lunes, 23 de diciembre de 2019

MES DE LA INMACULADA - DIA VEINTITRÉS



23.
LOS DOS DOMINIOS
Así como hay dos órdenes de cosas, una terrestre y otra celeste, hay también dos especies de dominio, el de la naturaleza y el de la gracia. Adán, criado en la rectitud de una santa inocencia, recibió el mismo día en que apareció sobre lo tierra el cetro que le daba el dominio de la naturaleza: dominio que establecía su universal paternidad sobre el mundo de los hombres, y que le suministraba sobre los seres materiales una fuerza maravillosamente superior á la del hombre degenerado; dominio, en fin, que por la íntima sociedad establecida en un inmaculado consorcio, le comunicaba en algún modo a su dulce compañera. Este órden admirable de cosas, que habría dado al mundo de la naturaleza un aspecto totalmente diverso del que hoy día presenta a nuestros ojos, fue echado a perder por la soberbia de Adán: el poder humano quedó herido de muerte, la tierra produjo abrojos y espinas, y el hombre, criado para dominar, encontró escrito en todas las páginas de la naturaleza: «Has caído en el dominio del polvo». Pero Dios no dejó perecer también las obras de sus manos. Si un hombre por derecho propio pudo trastornar el órden de la inocencia, dejar caer de su cabeza la corona real y perder el dominio en que sólo su rectitud debía asegurarle, no podía de ningún modo impedir que la sabiduría del Eterno, con un rasgo de amor, que sólo puede encontrarse en un Dios, se valiese de nuestra misma debilidad para elevar sobre un nuevo Adán el trono de un segundo dominio infinitamente mucho más excelso que el primero, el dominio de la gracia. Pero todo ese misterioso procedimiento, en que se hallan mezcladas las humillaciones y las grandezas, los envilecimientos y las glorias, todo ese prodigio del amor y de la sabiduría, no fue comenzado sino con él con sentimiento de María, y no se consumó sino en su inmaculado seno. Sólo a criaturas inmaculadas había sido concedido desde el principio el dominio de la naturaleza, y sólo una Virgen inmaculada debía producir el dominio de la
gracia. Si un Dios se encarnó para conceder al hombre una plena participación de su divina naturaleza, para elevarle a la dignidad de Dios, fue en el seno purísimo de María. Si un Dios se conformó a tomar la debilidad del hombre para que este consiguiese el poder de Dios, fue en el seno sin mancha de María. Si un Dios se sujetó al dominio de la naturaleza para que un hombre adquiriese el dominio de la gracia, fue en el seno inviolado de María. Y María, en la perene belleza de una inmaculada inocencia, participó del dominio de la gracia. Ese Hijo divino, que en su vida sobre la tierra no manifestó su poder sobrenatural sino por las instancias de María, nos quiso recordar que el imperio de un hijo respetuoso se halla sometido a la madre. Ese don precioso de la divinidad, el don de la gracia, se encontraba en la más tierna de las vírgenes: el precio de la redención fue colocado en el seno de María, como lo había sido su autor. María, verdadera madre de la gracia, se halla todavía destinada á abrirnos las puertas de la gloria en los cielos.


CANTICO
¡Siempre os amaré, oh inmaculada María! Vos sois mi fortaleza, mi refugio, mi esperanza. Me rodean unos dolores de muerte: el peso
de mis iniquidades me abruma, y me estrechan
los peligros del infierno.
En las tribulaciones me dirijo a vos: á vos, ¡Virgen inmaculada! Oíd mis lamentos.
A vos he expuesto cuál ha sido mi vida, y vos pusisteis mis lágrimas delante de vuestro
Corazón
Cambiasteis en gozo mis suspiros, rompisteis mis cadenas y me inundasteis de vuestra alegría.
Coloca, corazón mío, tu reposo en la Virgen bendita; ella te sustraerá de la muerte del
espíritu.
Enjugará las lágrimas de tus ojos, quitará las cadenas de tus pies, y te hará siempre
acepto al Señor en la región de los vivientes. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
que preservó inmaculada a María por los siglos de los siglos. Amén.


ORACION
Las delicias de la tierra, oh María! no pueden saciar los deseos de mi espíritu: no son las grandezas de un mundo transitorio las que pueden formar mi felicidad; quiero reinar, ¡oh María! pero el reino que yo deseo es el más apetecible de todos los reinos de la tierra, un reino que no puedo tener sin vos, que me debe colocar a vuestro lado y hacerme bienaventurado juntamente con vos. Pero antes me es necesario otro reino, oh Virgen inmaculada para poder después ver cumplidos todos mis votos: el reino sobre este corazón siempre rebelde a la virtud, el reino sobre las pasiones desordenadas, que me arrastran muy lejos de la patria bienaventurada. Sujetad vos una vez este corazón tan mudable, oh María! y haced que domine la gracia en donde hasta ahora han ejercido su imperio las pasiones, para que pueda llegar algún día a vuestro reino y a vuestro divino Hijo con el vestido de la paz, del amor y de la misericordia, y pueda oír resonar en mi alma aquellas dulces palabras: «Ven, oh hija bendita de mi inmaculada Madre, ven a poseer el reino que desde el origen del mundo se halla preparado para los hijos de María.
Tres Ave Marías.



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