NOVENA PARA PREPARARSE A LA FESTIVIDAD DEL
SAGRADO CORAZÓN DE MARÍA SANTÍSIMA DE GUADALUPE
DISPUESTA
Por el Canónigo Alfonso Muzzarelli,
Teólogo
de la Sagrada Penitenciaría, y Traducida
del italiano por L. c. c.
México, 1881
Podrá,
pues, esta novena comenzarse el día dos de diciembre, para que, concluidas en
diez días las consideraciones de Muzzarelli, corresponda al día doce la que se
ha añadido, acomodada a la Santísima Imagen de Guadalupe: y para que sea más
propia de la festividad, la que toque al día de la Purísima Concepción, puede
invertirse un poco el orden, tomando la del segundo día, y trasladando a éste
la del séptimo; o bien pasando del primer día, al tercero y siguientes y poniendo
en el séptimo la del segundo.
SONETO
Oh Corazón Sagrado de María
¡Oh fuente inagotable de dulzura,
De paz, de santo amor y de luz pura,
De gracia, de virtud y de alegría
Eres más bello que el naciente día:
Tu bondad, tu poder y tu hermosura,
Arrebatan a toda criatura,
Y con ellas también al alma mía.
Yo me arrobo tan solo con nombrarte;
Y no deseo otra cosa que ir a verte,
Estrecharme contigo, y adorarte...
¡Oh y cuanto, Corazón, deseo la muerte,
Por ensalzar a un Dios que con tal arte
Supo y quiso más que a otro ennoblecerte!
DÍA PRIMERO
MEDITACIÓN
Considera
la excelencia del Corazón de María Santísima por ser la parte más noble de su
sagrado cuerpo. De aquel cuerpo santísimo y perfectísimo de la Madre de Dios,
cuya dignidad por es te título casi puede llamarse infinita. Considera además
este precioso Corazón como unido naturalmente por íntima comunicación de
impresiones y de movimientos con aquella alma que excede en santidad a todos
los santos, y ángeles del cielo. ¿Quién, pues, sin una luz singular y
extraordinaria de Dios, podrá comprender la excelencia de este Corazón? Considera
el Corazón de María Santísima de Guadalupe como que es el principio de la vida
de la Madre de Dios. Vida ciertamente la más preciosa y la más noble después de
la de Jesús. Considéralo como que es la fuente de aquella sangre purísima, con
la que, por obra del Espíritu Santo, se formó el cuerpo adorable que unió consigo
el Hijo de Dios. Puede por lo mismo llamarse la fuente de las dos vidas mas preciosas
que jamás hubo, o pudo haber en el mundo, y, por consiguiente, ningún corazón
puede comparársele en dignidad después del de Jesús. Considera la excelencia
del Corazón
de María Santísima, por ser el instrumento material de tantos afectos sensibles
dirigidos a Dios, quien recibe con cualquiera de ellos más complacencia que con
todos los de cualesquiera otras puras criaturas, por más santas y perfectas que
sean. Este Corazón ha sido el órgano excelentísimo de las operaciones
perfectísimas de la voluntad de María, y venerándolo, veneramos a la misma
Señora por aquellos afectos y sentimientos nobilísimos en que se ejercitó por
todo el discurso de su vida mortal, no solo material y sensiblemente con el
Corazón, sino principal y formalmente con la voluntad, que es la que el corazón
nos simboliza y representa. ¿Qué cosa, pues, podremos hallar en María para
objeto sensible de nuestra devoción, que sea más excelente que su Corazón
Sacratísimo, cuando este nos pone a la vista, cuanto de más precioso y
estimable hay en su alma y en su cuerpo, y cuanto con uno y otro ha obrado de
más meritorio ante los ojos de Dios?
ORACIÓN
Oh
nobilísima Virgen, Reyna de los cielos! Considerando la excelencia de vuestro Corazón,
me confundo y me cubro de vergüenza, reconociendo en comparación suya la
indignidad del mío. ¡Ah corazón mío, instrumento infame de vilísimos afectos,
que deshonran el carácter de cristiano, por el
cual
fuí elevado a la dignidad de Hijo de Dios! ¡Corazón mío manchadísimo, fuente y
principio de una vida pasada entre vergonzosos deleites! ¡Ay Madre Santísima de
Guadalupe por la excelencia de vuestro Sagrado Corazón os suplico humildemente,
postrado a vuestros pies, que levantéis mi voluntad del asqueroso cieno de los
vicios en que yace miserablemente sepultada! ¡Oh y cuanta gloria será para vos
el que con vuestra poderosísima intercesión hagáis de este mi corazón un templo
del Espíritu Santo, y un manantial de afectos santos, y deseos dirigidos
totalmente a Dios y a las Cosas del cielo! Amén.
Se
rezarán nueve Aves Marías, y se concluirá todos los días con el versículo y
oración siguiente:
L/:
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios
R/:
Para que seamos dignos de las promesas de Jesucristo
ORACIÓN: Te
rogamos, Señor Dios nuestro, nos concedas a nosotros tus siervos perpetua salud
de cuerpo y alma, y que por la intercesión de la bienaventurada Virgen María seamos
libres de toda tristeza en la presente vida, y disfrutemos en la futura de alegría
interminable: Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, que contigo y el Espíritu Santo
vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
SEGUNDO DÍA
MEDITACIÓN
Considera
la pureza del Corazón de María Santísima por parte de su voluntad. Entre los
singularísimos privilegios con que el Señor enriqueció a esta Virgen,
predestinada para ser su adre, uno de los más extraordinarios fue constituirla
y confirmarla en gracia desde su Concepción, de manera, que no solo no hubiese
de perderla jamás con culpa grave; pero ni aun disminuirla con culpa venial; ni
resfriarse en la caridad con la más ligera imperfección. De aquí es, que la voluntad
de María jamás concibió afecto o deseo alguno que no fuese perfectamente
conforme a la voluntad de Dios, y, por lo mismo, jamás comunicó a su Corazón
ninguno de aquellos movimientos desordenados que proceden del desarreglo de la
voluntad. Así es que el Corazón de María es el único entre todos los corazones que,
por un privilegio tan singular y tan extraordinario, puede llamarse un Corazón
toda pureza, un Corazón siempre limpio, siempre sin mancha, y siempre sin
desorden. Considera la pureza del Corazón de María Santísima por lo que toca al
apetito sensitivo. ¿Qué Santo hubo jamás que no experimentase alguna vez dentro
de sí mismo conmoción, a lo menos indeliberada contra el apetito racional?
