martes, 24 de diciembre de 2019

MES DE LA INMACULADA - DIA VEINTICUATRO



24.
LA LLENA DE GRACIA
Dos ángeles comparecen en la historia de la humanidad, para hablar con dos vírgenes inmaculadas: el ángel de las tinieblas y el ángel de la luz. Aquél se presentó para proponer una falsa grandeza en oposición a la ley eterna de Dios, éste fue a anunciar una verdadera grandeza conforme a la más perfecta conjunción con la naturaleza misma del Altísimo. Eva, la primera de las dos vírgenes inmaculadas, creyó al ángel de las tinieblas, y al momento llegó a ser la más abyecta de las cosas criadas. María, la segunda de las vírgenes inmaculadas, creyó al ángel de la luz, y llegó a ser la bendita entre todas las criaturas, desde el origen del mundo hasta la consumación de los siglos. Así
que, si la infausta caída de la primera nos incita a sentimientos de confusión y de dolor, la gloria de la segunda nos hace olvidar toda humana desgracia y hace gozar a nuestro ánimo las más celestiales dulzuras. Eva, establecida por obra de un benigno Criador, en una condición privilegiada, cuya inocente felicidad no podía ser turbada por ningún trabajo, ninguna pena, ni ningún dolor, se hallaba en estado de no poder incurrir en esas pequeñas infidelidades, que, si bien no destruyen la unión con Dios, merecen no obstante algún castigo. Pero desgraciadamente podía romper la integridad de su condición, y el anillo que la naturaleza y la gracia la habían dado para tenerla unida a su eterno principio: el anillo inmaculado, por el cual era un objeto de complacencia y de amor para Dios y para los ángeles. Eva, escuchando al ángel de las tinieblas, tuvo también la plenitud de la culpa. María por un privilegio inefable, permaneció inmaculada desde su concepción para poder ser digna madre del Redentor de la culpa. Inclinada a toda clase de virtudes desde su natividad, que fue como la aurora de nuestra regeneración, podía afortunadamente conceder su consentimiento para una dignidad que era inaudita en los siglos de la tierra. Esa dignidad, si bien de gloria a la para que, de dolor, podía conferirla tanta abundancia de dones superiores, cuanta fuese necesaria a la criatura más próxima al autor de toda santidad, cuanta pudiera caber en la madre de aquel que está lleno de toda gracia; y, en fin, de cuánto podría ser indispensable a aquella Madre amabilísima que, al parir el sol de justicia, difundió los rayos de su gracia, para disipar las tinieblas del pecado. Y María, escuchando al ángel de la luz,
tuvo también la plenitud de la gracia; Eva, esposa de Adán, fue el medio por el cual el Padre de los vivientes adquirió y difundió la culpa en toda su progenie. María, esposa y madre de Jesucristo, es el medio por el cual ese Padre de los vivificados en el Espíritu pudo adquirir nuestra semejanza y merecernos esa gracia que nos lavó de la culpa; y es también el medio por el cual ese Hijo amado, por el amor que profesa a su Madre inmaculada, se complace en difundir la misma gracia, para gloria del cielo y consuelo de toda la tierra. Y así como Eva sumió por primera vez a la naturaleza humana
en lo profundo de las miserias; María, esa Virgen inmaculada que Dios quiso conceder para que restaurase los daños causados por la primera, elevó al género humano al último grado de la perfección a que era posible ensalzará una simple criatura.

CANTICO
Bendecid a María, obras todas del Señor; alabad y glorificad a la inmaculada Madre de Dios.
¡Bendecid a María, oh ángeles del Señor! alabad y glorificad a la Hija predilecta de Dios.
Bendecid a María, santos del Señor: alabad y glorificad a la Esposa elegida de Dios.
Bendecid a María en la Concepción inmaculada: bendecidla en su inmaculado natalicio.
Bendecid a María en su inmaculada juventud: bendecidla en su inmaculada ancianidad.
Bendecid a María en la salutación del ángel: bendecidla en el abrazo del Salvador Jesús.
Bendecid a María al pie de la cruz: bendecidla en la resurrección del Hijo.
Bendigamos a María en el gozo: bendigamos a María en el dolor: alabémosla en su vida sobre la tierra: ensalcémosla en la eterna gloria
del cielo.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
que preservó inmaculada a María por los siglos de los siglos. Amén.


ORACION
Paz, alma mía descienda a mi corazón el dulce pensamiento de la suspirada de los siglos, que, alejándome del estrépito de este mundo, me eleve a hablar con la que es toda bella, con la hermosura del paraíso. Ah hablad a mi corazón, ¡oh inmaculada María! aunque rodeado de las pompas y vanidades de la tierra, prendada mi alma de vuestros celestiales atractivos, sólo se halla delante de vos. ¡Ah! hablad a mi corazón, oh Madre amable! habladle las palabras de la eterna vida, y con vuestros labios inmaculados difundid en él esa gracia de que fuisteis colmada. No pase un momento sin que me dulcifiquen el corazón vuestros amables acentos, ni una circunstancia sin que me indiquéis el bien que puedo sacar de ella, y los peligros de que debo huir. Vuestros coloquios, oh María, impondrán silencio a las pasiones, y producirán esa paz inefable que engrandece al alma delante de mí Dios; en ellos volveré a encontrar el manantial de esas lágrimas, que purificarán mi espíritu para hacerle más semejante á vos, y en ellos me habituaré fácilmente a los coloquios de ese Eterno Señor, cuya conversación forma el gozo de los bienaventurados en la bienaventuranza del paraíso.
Tres Ave Marías.




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