DOLOROSO SEPTENARIO
ORACIÓN SOLO PARA EL PRIMER DÍA
Santísima Virgen adolorida, María Madre de Dios y Señora nuestra, aunque indigno de estar ante vuestro virginal acatamiento, movido de vuestra piedad, y con deseo de serviros, renuevo el afecto y voluntad con que os invoco como patrona, madre y abogada mía, y firmemente propongo de amaros y serviros en todo lo que me quede de vida: y os suplico por la sangre que derramó vuestro amantísimo Hijo y por vuestros dolores, que os dignéis admitirme por hijo vuestro, y me alcancéis gracia para que de tal manera obre en estos siete días que dedico a la memoria de vuestros dolores, que todos mis pensamientos, palabras y obras se dirijan a mayor gloria de Dios y vuestra; y es mi intención rogar y suplicar a su divina Majestad por el buen gobierno y aumento de la santa Madre Iglesia católica romana, paz y concordia entre los Príncipes cristianos, extirpación de las herejías, exaltación de la santa Fe católica, y por nuestro católico reino. Os suplico también que me hagáis participante de todas las gracias é indulgencias concedidas a los que se ocupan en considerar la pasión de vuestro adorable Hijo y vuestros dolores, para más amaros, serviros, y en el fin de esta miserable vida alcanzar una buena y santa muerte. Amén.
ORACIÓN
QUE SE HA DE DECIR TODOS LOS DIAS
Afligida y desconsolada Señora, yo la criatura más indigna de estar delante de vuestra soberana presencia, os suplico con todo abatimiento, que por vuestros dolores os dignéis ser mi guía, amparo y patrocinio, para que en el ejercicio de este día pueda acertar á serviros y agradaros, a quien me consagro y sacrifico totalmente con todas mis potencias y sentidos; y cuanto pensare, dijere y obrare, sea en recompensa de los dolores que con mis culpas os he ocasionado, y me consigáis perdón de ellas y una buena y reconocida muerte. Amén.
ACTO DE CONTRICIÓN
Oh Señora llena de dolores, madre de Dios, hombre verdadero, criador, conservador y redentor mío, en quien creo, en quien confío, y a quien amo sobre todas las cosas: me pesa con todo mi corazón de haberle ofendido, solo por ser quien es tan digno de ser amado; aborrezco mis culpas, porque con ellas ofendí a mi Dios y ocasioné vuestros dolores; y ofrezco amarle y servirle de aquí adelante. Pero soy tan frágil, que si vos, Señora, no me alcanzáis gracia para cumplirlo, faltaré miserablemente a la palabra que os doy; y así os suplico por la sangre de Jesucristo y por vuestros dolores, me la consigáis. Amén.
DÍA PRIMERO
Considera, devoto siervo de María, como esta divina Señora, siempre fiel y solícita observante de la ley de Dios, acude al santo templo de Jerusalén, para cumplir un precepto que no la comprendía, llevando gozosa en brazos al recién nacido infante Jesús su amantísimo hijo, y al tomarlo en los suyos el santo profeta Simeón, oye de la boca del inspirado anciano la terrible profecía de la pasión y muerte del mismo Hijo tan amado que acaba de presentar. «Este tierno Niño que tan gozosa habéis llevado al templo, le dice con dolorido acento el piadoso siervo de Dios, os será, Señora, motivo de grande pesadumbre y cruelísima aflicción. Será también tropiezo y ruina de obstinados pecadores, que ofuscados por las densas tinieblas de sus culpas, se estrellarán y caerán deslumbrados por los divinos resplandores de esta luz; y será finalmente el blanco de la envidia y encono de los mismos pecadores, quienes odiarán su celestial doctrina, le perseguirán y le saciarán de improperios y tormentos hasta hacerle morir clavado en cruz, en la cual seréis también Vos misma espiritualmente crucificada.» ¡Oh qué terrible es tocada fué esta para el sensible corazón de la Virgen Madre! ¡Qué espada de dolor para ese corazón que solo palpitaba y vivía por el aliento de Jesús! ¡Ah, Madre mía afligidísima! ¡cómo veríais ya de un solo golpe, en aquel amargo trance, todos los insultos, suplicios y tormentos que la malicia de los hombres había de descargar contra Jesucristo y contra Vos! Haced, Madre mía, que esa espada de dolor por la profecía de Simeón traspase mi corazón por las veces que he renovado con mis culpas la pasión y muerte de vuestro hijo Jesús mi Redentor, y os acompañe en vuestra amargura.