¿Quién de todos los justos podrá citarse que no haya sufrido jamás los ataques
de las pasiones rebeldes, y que no haya sentido en sus miembros una ley que
resiste a los dictámenes de la razón? María sola fue exenta de semejantes
molestias. Extinguido en ella totalmente desde su principio los fomes o causa
que inclina al pecado, jamás sintió movimiento ni aun in deliberado de la parte
inferior de su alma, ni la más mínima inclinación hacia el mal. Nada perturbó
jamás la calma tranqui la de sus apetitos, ni excitó en ella sensación que
desordenada fuese. Por tanto, su Corazón purísimo nunca tuvo que padecer
alteración alguna de las que suele en pasar la propensión al mal, o las
pasiones que se rebelan, contra la razón. No hay, pues, corazón alguno que en
la pureza pueda compararse al de María; no solamente libre de toda mancha, sino
de la sombra más leve, y aun del más remoto peligro de contraerla. Considera la
pureza del Corazón de María Santísima, por haber sido libre siempre de las
tentaciones internas del demonio. ¿Cómo había de tener atrevimiento la antigua serpiente
para asaltará aquella invicta Niña, que desde el primer instante de su ser le
había puesto el pie sobre la cabeza? Y, aun cuando hubiese intentado
acometerle, ¿cómo había de permitir el Señor que su enemigo llevase las armas
hasta lo más sagrado de aquel templo que había elegido y santificado para su habitación?
No pudo, pues, el demonio molestar, ni conmover jamás la mente o la imaginación
de María con ilusiones malignas, ni con fantasmas impuros, ni inquietar con ningún
género de sugestiones la tranquila serenidad de su Corazón inmaculado. Y he
aquí otro privilegio que distingue entre todos el Corazón de María Santísima, que
no solo no pudo ser vencido; pero ni aun asaltado del enemigo.
ORACIÓN
Virgen
Sacratísima: yo os doy los justos plácemes por el privilegio singularísimo que
preservó a vuestro Corazón de toda mancha de culpa, y de toda tentación del
demonio. Y ¿cómo podréis con esos purísimos ojos mirar sin horror este mi
corazón manchado con tantas culpas, y herido con tantos golpes del infernal
enemigo? Mas, a pesar de esto, es preciso, debéis tener piedad de mis miserias;
y estas mismas llagas que en mí veis, deben excitar en Vuestro amorosísimo
Corazón una tierna compasión de mí. ¿Y qué, no podréis con la eficacia de
vuestro auxilio é intercesión, procurarle medicina y salud a mi pobre corazón,
para que llegue a ser un corazón limpio y puro, objeto de complacencia a
vuestros ojos y a los de vuestro divino hijo? Ea, Virgen clementísima de
Guadalupe: dignaos escuchar mis ruegos, curar mis llagas, y ser de hoy en
adelante mi defensa, y él escudo impenetrable que embote los dardos de las
tentaciones que continuamente me asaltan. Apartad muy lejos de mí al demonio,
reprimid la rebeldía de mis pasiones; para que libre mi corazón, solo se ocupe en
agradecer vuestras misericordias, y en imitar, en cuanto fuere posible, la
pureza incomparable de vuestro inocentísimo Corazón. Amén.
DÍA TERCERO
MEDITACIÓN
Considera
el amor del Sagrado Corazón de María para con Dios en su principio. ¡Quién de
todos los santos podrá gloriarse como María, de haber amado a Dios desde su Concepción!
Prevenida en el primer instante de su ser con el uso expedito de la razón;
enriquecida con el hábito de la fé, de la esperanza y de la caridad; ilustrada
con, conocimientos sobrenaturales; y excitada al bien con gracias extraordinarias:
¿qué debía resultar, si no lo que resultó en efecto, que el primer movimiento
de su voluntad fue dirigirse, como arrojándose con ímpetu, hacia Dios, a quien
conoció perfectísimamente como único y sumo bien, como su liberalísimo bien hechor,
y como soberano Señor de todas las criaturas? Y ¿cuáles serían los amorosísimos
movimientos de aquel Corazón, instrumento necesario, y por lo mismo fidelísimo
de los afectos de la voluntad? ¿Cuáles sus saltos de gratitud hacia aquel Señor
de quien se reconocía María Santísima tan amada y tan privilegiada? Considera
el amor del Corazón de María Santísima para con Dios en sus progresos. En
sentir de muchos doctores María amó a Dios en el primer instante de su vida, más
que cualquiera de los santos en el punto de su muerte. Cuanto, pues, debió irse
aumentando en todo el largo tiempo que María vivió sobre la tierra un amor tan
fervoroso en sus principios, un amor excitado cada día más con nuevos
beneficios de Dios, auxiliado con nuevas gracias, jamás interrumpido en su
ejercicio ni un solo momento, jamás retardado en su progreso por ningún
obstáculo, ni distraído de su objeto por la más ligera inclinación hacia otro; ¡y
antes por ser contrario fomentado por deseos vivísimos de amar más y más! Cuanto
debió aumentarse cuando María concibió en su seno virginal, por obra del
Espíritu Santo, ¡al Eterno! ¡Cuanto en el momento feliz en que tomó en sus
brazos a su amado, vestido con la humana naturaleza: Puede, pues, afirmarse sin
exageración, que creciendo por momentos el amor hacia Dios en el Corazón de
María, llegó a encenderse en él tal llama, que habría debido consumirlo y
reducirlo a cenizas, si el mismo Dios, por quien ardía, ¡no lo hubiera
conservado como incombustible en medio de aquel incendio! Considera lo intenso
y ardiente del amor del Corazón de María Santísima ara con Dios. ¿Y qué podremos
añadir á o ya dicho, para formar idea de la intención y vehemencia del amor de
Dios en que se abrazaba este Corazón amantísimo? ¿Será incomprensible la fuerza
de un amor, que, según el sentir de los doctores, llegó al fin a ser mayor que
el de todos los santos juntos? El ímpetu del divino amor fue el que dilató el corazón
de S. Felipe Neri hasta hacer que se le rompiesen dos costillas. Él era el que
con sus violentos ardores obligaba a San Francisco Xavier a abrirse sobre el
pecho los vestidos. En el que con un dardo encendido hirió mortalmente el corazón
de Santa Teresa por mano de un serafín: Y, sin embargo, el amor de estos santos
para con Dios puede llamarse una chispa en comparación de aquella llama que
ardió en el Corazón de María Santísima. Concibamos si es posible un corazón en
que se reúna todo el fuego de amor divino que ha encendido todos los corazones
de los santos del cielo, y de los justos que aún viven sobre la tierra, y este corazón
será solamente de algún modo comparable con el Corazón de María Santísima.
