sábado, 18 de abril de 2020

NOVENA AL CORAZÓN DE SANTA MARÍA DE GUADALUPE


NOVENA PARA PREPARARSE A LA FESTIVIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE MARÍA SANTÍSIMA DE GUADALUPE

DISPUESTA
Por el Canónigo Alfonso Muzzarelli, Teólogo
de la Sagrada Penitenciaría, y Traducida del italiano por L. c. c.
México, 1881

Podrá, pues, esta novena comenzarse el día dos de diciembre, para que, concluidas en diez días las consideraciones de Muzzarelli, corresponda al día doce la que se ha añadido, acomodada a la Santísima Imagen de Guadalupe: y para que sea más propia de la festividad, la que toque al día de la Purísima Concepción, puede invertirse un poco el orden, tomando la del segundo día, y trasladando a éste la del séptimo; o bien pasando del primer día, al tercero y siguientes y poniendo en el séptimo la del segundo.


SONETO
Oh Corazón Sagrado de María
¡Oh fuente inagotable de dulzura,
De paz, de santo amor y de luz pura,
De gracia, de virtud y de alegría
Eres más bello que el naciente día:
Tu bondad, tu poder y tu hermosura,
Arrebatan a toda criatura,
Y con ellas también al alma mía.
Yo me arrobo tan solo con nombrarte;
Y no deseo otra cosa que ir a verte,
Estrecharme contigo, y adorarte...
¡Oh y cuanto, Corazón, deseo la muerte,
Por ensalzar a un Dios que con tal arte
Supo y quiso más que a otro ennoblecerte!

DÍA PRIMERO
MEDITACIÓN
Considera la excelencia del Corazón de María Santísima por ser la parte más noble de su sagrado cuerpo. De aquel cuerpo santísimo y perfectísimo de la Madre de Dios, cuya dignidad por es te título casi puede llamarse infinita. Considera además este precioso Corazón como unido naturalmente por íntima comunicación de impresiones y de movimientos con aquella alma que excede en santidad a todos los santos, y ángeles del cielo. ¿Quién, pues, sin una luz singular y extraordinaria de Dios, podrá comprender la excelencia de este Corazón? Considera el Corazón de María Santísima de Guadalupe como que es el principio de la vida de la Madre de Dios. Vida ciertamente la más preciosa y la más noble después de la de Jesús. Considéralo como que es la fuente de aquella sangre purísima, con la que, por obra del Espíritu Santo, se formó el cuerpo adorable que unió consigo el Hijo de Dios. Puede por lo mismo llamarse la fuente de las dos vidas mas preciosas que jamás hubo, o pudo haber en el mundo, y, por consiguiente, ningún corazón puede comparársele en dignidad después del de Jesús. Considera la excelencia del Corazón de María Santísima, por ser el instrumento material de tantos afectos sensibles dirigidos a Dios, quien recibe con cualquiera de ellos más complacencia que con todos los de cualesquiera otras puras criaturas, por más santas y perfectas que sean. Este Corazón ha sido el órgano excelentísimo de las operaciones perfectísimas de la voluntad de María, y venerándolo, veneramos a la misma Señora por aquellos afectos y sentimientos nobilísimos en que se ejercitó por todo el discurso de su vida mortal, no solo material y sensiblemente con el Corazón, sino principal y formalmente con la voluntad, que es la que el corazón nos simboliza y representa. ¿Qué cosa, pues, podremos hallar en María para objeto sensible de nuestra devoción, que sea más excelente que su Corazón Sacratísimo, cuando este nos pone a la vista, cuanto de más precioso y estimable hay en su alma y en su cuerpo, y cuanto con uno y otro ha obrado de más meritorio ante los ojos de Dios?

ORACIÓN
Oh nobilísima Virgen, Reyna de los cielos! Considerando la excelencia de vuestro Corazón, me confundo y me cubro de vergüenza, reconociendo en comparación suya la indignidad del mío. ¡Ah corazón mío, instrumento infame de vilísimos afectos, que deshonran el carácter de cristiano, por el
cual fuí elevado a la dignidad de Hijo de Dios! ¡Corazón mío manchadísimo, fuente y principio de una vida pasada entre vergonzosos deleites! ¡Ay Madre Santísima de Guadalupe por la excelencia de vuestro Sagrado Corazón os suplico humildemente, postrado a vuestros pies, que levantéis mi voluntad del asqueroso cieno de los vicios en que yace miserablemente sepultada! ¡Oh y cuanta gloria será para vos el que con vuestra poderosísima intercesión hagáis de este mi corazón un templo del Espíritu Santo, y un manantial de afectos santos, y deseos dirigidos totalmente a Dios y a las Cosas del cielo! Amén.

Se rezarán nueve Aves Marías, y se concluirá todos los días con el versículo y oración siguiente:

L/: Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios
R/: Para que seamos dignos de las promesas de Jesucristo

ORACIÓN: Te rogamos, Señor Dios nuestro, nos concedas a nosotros tus siervos perpetua salud de cuerpo y alma, y que por la intercesión de la bienaventurada Virgen María seamos libres de toda tristeza en la presente vida, y disfrutemos en la futura de alegría interminable: Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, que contigo y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.



