TRES DEVOTOS TRIDUOS EN HONOR DEL
PATRIARCA SAN JOSÉ
TRIDUO PRIMERO
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Con
qué confianza, con cuánta satisfacción vengo a tus pies, José santísimo, ¡á
implorar tu socorro y protección en mis necesidades! Oh yo no desconfío de que
quieras oír mis ruegos, porque por experiencia sé que no te sabes negar al que
con fe te hace una súplica. Tú, que en el mundo probaste las amarguras de la
vida, y que conoces bien las duras aflicciones del corazón humano, ¿te harás
sordo cuando algún mortal, con la fe y el consuelo que inspira tu dulce nombre,
te invoca y te descubre las heridas de su alma que sufre traspasada de alguna
grande pena? Tú, que puedes sacar la punzante espina de un corazón afligido,
¿te mostrarás indiferente y verás in sensible en tu eminente caridad, rodar las
lágrimas de tus devotos, sin extender tu benéfica mano, y secar su llanto?
¿Acaso necesitas para hacernos un beneficio, o darnos el consuelo, de otra cosa
que de sólo querer? ¿Y habrá quien pueda
imaginarse que cuando sólo basta que tú quieras, no quieras acceder a calmar o
quitar del todo nuestras tribulaciones? ¿Desconfías acaso que tu hijo santísimo
te niegue lo que le pidieres? ¿Será posible, santo mío, que aquel a quien en el
mundo alimentaste, y que vio tu noble frente cubierta de sudor para
proporcionarle su alimento y el de su santísima Madre, te desaire cuando vayas a
suplicarle que te conceda alguna gracia? Aquel que te escogió para que le
sirvieras de padre, y que se regocijaba cuando le dabas el tierno nombre de
hijo, ¿no querrá acceder a tus peticiones? ¡Qué ¿no es él el mismo que en la
tierra te obedecía, y a quien tantas veces tuviste en tus brazos acariciándole
dulcemente? ¿No es el mismo que desde toda la eternidad te señaló en su
providencia para esposó de la inmaculada Virgen María? Grandes, muy grandes son
estos títulos para que no puedas con Dios todo lo que quieras, y grandes son
también las esperanzas que a mí me infunden tan estupendas prerrogativas.
Posible es, Padre mío Señor San José, que yo te pida una cosa que no me sea
conveniente, y esto es efecto de mí ignorancia; pero no es posible que me dejes
sin consuelo en mis necesidades. Sí, yo no quiero que tú hagas mi voluntad sino
la de Dios; pues si lo que pido no es a su mayor honra y gloria y provecho de
mi alma, nada quiero sino en todo tiempo tu amistad y protección. Si trabajos,
si enfermedades y disgustos es lo que me conviene en vida, yo los recibo con el
mayor placer, por ser voluntad de Dios, y sólo te pido me alcances su santísima
gracia para sufrir resignado y alcanzar en la eternidad el premio, que es a lo
que aspiro. Amén.
DÍA PRIMERO
Santísimo
José, aquí me tienes postrado a tus plantas, y muy confiado de tu patrocinio;
siento que en mi pecho nace una lisonjera esperanza al invocarte, porque estoy
convencido de tu poder y valimiento con el Altísimo; por-que sé que son
escuchados los ruegos tuyos, unidos con los de tu purísima esposa María, y
porque sé también que tienes gusto en favorecer a tus devotos. Pues bien,
llévame de la mano hasta el trono de tu santísimo hijo y dile: «Éste que ves
aquí, me ha invocado, se ha valido de mí en sus penas y yo quiero aliviárselas;
él no se levantará de tu presencia, ni yo me retiraré de este lugar sin haber
con-seguido lo que deseo en bien de mi devoto; acuérdate, hijo mío, de las
aflicciones que en el mundo tuve cuando fuiste servido de en-cargarme de tu
cuidado, y no me niegues lo que solicito.» ¡Ah! no podrá Jesús negarse a este
ruego, te concederá lo que le pides, santo mío, y yo volveré a tener la
felicidad que perdí, y todos mis días serán de regocijo, teniéndote a ti en mi
favor y amparo. Amén.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria Patri.
JACULATORIA
En
las tinieblas es luz, En las luchas es victoria, Y es senda para la gloria El
Corazón de Jesús.
Padre
nuestro, Ave María.
