TE DEUM A LA INMACULADA CONCEPCIÓN
Compuesto por el Beato Juan de Palafox y Mendoza
Tomado del Manual Palafoxiano, año de 1856
A ti, Virgen purísima, ensalcemos,
Y tu nombre santísimo alabemos.
A ti, Madre de Dios, confiesa el cielo.
Virgen inmaculada en el cielo y suelo.
A ti adoran los ángeles,
A ti veneran los arcángeles.
A ti piden amor los serafines,
Y su luz a tu luz los querubines.
Las virtudes te alaban, y de adorar tu nombre nunca
acaban.
Los patriarcas dicen, que tu nombre santísimo bendice.
Y el coro de Profetas venerable,
Reina te adora, santa y admirable,
Y el colegio apostólico te admira,
Y a servir tu beldad dichosa aspira.
Los mártires te aclaman,
Los confesores te aman,
Y el coro de las vírgenes purísimo.
Tu ejemplar te venera perfectísimo.
Tú eres Hija del Padre, y del Hijo mejor la mejor
Madre.
El Espíritu sacro habita en ti como en su templo
santo.
Toda la Trinidad forma en ti trono dé Majestad.
Eres cielo animado, y el hombre por ti ha sido
reparado, y debe a tu belleza todo su ser nuestra naturaleza.
Tú enjugaste las lágrimas primeras,
Y nos granjeaste glorias verdaderas,
Pues a la culpa triste dichosa tú la hiciste.
Por ti más ganamos redimidos,
Que perdimos por Eva destruidos.
Arca eres celestial del Testamento
Donde tuvo su asiento tu Hijo omnipotente,
Redentor, salvador, santo y clemente.
De ti, como del Tálamo sagrado, salió el Esposo blanco
y encarnado
A redimir al mundo: misterio tan profundo y a ti sola
se debe, y haces tratable a Dios, humano y breve.
Tú eres fuente sellada, de todas las criaturas venerada,
donde bebe el sediento
gracia, gloria, consuelo, amor, contento.
Tú de David la torre.
Tú la casa,
Tú la brasa de amor que al mundo abrasa.
Tú hiciste que los cielos bajasen a la tierra.
Todos nuestros consuelos y todo nuestro bien en ti se encierran.
Maestra eres de piedad, fuente de caridad,
tesoro de virtud, participando origen de salud.
Dios por gracia le ha dado a tu belleza, lo que á él
le toca por naturaleza.
Es inmenso el que todo lo hizo de nada:
Eres inmensa tú, Virgen sagrada.
Él es omnipotente, justo, sabio y clemente.
A tu poder no hay cosa reservada.
Es la misma bondad, el bien de mi alma.
Tu bondad y virtud es alta palma,
Que se levanta á superior altura, encumbrándose a toda
criatura.
Solo hay la diferencia de una a otra Omnipotencia, que
la tuya es criada y de tu Hijo á ti participada.
Y lo que el Hijo tiene por esencia, tienes tú Madre
por beneficencia.
No eres tú Dios, Señora, pero a tu Magostad el cielo
adora: que el ser madre de Dios le ha levantado á estado que no llega lo
criado.
Eres madre del Sol, y eterno día;
solo menos que Dios eres, María.
Inmaculada madre de Dios eres,
y no como los hombres y mujeres cautiva al pecado;
porque tu Hijo te ha privilegiado,
Y tú clara hidalguía nunca admitió tributo,
Virgen pía:
Inmaculada eres, Virgen Santa, en cuerpo y alma; y tu
virtud es tanta, que no hay naturaleza, sí es criada, que a tus sagrados pies
no esté postrada.
Solo tu luz y sol es sol sin sombra: antes la
admiración
misma se asombra de ver en ser humano,
un ser tan superior y soberano,
que con aquello santo que le sobra
nuestra vida perdida
vida cobra.
Espejo cristalino,
que ha formado
el Artífice divino,
no admite mancha
alguna,
burla del sol,
asombra la luna.
Y todas las estrellas
no son bellas;
con aquella hermosura,
son una sombra, sobre fea
oscura.
Oh Virgen, Madre de los afligidos
y luz de los perdidos,
amparo dulce
de desamparados
que ciegos y turbados,
en este valle de dolor caídos,
á ti suspiran siempre perseguidos.
Apiádate de mí, Madre piadosa,
levánteme tu mano
poderosa;
o me deje en la vida,
de tu favor mi vida
siempre asida:
defiéndeme de la muerte,
hasta llegar dichosamente a verte.
A tu Hijo nos muestra,
de toda la virtud
perfecta Maestra.
Pues por ti le gozamos,
por ti piadoso,
oh Virgen, le veamos.
Por ti fue Redentor,
sea por ti, Señora,
Salvador.
Por ti bajó del cielo,
y se hizo hombre
en el suelo,
Por ti nos lleve desde el
suelo al cielo.
En la hora de la muerte
me defienda tu brazo
dulce y fuerte.
Y cuando el enemigo,
que de mis culpas es
fiero testigo,
en aquella agonía
mi perdición procure
con porfía, acusador pesado, nunca de perseguirme
fatigado;
En tan cruel peligro, y riesgo tanto,
cúbrame, Virgen, tu sagrado manto;
y á ti, Señora, deba la victoria:
gracia en la vida, y en el cielo gloria.
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