EJERCICIO DEVOTO A LA PURIFICACIÓN DE
MARÍA
I.
¡Oh espejo clarísimo de todas las virtudes, María santísima! Vos, luego que hubieron
transcurrido los cuarenta días después de vuestro parto, a pesar de ser la más pura
entre las vírgenes, quisisteis en cumplimiento de la ley presentaros al templo
para ser purificada. ¡Ea! haced que nosotros, a imitación vuestra, conservemos también
puro de toda culpa nuestro corazón, a fin de que merezcamos ser presentados en
el templo de la gloria. Ave María...
II.
¡Oh Virgen Obedientísima! Vos, que, al presentaros en el templo, quisisteis
ofrecer, como las demás mujeres, el acostumbrado sacrificio; haced que nosotros,
siguiendo vuestro ejemplo, sepamos también hacer siempre a Dios el sacrificio
de nos otros mismos con la
práctica de las virtudes. Ave María...
III.
¡Oh Virgen purísima! que al cumplir con Vos el precepto de la ley, no hicisteis
caso de que los hombres os tuviesen por inmunda; alcanzadnos la gracia de que conservemos
siempre puro nuestro corazón, aunque tuviésemos que parecer culpables a los
ojos del mundo. Ave María...
IV.
¡Oh Virgen santísima! Vos, que, ofreciendo vuestro divino Hijo al Padre eterno,
agradasteis á todo el cielo; presentad nuestro pobre corazón a Dios para que
con su gracia lo preserve siempre del pecado mortal. Ave María...
V.
¡Oh Virgen humildísima! Vos, que poniendo á Jesús en manos del santo viejo Simeón,
colmasteis su espíritu de celestial suavidad; entregad nuestro corazón a Dios, para
que lo colme todo de su Santo Espíritu. Ave María...
VI.
¡Oh Virgen diligentísima! Vos, que, redimiendo según la ley a vuestro Hijo Jesús,
cooperasteis a la salvación del mundo; redimid nuestro pobre corazón de la esclavitud
del pecado, para que esté siempre puro delante de Dios. Ave María...
VII.
¡Oh Virgen clementísima! Vos, que al oír de boca de Simeón la profecía de vuestros
dolores, os resignasteis al momento a las disposiciones de Dios; haced que nos otros, también resignados siempre a las
disposiciones de Dios, sobrellevemos con paciencia las tribulaciones. Ave
María...
VIII.
¡Oh Virgen piadosísima! Vos, que colmando de suprema luz a la profetisa Ana por
medio de vuestro divino Hijo, hicisteis que ensalzase las misericordias de
Dios, reconociendo a Jesús por Redentor del mundo; colmad de gracia celestial
nuestro espíritu, para que podamos gozar copiosa
mente
el fruto de la redención divina. Ave María…
IX.
¡Oh Virgen resignadísima! Vos, que, previendo la dolorosa pasión de vuestro Hijo,
sentisteis a vuestra alma traspasarse de dolor, y conociendo la aflicción de
vuestro esposo José por vuestros padecimientos, le consolasteis con santas
palabras; traspasad nuestra alma con un verdadero dolor de nuestros pecados,
para que pueda gozar el consuelo de participar de vuestra gloria en el paraíso.
Ave María...
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