Fuente
de paz y alegría, Séate en medio de tus duelos La que brota allá en los cielos
Del Corazón de María.
Padre
nuestro, Ave María.
Lleno
el corazón de fe Deseche todos temores, Quien tiene por protectores A Jesús, María
y José.
DÍA SEGUNDO
Gloriosísimo
Patriarca, yo que soy el más grande pecador, necesito de tu hijo la más grande
misericordia: atiéndeme, y no me deseches, escucha mis súplicas, oye mis
ruegos, no me retires de tu presencia sin consuelo: nada soy, nada valgo, nada
merezco; pero tengo que alegarte en mi favor tus propias virtudes y las de tu
esposa María: tengo que acordarte que el Salvador derramó su sangre
preciosísima por mí, y que aunque indigno, soy criatura suya. Si tú te
interesas por mí, y haces esto presente al Todopoderoso, nada me faltará, y
quedarán remediadas mis necesidades; así lo creo, así lo espero lleno de fe, y
muy consolado queda mi corazón esperando que con tu intercesión santísima seré
feliz en esta vida y en la otra. Amén.
DÍA TERCERO
Oh
amabilísimo José, felicísimo con hacer el oficio de padre para con el Salvador
del mundo! yo no cesaré de alabarte ni de confiar en tu patrocinio; ni cesaré
de invocarte hasta el último instante de mi vida y pedir que niegues por mí. No
desprecies mis oraciones, aun-que tibias y sin fervor: suple mi devoción, ilumina
mi entendimiento, fortalece mi corazón con las virtudes y dame todo aquello que
sea necesario para el bien eterno de mi alma, juntamente con el socorro y
amparo en mis necesidades temporales: ya tú las sabes, no tengo para qué
repetirlas, y mejor que yo, sabes lo que me es más conveniente y necesario. No
hagas conmigo, no, lo que yo quiera, sino lo que más agradable sea a tu querido
hijo; no se haga en mí y en todas mis cosas sino la voluntad de Dios, para que
en todo tiempo y a toda hora yo le sirva y agrade en la tierra, y después vaya a
cantar sus alabanzas en el cielo en tu compañía. Amén.
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DIAS
Ya
estoy a los pies del dulcísimo José, ya estoy postrado ante este felicísimo
Patriarca, y ya nada temo, ¿ni que podría temer teniéndole par abogado?...
Vengan las aflicciones, la orfandad, la enfermedad y la miseria, yo no las
temo; impávido levantaré la cabeza en medio de los mayores infortunios. Nada
podrán contra mí, porque José es mi refugio; las maquinaciones de mis enemigos
para perderme, serán destruidas; la lengua viperina del calumniador perderá su
veneno; romperse los lazos que me tienden mis perseguidores; el brazo del
malhechor alzado para herirme no me alcanzará; y el aire corrompido y la peste
no infestarán mi casa. Nadie, nadie podrá dañarme; San José es mi protector;
San José ha abierto los brazos para recibirme y salvarme; San José va a hacer
de mi un hombre nuevo; San José va a borrar mis malas inclinaciones; San José
va a ser mi guía en el camino de las virtudes; y San José, en fin, rogará a
Dios por mí, y yo seré salvo. Amén.
SEGUNDO TRIDUO
En honor de San José para pedir la
resignación en los sufrimientos y el amor a la cruz.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Oh
bendito San José, que, asociado a María en tantos gloriosos privilegios,
tuvisteis, como ella, ¡vuestro corazón atravesado con siete espadas de dolor,
las cuales son como las estaciones de la vía dolorosa que recorristeis en
compañía de Jesús! Vos padecisteis en vuestro corazón un martirio continuo;
martirio que, en ciertas circunstancias, se avivaba y recrecía como los motivos
de sufrimiento que teníais ante vuestros ojos; más en todo tiempo vuestra
completa sumisión a los divinos decretos aumentaba vuestro mérito. Alcanzadme
de Jesús y María por estas vuestras virtudes, una perfecta resignación en los
sufrimientos, y la gracia de abrazar con amor las cruces que el Señor me,
envíe. Amén.
