CONSUELOS A MARÍA SANTÍSIMA EN SU PENOSA
SOLEDAD
COMPUESTOS
Por el menor de sus devotos el P. José Joaquín
de Zeverichi, Clérigo Reglar Ministro de los enfermos agonizantes de México.
Imprenta de D. Mariano Ontiveros, calle
del Espíritu Santo.
Año de 1817
ACTO DE CONTRICIÓN
¡Ay tristísima y dolorosísima María! ¡Cuanto
dolor traspasa lo íntimo de mi pecho
viéndoos en esa amarga soledad, y advirtiendo que vuestro corazón es tiernamente
despedazado con el triste recuerdo de la Pasión y muerte de vuestro dulcísimo Jesús!
¡Cuanto siento Señora, el peso de mi ingratitud, al ver que por ella y la
enorme multitud de todos mis pecados está mi Redentor en el sepulcro y vos su
purísima Madre, gimiendo inconsolable en medio de las más crueles aflicciones!
Mis culpas, es verdad, han sido la causa de esas funestas penas que os devoran;
pero a pesar de todas ellas, vos sois siempre mi Madre, y Madre benignísima, a
cuya tutela y amparo me recomendó Jesucristo en este día de angustia y de dolor.
Y si como Madre os empeñáis en aplacarle para mí; no dudo ¡Oh Virgen clementísima!
que alcanzaré el perdón de tanto crimen y delito, que ya detesto ante vuestra
presencia, que lloro arrepentido a vuestros pies, y de que propongo la enmienda
con los auxilios de la gracia y de vuestra misericordia. Amén.
PRIMER CONSUELO
ORACIÓN
¡Oh
afligidísima Virgen María la más atribulada de todas las criaturas! Qué corazón
habrá tan duro, ni qué espíritu tan ciego y obstinado que pueda resistir a la
tierna consideración de esas angustias que os rodean, meditando en él abatimiento
de vuestro dulcísimo, ¡Jesús! Este mansísimo cordero se humilló hasta la
muerte, y muerte de Cruz, por solo salvarnos la vida de la gracia, y lavar con
su preciosa sangre las denegridas manchas de aquella presuntuosa vanidad, con
que afeando nuestras almas le hemos ofendido tantas veces. Porque nos ha
convidado con su dulzura y suavidad para persuadirnos el ejemplo de la humildad
cristiana, nosotros todavía, sordos a sus clamores, siguiendo los errados
impulsos de nuestros apetitos, continuamos en la iniquidad, agravando con esto vuestra
dolorosa aflicción. Pero ya Señora, os ofrecemos desde este miso instante,
confiados en vuestra piedad, deponer los afectos del más pesado orgullo,
sujetando nuestras inclinaciones depravadas para consolaros de algún modo en
tan amarga soledad. Amén.
SEGUNDO CONSUELO
Se
rezan siete aves marías
ORACIÓN
Oh
dolorosísima María Bien conozco, Señora, la espada de dolor que traspasa
vuestro corazón, al contemplar la vil correspondencia de los hombres, a los
inestimables beneficios, que de una mano tan liberal como la de vuestro unigénito
Hijo han recibido siempre, y en todo el tiempo de su vida. No contento vuestro Jesús
amado con franquearnos la imagen de su divinidad estando en el seno de su Padre,
y dar el será todas las criaturas, adornándolas de perfecciones para nuestras
necesidades y delicias; quiso por sí mismo hacerse hombre en vuestras purísimas
entrañas, para continuar de este modo, aun a costa del sacrificio de su vida,
las muestras de beneficencia soberana con que nos había enriquecido. Mas nosotros
desagradecidos pecadores hemos burlado sus afanes, hemos entorpecido sus
designios, y corriendo engañados tras de lo caduco y transitorio, le hemos
causado los mayorees tormentos, y a vos la más inconsolable amargura. Pero
consolaos, dulcísima María, a vista del desprecio que hacemos de honores,
riquezas y deleites con que se ha alimentado nuestra loca ambición, cuyo propósito
formamos mediante vuestra ayuda, para ofreceros lenitivo en esa triste soledad.