DEPRECACIÓN
¡Santísima Virgen y Madre dolorosa! poseído de cristiana compasión por el agudo dolor que padecisteis al anunciaros el santo profeta Simeón la futura pasión y muerte de vuestro santísimo hijo Jesucristo, mi adorable Redentor, os suplico humildemente, que os compadezcáis también Vos de la penosa tribulación en que tiene puesto a este pobre hijo y siervo vuestro la tiranía de sus vicios y pasiones tan opuestas a la excelencia de vuestras virtudes y a la pureza de vuestro celestial amor. Bien sabéis, Madre mía, que no tengo rectitud de intención, suavidad de afectos, espíritu de resignación y obediencia, humildad cristiana, ni nada que sea digno de Vos y de vuestro dilectísimo Hijo tan amorosamente sacrificado para mi salud y redención; pero tengo sí, dulce Madre, vivísimos deseos de adquirir todas esas virtudes, de que estoy tan falto de corregir mi conducta pecadora, y de identificarme con Vos y con Jesucristo mi amante Redentor, y me prometo conseguirlo por los infinitos méritos de su sangre sacratísima, y por vuestra maternal intercesión, que imploro con todas las ansias de mi corazón contrito y humillado. Haced que llore mis pecados para evitar mi ruina final: libradme ¡oh! libradme, Virgen pía, de la perdición eterna Oídme, Reina pía: valedme, tierna Madre: salvadme, dulce y clementísima María. Amén.
DÍA SEGUNDO
Considera, alma piadosa, la dolorosa impresión que causaría en el tierno corazón de María al llegará sus oídos el terrible edicto infanticida fulminado por el sanguinario cruel Herodes para acabar con la vida de su recién nacido hijo Jesús, de cuya aparición sobre la tierra recelaba el tirano su destronamiento y ruina, y la grande inquietud que había de angustiar el alma de la santísima Virgen en el peligroso tránsito por el desierto, camino designado por la divina Providencia para refugio y asilo del perseguido infante Jesús. Apenas el santo José, advertido de Dios por ministerio de un ángel, anuncia á María su esposa, que es preciso huir, y huir sin demora, para salvar al niño Jesús de la sangrienta persecución de Herodes, cuando la atribulada Madre sin réplica alguna se pone en marcha, ocultando en su amoroso regazo al Hijo de sus entrañas, y amada prenda de su corazón... Ni lo extremo de su pobreza, ni las incomodidades y riesgos del camino, ni la consideración de una tan larga distancia, son capaces de arredrar su ánimo fortalecido por el amor y por la fe, y en alas de este amor y de esta fe emprende presurosamente su largo viaje sin más compañía que la de su esposo y del niño Jesús, entregándose en brazos de la divina Providencia... ¡O amor y dolor, superiores a toda humana comprensión! cómo combatiríais el sensible corazón de María en ese momento decisivo y cruel! ¡O amantísima Madre, y atribulada Señora! ¡cuántos sobre saltos y temores agitarían vuestro tierno pecho durante esa fatigosa y agitada peregrinación! Permitidme, Virgen santa, acompañaros en tan largo viaje con la ternura de mi corazón, y con el dolor de haber desterrado de él a vuestro hijo Jesús por mis culpas.
DEPRECACIÓN
Purísima y atribulada virgen María: yo os acompaño también con piadosa y compasiva solicitud en vuestra penosa huida a Egipto, y os pido humildemente me permitáis seguiros por el santo camino de las contrariedades y tribulaciones de esta vida, para ser conducido por este trabajoso destierro al salvador asilo de la virtud. Alcanzadme, Madre mía, las luces de la divina gracia, para que acierte a escapar con paso firme y resuelto de las persecuciones y asechanzas de mis vicios y pasiones, que son mis mortales enemigos, hasta verme salvo y seguro en el inexpugnable recinto de la ley de Dios durante mi fatigoso y arriesgado tránsito por el desierto de este mundo, a fin de poder llegar felizmente al término de mi jornada, y alcanzar la dicha de verme reunido con mi redentor Jesús, y
con Vos, amante Madre mía. Así lo espero por los infinitos méritos de su sangre sacratísima, y por vuestro maternal favor, o pía, o clemente, o dulcísima María. Amén.
