2.
LA CREACIÓN
En
el principio crió Dios el cielo y la tierra. ¡Cuán sublime es el considerará
Dios mandando salir a la naturaleza de la nada! Lo quiso, y con sólo anunciar
su voluntad, aparecieron los cielos, se pusieron en movimiento los astros, y
giraron en derredor de sus centros los planetas. Lo quiso, y se colocó sobre
sus fundamentos la tierra, se adornó con las plantas, se embelleció con las
flores, y se fertilizó con los frutos. Lo quiso, y he ahí que apareció el hombre,
que, guiado por el mismo Dios, con la frente elevada, tomó posesión del Edén,
como rey de la creación. Mansión regia, que Dios fabricó para aquel ser predilecto:
morada embellecida y alegre con las primeras armonías del canto de los ángeles,
el murmullo de las aguas y el susurro de los céfiros en el jardín del paraíso: mansión
iluminada durante el día por un sol que parecía no resplandecer sino para Ella,
y hermoseada por la noche por un firmamento que desplegaba sobre ella la
inconcebible multitud de las estrellas, a manera de una corona. Pero Dios había
establecido desde la eternidad el formar otra mansión regia, tanto más hermosa
que la primera, cuanto lo celeste sobrepuja a lo terreno. Aquella estaba destinada
a un hombre, a un puro hombre, sujeto al pecado, pero esta debía servir de pabellón
á un Hombre-Dios, reparador del pecado; aquella era la muestra de la Majestad
divina, que se ostentaba con una pequeña señal de su omnipotencia, esta debía
ser la expresión de la amabilidad de un Dios que quería mostrar toda la
plenitud de su amor. Lo quiso, y he ahí formada esa divina mansión, no con las maravillas
de la naturaleza, sino con los portentos de la gracia; la naturaleza puede
sembrar de rosas y jazmines un trono terrenal: puede refrescarle con las auras
más puras de la primavera: puede alegrarle con las más suaves armonías, e
iluminarle con las más hermosas luces del firmamento; pero sólo la gracia puede
preservará un corazón de toda mancha, y sólo un corazón que amase con un amor
inmaculado, era la morada digna de recibir al Amor Eterno. Lo quiso, y he ahí
establecerse sobre la tierra, hermoseada con la belleza divina, esa mansión regia
bienaventurada, la deseada por los Patriarcas, la predicha por los Profetas, el
consuelo de las naciones, la inmaculada María. Las virtudes que la adornan son
más hermosas que las rosas y las azucenas, más suave que el céfiro: el hálito
de su inocencia penetra en el corazón y le llena de una inefable dulzura: más deliciosos
que las externas armonías, sus afectos y suspiros entonan un cántico de desconocida
melodía: más resplandeciente que cualquiera lumbrera del Empíreo, el sol de la
eterna sabiduría alumbra todos sus receptáculos: más numerosos que las
estrellas del firmamento, los rayos de la gloria sempiterna van a posarse sobre
ella, como sobre un trono purísimo, conservada por la misma divina Triada desde
el principio de los infinitos siglos de la eternidad. ¡Oh! ¡cuán hermosa es la
inmaculada María!...
CÁNTICO
Cuán amables son, oh María, los tabernáculos
de vuestro corazón... mi alma arde en deseos
de vos.
Yo os celebraré entre los pueblos, oh Reina
de las vírgenes, y os cantaré salmos entre las
naciones.
Pues que vuestra hermosura es tan grande,
y tan superior a todas las delicias de la tierra.
Mostraos sobre los cielos, oh María, y nuestros ojos
tendrán un placer inmenso y una dicha en ver tanta gloria.
Pareceréis más bella que las estrellas del firmamento;
todo lo oscurecerá vuestro resplandor.
Vuestra luz será más plácida que la de la luna; más
deliciosa y benéfica que la de la aurora
Vuestro corazón se verá tan marcado como
el sol, y sobre él se hallarán grabados los di
vinos caracteres: asiento o silla de la sabiduría.
Despierta, alma mía; dilata las fibras del corazón, y entona
un himno de amor.
Invita al Oriente y al Ocaso, al Mediodía y al Septentrión
á que unan sus voces a tu cántico.
De una en otra hora se prolongue la armo
nía, y ni aún el silencio de la noche interrumpa el
salmo de la alabanza.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo que
preservó a María inmaculada, por los
siglos de los siglos. Amén.
ORACIÓN
Muchas
veces, oh María, me acerco a la mesa de vuestro divino Hijo, y mi corazón
quiere servir de morada al eterno Amor; ¡pero cuán diversamente que el vuestro!...
¡El vuestro, inmaculado, se halla adornado de virtudes emanadas del cielo el mío,
lleno de manchas y de los vicios de la tierra! Para celebrar la hermosura del
vuestro, no son suficientes las palabras; más abundan las frases para poner de manifiesto
y hacer odiosa la deformidad del
mío.
No hay en la naturaleza imágenes adecuadas para describir el vuestro, así como
no hay nada bastante despreciable para representar el mío. La oscuridad de una
noche sin estrellas es nada comparada con las tinieblas de mi espíritu, y una
tempestad que trastorna la naturaleza es insignificante en parangón de la perturbación
y las agitaciones que con harta frecuencia las pasiones suelen suscitar en mi
pecho. Sede Inmaculada de esa Sabiduría que reside en el vuestro para dispensar
la gracia y la vida a la mísera humanidad, iluminad mi espíritu, in fundid la
paz en mi corazón, para que, al recibir otra vez a vuestro divino Hijo, pueda
mi alma llegará ser un templo no indigno de ese Espíritu Santo, único que puede
conducirme a participar con vos en el cielo de la gloria de vuestra inmaculada Concepción.
Tres
Ave Marías.
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