sábado, 23 de mayo de 2020

TRIDUO A SAN FRANCISCO JAVIER



TRIDUO A SAN FRANCISCO JAVIER

POR

PBRO. GABINO CHÁVEZ

CON LICENCIA ECLESIÁSTICA

MORELIA. 1907

 

L/: Señor, abrirás mis labios;

R/: Y mi boca anunciará tu alabanza.

 

L/: Dios mío, entiende en mi ayuda:

R/: Apresúrate, Señor, a socorrerme.

Gloria al Padre….


ACTO DE CONTRICIÓN

Dulcísimo y amabilísimo Jesús, Redentor del mundo y Salvador de mi alma, que por mi amor derramaste tu preciosa Sangre de tantas maneras y con tan acerbos dolores en tu amarga pasión; ¿cómo he tenido Señor, atrevimiento para ofenderte? ¿cómo no he reflexionado que el pecado te crucifica de nuevo, y que cada vez que lo cometo, vuelvo a renovar todos los horrores, todas las ignominias y amarguras de tu pasión y de tu muerte? ¡Perdón, Dios mío! ¡Perdón ele tanta ingratitud, adorable Salvador mío! Por los méritos de aquel grande santo, de aquel amante siervo tuyo, que te dio tantas almas, e introdujo la luz de la fé en reinos enteros, y convirtió tantos y tan obstinados pecadores, lávame de las manchas de mis culpas, dame un dolor grande de haberlas cometido, y un propósito firme, constante y verdadero de no volver jamás a ofenderte. Amén.


ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS

Oh glorioso San Francisco, apóstol de las Indias, ardiente corazón que sólo suspirabas por dar gloria al Señor y rendir a sus pies las naciones infieles; y para eso emprendías viajes peligrosísimos, trepando monte» escarpados, arrastrándote por peñascos cubiertos de hielo, atravesando crecidos ríos, y cruzando bosques poblados de fieras: y todo esto te parecía poco, y sufrías los ultrajes, las calumnias y las atroces persecuciones de los enemigos de la fé por tener la dicha de extender el reino de Dios y ver santificado su nombre entre los pueblos infieles que no le conocían. Por este celo de la honra y gloria de Dios que te consumía, por esta abrasada caridad que te hacía correr desolado tras la salud de las almas concédenos, ¡oh apóstol admirable! un grande celo por la propagación de la fé que tan debilitada en los pueblos cristianos, es todavía desconocida en inmensas regiones: haz que los misioneros que hoy la llevan a las naciones infieles, ardan en un vivo celo que los haga afrontar los peligros, y desafiar la muerte misma por plantar Ja santa fé en los corazones; haz que todos los que tenemos parte en la grande Obra de la Propagación de la fé, consideremos la santidad de esta empresa, y no nos dejemos llevar de la inconstancia y la tibieza, sino antes procuremos ayudar cada día más con las limosnas y nuestras oraciones a la difusión de la fé entre los infieles, para que cooperando según nuestras fuerzas, a que el nombre del Señor sea santificado, y a que venga á nos su reino, alcancemos el que se cumpla en nosotros la santa voluntad del Señor, que es nuestra santificación, y librándonos de todo mal, nos lleve a los eternos gozos de la gloria. Amén.

Se rezarán tres Padre Nuestros y Ave Marías en la forma siguiente:


Gloriosísimo Javier, que tan ardientemente amaste a Jesucristo, pídele que su santa fé se conserve y se fortifique entre los pueblos cristianos.

Padre Nuestro, Ave María, Gloria.

Celosísimo Javier, que tan grandes trabajos padeciste por extender el reino de Dios sobre la tierra, alcanza del Señor que los misioneros trabajen sin descanso por extender la fé entre las naciones infieles.

Padre Nuestro, Ave María, Gloria.

Prodigiosísima Javier, que obraste tantos milagros para acreditar tu misión, y que bautizaste por tu mano un millón de infieles, enciende en nosotros un santo celo para que cooperemos cada vez con más ardor con nuestras oraciones y limosnas, a la santa Obra de la Propagación de la fé.

Padre Nuestro, Ave María, Gloria.


PRIMER DÍA

Sin la fé es imposible agradar a Dios, ni llegar a salvarse; y por eso es inmenso el beneficio que nos hace el Señor al infundirnos la santa fé con el sacramento del Bautismo. Y por eso tú ardías, ¡oh grande santo! en deseos de propagar la santa fé por todo el universo; te llenas de gozo cuando el insigne San Ignacio te manda marchar a las regiones remotísimas que Dios ha destinado para ser conquistas de tu celo y para ser alumbradas con la luz del Evangelio. Y partes presuroso, y no quieres visitar de paso a tu piadosa familia, como olvidado para siempre del mundo, y muerto enteramente a la carne y a la sangre. Concédenos ¡oh apóstol celosísimo! que sepamos darle gracias a Dios por habernos hecho nacer en el seno de la verdadera fé y religión, y que nos llenemos de grandes deseos de que su nombre sea santificado, y su reino extendido entre tantas naciones que aún no le conocen. Pide, oh Javier, un nuevo espíritu de valor y de celo para los seis mil misioneros que hoy anuncian la santa fé entre los infieles; y para nosotros sus cooperadores indignos, la constancia y el fervor en la santa Obra de la Propagación de la misma fé, para que, cuidando de que sus beneficios se extiendan sobre la tierra, podamos disfrutar de sus recompensas en el Cielo. Amén.



