TRIDUO A LA SANTÍSIMA VIRGEN EN EL MONTE
CALVARIO AL PIÉ DE LA CRUZ
DISPUESTO
POR UN SACERDOTE DE LA CONGREGACION DE NUESTRA
SEÑORA DE LA VICTORIA
Año 1797
ADVERTENCIA
La devocion, pues, para ser verdadera debe ir acompañada de
la rectitud del corazón y del animo resuelto de desempeñar las obligaciones
propias: muchas practicas de devoción á esto nos excitan executadas con interioridad,
y espíritu verdaderamente cristiano; y una de las que á mi ver mejor nos
pro-porciona este desempeño es la devocion á María Santísima en sus Dolores. Es
imposible considerar , como se debe lo que padeció la Señora en la muerte de su
dulcísimo Hijo nuestro Redentor, sin moverse á amar á un Dios tan benefico, á
una Madre tan piadosa; sin aborrecer el pecado, causa c|e la muerte de todo un
Dios y á la practica de las heroicas virtudes en que singularmente resplandeció
la Dolorosa Señora en su martirio. Para esto me valgo en este piadoso Triduo, á
la verdad exercicío nuevo, de una consideración cada día , que nos pone á la
vista , aunque, en compendio, la congoja de la afligida Señora al pie da la
Cruz de su divino Hijo, y nos demuestra una de las principales virtudes, en que
se exercitó; para que nuestros ánimos convencidos de tan poderosos motivos ,
excitemos á la imitación; logrando asi el de la verdadera devocion, y el que
sea fructuoso este exercicio, implorando la mediación de la Señor.
ACTO DE CONTRICION
dulcísimo
Jesús, mi Dios, Padre y Redentor, conozco mi enorme ingratitud con la que
tantas veces os he ofendido; pero penetrado ya del más vivo sentimiento, y
dolor, digo Señor que me pesa en medio de mi corazón de haberos ofendido, solo por
ser tan digno de ser amado: yo Señor confío en vuestra infinita bondad que me
habéis de Perdonar, y conceder una eficaz gracia para cumplir vuestros mandamientos,
y permanecer en nuestro santo amor hasta el fin. Amen.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Dolorosísima
Virgen María que al pie de la Cruz de vuestro pacientísimo Hijo nos adoptasteis
por hijos vuestros entre las mayores penas, y aflicciones, tomando a vuestro
cuidado nuestra protección y amparo:; humil-demente postrados a vuestros pies,
ansiosos de nuestro bien, os suplicamos que intercedáis con vuestro divino Hijo
para que nos conceda una poderosa gracia, que desterrando las tinieblas que ofuscan
nuestro entendimiento, y excitando nuestra voluntad, conozcamos lo mucho que
por nuestro amor padecisteis y la necesidad en que estamos de corresponderos
con el puntual desempeño de nuestras obligaciones, y con la práctica de las
principales virtudes que en la Pasión y muerte de vuestro divino Hijo ejercitasteis
así lo esperamos de vuestra piedad, y amor.
PRIMER DÍA
Transportémonos
en espíritu al Monte Calvario, y consideremos a la Madre más sensible, de
entendimiento más despejado, y de voluntad más ferviente, que ha habido, ni
habrá jamás entre las puras criaturas, al pie del patíbulo donde acababa de ser
clavado su Dios, su Redentor, su dulcísimo Hijo. ¡Qué pena tan terrible
sentiría su tierno corazón, cuando levantando la dolorosa Señora sus benditos
ojos los pusiese en su cuerpo todo cubierto de llagas, desfigurado, denegrido,
rasgadas sus manos, y pies con los crueles clavos, y hecho todo un retablo de
dolores! Allí se le renovarían todas las congojas hasta entonces padecidas: el
dolor de los terribilísimos azotes; la aflicción de haberle visto tan fatigado,
y oprimido del peso de la Cruz en la calle de amargura. ¡Ha! y como alivio
mudo, y con lo íntimo de su alma exclamaría: ¡O amantísimo Hijo mío, Dios y
Señor de todas las criaturas, qué vil, qué ingratamente te tratan tus hechuras,
los hombres que formaste, aquellos por quienes descendiste del seno del Padre
Eterno, ¡y te encarnaste en mi vientre para abrirles las puertas de la
bienaventuranza! ¿Es esta la correspondencia tan debida a los más singulares
favores? Bien conozco que tu grandeza, soberanía, y amor piden de justicia otro
agradecimiento. Si la abrasada caridad con que oye la dolorosa Madre, pide su
divino Hijo el perdón para los que le crucifican, y con que promete el
celestial Rey no al arrepentido Ladrón, al tiempo mismo que hieren sus
inocentes oídos las blasfemias, dicterios, é imprecaciones con que insultan al
hombre Dios los desapiadados verdugos, la llenan de indecible amargura, y
aflicción. Mas á vista de unas penas tan desmedidas, que exceden a las que
sufrieron todos los Apóstoles, y Mártires, no desfallece la paciencia de la Señora,
no se irrita ni conmueve contra los inhumanos actores, antes bien acompaña a su
divino Hijo en las suplicas y peticiones, Meditemos por unos breves instantes
lo que acabamos de oír, y excitemos nuestro corazón a la imitación de la
dolorosa Madre.