SEGUNDO DÍA
MEDITACIÓN
Considera la pureza del Corazón de María Santísima por parte de su voluntad. Entre los singularísimos privilegios con que el Señor enriqueció a esta Virgen, predestinada para ser su adre, uno de los más extraordinarios fue constituirla y confirmarla en gracia desde su Concepción, de manera, que no solo no hubiese de perderla jamás con culpa grave; pero ni aun disminuirla con culpa venial; ni resfriarse en la caridad con la más ligera imperfección. De aquí es, que la voluntad de María jamás concibió afecto o deseo alguno que no fuese perfectamente conforme a la voluntad de Dios, y, por lo mismo, jamás comunicó a su Corazón ninguno de aquellos movimientos desordenados que proceden del desarreglo de la voluntad. Así es que el Corazón de María es el único entre todos los corazones que, por un privilegio tan singular y tan extraordinario, puede llamarse un Corazón toda pureza, un Corazón siempre limpio, siempre sin mancha, y siempre sin desorden. Considera la pureza del Corazón de María Santísima por lo que toca al apetito sensitivo. ¿Qué Santo hubo jamás que no experimentase alguna vez dentro de sí mismo conmoción, a lo menos indeliberada contra el apetito racional? ¿Quién de todos los justos podrá citarse que no haya sufrido jamás los ataques de las pasiones rebeldes, y que no haya sentido en sus miembros una ley que resiste a los dictámenes de la razón? María sola fue exenta de semejantes molestias. Extinguido en ella totalmente desde su principio los fomes o causa que inclina al pecado, jamás sintió movimiento ni aun in deliberado de la parte inferior de su alma, ni la más mínima inclinación hacia el mal. Nada perturbó jamás la calma tranqui la de sus apetitos, ni excitó en ella sensación que desordenada fuese. Por tanto, su Corazón purísimo nunca tuvo que padecer alteración alguna de las que suele en pasar la propensión al mal, o las pasiones que se rebelan, contra la razón. No hay, pues, corazón alguno que en la pureza pueda compararse al de María; no solamente libre de toda mancha, sino de la sombra más leve, y aun del más remoto peligro de contraerla. Considera la pureza del Corazón de María Santísima, por haber sido libre siempre de las tentaciones internas del demonio. ¿Cómo había de tener atrevimiento la antigua serpiente para asaltará aquella invicta Niña, que desde el primer instante de su ser le había puesto el pie sobre la cabeza? Y, aun cuando hubiese intentado acometerle, ¿cómo había de permitir el Señor que su enemigo llevase las armas hasta lo más sagrado de aquel templo que había elegido y santificado para su habitación? No pudo, pues, el demonio molestar, ni conmover jamás la mente o la imaginación de María con ilusiones malignas, ni con fantasmas impuros, ni inquietar con ningún género de sugestiones la tranquila serenidad de su Corazón inmaculado. Y he aquí otro privilegio que distingue entre todos el Corazón de María Santísima, que no solo no pudo ser vencido; pero ni aun asaltado del enemigo.


ORACIÓN
Virgen Sacratísima: yo os doy los justos plácemes por el privilegio singularísimo que preservó a vuestro Corazón de toda mancha de culpa, y de toda tentación del demonio. Y ¿cómo podréis con esos purísimos ojos mirar sin horror este mi corazón manchado con tantas culpas, y herido con tantos golpes del infernal enemigo? Mas, a pesar de esto, es preciso, debéis tener piedad de mis miserias; y estas mismas llagas que en mí veis, deben excitar en Vuestro amorosísimo Corazón una tierna compasión de mí. ¿Y qué, no podréis con la eficacia de vuestro auxilio é intercesión, procurarle medicina y salud a mi pobre corazón, para que llegue a ser un corazón limpio y puro, objeto de complacencia a vuestros ojos y a los de vuestro divino hijo? Ea, Virgen clementísima de Guadalupe: dignaos escuchar mis ruegos, curar mis llagas, y ser de hoy en adelante mi defensa, y él escudo impenetrable que embote los dardos de las tentaciones que continuamente me asaltan. Apartad muy lejos de mí al demonio, reprimid la rebeldía de mis pasiones; para que libre mi corazón, solo se ocupe en agradecer vuestras misericordias, y en imitar, en cuanto fuere posible, la pureza incomparable de vuestro inocentísimo Corazón. Amén.



DÍA TERCERO
MEDITACIÓN
Considera el amor del Sagrado Corazón de María para con Dios en su principio. ¡Quién de todos los santos podrá gloriarse como María, de haber amado a Dios desde su Concepción! Prevenida en el primer instante de su ser con el uso expedito de la razón; enriquecida con el hábito de la fé, de la esperanza y de la caridad; ilustrada con, conocimientos sobrenaturales; y excitada al bien con gracias extraordinarias: ¿qué debía resultar, si no lo que resultó en efecto, que el primer movimiento de su voluntad fue dirigirse, como arrojándose con ímpetu, hacia Dios, a quien conoció perfectísimamente como único y sumo bien, como su liberalísimo bien hechor, y como soberano Señor de todas las criaturas? Y ¿cuáles serían los amorosísimos movimientos de aquel Corazón, instrumento necesario, y por lo mismo fidelísimo de los afectos de la voluntad? ¿Cuáles sus saltos de gratitud hacia aquel Señor de quien se reconocía María Santísima tan amada y tan privilegiada? Considera el amor del Corazón de María Santísima para con Dios en sus progresos. En sentir de muchos doctores María amó a Dios en el primer instante de su vida, más que cualquiera de los santos en el punto de su muerte. Cuanto, pues, debió irse aumentando en todo el largo tiempo que María vivió sobre la tierra un amor tan fervoroso en sus principios, un amor excitado cada día más con nuevos beneficios de Dios, auxiliado con nuevas gracias, jamás interrumpido en su ejercicio ni un solo momento, jamás retardado en su progreso por ningún obstáculo, ni distraído de su objeto por la más ligera inclinación hacia otro; ¡y antes por ser contrario fomentado por deseos vivísimos de amar más y más! Cuanto debió aumentarse cuando María concibió en su seno virginal, por obra del Espíritu Santo, ¡al Eterno! ¡Cuanto en el momento feliz en que tomó en sus brazos a su amado, vestido con la humana naturaleza: Puede, pues, afirmarse sin exageración, que creciendo por momentos el amor hacia Dios en el Corazón de María, llegó a encenderse en él tal llama, que habría debido consumirlo y reducirlo a cenizas, si el mismo Dios, por quien ardía, ¡no lo hubiera conservado como incombustible en medio de aquel incendio! Considera lo intenso y ardiente del amor del Corazón de María Santísima ara con Dios. ¿Y qué podremos añadir á o ya dicho, para formar idea de la intención y vehemencia del amor de Dios en que se abrazaba este Corazón amantísimo? ¿Será incomprensible la fuerza de un amor, que, según el sentir de los doctores, llegó al fin a ser mayor que el de todos los santos juntos? El ímpetu del divino amor fue el que dilató el corazón de S. Felipe Neri hasta hacer que se le rompiesen dos costillas. Él era el que con sus violentos ardores obligaba a San Francisco Xavier a abrirse sobre el pecho los vestidos. En el que con un dardo encendido hirió mortalmente el corazón de Santa Teresa por mano de un serafín: Y, sin embargo, el amor de estos santos para con Dios puede llamarse una chispa en comparación de aquella llama que ardió en el Corazón de María Santísima. Concibamos si es posible un corazón en que se reúna todo el fuego de amor divino que ha encendido todos los corazones de los santos del cielo, y de los justos que aún viven sobre la tierra, y este corazón será solamente de algún modo comparable con el Corazón de María Santísima. ¿Quién pues podrá, no diré ya comprenderlo; pero ni aun imaginarlo?