DÍA PRIMERO
El Señor revela a José el misterio de la
pasión
Desde
el momento en que el anciano Si' meón reveló a San José la pasión del Salvador,
este santo Patriarca la tuvo constantemente ante, sus ojos. La Sagrada Escritura le presentaba este lúgubre
cuadro; Jesús le hablaría de ella coa frecuencia, pues el grande amor que tenía
a su padre nutricio no le permitiría privarle de la gracia de participar de su
pasión; Jesús querría que, desde luego, José tuviese parte en los méritos de
sus dolores. Desde luego, pues, desde la misma profecía de Simeón, el corazón
del santo Patriarca se convirtió en un Calvario y la cruz fue plantada en su
alma.
Aquí
sin duda cabe preguntar: ¿no podía el Señor esperar un poco y dejar que José gozase
sin turbación alguna la felicidad de llevar en sus brazos al Infante, alegría
del Paraíso, y estrecharle amoroso contra, su corazón. ¡Apenas cuarenta días de
gozo y luego el Calvario, la pasión! Parece que el divino Jesús se apresuraba a
favorecer a su padre nutricio con el don de su cruz. Durante treinta años, el pobre San José vería a
su amado Jesús sobre la cruz; Nuestro Señor, como se ha dicho, le hablaría de
ella, y la Santísima Virgen también: ¡ah, cómo el amante José debía llorar
durante estas conversaciones, y mezclar sus lágrimas a las de María!
Más
aprovechado discípulo de Jesús que los apóstoles, San José comprendía los
bienes de la cruz, y la necesidad que Jesús tenía de padecer: los apóstoles no
querían que el divino Maestro les hablara de su cruz; San José, al contrario,
le escucharía dócil con un doloroso amor. Nuestro Señor, con el fin de unirlo a
él más íntimamente y darle el mérito de toda su pasión, le revelaría todos sus
sufrimientos, con las circunstancias que los habían de hacer más ignominiosos y
crueles.
Le
revelaría, sin duda, que uno de sus apóstoles, uno de sus amigos, le sería
traidor. Y como todos los apóstoles eran de Galilea, Nuestro Señor Mostraría
tal vez a San José al traidor Judas, y a San Pedro, que lo había de negar tres
veces. Y, cuando el dulce Jesús iba a Jerusalén para las fiestas de Pascua y
Pentecostés: «Venid a ver, padre mío — le diría quizás — venid a ver en donde
yo seré crucificado»; y conduciéndolo al jardín de los Olivos, continuaría:
«Aquí durante tres largas horas de oración comenzará mi agonía y sudaré sangre»
El pobre San José, llorando, caería de
rodillas a los pies de Jesús y le diría en su dolor: «Hijo querido, dejadme en este mundo para
sufrir y morir, sino en vuestro lugar, al menos en vuestra compañía.» Y en su
ardiente amor, compadecía todos los dolores futuros de Jesús. Nuestro Señor, le
mostraría también en el palacio de Pilatos la tribuna, en donde sería
mal-decido del pueblo; el palacio de Herodes en el que lo harían comparecer
para que fuese insultado.
Y
Jesús adoraría a su Padre en todos estos lugares que muy pronto serían rociados
con su sangre; lugares que le eran tan caros y por los cuales suspiraba con
toda la vehemencia de su amor. San José y María se unían a él y sufrían desde
entonces la pasión del Salvador en su corazón.
San
José vio también de antemano las lágrimas y dolores de María. ¡Cuánto habría deseado estar entonces con
ella! Sin duda pediría a Nuestro Señor que lo dejase en la tierra para seguirlo
al Calvario y consolar allí a la Virgen inmaculada- ¡Pobre San José! le era
preciso aceptar la muerte y dejar tras sí a Jesús y a María! Á Jesús que debía
ser crucificado y abandonado de su pueblo, ¡y a María que quedaría sin consuelo
alguno, sin apoyo! ... ¡Ah! cuán
martirizado debió de ser su amor por Jesús y María! Todo esto ¿no es verdad que
convenía que así pasase? Pues convenía que San José no estuviera privado de la
gracia de sufrir, que ha sido concedida a todos los santos. San José debía
recibir esta gracia con más abundancia que los demás elegidos, puesto que
Nuestro Señor lo amaba más que a todos ellos, después de María.
Para
compadecer al santo Patriarca en sus dolores, representémonos aquel Calvario
que duró treinta años, y en el que Jesús le hubo de regalar con mejor porción
de su cáliz que a ningún otro santo después de su Madre.
