombre sobre todos los Serafines, y tu misma naturaleza sobre
todos los Ángeles y soberanas jerarquías. Aprende aquí a despreciar todas estas
bajezas, aprecia tu dignidad, reconócete miembro de aquella cabeza, y no
quieras, degenerando de lo que eres, sujetarte a las vilezas. Mira, por último,
y considera el gloriosísimo cuerpo de tu Redentor, encumbrado en aquel trono:
mira aquella hermosura que alegra a todos los Ángeles, los cuales al verla tan
resplandeciente y llena de luz, y absortos, y llevados del deleite y
admiración, prorrumpieron sin cesar, diciendo: «Santo, Santo, Santo, Señor Dios
de los Ejércitos, lleno está el mundo, llenos el Cielo y la tierra de la
Majestad de tu Gloria: viva, viva nuestro Rey en la altura y grandeza
inaccesible de su trono», y así sucesivamente le alababan y alabarán
eternamente.
ORACIÓN
¡Oh Rey inmortal de los siglos! ¡Oh Señor
de incomprensible Majestad! Recibid la Corona, el Imperio y la Dominación sobre
todas las criaturas visibles e invisibles, y el mundo todo se goce de tener un
Señor justo, sabio, poderoso y benigno. ¡Qué justamente os ciñe vuestro Padre
lleno de amor la Corona, y pone en vuestra Divina mano el cetro del gobierno
del Cielo y de la tierra! ¡Qué premio tan bien merecido! ¡Qué corona tan bien
ceñida! ¿Con qué razones os daremos el parabién de vuestra exaltación? ¡Oh
dichosos hijos de Adán, alegraos en el Señor!, démonos todos recíprocamente los
plácemes, pues nuestra naturaleza ha subido con Cristo a colocarse en el mismo
Solio de Dios sobre todos los Ángeles. ¡Oh inefable honor del hombre! ¡Oh dicha
imponderable! No la ha concedido el Señor aun a los más elevados Serafines. ¡Oh
Eterno Padre, infinitas gracias os damos por tan excelsa prerrogativa, como es
la que habéis otorgado a nuestro linaje! Vos, piadosísimo Dios, habéis
levantado a tan sublime dignidad a nuestra naturaleza, y ya no nos queda otra
cosa que emplearnos eternamente en alabaros y bendeciros por tan inmenso
beneficio. Bendito y glorificado seáis, ¡oh gran Dios!, pues ya por vuestra
bondad, es vuestro Hijo Unigénito nuestro hermano según la carne; y pues nos
vemos tan honrados de Vos, ya desde hoy renunciamos todas nuestras
inclinaciones a los bienes de este mundo, y todo nuestro anhelo lo pondremos
solo en Vos, que sois todo nuestro bien y nuestras riquezas, para que así
lleguemos a vivir y reinar con Vos eternamente. Amén.
ORACIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN
¡Oh Sacratísima María, Madre dignísima de
Jesús! Infinitos parabienes os damos por el honor inmenso que goza vuestro
Divino Hijo. Cuando las madres ven logrados a sus hijos, es muy crecido el gozo
de su corazón, ¿cuánto sería, Señora, vuestro júbilo, ¿al ver con tanta gloria
y majestad al Hijo de vuestras entrañas? Por este gozo os suplicamos, Madre
amorosa, no os olvidéis de nosotros: Haced que se dilate vuestra alegría, al
ver también logrados por vuestro Patrocinio a estos vuestros hijos menores, que
os claman en este valle de tantas miserias, interceder por nosotros, y
encaminadnos a esa Patria celestial, donde gozáis de vuestro Hijo eternamente.
Amén.
Tres
Padrenuestros, y tres Avemarías con Gloria Patri.
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