martes, 23 de julio de 2019

NOVENA A LOS SANTOS JUSTO Y PASTOR







PIADOSA NOVENA A LOS ÍNCLITOS MÁRTIRES
JUSTO Y PASTOR

QUE SE VENERAN EN LA ANTIGUA IGLESIA PARROQUIAL DE SU NOMBRE DE LA CIUDAD DE BARCELONA



PRELIMINAR
Cuando Constantino el Grande, dando paz a la universal Iglesia, puso fin a las persecuciones sangrientas, los primitivos cristianos fundaron en el sitio mismo en donde se halla erigida ahora la iglesia parroquial de los santos Justo y Pastor una pequeña iglesia bajo el título de los Santos Mártires, en memoria de los que en él derramaron su sangre por la fe. Este templo fué, según la tradición, el primero que se erigió en el primitivo recinto de Barcelona. Tres siglos después fué derribada la antigua iglesia para construir en su lugar la segunda, consagrándola a Dios y a su santísima Madre. Y demolida esta posteriormente, en 1345, fué comenzada la actual bajo la invocación de los santos mártires españoles Justo y Pastor. Prescindiendo de los privilegios de que gozó esta iglesia ya desde Ludovico Pio, por no ser de nuestro propósito, sus santos Tutelares no pudieron menos de tener un particular atractivo y llamarse la devoción de los piadosos barceloneses, que con tanto ardor veneran también a su santa patrona Eulalia, niña también y gloriosa víctima del furor de Daciano en el propio siglo.

La iglesia hoy parroquial de los santos Justo y Pastor fué durante algún tiempo la sede de los santos obispos que en lo espiritual gobernaron la ciudad de Barcelona y su diócesis, y en la misma se guardan las sagradas reliquias de san Paciano obispo, desde cuya cátedra predicó la penitencia y confundió a los herejes de su tiempo este célebre prelado que ocupa un distinguido lugar en la biblioteca de los santos Padres de la Iglesia. Estos interesantes Mártires de Alcalá tienen en España rezo propio cuyas lecciones están tomadas del libro de san Isidoro y del libro de san Ildefonso fíeviris illustribus, siendo notable que este rezo en cierra tres diferentes himnos, uno de ellos de san Isidoro. Deseosos de promover en la religiosa Barcelona la devoción á esos santos Niños, que a las gracias virginales de la inocencia juntan los rasgos más sublimes de la santidad, y de secundar por nuestra parte los laudables y continuos esfuerzos del actual Sr. Cura Párroco y miembros de la Iltre. Obra en la restauración y embellecimiento del templo, hemos trazado con cortos y sencillos rasgos este novenario sin movernos un ápice de lo que de si arrojan las lecciones de su rezo y de los sagrados himnos autorizados por la Iglesia. Creemos oportuno añadir que al escribir esta novena no hemos perdido de vista las graves y urgentes necesidades en que se hallan la Iglesia y el mundo.




ACTO DE CONTRICCIÓN
Adorable Majestad del Verbo Dios humanado: á vuestras plantas me tenéis para rendiros el miserable tributo de mi ser, asombrado y oprimido bajo el peso de vuestra gloria. Permitid, Señor, a mi bajeza, que después de haber sentido un profundo dolor por las faltas que voluntariamente he cometido, a fin de hacer más acepta mi pobre oración, la una con los himnos de alabanza con que cantan sin cesar vuestra bondad y vuestra grandeza los santos niños de Alcalá Justo y Pastor, cuya memoria veneramos y cuyo valimiento invocamos en los apuros que nos apremian. Muy justamente está levantada contra nosotros la espada de vuestra justicia, y ahora es cuando debemos buscar en los grandes santos el auxilio de su intercesión poderosa para detener vuestro brazo. Pero antes de invocarlos, Señor, aceptad nuestras lágrimas y suspiros, que junto con la debida penitencia nos purifiquen de nuestras manchas, pues á Vos solo se debe ante todo la adoración y la súplica. Ya que sois clemente porque sois todopoderoso, cubrid todas nuestras miserias con el manto de vuestra misericordia: obra somos de vuestras manos, y aunque formados de la nada, somos hijos de vuestro amor. A Vos pues clamamos desde lo más profundo de nuestra abyección, y tomando de Vos mismo las palabras de nuestra plegaria, os repetimos por tres veces la oración santa que Vos nos enseñasteis.
Padre nuestro etc.



