4.
LAS DOS REINAS
No
se sabe con certeza cuánto tiempo duró la felicidad humana en el paraíso. Apenas
leemos en la sagrada Historia la inocencia de nuestros primeros padres, cuando se
presenta a nuestros ojos la época de la culpa y de la desventura. Muy breve
debió ser aquel tiempo. El proceder de Eva en su tentación nos da a conocer, que,
durante el período de la inocencia, aquella madre de los vivientes se complacía
en alejarse de su esposo, acaso para contemplar las bellezas de la tierra. Son
tan pocos y tan preciosos... los momentos de la primitiva inocencia, que apenas
pueden ser perceptibles para nuestros ojos. ¿Cuán placentero es, cuán fecundo
en sublimes consideraciones, aún en un tiempo tan remoto como el nuestro, el
representarnos en nuestra mente a esa reina de la creación bajo un cielo sereno
y puro como su corazón, que se dirige a aspirar la dulce y suave aura de una
mañana realzada con toda la virginidad de la naturaleza, y contempla extasiada
la belleza del universo con la mirada de la sabiduría y con el pensamiento de
la divinidad?... Su corona no es de oro ni de piedras preciosas, y no se halla
adornada con fausto ni con pompa: es una reina que no necesita ningún distintivo
para hacer que resplandezca su dignidad. Su corona es la inocencia; su pompa,
un cuerpo intacto y un alma pura. Sus deseos se ven satisfechos, porque son
inocentes, y porque después de Dios es el único consuelo de su esposo: toda la
naturaleza la obedece; para ella no tienen ira las fieras, alas los ángeles, ni
pies los más tímidos animales. ¡Cuán bella hubiera estado sino hubiese sido
caduca!... Trascurrieron los siglos, y Dios puso otra Reina sobre la tierra, la
reina de la redención. También esta era virgen inocente, pero mucho más sublime.
Aquella era inocente, cuando todo era inmaculado, cuando toda la naturaleza,
plantas, flores y brutos se hallaban intactos, y todo puro, entero y en su
primitiva belleza; cuando todavía el huracán no había abierto el abismo del
mar, ni el granizo destruido los campos, ni el rayo derribado los árboles, ni
la culpa inundado el mundo. Esta era inmaculada, cuando toda la naturaleza se
encontraba contaminada por el pecado, cuando las fieras se habían retirado a
las selvas por no obedecer al hombre, cuando los montes con sus guaridas recordaban
los destrozos del diluvio, cuando las guerras habían escrito con caracteres de
sangre la historia de las pervertidas generaciones, cuando los azotes de la ira
divina se habían hecho ya sentir sobre la tierra delincuente, cuando el
hallarse un ser inmaculado era una gracia inconcebible de la misericordia del
Señor. Aquella lo podía todo sobre las naturalezas inferiores: ésta se eleva
sobre el firmamento, domina las potestades de los cielos, y se sienta al lado
de su Criador. Nada se niega a tan poderosa Reina: son puros sus deseos, y Dios
la ama como a una tierna hija, la respeta como Virgen Madre, y la honra como
Esposa inmaculada. No es terrenal su corona, ni de fango sus pompas: la gloria
celeste, en medio de las estrellas del firmamento, sirve de diadema a su frente
inocente; la gloria de su divino Hijo forma su pompa. ¡Cuánto ha ganado la
humanidad con perder a la Reina de la creación, pues movió a Dios a concederla
la inmaculada María
CÁNTICO
Yo cantaré la benignidad del Señor, y haré
notoria su misericordia a todas horas.
Porque dijo: Yo fundaré una nueva progenie: la
progenie de los redimidos, y estableceré una Reina inmaculada sobre el trono de
mi
misericordia.
Celebran los cielos vuestras maravillas, oh
Señor; pero la inmaculada María es el espejo
más bello de vuestra bondad.
Porque ¿qué hay en los cielos que iguale a María, ni
en la tierra que se asemeje a la inmaculada Reina?
Ella renueva la faz de la tierra con su aparición, y
la mansión de la culpa y de la desgracia ve abrírsela las puertas del cielo.
Ella enseñorea la altivez del corazón, y apa
cigua violentos impulsos con su mirada.
A una señal suya, las nubes se extienden so
pre los agostados campos, y los vientos y las
lluvias llegan a ser un manantial de bienes y de
felicidad.
Cuando estalla la tempestad y el trueno,
mensajero de vuestro poder, aterra a los mortales, su
mano hace que vuelva a aparecer el
sol, y el cántico de la alegría sucede al silbido
del huracán.
Y los montes, los valles y las selvas resuenan
con su nombre inmaculado, y el firmamento
ostenta un resplandor más puro y más sereno.
Vuestra es, Señor, la gloria, porque habéis
colocado el poder en los brazos de María.
Vos la habéis enaltecido sobre los ángeles,
la habéis coronado de gloria y de amor, y la
habéis enseñoreado sobre todas las obras de
Vuestras manos.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
que preservó inmaculada a María, por los siglos de los
siglos. Amén.
ORACIÓN
¿Cuánto
tiempo ha durado, oh inmaculada Virgen María, no digo mi inocencia, sino el estado
de penitencia que vuestro divino Hijo me ha concedido, para que pudiese evitar
la condenación tan merecida por mis culpas? Mi vida no es más que una
alternativa continua de promesas y de infidelidad, de arrepentimientos y transgresiones,
de confesiones y de pecados. Si mil veces hubiese sido colocado en un paraíso
terrenal, otras tantas habrían sido expulsado de él. ¡Ay! no es mi paraíso el
que con tanta frecuencia he perdido por seguir mis caprichos: el paraíso
celestial, la sede misma del Dios omnipotente, el trono en que vos, María, habéis
sido coronada Reina, y desde el que me tendéis los brazos, Reina mía, a la par
que mi abogada y mi protectora. ¡Por piedad, no permitáis que me aleje de
ellos! Vos, que por la bondad infinita del Señor habéis sido elegida para
coadyuvará la obra de la redención, dominad este corazón redimido, aunque rebelde
a su Redentor. Vos, a quien nada puede negar un Dios que os ha hecho
dispensadora de sus misericordias, obtenedme el que de aquí en adelante esté
siempre unido con Vos, para que algún día pueda gozar de ese paraíso celestial,
que ha querido adornar con vuestra inmaculada imagen.
Tres
Ave Marías
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