sábado, 14 de diciembre de 2019

MES DE LA INMACULADA - DIA CATORCE


14.
EL CONGRESO INMACULADO
Cuando Dios abrió sus eternos labios para pronunciar aquel Fiat (hágase) que fuí una ley para que el universo saliese de la nada, no llamó a Su consejo a nadie fuera de sí mismo. Crió al hombre inmaculado, le condujo a un jardín de delicias, y le hizo partícipe de la sociedad de las angélicas criaturas. En una palabra, le colmó de gloria y de honor, y le estableció sobre todas las obras de la creación terrestre. Mas a pesar de todo eso, no le concedió el decidir de ninguna manera de sus presentes grandezas ni de sus futuros destinos. De ese modo gozaba la humanidad en el paraíso terrenal una felicidad indescriptible, pero a la que no tenía la gloria de haber contribuido con su consejo; recibía los mensajes llevados por los espíritus más puros del cielo, pero como de seres que la eran muy superiores; gustaba las caricias de Dios como de un padre amoroso, pero como de un padre que dispensa los dones y la gracia sin dividir su poder. Y así fue perfecta la primera gloria verdaderamente propia de la humanidad, gloria de inocente sujeción a un Padre divino. Pero pasó... pasó como el humo del incienso, que después de algunos breves giros se disipa y desaparece: el hombre, constituido rey de la creación, pretendió hacerse igual al Criador, y se encontró en la miseria, las tinieblas y la muerte. Dios tenía un corazón piadoso, y no pudo ver tan deprimida a su criatura; mas no siendo posible que aquella llegase a ser infinita, pensó en revestirse el mismo de lo finito; por manera, que, si el hombre no era como Dios, Dios seria semejante al hombre, y he ahí la segunda gloria de la humanidad, gloria no ya humana sino divina. El antiguo pasado debía refundirse en una nueva obra, y al efecto formó un nuevo Adán, puro é inmaculado, como que al mismo tiempo era Dios, destinado a destruir el edificio de muerte, fabricado en el paraíso terrenal; y la humanidad, que en el principio del tiempo fue criada la última, para denotar que Dios no necesitaba ningún consejo suyo, en la plenitud de la edad seria llamada a pronunciar su palabra y a decidir como árbitra de una obra, la más grande del poder infinito de un Dios. Mas ¿cómo podrá presentarse ante el Señor, que no comunica con el pecado, esa humanidad envilecida, abatida y postrada por la culpa? La providencia de un Dios de amor había preservado
pura é inmaculada a la Virgen más bella, más dulce y más amable de toda la creación, la inocente María, y María fue llamada en lugar de toda la naturaleza humana al congreso más sublime de los siglos. Congreso en que por primera vez se vió a la humanidad suplicante ante un ángel de inmaculado candor: congreso en que uno de los espíritus más excelsos del paraíso anunciaba a la Virgen más pura de la tierra los deseos del inmaculado Esposo divino... Congreso verdaderamente inmaculado, en el que, no las humanas pasiones, sino el espíritu de inmaculado amor, con el más amable de sus misterios, lo dirigía todo para volvernos a colmar otra vez de gloria y de honor: congreso inmaculado, en que la humanidad era realzada, porque debía tener en Dios, no solamente un padre, sino un hijo y un súbdito: congreso inmaculado, en fin, en que un nuevo Fiat debía ser pronunciado por los labios inmaculados de María, no para sacar un mundo de la nada, sino para hacer bajará la nada un Dios.


CÁNTICO
Por fin, Dios mío, bendecisteis la tierra: vuestra sonrisa hizo nacer a la dulce Hija do
Sion.
Pusisteis en poder de su virginal candor la
misericordia de los siglos de los siglos, y pusisteis nuestra salud en sus labios.
Y yo escucharé las palabras de esos labios
inmaculados, pues que llevará la paz a todos
los pueblos.
Paz, paz, paz, pronunciarán sus acentos:
paz, paz, paz, repetirán las mansiones celestiales.
Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad, y gloria en las alturas al Dios de las
misericordias.
Abríos, puertas del cielo, y recibid la palabra inmaculada, la palabra pronunciada por la
Reina de la gloria.
¿Quién es esa Reina de la gloria? Es la que
aparece a manera de aurora, hermosa como la
luna y pura como el Sol.
Es la paloma elegida por las celestiales delicias: es la azucena de los valles, la rosa del paraíso.
Abríos, puertas de los cielos, y recibid la
palabra inmaculada, la palabra de la Reina de
la gloria.
¿Quién es esa Reina de la gloria? Es una Virgen inocente desposada con el Criador de la inocencia.
Es la inmaculada María, que profiere el bien
aventurado consentimiento: el consentimiento
de encarnarse el Verbo de Dios.
Para iluminará los que se hallan entre las
tinieblas y las sombras de la muerte; para dirigir nuestros pasos por el camino de la paz.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, que preservó inmaculada a María, por los siglos de los siglos. Amén.


ORACION
¡Ah! ¿quién me dará frases convenientes para alabaros y bendeciros, por tantos beneficios como nos ha proporcionado una sola palabra vuestra, oh inmaculada María? La sentencia de la condenación eterna pesaba sobre la cabeza de todos los hijos de Adán, el imperio de las tinieblas y de la muerte se había establecido sobre las generaciones de la tierra, pero con Vuestra palabra todo ha cambiado, todo ha recibido un nuevo órden. Los rayos del sol de misericordia han brillado desde lo alto de los cielos, y han trasformado la palidez de la tierra son la sonrisa de la gracia; las puertas de la vida se han abierto ante el Redentor de la culpa, y en lugar del terror de la divina venganza ha aparecido el reino de la clemencia y de la paz. Y memorias y esperanzas nuevas han venido a consolarnos el corazón: memorias de vos, oh Virgen bendita, escogida para producir nuestra salvación y protegernos delante del trono del Señor, y para hacernos sobrellevar las aflicciones en el piélago de las tribulaciones: esperanzas no engañosas en la misericordia de un Dios niño, que nos mostráis en vuestros purísimos brazos, estrechándole contra vuestro pecho, para invitarle a que tenga compasión de nosotros. ¡Ah! proferid siempre una palabra en favor mío, oh Virgen predilecta de mi amor, proferidla de continuo entre los inmaculados abrazos de ese Hijo amoroso, que forma vuestra eterna bienaventuranza; vuestra palabra fue la que devolvió la salud a la tierra, santificará también mi alma con la gracia de un Dios que debe ser mi herencia por los siglos de los siglos.
Tres Ave Marías.





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