DIA PRIMERO
CONSIDERACIÓN
¡Oh! ¡cuán bella es la inocencia! El hombre la poseyó en los primeros días en que fué criado: ella le cubría como un manto purísimo de gracia original. Todos nacemos hijos del primer crimen; pero las aguas santas de la regeneración espiritual nos la devuelven al entrar en el mundo por los méritos infinitos del Hijo de Dios. ¡Oh qué dicha! ¡oh qué inconcebible beneficio el de nuestra regeneración en Jesucristo! Hijos de ira y de maldición al nacer, el bautismo santo nos introduce por medio de la gracia en el Edén hermoso de la inocencia. En nuestros primeros vagidos Dios nos restablece a nuestro estado primitivo como antes del pecado del primer hombre. ¡Oh, cuán poco meditamos sobre este beneficio divino! ¡Oh, cuán mal lo agradecemos! ¡Oh, cómo luego lo malogramos! ¡Oh, cómo apenas apunta nuestra razón y despierta nuestro espíritu, nos hundimos en la culpa y en la iniquidad, y hacemos que se pierda ya en nosotros el poder regenerador de la sangre de Jesucristo! Justo y Pastor se hallaban pues, luego de venir al mundo, en el feliz estado de inocencia, porque nacieron de padres cristianos. ¡Y cómo despuntó su razón en tan dichosos días! ¡Allí! conservaron en todo su candor el manto de la gracia, porque siendo aun infantes, fueron ya confesores de la fe, para ser después apóstoles y mártires. Encántanos en ellos aquella inocencia como una bendición del cielo, que derramó desde luego en su tierno corazón el bálsamo de todas las virtudes, preparándolos con divinas inspiraciones para ser grandes delante de Dios y modelo de justos sobre la tierra.

ORACIÓN
¡Oh Infantes santificados ya por la gracia! así como al rayar la luz de la razón, casi los dos abusamos de ella para ser ingratos a nuestro Hacedor supremo y a nuestro paternal Reparador, vuestra inocencia solo fué en vosotros el crepúsculo de todas las virtudes cristianas. Santos ya desde la niñez, fuisteis fieles al llamamiento del Señor y le ofrecisteis el precioso tributo de vuestro corazón inocente, poniendo lambien a su servicio todas las fuerzas de vuestra naciente inteligencia. Por ello merecisteis que os concediera después toda la fortaleza de los mayores santos, para que, como brillantes testigos de la verdad de la religión, fueseis con vuestro triunfo el baldón de la impiedad, el honor de la religión y el lustre de vuestro pueblo. Alcanzadme, Santos míos, que pues perdí las alas que le dió la inocencia para volar al cielo, se digne el Señor concederme por vuestra intercesión el don no menos precioso del arrepentimiento, y que por la senda de la contrición y de las lágrimas pueda subir a las celestes mansiones en que reináis sobre el trono de una gloria inmortal.


HIMNO
Oh preclaros hijos
Del Compluto suelo,
Lumbreras del cielo
De albor inmortal:

Honor y esperanza
De la hispana gente,
Lograd del Potente
Nos libre de mal.

En fraterno lazo
La sangre os unía
Y más todavía
De Dios el amor:

Si juntos crecisteis
Y hermanos queridos,
Volasteis unidos
Los dos al Señor.

Apenas despunta
La razón naciente
Sobre vuestra frente
Su rayo primer.

Ya inflamado el pecho
Antes del combate,
De amor santo late
Para siempre arder.