ORACIÓN
Soberana,
y afligidísima Madre, por las acervisimas congojas que inundaron vuestro
materno Corazón, viendo clavado en el ignominioso patíbulo de la Cruz a vuestro
Dios y verdadero Hijo tan vilmente tratado por los que le debían el ser,
rendidamente os suplicamos que intercediendo con nuestro único mediador,
vuestro dulcísimo Hijo, nos alcancéis una victoriosa gracia, que triunfando de
nuestras pasiones nos haga reconocer los imponderables beneficios que le debemos,
y la necesidad en que estamos de seguirle por el camino de la Cruz, sufriendo
pacientes a vuestra imitación las adversidades, y contradicciones, y amando a
todos nuestros enemigos. Igualmente os pedimos por la tranquilidad de la Santa
Iglesia, por el bien del Estado, y por todas nuestras necesidades particulares;
para que allanados los caminos de la salvación merezcamos lograrla, finando en
gracia. Amen.
DIA SEGUNDO
Consideremos
a nuestra dolorosísima Señora, y atentamente examinemos la expresión de que el
Sagrado Evangelista se vale para describirnos su situación en el Monte
Calvario. Estaba junto a la Cruz (dice) de su Hijo, esto es, viendo correr en
arroyos la Sangre de su amado, oyendo los improperios con que le ultrajan sus
enemigos, observando sus agonías, y viéndole penar. ¿Quién podrá explicar la
fiereza de este dolor? Siente mucho un padre la muerte de un hijo ausente, pero
no habiendo presenciado su enfermedad, y agonías, su corazón no es tan afligido
como si lo viera. Dígalo Jacob, que no prorrumpe en extremos de dolor por la
muerte de su hijo Joseph hasta tener a su vista la vestidura ensangrentada de
su difunto hijo. ¡O Virgen afligidísima, es posible que estén vuestros ojos tan
cerca de ese Hijo amabilísimo, que no haya dolor, tormento, agonía, y llaga que
no observen, y registren! Sumergida la Señora en este amarguísimo mar de penas
oye a su Crucificado dueño que la dice: Mujer mira a tu Hijo, señalando al
Evangelista Juan y a éste, mira a tu Madre. Ni la Madre ni el Discípulo, dice
el P. S. Agustín, respondieron una palabra, porque un dolor sumo anegó sus
corazones, y encadenó sus lenguas. El Evangelista amaba singularmente a su
divino Maestro, y el alto conocimiento de sus misterios le había dado grandes
aumentos a su amor, por esto la pena de verle morir le sorprende, y enmudece.
¿Pues quién como María Santísima llegó tan perfectamente a conocer su grandeza,
divinidad, atributos, y perfecciones? Todas estas cosas las conservaba en su corazón,
y la memoria de las gran-des maravillas que se habían obrado desde su admirable
En-carnación hasta su muerte jamás se separó de su consideración: por tan
poderosas razones le es tan sensible esta conmutación. Darle al Discípulo por
el Maestro, al hombre por el Hijo de Dios, a la criatura por el Criador, al
siervo por el Señor. ¡O Señora, verdaderamente sois un mar de amarguras, y
tormentos! Sí,] a divina Madre abismada en un profundo piélago de con-gojas oye
a su buen Jesús que entre agonías mortales clama a su Eterno Padre: ¿Dios mío Dios
mío, por qué me has desamparado? ¿Cuál sería la furiosa tempestad que agitaría
el alma del Hombre Dios, del León fuerte de Judá, del que vigora a las
tiernecitas doncellas para hacer-se superiores a los más inhumanos verdugos, cuando
así clama? ¿Y cuál debió ser el penetrante ' cuchillo de dolor que atravesó su corazón
con tal expresión, considerando la tristísima situación de su amado Hijo? Más
con todo, permanece constante y estable al pie de la Cruz. Cuando los
Discípulos desamparan a su divino Maestro, los Apostó-les le abandonan, la
furiosa tempestad de la persecución dispersa a todos, la dolorosa Señora, cual fuerte
roca queda inmoble recibiendo los contrastes de las olas, y vientos de las más
terribles penas. Meditemos estas verdades para nuestra instrucción.