ORACIÓN
¡O Virgen amantísima! Quién pudiera tomar una centella de vuestro inflamado Corazón, y ponerla en el mío, para que levantara en él un incendio de amor hacia Dios que lo consumiera hasta reducirlo a cenizas. ¡Y quién del mismo modo pudiera participar de aquel fuego divino que arde en el Corazón Sagrado de Jesús, para corresponder a vuestro amor! ¡Qué feliz sería yo si mi amor se empleara solamente en Dios, y después de Dios en amaros á vos, en quien más que en ninguna otra pura criatura resplandece, su grandeza, su magnificencia y su bondad Miserable de mí, oh Santísima Virgen Hasta ahora mi pobre corazón ha sido víctima del amor sensual y terreno, que no me ha dejado gustar, las dulzuras del espiritual y divino. Apagad, pues, primero en él las llamas impuras en que arde, y después haced bajar un fuego celestial que lo abrase y consuma como holocausto perfecto en el amor, y por la gloria de aquel Señor a quien tanto amasteis sobre la tierra, y ahora muy mas perfectamente en el cielo. Amén.



DÍA CUARTO
MEDITACIÓN
Considera las propiedades del amor del Corazón de María Santísima al Eterno Padre. Como el amor es un movimiento o inclinación del alma hacia el objeto amado, su carácter y sus cualidades, se determinan y distinguen por las diferentes relaciones que hay entre las personas que se aman. Por eso vemos que es de diversa especie el amor que un padre tiene a su hijo, el que un esposo profesa a su esposa, o un amigo a su amigo y diversas precisamente las sensaciones que en su corazón experimenta cada uno María Santísima es verdadera Madre del Unigénito del Padre Eterno: He aquí el fundamento de la relación que hay entre ambos, Jesucristo, Hijo de Dios Padre desde la eternidad, en cuanto a su naturaleza divina, fue también en tiempo hijo verdadero de María Virgen, en cuanto a su naturaleza humana. En este sentido dice el Padre S. Bernardo: que Jesucristo ni todo nació de Dios; ni todo de la Virgen; y, sin embargo, todo es de Dios, y todo de la Virgen, no dos hijos, sino uno solo Hijo de Dios y de la Virgen. Por lo mismo, reconociendo María Santísima a su Hijo Jesús como Hijo también del Eterno Padre, debía experimentar en su alma, y por consecuencia en su Corazón, afectos y sensaciones enteramente nuevas, singulares é inexplicables de amor hacia el mismo Eterno Padre. Los santos todos le amaron como á Padre que era suyo por la creación, por la adopción y por los beneficios; pero María Santísima lo amó, a más de todo esto, como á Padre de aquel a quien ella misma tenía por su hijo propio y verdadero. Considera las propiedades del amor del Sagrado Corazón de María hacia el Hijo de Dios hecho hombre. Le amaba como á hijo, no solo por el impulso irresistible de la naturaleza, sino por el amor especialísimo que le infundió su s divino Es poso el Espíritu Santo, y por los grandísimos trabajos, peligros y aflicciones que pasó para criarlo, y para defenderlo. Le amaba como á hijo único, sobre toda ponderación amable, obediente, tierno y virtuoso. Le amaba como a un Hijo que el Padre Eterno le había encomendado, y de quien dependía la salvación de todo el linaje humano. Por último, le amaba como a Dios y hombre Juntamente. ¡Ah! Solo el entendimiento de María puede comprender, así como solo su Corazón ha podido experimentar, lo que es amar con amor de madre a un Dios que ha querido hacerse hijo suyo. El amor que los demás santos tuvieron a Jesucristo, en cuanto hombre, fue un amor de amistad y hermandad, a la que habían sido admitidos por gracia; pero el amor que María Santísima le tuvo, fue amor de Madre, que era realmente por el orden de la naturaleza; como que le había comunicado parte de su propia sustancia, y lo había criado con la leche de sus pechos. ¡Quién, pues, podrá comprender cuales eran los amorosos movimientos de su Corazón, cuando estrechando entre sus brazos a aquel divino Niño, podía con toda verdad decirle tu eres mi hijo, yo te he engendrado!... Considera las cualidades del amor del Corazón de María Santísima al Espíritu Santo. Fue este un amor de Esposa á Esposo; pero no terreno y carnal, sino de un orden sobrenatural, que no puede participarse a alguna otra criatura. Amor de Esposa, que comenzó a hacerse sensible al Corazón de María, cuando dio su consentimiento para ser Madre del Unigénito de Dios por obra del Espíritu Santo. Amor de Esposa, que unió su Corazón con indisoluble vínculo al Espíritu Santo, en aquel feliz momento en que, suministrando María Santísima de su purísima Sangre la materia, formó y organizó el Cuerpo Sacratísimo que había de unir consigo el Hijo de Dios. Amor de Esposa tan nuevo y excelente, como lo fue la obra prodigiosa de la Encarnación del divino Verbo. Tal vez podrá uno u otro comprender los sentimientos del corazón de algunas dichosísimas Vírgenes, a quienes Jesucristo enriqueció con el anillo nupcial de un desposorio enteramente espiritual; pero nadie podrá formar idea de los afectos del Corazón de María Santísima, elevada a la dignidad de Esposa del Espíritu Santo, por cuyo poder infinito fue verdadera Madre de Dios.