Amén.
TERCER CONSUELO
Se rezan siete aves marías
ORACIÓN
¡O
purísima Virgen María! Grande es, Señora, el sentimiento que ocupa nuestro
desgraciado corazón, viendo fluctuar el vuestro entre tormentos in decibles por
los que padeció inocente vuestro Hijo preciosísimo. El aseguró por
su Profeta que sería vulnerado por nuestras iniquidades, y destrozado por nuestros
delitos, para que sus dolores nos dieran la salud, sus enfermedades nos
sanaran, y su muerte nos diera la vida. Pero ¡ah Señora cuan mal correspondemos
beneficios tan inestimables! Sus pies y manos se rasgaron al golpe de nuestros
procederes, antes que a la pesada furia del martillo. Su costado fue abierto, más
con el penetrante acero de nuestros impúdicos deseos, que con el de la lanza
dirigida por la crueldad de los Sayones. Su cuerpo todo sufrió el mayor
tormento, sin que le quedase un solo hueso que no numerase, y comprehendiese la
inhumanidad y fiereza de aquel pueblo ciego y obstinado. ¿Mas qué digo, Señora?
Yo, yo solo he sido el instrumento. Yo he ocasionado con mis crímenes la acerbidad
de esos tormentos. Pero también soy ahora el que prometo arrepentido la
enmienda verdadera, queriendo consolaros en vuestra penosa soledad. Amén.
CUARTO CONSUELO
ORACIÓN
¡O
anima y dulcísima María! Paloma tierna y sencillísima ¿cuál será vuestra, angustia
al cotejar la mansedumbre del objeto carísimo de vuestro amor el pacientísimo Jesús,
con la rebelde contumacia de nuestras insubordinadas pasiones? Si este Señor se
presentó ante Jueces inicuos que le condenaban, si calló a las acusaciones con que
falsamente le calumniaban, si llevó sobre sí cual inmaculada víctima el pesado
leño en que había de ser crucificado, si prohibió la venganza de sus injurias,
y pidió al Padre por sus enemigos, todo fue para darnos ejemplo de la invicta
paciencia con que debemos adornar nuestra vida. Y a pesar de tantas y tan
constantes lecciones que nos dio, no por esto somos más sufridos ni menos iracundos.
Y acaso cuando sus llamamientos avivan nuestra fe, tal vez entonces ensanchamos
nuestra proterva inclinación para más ofenderle. Hasta aquí, Señora, se ha
extendido nuestra ingratitud. Hasta aquí han llegado los insultos. Pero de aquí
adelante os damos palabra de evitarlo. Recibid esta oferta, y sirvaos de alivio
en esa soledad. Amén.
QUINTO CONSUELO
Se rezan siete aves marías
ORACIÓN
¡O
desconsoladísima María! Es inexplicable el tormento que agita vuestro pecho, al
considerar el desprecio con que los cristianos desagradecidos recuerdan las
sagradas vigilias y abstinencias a que se entregó vuestro dulcísimo Jesús,
principalmente en estos días de su Pasión, que al menos deberían consagrar
conformes con la Iglesia a su dolorosa memoria. En los cuales, como también en
todos los demás, se ven multiplicados los excesos, dando al placer y a la
sensualidad los mejores halagos, y la más entera satisfacción. ¡Qué conformidad
Madre purísima! ¡Qué conformidad tan disonante la regalada sociedad de los
hombres, con los ayunos y abstinencia de vuestro amadísimo Jesús! Al modo que
la luz y las tinieblas no pueden hacerse compañía, así tampoco no pueden
asociarse las hieles y amarguras de vuestro moribundo Hijo, con los gustos y sabores
de los mortales. Por tanto, penetrados de tan profunda pena, sacamos la resolución
firme de mezclar nuestras alegrías con la consideración de su muerte, y de
vuestra augusta soledad. Amén.
