9.
EL ARBOL DE LA CIENCIA
¡Cuál
sencillo a la par que sublime es Dios en sus obras! ¿Qué cosa más sencilla que
una mujer del pueblo, casada con un pobre artesano?... ¿Una mujer expuesta al
peligro de ser abandonada por su marido, con grave detrimento de su honra...
una mujer que, cumplido el tiempo, pare un hijo, que según la ley va a
purificarse al templo: que hace una vida os cura é ignorada, que sufre
persecuciones, ¿y que padece en lo íntimo de su corazón por las desgracias de
su único hijo? ¿No es esa la historia de tantas otras infelices madres, cuyos nombres
no se acostumbra a registrar en los anales de los pueblos por ser
acontecimientos harto comunes? ¡Pero esa mujer es inmaculada, esa madre es una virgen,
y esa desgraciada tiene por hijo a un Dios!... He ahí la sublimidad que no
hubiera podido imaginar toda la sabiduría del hombre. Una inmaculada exenta de la
pena del pecado, una inmaculada Virgen llena de gloria, y que se encubre con el
manto de la penitencia: una inmaculada digna de ser ensalzada por toda la
tierra, y que, si alguna vez puede encontrar las aclamaciones y el triunfo, otras
muchas tienen que sufrir la ignominia; he ahí el sublime á el par que sencillo
misterio,
que
ha confundido a toda la humana sabiduría. Y de tal manera, que lo sublime ha
llegado a ser la norma y la guía de lo sencillo y de lo común; y de tal modo,
que María, la más sublime de las criaturas, presentando en sí el árbol de la
verdadera ciencia del bien y del mal, ha mostrado, que trastornado el antiguo orden
de cosas fabricado por el orgullo, la verdadera sabiduría de un Dios humillado había
constituido otro totalmente nuevo, un orden según el cual los padecimientos, la
pobreza y la desgracia no Son un mal, y la gloria, el poder y la riqueza no son
un bien. ¿Con qué otro fin habría permitido Dios que la desgracia afligiese a
una Virgen inmaculada, delicia de su divino corazón desde toda eternidad, sino
para presentar nos un ejemplo vivo que nos fuese provechoso, y nos instruyese
de que en el nuevo orden de cosas la desgracia suele ser un medio para proporcionarnos
la felicidad? De ahí es que en María todas las clases, todas las condiciones, todas
las circunstancias de la vida han encontrado su tipo conveniente. En ella, pobre
y reducida a adquirirse la subsistencia con el trabajo de sus manos, se hallan
representados los pobres y sus miserias; en ella, vástago decaído de una de las
más ilustres familias, han aprendido los grandes á no fundar sus esperanzas en la
vanidad de una mundana fortuna; en ella, llamada por un ángel llena de gracia;
en ella, Madre del Redentor de las naciones, y que no se aplica sino el sencillo
nombre de sierva, enseñó a los poderosos que la verdadera gloria consiste en la
humildad. Hija inocente y llena de virtudes, inculca a los hijos la obediencia
y la mansedumbre; pura é intacta en su cuerpo, es el modelo de las vírgenes;
consagrada a Dios desde sus más tiernos años, nos avisa que debemos pensar con
tiempo en la salvación de nuestras almas; Esposa casta, es el ejemplo de las
casadas, rehusando el ser madre del Salvador por temor de infringir un voto, es
la norma de los consagrados a Dios; Madre, que se somete a penosos viajes por
salvar a su Hijo, que se afana por alimentarle, y que, una vez perdido, no cesa
en sus anhelantes y no interrumpidas pesquisas hasta encontrarle, recuerda a
los padres la protección, el auxilio y la vigilancia para con los hijos;
privada de su marido en edad florida, y destinada con su Hijo a sufrir, enseña a
las viudas a soportar una vida llena de privaciones; careciendo, por fin, hasta
de su único Hijo, y entregada al cuidado de una persona extraña a su familia,
nos muestra la paciencia en una vida solitaria, sin ningún con Suelo humano.