Tormentos y muerte
A todo cristiano
Anuncia Daciano
Con ciego furor:

Ya tiembla Compluto
Al bando homicida,
Pero no intimida
A Justo y Pastor.

Su infantil gimnasio
Los dos abandonan,
Que do quiere pregonan
De la Cruz la ley.

El hierro y la tea
No les amedrentan:
Antes más alientan
La escogida grey.

El bárbaro azote
Sus carnes destrozan
Y su alma rebosa
De inmenso placer.

En vano sus furias
Agita el tirano;
Su rabia es en vano,
Que no han de ceder.

Después del tormento
Su constancia acrece:
Su faz resplandece
De nuevo fulgor.

Al cuchillo apela
El monstruo vencido,
Ni sabe, corrido,
Dó hundir su rubor.

Dóblense al acero
Sus dóciles cuellos,
Cual dos lirios bellos,
A guadaña atroz.

Sus tiernas cabezas
De sangre teñidas
Caen ya ceñidas
De lauro precoz.

¡O Justo! si hollada
Por la atroz malicia
Gime la justicia,
¡Defiéndela tú!

Oh Pastor y defiende
Al Pastor del mundo
Del soplo iracundo
Del vil Belcebú.





DIA SEGUNDO
CONSIDERACIÓN
La Iglesia pone a los confesores de la fe en la categoría de los grandes santos. En tiempos de persecución sangrienta, cuando la cuchilla de un tirano amenaza la cerviz de todo el que confiesa la fe de Jesucristo, es una virtud el reconocerse públicamente hijo humilde de la Cruz y del observador del Evangelio. Los ínclitos niños de Alcalá, apenas despuntaba el crepúsculo de su razón, sintieron ya en sí mismos el heroico valor de reconocer por su Dios al Crucificado, en medio de tantas aras erigidas en honor de tantos ídolos viciosos y sensuales. Ni la suavidad de sus perfumes, ni la brillantez de sus altares, ni el atroz fanatismo de sus ministros, ni las órdenes de Jos monstruos coronados que oprimían el mundo, nada pudo atraerlos ni aterrarlos. ¡Qué modelos para la criminal flaqueza de tantos cristianos que ni aun entre nosotros se atreven a reconocerse discípulos de Jesús! Justo y Pastor prefieren ya al comenzar el sendero de la vida el dolor a los placeres, las espinas a las rosas, la cruz de Cristo a las glorias del mundo. Ellos supieron remontar sus tiernas inteligencias al verdadero conocimiento de Dios Criador y de Dios Redentor, de su ley adorable, de su poder sin límites, de su bondad infinita, del mérito también infinito de su sangre divina para nosotros derramada. Conocieron, y adoraron: sintieron su voz en su corazón y le rindieron el suyo antes que pudiese ser empañado por los hálitos impuros del mundo. Triunfaron desde luego del abismo, y se elevaron, aun antes de sufrir, a la santidad más sublime.

ORACIÓN
¡O santos niños en cuyos primeros albores brillan juntas la inocencia y la santidad! Alcanzadme de ese Dios mismo a quien dichosos poseéis y a quien tuvisteis valor para confesar ya en el comienzo de vuestra vida a pesar de todos los esfuerzos del abismo, fuerza bastante para confesarle y reconocerle por mi único Dios y Señor, á la faz del cielo y de la tierra. Apartad de mi espíritu esa criminal cobardía con que muchos cristianos de poca fe se ruborizan de confesar el imperio de Jesucristo sobre el mundo, su ley, sus promesas y sus premios. Hacedme superior a las vanas hablillas de la impiedad y de la corrupción, a sus burlas y a sus sarcasmos. ¡Ah! muera mil veces antes que negar la divinidad, la supremacía, la inagotable misericordia de mi dulcísimo Redentor! ¡O tiernos Confesores de la fe! Vosotros que hasta ahora habéis sido tal vez mi confusión, habéis de ser en adelante mi dechado. Vuestra intrepidez cristiana aliente nuestra flaqueza en medio de tantas contradicciones y peligros. Si el infierno se gloria en sus conquistas, gloríeme yo, como el Apóstol, en la Cruz de nuestro señor Jesucristo.




