DÍA XV.
Santísimo Patriarca San Ignacio, que apareciéndoseos Cristo con la cruz a cuestas cerca de la ciudad de Roma, tuvisteis la dicha de que el Eterno Padre os encomendase a él como fiel siervo suyo; dignaos de admitirme hoy por compañero vuestro. Estoy yo también resuelto a seguir con mi cruz a mi Salvador y Señor. Bien sé que quien hace profesión de seguirle y después rehúsa padecer por él, verdaderamente no le sigue, diciendo el mismo en el Evangelio: Si quis vult venire post me... tollat crucen suam, & sequatur me. (Math. 16.) El que quiera venir en pos de mí, tome su cruz y sígame. Yo, pues, estoy ya pronto a padecer cualquier cosa por su amor. No hay otro camino; ni santo en la iglesia católica que no haya llevado en vida su propia cruz en seguimiento de Cristo: aun las vírgenes más tiernas y más delicadas, desde que se desposaron con él, fue menester que cargasen sus espaldas con la cruz, no siendo conveniente que las esposas de un Dios crucificado pasaran la vida sin cruz. Qué vergüenza será, pues, que pretenda yo seguir a mi capitán, que va delante cargado de su cruz, ¿sin que yo lleve también la mía? ¿Mas cuál ha de ser la mía? Algunos quieren llevar detrás de Cristo una cruz preciosa o de oro, o de plata, cuáles son los oficios y empleos más brillantes y honrosos: otros quieren una cruz pintada en lienzo o papel, cuáles son los trabajos ligeros y de poco peso; pero todos estos andan muy errados. Cristo, que es el rey del cielo y caudillo del pueblo escogido, va adelante con una cruz afrentosa y pesada: y yo, que soy uno de sus soldados, aunque el ínfimo y más indigno, ¿me atreveré a querer ir detrás de el con una cruz preciosa o ligera? Alumbradme vos, santo Padre mío, que con vuestros generosos ejemplos alumbrasteis a los fieles, y alcanzadme fuerzas para seguir los pasos de mi capitán Jesús, como vos los seguisteis perfectamente desde el principio de vuestra conversión hasta la muerte.
Padre nuestro, Ave María, Gloria.
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