SEXTO CONSUELO
Se rezan siete aves marías
ORACIÓN
¡O
amartelada Virgen María! Ya consideramos la angustia que tiene embargado
vuestro tiernísimo corazón, por advertir el poco fruto que rendimos todas las
criaturas a las caricias amorosas, con que vuestro Hijo dilectísimo quiso
enlazarnos dulcemente en los estrechos vínculos de la fraterna caridad. Sus
acciones fueron el modelo de espiritual unión, y sus ejemplos todos han establecido
la regla de la cristiana emulación. Pero ay Señora! ¿Cuán diferente es en
nosotros la práctica de nuestras obras! Debiendo envidiarnos solamente la
santidad y las virtudes, lo hacemos sobre caducos intereses, aun pretendiendo
injustamente despojar a nuestros hermanos de aquellos bienes que les pertenecen
con razón. El anhelo que agita nuestra envidia, es puntualmente el que destruye
los derechos de la humanidad, nos trae inquietos acerca de las cosas mundanas,
y nos hace olvidar la eternidad a que aspiramos. Así hemos vivido, dolorosísima
María. Así hemos obrado hasta aquí, ofendiendo al Señor con el mayor descaro y osadía:
más ahora, os prometemos separar nuestro afecto de ambiciosos designios, al contemplaros
afligida en esa amarga soledad. Amén.
SÉPTIMO CONSUELO
Se rezan siete Ave Marías
ORACIÓN
¡Oh
solitaria y desfallecida Virgen María! Bien claro es, Señora, el inexplicable
tormento que despedaza vuestra purísima alma, repasando en esa lúgubre desolada
mansión, el esmero y solicitud con que vuestro querido Hijo se sacrificó
voluntariamente por la salud del hombre, al paso que este monstruo
desagradecido, más insensible que las fieras, más duro que un peñasco, mira con
el mayor desprecio tanto bien. A pesar de unas pruebas tan incontestables con
que el dulcísimo Jesús testificó su amor buscando nuestra utilidad y provecho;
no lo reflexionamos sino muy brevemente, por estar poseídos de una tibieza
criminal que nos priva de su misericordia, y la impide nos comunique sus
auxilios. De una tibieza detestable, que aun traídos como por la mano al debido
reconocimiento nos tiene embargados los alientos, desmayadas las fuerzas, y
sumergido el ánimo en la más ingrata estimación. Sus finezas inauditas, si
acaso las consideramos, no hacen más impresión en nosotros que si hubiesen sido
dirigidas a otro fin diferente de nuestra fortuna y felicidad. ¡Ah Señora no
puede menos que dividirse nuestro corazón a este golpe fatal sobre los demás.
Ayudadnos con vuestra virtud, para que, corregidos en tan grave desorden, y
excitados al mejor fervor, os demos algún lenitivo en tan funesta soledad. Amén.
Aquí se rezan tres Ave Marías
OFRECIMIENTO
Soberana
Reyna de los Ángeles y de los hombres. Emperatriz suprema de los
cielos y de la tierra. Tristísima y dolorosísima María, postrados humilde mente
ante el excelso trono de vuestra majestad, y traspasados hasta lo profundo, con
la tierna memoria de las amarguras y tristezas que os acompañan en tan penoso
desamparo; os ofrecemos este afectuosísimo recuerdo de la afrentosa muerte de Jesús
nuestro dulcísimo Redentor, y deseándoos, el posible consuelo en esa soledad
tan cruel, renovamos, Señora, de todo corazón el propósito firme de apartarnos
de vicios y ocasiones, en que por haber perseverado nos hemos hecho indignos de
la clemencia piadosísima de un Dios hombre, y de los frutos copiosísimos de su sangre
preciosa, tan benignamente derramada. No dudamos, Madre amorosísima, de vuestra
incomparable ternura, y confiados en ella nos atrevemos a pedir aceptéis la
buena voluntad con que os rendimos estos cultos, para que libres del pecado,
grabando en nuestros corazones el justo reconocimiento a tales beneficios,
seamos gobernados por la gracia, a fin de disfrutar en vuestra compañía la de
la redención en la Gloria. Amén.
Se
concluye con el Stabat Mater
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