¿Quién pues podrá, no diré ya comprenderlo; pero ni aun imaginarlo?
ORACIÓN
¡O
Virgen amantísima! Quién pudiera tomar una centella de vuestro inflamado
Corazón, y ponerla en el mío, para que levantara en él un incendio de amor
hacia Dios que lo consumiera hasta reducirlo a cenizas. ¡Y quién del mismo modo
pudiera participar de aquel fuego divino que arde en el Corazón Sagrado de
Jesús, para corresponder a vuestro amor! ¡Qué feliz sería yo si mi amor se
empleara solamente en Dios, y después de Dios en amaros á vos, en
quien más que en ninguna otra pura criatura resplandece, su grandeza, su
magnificencia y su bondad Miserable de mí, oh Santísima Virgen Hasta ahora mi pobre
corazón ha sido víctima del amor sensual y terreno, que no me ha dejado gustar,
las dulzuras del espiritual y divino. Apagad, pues, primero en él las llamas
impuras en que arde, y después haced bajar un fuego celestial que lo abrase y
consuma como holocausto perfecto en el amor, y por la gloria de aquel Señor a
quien tanto amasteis sobre la tierra, y ahora muy mas perfectamente en el
cielo. Amén.
DÍA CUARTO
MEDITACIÓN
Considera
las propiedades del amor del Corazón de María Santísima al Eterno
Padre. Como el amor es un movimiento o inclinación del alma hacia el objeto
amado, su carácter y sus cualidades, se determinan y distinguen por las
diferentes relaciones que hay entre las personas que se aman. Por eso vemos que
es de diversa especie el amor que un padre tiene a su hijo, el que un esposo
profesa a su esposa, o un amigo a su amigo y diversas precisamente las
sensaciones que en su corazón experimenta cada uno María Santísima es verdadera
Madre del Unigénito del Padre Eterno: He aquí el fundamento de la relación que
hay entre ambos, Jesucristo, Hijo de Dios Padre desde la eternidad, en cuanto a
su naturaleza divina, fue también en tiempo hijo verdadero de María Virgen, en
cuanto a su naturaleza humana. En este sentido dice el Padre S. Bernardo: que
Jesucristo ni todo nació de Dios; ni todo de la Virgen; y, sin embargo, todo es
de Dios, y todo de la Virgen, no dos hijos, sino uno solo Hijo de Dios y de la
Virgen. Por lo mismo, reconociendo María Santísima a su Hijo Jesús como Hijo
también del Eterno Padre, debía experimentar en su alma, y por consecuencia en
su Corazón, afectos y sensaciones enteramente nuevas, singulares é inexplicables
de amor hacia el mismo Eterno Padre. Los santos todos le amaron como á Padre
que era suyo por la creación, por la adopción y por los beneficios; pero María
Santísima lo amó, a más de todo esto, como á Padre de aquel a quien ella misma
tenía por su hijo propio y verdadero. Considera las propiedades del amor del
Sagrado Corazón de María hacia el Hijo de Dios hecho hombre. Le amaba como á
hijo, no solo por el impulso irresistible de la naturaleza, sino por el amor especialísimo
que le infundió su s divino Es poso el Espíritu Santo, y por los grandísimos
trabajos, peligros y aflicciones que pasó para criarlo, y para defenderlo. Le
amaba como á hijo único, sobre toda ponderación amable, obediente, tierno y
virtuoso. Le amaba como a un Hijo que el Padre Eterno le había encomendado, y
de quien dependía la salvación de todo el linaje humano. Por último, le amaba
como a Dios y hombre Juntamente. ¡Ah! Solo el entendimiento de María puede
comprender, así como solo su Corazón ha podido experimentar, lo que es amar con
amor de madre a un Dios que ha querido hacerse hijo suyo. El amor que
los demás santos tuvieron a Jesucristo, en cuanto hombre, fue un amor de
amistad y hermandad, a la que habían sido admitidos por gracia; pero el amor
que María Santísima le tuvo, fue amor de Madre, que era realmente por el orden
de la naturaleza; como que le había comunicado parte de su propia sustancia, y
lo había criado con la leche de sus pechos. ¡Quién, pues, podrá comprender
cuales eran los amorosos movimientos de su Corazón, cuando estrechando entre
sus brazos a aquel divino Niño, podía con toda verdad decirle tu eres mi hijo,
yo te he engendrado!... Considera las cualidades del amor
del Corazón de María Santísima al Espíritu Santo. Fue este un amor de Esposa á
Esposo; pero no terreno y carnal, sino de un orden sobrenatural, que no puede
participarse a alguna otra criatura. Amor de Esposa, que comenzó a hacerse
sensible al Corazón de María, cuando dio su consentimiento para ser Madre del
Unigénito de Dios por obra del Espíritu Santo. Amor de Esposa, que unió su
Corazón con indisoluble vínculo al Espíritu Santo, en aquel feliz momento en
que, suministrando María Santísima de su purísima Sangre la materia, formó y
organizó el Cuerpo Sacratísimo que había de unir consigo el Hijo de Dios. Amor
de Esposa tan nuevo y excelente, como lo fue la obra prodigiosa de la
Encarnación del divino Verbo. Tal vez podrá uno u otro comprender los
sentimientos del corazón de algunas dichosísimas Vírgenes, a quienes Jesucristo
enriqueció con el anillo nupcial de un desposorio enteramente espiritual; pero
nadie podrá formar idea de los afectos del Corazón de María Santísima, elevada
a la dignidad de Esposa del Espíritu Santo, por cuyo poder infinito fue
verdadera Madre de Dios.