DIA TERCERO
CONSIDERACIÓN
Todas las eminentes calidades de los héroes del cristianismo brillan en estos insignes Niños de Alcalá. Los apóstoles antes de ser coronados por el martirio, esparcieron por el mundo la semilla de la divina palabra, que debía regenerarle y salvarle: ¿os fallaría a vosotros esta gloria? ¡Ah! yo contemplo absorto vuestro apostolado de inocencia; paréceme oír la voz cándida y poderosa de vuestros labios que como a la de dos ángeles en carne entonaba himnos de gloria y de alabanza a vuestro Dios y Señor, incitando a todos á, que rindiesen sus homenajes al Hacedor supremo. Vosotros predicabais con vuestro candor, con vuestra fe, con vuestra humildad, con vuestra sed santa del martirio, predicabais la verdad de nuestra Religión, y predicabais también su amor a los corazones de todos. Como fué, pero brillante vuestro apostolado, cuando en medio de un mundo idólatra proclamabais la unidad de Dios, y en medio de un mundo corrompido pregonabais la pureza de su ley santa. En efecto: la debilidad de dos párvulos cuasi balbucientes aun, superó al brusco fragor de la bárbara tiranía de todo el poder romano. De la boca de los infantes salió la verdad que vino para alumbrar al mundo: la voz de esos tiernos apóstoles debía ser ir resistible para todo corazón bien dispuesto. Los ángeles fueron los primeros que sobre la choza de Belén proclamaron a Jesucristo. Todos los niños cristianos dejos primeros siglos anunciaron también ante los tiranos la divinidad de aquel con sus inocentes labios, y puede decirse que continuaron sobre la tierra aquel himno de Gloria y de Paz. Tales fueron Justo y Pastor que antes de rendir sus inocentes cuellos a la cuchilla del verdugo, habían tan intrépidamente anunciado á Jesucristo ante los hombres, ejerciendo aquel heroico apostolado que triunfa del dolor y de la muerte para preparar más allá de los siglos su inmortal triunfo.

ORACIÓN
O tiernos apóstoles de Cómpluto, que inspirados y fortalecidos por Dios fuisteis en vuestros primeros años los más ardientes propagadores del Evangelio, sellando después con el testimonio de vuestra muerte el de vuestra palabra, alentad mi espíritu para que en estos desgraciados tiempos de error y de impostura no tema jamás el confesar y proclamar la santa ley de Jesucristo, despreciando todos los vanos respetos del mundo, las burlas de los impíos y hasta la cuchilla de los verdugos, para poder disfrutar des pues con vosotros de vuestra inmortal felicidad.





DIA CUARTO
CONSIDERACIÓN
La infancia es bella porque lleva consigo la pureza, inseparable de la inocencia. Por esto llaman ángeles a los niños que vuelan al cielo después de ser regenerados por el agua santa, y la Iglesia entona sobre su cándida tumba himnos de gozo y de triunfo. La raíz del mal que ha quedado en nosotros no se ha desarrollado aun en sus espíritus: no conocen la culpa, la verdad posa en sus labios, así como el candor en su corazón. La gracia obra en ellos sin resistencia, y en nuestros dos santos Niños la gracia derramada en abundancia daba nuevos encantos al albor de su pureza virginal. Por esto su santidad es a un tiempo de ángel y de hombre. Hermosos como unos espíritus celestiales, sus rostros son más preciosos aun que los de otros muchos mártires, porque gozan, aun en lo que tenían de carne y sangre, de la aureola angelical de la pureza. La candidez de los años infantiles se halla unida en ellos con el heroísmo de la varonil fortaleza. La poca edad no es en ellos flaqueza, son puros como la infancia, y fuertes como los más robustos atletas de la fe. ¡Oh cuán estimable es su pureza, contemplada desde un mundo lleno de sensualismo y de corrupción! ¡Oh con qué fervor debemos invocarles como fieles custodios de nuestra debilidad en los terribles escollos del mundo! ¡Oh cuánto necesitamos de su valimiento para vencer los monstruos de iniquidad que de todas partes nos rodean para devorarnos!

