SÁBADO MARIANO CONSAGRADO A LA SANTÍSIMA
VIRGEN, REFUGIO DE LOS PECADORES
BENDITA Y ALABADA
SEA LA SANTÍSIMA TRINIDAD QUE CRIÓ A MARÍA SANTÍSIMA PURA Y SIN MANCHA DE PECADO
ACTO DE CONTRICIÓN
¡Purísima María, seguro Refugio de desvalidos pecadores! Bien conozco, Señora y Madre mía, ser yo uno de los más miserables pecadores que no merecen postrarse ante esas soberanas plantas, que hacen sombra a los más encumbrados serafines. Si, Virgen del Refugio, yo lo confieso, no soy digno de estar en tu presencia, y menos de pronunciar con mis inmundos labios tu santo y adorable nombre. La gravedad de mis pecados y la multitud de mis ingratitudes me hacen a tus ojos un pecador grande, indigno y abominable; pero, Señora y Reina mía, ¿quién, sino yo, pudiera tener el atrevimiento de arrojarse a tus pies? Y ¿quién, sino tú, pudiera recibirme con agrado? ¡Oh bien de mi vida! ¡oh Esperanza de mi alma! que en querer ser Refugio de pecadores, alientas a mi corazón para solicitar sin dificultad mi remedio. Aquí tienes, pues, postrado a tus plantas, ¡oh benigna Madre del Refugio! al peor entre los nacidos, que por sus graves culpas me he hecho el objeto de la indignación de todo un Dios. ¡Oh ceguedad de mi entendimiento! ¡oh perversidad de mi juicio! ¡oh insensibilidad de mi pecho! ¡y cómo pude cometer yo tan grandes pecados! ¡y cómo me atreví a ofender a Dios, al padre de las misericordias y Dios de todo consuelo! ¡cómo á injuriar a mi soberano Bienhechor! ¡Ay de mí, mil veces desdichado! ¡Oh muerte menos dura que mi vida! ¿quién á costa vuestra pudiera deshacer sus yerros? ¡qué diera yo por no haber pecado! Mas, ¡oh Descanso! ¡oh refrigerio de mi corazón afligido! ¡oh Virgen del Refugio, mi único consuelo! Abogad, Señora y Madre mía, por este infeliz, en el Tribunal Supremo, mientras que yo, convencido de mi malicia, y avergonzado de mi ingratitud, lloro con amargura mis gravísimos pecados; mientras que yo exclamo penetrado del dolor y sentimiento, confesando mis delitos y diciendo que pequé contra mi Dios y contra ti. Ofendí a Dios, la Suma Bondad, ya lo conozco; y considerando que por tantos títulos debe ser amado sobre todas las cosas, al ver mi ingratitud en haberlo agraviado, repito con veras de mi corazón, que, me pesa una y mil veces haber pecado, me pesa haber ofendido a Dios y quisiera morir de dolor por haberle injuriado. Misericordia, pues, dulce madre de Jesús, para mí miserable, yo propongo, ayudado de su divina gracia sobrenatural y protegido por ti, mi amabilísimo Refugio, el no volver más á pecar; confesar cuanto antes mis culpas y ajustar mi vida a los santos mandamientos. Así espero me lo alcancéis por la Sangre Preciosa de Jesús, tu Hijo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
ORACIÓN
¡Oh soberana Madre de Dios y Refugio de pecadores! Oh María, suprema Emperatriz de cielos y tierra. Tú, Virgen del Refugio, eres adorada de los ángeles, servida por los arcángeles, reverenciada de las virtudes, aclamada de las potestades, obedecida de los principados, temida de las dominaciones, ensalzada de los tronos, contemplada de los querubines y amada incesantemente de los serafines. ¡Oh Virgen Purísima y Santísima, en quien se admira con mayor excelencia la fe de los. profetas, la esperanza de los patriarcas, la caridad de los apóstoles, la fortaleza de los mártires, la constancia de los confesores, el candor de las vírgenes, la pureza de los ángeles, la obediencia de los arcángeles, la majestad de los tronos, la actividad de las dominaciones, la grandeza de las potestades, la sabiduría de los querubines y el abrasado amor de los serafines! ¡Oh hermosísima criatura! alegría del cielo y con suelo del mundo. Tú, Virgen del Refugio, eres más bella que Rebeca, más hermosa que Sara, más graciosa que Abigail, más alabada que Judith, más resplandeciente que Esther, más celebrada que las hijas de Sión, ¡más sublime que las más plausibles bellezas! ¡Y que tú amabilísima Reina, de tanta majestad y grandeza, hayas querido, aun desde el instante de tu ser en gracia constituirte Abogada, Amparo y Refugio de vilísimas criaturas! ¡Y que tú, Purísima Virgen de tanta virtud y santidad, hayas querido ser el asilo de tan indignos pecadores! ¡Y que tú Embeleso del Empíreo, tan bella, tan hermosa, tan peregrina, no te desdeñes de extender tu soberano manto para cubrir, esconder y refugiar en él á tanto animal inmundo! ¡Oh María, cuán grande es tu misericordia! ¡Oh, qué piedad, qué dignación, que clemencia la tuya para con nosotros! Confieso, Virgen del Refugio, que estoy en tu presencia lleno de confusión y vergüenza, y que balbuciente mi lengua, y todo yo la misma ignorancia, no tengo palabras dignas para alabardas