ORACIÓN
Oh
afligida y ternísima Paloma, que fija é inmoble al pie de la Cruz de vuestro
Crucificado Hijo sufristeis constante la acerbísima pena de veros privada del
augusto título de Madre de Dios, Y que en su lugar fuésemos constituidos todos
los hombres, pecadores, ingratos, y desconocidos, viendo igualmente agonizar
entre mortales ansias al Hijo de vuestras entrañas, desamparado de todo
consuelo humano, y aun hasta abandonado de su mismo Eterno Padre: por estas
penas humildemente os suplicamos, que nos miréis con la particularidad de hijos,
y que alcanzándonos del Altísimo una eficaz y clara luz para conocer nuestras
importantes obligaciones, y la necesidad que tenemos de seguiros por el camino
de los trabajos, los abracemos gustosos, y permanezcamos constantes en la práctica
de la virtud hasta la muerte. Amén.
DIA TERCERO
Consideremos
a nuestra dolorosísima Señora que, aunque tan inmediata al patíbulo, y tan penetrada
de la afición y pena de ver agonizar, y morir al fruto preciosísimo de sus
entrañas, tiene sus potencias, y sentidos despejados para su mayor martirio, y así
oye con claridad cuando su divino Hijo manifiesta el gran tormento con que le
aflige la abrasada sed que padece. ¡Ha! ¿y cuánto contristaría esta nueva pena
el Corazón de la desconsolada Señora? Se miraba sin arbitrio, sin medio para
poderle aliviar y reparaba al mismo tiempo la fiera cruel-dad de los verdugos,
que sordos a todo sentimiento humano niegan al Crucificado el refrigerio del
agua, dándole en su lugar hiel, y vinagre, para que no que-dase sin particular
tormento el paladar a donde ni los azotes, ni espinas habían llegado. ¡O Madre
afligidísima, cuan congojada seria vuestra alma en este lance! Pero como si hasta entonces nada hubiera
padecido la Señora, su bendita alma es inundada de la más amarga pena cuando
oye a su dulce Jesús que prorrumpiendo en un clamor poderoso, y derramando
copiosas lágrimas, espira. Las piedras chocan, y se desmenuzan, la tierra
tiembla y se estremece, los sepulcros se abren, y arrojan los cadáveres, el Sol
se nubla, la Luna se eclipsabas Estrellas se obscurecen, el velo del templo se
rasga de alto á bajo: toda la máquina del mundo se descuaderna: sus mismos
enemigos sienten tan extraordinaria conmoción, que huyen hi-riendo sus pechos
con repetidos golpes. Todos los que asisten a este sangriento espectáculo sienten
tan vivas ansias en su corazón que temen morir en ellas. ¿Pues qué pasaría en
el amoroso corazón de la congojada Madre? ¿Cuáles serían sus fatigas, y angustias?
Fue preciso que el Espíritu Santo fortaleciese su alma para que no
desfalleciese del dolor. Está pues firme la Señora al pie de la Cruz: está
resistiendo con indecible firmeza una multitud de combates terribles; el amor
grande de su Hijo, con su rendida conformidad a la voluntad de Dios. No ha
habido, ni puede haber Madre que así ame a su Hijo, como María á Jesucristo;
con todo, sabe que Dios quiere la muerte de su Hijo, y la Señora la quiere, y
desea eficazmente. ¡O Virgen sacratísima, que terrible es vuestra pelea! ¿Cuál
seria vuestro dolor á vista de la muerte de ese espejo en que os mirabais? Pero
¿cuál es vuestra conformidad, y paciencia viendo que así se cumple la voluntad
del Padre Eterno? Reflexionemos estas verdades para nuestro aprovechamiento.
ORACIÓN
Oh
Dolorosísima, y afligida Madre, la más desconsolada y triste de todas las
criaturas, por la imponderable pena que afligió vuestro materno corazón viendo
sediento a vuestro divino Hijo sin poderle aliviar, y espirar en medio de los más
inauditos tormentos sin poderle consolar, os suplicamos rendidamente nos
alcancéis de vuestro precioso Hijo una sed grande de padecer, y morir por su
amor, con una resignación constante en su divina voluntad, de modo que ni las pérdidas
de hacienda, honor, y vida nos conmuevan ni separen de su servicio, sino que en
medio de las mayores tribulaciones engrandezcamos alegres su santo
nombre, y permanezcamos en su gracia hasta la muerte. Amén.
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