MES DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA
SANTÍSIMA
ORACIONES INICIALES
L: Abrid, Señor, mis labios
R: Desatad mi lengua para
anunciar las grandezas de la Virgen in maculada, y cantaré las alabanzas de
vuestra misericordia.
L: Venid en mi auxilio, o Reina inmaculada
R: Y defendedme de los
enemigos de mi alma.
Gloria
al Padre, gloria al Hijo y al Espíritu Santo, que preservó inmaculada a María
por los siglos de los siglos. Amén.
HIMNO
Oh Madre dulce y tierna
Oye la triste voz,
La triste voz del mundo,
Quete demanda amor.
Salve, salve, Inmaculada,
Clara estrella matutina,
Que los cielos ilumina
Y este valle de dolor;
Tú, con fuerza misteriosa
Por salvar la humana gente,
Quebrantaste la serpiente
Que el infierno suscitó.
Salve, salve, Madre mía,
Tú bendita por Dios eres
Entre todas las mujeres
Y sin culpa original.
Salve, oh Virgen! esperanza
Y remedio apetecido
Del enfermo y desvalido,
Y del huérfano sin pan.
Tú del nuevo eterno pacto
Eres arca y eres sello;
Luz espléndida, iris bello
De la humana redención.
Tú llevaste en tus entrañas
El que dio á la pobre tierra
Paz y amor, en vez de guerra,
Ya sus crímenes perdón.
Eres bella entre las bellas,
Eres santa entre las santas,
Alabándote a tus plantas
Coros de ángeles están.
Resplandece tu pureza
Más que el campo de la nieve,
Y de ti la gracia llueve
Sobre el mísero mortal.
Virgen cándida, cual lirio,
Eres fuente cristalina
Donde el triste que camina
Va á calmar la ardiente sed.
Gentil palma del desierto,
Que da sombra protectora
Al que su piedad implora
Consagrándole su fe.
¡Gloria al Padre, Gloria al Hijo,
¡En la tierra y en el cielo!
¡Gloria al que es nuestro consuelo,
Al Espíritu de Amor.
Y la Virgen sin mancilla
Siempre viva en la memoria,
Y en su honor repita Gloria
Nuestro amante corazón.
1.
LA INOCENCIA
A
la historia de la humanidad, historia que cuenta tan pocas glorias y tantas
desventuras, no era posible dar un principio más bello ni más sublime que el
que la cupo en suerte. La primera escena en que aparece la humana naturaleza,
es para tomar posesión de ese orden admirable del universo, y de cuanto más
tierno, más interesante y más augusto puede imaginarse, no diré únicamente por
la mente humana, expuesta a los dolores, las amarguras y la desgracia, sino por
la mente angélica, habituada a las más elevadas contemplaciones del poder del
Criador. No había entonces lágrimas, trabajos, tribulaciones ni muerte; un jardín
plantado por la mano del mismo Dios, adornado con todas las bellezas de la
naturaleza, y colmado de las bendiciones del cielo, era la mansión bienaventurada
de los dos únicos habitantes de la tierra. El mismo Señor los gobernaba, y
reinaba entre ellos la paz, porque eran inocentes. No tenían más vestido que el
de la inocencia, ni más pensamientos ni palabras que los de la inocencia, y
Dios se complacía en hablar con ellos, y mandará las hermosas criaturas, que
eran el adorno del cielo; por manera que Dios, los ángeles, el hombre y la
mujer formaban un feliz consorcio: el de la inocencia. Pocos momentos después
todo había cambiado: desapareció como un relámpago la terrestre bienaventuranza;
un ángel empuñó una espada de fuego, y lanzó del paraíso a los que le
habitaban; la muerte siguió muy de cerca de la culpa, y se apresuró a herir la
cabeza de
los
culpables; el infierno, dando espantosos bramidos, ¿abrió sus puertas... y la
inocencia? ¡Ah! la inocencia, esa hermosa prerrogativa del paraíso, fue
abandonada, despreciada y reemplazada por la humana soberbia: Dios la recogió
en sus brazos y la colocó en María. He ahí, la dijo: «0h, tú, bendita entre
todas las mujeres; he ahí ese don precioso que conservarás como el anillo de
esposa, el anillo de amor que deberá reunir otra vez las criaturas con su Criador».
