DÍA
VIGÉSIMO NOVENO
MEDITACIÓN
¿Quién no ha tenido en su vida horas de desamparo? Las personas espirituales se lamentan de que a veces el cielo se les hace de bronce y la tierra de metal; llaman a Dios, y parece que no los oye; derraman su corazón en la divina presencia, y una losa ¡:tesada los oprime. Están en horas de desolación y desamparo. Desamparo sufren también la madre y esposa a quienes roban el corazón de sus hijos o esposo, desamparo el huérfano que ha perdido sus padres y tantos desheredados de la fortuna, familias enteras que vi ven en la miseria sin pan ni albergue, amigos traicionados por amigos, todos estos experimentan y lloran su desamparo. ¡Ay! ¡cuántos no pudiendo soportarlo pierden el juicio o atentan contra su vida! ¡Oh! ¡si supieran que hay en el cielo una reina y Madre de los Desamparados! ¡un Corazón que podía darles alivio y consuelo si acudieran a él! Lo que dijo el poeta: Non ignara mali, miseris suctírrere disco: como he sufrido mucho, sé compadecerme y socorrer a los miserables, tiene aquí su propio lugar. Sabe mucho de penas y dolores el Corazón de María, ha tenido también ella amargas horas de agonía y desamparo: Belén, Egipto, Jerusalén, el Calvario; pobreza, destierro, pérdida de su Hijo, sobresalto continuo de que no le matasen; viudez y, sobre todo, verle morir en una cruz injustamente como malhechor entre dos ladrones, sin poder aliviarle ni tener una sábana propia para darle sepultura... ¿Puede haber mayor desamparo? ¡Y era tan inocente la Virgen!
¡Madre de los Desamparados! socórreme. Haz que en mis desmayos acuda a ti, piense en el cielo y me sostenga la fe.
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