viernes, 22 de noviembre de 2019

TRIDUO A NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES








TRIDUO A LA SANTÍSIMA VIRGEN EN EL MONTE CALVARIO AL PIÉ DE LA CRUZ


DISPUESTO
POR UN SACERDOTE DE LA CONGREGACION DE NUESTRA SEÑORA DE LA VICTORIA
Año 1797


ADVERTENCIA
La devocion, pues, para ser verdadera debe ir acompañada de la rectitud del corazón y del animo resuelto de desempeñar las obligaciones propias: muchas practicas de devoción á esto nos excitan executadas con interioridad, y espíritu verdaderamente cristiano; y una de las que á mi ver mejor nos pro-porciona este desempeño es la devocion á María Santísima en sus Dolores. Es imposible considerar , como se debe lo que padeció la Señora en la muerte de su dulcísimo Hijo nuestro Redentor, sin moverse á amar á un Dios tan benefico, á una Madre tan piadosa; sin aborrecer el pecado, causa c|e la muerte de todo un Dios y á la practica de las heroicas virtudes en que singularmente resplandeció la Dolorosa Señora en su martirio. Para esto me valgo en este piadoso Triduo, á la verdad exercicío nuevo, de una consideración cada día , que nos pone á la vista , aunque, en compendio, la congoja de la afligida Señora al pie da la Cruz de su divino Hijo, y nos demuestra una de las principales virtudes, en que se exercitó; para que nuestros ánimos convencidos de tan poderosos motivos , excitemos á la imitación; logrando asi el de la verdadera devocion, y el que sea fructuoso este exercicio, implorando la mediación de la Señor.


ACTO DE CONTRICION
dulcísimo Jesús, mi Dios, Padre y Redentor, conozco mi enorme ingratitud con la que tantas veces os he ofendido; pero penetrado ya del más vivo sentimiento, y dolor, digo Señor que me pesa en medio de mi corazón de haberos ofendido, solo por ser tan digno de ser amado: yo Señor confío en vuestra infinita bondad que me habéis de Perdonar, y conceder una eficaz gracia para cumplir vuestros mandamientos, y permanecer en nuestro santo amor hasta el fin. Amen.


ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Dolorosísima Virgen María que al pie de la Cruz de vuestro pacientísimo Hijo nos adoptasteis por hijos vuestros entre las mayores penas, y aflicciones, tomando a vuestro cuidado nuestra protección y amparo:; humil-demente postrados a vuestros pies, ansiosos de nuestro bien, os suplicamos que intercedáis con vuestro divino Hijo para que nos conceda una poderosa gracia, que desterrando las tinieblas que ofuscan nuestro entendimiento, y excitando nuestra voluntad, conozcamos lo mucho que por nuestro amor padecisteis y la necesidad en que estamos de corresponderos con el puntual desempeño de nuestras obligaciones, y con la práctica de las principales virtudes que en la Pasión y muerte de vuestro divino Hijo ejercitasteis así lo esperamos de vuestra piedad, y amor.


PRIMER DÍA
Transportémonos en espíritu al Monte Calvario, y consideremos a la Madre más sensible, de entendimiento más despejado, y de voluntad más ferviente, que ha habido, ni habrá jamás entre las puras criaturas, al pie del patíbulo donde acababa de ser clavado su Dios, su Redentor, su dulcísimo Hijo. ¡Qué pena tan terrible sentiría su tierno corazón, cuando levantando la dolorosa Señora sus benditos ojos los pusiese en su cuerpo todo cubierto de llagas, desfigurado, denegrido, rasgadas sus manos, y pies con los crueles clavos, y hecho todo un retablo de dolores! Allí se le renovarían todas las congojas hasta entonces padecidas: el dolor de los terribilísimos azotes; la aflicción de haberle visto tan fatigado, y oprimido del peso de la Cruz en la calle de amargura. ¡Ha! y como alivio mudo, y con lo íntimo de su alma exclamaría: ¡O amantísimo Hijo mío, Dios y Señor de todas las criaturas, qué vil, qué ingratamente te tratan tus hechuras, los hombres que formaste, aquellos por quienes descendiste del seno del Padre Eterno, ¡y te encarnaste en mi vientre para abrirles las puertas de la bienaventuranza! ¿Es esta la correspondencia tan debida a los más singulares favores? Bien conozco que tu grandeza, soberanía, y amor piden de justicia otro agradecimiento. Si la abrasada caridad con que oye la dolorosa Madre, pide su divino Hijo el perdón para los que le crucifican, y con que promete el celestial Rey no al arrepentido Ladrón, al tiempo mismo que hieren sus inocentes oídos las blasfemias, dicterios, é imprecaciones con que insultan al hombre Dios los desapiadados verdugos, la llenan de indecible amargura, y aflicción. Mas á vista de unas penas tan desmedidas, que exceden a las que sufrieron todos los Apóstoles, y Mártires, no desfallece la paciencia de la Señora, no se irrita ni conmueve contra los inhumanos actores, antes bien acompaña a su divino Hijo en las suplicas y peticiones, Meditemos por unos breves instantes lo que acabamos de oír, y excitemos nuestro corazón a la imitación de la dolorosa Madre.