ORACIÓN
¡O purísimos niños que antes aun de ofrecer a Dios el bello tributo de vuestras inocentes vidas, podíais ofrecerle ya un corazón puro é incontaminado! Desde ese inmortal coro de vírgenes que sigue siempre al divino Cordero, inspiradme un intenso amor a la santa pureza cuya palma empuñáis tan bella como la corona del martirio. Yo os invoco como unos ángeles custodios para que me alcancéis del Señor pensamientos puros y generosos. Ahuyentad de mi imaginación los fantasmas impuros de que procura rodearme siempre el infernal enemigo, pues conservando puro el corazón, fácil me será desafiar como vosotros el furor de los tiranos y aspirar hasta el martirio. Alcanzadme la victoria sobre mí mismo, y no temeré todo el poder del infierno.




DIA QUINTO
CONSIDERACIÓN
He aquí la gran virtud que nos sostiene en las adversidades y persecuciones, virtud propia del destierro y no de la patria donde no hay sino goce: virtud que encierra en sí sus dos hermanas la fe y el amor, pues no se espera lo que no se cree, ni se desea lo que no se ama. Si en realidad espero, es indudable que creo y amo. Así es como las tres grandes virtudes, aunque distintas entre sí, se refunden a semejanza de la Trinidad divina en un solo sentimiento que es el amor. El amor es a un tiempo el principio y el fin de la esperanza, que viene a ser el mismo Dios origen y blanco de todos nuestros deseos. Si hemos tenido la desdicha de sucumbir bajo el peso de la culpa, aunque desterrados del Edén de la gracia, podemos volver a él por medio del dolor: esperemos. ¡Cuán dulce es la religión que ha hecho una virtud y un precepto de la esperanza! En medio de tantas miserias como amargan la vida, cercados de la perfidia de los hombres, abandonados, perseguidos por la impostura o por la injusticia, sentimos en el fondo del alma una voz dulcísima que nos induce a esperar. Al contemplar los crímenes y las perversidades humanas, el justo perseguido, oprimida la inocencia, el vicio coronado de flores, la iniquidad paseada en triunfo, burlándose de la virtud con el más cínico descaro, ¿qué sería de nosotros si no pudiésemos esperar el día en que el Señor, restableciendo admirablemente el orden moral, juzgará los corazones de lodos dando a cada cual su merecido así en los premios como en los castigos! ¡Qué mayor desorden moral que el que presenciaban aquellos santos hermanos amenazados con la muerte si se mantenían fieles a su Dios! ¿Y quién los hizo superiores a la muerte sino la esperanza nacida de su fe y de su caridad?

ORACIÓN
¡O tiernos hermanos, que en la esperanza encontrabais una fuerza superior a todo el poder del infierno! Ahora que habéis trocado aquella virtud por la plena posesión del Bien supremo, inspirádmela con vuestro ejemplo, y logradme del Señor que no me arredre en el áspero sendero de la vida para no seguir su ley santa. Que esta virtud endulce todos los instantes de mi vida aun en medio de la tribulación y del apuro, que no caiga mi ánimo abatido en la desesperación ni aun en el desmayo, y que, confiando siempre, como vosotros, en la bondad y en las promesas de mi Dios, pueda decirle hasta el último aliento, como el Rey profeta: En ti esperé, Señor, no seré confundido eternamente.