DÍA TERCERO
Considera, alma devota, que deseosa y solícita siempre la Virgen santísima de tributar a Dios los homenajes de su amor y rendimiento, había bajado de Nazaret su patria a la ciudad de Jerusalén, en compañía del niño Jesús, que contaba ya entonces doce años, y de José su casto y virtuoso esposo, y considera como cumplidas ya las ceremonias de la ley, al salir del templo y reunídose de nuevo con San José para regresará su pueblo, apenas estuvieron fuera de la ciudad echaron menos al niño Jesús, a quien la Madre suponía en compañía del esposo, así como este lo suponía en compañía de la Madre... ¡Oh! ¡cómo quedarían entonces afligidos los corazones de María y de José! ¡Qué dolor tan agudísimo traspasaría el tierno y amantísimo corazón de María al verse sin la presencia y compañía de Jesús! ¡Qué susto y congoja asaltarían su alma purísima! ¡En qué mar de aflicciones y tormentos fluctuaría su espíritu durante los tres días en que tuvo perdido a su Hijo! ¡O dulce Madre! yo me compadezco de vuestro penetrante dolor al veros sin la presencia visible de vuestro Hijo y de vuestro Dios, y, unido a Vos, quiero buscarle con tanto arrepentimiento, que merezca hallarle para siempre.
DEPRECACIÓN
¡O acongojada Reina! ¡o amantísima y desolada María! por el gran de desconsuelo que tuvisteis en la pérdida momentánea de vuestro hijo Jesús, compadeceos de mí, sumiso hijo y siervo vuestro, que por mi sola culpa tantas veces lo he perdido. Alcanzadme, Madre mía, gracia, para que, así como su pérdida quebrantó vuestro amante corazón, así traspase también el mío un vivo dolor de haberle perdido por mi culpa; y por la agudísima pena que sentisteis en la ausencia de vuestro amabilísimo Jesús, permitidme asociarme con Vos, imitando vuestra solicitud y diligencia en buscarle apesarado y afanoso. Alcanzadme, dulce Madre, la gracia de hallarle clemente y propicio, y la dicha
de no volver a perderle nunca más... ¡Oh! sí, alcanzadme por vuestra mediación y valimiento su gracia y misericordia, y haced que esa misericordia y esa gracia me sean prenda de virtud en esta vida, y después de gozo y gloria en la eterna bienaventuranza. Hacedlo, Madre pía, vida, dulzura y esperanza mía. Amén.
DÍA CUARTO
Considera, alma compasiva, el vehementísimo dolor que afligiría el tierno corazón de María, al encontrar en la calle de Amargura al Hijo de sus virginales entrañas cargado con el grave peso de la cruz, oprimido, desfigurado, desangra do, lleno de oprobios, y caído al suelo desfallecido y cubierto de mortal palidez. Apenas el juez Pilatos para satisfacer la rabia y furor de los judíos, sedientos de la sangre del Justo, hubo pronunciado la sentencia de muerte contra el Autor soberano de la vida, cuando estos aprestaron la cruz en que había de ser clavado, cargáronla sobre sus delicadas espaldas, y atada al cuello una gruesa soga, le arrastraron por las calles de Jerusalén camino del Calvario, en medio de un diluvio de injurias, insultos, blasfemias y escarnios. Noticiosa la soberana Virgen por el discípulo amado de tan lastimoso espectáculo, vuela en alas de su amor, y a impulsos de la congojosa amargura que embarga su maternal corazón, al encuentro" de su amado Hijo, cruza las calles de Jerusalén, oye a distancia la confusa gritería de un pueblo amotinado, siente el estrépito de las armas y el sonido lúgubre de la fatal trompeta que denuncia como reo de muerte al soberano Autor de la vida. Mas ¡ay! cuál quedaría la destrozada Madre, cuando al doblar una esquina se encuentra con su querido Hijo, caído en el suelo, bañado en sangre, atropellado por aquellos feroces verdugos, ¡y hecho el ludibrio y escarnio de aquella soldadesca infernal! ¡O encuentro lastimoso! ¡o cruel espectáculo! ¡qué impresión causaría en el corazón de una madre, y madre como María! ¡qué dolor tan agudo y penetrante seria para ella ese lastimoso espectáculo! ¡O dulce Madre! yo me compadezco de vuestro agudísimo dolor; yo deseo seguiros penitente en el camino del Calvario, a fin de presentaros el lenitivo de mi cristiana compasión.
