DÍA XI
Santísimo
Patriarca San Ignacio: Vos sabéis bien, que el grande enemigo que me impide
seguir de veras a Cristo, es el vano temor del que dirán los hombres de mí. Me
escarnecerán, me despreciaran, me condenaran ya de hipócrita, ya de traidor, ya
de mentecato. Mas yo, ¿cuán cobarde soy y miserable si hago caso de estos
escarnios, mofas y desprecios? ¿Porque al fin, quienes serán estos que así
murmurarán de mí? No otros que los enemigos de la virtud: ¿cómo pues pueden
dejar de reprobarla? Serán prosélitos de Lucifer: ¿qué mucho pues que murmuren
de los secuaces de Cristo? Y yo he de hacer cuenta de sus palabras, y de palabras
de hombres que ni aun hablan bien de sus propios amigos, y de sus compañeros en
el vicio; y que ni tienen respeto a los santos del cielo, ni aun al mismo Dios,
¿y pretenderé que me lo tengan a mí? Decid, vos, santo Padre mío, que, de calumnias,
que, de acusaciones, ¿qué de persecuciones padecisteis por amor de la virtud? Y
con todo, entonces os teníais por más dichoso y verdadero imitador de Cristo, que
así lo había predicho a los suyos cuando dijo: Si me perseculi sunt, el vos persequenlur.
(Joan. 15.) Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros. Dadme,
pues, Santo mío generosísimo, un ánimo despreciador de todos los respetos humanos,
e imprimid en mi alma esta incontrastable verdad: que ninguna virtud, si no es
combatida, puede ser verdadera y solida virtud.
Padre
nuestro, Ave María, Gloria
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