DIA SEXTO
CONSIDERACIÓN
Para que nada de grande faltase a los santos Niños de Alcalá, debían ser también modelo de la más íntima unión de familia. Fieles a la educación recibida de sus virtuosos padres, se unieron a ellos en un mismo espíritu para ser después dechado de la unión fraternal. «No temas, decía Justo a su hermano Pastor, no temas este tormento ni las llagas del cruel azote. No temas el cuchillo que nos amenaza. Jesucristo a los que mueren por él los tiene prometida la palma del martirio. Viviremos eternamente entre los coros de los ángeles, cantando con ellos himnos de gloria al Criador.» Y Pastor le respondía: «Muy bien dices, hermano mío, y tus palabras me alientan para derramar mi sangre por Jesucristo. ¿Qué es esta vida de miserias y esta tierra de llanto en comparación de la patria celestial que nos aguarda si somos fieles a nuestras promesas? ¿Qué importa que se despedacen nuestros cuerpos, sí nuestras almas vuelan a posar en el seno de Dios entre delicias inmortales?» Atónitos los verdugos al oír estas palabras de labios infantiles, contienen el ímpetu feroz con que descargaban contra aquellos dos niños sus robustos brazos. He aquí como vence el cristianismo de la más furiosa barbarie. Sufriendo y callando. En la resignación del dolor reside la verdadera fuerza. Hace de cumplir la palabra divina: Bienaventurados los que lloran, los que sufren persecución por la justicia. Los santos Hermanitos se confortan el uno al otro y se alientan a morir por la fe. Justo, de siete años, y Pastor, de nueve, muéstrense dos prodigios de constancia y de heroísmo. Azotados, desfigurados, chorreando tierna sangre, lejos de arredrarse y de temer, aspiran con ansia al último martirio. Daciano se confunde viendo surgir de la flaqueza infantil esta fuerza indomable que burla todo su poder. Y bramando de coraje, manda sacarlos secretamente de la ciudad para degollarlos en el campo.

ORACIÓN
¡O tiernos y esforzados a lletas de la fe de Jesucristo, que llenos de ardor para dar testimonio de ella a la faz del mundo, en medio del acervo dolor de vuestros miembros despedazados por el azote cruel, os exhortáis recíprocamente! le y camináis al último suplicio como a una fiesta de triunfo! ¡Qué confusión la mía, al verme tan cobarde, tan miserable que por mis iniquidades reniego de la fe de Jesucristo no por la cuchilla de un Urano que amenace mi cabeza, sino por el vil atractivo del orgullo, del oro o del deleite! Yo me estremezco, Santos míos, por la distancia que de vosotros me separa, y casi perdería la esperanza de salvarme, si esta no fuese para mí un precepto, por la inmensa misericordia de Dios. ¡Oh! infundid a mi alma una resolución inquebrantable de confesar, de amar, de servir a Jesucristo, a pesar de lodos los pérfidos alicientes del pecado, y de morir mil veces antes que ofenderle.



DIA SÉPTIMO
CONSIDERACIÓN
La radiante luz de la gloriosa confesión de fe que salía de los labios de los dos niños, y aquel valor extraordinario en su edad deberían haber ilustrado o conmovido á Daciano. Pero los grandes prodigios, lejos de convencer al impío, le obstinan más en su furor. Su alma indómita se exaspera, y en esta desesperación encuentra su suplicio como los espíritus precitos. Lisonjease el tirano que a los primeros golpes vacilarían y cederían aquellas almas delicadas, pero no sabía que el Dios de los fuertes residía ya en ellos, y cuando vió que asomaba en sus rosados labios aquella alegría celeste con que el alma del justo deja percibir los consuelos inefables de Dios, quedó asombrado y confundido, y sintió que se le irritaba más su sed de sangre. Apeló pues a la fuerza brutal para ocultar su oprobio. La constancia de aquellos dos infantes oponía á lodo su poder una fuerza irresistible. No le quedaba pues otro medio que darles la muerte. Mandó pues sacarlos ocultamente de la ciudad y llevarlos al campo para no sufrir el oprobio de ser testigo de su victoria. Allí pues las dos tiernas e inocentes víctimas van a recibir su corona. Abrazándose tiernamente se dan los dos el parabién por su fortaleza, y se despiden para el cielo. Entregan sus cuellos al sangriento cuchillo, que no tuvieron horror de teñir más en leche que en sangre los crueles satélites del tirano, según la bella expresión de las actas de santa Leocadia; tanta era la terneza de aquellos cuerpecitos que encerraban las grandes almas. Los cristianos aprovecharon la ausencia del confundido Pretor para recoger los yertos despojos de aquellos Mártires santos para darles allí sepultura, sobre los cuales se levantó después un templo con dos altares consagrados a Dios en memoria de los dos hermanos. Todavía se venera la piedra en que fueron sacrificados, y algunos vestigios de su sangre preciosa.