Un
piadoso escritor dice a este respecto: «En el pesebre está la cruz; el corazón
del Dios Niño es un crucifijo vivo. — Desde los primeros temores de san José,
cuando ignoraba el misterio de la encarnación, hasta el día en que apoyó su
fatigada cabeza sobre el corazón de su divino hijo para dormir allí el último
sueño, la vida toda de este santo Patriarca fue un continuo sufrimiento.
Experimentó la tortura de la ansiedad, sin que su alma pura perdiese la paz. La
pobreza en que vivía debió parecerle más dura cuando se trataba de Jesús y de
María. La dureza de los habitantes de Belén, los mil temores y privaciones
sufridas desde la huida a Egipto hasta el regreso a Nazaret, fueron para José
otros tantos Calvarios. Por apacible y halagüeño que sea el aspecto de Belén,
aquéllos que en su alma llevan al Niño Jesús, llevan también en ella la cruz;
pues en donde quiera que el divino Infante descansa su cabeza, deja tras sí las
señales de una invisible corona de espinas. La muerte de José fue en realidad
un martirio. El amor de Jesús lo consumía, y este fuego sagrado lo hizo morir.»
¡Oh mí amado protector! ¿cómo podré
quejarme de los sufrimientos que el Señor me envía, después de haber
contemplado vuestro largo y penoso martirio? Interceded por mí ante Jesús y
María y por los méritos de vuestros amargos sufrimientos, alcanzadme la resignación
en los míos. Amén.
DÍA SEGUNDO
San José sufre sin consuelo
Compadezcamos
a San José en sus dolores; meditémoslos con amor; glorifiquémosle en su
martirio. — En efecto, ¡por cuántos y cuán amargos dolores no pasó este santo!
Toda su vida no fue otra cosa sino un continuo martirio. Verdad es que no
sabemos todo lo que San José sufrió en su vida oculta. Pues cuán grande hizo
Dios a San José en sus divinos ojos, tan pequeño dispuso que apareciese ante
los hombres. San José sufrió sin gloria y sin amigos en este mundo: este es el
carácter particular de su martirio. Si los pastores de Belén simpatizaron con
él a causa de su sencillez, pronto tuvo que dejarlos para huir a Egipto, donde
todos le eran desconocidos. ¡Cuán cierto es que Dios sabe dirigir todos los
acontecimientos para probar y santificar más y más por el dolor a sus amigos,
los santos, San José, como hemos dicho, debió sufrir sin gloria humana, sin amigos,
sin consuelo humanos; nadie sabía el secreto de sus sufrimientos: no tenía
amigo alguno fuera de la santa familia, que fuera capaz de alcanzar los
misterios que encerraba en su corazón el artesano de Nazaret. Era preciso que
guardara en su corazón el secreto del Padre celestial.
Pero
la santísima Virgen y Nuestro Señor ¿no lo consolarían? Difícil sería negar que
no se consolasen mutuamente los miembros de la sagrada familia; pero también es
fácil afirmar que los sufrimientos de cada uno se reflejarían multiplicados en
el alma de los otros, ¡Ah! las conversaciones de María y de Jesús, sus íntimas
comunicaciones con José tendrían por objeto la futura pasión del Salvador
nuestro Señor, la cual por otra parte claramente descrita leerían en los
profetas. La imagen de Jesús crucificado debía imprimirse en el alma del santo:
por esto, Jesús, dejando para el cielo la fuerza de sus consuelos, más que
consolador era la causa é instrumento de martirio para San José. En cuanto a
María, ¿qué consuelo pudiera venirle de aquel pecho traspasado por la espada
del dolor?
En
el mundo todos los que lo veían, ignoraban sus sufrimientos íntimos y no podían
ni aun compadecerlo, pues si veían sus privaciones, las consideraban como
inherentes a su condición. Así en Belén se decía de él: «Es un artesano.» Si entonces
José hubiese podido decir: «! Ah! ¡vosotros no sabéis quién es esta señora, ni
quién es el hijo que lleva en su seno! ...»; pero debía callar y soportar en secreto
su pena, devorándola en su corazón.
Es
un gran consuelo en los sufrimientos, poder manifestar a un amigo la amargura
del corazón. Mas sufrir sin otro testigo que Dios, y sin buscar otro
consuelo que el de hacer su santa voluntad, es el heroísmo de la santidad a la
cual fue elevado José, en alas del puro amor a Dios.
