martes, 3 de diciembre de 2019

MES DE LA INMACULADA - DIA TRES




3.
EL COMPLEMENTO DE LA CREACION
Hallábase ya establecida la armonía de la naturaleza: la hermosura de sus primeros momentos estaba enriquecida a un mismo tiempo por la suavidad de la primavera, el esplendor del estío y la abundancia del otoño, y producía un éxtasis de maravilla y de amor en el inocente Adán. ¡Pero se encontraba solo!... Dotado de la palabra, no tenía quien le escuchase; era inclinado a la sociedad, y carecía de una dulce compañía; deseaba posteridad, mas no había para él esperanza visible de tenerla; rico con la grande herencia del universo, no sabía a quién dejarla, ni con quien compartirla; estaba solo, más solo que hasta el más ínfimo animal; y mientras que todos los seres se hallaban provistos, según su actitud, de cuanto les era necesario, sólo el hombre carecía de un semejante suyo. Podía muy bien propagarse su generación por obra del poder divino; más la dignidad de su naturaleza hubiérase envilecido
y hecho inferior a las de los animales que se propagaban por su propia virtud. Podía conversar con su divino Hacedor; pero éste era demasiado grande para familiarizarse con él. Podía gozar de la compañía de los ángeles, a los cuales era poco inferior; pero, aunque con formas corporales, eran puros espíritus, y no podía hablarles como de semejante a semejante. Por tanto, era necesaria una nueva criatura en la que pudiese ver su propia semejanza, y que pudiera formar la base de aquella sociedad, a que tan naturalmente se hallaba inclinado. Entonces fue cuando Dios, para dar la última perfección a su grande obra, formó la más dulce de las criaturas, la compañera inseparable del hombre, la mujer. Con ella tuvo complemento la naturaleza humana; por ella debía propagarse la generación de los inmaculados sobre la tierra; y por ella, en fin, el próvido Dios, que nada hace en el orden de la naturaleza sin coordinarlo con el de la gracia, preparó al hombre un auxiliar aptísimo, no tan sólo para sus necesidades naturales, sino también para las espirituales. Con la dulzura de su índole, debía ella dar un inocente reposo a sus altas contemplaciones, con la amabilidad de sus modales hacerle siempre más grato el cielo; y, en una palabra, debía formar su verdadera gloria. ¡Ay! ¿por qué ese amable ministerio de la mujer se convierte a veces en instrumento para arrastrarle a la culpa? Dios remedió otra vez el daño causado por la culpa; suspendió por un instante la ley que sujetaba al pecado a todo el género humano, y formó otra mujer tan inocente como la primera, pero la colmó de los tesoros de su gracia para que no fuese tan caduca. Esa mujer inmaculada fue María. Por ella se llevó a cabo la redención de aquella naturaleza que había pecado; por ella la generación de los redimidos fue una generación de hermanos del Redentor. Podía Dios obrar la reconciliación de la humanidad, sin servirse del ministerio de una mujer, pero la humana naturaleza no hubiera adquirido la dignidad de tener por hijo suyo a un Dios. El redimido hubiera podido ofrecerá Dios reconciliado sus afectos, pero aquél habría permanecido siempre bastante distante si una Madre inmaculada no le hubiese hecho hermano suyo. Por ese medio la misericordia de Dios nos restituyó con la redención la inmaculada compañera, el auxiliar semejante a nosotros, que nos hiciese más soportable nuestra peregrinación sobre la tierra. En medio de las asechanzas que los estímulos de la carne, la vanidad del mundo y la malicia del común enemigo nos tienden a cada paso, María, esta dulce guía, digna de toda nuestra confianza, vela por nuestra salvación, nos tiende una mano protectora para apartarnos de los tropiezos, y vuelve a nosotros sus compasivos ojos, como si quisiese decirnos: Sé muy bien que sois débiles, y os allanaré el camino; Dios me ha dado suficiente fuerza para poneros a salvo.


CANTICO
Alabad, naciones, a la inmaculada María:
pueblos todos, celebradla.
Porque su ayuda se ha confirmado en nos
otros, y su protección se halla en lo eterno.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
que preservó inmaculada a María, por los siglos de los siglos. Amén.


ORACION
Rodeado de tantos seres, cuya belleza, aunque frágil é imperfecta, es no obstante demasiado lisonjera para fascinar un corazón tan débil como el mío, ¡cómo podré dirigir mis pasos por el camino de la vida sin desviarme del sendero recto, si Dios no hubiese presentado ante mis ojos vuestra hermosa imagen, oh in maculada María! Vos, tan superior a toda terrenal belleza, nos inclináis dulcemente a seguiros por el camino de la virtud; vos, exenta de toda mancha de culpa, ofreces una guía segura al pobre peregrino en este valle de asechanzas. ¿Me será posible apartarme del feliz sendero, siguiendo los impulsos de la gracia de que sembráis mi camino, con lo que, no sólo me le hacéis menos difícil, sino que me lo allanáis con vuestra amable protección? Y, sin embargo, ¡doloroso es pensarlo... Ay! ¿cuántas veces, a pesar de la dulzura que me habéis prodigado, abandonando vuestra guía, he cedido a las ingeniosas apariencias de las cosas terrenas? ¿Cuántas veces, despreciando el bien que me presentabais, me he dejado llevar de los alicientes que el mal ofrecía a mi corrompida naturaleza? ¿Cuántas veces, lejos de servirme de la más hermosa de las criaturas para practicar la virtud, me ha ofuscado el falso brillo de la belleza de criaturas inferiores, para engolfarme en el vicio? ¡Vos queríais elevarme a la estabilidad del cielo y yo he preferido arrastrarme en la caducidad de la tierra; vos me ofrecíais delicias inmortales, y yo he escogido las perecederas; vos queríais dar la paz a mi espíritu lejos de las mundanas agitaciones, ¡y yo he buscado en las ilusiones del mundo pábulo para mis pasiones! ¡Ah! no más, inmaculada María, ¡no más! Pongamos término al desvanecimiento de mi corazón; sea este el momento en que me ponga definitivamente bajo vuestra guía, para no abandonarla jamás... pero soy muy débil, extremadamente débil; y si no hacéis uso de todo el poder que Dios puso en vuestro brazo, me volveré a perder en la intrincada selva de las humanas pasiones, en que tantas veces me he visto enredado. Confío en vuestro auxilio, oh Virgen inmaculada; interceded con vuestro divino Hijo, y mi alma, pasados tranquilamente los días de la peregrinación, no será confundida en la eternidad.
Tres Ave Marías.



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