ORACIÓN
¡O Mártires invictos de la fe! Postrado ante el ara del Dios santo, por cuyo amor fuisteis tan bárbaramente inmolados, férvidamente os invoco para que inspiréis á mi alma una parte de vuestro valor é intrepidez. Porque, en el horroroso trastorno que amenaza al mundo, ¿quién sabe si se levantarán otra vez para los hijos de la Cruz las hachas y las hogueras? Alcanzadme pues de aquel Dios que os hizo superiores a la muerte, que sea desde este momento mártir, ya que no en el deseo a lo menos en la resolución: sufriendo entretanto resignado las penas y contratiempos con que Dios se digne purificarme, decidido empero a entregar mi cerviz al hacha del verdugo antes que faltar a su ley y hacer traición a su santo nombre.



DIA OCTAVO
CONSIDERACIÓN
Triste seria la suerte del justo sobre la tierra, si Vos, Señor, no le reservaseis la vindicta y la victoria para más allá del tiempo. Parece que en vuestra providencia soberana desencadenáis por algún tiempo acá abajo el poder de las tinieblas, y les señaláis su hora, para que huellen vuestra ley y usurpen hasta cierto punto el cetro de vuestro imperio su premio. Ese funesto poder, concedido a la libertad del hombre, persigue, oprime, destruye, tala y destroza, y tanto se burla de vuestro dominio, que se atreve a negaros hasta la existencia. La sangre de todos los mártires desde Abel hasta nuestros días está proclamando este poder de la iniquidad en el mundo, y hasta yo mismo, Señor ¡infeliz de mí! os he sacrificado a mis viles pasiones. Es imposible que la justicia de Dios tolere para siempre este desorden inmenso del mundo moral. Y así como el audaz orgullo de los inicuos ha de quedar aplastado bajo el peso de la vindicta divina, así las virtudes y los sacrificios del justo han de ser coronados y exaltados con una felicidad inmortal. El Señor, justiciero aun en este mundo, tolera a veces por sus inescrutables decretos los triunfos del crimen y de la perfidia, pero más allá del tiempo hace resplandecer en toda su plenitud los derechos de la inocencia y de la justicia. Y cuanta es mayor la opresión y el abatimiento del justo, tanta es mayor la altura a que sublima el trono de su gloria. Luego que los santos Niños dejaron a la tierra sus sagrados despojos, la eternal Justicia equilibró en ellos a fuerza de elevación y de goces las humillaciones y sufrimientos que habían tenido en la tierra. Esos dos Niños dichosos blandean a un tiempo las palmas del candor y ciñen el lauro de la victoria. Santos en vida y en muerte, en el tiempo y en la eternidad, sin faltas de que arrepentirse, entrambos brillan como dos purísimos astros en el cielo de la inmortalidad, y reposan en el seno de Dios. Pasaron por el prematuro ocaso de la vida; pero su luz no se eclipsará jamás. Brillantes en la tierra con el recuerdo de su heroísmo, y honra de su patria, resplandecen también sin lunar en la patria eterna de los justos. Y las gracias que a manos llenas alcanzan del Señor para quien los invoca, no son más que parte del premio que dispensa Dios a sus heroicos merecimientos.