ORACIÓN
Virgen Sacratísima, Esposa inmaculada del Espíritu Santo, ¡de cuya mano habéis recibido la más grande y más dulce herida de amor, que jamás hizo en corazón humano! ¡qué feliz sería yo, os diré con S. Bernardo, si alguna vez al menos sintiera punzado mi corazón con la extremidad de aquel amoroso dardo que traspasó el vuestro, o más bien: ¡qué feliz sería yo, si no solamente lo sintiera herido; más del todo destrozado y vencido. ¡Ah! vos, o Virgen Santa, impetradme de vuestro divino, Esposo amor y caridad, impetradme afectos de reconocimiento por los dones que de su mano he recibido. Sí, vos que tenéis a vuestra disposición Jos tesoros de su amor, vos que estáis sobreabundantemente llena de la caridad divina, sustentad hoy a vuestros pobres siervos con este manjar de vida, y coman los perrillos las migajuelas, a lo menos, que caen de vuestra mesa. Para esto, ¡oh Señora habéis recibido caridad divina tan sobre toda medida; para que de vuestra plenitud y abundancia participemos todos, y para que ensalzada a la dignidad de Esposa del que es por esencia el Amor increado, podáis dispensar de sus riquezas a vuestros siervos, ¡oh Virgen bendita! por todos los siglos. Amén.


DÍA QUINTO
MEDITACIÓN
Considera la humildad del Corazón de María Santísima, fundada en el bajo concepto que tenía de sí misma. Sublimada y enriquecida con los más especiales privilegios y dones que se han comunicado a una pura criatura, y en el colmo de su grandeza, cuando le intimó el Ángel que iba a ser Madre de Dios, no se atreve a llamarse a sí misma con otro título que con el de esclava del Señor. Humildad no de palabra o de ceremonia; sino de entendimiento y de persuasión, reputándose indigna de tantos favores, y teniendo por cierto, que, si a otra criatura se hubieran hecho, habrían sido mejor correspondidos. Humildad que le hace conocer que su amor hacia Dios, aunque ardentísimo, era sin embargo muy inferior a su dignidad. Humildad que precisamente infunde en su Corazón un afecto íntimo de sumisión, de dependencia y sujeción a Dios, y al mismo tiempo un extremo sentimiento de no poder amar y mostrarse agradecida a su divino benefactor cuanto merece, y aun temiendo no corresponder a sus beneficios cuanto alcanza su capacidad. De aquí es, que cuanto más grande se conoce a sí misma María Santísima, por los dones que ha recibido de Dios, tanto más se humilla en su Corazón por su propia nada, y por el modo con que los corresponde. Considera la humildad del Sagrado Corazón de María por su inclinación a las humillaciones y a los desprecios. No es mucho, dice S. Bernardo, ser humilde de entendimiento; porque la verdad obra en él necesariamente, haciéndole que conozca lo que somos, y aun los pecadores pueden tener, y en efecto tienen algunas veces esta humildad: el valor sumo y el complemento de esta virtud consiste en ser humildes de corazón; esto es, que del conocimiento propio resulte un afecto o inclinación al propio abatimiento, como puntualmente se verificó en el Corazón Santísimo de María. Porque no solamente no procuró jamás ser conocida por Madre de Dios, o al menos por descendiente de David; sino que trató positivamente de ocultar los dones que del Espíritu Santo había recibido, hasta el grado de poner en riesgo su propio honor en la opinión ajena. Y con cuanto júbilo recibió los apodos y afrentas con que las personas más viles le trataban, señalándola con el dedo como á Madre de un infame malhechor. Esta es la verdadera humildad que se produce en el entendimiento, y que se perfecciona en los deseos y afectos de la voluntad y del corazón. Humildad tanto más perfecta, cuanto más unida a una conciencia totalmente limpia, y a la plenitud de la divina gracia. Humildad que llena de confusión el Corazón de María entre los beneficios de Dios, y lo hace saltar de alegría en medio de los abatimientos. ¡Oh Cuantas veces habrá dicho María al Señor en el secreto de su corazón: ¡Bueno para mí ha sido el que me hayáis humillado! Considera que en el Corazón de María Santísima se unió a la humildad la mansedumbre, de modo que puede como su divino Hijo decirnos: Aprended de mí, que soy mansa y humilde de Corazón. Del mismo modo que la arrogancia nace de la soberbia, así la mansedumbre procede naturalmente de la humildad, y habiendo sido tan profunda la del Corazón de María Santísima, ella fue la que lo constituyó en un estado felicísimo de calma, de indiferencia y de inmutabilidad entre los honores y las ignominias. ¿Cuándo mostró el más leve resentimiento contra los desapiadados que le negaron el alojamiento que para sola una noche buscaba en Belén; o contra los impíos que injuriaban y perseguían a su hijo inocentísimo? ¿Cuándo se lamentó de su pobreza, o del penosísimo viaje que la crueldad de un tirano la obligó hacer a Egipto? ¿Cuándo mostró el indicio más leve de ira contra los que crucificaron a su precioso hijo; a pesar de que justamente pueden llamarse verdugos de su mismo Corazón? ¡Ah! que, muy al contrario, ella sin duda interpuso su mediación en favor de aquellos pérfidos, y unió, para alcanzarles perdón, sus ruegos a los de Jesús moribundo. Así manifestaba, aun exteriormente la interior mansedumbre de su Corazón.

