miércoles, 18 de marzo de 2020

CONSUELOS A LA VIRGEN DE LA SOLEDAD




CONSUELOS A MARÍA SANTÍSIMA EN SU PENOSA SOLEDAD

COMPUESTOS
Por el menor de sus devotos el P. José Joaquín de Zeverichi, Clérigo Reglar Ministro de los enfermos agonizantes de México.
Imprenta de D. Mariano Ontiveros, calle del Espíritu Santo.
Año de 1817


ACTO DE CONTRICIÓN
 ¡Ay tristísima y dolorosísima María! ¡Cuanto dolor traspasa lo íntimo de mi pecho viéndoos en esa amarga soledad, y advirtiendo que vuestro corazón es tiernamente despedazado con el triste recuerdo de la Pasión y muerte de vuestro dulcísimo Jesús! ¡Cuanto siento Señora, el peso de mi ingratitud, al ver que por ella y la enorme multitud de todos mis pecados está mi Redentor en el sepulcro y vos su purísima Madre, gimiendo inconsolable en medio de las más crueles aflicciones! Mis culpas, es verdad, han sido la causa de esas funestas penas que os devoran; pero a pesar de todas ellas, vos sois siempre mi Madre, y Madre benignísima, a cuya tutela y amparo me recomendó Jesucristo en este día de angustia y de dolor. Y si como Madre os empeñáis en aplacarle para mí; no dudo ¡Oh Virgen clementísima! que alcanzaré el perdón de tanto crimen y delito, que ya detesto ante vuestra presencia, que lloro arrepentido a vuestros pies, y de que propongo la enmienda con los auxilios de la gracia y de vuestra misericordia. Amén.





PRIMER CONSUELO

ORACIÓN
¡Oh afligidísima Virgen María la más atribulada de todas las criaturas! Qué corazón habrá tan duro, ni qué espíritu tan ciego y obstinado que pueda resistir a la tierna consideración de esas angustias que os rodean, meditando en él abatimiento de vuestro dulcísimo, ¡Jesús! Este mansísimo cordero se humilló hasta la muerte, y muerte de Cruz, por solo salvarnos la vida de la gracia, y lavar con su preciosa sangre las denegridas manchas de aquella presuntuosa vanidad, con que afeando nuestras almas le hemos ofendido tantas veces. Porque nos ha convidado con su dulzura y suavidad para persuadirnos el ejemplo de la humildad cristiana, nosotros todavía, sordos a sus clamores, siguiendo los errados impulsos de nuestros apetitos, continuamos en la iniquidad, agravando con esto vuestra dolorosa aflicción. Pero ya Señora, os ofrecemos desde este miso instante, confiados en vuestra piedad, deponer los afectos del más pesado orgullo, sujetando nuestras inclinaciones depravadas para consolaros de algún modo en tan amarga soledad. Amén.





SEGUNDO CONSUELO
Se rezan siete aves marías

ORACIÓN
Oh dolorosísima María Bien conozco, Señora, la espada de dolor que traspasa vuestro corazón, al contemplar la vil correspondencia de los hombres, a los inestimables beneficios, que de una mano tan liberal como la de vuestro unigénito Hijo han recibido siempre, y en todo el tiempo de su vida. No contento vuestro Jesús amado con franquearnos la imagen de su divinidad estando en el seno de su Padre, y dar el será todas las criaturas, adornándolas de perfecciones para nuestras necesidades y delicias; quiso por sí mismo hacerse hombre en vuestras purísimas entrañas, para continuar de este modo, aun a costa del sacrificio de su vida, las muestras de beneficencia soberana con que nos había enriquecido. Mas nosotros desagradecidos pecadores hemos burlado sus afanes, hemos entorpecido sus designios, y corriendo engañados tras de lo caduco y transitorio, le hemos causado los mayorees tormentos, y a vos la más inconsolable amargura. Pero consolaos, dulcísima María, a vista del desprecio que hacemos de honores, riquezas y deleites con que se ha alimentado nuestra loca ambición, cuyo propósito formamos mediante vuestra ayuda, para ofreceros lenitivo en esa triste soledad. Amén.