ORACIÓN
Soberana, y afligidísima Madre, por las acervisimas congojas que inundaron vuestro materno Corazón, viendo clavado en el ignominioso patíbulo de la Cruz a vuestro Dios y verdadero Hijo tan vilmente tratado por los que le debían el ser, rendidamente os suplicamos que intercediendo con nuestro único mediador, vuestro dulcísimo Hijo, nos alcancéis una victoriosa gracia, que triunfando de nuestras pasiones nos haga reconocer los imponderables beneficios que le debemos, y la necesidad en que estamos de seguirle por el camino de la Cruz, sufriendo pacientes a vuestra imitación las adversidades, y contradicciones, y amando a todos nuestros enemigos. Igualmente os pedimos por la tranquilidad de la Santa Iglesia, por el bien del Estado, y por todas nuestras necesidades particulares; para que allanados los caminos de la salvación merezcamos lograrla, finando en gracia. Amen.



DIA SEGUNDO
Consideremos a nuestra dolorosísima Señora, y atentamente examinemos la expresión de que el Sagrado Evangelista se vale para describirnos su situación en el Monte Calvario. Estaba junto a la Cruz (dice) de su Hijo, esto es, viendo correr en arroyos la Sangre de su amado, oyendo los improperios con que le ultrajan sus enemigos, observando sus agonías, y viéndole penar. ¿Quién podrá explicar la fiereza de este dolor? Siente mucho un padre la muerte de un hijo ausente, pero no habiendo presenciado su enfermedad, y agonías, su corazón no es tan afligido como si lo viera. Dígalo Jacob, que no prorrumpe en extremos de dolor por la muerte de su hijo Joseph hasta tener a su vista la vestidura ensangrentada de su difunto hijo. ¡O Virgen afligidísima, es posible que estén vuestros ojos tan cerca de ese Hijo amabilísimo, que no haya dolor, tormento, agonía, y llaga que no observen, y registren! Sumergida la Señora en este amarguísimo mar de penas oye a su Crucificado dueño que la dice: Mujer mira a tu Hijo, señalando al Evangelista Juan y a éste, mira a tu Madre. Ni la Madre ni el Discípulo, dice el P. S. Agustín, respondieron una palabra, porque un dolor sumo anegó sus corazones, y encadenó sus lenguas. El Evangelista amaba singularmente a su divino Maestro, y el alto conocimiento de sus misterios le había dado grandes aumentos a su amor, por esto la pena de verle morir le sorprende, y enmudece. ¿Pues quién como María Santísima llegó tan perfectamente a conocer su grandeza, divinidad, atributos, y perfecciones? Todas estas cosas las conservaba en su corazón, y la memoria de las gran-des maravillas que se habían obrado desde su admirable En-carnación hasta su muerte jamás se separó de su consideración: por tan poderosas razones le es tan sensible esta conmutación. Darle al Discípulo por el Maestro, al hombre por el Hijo de Dios, a la criatura por el Criador, al siervo por el Señor. ¡O Señora, verdaderamente sois un mar de amarguras, y tormentos! Sí,] a divina Madre abismada en un profundo piélago de con-gojas oye a su buen Jesús que entre agonías mortales clama a su Eterno Padre: ¿Dios mío Dios mío, por qué me has desamparado? ¿Cuál sería la furiosa tempestad que agitaría el alma del Hombre Dios, del León fuerte de Judá, del que vigora a las tiernecitas doncellas para hacer-se superiores a los más inhumanos verdugos, cuando así clama? ¿Y cuál debió ser el penetrante ' cuchillo de dolor que atravesó su corazón con tal expresión, considerando la tristísima situación de su amado Hijo? Más con todo, permanece constante y estable al pie de la Cruz. Cuando los Discípulos desamparan a su divino Maestro, los Apostó-les le abandonan, la furiosa tempestad de la persecución dispersa a todos, la dolorosa Señora, cual fuerte roca queda inmoble recibiendo los contrastes de las olas, y vientos de las más terribles penas. Meditemos estas verdades para nuestra instrucción.