grandes misericordias; pero, aunque soy el más abatido polvo, ceniza y nada, fiado en tu singular clemencia, abro mis labios para darte infinitas alabanzas por lo muy solícita y cuidadosa que, desde el sábado de tu creación, has vivido de mi remedio y salvación, sin embargo, de mis muchas e innumerables ingratitudes! ¡Oh María Madre de Dios! ¡Oh mi amabilísimo Refugio! Que todas las generaciones te bendigan; todas las naciones te reconozcan y engrandezcan; los espíritus angélicos, con todos los habitantes de la Jerusalén Santa, te ensalcen y glorifiquen; que las criaturas todas te alaben y te den gracias por el sábado dichoso en que comenzaste a ser mi abogada y mi Refugio. Mas, ¡oh cuán corto quedo en tus alabanzas! Alábote, pues, hermosísima Criatura, el mismo Dios Omnipotente, que te crió. Recibe, dulcísima María, este mi sacrificio de alabanza, que procuraré hacerte todos los sábados con la mayor devoción, en agradecimiento de las amorosas finezas que tú obraste por mi eterna salud en los sábados de tu Creación y Natividad; y con él recibe también mi alma y mi vida, mis sentidos y potencias, todo cuanto soy y tengo, lo ofrezco agradecido a tu grandeza. Vuelve, madre amorosa, esos tus ojos bellísimos sobre mí, para que encendido en tu amor y en el de Jesús tu Hijo, mi frío corazón no respire otra cosa sino gloria, honra y alabanza a la que fue, es y será Refugio de los pecadores, ahora, siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Aquí se rezan cinco Ave Marías al Dulcísimo nombre de María, y al fin de cada una, dirás esta jaculatoria:
El cielo y la tierra
Con dulce canto
Alaben de María
Su nombre santo.
Después harás la petición, según tu presente necesidad, y luego dirás la siguiente:
ORACIÓN
Dios te salve, sábado del divino descanso, lleno de las bendiciones de Dios; sábado en que empezó a perfeccionar Dios, la Divina Omnipotencia, las obras de la gracia y renovó todas las cosas. Dios te salve, soberana Reina, Refugio de pecadores, Madre y Señora mía: Tú, Virgen del Refugio, eres en mis aflicciones mi consuelo, en mis trabajos mi descanso, en las tentaciones mi defensa y en todas mis necesidades eres mi remedio. Postrado a tus plantas, te suplico rendido ¡oh Madre amabilísima! recibas benigna el corto obsequio de estas cinco Ave Marías, en honra de tu santo y adorable nombre, y me concedas por él, y por el amor que tienes a la Santísima Trinidad, el no caer en pecado, sino vivir siempre en la amistad y gracia de mi Dios, ocupado en el ejercicio de las virtudes, sirviéndote y amándote todos los instantes de mi vida, para que al fin de ella te dignes de asistirme; dándome una santa muerte, con que descanse mi alma en paz, y vaya a acompañarte en tu eterno reino. Así mismo te pido, conviertas piadosa esos tus tiernísimos ojos a nuestra Madre la Iglesia santa, alcanzándole de tu Hijo amoroso, el que goce paz, prosperidad y remedio en las necesidades de sus fieles hijos; la exaltación del santo nombre de Dios y de la fe católica, para que le conozcan, amen y adoren todas las naciones; asistencia a su visible cabeza, el triunfo sobre sus enemigos, la destrucción de las herejías, el desengaño del judaísmo, la conversión del gentilismo; la unión, amor y paz entre los cristianos; gracia, celo y fervor a los sacerdotes para que publiquen tus grandezas y conviertan a los pecadores a penitencia; la libertad de los cautivos, la salud de los enfermos, tu asistencia a los agonizantes, descanso a las almas del Purgatorio, y a todos, lo que más nos conviniere, para que merezcamos el ir a celebrar en tu compañía el sábado eterno de la gloria. Amén.
SALVE CANTADA
Venid, pecadores,
Venid y cantemos
Tiernas alabanzas
Al refugio nuestro
Reina poderosa
Madre del Excelso,
De nuestra alma gozo
De piedades centro.
Segura esperanza
Que al hombre da aliento,
Pues confuso gimo
En fatal destierro.
Tú, dulce María,
Escucha los ruegos
De tus pobres hijos
De miserias llenos,
Si por Eva fuimos
Infelices reos,
A desgracia tanta
Tú diste remedio.
Por esto alabamos
Con sumiso empeño
A ti, Virgen pura,
Seguro consuelo.
A nosotros vuelve
Tus ojos tan bellos,
Verás cuántos males,
Penas y defectos.
Tú eres el luciente
Limpísimo espejo
Donde Dios se mira
Con gloria del cielo.
Difunde en los hombres
Plácidos reflejos,
Porque en negra noche
Caminamos ciegos.
Eres nuestro amparo
Y t u amor materno
Perdón nos consiga
Con el Juez Supremo.
¡Oh clemente, oh dulce,
De mi alma embeleso!
Véante nuestros ojos
En glorioso asiento.
Y pues de tu vientre
Fruto fue el Inmenso,
Gozadlo, Señora,
Y haz que lo gocemos
Porque sus promesas
Mi Jesús cumpliendo.
Dirán nuestras voces
Cánticos eternos.
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