TERCER CONSUELO
Se rezan siete aves marías

ORACIÓN
¡O purísima Virgen María! Grande es, Señora, el sentimiento que ocupa nuestro desgraciado corazón, viendo fluctuar el vuestro entre tormentos in decibles por los que padeció inocente vuestro Hijo preciosísimo. El aseguró por su Profeta que sería vulnerado por nuestras iniquidades, y destrozado por nuestros delitos, para que sus dolores nos dieran la salud, sus enfermedades nos sanaran, y su muerte nos diera la vida. Pero ¡ah Señora cuan mal correspondemos beneficios tan inestimables! Sus pies y manos se rasgaron al golpe de nuestros procederes, antes que a la pesada furia del martillo. Su costado fue abierto, más con el penetrante acero de nuestros impúdicos deseos, que con el de la lanza dirigida por la crueldad de los Sayones. Su cuerpo todo sufrió el mayor tormento, sin que le quedase un solo hueso que no numerase, y comprehendiese la inhumanidad y fiereza de aquel pueblo ciego y obstinado. ¿Mas qué digo, Señora? Yo, yo solo he sido el instrumento. Yo he ocasionado con mis crímenes la acerbidad de esos tormentos. Pero también soy ahora el que prometo arrepentido la enmienda verdadera, queriendo consolaros en vuestra penosa soledad. Amén.




CUARTO CONSUELO

ORACIÓN
¡O anima y dulcísima María! Paloma tierna y sencillísima ¿cuál será vuestra, angustia al cotejar la mansedumbre del objeto carísimo de vuestro amor el pacientísimo Jesús, con la rebelde contumacia de nuestras insubordinadas pasiones? Si este Señor se presentó ante Jueces inicuos que le condenaban, si calló a las acusaciones con que falsamente le calumniaban, si llevó sobre sí cual inmaculada víctima el pesado leño en que había de ser crucificado, si prohibió la venganza de sus injurias, y pidió al Padre por sus enemigos, todo fue para darnos ejemplo de la invicta paciencia con que debemos adornar nuestra vida. Y a pesar de tantas y tan constantes lecciones que nos dio, no por esto somos más sufridos ni menos iracundos. Y acaso cuando sus llamamientos avivan nuestra fe, tal vez entonces ensanchamos nuestra proterva inclinación para más ofenderle. Hasta aquí, Señora, se ha extendido nuestra ingratitud. Hasta aquí han llegado los insultos. Pero de aquí adelante os damos palabra de evitarlo. Recibid esta oferta, y sirvaos de alivio en esa soledad. Amén.




QUINTO CONSUELO
Se rezan siete aves marías

ORACIÓN
¡O desconsoladísima María! Es inexplicable el tormento que agita vuestro pecho, al considerar el desprecio con que los cristianos desagradecidos recuerdan las sagradas vigilias y abstinencias a que se entregó vuestro dulcísimo Jesús, principalmente en estos días de su Pasión, que al menos deberían consagrar conformes con la Iglesia a su dolorosa memoria. En los cuales, como también en todos los demás, se ven multiplicados los excesos, dando al placer y a la sensualidad los mejores halagos, y la más entera satisfacción. ¡Qué conformidad Madre purísima! ¡Qué conformidad tan disonante la regalada sociedad de los hombres, con los ayunos y abstinencia de vuestro amadísimo Jesús! Al modo que la luz y las tinieblas no pueden hacerse compañía, así tampoco no pueden asociarse las hieles y amarguras de vuestro moribundo Hijo, con los gustos y sabores de los mortales. Por tanto, penetrados de tan profunda pena, sacamos la resolución firme de mezclar nuestras alegrías con la consideración de su muerte, y de vuestra augusta soledad. Amén.