ORACIÓN
¡O Virgen humildísima y mansísima! Por estas dos virtudes de vuestro Corazón no solamente os hicisteis dueña del Corazón de Dios, sino también Señora de los corazones todos de los hombres. La humana miseria no debe temer el presentar se á vos; porque siempre os encuentra benigna y misericordiosa para darle acogida. Nada hay en vos de austero, nada de terrible: cuanto se observa en vos todo es dulzura, todo suavidad, todo mansedumbre. Jamás se lee en toda la historia evangélica, que hayáis proferido una palabra que tuviese algo de aspereza, o que hayáis dado el más ligero indicio de enojo. Por lo mismo recurro a vos, o María, lleno de confianza de que habéis de escuchar mis súplicas con vuestra acostumbrada mansedumbre. Nada más os pido, sino que me alcancéis un corazón humilde y manso como el vuestro. Es verdad que hallo mil motivos dentro de mí para humillarme por mis miserias y por mis pecados; pero el corazón, este corazón es el que aborrece de muerte toda humillación, y siempre anhelase desvive por la estimación, y por los aplausos del mundo. Mudad, pues, o Virgen poderosísima, este mi corazón, infundiéndole un espíritu de humildad y de mansedumbre que sea bastante á extinguir en él todo el orgullo de que hasta ahora se ha dejado vencer y dominar. Amén.



DÍA SEXTO
MEDITACIÓN
Considera que amando María Santísima a su hijo Jesús con un afecto incomprensible, es preciso que ame también lo que Jesús ama, y según la medida con que lo ame. Jesús nos ama de manera que llega a protestar, que su delicia es estar con nosotros. Cuanto, pues, deberá María amarnos, sabiendo que somos tan amados de su divino hijo Vemos en el mundo que una madre que ha puesto en su hijo único todo su amor, y toda su esperanza, por no alejarlo de su vista convida a otros niños que vayan a divertirlo en su casa, y a aquellos distingue en su afecto y en sus caricias, que observa más queridos de su hijo. A este modo el amor de María Santísima hacia los hombres es el más semejante que puede hallarse al que nos tiene el Corazón de Jesucristo, como que de él toma el motivo, y, por decirlo así, la medida para amarnos. Considera como se aumentó en el Corazón de María Santísima el amor hacia nosotros con el sacrificio que le costó nuestra salvación. Cuanto mayores trabajos se padecen por el objeto amado, tanto más se aumenta el amor, como que se nos hace más precioso por el costo de las penas que sufrimos por él. ¿Y qué pena mayor que la que sufrió por nosotros el Corazón de María Santísima, consintiendo por nuestra salud en la dolorosísima y afrentosísima muerte de su amantísimo hijo? Sí, dio por bien empleado para nuestra salvación ver morir delante de sus ojos aquel hijo a quien amaba más que a sí misma; y conociendo que le costamos nada menos que la Sangre y la vida de su hijo, se aumenta imponderablemente su amor hacia nosotros. Y cuanto dolor deberá por esta misma a su Corazón, cuando obstinado, que, redimido a tanta costa, corre sin embargo cuando ve a un pecado voluntariamente a su eterna perdición Sería indecible el sentimiento de una madre que viese perecer por sus delitos en un suplicio a un esclavo rescatado por su hijo, a costa de mil riesgos y trabajos; pero cuanta mayor pena debe experimentar el Corazón de María, viendo la condenación de tantas almas, por cuyo remedio derramó su Sangre, y Dió su preciosa vida Jesucristo su hijo. Considera cuanto se aumentó en el Corazón de María Santísima su amor hacia nosotros por haber sido constituida madre nuestra por adopción. La naturaleza inspira a las madres, en el hecho de serlo, un amor proporcionado a este título: ¿y cómo podrá creerse que Jesús, destinando a María para que nos adoptase por hijos, no había de infundir en su Corazón un amor maternal, con todas las cualidades que necesitaba para desempeñar tan amoroso encargo? Si en nuestros corazones experimentamos una feliz y tierna propensión, que se hace sentir aun de los pecadores, para amar a María Santísima, la gracia del Señor fue quien de esta manera nos previno, para que pudiesen corresponder los corazones de la madre y los hijos. ¿Y qué mayor dicha podremos desear, o qué motivó más sensible puede haber para excitarnos a esta correspondencia, que el reflexionar que María nos ama como madre; pero con un amor de orden muy superior al que nos tienen nuestras madres naturales: con un amor mucho más tierno que el que puede haber hacia nosotros en todos los ángeles y santos: con un amor afectuoso, solícito, activo, constante, compasivo, paciente, incansable: en fin con un amor propio de una madre que la misericordia del Señor expresamente ha destinado para nuestro consuelo, y para nuestra salvación.

ORACIÓN
¡Oh Santísima Virgen Madre de nuestro Señor Jesucristo, y al mismo tiempo madre Nuestra dulcísima! Si después de tantas y tan acerbas penas como sufristeis para recibirnos por hijos, hubierais hallado en nosotros el reconocimiento, el amor, y la fidelidad que os debíamos tan de justicia, con placer indecible tomaríamos en nuestros labios, el nombre suavísimo de madre para hablaros; ¡pero ay de mí! que hasta ahora no habéis visto en nosotros más que una infame ingratitud, por la cual el título de madre nuestra ha sido para vuestro Corazón un manantial inagotable de tristeza y aflicción. ¿De qué sirve que os llamemos Madre de misericordia, si (como vos misma le dijisteis á un pecador) os hacemos solo Madre de Dolores y de miserias con nuestra desobediencia, y con las heridas que diariamente renovamos al Corazón de vuestro Jesús? Verdaderamente, o Señora hemos desmerecido el título de Hijos vuestros, y demasiada será vuestra piedad en permitirnos que de aquí en adelante nos llamemos vuestros humildes siervos. Así será; y quiera el Señor que aun de este renombre no nos hagan indignos nuestras maldades. ¡Pero qué! ¿Podrá sufrir vuestro Corazón el no oíros llamar madre en nuestras oraciones? ¿Podremos nosotros acostumbrarnos á no daros ya este nombre que en vuestro Corazón y en el nuestro escita la ternura, y produce los más dulces afectos? No, madre piadosísima, no es posible. Seremos de aquí en adelante más dóciles, más amantes, y más fieles para con vos; pero es preciso que continuemos en llamaros madre, para que tengáis compasión de nuestras miserias, y con el bálsamo suavísimo de amor maternal que mana de vuestro precioso Corazón, curéis las llagas de nuestras almas. ¡O madre! os repetiremos sin cesar, madre que por su misericordia nos ha dado el dulcísimo Jesús, tened piedad de vuestros pobres hijos. Amén.