«San
José — dice un piadoso orador — es una imagen sensible de la compasión y
ternura del Padre eterno por las miserias de los hombres; pues, habiéndole
escogido para representarla sobre la tierra, le comunicó también sus sentimientos
de ternura y compasión para con los desgraciados.»
¡Oh
bondadoso santo! ya que Dios os dio un corazón tan compasivo, apiadaos de mí é
interceded por mí para que me conceda la gracia de sufrir en silencio a vuestro
ejemplo^ sin buscar otro consuelo que el de imitaros, adorando las
disposiciones divinas y cumpliendo en toda la divina voluntad. Amén.
DÍA TERCERO
El martirio de San José fue en proporción
de
su amor
Muy
bien se puede llamar a San José, el mártir de la vida oculta. Pocos habrán
sufrido como él; mas ¿por qué sufrió tanto? — Es cosa cierta que la santidad en
los hombres está en proporción de lo que por el amor y la gloria de Dios
sufren. El sufrimiento es el cultivo de la gracia de Dios en el alma, y el
triunfo del amor del alma por su Dios. San
José, el más grande de los santos, después de María, debió sufrir más que todos
los mártires. Principio de sus sufrimientos era el amor tan grande y tierno que
profesaba a Jesús y la veneración y afecto que tenía a su esposa inmaculada. Todos los escogidos deben pasar por el
Calvario, pues no se llega al divino Corazón de Jesús sin pasar por las llagas
de sus pies y manos. Y observemos que aquí no se trata tanto de penitencia como
de amor: la penitencia paga las deudas contraídas; el amor va más lejos, y
participa, por estar con Jesús, de su dolorosa crucifixión, pues es justo que
quien más ama al que padece, padezca más con el que ama. Podemos decir, por
tanto, que el Calvario de San José duró treinta años sin interrupción: la cruz
estaba plantada en su corazón, y la sobrellevó durante todo el resto de su
vida, desde que fue elevado a la dignidad de padre nutricio de Nuestro Señor.
Es
verdad que también tuvo momentos de gozo, más fueron cortos y no exentos de
dolor: su amante corazón buscaba el "sufrimiento, y se complacía en él,
pues sabía que el amor verdadero es un amor crucificado. Sólo en el cielo
comprenderemos cuán inmensos han sido los sufrimientos de San José. Lo poco que
ahora conocemos, nos hace entrever el mérito y la grandeza de su caridad: los sacrificios
que han hecho los santos, nos manifiestan el grado de su amor: el gozo y las
celestes dulzuras sólo son la recompensa de este amor. «Hay en el cielo — dice
un piadoso orador — santos que llevan la aureola del martirio, aunque no han
muerto bajo la cuchilla de los tiranos» Indudablemente, San José es de este
número, puesto que su vida fue un penoso y prolongado martirio \ martirio que,
desconocido de los hombres, era, por lo mismo, muy agradable al Señor por cuyo
amor sufría.» Oh dichoso San José, que tanto amasteis á
Jesús y lo manifestasteis sacrificándoos por él en toda clase de sufrimientos!
alcanzadme de ese adorable Corazón de vuestro Hijo divino, la gracia de ser
abrasado en su amor para no rehusarle ningún sacrificio, ya que ésta es la
prueba del verdadero amor. Sí, haced que de los sagrados Corazones de Jesús y
de María se derive en mí aquel espíritu de total inmolación que debe distinguir
á sus verdaderos hijos. Amén.
TERCER TRIDUO
Este Triduo puede hacerse, o para pedir al
santo Patriarca alguna gracia, o para prepararse a celebrar con más fervor el
día señalado para el Culto perpetuo.
DÍA PRIMERO
Oh alma mía, acuérdate de San José, de este
santo que recibió del Señor tantos bienes para comunicarlos a los desgraciados
que implorasen su socorro. Admira su grandeza y su poder, y penétrate del espíritu
de sus virtudes. Considera, pues, oh alma mía, que sobre la santidad de todos
los antiguos Patriarcas excede la de San José; pues fue más fiel que Abraham,
más obediente que Isaac, más sabio que Salomón; y para decirlo todo, en una
palabra, posee virtudes tanto más elevadas, cuanto más cercano está a Jesús,
autor de toda gracia y santidad. Es más: no sólo aventaja San José en santidad
y pureza a los santos del Antiguo Testamento, pero también a los del Nuevo,
como lo siente San Bernardino de Sena, y es opinión de otros graves teólogos. Y
esta eminente y rara santidad fue fruto de aquella estrechísima unión que tuvo
con Jesús. Y ¿quién podrá comprender la excelencia de esta unión? ¡Qué éxtasis
tan sublimes i qué conversaciones tan divinas! ¡qué familiaridad tan íntima! ¡Ah!