ORACIÓN
Oh afligida y ternísima Paloma, que fija é inmoble al pie de la Cruz de vuestro Crucificado Hijo sufristeis constante la acerbísima pena de veros privada del augusto título de Madre de Dios, Y que en su lugar fuésemos constituidos todos los hombres, pecadores, ingratos, y desconocidos, viendo igualmente agonizar entre mortales ansias al Hijo de vuestras entrañas, desamparado de todo consuelo humano, y aun hasta abandonado de su mismo Eterno Padre: por estas penas humildemente os suplicamos, que nos miréis con la particularidad de hijos, y que alcanzándonos del Altísimo una eficaz y clara luz para conocer nuestras importantes obligaciones, y la necesidad que tenemos de seguiros por el camino de los trabajos, los abracemos gustosos, y permanezcamos constantes en la práctica de la virtud hasta la muerte. Amén.



DIA TERCERO
Consideremos a nuestra dolorosísima Señora que, aunque tan inmediata al patíbulo, y tan penetrada de la afición y pena de ver agonizar, y morir al fruto preciosísimo de sus entrañas, tiene sus potencias, y sentidos despejados para su mayor martirio, y así oye con claridad cuando su divino Hijo manifiesta el gran tormento con que le aflige la abrasada sed que padece. ¡Ha! ¿y cuánto contristaría esta nueva pena el Corazón de la desconsolada Señora? Se miraba sin arbitrio, sin medio para poderle aliviar y reparaba al mismo tiempo la fiera cruel-dad de los verdugos, que sordos a todo sentimiento humano niegan al Crucificado el refrigerio del agua, dándole en su lugar hiel, y vinagre, para que no que-dase sin particular tormento el paladar a donde ni los azotes, ni espinas habían llegado. ¡O Madre afligidísima, cuan congojada seria vuestra alma en este lance!  Pero como si hasta entonces nada hubiera padecido la Señora, su bendita alma es inundada de la más amarga pena cuando oye a su dulce Jesús que prorrumpiendo en un clamor poderoso, y derramando copiosas lágrimas, espira. Las piedras chocan, y se desmenuzan, la tierra tiembla y se estremece, los sepulcros se abren, y arrojan los cadáveres, el Sol se nubla, la Luna se eclipsabas Estrellas se obscurecen, el velo del templo se rasga de alto á bajo: toda la máquina del mundo se descuaderna: sus mismos enemigos sienten tan extraordinaria conmoción, que huyen hi-riendo sus pechos con repetidos golpes. Todos los que asisten a este sangriento espectáculo sienten tan vivas ansias en su corazón que temen morir en ellas. ¿Pues qué pasaría en el amoroso corazón de la congojada Madre? ¿Cuáles serían sus fatigas, y angustias? Fue preciso que el Espíritu Santo fortaleciese su alma para que no desfalleciese del dolor. Está pues firme la Señora al pie de la Cruz: está resistiendo con indecible firmeza una multitud de combates terribles; el amor grande de su Hijo, con su rendida conformidad a la voluntad de Dios. No ha habido, ni puede haber Madre que así ame a su Hijo, como María á Jesucristo; con todo, sabe que Dios quiere la muerte de su Hijo, y la Señora la quiere, y desea eficazmente. ¡O Virgen sacratísima, que terrible es vuestra pelea! ¿Cuál seria vuestro dolor á vista de la muerte de ese espejo en que os mirabais? Pero ¿cuál es vuestra conformidad, y paciencia viendo que así se cumple la voluntad del Padre Eterno? Reflexionemos estas verdades para nuestro aprovechamiento.

ORACIÓN
Oh Dolorosísima, y afligida Madre, la más desconsolada y triste de todas las criaturas, por la imponderable pena que afligió vuestro materno corazón viendo sediento a vuestro divino Hijo sin poderle aliviar, y espirar en medio de los más inauditos tormentos sin poderle consolar, os suplicamos rendidamente nos alcancéis de vuestro precioso Hijo una sed grande de padecer, y morir por su amor, con una resignación constante en su divina voluntad, de modo que ni las pérdidas de hacienda, honor, y vida nos conmuevan ni separen de su servicio, sino que en medio de las mayores tribulaciones engrandezcamos alegres su santo nombre, y permanezcamos en su gracia hasta la muerte. Amén.



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