DÍA SÉPTIMO
MEDITACIÓN
Considera el principio o raíz de donde procedió el odio que María Santísima tuvo al pecado. Ya que como Reyna de los Mártires era preciso que sintiese en su Corazón los efectos de la pasión molestísima y terrible que llamamos odio, debía este ser rectísimo en su objeto, y santísimo en sus motivos. El odio nace del amor, por cuanto el corazón que ama concibe necesariamente una grande aversión a todo lo que se opone al objeto amado. Así es que el odio que María Santísima tuvo al pecado, procedió primera y principalmente del amor incomprensible que tenía a Dios, a cuya santísima voluntad se opone directamente el pecado, y es por lo mismo lo único que totalmente tiene por abominable delante de sus ojos; como que por ningún aspecto halla en él señal ninguna de su mano benéfica y criadora. Procedió lo segundo aquel odio del amor que ardía en el Corazón de María Santísima hacia Jesús su hijo, para quien veía que el pecado había sido causa de tormentos acerbísimos, y de una muerte infame y dolorosísima. Procedió lo tercero del amor que tenía, a los hombres, principalmente como madre suya por adopción, conociendo que a muchos de ellos los precipitaría el pecado en una condenación y desgracia sin fin. Debiendo, pues, el odio ser proporcionado al amor de, que procede, y siendo el de María Santísima hacia Dios, hacia Jesús, y hacia los hombres superior sobre toda ponderación al de todos los santos, el odio al pecado que su Corazón Santísimo sintió, excede seguramente al que todos juntos le tuvieron. Considera el aumento continuo que tuvo este odio del Corazón de María Santísima al pecado. Su amor, a Dios creció por instantes en todo el discurso de su vida hasta su fin, y era preciso que en la misma proporción creciese también la aversión a la culpa que cada día y cada momento reconocía más injuriosa a aquella suma bondad. A esto debe añadirse, que habiendo sido el pecado lo único que María Santísima aborreció (porque es lo único que debe aborrecerse) este afecto de odio no tenía otro objeto que lo distrajese o desahogase, sino que todo y con toda su fuerza se hacía sentir contra el pecado en aquel nobilísimo Corazón; con la circunstancia notabilísima de no haberse resfriado jamás ni por un momento; porque aquel Corazón jamás experimentó el más mínimo afecto hacia el pecado. Y si de algunos santos leemos, que solo de pensar en las ofensas hechas a Dios por los pecadores, padecían desmayos y accidentes mortales por el horror y aborrecimiento que sentían, ¿qué habrá sufrido el Corazón de María Santísima, que aborreció al pecado más que todos los santos juntos? Considera los efectos que produjo el odio del Corazón de María Santísima hacia el pecado. Con cuanto cuidado guardó sus sentidos y potencias esta Virgen sin mancha, sin embargo, ¡de haber sido confirmada en la gracia y por lo mismo impecable! Mas su Corazón que tan intensamente aborrecía la culpa, no podía sufrir objeto u ocasión de los que suelen introducirlo en el alma; y aunque sabía muy bien que no podía entrar en la suya, jamás le franqueó la más pequeña puerta; antes bien su más continua ocupación era dolerse de las injurias que los hombres hacen a su Dios, y ofrecer al Eterno Padre en desagravio de tantos ultrajes el holocausto de su propio Corazón, y la vida de su precioso Hijo; aunque lo amaba incomparablemente más que a sí misma. ¿Y quién será capaz de concebir las terribles batallas de que era campo su Corazón, entre el odio violentísimo con que veía al pecado, y el amor maternal que profesaba al hombre pecador a quien miraba como hijo? Aborrecía la culpa; pero se compadecía tiernísimamente del culpado. Abominaba las injurias que se hacían a su divino Hijo; pero al mismo tiempo rogaba instantemente por los ofensores. Deseaba ardientemente su conversión; y qué pena tan inexplicable sería para aquel Corazón de madre ver que sus hijos nutrían y acariciaban la culpa, que ella aborrecía con todas sus fuerzas, y cuyo veneno conocía que al fin había de dar es muerte eterna!

ORACIÓN
De cuanto consuelo me sirve, o Virgen inocentísima, ver que Dios halló en vuestro Corazón todo el odio al pecado de que es capaz una pura criatura Mas ¿cómo habéis podido amarnos como a hijos, viéndonos tan apasionados al pecado, objeto único de vuestro aborrecimiento? ¡O Virgen amorosísima, cuantas penas debe haber causado a vuestro Corazón el amor que nos tenéis! ¡Ah! Por este amor que tanto se os ha aumentado ahora en el cielo, y por aquel odio al pecado, que es al presente tanto más intenso, cuanto es más vivo el conocimiento, y más ardiente el amor que tenéis de Dios, por tal amor y tal odio, haced que se aleje de nosotros, que somos el objeto de vuestro amor materno, el pecado que lo es de vuestro odio irreconciliable. Infundid a este fin en nuestros corazones todo el aborrecimiento que son capaces de tenerle. ¡Ah! Queremos amaros, o dulcísima Madre; pero ¿cómo hemos de lograrlo, si amamos la culpa tan detestable a vuestros purísimos ojos? ¡Qué consuelo será para vos y para nosotros el que vuestro Corazón y los nuestros se unan para abominar y detestar el pecado, y así Juntos hagan un holocausto sin mancha ante el trono del Altísimo Arrancad, pues, de nuestras entrañas esta sierpe venenosa, y destrozadla bajo de vuestra planta victoriosa, de manera, que en ningún tiempo vuelva a revivir para nuestro daño. Amén.



