jueves, 5 de diciembre de 2019

MES DE LA INMACULADA - DIA CINCO




5.
LAS DOS REINAS
Si el primero de los días honró a la Reina de la creación prodigándola todas sus delicias, y alumbrando su camino con los rayos de un sol, que parecía inclinarse obsequioso en servicio Suyo; y si, en suma, todo propendía a proclamar la Reina de la tierra, la primera de las noches apareció para decirla, tú no eres la Reina de los cielos. La infinidad de estrellas colocadas a una distancia demasiado grande, para ser examinadas según el antojo humano, y obedientes a una ley admirable, de ningún modo sujeta al imperio del hombre, aunque inocente, al paso que le imprimían en el más alto grado el sentimiento de la grandeza de Dios, le hacían conocer toda su pequeñez, como si le dijesen con su majestuoso silencio: «Tú no eres más que un gusanillo colocado en uno de los globos más pequeños, destinado a recorrer con nosotros el espacio del Universo.» ¡Cuán diferente es la Reina de la redención!... Mientras que los cielos no cesan de narrarnos la gloria de Dios: mientras una fácil inducción nos impele a suponer en aquel prodigioso número de astros la existencia de seres semejantes a nosotros en algún modo: mientras que la ciencia nos hace componer de todo lo creado un coro inmenso, para entonar el himno eterno de la gloria inefable del Criador, cruza por nuestra mente el pensamiento de si entre aquellos maravillosos soles, que la mano del Omnipotente ha sembrado á millones por el espacio sin límites, se encontrará alguna criatura más gran dé, a al menos semejante a María. Acaso seres puros e inocentes viven en regiones no manchadas por la culpa ni heridas por la muerte... pero ¿qué más puro que ella, observa santo Tomás, que es lo más puro que puede haber en todo lo criado? ¿Quién más inocente que la inmaculada María Madre del Autor de toda vida, del principio de toda santidad? Esplendorosos habitantes, dotados de toda perfección, ofrecen allí quizá un espectáculo que excede en mucho a la limitada esfera de nuestra imaginación... pero ¿qué más esplendente que ella, añade san Ambrosio, que fue elegido entre los esplendores del Eterno? ¿Quién más perfecto que ella, en la cual, según dice el Doctor Angélico, aparece cuánto puede haber de más perfecto? Por más que nuestro pensamiento se afane en vagar por el espacio de los cielos, cuanto supongamos más grandioso, siempre será muy inferior a la Virgen inmaculada, y cuanto se pueda idear de más sublime, no llegará ni con mucho a su sublimidad. Esta Virgen gloriosísima, espejo más
terso que el más tersísimo cristal, que la divina virtud ha formado para representar la sabiduría del supremo Artífice, no es aventajada sino por el Eterno, que quiso preservarla inmaculada, para hacerla su elegida Madre, las
delicias de su bondad, la Virgen única unida a Él en tan sumo grado, que no se pudiese alcanzar otro mayor sino llegando a ser Dios. Si la sabiduría del Padre nos hubiese manifestado algunas menos de sus perfecciones, podríamos imaginar entre los astros alguna igual cuando menos á María. Pero el que hizo a María más bella que los querubines y los serafines, la elevó sobre todos los coros de los ángeles. El que permitió a la ciencia investigar las leyes del firmamento, para hacer inmensa la idea de la divina Majestad, y para hacer resplandecer la gloria de María, parece haber querido dejar escrito de una manera misteriosa sobre la esfera de las estrellas. Única es la ley que gobierna los cielos y la tierra, como una mi naturaleza, una mi eterna operación y única también es la Reina de los cielos, única la perfecta mía, la Paloma mía, la Inmaculada mía.


CANTICO
Alabad á María, vosotros, los que estáis en
los cielos; alabad y celebrad a vuestra inmaculada Reina.
Alábala, sol, con tus destellos de la mañana,
tu resplandor del mediodía, y con los últimos
rayos de la tarde.
Alábala, oh luna, con la plenitud de tu luz;
alabadla, estrellas, con vuestro brillo en el firmamento.
Alabad a María, cielos de los cielos; alabadla
y ensalzadla por todos los siglos.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
que preservó inmaculada a María, por los siglos
de los siglos. Amén.


ORACION
¿De qué me serviría, oh inmaculada María, el que hayáis sido elevada á tan alto grado de perfección, si yo hubiese de permanecer en vuelto en tantas imperfecciones como las que rodean mi corazón? ¿De qué me serviría el que
vos seáis más bella que las estrellas del firmamento, si yo prosiguiese en asemejarme cada vez más a las tinieblas del abismo? ¿De qué me aprovecharía el que seáis vos la gloria más sublime de toda la creación, si yo hubiese de ser su oprobio? ¡Ah! vos purísima entre todas las criaturas, ¡sed esa inmaculada Esposa, que enamore mi corazón con una prerrogativa tan bella, que pudo haceros digna de ser Madre de un Dios! Vos, más resplandeciente que la estrella de la mañana, sed ese inmaculado esplendor que ilumine mi espíritu con la luz de una gracia, de que un Dios misericordioso os hace dispensadora benigna. Vos, la Virgen más sublime de la tierra y del cielo, sed la inmaculada protectora que eleve mi mente, para que despreciando las cosas fútiles y mezquinas de acá abajo, pueda nutrir con las cosas más elevadas del cielo el resto de mi vida, que ya se aproxima al punto que vuestro divino Hijo ha establecido como término de su peregrinación sobre la tierra. En aquella hora tremenda, oh María, en esa hora de amargura y de terror, ¿cuál sería mi confusión sino pudiese confiar en vuestra protección, oh amable refugio de los pecadores, oh inagotable consuelo de mi corazón, oh dulce esperanza del alma mía? Asistidme, pues, desde ahora, oh Virgen bendita, a fin de que teniendo fija mi vista en vos, espejo tersísimo de toda santidad, é imitando con vuestro auxilio vuestras virtudes, pueda al fin de mis días descansar en paz en vuestro inmaculado regazo, y en vuestros brazos ser presentado al señor Jesucristo que, aunque juez severísimo, es también vuestro afectuosísimo Hijo.
Tres Ave Marías.




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