lunes, 11 de mayo de 2020

QUINCE MINUTOS ANTE LA VIRGEN DEL PERPETUO SOCORRO



QUINCE MINUTOS ANTE LA VIRGEN DEL PERPETUO SOCORRO

 

Tomado del Manual del Perpetuo Socorro, colaboración de Iván Arellano.

 

 

La Virgen. - Ya vienes hijo mío, a estar a mi lado otro cuarto de hora.

 

El alma. - Quiero, Madre mía ser fiel. Algo me cuesta a veces llegar hasta aquí ¡está tan lejos! ¡llueve! ¡nieva! ¡hace un sol abrasador! Y luego mi familia, mis negocios y… quiero ser franco contigo, hasta mis diversiones… ¡No quiero que estés sola!

 

La Virgen. - ¡Oh hijo mío, si supieras la inmensa alegría que experimento al abrir mis ojos y contemplar siempre a mis hijos postrados a mis pies! ¡Tengo tantas ansias de consolaros con mi Perpetuo Socorro!... ¡Yo también los quiero tanto!... una Madre suspira mucho por ver a su hijo, después de largos años de ausencia, más suspiraba yo por verte a ti. Por eso cuando llega tu hora, yo soy la que te llamo, la que hablo al corazón, ¿te acuerdas de aquella voz que te decía ¡Ánimo!? No hagas caso del sol y de la lluvia, despide esa visita, ¡algo hay que hacer por Dios y por la Virgen! Era mi voz ¡la voz de tu Madre! ¡Oh alma queridísima, te amo tanto!...

 

El alma. - ¿Cuánto me amas, Madre mía?

 

La Virgen. – Mira, no hay ni en el Cielo ni en la tierra, palabras que puedan expresar el amor que tengo. Figúrate un corazón en el cual se va acumulando todo el amor que los ángeles y santos tienen a Dios, todo el que las madres tienen a sus hijos y los hijos a sus madres ¡Que corazón, que amor! ¿no es verdad, hija mía? Pues bien, mi corazón te ama más, muchísimo más, incomparablemente más. Todo ese amor es sombra, es hielo, es nada, comparado con el que yo tengo. ¡Solo Dios tu Padre, y yo tu Madre, te amamos de verdad! ¡Pobrecito, si comprendieras esto!

 

El alma. - ¡Oh Madre mía, que dulces, que suaves son tus palabras! Mi corazón desfallece de amor… pero ¿es posible que me ames tanto?  

 

La Virgen. – Créelo, hija mía, más firmemente que cree en el calor del sol, en el cariño de tu propia madre.

 

El alma. – Pero, Madre mía, soy una criatura tan vil ¡polvo! ¡ceniza! ¡nada!

 

La Virgen. – Yo levanto los ojos sobre tu miseria y solo veo en ti la criatura de Dios, el hijo de Dios, y por eso te amo casi tanto como al mismo Dios.

 

El alma. – Pero… ¡he sido tan mala, he cometido tantos pecados!...

 

La Virgen. – Eso no importa, te amo más. Tu eres el precio de la sangre de mi Hijo, tu ere el hijo de mis dolores ¡derramaré por ti tantas lágrimas!... y ¿Cómo quieres que no te ame? Si para tu salvación fue menester que otra vez volviera al mundo y muriera por ti, al mundo volvería y hasta el fin de los tiempos estaría clavada en cruz.

 

El alma. - ¡Oh amor inmenso! ¡Oh amor casi infinito como el de Dios! Yo también Madre mía, te amo, te amo muchísimo.

 

La Virgen. –  Y ¿Cuánto me amas?

 

El alma. – Madre mía, si yo fuera ángel, estaría siempre, como esos dos ángeles que adornan tu bendita imagen, mirándote, contemplándote, cantándote, enamorado, cantares de amor.

 

La Virgen. – Hijo mío ¿nada más?

 

El alma. – Madre mía, si mi sangre se convirtiera en aceite y mis huesos en cera, quisiera, como esas lámparas y esas luces que iluminan tu altar, consumirme a tus pies en amor tuyo.

 

La Virgen. – Hijo mío ¿nada más?

 

El alma. – Madre mía, si todos los poros de mi cuerpo se convirtieran en lenguas, quisiera estar repitiéndoos continuamente: “Madre mía, te amo, te amo, Madre mía”.

 

La Virgen. – Hijo mío ¿nada más?

 

El alma. - ¡Oh Madre mía, si este corazón de carne no sabe amar más! ¡Es tan pequeño, es tan ruin! Mira, si yo fuera Dios, te amaría tanto, que haría por ti lo mismo que el ha hecho, te haría mi madre, mi hija, mi hermana, mi inmaculada, mi corredentora, y mi Perpetuo Socorro.