ORACIÓN
Virgen
Sacratísima, Esposa inmaculada del Espíritu Santo, ¡de cuya mano habéis
recibido la más grande y más dulce herida de amor, que jamás hizo en corazón
humano! ¡qué feliz sería yo, os diré con S. Bernardo, si alguna vez al menos
sintiera punzado mi corazón con la extremidad de aquel amoroso dardo que
traspasó el vuestro, o más bien: ¡qué feliz sería yo, si no solamente
lo sintiera herido; más del todo destrozado y vencido. ¡Ah! vos, o Virgen Santa,
impetradme de vuestro divino, Esposo amor y caridad, impetradme afectos de
reconocimiento por los dones que de su mano he recibido. Sí, vos que tenéis a
vuestra disposición Jos tesoros de su amor, vos que estáis sobreabundantemente
llena de la caridad divina, sustentad hoy a vuestros pobres siervos con este manjar
de vida, y coman los perrillos las migajuelas, a lo menos, que caen de vuestra
mesa. Para esto, ¡oh Señora habéis recibido caridad divina tan sobre toda
medida; para que de vuestra plenitud y abundancia participemos todos, y para
que ensalzada a la dignidad de Esposa del que es por esencia el Amor increado,
podáis dispensar de sus riquezas a vuestros siervos, ¡oh Virgen bendita! por
todos los siglos. Amén.
DÍA QUINTO
MEDITACIÓN
Considera
la humildad del Corazón de María Santísima, fundada en el bajo concepto que
tenía de sí misma. Sublimada y enriquecida con los más especiales privilegios y
dones que se han comunicado a una pura criatura, y en el colmo de su grandeza,
cuando le intimó el Ángel que iba a ser Madre de Dios, no se atreve a llamarse a
sí misma con otro título que con el de esclava del Señor. Humildad no de
palabra o de ceremonia; sino de entendimiento y de persuasión, reputándose indigna
de tantos favores, y teniendo por cierto, que, si a otra criatura se hubieran
hecho, habrían sido mejor correspondidos. Humildad que le hace conocer que su
amor hacia Dios, aunque ardentísimo, era sin embargo muy inferior a su dignidad.
Humildad que precisamente infunde en su Corazón un afecto íntimo de sumisión,
de dependencia y sujeción a Dios, y al mismo tiempo un extremo sentimiento de
no poder amar y mostrarse agradecida a su divino benefactor cuanto merece, y
aun temiendo no corresponder a sus beneficios cuanto alcanza su capacidad. De
aquí es, que cuanto más grande se conoce a sí misma María Santísima, por los
dones que ha recibido de Dios, tanto más se humilla en su Corazón por su propia
nada, y por el modo con que los corresponde. Considera la humildad del Sagrado Corazón
de María por su inclinación a las humillaciones y a los desprecios. No es
mucho, dice S. Bernardo, ser humilde de entendimiento; porque la verdad obra en
él necesariamente, haciéndole que conozca lo que somos, y aun los pecadores pueden
tener, y en efecto tienen algunas veces esta humildad: el valor sumo y el complemento
de esta virtud consiste en ser humildes de corazón; esto es, que del conocimiento
propio resulte un afecto o inclinación al propio abatimiento, como puntualmente
se verificó en el Corazón Santísimo de María. Porque no solamente no procuró jamás
ser conocida por Madre de Dios, o al menos por descendiente de David; sino que trató
positivamente de ocultar los dones que del Espíritu Santo había recibido, hasta
el grado de poner en riesgo su propio honor en la opinión ajena. Y con cuanto
júbilo recibió los apodos y afrentas con que las personas más viles le
trataban, señalándola con el dedo como á Madre de un infame malhechor. Esta es
la verdadera humildad que se produce en el entendimiento, y que se perfecciona
en los deseos y afectos de la voluntad y del corazón. Humildad tanto más perfecta,
cuanto más unida a una conciencia totalmente limpia, y a la plenitud de la divina
gracia. Humildad que llena de confusión el Corazón de María entre los beneficios
de Dios, y lo hace saltar de alegría en medio de los abatimientos. ¡Oh Cuantas
veces habrá dicho María al Señor en el secreto de su corazón: ¡Bueno para mí ha
sido el que me hayáis humillado! Considera que en el Corazón de María Santísima
se unió a la humildad la mansedumbre, de modo que puede como su divino Hijo
decirnos: Aprended de mí, que soy mansa y humilde de Corazón. Del mismo modo
que la arrogancia nace de la soberbia,
así la mansedumbre procede naturalmente de la humildad, y habiendo sido tan
profunda la del Corazón de María Santísima, ella fue la que lo constituyó en un
estado felicísimo de calma, de indiferencia y de inmutabilidad entre los honores
y las ignominias. ¿Cuándo mostró el más leve resentimiento contra los
desapiadados que le negaron el alojamiento que para sola una noche buscaba en Belén;
o contra los impíos que injuriaban y perseguían a su hijo inocentísimo? ¿Cuándo
se lamentó de su pobreza, o del penosísimo viaje que la crueldad de un tirano
la obligó hacer a Egipto? ¿Cuándo mostró el indicio más leve de ira contra los
que crucificaron a su precioso hijo; a pesar de que justamente pueden llamarse
verdugos de su mismo Corazón? ¡Ah! que, muy al contrario, ella sin duda
interpuso su mediación en favor de aquellos pérfidos, y unió, para alcanzarles perdón,
sus ruegos a los de Jesús moribundo. Así manifestaba, aun exteriormente la
interior mansedumbre de su Corazón.
ORACIÓN
¡O
Virgen humildísima y mansísima! Por estas dos virtudes de vuestro Corazón no solamente
os hicisteis dueña del Corazón de Dios, sino también Señora de los corazones
todos de los hombres. La humana miseria no debe temer el presentar se á vos;
porque siempre os encuentra benigna y misericordiosa para darle acogida. Nada hay
en vos de austero, nada de terrible: cuanto se observa en vos todo es dulzura,
todo suavidad, todo mansedumbre. Jamás se lee en toda la historia evangélica, que
hayáis proferido una palabra que tuviese algo de aspereza, o que hayáis dado el
más ligero indicio de enojo. Por lo mismo recurro a vos, o María, lleno de confianza
de que habéis de escuchar mis súplicas con vuestra acostumbrada mansedumbre.