¡estar siempre con Dios, hablar íntimamente con Dios, trabajar o reposar en la
compañía y en la presencia de Dios! Unas veces, teniendo José en sus brazos al
divino Infante dormido, reposad, le diría, reposad, Vos que dais quietud a
todas las criaturas, alegría y paz a los hombres de buena voluntad. Otras
veces, tomando sus manecitas y levantándolas al cielo: Astros del firmamento,
diría, he aquí las manos que os han formado. ¡Oh solo he aquí el brazo que te
ha sacado de la nada! Otras, considerando sus divinas perfecciones, exclamaría;
¡Oh Hijo del Dios vivo! qué amable sois! ¡Oh, si los hombres os conociesen! ]Oh
mortales! abrid los ojos: he aquí vuestro tesoro, vuestra salud, vuestra vida y
vuestro todo. ¡Oh José santo! ¡qué
felices son los que os toman por modelo y se consagran a imitar vuestras
virtudes. Ved y remediad mi pobreza y mi desnudez espiritual. Vos que sabéis
que el cielo no se da sino en premio de las virtudes, haced que yo me esfuerce a
imitar las vuestras, y que siga fielmente el camino que con-duce a la gloria,
observando hasta mi muerte la ley santa del Señor. Amén.
Siete
Padrenuestros.
DÍA SEGUNDO
Yo
te saludo, ¡amable y poderosísimo San José! El Señor te predestinó, desde la eternidad,
a la gloria más admirable, previniéndote con muy particulares bendiciones
celestiales. Yo te reverencio, ¡gloriosísimo
San José! La santísima Trinidad te ha dado singulares prerrogativas, después de
María, sobre todos los santos, a quienes, así como excediste en méritos y
santidad, así posees ahora más gloria y felicidad que todos ellos! Yo te venero, ¡justísimo San José! El Padre
eterno te destinó para su representante en la tierra, y para que fueses padre,
custodio y protector de su Hijo único, y esposo de su Hija inmaculada. ¡Yo te
saludo, amantísimo San José! El Espíritu Santo te llenó de todos sus dones, habilitándote
para las admirables funciones y cargos debías que desempeñar conforme a los
designios eternos.
Yo
te saludo, ¡admirable San José! La Reina del cielo te miró siempre con respeto
como a su señor, con cariño como a su castísimo esposo, y con confianza como al
sabio tutor de su Hijo único. Yo te
saludo, ¡ilustre San José! Yo me complazco en considerarte elevado sobre todos
los coros angélicos, y me atrevo piadosamente a creer que excedes a los
querubines en ciencia, a los serafines en amor y a todos los ángeles en pureza,
Yo te saludo, ¡celestial José! Tú fuiste el primer adorador del Verbo
encarnado; tú, al nacer el niño Jesús, uniste tus adoraciones a las de María,
tus alabanzas a las de los ángeles y la ofrenda de tu corazón a los presentes
de los Reyes, Yo te bendigo, ¡amable San José! Tú fuiste testigo silencioso de
la divina infancia de Jesús, compañero en su destierro, ¡ayuda en sus trabajos
y consuelo en sus penas! Yo te saludo, ¡dichosísimo
San José! Tus brazos sirvieron de trono al Rey de la inmortalidad, a Jesús, a
quien, estrechándolo mil veces contra tu pecho, lo bañaste con tus lágrimas y
le prodigaste las más tiernas caricias. Yo te saludo, ¡humildísimo San José!
