miércoles, 18 de marzo de 2020

LAS TRES NECESIDADES DE MARÍA AL PIÉ DE LA CRUZ




LAS TRES NECESIDADES QUE PADECIÓ MARÍA SANTÍSIMA EN LA MUERTE DE SU SANTÍSIMO HIJO

PRIMERA NECESIDAD
NO TENER QUIEN LO BAJASE DE LA CRUZ
Dulcísima, afligida y congojada María, ya se opacó tu corazón viendo a tu Hijo difunto pendiente en un patíbulo: ya quedaste cual eclipsada Aurora, sin el tierno Sol de tus cariños: ya eres viuda sin esposo, huérfana sin padre, y madre sin hijo: ya gemidora tórtola careces de la compañía de tu amartelado consorte, y solo existe ante tu vista para renovar con su presencia dolorosa la imagen de tu sentimiento. ¡Oh escena lamentable! ¡Oh espectáculo triste y muy sangriento! ¡Quien pudiera Señora, consolarte en aquella aflicción, y cooperar con todo valor a tu alivio! En esos instantes funestísimos, os ven mis ojos privada de todo lenitivo, agravando vuestro sentimiento el ver al centro de todas tus ternuras levantado en un infame leño, sin tener en lo humano quien ayudase compasivo a unirte con el imán precioso de tus afectos, poniendo en tus brazos a tu crucificado dueño. Unos feroces clavos atraviesan las carnes de tu Hijo carísimo, sin permitirte abraces aun siquiera muerto á el que en tu regazo maternal tuvisteis tantas veces vivo. Pero, Señora, la clemencia del Omnipotente no te negará este consuelo, sin embargo, de ser para tu corazón doble tormento. Dos devotos varones, prevenidos de dolorosos instrumentos, se acercan a la Cruz á desclavar al dulce Redentor, y darle sepultura; y yo con ellos te ofrezco también subir los escalones santos de la virtud, para quitar los clavos con que por mis pecados tantas ocasiones he crucificado á mi Jesús. ¡Ayúdame, o Virgen piadosísima! y fortalece mis propósitos con la firmeza de tan inexplicable dolor. Amén.
Se reza una Ave María y Gloria.



SEGUNDA NECESIDAD
NO TENER MORTAJA PARA CUBRIRLE
Que considero, tristísima María, que estrechas en tus brazos el cadáver yerto de tu amantísimo Hijo, no puedo comprehender hasta dónde llega tu dolor, y mi alma se enajena meditando la profundidad de tus inexplicables amarguras. ¡Cómo registras cuidadosa las llagas de tu amado! ¡Como adviertes atenta las heridas todas agolpadas en su delicada humanidad! ¡Cómo numeras cuidadosa cardenales y azotes sembrados en su cuerpo! ¡Cómo recuerdas tierna la liberalidad de sus manos, los pasos de sus pies, el entrañable amor de su costado, y la vergonzosa desnudez de aquellos sus miembros virginales! Todo esto ocurre a tu memoria mientras que liquidada en lágrimas, bañas con ellas el difunto cuerpo, y estrechándole dulcemente discurres el modo de cubrirle. ¿Qué harás o Reyna soberana en medio de tanta pobreza, que aun te falta una sábana para envolverle? Aquí tenéis, Señora, las telas de mi corazón, que, aunque toscas y endurecidas por la malicia de mis culpas, espero las ablandareis con el recuerdo de tus penas, para que sirvan a mi Redentor de alivio en su afrentosa muerte, y a ti, Madre purísima, de lenitivo en tan dura y cruel tribulación. Amén.
Una Ave María y Gloria.



TERCERA NECESIDAD
NO TENER SEPULCRO EN QUE ENTERRARLO
¡O Princesa sagrada de Judá! ¡O hermosa Reyna del Empíreo! ¡O María divina! ¿Qué estado es este de tanto abatimiento, en que no puedes disponer de un pequeño sepulcro para depositar a tu Hijo amado, muerto por los pecados del mundo? El que fabrica todas las cosas con sola su palabra, dando brillantes a los astros, hermosura a las flores, y adorno al Universo. El que, como Autor único de la naturaleza y árbitro de todo su poder, le ha comunicado su bondad en beneficio de los hombres, se ve ahora careciendo de un pequeño lugar en que reposar ya difunto, y tú Madre Santísima, atravesada de aflicción por no podérselo franquear. Grande, Señora, es el extremo de tus amarguras, pero mucho más grande es el dolor que penetra tu atribulado corazón al desprenderte de tu amado y sepultarlo. Yo te ofrezco rendido la triste morada de mi pecho, para que en ella sea depositado por todo el espacio de mi vida. Disponlo, Madre mía, y no permitas que se aparte de los deberes más piadosos con que pueda agradarle, y obtener por el recuerdo de tus necesidades la bienaventuranza de la Gloría. Amén.
Una Ave María y Gloria.




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