Nada más os pido, sino que me alcancéis un corazón humilde y manso como el
vuestro. Es verdad que hallo mil motivos dentro de mí para humillarme por mis miserias
y por mis pecados; pero el corazón, este corazón es el que aborrece de muerte
toda humillación, y siempre anhelase desvive por la estimación, y por los aplausos
del mundo. Mudad, pues, o Virgen poderosísima, este mi corazón, infundiéndole
un espíritu de humildad y de mansedumbre que sea bastante á extinguir en él
todo el orgullo de que hasta ahora se ha dejado vencer y dominar. Amén.
DÍA SEXTO
MEDITACIÓN
Considera
que amando María Santísima a su hijo Jesús con un afecto incomprensible, es
preciso que ame también lo que Jesús ama, y según la medida con que lo ame. Jesús
nos ama de manera que llega a protestar, que su delicia es estar con nosotros.
Cuanto, pues, deberá María amarnos, sabiendo que somos tan amados de su divino
hijo Vemos en el mundo que una madre que ha puesto en su hijo único todo su
amor, y toda su esperanza, por no alejarlo de su vista convida a otros niños que
vayan a divertirlo en su casa, y a aquellos distingue en su afecto y en sus caricias,
que observa más queridos de su hijo. A este modo el amor de María Santísima hacia
los hombres es el más semejante que puede hallarse al que nos tiene el Corazón
de Jesucristo, como que de él toma el motivo, y, por decirlo así, la medida
para amarnos. Considera como se aumentó en el Corazón de María Santísima el
amor hacia nosotros con el sacrificio que le costó nuestra salvación. Cuanto
mayores trabajos se padecen por el objeto amado, tanto más se aumenta el amor,
como que se nos hace más precioso por el costo de las penas que sufrimos por
él. ¿Y qué pena mayor que la que sufrió por nosotros el Corazón de María
Santísima, consintiendo por nuestra salud en la dolorosísima y afrentosísima
muerte de su amantísimo hijo? Sí, dio por bien empleado para nuestra salvación
ver morir delante de sus ojos aquel hijo a quien amaba más que a sí misma; y
conociendo que le costamos nada menos que la Sangre y la vida de su hijo, se
aumenta imponderablemente su amor hacia nosotros. Y cuanto dolor deberá por esta
misma a su Corazón, cuando obstinado, que, redimido a tanta costa, corre sin
embargo cuando ve a un pecado voluntariamente a su eterna perdición Sería indecible
el sentimiento de una madre que viese perecer por sus delitos en un suplicio a
un esclavo rescatado por su hijo, a costa de mil riesgos y trabajos; pero
cuanta mayor pena debe experimentar el Corazón de María, viendo la condenación
de tantas almas, por cuyo remedio derramó su Sangre, y Dió su preciosa vida
Jesucristo su hijo. Considera cuanto se aumentó en el Corazón de María
Santísima su amor hacia nosotros por haber sido constituida madre nuestra por adopción.
La naturaleza inspira a las madres, en el hecho de serlo, un amor proporcionado
a este título: ¿y cómo podrá creerse que Jesús, destinando a María para que nos
adoptase por hijos, no había de infundir en su Corazón un amor maternal, con todas
las cualidades que necesitaba para desempeñar tan amoroso encargo? Si en
nuestros corazones experimentamos una feliz y tierna propensión, que se hace
sentir aun de los pecadores, para amar a María Santísima, la gracia del Señor fue
quien de esta manera nos previno, para que pudiesen corresponder los corazones
de la madre y los hijos. ¿Y qué mayor dicha podremos desear, o qué motivó más
sensible puede haber para excitarnos a esta correspondencia, que el reflexionar
que María nos ama como madre; pero con un amor de orden muy superior al que nos
tienen nuestras madres naturales: con un amor mucho más tierno que el que puede
haber hacia nosotros en todos los ángeles y santos: con un amor afectuoso,
solícito, activo, constante, compasivo, paciente, incansable: en fin con
un amor propio de una madre que la misericordia del Señor expresamente ha destinado
para nuestro consuelo, y para nuestra salvación.
ORACIÓN
¡Oh
Santísima Virgen Madre de nuestro Señor Jesucristo, y al mismo tiempo madre Nuestra
dulcísima! Si después de tantas y tan acerbas penas como sufristeis para
recibirnos por hijos, hubierais hallado en nosotros el reconocimiento, el amor,
y la fidelidad que os debíamos tan de justicia, con placer indecible tomaríamos
en nuestros labios, el nombre suavísimo de madre para hablaros; ¡pero ay de mí!
que hasta ahora no habéis visto en nosotros más que una infame ingratitud, por
la cual el título de madre nuestra ha sido para vuestro Corazón un manantial
inagotable de tristeza y aflicción. ¿De qué sirve que os llamemos Madre de
misericordia, si (como vos misma le dijisteis á un pecador) os hacemos solo
Madre de Dolores y de miserias con nuestra desobediencia, y con las heridas que
diariamente renovamos al Corazón de vuestro Jesús? Verdaderamente, o Señora
hemos desmerecido el título de Hijos vuestros, y demasiada será vuestra piedad en
permitirnos que de aquí en adelante nos llamemos vuestros humildes siervos. Así
será; y quiera el Señor que aun de este renombre no nos hagan indignos nuestras
maldades. ¡Pero qué! ¿Podrá sufrir vuestro Corazón el no oíros llamar madre en
nuestras oraciones? ¿Podremos nosotros acostumbrarnos á no daros ya este nombre
que en vuestro Corazón y en el nuestro escita la ternura, y produce los más
dulces afectos? No, madre piadosísima, no es posible. Seremos de aquí en
adelante más dóciles, más amantes, y más fieles para con vos; pero es preciso
que continuemos en llamaros madre, para que tengáis compasión de nuestras
miserias, y con el bálsamo suavísimo de amor maternal que mana de vuestro
precioso Corazón, curéis las llagas de nuestras almas. ¡O madre! os repetiremos
sin cesar, madre que por su misericordia nos ha dado el dulcísimo Jesús, tened
piedad de vuestros pobres hijos. Amén.