SEXTO CONSUELO
Se rezan siete aves marías

ORACIÓN
¡O amartelada Virgen María! Ya consideramos la angustia que tiene embargado vuestro tiernísimo corazón, por advertir el poco fruto que rendimos todas las criaturas a las caricias amorosas, con que vuestro Hijo dilectísimo quiso enlazarnos dulcemente en los estrechos vínculos de la fraterna caridad. Sus acciones fueron el modelo de espiritual unión, y sus ejemplos todos han establecido la regla de la cristiana emulación. Pero ay Señora! ¿Cuán diferente es en nosotros la práctica de nuestras obras! Debiendo envidiarnos solamente la santidad y las virtudes, lo hacemos sobre caducos intereses, aun pretendiendo injustamente despojar a nuestros hermanos de aquellos bienes que les pertenecen con razón. El anhelo que agita nuestra envidia, es puntualmente el que destruye los derechos de la humanidad, nos trae inquietos acerca de las cosas mundanas, y nos hace olvidar la eternidad a que aspiramos. Así hemos vivido, dolorosísima María. Así hemos obrado hasta aquí, ofendiendo al Señor con el mayor descaro y osadía: más ahora, os prometemos separar nuestro afecto de ambiciosos designios, al contemplaros afligida en esa amarga soledad. Amén.




SÉPTIMO CONSUELO
Se rezan siete Ave Marías

ORACIÓN
¡Oh solitaria y desfallecida Virgen María! Bien claro es, Señora, el inexplicable tormento que despedaza vuestra purísima alma, repasando en esa lúgubre desolada mansión, el esmero y solicitud con que vuestro querido Hijo se sacrificó voluntariamente por la salud del hombre, al paso que este monstruo desagradecido, más insensible que las fieras, más duro que un peñasco, mira con el mayor desprecio tanto bien. A pesar de unas pruebas tan incontestables con que el dulcísimo Jesús testificó su amor buscando nuestra utilidad y provecho; no lo reflexionamos sino muy brevemente, por estar poseídos de una tibieza criminal que nos priva de su misericordia, y la impide nos comunique sus auxilios. De una tibieza detestable, que aun traídos como por la mano al debido reconocimiento nos tiene embargados los alientos, desmayadas las fuerzas, y sumergido el ánimo en la más ingrata estimación. Sus finezas inauditas, si acaso las consideramos, no hacen más impresión en nosotros que si hubiesen sido dirigidas a otro fin diferente de nuestra fortuna y felicidad. ¡Ah Señora no puede menos que dividirse nuestro corazón a este golpe fatal sobre los demás. Ayudadnos con vuestra virtud, para que, corregidos en tan grave desorden, y excitados al mejor fervor, os demos algún lenitivo en tan funesta soledad. Amén.

Aquí se rezan tres Ave Marías


OFRECIMIENTO
Soberana Reyna de los Ángeles y de los hombres. Emperatriz suprema de los cielos y de la tierra. Tristísima y dolorosísima María, postrados humilde mente ante el excelso trono de vuestra majestad, y traspasados hasta lo profundo, con la tierna memoria de las amarguras y tristezas que os acompañan en tan penoso desamparo; os ofrecemos este afectuosísimo recuerdo de la afrentosa muerte de Jesús nuestro dulcísimo Redentor, y deseándoos, el posible consuelo en esa soledad tan cruel, renovamos, Señora, de todo corazón el propósito firme de apartarnos de vicios y ocasiones, en que por haber perseverado nos hemos hecho indignos de la clemencia piadosísima de un Dios hombre, y de los frutos copiosísimos de su sangre preciosa, tan benignamente derramada. No dudamos, Madre amorosísima, de vuestra incomparable ternura, y confiados en ella nos atrevemos a pedir aceptéis la buena voluntad con que os rendimos estos cultos, para que libres del pecado, grabando en nuestros corazones el justo reconocimiento a tales beneficios, seamos gobernados por la gracia, a fin de disfrutar en vuestra compañía la de la redención en la Gloria. Amén.


Se concluye con el Stabat Mater

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