DÍA OCTAVO
MEDITACIÓN
Considera que la alegría del Corazón de María Santísima fue siempre una alegría perfecta. La alegría se califica por la dignidad de su objeto, y por la rectitud de su fin; y por eso la que gustan los mundanos es defectuosa; porque su objeto y su fin son desordenados; más en la que experimentó María Santísima, todo fue perfecto, todo santo. La bondad de Dios, su grandeza, su magnificencia, eran el objeto de sus complacencias. En Dios se fundaba todo su gozo; y aquel Corazón feliz se dilataba dulcemente al contemplar su gloria, el cumplimiento de sus promesas, la exaltación de Jesús, la redención, que había proporcionado a los hombres hacerse verdaderos adoradores del Santo Nombre de Dios, y aun Hijos suyos por la gracia. Por eso cuando le avisó el Ángel haber sido elegida para Madre del Unigénito de Dios, unió las divinas alabanzas, a la expresión del gozo que ocupaba su Corazón, significando, que el objeto principal de su alegría era Dios su Salvador: Mi alma engrandece al Señor, y mi espíritu se regocijó en Dios mi Salvador: a semejanza de Ana, madre de Samuel, que libre con el nacimiento de este hijo tan deseado, del oprobio de la esterilidad, protestó, que su corazón se regocijaba en Dios, de quien había recibido aquel consuelo. Considera, que la alegría del Corazón de María Santísima fue cabal y sin mezcla de turbación. Las alegrías tumultuosas del mundo jamás dejan de acompañarse con algunos temores, y disgustos; mas no así el gozo espiritual de María Santísima, pues que estaba tan segura en su posesión, como cierta de que no podía jamás ofender a Dios, ni aun resfriarse en su purísimo amor. Poseía a Dios, fundamento de su alegría, sin temor de perderle; y por lo mismo su gozo era continuo, sin susto y sin disminución. ¿Y quién de los justos ha poseído en tanta paz su alma, que no haya experimentado, o sea amar gura y dolor por sus faltas pasadas, o por lo menos algún temor de poderlas cometer? María sola gustó la suavidad de esta paz y alegría imperturbables; porque ella sola entre las puras criaturas se hallaba sin la mancha más leve ante los ojos de Dios, y con la total satisfacción de no haber de disgustarle jamás. Ni aun los trabajos y penas temporales que sufrió, pudieron oscurecer nunca la serenidad de aquel gozo interior y espiritual en que dulcemente reposaba su Corazón; porque aún en ellos encontraba motivos de alegría, por cumplirse así la voluntad de su amado. Fue, pues, la alegría del Corazón de María Santísima, no solo purísima y sin turbación, sino también, a diferencia de la de cualquiera otra pura criatura, permanente y sin mudanza, en todo tiempo y en todas circunstancias, y recibiendo siempre nuevos. Considera el gozo que recibía el Corazón de María Santísima por los objetos que se presentaban a su vista y a su contemplación. El placer inexplicable que percibió el corazón de algunos santos, á, quienes por momentos se concedió la dichosa suerte de contemplar á Jesús, que se les apareció visiblemente, no fue más que una ligera semejanza de la complacencia en que rebozaba el Corazón de María, cuando por tanto tiempo continuamente miraba, acariciaba, y estrechaba entre sus brazos a Jesús, como fruto de sus virginales entrañas, y parte, por decirlo así, de su propia sustancia. Y ¿qué se podrá discurrir de aquella alegría inefable que percibió al verle resucitado, y después subir triunfante a los cielos? ¿Qué, de la que le causarían las revelaciones, los raptos, los éxtasis, que, si a los demás santos se han concedido, debieron forzosamente ser más frecuentes y más sublimes en la Madre de Dios? Y de cuánta alegría no debieron tales comunicaciones divinas colmar el Alma, y, de consiguiente, ¡el Corazón de María Santísima! Y si es cierto lo que piadosa y probablemente creen algunos teólogos, que la Santísima Virgen viviendo en carne mortal fue algunas veces elevada, aunque por breve tiempo, a contemplar claramente la divina Esencia: ¡cuán profundas y dulces impresiones de gozo experimentaría en tales ocasiones su Corazón! Concluyamos, pues, que el Corazón de María Santísima fue un piélago de placer y gozo celestial, insondable para el humano entendimiento.

ORACIÓN
¡O Virgen admirable! Yo os doy los justos plácemes por aquella divina alegría de que perpetuamente vivió rebozando vuestro Corazón aquí en la tierra. Pero yo, miserable, hijo vuestro: ¿Qué gozo puedo esperar habitando en las tinieblas del pecado, y privado de ver la luz del cielo? En vano ahora he buscado contento y tranquilidad en los gustos y placeres del mundo. Me he cansado inútilmente, corriendo tras un vislumbre de alegría, que se ha desvanecido en el mismo momento en que creía alcanzarlo. O Virgen de Guadalupe, consuelo de los afligidos, volved vuestros ojos misericordiosos hacia la oscuridad y desasosiego de mi triste corazón. Haced que guste mi alma alguna vez de aquella suavidad de que la vuestra estuvo llena. Baje sobre mi corazón alguna gota de aquel rocío celestial que regaba continuamente el vuestro, y lo colmaba de los divinos consuelos. ¡Oh si una vez al menos pudiese yo probar la más pequeña parte de vuestro gozo! Entonces sí que no volvería a desear las vanas alegrías del mundo, y lleno de complacencia repetiría con vos: Que Dios es la única alegría de mi corazón, y mi parte y herencia para siempre. Amén.