DÍA SÉPTIMO
MEDITACIÓN
Considera
el principio o raíz de donde procedió el odio que María Santísima tuvo al
pecado. Ya que como Reyna de los Mártires era preciso que sintiese en su Corazón
los efectos de la pasión molestísima y terrible que llamamos odio, debía este
ser rectísimo en su objeto, y santísimo en sus motivos. El odio nace del amor,
por cuanto el corazón que ama concibe necesariamente una grande aversión a todo
lo que se opone al objeto amado. Así es que el odio que María Santísima tuvo al
pecado, procedió primera y principalmente del amor incomprensible que tenía a
Dios, a cuya santísima voluntad se opone directamente el pecado, y es por lo mismo
lo único que totalmente tiene por abominable delante de sus ojos; como que por ningún
aspecto halla en él señal ninguna de su mano benéfica y criadora. Procedió lo
segundo aquel odio del amor que ardía en el Corazón de María Santísima hacia Jesús
su hijo, para quien veía que el pecado había sido causa de tormentos acerbísimos,
y de una muerte infame y dolorosísima. Procedió lo tercero del amor que tenía, a
los hombres, principalmente como madre suya por adopción, conociendo que a muchos
de ellos los precipitaría el pecado en una condenación y desgracia sin fin. Debiendo,
pues, el odio ser proporcionado al amor de, que procede, y siendo el de María
Santísima hacia Dios, hacia Jesús, y hacia los hombres superior sobre toda ponderación
al de todos los santos, el odio al pecado que su Corazón Santísimo sintió, excede
seguramente al que todos juntos le tuvieron. Considera el aumento continuo que
tuvo este odio del Corazón de María Santísima al pecado. Su amor, a Dios creció
por instantes en todo el discurso de su vida hasta su fin, y era preciso
que en la misma proporción creciese también la aversión a la culpa que cada día
y cada momento reconocía más injuriosa a aquella suma bondad. A esto debe añadirse,
que habiendo sido el pecado lo único que María Santísima aborreció (porque es
lo único que debe aborrecerse) este afecto de odio no tenía otro objeto que lo
distrajese o desahogase, sino que todo y con toda su fuerza se hacía sentir contra
el pecado en aquel nobilísimo Corazón; con
la circunstancia notabilísima de no haberse resfriado jamás ni por un momento; porque
aquel Corazón jamás experimentó el más mínimo afecto hacia el pecado. Y si de
algunos santos leemos, que solo de pensar en las ofensas hechas a Dios por los pecadores,
padecían desmayos y accidentes mortales por el horror y aborrecimiento que sentían,
¿qué habrá sufrido el Corazón de María Santísima, que aborreció al pecado más
que todos los santos juntos? Considera los efectos que produjo el odio del Corazón
de María Santísima hacia el pecado. Con cuanto cuidado guardó sus sentidos y
potencias esta Virgen sin mancha, sin embargo, ¡de haber sido confirmada en la
gracia y por lo mismo impecable! Mas su Corazón que tan intensamente aborrecía
la culpa, no podía sufrir objeto u ocasión de los que suelen introducirlo en el
alma; y aunque sabía muy bien que no podía entrar en la suya, jamás le franqueó
la más pequeña puerta; antes bien su más continua ocupación era dolerse de las
injurias que los hombres hacen a su Dios, y ofrecer al Eterno Padre en desagravio
de tantos ultrajes el holocausto de su propio Corazón, y la vida de su precioso
Hijo; aunque lo amaba incomparablemente más que a sí misma. ¿Y quién será capaz
de concebir las terribles batallas de que era campo su Corazón, entre el odio violentísimo
con que veía al pecado, y el amor maternal que profesaba al hombre pecador a
quien miraba como hijo? Aborrecía la culpa; pero se compadecía tiernísimamente
del culpado. Abominaba las injurias que se hacían a su divino Hijo; pero al
mismo tiempo rogaba instantemente por los ofensores. Deseaba ardientemente su conversión;
y qué pena tan inexplicable sería para aquel Corazón de madre ver que sus hijos
nutrían y acariciaban la culpa, que ella
aborrecía con todas sus fuerzas, y cuyo veneno conocía que al fin había de dar es
muerte eterna!
ORACIÓN
De
cuanto consuelo me sirve, o Virgen inocentísima, ver que Dios halló en vuestro
Corazón todo el odio al pecado de que es capaz una pura criatura Mas ¿cómo habéis
podido amarnos como a hijos, viéndonos tan apasionados al pecado, objeto único
de vuestro aborrecimiento? ¡O Virgen amorosísima, cuantas penas debe haber
causado a vuestro Corazón el amor que nos tenéis! ¡Ah! Por este amor que tanto
se os ha aumentado ahora en el cielo, y por aquel odio al pecado, que es al presente
tanto más intenso, cuanto es más vivo el conocimiento, y más ardiente el amor que
tenéis de Dios, por tal amor y tal odio, haced que se aleje de nosotros, que somos
el objeto de vuestro amor materno, el pecado que lo es de vuestro odio irreconciliable.
Infundid a este fin en nuestros corazones todo el aborrecimiento que son capaces
de tenerle. ¡Ah! Queremos amaros, o dulcísima Madre; pero ¿cómo hemos de
lograrlo, si amamos la culpa tan detestable a vuestros purísimos ojos? ¡Qué consuelo
será para vos y para nosotros el que vuestro Corazón y los nuestros se unan para
abominar y detestar el pecado, y así Juntos hagan un holocausto sin mancha ante
el trono del Altísimo Arrancad, pues, de nuestras entrañas esta sierpe
venenosa, y destrozadla bajo de vuestra planta victoriosa, de manera, que en ningún
tiempo vuelva a revivir para nuestro daño. Amén.
DÍA OCTAVO
MEDITACIÓN
Considera
que la alegría del Corazón de María Santísima fue siempre una alegría perfecta.