Cuando sin dificultad creyó en inconcebible misterio que la había sido anunciado
de la virginidad unida a la maternidad, nos ofreció la imagen de la docilidad
con que debemos acoger los preceptos de la fe; cuando confió en su Hijo en
medio de las contrariedades que parecía debían hacerla dudar de sumisión, vemos
como a pesar de cualquiera opuesta apariencia debe permanecer firme nuestra confianza
en el que es el verdadero fin de nuestras esperanzas; cuando madre del Rey de
los reyes va a servir a Isabel en las más humildes faenas, comprendemos que
ninguna idea de propia dignidad y de grandeza puede impedir a la verdadera
caridad el hacer un beneficio al prójimo; cuando conservó la paz del corazón en
las mayores angustias que puede padecer el corazón de una esposa y de una
madre, nos enseña cómo se adquiere esa perfecta conformidad con la voluntad
divina, que es el complemento de la caridad cristiana. Si marcha a su patria
entre graves peligros y disgustos, destituida de toda clase de medios para
hacer menos penoso el camino a sus delicados miembros, obedece al mandato del
César, que la envía al pueblo natal de sus antepasados, es para enseñarnos a
someternos a las leyes por más duras que sean; si, aunque no estaba literalmente
obligada a ello, va a cumplir con la ley de la purificación en el templo, es
para decirnos que ninguna razón ni pretexto es suficiente para dispensarnos de
cumplir los preceptos de la Iglesia; y si, en fin, abandona su patria para cambiarla
por un injusto destierro, es para de mostrarnos que el desterrado, aunque sea
inocente, recordando que en el número de los proscritos se encontró también la
inmaculada María, debe doblar su cerviz y resignarse a la humillación que la
mano de Dios ha querido imponerle, y para recordarnos que todos somos
desterrados en la tierra del llanto, y que sólo es nuestra patria el cielo:
patria que podemos alcanzar con María, siguiendo el sendero abierto por su Hijo
con sus contrariedades y su
CANTICO
Alabad, niños, a María: alabadla, doncellas, en el abril
de la vida.
Alabad a María, oh esposas de un casto consorcio:
alabadla, vírgenes, en la pureza del
Alabad a María, jóvenes, en el vigor de los años:
alabadla, ancianos, en la declinación de la edad.
Alabad a María, oh padres, en los abrazos
de los niños: alabadla en la bendición de los
hijos.
Alabadla, sabios, en la elevación de la contemplación:
alabadla, ignorantes, en la humildad del espíritu.
Alabadla, oh felices, alabadla, desventurados:
alabadla y ensalzadla por los siglos.
Sea bendito el nombre de María, desde ahora por toda
la eternidad.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
que preservó inmaculada a María, por los siglos de los
siglos. Amén.
ORACION
¿Hasta
cuándo, oh María, andaré buscando las dulzuras del reposo y de la paz en la
amarga mansión del destierro y de las lágrimas? ¿Hasta cuándo miraré como mi
patria esta tierra de ilusiones y vanidades, esta infeliz morada del orgullo y
de la miseria? ¡Oh estado verdaderamente digno de compasión!... La alegría, los
placeres y los honores me producen una impresión deliciosa: las privaciones y
los dolores me parecen males insoportables; conozco muy bien que las dulzuras
del mundo son las que más me alejan de la verdadera felicidad, y que sólo por
medio de las privaciones y de los dolores puedo recobrar mi verdadera patria. Vos
me dais un grande ejemplo, oh María: un ejemplo que, al meditarlo, invita a mi
alma y me impele a seguirle. Aunque procuro buscar la oscuridad y el oprobio en
esta tierra, a la prueba de un día sucederá para mí una eternidad de gloria, y a
las fatigas y disgustos de una vida fugaz y efímera, vuestro inmaculado abrazo
en la región deliciosa prometida por vuestro Hijo. No, mi patria no puede ser
diversa de la vuestra, oh esperanza inmaculada de mi corazón, ni diverso del
vuestro puede ser el camino que conduce a ella. Con vos, oh María, marcharé por
la penosa senda de las contrariedades y de las cruces, con vos atravesaré el camino
de la humillación y de la penitencia, y con vos también, por la misericordia de
vuestro Hijo, llegaré a participar de la bienaventuranza con que Dios ha
premiado vuestra inmaculada virtud por los siglos de los siglos. Amén.
Tres
Ave Marías.
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