DEPRECACIÓN
¡O Madre afligidísima, y por todos conceptos llena de amargura! Compadecido del acervo dolor que martirizó vuestro corazón en el cruel encuentro de vuestro
Hijo en la calle de Amargura, al verle desfigurado, lleno de dolores, saciado de oprobios y oprimido por el grave peso de la cruz, os suplico con humilde rendimiento y sincero dolor de mis pecados, que me alcancéis gracia para levantarme de mi mortal abatimiento, a fin de que fortalecido con el ejemplo de vuestras soberanas virtudes, tenga valor para sostenerme en mis terribles caídas en el camino del pecado, y socorredme para que no sucumba bajo su peso, y renueve los tormentos de mi Salvador, y vuestro dolor y amarguras. Alcanzadme luz con que conozca la fealdad de mis pecados, y gracia con que deteste su malicia. Haced también que beba con ánimo resuelto y resignado el cáliz de las tribulaciones y trabajos de esta vida, que el Señor se dignare presentarme, para satisfacer por las penas debidas a mis culpas. Haced finalmente, que me asocie con Jesús y con Vos en el camino del Calvario, a fin de llegar derechamente por él a la región celestial. Amén.
DÍA QUINTO
Considera, alma devota de María, en este quinto dolor la agudísima espada que traspasaría el alma purísima de esta Señora, al presenciar la crucifixión y muerte de su Hijo santísimo; y prevén lágrimas de compasión y ternura al contemplar el más triste de los espectáculos, y el mayor de todos los sacrificios, consumado por tu amor en el ara del árbol santo de la cruz. Apenas llegado el divino Isaac Jesucristo a la cumbre del Calvario, sitio destinado para el sacrificio de su infinito amor, cargado con el enorme peso de la cruz, llagado, cansado y sin aliento, sin concederle descanso ni alivio alguno, le arrancan los crueles verdugos la corona de espinas para volverá hincársela luego con más crueldad; le quitan en seguida sus vestiduras, rasgando y abriendo más y más con esto las innumerables llagas y heridas de que estaba cubierto su santísimo cuerpo, le tienden sobre la cruz, le dislocan con la mayor violencia sus miembros, le clavan de pies y manos en la cruz, y la enarbolan en presencia de Jerusalén, á vista del cielo y de la tierra, para que sean testigos de su ignominia. A todo esto, estaba presente la desolada Virgen, madre del más grande y puro amor. ¡Qué pena! ¡qué angustias! ¡qué dolor para su tierno corazón! Queda crucificado el Hijo, y queda también crucificada la Madre por el afecto de compasión que penetra su alma; de suerte, que no sufre pena alguna el Hijo, que no lastime el corazón de la Madre. ¡O espectáculo el más sangriento! ¡O cruz, que haces dos víctimas en
un mismo sacrificio! ¡O Madre afligida y por todas partes angustiada! Haced que os acompañe en tan acerbo dolor, y quede yo también clavado en la cruz con Vos y con vuestro santísimo Hijo, mi adorable redentor.
DEPRECACIÓN
¡Purísima Virgen y angustiada Madre! asombrado y condolido os contemplo al pie de la cruz en donde espiró para darme vida, Jesucristo mi adorable redentor, bebiendo toda la amargura de su cruenta inmolación. Cuantas son vuestras miradas, tantas son las espadas que traspasan vuestro cándido y enamorado corazón; cuantas llagas veis en el cuerpo de vuestro Hijo, tantas heridas se imprimen en vuestra alma; cuantas espinas traspasan las sienes de Jesús, tantas son las saetas que hieren vuestro tierno pecho; y clavada os halláis con Jesús, El en el cuerpo, y Vos en el alma. ¡Ay, dulce Madre! traspasad mi corazón culpado con aquella espada agudísima que desgarró el vuestro al pie de la cruz de vuestro Hijo espirante de amor y de dolor por mí, miserable y desagradecido pecador... Yo soy... ¡oh! sí, yo soy el reo de su atroz suplicio: yo soy quien desprecio é insulto a cada paso el grande sacrificio de amor que hizo por mi eterna salvación. Yo me junto a cada instante con la turba de verdugos deicidas que le crucificaron. ¡O Señora y Madre mía! tened lástima y compasión de mí. Alcanzadme gracia para que sepa crucificarme con mis vicios y pasiones, y para que ardiendo en vivas llamas de virtud y santo amor, me asocie con Vos doliente y compasivo al pie de la cruz del Redentor; para que adherido fuertemente a ella, durante todo el tiempo de esta mi fatigosa mortal vida, pueda participar del fruto de la redención, que espero alcanzar por los infinitos méritos de la pasión y muerte de vuestro santísimo Hijo, y por vuestro misericordioso valimiento, o clementísima, o tierna y dulcísima Madre mía!