La alegría se califica por la dignidad de su objeto, y por la rectitud de su
fin; y por eso la que gustan los mundanos es defectuosa; porque su objeto y su
fin son desordenados; más en la que experimentó María Santísima, todo fue perfecto,
todo santo. La bondad de Dios, su grandeza, su magnificencia, eran el objeto de
sus complacencias. En Dios se fundaba todo su gozo; y aquel Corazón feliz se dilataba
dulcemente al contemplar su gloria, el cumplimiento de sus promesas, la exaltación
de Jesús, la redención, que había proporcionado a los hombres hacerse verdaderos
adoradores del Santo Nombre de Dios, y aun Hijos suyos por la gracia. Por eso
cuando le avisó el Ángel haber sido elegida para Madre del Unigénito de Dios,
unió las divinas alabanzas, a la expresión del gozo que ocupaba su Corazón, significando,
que el objeto principal de su alegría era Dios su Salvador: Mi alma engrandece al
Señor, y mi espíritu se regocijó en Dios mi Salvador: a semejanza de Ana, madre
de Samuel, que libre con el nacimiento de este hijo tan deseado, del oprobio de
la esterilidad, protestó, que su corazón se regocijaba en Dios, de quien había
recibido aquel consuelo. Considera, que la alegría del Corazón de María
Santísima fue cabal y sin mezcla de turbación. Las alegrías tumultuosas del
mundo jamás dejan de acompañarse con algunos temores, y disgustos; mas no así
el gozo espiritual de María Santísima, pues que estaba tan segura en su posesión,
como cierta de que no podía jamás ofender a Dios, ni aun resfriarse en su
purísimo amor. Poseía a Dios, fundamento de su alegría, sin temor de perderle;
y por lo mismo su gozo era continuo, sin susto y sin disminución. ¿Y quién de
los justos ha poseído en tanta paz su alma, que no haya experimentado, o sea
amar gura y dolor por sus faltas pasadas, o por lo menos algún temor de
poderlas cometer? María sola gustó la suavidad de esta paz y alegría imperturbables;
porque ella sola entre las puras criaturas se hallaba sin la mancha más leve
ante los ojos de Dios, y con la total satisfacción de no haber de disgustarle
jamás. Ni aun los trabajos y penas temporales que sufrió, pudieron oscurecer
nunca la serenidad de aquel gozo interior y espiritual en que dulcemente
reposaba su Corazón; porque aún en ellos encontraba motivos de alegría, por cumplirse
así la voluntad de su amado. Fue, pues, la alegría del Corazón de María Santísima,
no solo purísima y sin turbación, sino también, a diferencia de la de cualquiera
otra pura criatura, permanente y sin mudanza, en todo tiempo y en todas circunstancias,
y recibiendo siempre nuevos. Considera el gozo que recibía el Corazón de María
Santísima por los objetos que se presentaban a su vista y a su contemplación.
El placer inexplicable que percibió el corazón de algunos santos, á, quienes
por momentos se concedió la dichosa suerte de contemplar á Jesús, que se les
apareció visiblemente, no fue más que una ligera semejanza de la complacencia
en que rebozaba el Corazón de María, cuando por tanto tiempo continuamente
miraba, acariciaba, y estrechaba entre sus brazos a Jesús, como fruto de sus
virginales entrañas, y parte, por decirlo así, de su propia sustancia. Y ¿qué se
podrá discurrir de aquella alegría inefable que percibió al verle resucitado, y
después subir triunfante a los cielos? ¿Qué, de la que le causarían las
revelaciones, los raptos, los éxtasis, que, si a los demás santos se han
concedido, debieron forzosamente ser más frecuentes y más sublimes en la Madre
de Dios? Y de cuánta alegría no debieron tales comunicaciones divinas colmar el
Alma, y, de consiguiente, ¡el Corazón de María Santísima! Y si es cierto lo que
piadosa y probablemente creen algunos teólogos, que la Santísima Virgen viviendo
en carne mortal fue algunas veces elevada, aunque por breve tiempo, a contemplar
claramente la divina Esencia: ¡cuán profundas y dulces impresiones de gozo
experimentaría en tales ocasiones su Corazón! Concluyamos, pues, que el Corazón
de María Santísima fue un piélago de placer y gozo celestial, insondable para
el humano entendimiento.
ORACIÓN
¡O
Virgen admirable! Yo os doy los justos plácemes por aquella divina alegría de
que perpetuamente vivió rebozando vuestro Corazón aquí en la tierra. Pero yo, miserable,
hijo vuestro: ¿Qué gozo puedo esperar habitando en las tinieblas del pecado, y privado
de ver la luz del cielo? En vano ahora he buscado contento y tranquilidad en
los gustos y placeres del mundo. Me he cansado inútilmente, corriendo tras un
vislumbre de alegría, que se ha desvanecido en el mismo momento en que creía alcanzarlo.
O Virgen de Guadalupe, consuelo de los afligidos, volved vuestros ojos misericordiosos
hacia la oscuridad y desasosiego de mi triste corazón. Haced que guste mi alma
alguna vez de aquella suavidad de que la vuestra estuvo llena. Baje sobre mi corazón
alguna gota de aquel rocío celestial que regaba continuamente el vuestro, y lo colmaba
de los divinos consuelos. ¡Oh si una vez al menos pudiese yo probar la más pequeña
parte de vuestro gozo! Entonces sí que no volvería a desear las vanas alegrías
del mundo, y lleno de complacencia repetiría con vos: Que Dios es la única alegría
de mi corazón, y mi parte y herencia para siempre. Amén.