SEGUNDO DÍA

Confiad vosotros en mí, porque yo he vencido al mundo, dice nuestro adorable Salvador, y el amado discípulo añade: Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fé. Y con la fé ¡oh santo admirable! venciste las potestades de la tierra, y superaste los peligros del apostolado, y desbarataste los planes del abismo. Inspíranos, pues, esa fé viva que todo lo cree, que nunca duda, que jamás vacila: esa confianza en Dios que no mira dificultades ni embarazos, y que, tratándose de su gloria, acomete todas las empresas, y desprecia todos los obstáculos, y no se espanta con los dichos de los hijos del siglo, ni tiembla ante las persecuciones del mundo y del infierno. Si nos alcanzas la virtud de la esperanza, ni nos acobardaremos con los temores, ni con el éxito nos envaneceremos; sino que, dando a Dios nuestro Señor siempre la gloria, y sabiendo que nadie esperó nunca en él, y quedó confundido, lograremos ayudar con nuestros débiles esfuerzos a la difusión de la fé en el universo, y alcanzaremos el objeto primario de la virtud de la esperanza, que es la eterna bienaventuranza. Amén.


TERCER DÍA

Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón; éste es, como Cristo nos dice, el primer mandamiento de la divina Ley éste es el fin de nuestra vida, y la última razón de nuestra morada en este mundo. Pero en todo ponemos nuestro amor, menos en el Cielo, y apegando nuestro corazón a las indignas criaturas, cometemos un robo sacrílego, quitándole a Dios, que es su Señor legítimo dueño. Enséñanos a amar a Jesucristo, ¡oh amantísimo Javier! tú, cuyo pecho se inflamaba en violentos ardores, que era preciso refrescar al viento de la noche; tú que sólo vivías, y sólo respirabas por el amor y la gloria de nuestro dulcísimo Maestro y Salvador; tú que después de unos días amargos y fatigosos que te rendían a punto de muerte, venías a descansar de tantas fatigas pasando enteras las noches a los pies del divino Jesús Sacramentado, que era todo tu encanto, tu tesoro y tu gloria; tú que anhelabas por dar tu vida, y la expusiste mil veces gustoso, por extender con la luz de la fé el fuego de la caridad en los corazones; tú que amaste al Señor tan de veras, buscando su gloria entre bárbaras naciones, dígnate encender ese divino fuego en nuestras almas; derrite el duro hielo de nuestros corazones, y alcánzanos que ardan en las dulces llamas de la caridad, siquiera para compensar el olvido, la frialdad y la ingratitud de los hombres. Haz que el divino Prisionero de nuestros tabernáculos sea, como fue para ti, nuestro amor y nuestro encanto; que lo visitemos con ardientes afectos: que lo desagraviemos de las injurias que allí sufre por nuestro amor, y que lo recibamos con santas disposiciones. Así trabajaremos más y más cada día porque se extienda por el mundo la fé que nos le muestra oculto, pero real y verdaderamente presente en el Sacramento, y que, junto con la fé, se acreciente el conocimiento y el amor a tan divino Ministerio. ¡Oh grande Santo! alcánzanos que, siendo tus verdaderos devotos en esta vida, te acompañemos en la otra, a cantar para siempre las divinas alabanzas. Amén.

 

ORACIÓN COMPUESTA POR SAN FRANCISCO JAVIER, PARA PEDIR A DIOS

LA CONVERSIÓN DE LOS INFIELES. -

Eterno Dios. Criador de todas las cosas, acordaos que Vos sólo criasteis las almas de los infieles haciéndolas a vuestra imagen y semejanza. Mirad, Señor, cómo en oprobio vuestro se llenan de ellas los infiernos. Acordaos, Señor, de vuestro Hijo Jesucristo, que derramando tan liberalmente su Sangre, padeció por ellas. No permitáis, Señor, que sea vuestro mismo Hijo y Señor Nuestro por más tiempo menospreciado de los infieles; antes apiadado con los ruegos y oraciones de vuestros escogidos los Santos, y de la Iglesia, esposa benditísima de vuestro mismo Hijo, acordaos ele vuestra misericordia, y olvidándoos de su idolatría e infidelidad, haced que ellos conozcan también al que enviasteis, Jesucristo, Hijo vuestro, nuestro Señor, que es salud, vida y resurrección nuestra, por el cual somos libres y nos salvamos, a quien sea la gloria por infinitos siglos de los siglos. Amén.

 

 


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