14.
EL CONGRESO INMACULADO
Cuando
Dios abrió sus eternos labios para pronunciar aquel Fiat (hágase) que fuí una
ley para que el universo saliese de la nada, no llamó a Su consejo a nadie
fuera de sí mismo. Crió al hombre inmaculado, le condujo a un jardín de
delicias, y le hizo partícipe de la sociedad de las angélicas criaturas. En una
palabra, le colmó de gloria y de honor, y le estableció sobre todas las obras
de la creación terrestre. Mas a pesar de todo eso, no le concedió el decidir de
ninguna manera de sus presentes grandezas ni de sus futuros destinos. De ese modo
gozaba la humanidad en el paraíso terrenal una felicidad indescriptible, pero a
la que no tenía la gloria de haber contribuido con su consejo; recibía los
mensajes llevados por los espíritus más puros del cielo, pero como de seres que
la eran muy superiores; gustaba las caricias de Dios como de un padre amoroso, pero
como de un padre que dispensa los dones y la gracia sin dividir su poder. Y así
fue perfecta la primera gloria verdaderamente propia de la humanidad, gloria de
inocente sujeción a un Padre divino. Pero pasó... pasó como el humo del
incienso, que después de algunos breves giros se disipa y desaparece: el
hombre, constituido rey de la creación, pretendió hacerse igual al Criador, y
se encontró en la miseria, las tinieblas y la muerte. Dios tenía un corazón
piadoso, y no pudo ver tan deprimida a su criatura; mas no siendo posible que
aquella llegase a ser infinita, pensó en revestirse el mismo de lo finito; por
manera, que, si el hombre no era como Dios, Dios seria semejante al hombre, y he
ahí la segunda gloria de la humanidad, gloria no ya humana sino divina. El antiguo
pasado debía refundirse en una nueva obra, y al efecto formó un nuevo Adán,
puro é inmaculado, como que al mismo tiempo era Dios, destinado a destruir el
edificio de muerte, fabricado en el paraíso terrenal; y la humanidad, que en el
principio del tiempo fue criada la última, para denotar que Dios no necesitaba ningún
consejo suyo, en la plenitud de la edad seria llamada a pronunciar su palabra y
a decidir como árbitra de una obra, la más grande del poder infinito de un Dios.
Mas ¿cómo podrá presentarse ante el Señor, que no comunica con el pecado, esa
humanidad envilecida, abatida y postrada por la culpa? La providencia de un
Dios de amor había preservado
pura
é inmaculada a la Virgen más bella, más dulce y más amable de toda la creación,
la inocente María, y María fue llamada en lugar de toda la naturaleza humana al
congreso más sublime de los siglos. Congreso en que por primera vez se vió a la
humanidad suplicante ante un ángel de inmaculado candor: congreso en que uno de
los espíritus más excelsos del paraíso anunciaba a la Virgen más pura de la tierra
los deseos del inmaculado Esposo divino... Congreso verdaderamente inmaculado,
en el que, no las humanas pasiones, sino el espíritu de inmaculado amor, con el
más amable de sus misterios, lo dirigía todo para volvernos a colmar otra vez
de gloria y de honor: congreso inmaculado, en que la humanidad era realzada,
porque debía tener en Dios, no solamente un padre, sino un hijo y un súbdito:
congreso inmaculado, en fin, en que un nuevo Fiat debía ser pronunciado por los
labios inmaculados de María, no para sacar un mundo de la nada, sino para hacer
bajará la nada un Dios.
CÁNTICO
Por fin, Dios mío, bendecisteis la tierra: vuestra
sonrisa hizo nacer a la dulce Hija do
Sion.
Pusisteis en poder de su virginal candor la
misericordia de los siglos de los siglos, y pusisteis
nuestra salud en sus labios.
Y yo escucharé las palabras de esos labios
inmaculados, pues que llevará la paz a todos
los pueblos.
Paz, paz, paz, pronunciarán sus acentos:
paz, paz, paz, repetirán las mansiones celestiales.
Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad, y
gloria en las alturas al Dios de las
misericordias.
Abríos, puertas del cielo, y recibid la palabra inmaculada,
la palabra pronunciada por la
Reina de la gloria.
¿Quién es esa Reina de la gloria? Es la que
aparece a manera de aurora, hermosa como la
luna y pura como el Sol.
Es la paloma elegida por las celestiales delicias: es
la azucena de los valles, la rosa del paraíso.
Abríos, puertas de los cielos, y recibid la
palabra inmaculada, la palabra de la Reina de
la gloria.
¿Quién es esa Reina de la gloria? Es una Virgen
inocente desposada con el Criador de la inocencia.
Es la inmaculada María, que profiere el bien
aventurado consentimiento: el consentimiento
de encarnarse el Verbo de Dios.
Para iluminará los que se hallan entre las
tinieblas y las sombras de la muerte; para dirigir
nuestros pasos por el camino de la paz.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, que
preservó inmaculada a María, por los siglos de los siglos. Amén.
ORACION
¡Ah!
¿quién me dará frases convenientes para alabaros y bendeciros, por tantos
beneficios como nos ha proporcionado una sola palabra vuestra, oh inmaculada
María? La sentencia de la condenación eterna pesaba sobre la cabeza de todos
los hijos de Adán, el imperio de las tinieblas y de la muerte se había
establecido sobre las generaciones de la tierra, pero con Vuestra palabra todo
ha cambiado, todo ha recibido un nuevo órden. Los rayos del sol de misericordia
han brillado desde lo alto de los cielos, y han trasformado la palidez de la
tierra son la sonrisa de la gracia; las puertas de la vida se han abierto ante
el Redentor de la culpa, y en lugar del terror de la divina venganza ha aparecido
el reino de la clemencia y de la paz. Y memorias y esperanzas nuevas han venido
a consolarnos el corazón: memorias de vos, oh Virgen bendita, escogida para
producir nuestra salvación y protegernos delante del trono del Señor, y para
hacernos sobrellevar las aflicciones en el piélago de las tribulaciones:
esperanzas no engañosas en la misericordia de un Dios niño, que nos mostráis en
vuestros purísimos brazos, estrechándole contra vuestro pecho, para invitarle a
que tenga compasión de nosotros. ¡Ah! proferid siempre una palabra en favor mío,
oh Virgen predilecta de mi amor, proferidla de continuo entre los inmaculados
abrazos de ese Hijo amoroso, que forma vuestra eterna bienaventuranza; vuestra
palabra fue la que devolvió la salud a la tierra, santificará también mi alma
con la gracia de un Dios que debe ser mi herencia por los siglos de los siglos.
Tres
Ave Marías.
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