DÍA NOVENO
MEDITACIÓN
Considera, que el dolor del Corazón de María Santísima fue un dolor continuo. Porque del mismo modo que Jesús, sin embargo, de que gozó siempre de la vista clara de la Divinidad, estuvo en su Corazón oprimido de tristeza, tedio, así su Santísima Madre, no obstante, el gozo espiritual de que se hallaba inundada en la parte superior de su alma, estuvo en la inferior sujeta al dolor y a la aflicción. Siendo, como es, muy verosímil, que desde el principio de su vida fue iluminada por el Espíritu Santo sobre la pasión futura del Redentor del mundo, y de consiguiente, que la contemplaba sin intermisión, puede muy bien decirse: Que el dolor nació con su Corazón, que con él creció, y no se separó de él en todo el discurso de su vida. Cuando Simeón le predijo, que su Unigénito sería el objeto de las contradicciones del mundo, y que un cuchillo de dolor atravesaría su alma: cuánto se aumentaría su aflicción, y cuán sin medida iría creciendo, cuanto más se acercaba el tiempo de la pasión de Jesús, á vista de los peligros, persecuciones e injurias que continuamente la cercaban. Aun pasada la tempestad de la pasión, el dolor perseveró en el Corazón de María Santísima hasta su muerte, por la privación de su amadísimo hijo, por la memoria que no podía borrársele de sus tormentos, y por las impías blasfemias con que sabía era su Santísimo Nombre vilipendiado de sus enemigos. Considera, que el dolor del Corazón de María Santísima fue un dolor incomparable. El sentimiento que se experimenta viendo padecer a otro, es proporcionado a la opinión que se tiene de la inocencia, dignidad y mérito de quien padece. Siendo, pues, el conocimiento que María Santísima tuvo de la excelencia y santidad de Jesús, superior al de cualquiera otra pura criatura, fue preciso que su dolor al verlo padecer, excediese incomparablemente al que sintieron las otras almas santas que lo vieron, o que, aun con luz extraordinaria, contemplaron su amarga pasión; en algunas de las cuales hacia tanto efecto la imaginación sola, que caían en mortales desmayos. ¿Y qué podremos pensar de lo que aumentaba el dolor de María su amor maternal hacia Jesús? Le amó más que ninguna otra criatura, como a su Dios; y más que ninguna otra madre, como a su hijo; y por tanto, su dolor, viéndolo padecer, no admite comparación alguna. Por último, cuanto mayor en número y en gravedad son las penas que alguno sufre, tanto mayor es la compasión que excitan en el corazón de quien lo ve padecer: de lo que se infiere, que si los tormentos de Jesús excedieron a los de todos los mártires, el dolor de María Santísima fue más acerbo que cuantos han sufrido los santos, contemplando la pasión de Jesús; como que nadie pudo penetrar hasta su Corazón, para ver allí aquel piélago de tristeza mortal que apenas se dejaba divisar de los que lo vieron padecer, y que solo puede comprenderse perfectamente por el entendimiento de María. Así se verificó lo que afirma el Padre San Buenaventura: Que los tormentos que Jesús toleraba en su cuerpo, se transfundían como vivos al Corazón de María su Madre. ¿Cuál, pues, podrá ser la medida de su dolor? Considera, que el dolor del Corazón de María Santísima fue puro y sin alivio humano. No podía interceder en favor de su hijo, ni ante los hombres que no habían de escucharla; ni ante el Eterno Padre, que con un decreto irrevocable tenía ordenada su muerte y sus tormentos; y, de consiguiente, no podía abrigar su Corazón ni la más leve centella de esperanza para librarlo. Pudiera al menos proporcionarle algún alivio: Pero ¿cómo, si los verdugos se lo estorban? No puede ni le resta más que la vista de su hijo moribundo: Y ni aun se le concede sostenerle con sus manos la cabeza que no halla donde descansar. Si al menos la acompañaran los discípulos de su amado hijo en aquellas mortales agonías: Pero no al pie de la Cruz, sino a Juan solo. Si a lo menos tuviera el consuelo de que, aunque por extraña mano, se le humedeciesen los labios para aliviar la sed que padecía. Mas lejos de esto ve que se los amargan con vinagre. Si los circunstantes siquiera le mostrarán algún vislumbre de compasión: Pero, muy al contrario, la mayor parte le insulta y le blasfema a su Jesús. Dolor sin medida, que le habría sido menos sensible, si con su inaudita vehemencia le hubiera quitado en un punto la vida, o si por los ojos en ríos de lágrimas hubiera podido desahogar su Corazón. Pero nada de esto. Debió permanecer inmoble y con los ojos enjutos al pie de la Cruz; mirar intrépida a su hijo moribundo; sobrevivir a su muerte; y llevar siempre impresa en su memoria aquella dolorosa escena por todo el resto de su vida. ¡O Madre llena de dolor, y privada de todo consuelo! Mirad, que la Sangre que ha derramado vuestro hijo por todos los hombres, ha de ser su remedio y su salvación. ¡Ah! el considerar que para ninguno se había empleado en vano, habría sido ciertamente el más poderoso alivio para el Corazón de María; pero conocía con demasiada certidumbre, que una gran parte de los hombres había de perderse eternamente por su insensatez y su malicia, frustrando redención tan costosa. Y ¿qué dolor podrá compararse con éste que sufrió el Corazón de nuestra amante madre? Ella muy bien pudo asegurar: Que sus tormentos eran tan excesivos y tan sin consuelo, que se asemejaron a los del infierno.

ORACIÓN
¡Oh Virgen dolorosísima! ¡Que no me hubiera sido posible hallarme presente a la muerte de vuestro divino hijo, y haberos acompañado al pie de la cruz! ¡Ah! ¡Qué no hubiera yo dicho, qué no hubiera yo hecho para consolaros, o madre amorosísima Soy, es verdad, un rebelde y malvado pecador; pero acaso vuestro Corazón hubiera sentido algún alivio, viéndome llorar mis pecados al pie de aquella cruz, juntamente con la penitente Magdalena, ¡y confiar en la bondad de vuestro hijo en compañía del Ladrón convertido! Al presente, nada más puedo hacer, que compadecerme de los dolores acerbísimos de vuestro Corazón, y pediros humildemente perdón por la parte que en aumentároslos he tenido. Ojalá me fuera concedido borrar con mi sangre mis gravísimas culpas, causa fatal de los tormentos de vuestro hijo, y de vuestro dolor. Pero haced al menos, o Madre Santísima que sienta yo alguna parte de vuestras penas y amarguras. Gravad sobre mi corazón, la imagen de vuestro Amor crucificado; para que desde hoy mismo comience yo a resarcir con mi arrepentimiento y con mi llanto, las penas que he causado al Corazón de vuestro hijo y al vuestro. Amén.






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