 

La Virgen. – Hijo mío, eso es amor.

 

El alma. - ¿Sabes Madre mía, lo que quería decirte también en este cuarto de hora que estoy hablando contigo y pasa tan pronto?

 

La Virgen. - ¿Qué, Hijo mío?

 

El alma. – Que te doy gracias, pero desde lo más hondo de mi corazón, por todos los favores que me has dispensado en estos días y en toda mi vida ¿Quién los podrá encontrar? Más innumerables son que las estrellas del cielo, que los átomos del aire, que las gotitas del mar.

 

La Virgen. – Todos los bienes que has recibido desde el primer momento de tu existencia hasta hoy, y todos los que recibirás desde hoy hasta el último suspiro, agradécelos a mi Perpetuo Socorro. Mi Perpetuo Socorro es nube que detiene los rayos de la divina justicia, es sol que inflama en el divino amor, es lluvia que fecunda los corazones para que produzcan frutos de virtudes, es rocío que templa el ardor de las pasiones, es ejército de defensa invencible contra el poderío del infierno, es canal por el cual se derraman en el mundo todas las gracias. ¡Oh, si los hombres conociesen el tesoro que tiene en mi Perpetuo Socorro! ¿Qué sería de todos sin mí? ¡Ni uno solo se salvaría! ¡todos sin remedio caerían en los profundos abismos del infierno! Y, sin embargo, ¡que pocos lo creen, que pocos lo confiesan!

 

El alma. - ¡Oh Madre mía! Yo lo creo, lo confieso, lo siento, lo palpo a todas horas del día. ¿te acuerdas de aquellas tentaciones que me atormentaban? ¡Que fieras, que abominables! Seducida, empujada por los viles demonios, llegué hasta el borde del abismo, estuve a punto de caer, pero me acordé de tu Perpetuo Socorro, lo invoqué y se disiparon los espíritus malignos como nubes empujadas por el huracán. 1Y en cuantos otros peligros de pecar me eh visto en estos días y de los cuales me ha sacado incólume tu Perpetuo Socorro! ¡Hay tantos por esas calles! “y si no se puede dar un paso sin tropezar con algún escollo de la inocencia! Un libro malo cayó en mis manos… una imagen peligrosa se ofreció a mis ojos… aquella amiga me ofendió… pero tiré aquel libro… aparté los ojos… corté aquella conversación… ¡Gracias! ¡Que felicidad siente el alma después de haber obrado bien! ¿te acuerdas también Madre mía, de aquella palabra que me dijo mi madre, mi madre, mi amiga?...

 

La Virgen. – Todo lo sé, todo lo oigo, todo lo veo, hijo mío.

 

El alma. - ¡Cuánto me amargó! Mi amor propio se sublevó, quería replicar y contestar en el mismo tono, pero me acordé de Jesús, manso y humilde de corazón, y callé. ¡Gracias! En fin, Madre mía, yo quiero ser un santuario viviente levantado en acción de gracias a tu Perpetuo Socorro, quiero en los sentidos, de mi cuerpo y en las potencias de mi alma, suspender piadosos exvotos con esta inscripción: Gracias recibidas por María. Si, Perpetuo Socorro mío, porque mil y mil veces me has sacado del infierno, gracias, porque me has hecho nacer en el seno de la verdadera iglesia y me has regenerado en las aguas del bautismo, gracias, porque tantas veces me has llevado a purificarme en las en las aguas de la penitencia, gracias, porque tantas veces me has alimentado con el Cuerpo y la Sangre de tu Divino Hijo, gracias, por las tentaciones venidas, por los peligros evitados, gracias, por las buenas obras que he practicado, gracias, por los buenos pensamientos que han pasado por mi inteligencia, gracias, por los fervorosos deseos que ha abrigado mi corazón, gracias, por las palabras edificantes que han pronunciado mis labios, gracias, por los buenos consejos que he dado, gracias, por todas las oraciones que he rezado, gracias.

 

La Virgen. – No te canses, pobre alma, en enumerar todos mis beneficios, es imposible. ¡Oh! Cuando llegues al cielo, yo te recostaré sobre mi corazón, te contaré la historia verdadera de tu vida, y entonces lo verás todo, y una de tus mayores alegrías será comprender la sabiduría, la grandeza, la misericordia de mi Perpetuo Socorro.

 

La Virgen. – Y ahora ¿no tienes nada que pedirme? Háblame con confianza, pídeme lo que quieras, que, si es útil para tu salvación, todo te lo concederé. No seas mezquino en tus peticiones, que mi misericordia se extiende, como la de mi divino Hijo, de generación en generación, y mi Perpetuo Socorro abarca todo el mundo.

