DÍA QUINTO
MEDITACIÓN
¡Qué admirable contraste! No hubo jamás sobre la tierra embajada más augusta ni respuesta más prudente y humilde. Envía la Santísima Trinidad a una Virgen, retirada en un rincón del mundo, un príncipe excelso de su corte; le propone la estupenda é inaudita opción de la dignidad mayor que puede ofrecerse a una pura criatura; solícitos los cielos, suspenso el ángel, aguardan que esta jovencita de quince años pronuncie una palabra, dé su consentimiento para que se verifique en seguida el portento de los siglos. Y la Virgen, tranquila, sin alterarse con el viento de la vanidad o de las alabanzas, interroga prudentísimamente al celestial mensajero, y cuando ha visto disipadas sus dudas deja caer de sus labios aquellas palabras que son el asombro de los cielos y la tierra: ·He aquí la esclava del Señor: hágase en mi según tu palabra. Fiat prodigioso, comparable sólo al que pronunció Dios en la creación del universo. ¡Qué diferencia entre la curiosidad y presunción de Eva, y la prudencia y humildad del Corazón de María! ¡Cómo debió agradar a la Santísima Trinidad el cúmulo de virtudes que en un solo acto ejercitó aquí nuestra Señora! A la propuesta de ser Madre de Dios opone el reparo de su perpetua virginidad; a la elevación más sublime, con que se la ensal1.a, corresponde con la humildad más rendida y profunda. Humildísimo fue el Corazón de María dijo el Señor a Santa Matilde, pues le mereció su humildad concebir por obra del Espíritu Santo.
¡Oh humildísimo Corazón de María! Enseñad me estas dos virtudes que os hicieron tan grata a los divinos ojos: pureza y humildad. Sin ambas es imposible agradar a Dios, recibir y conservar sus dones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario