DÍA XX.
Santísimo Patriarca San Ignacio: Ensanchadme hoy el corazón, de manera que pueda yo, por medio de una filial confianza en Dios, merecer su paternal bendición en todas las empresas de su mayor gloria. Vos en tantas necesidades, peligros y persecuciones lo tuvisteis siempre propicio. Os deparo albergue, haciendo ver resplandeciente vuestro rostro, en Barcelona, y despertando con una voz misteriosa a un senador en Venecia. Para entrar en Padua, en tiempo sospechoso de peste, os hizo invisible a los guardas: de Jerusalén os trajo salvo en una nave vieja y consumida, a pesar de las tempestades que echaron a pique otras dos naves fuertes y nuevas. ¿Qué más? Sin embargo, de que deseabais todo bien a los que os acusaron y calumniaron tantas veces, siempre os defendió, e hizo que fueseis declarado inocente, convirtiendo las afrentas en alabanzas y una alguna vez se mostró vengador, haciendo que muriese quemado, el que os tuvo por digno del fuego y secándole a otro el brazo que levanto para ofenderos. Vos emprendisteis grandes cosas en su servicio en tiempos de suma escasez, abandonado de toda humana esperanza: más el no dejo de proveeros, suministrándoos copiosas limosnas, por caminos y medios no pensados. ¿Santo Padre mío, no sirvo yo al mismo Dios que supo defenderos y asistiros? Pues porque yo no he de fundar en el mis esperanzas y no en los hombres? ¡Oh Dios mío! confieso mi locura, la detesto y os prometo no querer en adelante confiar en nadie más que en Vos. Si Vos tenéis en vuestra mano los corazones de todos los hombres y todo el bien que puedo yo desear, de que sirve esperarlo de los hombres, ¿los cuales no puedan dejar de ser débiles y mentirosos? Pues solo Vos sois fuerte y veraz: Solo Vos, Dios mío, podéis, sabéis y queréis hacerme todo bien, siempre que yo no me haga indigno de ello. Beatus homo, qui s'perat in te. (Psal. 83.) Bienaventurado el hombre que espera en Vos.
Padre
nuestro, Ave María, Gloria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario