lunes, 9 de diciembre de 2019

MES DE LA INMACULADA - DIA NUEVE







9.
EL ARBOL DE LA CIENCIA
¡Cuál sencillo a la par que sublime es Dios en sus obras! ¿Qué cosa más sencilla que una mujer del pueblo, casada con un pobre artesano?... ¿Una mujer expuesta al peligro de ser abandonada por su marido, con grave detrimento de su honra... una mujer que, cumplido el tiempo, pare un hijo, que según la ley va a purificarse al templo: que hace una vida os cura é ignorada, que sufre persecuciones, ¿y que padece en lo íntimo de su corazón por las desgracias de su único hijo? ¿No es esa la historia de tantas otras infelices madres, cuyos nombres no se acostumbra a registrar en los anales de los pueblos por ser acontecimientos harto comunes? ¡Pero esa mujer es inmaculada, esa madre es una virgen, y esa desgraciada tiene por hijo a un Dios!... He ahí la sublimidad que no hubiera podido imaginar toda la sabiduría del hombre. Una inmaculada exenta de la pena del pecado, una inmaculada Virgen llena de gloria, y que se encubre con el manto de la penitencia: una inmaculada digna de ser ensalzada por toda la tierra, y que, si alguna vez puede encontrar las aclamaciones y el triunfo, otras muchas tienen que sufrir la ignominia; he ahí el sublime á el par que sencillo misterio,
que ha confundido a toda la humana sabiduría. Y de tal manera, que lo sublime ha llegado a ser la norma y la guía de lo sencillo y de lo común; y de tal modo, que María, la más sublime de las criaturas, presentando en sí el árbol de la verdadera ciencia del bien y del mal, ha mostrado, que trastornado el antiguo orden de cosas fabricado por el orgullo, la verdadera sabiduría de un Dios humillado había constituido otro totalmente nuevo, un orden según el cual los padecimientos, la pobreza y la desgracia no Son un mal, y la gloria, el poder y la riqueza no son un bien. ¿Con qué otro fin habría permitido Dios que la desgracia afligiese a una Virgen inmaculada, delicia de su divino corazón desde toda eternidad, sino para presentar nos un ejemplo vivo que nos fuese provechoso, y nos instruyese de que en el nuevo orden de cosas la desgracia suele ser un medio para proporcionarnos la felicidad? De ahí es que en María todas las clases, todas las condiciones, todas las circunstancias de la vida han encontrado su tipo conveniente. En ella, pobre y reducida a adquirirse la subsistencia con el trabajo de sus manos, se hallan representados los pobres y sus miserias; en ella, vástago decaído de una de las más ilustres familias, han aprendido los grandes á no fundar sus esperanzas en la vanidad de una mundana fortuna; en ella, llamada por un ángel llena de gracia; en ella, Madre del Redentor de las naciones, y que no se aplica sino el sencillo nombre de sierva, enseñó a los poderosos que la verdadera gloria consiste en la humildad. Hija inocente y llena de virtudes, inculca a los hijos la obediencia y la mansedumbre; pura é intacta en su cuerpo, es el modelo de las vírgenes; consagrada a Dios desde sus más tiernos años, nos avisa que debemos pensar con tiempo en la salvación de nuestras almas; Esposa casta, es el ejemplo de las casadas, rehusando el ser madre del Salvador por temor de infringir un voto, es la norma de los consagrados a Dios; Madre, que se somete a penosos viajes por salvar a su Hijo, que se afana por alimentarle, y que, una vez perdido, no cesa en sus anhelantes y no interrumpidas pesquisas hasta encontrarle, recuerda a los padres la protección, el auxilio y la vigilancia para con los hijos; privada de su marido en edad florida, y destinada con su Hijo a sufrir, enseña a las viudas a soportar una vida llena de privaciones; careciendo, por fin, hasta de su único Hijo, y entregada al cuidado de una persona extraña a su familia, nos muestra la paciencia en una vida solitaria, sin ningún con Suelo humano. Cuando sin dificultad creyó en inconcebible misterio que la había sido anunciado de la virginidad unida a la maternidad, nos ofreció la imagen de la docilidad con que debemos acoger los preceptos de la fe; cuando confió en su Hijo en medio de las contrariedades que parecía debían hacerla dudar de sumisión, vemos como a pesar de cualquiera opuesta apariencia debe permanecer firme nuestra confianza en el que es el verdadero fin de nuestras esperanzas; cuando madre del Rey de los reyes va a servir a Isabel en las más humildes faenas, comprendemos que ninguna idea de propia dignidad y de grandeza puede impedir a la verdadera caridad el hacer un beneficio al prójimo; cuando conservó la paz del corazón en las mayores angustias que puede padecer el corazón de una esposa y de una madre, nos enseña cómo se adquiere esa perfecta conformidad con la voluntad divina, que es el complemento de la caridad cristiana. Si marcha a su patria entre graves peligros y disgustos, destituida de toda clase de medios para hacer menos penoso el camino a sus delicados miembros, obedece al mandato del César, que la envía al pueblo natal de sus antepasados, es para enseñarnos a someternos a las leyes por más duras que sean; si, aunque no estaba literalmente obligada a ello, va a cumplir con la ley de la purificación en el templo, es para decirnos que ninguna razón ni pretexto es suficiente para dispensarnos de cumplir los preceptos de la Iglesia; y si, en fin, abandona su patria para cambiarla por un injusto destierro, es para de mostrarnos que el desterrado, aunque sea inocente, recordando que en el número de los proscritos se encontró también la inmaculada María, debe doblar su cerviz y resignarse a la humillación que la mano de Dios ha querido imponerle, y para recordarnos que todos somos desterrados en la tierra del llanto, y que sólo es nuestra patria el cielo: patria que podemos alcanzar con María, siguiendo el sendero abierto por su Hijo con sus contrariedades y su


CANTICO
Alabad, niños, a María: alabadla, doncellas, en el abril de la vida.
Alabad a María, oh esposas de un casto consorcio: alabadla, vírgenes, en la pureza del
Alabad a María, jóvenes, en el vigor de los años: alabadla, ancianos, en la declinación de la edad.
Alabad a María, oh padres, en los abrazos
de los niños: alabadla en la bendición de los
hijos.
Alabadla, sabios, en la elevación de la contemplación: alabadla, ignorantes, en la humildad del espíritu.
Alabadla, oh felices, alabadla, desventurados: alabadla y ensalzadla por los siglos.
Sea bendito el nombre de María, desde ahora por toda la eternidad.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
que preservó inmaculada a María, por los siglos de los siglos. Amén.


ORACION
¿Hasta cuándo, oh María, andaré buscando las dulzuras del reposo y de la paz en la amarga mansión del destierro y de las lágrimas? ¿Hasta cuándo miraré como mi patria esta tierra de ilusiones y vanidades, esta infeliz morada del orgullo y de la miseria? ¡Oh estado verdaderamente digno de compasión!... La alegría, los placeres y los honores me producen una impresión deliciosa: las privaciones y los dolores me parecen males insoportables; conozco muy bien que las dulzuras del mundo son las que más me alejan de la verdadera felicidad, y que sólo por medio de las privaciones y de los dolores puedo recobrar mi verdadera patria. Vos me dais un grande ejemplo, oh María: un ejemplo que, al meditarlo, invita a mi alma y me impele a seguirle. Aunque procuro buscar la oscuridad y el oprobio en esta tierra, a la prueba de un día sucederá para mí una eternidad de gloria, y a las fatigas y disgustos de una vida fugaz y efímera, vuestro inmaculado abrazo en la región deliciosa prometida por vuestro Hijo. No, mi patria no puede ser diversa de la vuestra, oh esperanza inmaculada de mi corazón, ni diverso del vuestro puede ser el camino que conduce a ella. Con vos, oh María, marcharé por la penosa senda de las contrariedades y de las cruces, con vos atravesaré el camino de la humillación y de la penitencia, y con vos también, por la misericordia de vuestro Hijo, llegaré a participar de la bienaventuranza con que Dios ha premiado vuestra inmaculada virtud por los siglos de los siglos. Amén.
Tres Ave Marías.



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