ORACIÓN
¡O venturosos Hermanos, que gozáis ya de la posesión de Dios en los gloriosos abismos de lo infinito! dispertad en nuestro corazón una sed y ansia insaciable de los bienes del cielo. ¡Haced que aparezcan a nuestros ojos en toda su miseria las caducas grandezas del mundo, para que solo aspiremos a la dicha verdadera de hijos de Dios! ¡Oh! rásguese a nuestros ojos ese tapido velo de mentida felicidad con que nos engañamos, nos alucinamos, nos perdemos. El amor a Dios disponerle nuestra esperanza, hacednos sentir en el corazón una mínima parle de vuestra gloria, de vuestra gran gloria, la de amar, poseer á Dios como único Bien inmenso é infinito.




DIA NOVENO
CONSIDERACIÓN
Justo y Pastor fueron otros de los millares de mártires que tiñeron con su sangre los umbrales de la primitiva Iglesia. Ellos ayudaron a echar los cimientos de la institución divina que no ha de perecer a pesar de todos los esfuerzos del infierno. La nación española tiene en ellos como en los Severos y Eulalias otros tantos poderosos tutelares de su fe y de su salud. En las terribles angustias en que se halla el catolicismo; en las pérfidas persecuciones que está sufriendo de tantos enemigos, ya abiertos, ya solapados; en las maquinaciones que de continuo están tramando sus implacables enemigos, salvad a esa atribulada Iglesia, arca santa de la fe por la cual derramasteis vuestra sangre. ¡Cuán poderosa será a la presencia del Señor la mediación de esos santos niños españoles Justo y Pastor! ¿A qué valimiento sino al suyo, después del de la Reina de todos los mártires, y al de los demás héroes cristianos que regaron con su sangre al suelo español, debemos que el sol de la fe no haya nunca privado de su luz aquel suelo generoso que antes el sol material no abandonaba un solo instante? Los santos Niños de Alcalá no podrán dejar de interesarse por su suelo querido, y por aquella Iglesia en cuya defensa con tanta ansia y placer inmolaron sus inocentes vidas. A ellos pues debemos recurrir confiados en la tormenta que amenaza a la navecilla de Pedro, y con ella a la paz del mundo. Pero vana seria nuestra confianza, si al propio tiempo no procurásemos con nuestras obras, con nuestra oración y con nuestra penitencia hacernos menos indignos de su poderoso valimiento. En el diluvio de iniquidad que tiene casi anegada la tierra trabajamos para merecer ser salvados en el arca santa de la religión, ya que tenemos la dicha de poseerla. Imploremos la clemencia infinita de Dios, y elevémosle nuestros clamores por medio de nuestros gloriosos Tutelares.

ORACIÓN
¡O Mártires invictos, cuya niñez no fue sino una serie continua de prodigios y de triunfos! Después de haber implorado vuestros auxilios para nuestras almas, atended a las súplicas que os dirigimos por la Iglesia y por su sagrada cabeza en la tierra. Ya sabemos que no ha de perecer, según la palabra infalible; pero tal puede ser la tempestad que nosotros perezcamos en el naufragio. El infierno agota todos sus recursos para combatirla, anheloso de aniquilarla. Los pecados del mundo llenan ya el platillo de la balanza de la indignación de Dios. ¿Qué pudiera por sí sola nuestra voz lánguida y trémula, agobiados por nuestros delitos, si vosotros, agitando ante el Cordero las palmas de vuestra victoria, no os interpusierais para alcanzar misericordia? ¡Ah! no desampararéis a vuestro suelo que con tanta fe y confianza guarda vuestra dulce memoria.




Barcelona 17 noviembre de 1866.
Pase la precedente novena a la censura del
Rdo. D. Ramón Buldú, Pbro.



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