Y aunque María no estaba todavía bajo el dominio del tiempo, se hallaba ya
concebida en el pensamiento de Dios, recibió con júbilo el don celestial;
consigo le llevó al seno de su madre, la sacó nuevamente a la luz del día, y consigo
hizo que se la prestase otra vez el homenaje más grato al Señor, el homenaje de
la criatura inocente. Aquel fue el feliz momento en que la tierra recobró
aquella inocencia que había gozado en sus primeros instantes, y cuya pérdida debía
llorar hasta la consumación de los siglos. Aquel fue el bienaventurado momento
en que dirigiendo Dios una mirada a la tierra, pudo encontrar un objeto que no
mereciese su ira, un objeto que le invitase con un suspiro de inmaculado amor a
desplegar la misericordia establecida en los eternos decretos. ¡Salve, oh dulce
momento!... ¡Salve, oh inmaculada Virgen María!... ¡Salve!... ¡Salve!...
CANTICO
Entonemos a María un nuevo cántico; felicitemos a la
Señora de nuestra alegría.
Corramos a su encuentro con alabanzas, y
ofrezcámosla los cánticos de nuestro corazón.
Porque es la Virgen inmaculada, la bendita
sobre todas las criaturas.
Porque fue la que acogió la inocencia en su
pecho, y la estrechó en él, como una tierna
madre a su hijo.
Abrazó a la inocencia, y se hizo más hermosa al
hallarse en sus brazos.
La inocencia era hermosa colocada en el árbol de la
vida; pero lo fue mucho más recogida en el corazón de María.
Era hermosa la inocencia adornada con la
serenidad del cielo del paraíso; pero adquirió
mucha mayor belleza con la dulce y apacible
serenidad de los ojos de María.
Era hermosa la inocencia con las delicias del
paraíso de Edén; pero acrecentó su hermosura
inmaculada de María.
Sonrió la inocencia en sus brazos, y aquella
sonrisa fue recogida en las alas de los serafines.
Volaron al cielo con aquella preciosa sonrisa: era la
sonrisa de la inocente María.
Y fue festejada en el cielo por las potestades
y dominaciones y por los querubines y serafines.
Y la ensalzaron las virtudes y los principados, y los
arcángeles y los ángeles exclamaban:
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
que ha conservado inmaculada a María por los
siglos de los siglos. Amén.
ORACION
¿Con
qué expresiones podré ensalzaros, oh inmaculada María? Despojado por la falta
de Adán de aquella inocencia que debía ser mi herencia, he adquirido otra
segunda inocencia, que el divino Redentor me conquistó con su preciosa sangre. La
hizo descender sobre mi cabeza con el agua del santo Bautismo, y mi alma,
purificada de la culpa, brilló como una estrella en el firmamento. ¡Ay! ¿por
qué no ha permanecido siempre en un estado tan feliz? ¿Con qué júbilo podría
pensar ahora en vos, oh María? ¿Con qué confianza podría presentarme a
saludaros, oh inocentísima entre todas las criaturas? Os ofrezco un corazón,
que fue redimido por vuestro Hijo inocente. ¡Ay de mí! Si es muy duro el recordar
los tiempos felices en los días de tribulación, todavía es más amargo el recordar
los venturosos momentos de una inocencia que ya no se posee. Desaparecen los
años, y van a perderse en el seno de la eternidad; bórrense los días de la
desgracia, dejando expedito el camino a horas todavía más desventuradas; pero
cuando la inocencia llega a perderse, no vuelve a recobrarse jamás... El tiempo
en que podía ofreceros un corazón inocente ha pasado... Han trascurrido largos
años antes de que pudiera conocer el valor de tan precioso tesoro. ¿Qué me
queda que ofreceros ahora sino la confusión que produce en mi espíritu una consideración
tan funesta? Madre inmaculada de un Dios de misericordia que no desprecia jamás
a un corazón contrito y humillado, dignaos acoger benévolamente los afectos que
en el curso de este mes me propongo ofreceros; serán viles, imperfectos é
indignos; más, sin embargo, los elevaré hacia vos, para que los hagáis más
aceptos, cubriéndolos con esa aura de inocencia, que siempre acompañó todos vuestros
actos y vuestras obras. Así, cuantas veces me dirija al trono del Altísimo,
podrá, por medio de vuestra intercesión, ser admitida mi oración, para salvación
de mi alma y honra y gloria de Dios, que tanto os ha amado, y que nos ha
concedido a nosotros, pobres miserables, el poder ser partícipes del fruto de
vuestra inmaculada concepción.
Tres
Ave Marías.
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