Con tranquilo y resignado corazón alabaste y ben-dijiste la divina Providencia
que puso en tus manos la herramienta del artesano en lugar del cetro de los
reyes de Judá, y preferiste tu humilde casa de Nazaret al trono de David, tu
abuelo. Yo te saludo, ¡fidelísimo San José! Treinta años conversaste con Jesús
y María, y en su compañía adquiriste las más grandes riquezas de gracias y
virtudes. Yo te venero, ¡dichosísimo
padre y protector mío, Señor San José! Tu santa vida fue coronada por la muerte
más preciosa, pues espiraste en los brazos de Jesús y María. Gran consuelo experimento, de inefable alegría
se llena mi alma, oh mi amable y poderoso protector Señor San José, cuando oigo
que tus siervos Gersón, San Francisco de Sales, San Ligorio y tu devota Santa
Teresa, aseguran que nadie te invoca en vano, y que oyes eficazmente los ruegos
de los que, siendo tus verdaderos devotos, imploran tu amparo y
protección-Animado de esta confianza, a ti vengo, a ti recurro, a tus pies me
postro, amable dueño y padre mío, Señor San José. Con lágrimas y gemidos te
pido que atiendas a mis humildes ruegos, é interpongas tu poderoso valimiento
ante Jesús, tu hijo, y María, tu esposa, y me alcances eficaz remedio para
todas mis necesidades, espirituales y temporales. Amén.
Siete
Padrenuestros.
DÍA TERCERO
Santísimo
y glorioso San José, por el amor que tienes a Jesús y María, dígnate aceptar el
deseo de mi corazón, de vivir en tu presencia y ofrecerte incesantemente mis
homenajes y alabanzas. En prueba de mi amor vengo a consagrarme a tu servicio;
y para que mi consagración te sea más acepta, la hago hoy en presencia de Jesús
y María, de mi ángel custodio y de todos los santos del cielo. Y es mi ánimo
que esta mi consagración sea perpetua, constante y valedera para todos y cada
uno de los instantes de mi vida. Yo me
sujeto a tu autoridad y a tu gobierno, como se sujetaron mi Salvador y su
divina Madre. Yo te doy todo lo que me pertenece y desde ahora te declaro dueño
de lo que pueda llegar a poseer, siquiera sea lo más grande y magnífico del
mundo. Si el Padre eterno puso en tus manos su único tesoro, Jesús y María,
¿podré yo dudar en consagrarte mi persona toda y cuanto me pertenece? No, y mil
veces no. San José y tú eres mi poderoso protector. Sí: yo tengo la
dulce persuasión de que siempre me miras con ternura, eres compasivo en mis trabajos,
atiendes a mis necesidades, y que determinado estás a obtenerme el remedio y el
consuelo de Aquel que nada rehúsa á tus ruegos. Yo reposaré tranquilo a la
sombra de tu protección. Eres mi padre, y como tal sabes cuidar de cuanto me
pertenece; yo viviré, pues, sosegado y en paz. Eres mi único refugio, mi apoyo
y esperanza, después de Jesús y María. El temor no amargará ya mis días, porque
siendo tú mi padre, me mirarás como á hermano de Jesús é hijo de María; y
¡cuántos favores me dispensarás por el mérito de estos dos títulos! Eres mi
guía, y yo marcharé con paso firme en el camino del bien, y llegaré al puerto
seguro de salvación. Eres mi protector y maestro, y me enseñarás la ciencia de
la perfección cristiana. Eres mi defensor, y mis enemigos no se atreverán a
combatirme. Eres mi consolador, y ya no temeré las penas del alma, ni las del
cuerpo. Eres mi protector, mi defensor y mi abogado, y tú responderás de mi
alma en el tiempo y en la eternidad. San
José, tú eres mi refugio y socorro. Desnuda mi alma de todo afecto humano
que pudiera apartarla del amor de Dios, y llénala de deseos celestiales. Haz
que mi corazón sea perfectamente cristiano: corazón adornado de humildad
profunda, caridad ferviente, obediencia pronta; corazón paciente en los
trabajos, firme -en las adversidades, resignado en las humillaciones, igual en
las vicisitudes de la vida, enemigo del pecado, amador de la pureza, ce-loso de
la gloria de Dios, compasivo con los afligidos, animoso en sus cristianas
empresas, y justo en todos los actos de la vida. En fin, haz que mi corazón sea
semejante al tuyo. Introdúceme en tu santa familia, recíbeme en el número de
tus hijos, o mírame siquiera como a tu esclavo. Cualquiera que sea mi posición,
seré feliz si me recibes por tuyo. Acógeme, pues, bondadosísimo José, y sé mi
refugio y mi socorro en la vida y en la muerte. Amén.
Siete
Padres nuestros.
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