DÍA SEXTO
Considera, alma compasiva, la triste escena, el doloroso espectáculo que ofrece a tu vista la sexta estocada que desgarró el corazón de María al recibir en su regazo el cuerpo inanimado de su Hijo. Consumada ya la obra de nuestra redención, y agotados, por lo tanto, los tormentos de Jesús, no por esto terminaron las penas de María, antes bien comenzaron para ella otras no menos acerbas que anegaron en un mar de dolores su desfallecido corazón. Inmóvil
perseveraba la afligida Madre al pie de la cruz de su inmolado Hijo, y tristemente anhelosa de poderlo quitar del sangriento madero y recogerlo en su amante seno... Mas ¡ay! ¡cómo hacerlo, destituida como se hallaba de todo socorro humano! En semejante angustioso situación, José y Nicodemus, dos nobles varones, inspirados por Dios, se acercaron respetuosamente a la desolada Virgen, y logrado su permiso bajaron de la cruz el cuerpo inanimado de Jesucristo, y lo depositaron en sus brazos maternales. Párate aquí, alma piadosa, a contemplar a María en semejante cruelísimo pasaje... ¡Ah! ¡qué nueva espada de dolor para su ya harto lastimado corazón! ¡Qué pena, qué tormento, qué mar tirio puede imaginarse más atroz! ¡Oh! ¡cómo iría registrando una por una las llagas de que estaba cubierto! ¡y con cuánta razón puede dirigirnos aquellas palabras de Jeremías: ¡Oh vosotros todos los que andáis por el camino, atended, y ved si hay dolor semejante a mi dolor! ¡O Madre mía! como siervo fiel, deseo consolaros en vuestra aflicción, porque grande es como el mar vuestra amargura.
DEPRECACIÓN
¡O Reina de los mártires! Tierno y compasivo os contemplo sumergida toda en un mar de quebranto, al sostener en vuestros brazos el sacrosanto cuerpo de vuestro santísimo hijo Jesús, muerto y sacrificado por los hombres todos, sin exceptuará sus desapiadados verdugos é implacables enemigos, a impulsos de su amor finísimo y de su ardiente y acendrada caridad. Yo os contemplo en vuestra desolación, o Madre tiernísima sin hijo, fiel esposa sin amante esposo, estrella de gracia privada de la luz del sol, y sosteniendo apenas pesarosamente esa vida vuestra que solo vivía de la vida y de la gracia de Jesús. ¡Ah! inmenso como el mar hubo de ser vuestro quebranto, hondamente inmensa vuestra pena y desolación. ¡Ay! ¡cuánto me confundo yo, Señora, al reconocerme tan culpado como los bárbaros judíos y sayones ejecutores de la pasión y muerte de Jesús mi redentor, y de todas las aflicciones y amarguras de vuestro tierno y amante corazón. Pero Vos sois madre de misericordia y refugio de los insensatos pecadores: tened, pues, Señora, tened lástima y compasión de mí, que, si hasta ahora he sido rebelde hijo e indigno siervo vuestro, quiero en adelante consagrarme todo a Vos por medio de la fervorosa y compasiva meditación de vuestros acerbísimos dolores, llorando con amargura y vivo arrepentimiento el cruel estrago que he causado en el sagrado cuerpo de vuestro Hijo y en vuestro pecho maternal. Mas para esto necesito la asistencia de la divina gracia:
alcanzádmela, clemente Madre mía, a fin de que después de esta vida triste y pasajera, pueda acogerme en vuestro amante seno, y gozar eternamente de la gloria celestial. Amén.