 

El alma. - ¡Tengo Madre mía, tantas cosas que pedirte! Ante todo, alcánzame el perdón completo de mis pecados. ¡Ay! Su recuerdo me aterra, su vista em espanta ¿porqué habré pecado tanto? ¡Insensato! Pero ahora lo detesto, los aborrezco, me arrepiento con todo mi corazón.

 

La Virgen. – Si amas mucho, como la penitente Magdalena, también a ti, como a ella, se te perdonarán muchos pecados.

 

El alma. - ¡Oh! Eso es lo único que deseo, ama a Dios, amarle con todo mi corazón, amarle con todas mis fuerzas, amarle con toda mi alma, y sobre todo quiero amarle siempre, hasta mi último suspiro, que muera diciendo arrepentido: “Dios mío, te amo” para ir a repetir ese mismo grito de amor en el cielo por siglos infinitos. ¡Amor y perseverancia! ¡Perseverancia y amor!

                                                                                             

La Virgen. - ¡Oh alma, querido hijo de mi corazón! Repíteme, repíteme esa oración, no te canses de repetírmela siempre, no pienses que me cansas e importunas, que esa oración es a mis oídos más grata que las melodías de los ángeles.

 

El alma. - ¡Oh Madre mía! Pues ¿Qué otra cosa puedo desear que amar a Dios, a mi Padre, a mi Criador, a mi Conservador, a mi Redentor, a mi alimento y mi vida, a todo mi bien?

 

La Virgen. – Esa gracia o te la puedo negar, yo haré que cada día ames a Dios, y si sigues pidiéndola sin cesar, no le amarás hasta la muerte y seguirás amándole allí en el cielo por toda la Eternidad. Y ahora, para los demás ¿no pides nada? ¿no te interesa la gloria de la Iglesia? ¿no tienes familia? ¿y tus padres, tu esposa, o esposo, tus hijos, tus hermanos? ¿no hay alguno que vaya por caminos descarriados? ¿me aman todos en derredor tuyo? ¿no tienes entre manos algún negocio que te preocupe? ¿eres del todo feliz? Cuéntamelo todo, dime el nombre de tus hijos, de tus hermanos, de tus padres, parientes, para que los acoja bajo mi Perpetuo Socorro, dime los beneficios que tus amigos te hacen para recompensarlos, dime la mala voluntad que tienen quizás algunos enemigos, para convertirlos, dime los proyectos que tienes, las cartas que recibes, dímelo todo ¿a quien mejor que a tu Madre? Además, mira hijo mío, ahí delante de tus ojos tienes unos papelitos, unas esquelas, ahí las han depositado almas atribuladas para quienes no hay más amor ni mas remedio que mi Perpetuo Socorro. Son Viudas desoladas, son esposas que lloran al ver turbada la paz del hogar, son madres y padres que están inconsolables por la conducta descarriada de sus hijos, son doncellas que ignoran la voluntad de Dios sobre ellas, son jóvenes que desean alguna colocación para su carrera, son pobres enfermos que sufren y agonizan, son familias enteras que me aman y no tienen un mendrugo de pan. No tengas hijo mío, corazón duro, si tu estuvieras en el mismo caso ¿no te gustaría que los demás me dirigiesen una plegaria por ti?

 

El alma. - ¡Oh Madre mía! Tantas penas, tantos dolores desgarran mi alma. ¡Oh, si yo pudiera aliviar tantas miserias! Pero tu lo puedes con tu Perpetuo Socorro, consuela a las viudas, devuelve la paz a los hogares cristianos, trae al buen camino a los hijos descarriados, ilumina a esas doncellas, guía y sostén a esos jóvenes, siéntate a la cabecera de esos enfermos, y devuélveles la salud, si les conviene, o dales la buena muerte y el cielo, y da el pan de cada día a los que se glorían de ser hijos tuyos. Haz, sobre todo, que todos te amen, y más particularmente a aquellos que acuden a ti diariamente, asístelos, Madre mía, con tu Perpetuo Socorro. Y finalmente, a todas las almas del Purgatorio, concédeles el descanso eterno.

 

Tres aves María por todas estas intenciones.

 

El alma. – Y ahora, Madre mía, me voy, dadme tu bendición, cúbreme bajo el mato bendito de tu Perpetuo Socorro, pero volveré a ocupar mi puesto apenas me llame tu voz querida. Entretanto, en casa, en la calle, en los paseos, en los salones, por la mañana y por la noche, no me cansaré de repetir: “Seáis amada, seáis alabada, seáis invocada, seáis eternamente bendita ¡Oh Virgen del Perpetuo Socorro! Mi esperanza, mi Madre y mi vida.” Amén.

 

 



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