DÍA NOVENO
MEDITACIÓN
Considera,
que el dolor del Corazón de María Santísima fue un dolor continuo. Porque del
mismo modo que Jesús, sin embargo, de que gozó siempre de la vista clara de la
Divinidad, estuvo en su Corazón oprimido de tristeza, tedio, así su Santísima Madre,
no obstante, el gozo espiritual de que se hallaba inundada en la parte superior
de su alma, estuvo en la inferior sujeta al dolor y a la aflicción. Siendo, como
es, muy verosímil, que desde el principio de su vida fue iluminada por el Espíritu
Santo sobre la pasión futura del Redentor del mundo, y de consiguiente, que la
contemplaba sin intermisión, puede muy bien decirse: Que el dolor nació con su Corazón,
que con él creció, y no se separó de él en todo el discurso de su vida. Cuando Simeón
le predijo, que su Unigénito sería el objeto de las contradicciones del mundo,
y que un cuchillo de dolor atravesaría su alma: cuánto se aumentaría su aflicción,
y cuán sin medida iría creciendo, cuanto más se acercaba el tiempo de la pasión
de Jesús, á vista de los peligros, persecuciones e injurias que continuamente la
cercaban. Aun pasada la tempestad de la pasión, el dolor perseveró en el Corazón
de María Santísima hasta su muerte, por la privación de su amadísimo hijo, por
la memoria que no podía borrársele de sus tormentos, y por las impías blasfemias
con que sabía era su Santísimo Nombre vilipendiado de sus enemigos. Considera,
que el dolor del Corazón de María Santísima fue un dolor incomparable. El
sentimiento que se experimenta viendo padecer a otro, es proporcionado a la opinión
que se tiene de la inocencia, dignidad y mérito de quien padece. Siendo, pues,
el conocimiento que María Santísima tuvo de la excelencia y santidad de Jesús,
superior al de cualquiera otra pura criatura, fue preciso que su dolor al verlo padecer,
excediese incomparablemente al que sintieron las otras almas santas que lo vieron,
o que, aun con luz extraordinaria, contemplaron su amarga pasión; en algunas de
las cuales hacia tanto efecto la imaginación sola, que caían en mortales desmayos.
¿Y qué podremos pensar de lo que aumentaba el dolor de María su amor maternal hacia
Jesús? Le amó más que ninguna otra criatura, como a su Dios; y más que ninguna
otra madre, como a su hijo; y por tanto, su dolor, viéndolo padecer, no admite comparación
alguna. Por último, cuanto mayor en número y en gravedad son las penas que
alguno sufre, tanto mayor es la compasión que excitan en el corazón de quien lo
ve padecer: de lo que se infiere, que si los tormentos de Jesús excedieron a
los de todos los mártires, el dolor de María Santísima fue más acerbo que
cuantos han sufrido los santos, contemplando la pasión de Jesús; como que nadie
pudo penetrar hasta su Corazón, para ver allí aquel piélago de tristeza mortal
que apenas se dejaba divisar de los que lo vieron padecer, y que solo puede comprenderse
perfectamente por el entendimiento de María. Así se verificó lo que afirma el
Padre San Buenaventura: Que los tormentos que Jesús toleraba en su cuerpo, se transfundían
como vivos al Corazón de María su Madre. ¿Cuál, pues, podrá ser la medida de su
dolor? Considera, que el dolor del Corazón de María Santísima fue puro y sin
alivio humano. No podía interceder en favor de su hijo, ni ante los hombres que
no habían de escucharla; ni ante el Eterno Padre, que con un decreto
irrevocable tenía ordenada su muerte y sus tormentos; y, de consiguiente, no podía
abrigar su Corazón ni la más leve centella de esperanza para librarlo. Pudiera
al menos proporcionarle algún alivio: Pero ¿cómo, si los verdugos se lo
estorban? No puede ni le resta más que la vista de su hijo moribundo: Y ni aun
se le concede sostenerle con sus manos la cabeza que no halla donde descansar.
Si al menos la acompañaran los discípulos de su amado hijo en aquellas mortales
agonías: Pero no al pie de la Cruz, sino a Juan solo. Si a lo menos tuviera el
consuelo de que, aunque por extraña mano, se le humedeciesen los labios para
aliviar la sed que padecía. Mas lejos de esto ve que se los amargan con vinagre.
Si los circunstantes siquiera le mostrarán algún vislumbre de compasión: Pero,
muy al contrario, la mayor parte le insulta y le blasfema a su Jesús. Dolor sin
medida, que le habría sido menos sensible, si con su inaudita vehemencia le hubiera
quitado en un punto la vida, o si por los ojos en ríos de lágrimas hubiera podido
desahogar su Corazón. Pero nada de esto. Debió permanecer inmoble y con los ojos
enjutos al pie de la Cruz; mirar intrépida
a su hijo moribundo; sobrevivir a su muerte; y llevar siempre impresa en su memoria
aquella dolorosa escena por todo el resto de su vida. ¡O Madre llena de dolor,
y privada de todo consuelo! Mirad, que la Sangre que ha derramado vuestro hijo
por todos los hombres, ha de ser su remedio y su salvación. ¡Ah! el considerar que
para ninguno se había empleado en vano, habría sido ciertamente el más poderoso
alivio para el Corazón de María; pero conocía con demasiada certidumbre, que
una gran parte de los hombres había de perderse eternamente por su insensatez y
su malicia, frustrando redención tan costosa. Y ¿qué dolor podrá compararse con
éste que sufrió el Corazón de nuestra amante madre? Ella muy bien pudo
asegurar: Que sus tormentos eran tan excesivos y tan sin consuelo, que se
asemejaron a los del infierno.
ORACIÓN
¡Oh
Virgen dolorosísima! ¡Que no me hubiera sido posible hallarme presente a la
muerte de vuestro divino hijo, y haberos acompañado al pie de la cruz! ¡Ah! ¡Qué
no hubiera yo dicho, qué no hubiera yo hecho para consolaros, o madre
amorosísima Soy, es verdad, un rebelde y malvado pecador; pero acaso vuestro
Corazón hubiera sentido algún alivio, viéndome llorar mis pecados al pie de
aquella cruz, juntamente con la penitente Magdalena, ¡y confiar en la bondad de
vuestro hijo en compañía del Ladrón convertido! Al presente, nada más puedo hacer,
que compadecerme de los dolores acerbísimos de vuestro Corazón, y pediros
humildemente perdón por la parte que en aumentároslos he tenido. Ojalá me fuera
concedido borrar con mi sangre mis gravísimas culpas, causa fatal de los
tormentos de vuestro hijo, y de vuestro dolor. Pero haced al menos, o Madre
Santísima que sienta yo alguna parte de vuestras penas y amarguras. Gravad
sobre mi corazón, la imagen de vuestro Amor crucificado; para que desde hoy mismo
comience yo a resarcir con mi arrepentimiento y con mi llanto, las penas que he
causado al Corazón de vuestro hijo y al vuestro. Amén.
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