DÍA SEPTIMO
Considera, alma piadosa, el tristísimo cuadro de soledad y desolación de María que hoy se ofrece a tu contemplación, sepultado el sacrosanto cuerpo de Jesús tu redentor. Después que la dolorida é inconsolable Madre hubo desahogado un tanto la grandeza de su dolor sobre el inanimado cuerpo del Hijo descendido de la cruz, lamentando amargamente el bárbaro estrago que los hijos del pecado habían hecho en aquel cuerpo impecable y adorabilísimo, los piadosos varones José y Nicodemus, tras haberlo embalsamado, suplicaron compasivos a la Madre afligidísima que les permitiese darle sepultura antes que cerrase la noche. ¡Ah! ¡qué nuevo y acerado golpe ese para el corazón de María! ¡qué terrible y agudísima espada de dolor!... ¡Desprenderse de aquel santísimo cuerpo tan lastimosamente maltratado!... ¡Soltar de sus brazos maternales aquel divino objeto de todos sus arrobos y ahora de todo su quebranto... aquel Hijo de sus entrañas, ¡aquel Ser de su ser!, vida de su vida y aliento de su amor! ¡Ay! ¡cómo resignarse ¡cómo resistirá semejante dolorosa separación! ¡Oh! ¡cómo llegarían aquí al último punto de mortal congoja el dolor y quebranto de María! ¡Ay, Madre mía amantísima! ¡cuán terrible, cuán desgarradora hubo de ser esa triste despedida para vuestro tiernísimo y desolado corazón! ¡O amarga soledad! ¡O separación dolorosísima y cruel! ¡O Madre afligidísima! ¡cuánto me contrista y me conmueve el lastimoso cuadro de vuestra inconsolable soledad!
DEPRECACIÓN
¡O afligida y solitaria Virgen! ¡o tristísima y desolada Madre! Yo os contemplo doliente y contristado, en el fúnebre desierto de vuestra amarga soledad. Yo me presento á Vos, poseído de compasivo respeto, y con vivos deseos de acompañaros en vuestro triste aislamiento, contemplando mentalmente con Vos la dolorosa escena del Calvario, y los tormentos y la sangrienta muerte de Jesús, de que fuisteis Vos inmóvil y quebrantada espectadora. ¡Ay Madre mía afligidísima! Yo me acerco a Vos deseoso de consolaros con filial y piadoso afecto, y de acompañaros y serviros en vuestra desolada soledad. Yo vengo con
firme propósito de seguiros en vuestra vía dolorosa, ansioso de llegar por ella al seno consolador y feliz de la virtud, llorando en la soledad de mi corazón contrito y humillado, mis innumerables culpas y extravíos causadores de los tormentos a Jesús y de vuestros dolores y amarguísima soledad. Mas para ello necesito, Madre mía, el auxilio poderoso de la divina gracia, que rendidamente imploro y espero alcanzar por los infinitos méritos de la pasión y muerte de Jesús, y por la eficacia de vuestro maternal favor. Conseguidme esta luz celestial, para que, guiado por ella, atraviese sin tropiezo el fragoso destierro de este mundo de malicia y dolo, y logre la inefable dicha de acompañaros para siempre en la patria celestial, que espero de la infinita misericordia de Jesús mi salvador, y de vuestra piadosa intercesión, ¡o tierna! ¡o pía! ¡o dulcísima Madre mía! Amén.
OFRECIMIENTO EN EL ÚLTIMO DIA
Purísima y angustiada Señora, reconocido a los grandes favores de vuestra soberana beneficencia; os doy afectuosísimas gracias, y singularmente por los que me habéis dispensado en estos siete días dedicados a la compasiva consideración de vuestros dolores. Recibid, dulce Madre mía, estos humildes obsequios, pues para que os sean gratos os ofrezco de nuevo mi corazón herido con la espada que atravesó el vuestro. Aceptadlo, Señora, hacedle todo vuestro, que para Vos es dedicado a vuestras angustias; vengad en él mis pasadas ingratitudes, que han hecho más agudas vuestras heridas, y ayudadme para que jamás se aparte de mí la memoria de vuestras acerbas penas. ¡O Madre amorosa! si me alcanzáis esta gracia, os prometo que vuestras angustias serán siempre las delicias de mi corazón; despediré continuamente suspiros dolorosos por Vos; arderé en amor vuestro, y todo lo haré con el fin de consolaros: para que perseverando fiel y constante en el llanto de mis culpas, de los tormentos de Jesús y de vuestros dolores, pueda llegar algún día, mediante vuestra poderosa intercesión, a gozar de aquella alegría que por todos los siglos inundará vuestro corazón, y a disfrutar de vuestra dulce y amable compañía en el cielo, que el Señor nos conceda a todos. Amén.
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