LAS TRES NECESIDADES QUE PADECIÓ MARÍA
SANTÍSIMA EN LA MUERTE DE SU SANTÍSIMO HIJO
PRIMERA NECESIDAD
NO TENER QUIEN LO BAJASE DE LA CRUZ
Dulcísima,
afligida y congojada María, ya se opacó tu corazón viendo a tu Hijo difunto
pendiente en un patíbulo: ya quedaste cual eclipsada Aurora, sin el tierno Sol
de tus cariños: ya eres viuda sin esposo, huérfana sin padre, y madre sin hijo:
ya gemidora tórtola careces de la compañía de tu amartelado consorte, y solo
existe ante tu vista para renovar con su presencia dolorosa la imagen de tu
sentimiento. ¡Oh escena lamentable! ¡Oh espectáculo triste y muy sangriento! ¡Quien
pudiera Señora, consolarte en aquella aflicción, y cooperar con todo valor a tu
alivio! En esos instantes funestísimos, os ven mis ojos privada de todo
lenitivo, agravando vuestro sentimiento el ver al centro de todas tus ternuras
levantado en un infame leño, sin tener en lo humano quien ayudase compasivo a
unirte con el imán precioso de tus afectos, poniendo en tus brazos a tu
crucificado dueño. Unos feroces clavos atraviesan las carnes de tu Hijo
carísimo, sin permitirte abraces aun siquiera muerto á el que en tu regazo
maternal tuvisteis tantas veces vivo. Pero, Señora, la clemencia del
Omnipotente no te negará este consuelo, sin embargo, de ser para tu corazón
doble tormento. Dos devotos varones, prevenidos de dolorosos instrumentos, se
acercan a la Cruz á desclavar al dulce Redentor, y darle sepultura; y yo con
ellos te ofrezco también subir los escalones santos de la virtud, para quitar
los clavos con que por mis pecados tantas ocasiones he crucificado á mi Jesús. ¡Ayúdame,
o Virgen piadosísima! y fortalece mis propósitos con la firmeza de tan
inexplicable dolor. Amén.
Se
reza una Ave María y Gloria.
SEGUNDA NECESIDAD
NO TENER MORTAJA PARA CUBRIRLE
Que
considero, tristísima María, que estrechas en tus brazos el cadáver yerto de tu
amantísimo Hijo, no puedo comprehender hasta dónde llega tu dolor, y mi alma se
enajena meditando la profundidad de tus inexplicables amarguras. ¡Cómo registras
cuidadosa las llagas de tu amado! ¡Como adviertes atenta las heridas todas
agolpadas en su delicada humanidad! ¡Cómo numeras cuidadosa cardenales y azotes
sembrados en su cuerpo! ¡Cómo recuerdas tierna la liberalidad de sus manos, los
pasos de sus pies, el entrañable amor de su costado, y la vergonzosa desnudez de
aquellos sus miembros virginales! Todo esto ocurre a tu memoria mientras que
liquidada en lágrimas, bañas con ellas el difunto cuerpo, y estrechándole
dulcemente discurres el modo de cubrirle. ¿Qué harás o Reyna soberana en medio
de tanta pobreza, que aun te falta una sábana para envolverle? Aquí tenéis,
Señora, las telas de mi corazón, que, aunque toscas y endurecidas por la
malicia de mis culpas, espero las ablandareis con el recuerdo de tus penas,
para que sirvan a mi Redentor de alivio en su afrentosa muerte, y a ti, Madre purísima,
de lenitivo en tan dura y cruel tribulación. Amén.
Una
Ave María y Gloria.
TERCERA NECESIDAD
NO TENER SEPULCRO EN QUE ENTERRARLO
¡O
Princesa sagrada de Judá! ¡O hermosa Reyna del Empíreo! ¡O María divina! ¿Qué
estado es este de tanto abatimiento, en que no puedes disponer de
un pequeño sepulcro para depositar a tu Hijo amado, muerto por los pecados del
mundo? El que fabrica todas las cosas con sola su palabra, dando brillantes a
los astros, hermosura a las flores, y adorno al Universo. El que, como Autor
único de la naturaleza y árbitro de todo su poder, le ha comunicado su bondad
en beneficio de los hombres, se ve ahora careciendo de un pequeño lugar en que
reposar ya difunto, y tú Madre Santísima, atravesada de aflicción por no
podérselo franquear. Grande, Señora, es el extremo de tus amarguras, pero mucho
más grande es el dolor que penetra tu atribulado corazón al desprenderte de tu
amado y sepultarlo. Yo te ofrezco rendido la triste morada de mi pecho, para
que en ella sea depositado por todo el espacio de mi vida. Disponlo, Madre mía,
y no permitas que se aparte de los deberes más piadosos con que pueda
agradarle, y obtener por el recuerdo de tus necesidades la bienaventuranza de
la Gloría. Amén.
Una
Ave María y Gloria.
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