DEVOTA
NOVENA SAN SERAPIO
MÁRTIR
DE LA ORDEN DE LA MERCED
ABOGADO
DE LOS ENFERMOS
Por
Fr. Pedro Liñan de A.
De
la misma Orden
Lima,
1901
ACTO
DE CONTRICIÓN
¡Oh
Dios de infinita bondad y misericordia! Atraído por la dulce invitación que me
hacéis para que abandone mi vida criminal, vengo a postrarme a vuestros pies,
para pediros perdón de mis infidelidades pasadas y prometeros la enmienda de
mis perversas costumbres. Vos mi Dios, no habéis cesado de prodigarme los más
señalados beneficios en el orden de la naturaleza y de la gracia, y yo ingrato,
y yo hijo ingrato, he despreciado vuestro amor, quebrantado vuestros preceptos
y buscado en las criaturas la paz, la felicidad que solo en Vos puedo hallar.
No Dios mío, no quiero ser más tiempo rebelde a las inspiraciones de la gracia,
ni resistir al llamamiento que me hacéis para que abandone el camino de
perdición en que he vivido. Perdóname Señor, por los méritos de vuestro Hijo, y
dadme gracias para apartarme de las ocasiones de pecar y ahogar en mi corazón la
inclinación que tengo a la ira, la vanidad, la murmuración y la impureza.
Concédeme Señor, estas gracias, por la intercesión de la Abogada de los
pecadores y los ruegos de vuestro siervo San Serapio, en cuya compañía espero
cantaros eternas alabanzas en el cielo. Amén.
ORACIÓN
PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh
ínclito mártir de la fé, glorioso San Serapio! Dignaos dirigirnos una mirada de
amor y escuchar nuestras oraciones y votos. Hemos venido a pediros la
conservación de nuestra fé, deseos verdaderos de nuestra santificación, aumento
de amor de Dios y caridad tierna y compasiva para con nuestros semejantes.
Tenemos ¡Oh Serapio! Pecados que expiar, defectos que corregir, tentaciones que
vencer y virtudes que alcanzar. Somos inconstantes en nuestros propósitos, y el
amor que tenemos a las cosas de la tierra, nos hace olvidarnos de los bienes
del cielo y convierte nuestro corazón en un mar agitado por la duda, la
tristeza, la cólera y la desesperación. Alcanzadnos pues, la gracia de vencer
como Vos la tibieza con la devoción, la ira con la paciencia, la soberbia con
la humildad, y la sensualidad con la mortificación, que seamos como Vos,
prudentes, modestos y castos, y que nuestras palabras, trabajos y deseos sean
otros tantos actos de reparación por nuestros pecados, y de edificación para
nuestro prójimo, a fin de que, después de una vida pura y santa, podamos ir a
gozar a las eternas delicias de la Gloria. Amén.
Récense
tres Padres Nuestros y Aves Marías, en reverencia de la admirable caridad,
martirio y milagros del Santo.
DÍA
PRIMERO
CONSIDERACIÓN
Entre
los varones ilustres de que con justicia puede enorgullecerse de la culta
Inglaterra, descuella el ínclito mártir San Serapio, que vió la luz primera en
Londres en el año 1178. Fueron sus padres Rolando, pariente de Guillermo, Rey
de Escocia, y una dama ilustre de la aristocracia inglesa, quienes cifraron su
mayor felicidad en criar par Dios al hijo que de el habían recibido. Es un axioma comprobado por la experiencia de
los siglos que, el hombre comúnmente muera como ha vivido y vive como ha sido
educado. Es la Eterna Verdad quien lo ha dicho: “tal será el hombre en la
vejez, cual fue la educación que recibió cuando niño” (Prov. 23, 6) Guiados
pues, por esta ley, los virtuosos padres de Serapio, ponían especial cuidado en
que este no viese ni oyese cosa alguna que pudiera pervertirle, e iban con
paciencia y laudable constancia, imprimiendo en su tierno corazón, como en cera
blanca, el horror al pecado y el amor a la virtud, persuadidos de que, una fé
teórica y sin obras, es muerta, y de que más valdría no conocer la existencia
de Dios, que saber que Dios existe y vivir si no existiese. El fruto de
aquellas enseñanzas echóse bien pronto de ver, tanto en la lucidez con que
Serapio hablaba de los misterios de la fé, cuando comenzaba a clarear en el la
luz de la razón, como en la feliz disposición que manifestaba para todo lo
bueno. Era en efecto, obediente a sus padres, modesto en la calle, parco en el
hablar, respetuoso con los sacerdotes, reverente en el templo, y tan compasivo
para con los pobres, que, no contento con darles limosnas, llegó, más de una
vez a darles su ropa y alimento. Retirabase a veces al más apartado rincón de
su palacio, y allí pasaba largo tiempo en oración fervorosa. Sus
entretenimientos de niño no eran otros que hacer altares de Santos de su
devoción, pudiendo decirse de él, como Tobías, que en su niñez nihil puerile
gessit, no hizo cosa pueril ni digna de represión. Dedicabase finalmente, al
estudio con empeño y constancia, y como si viese dibujarse en lontananza la
cruz del sacrificio y la palma del martirio que le estaba aparejada, comenzaba
a prepararse para el día de su triunfo, castigando su cuerpo con el ayuno y la
penitencia. Parecía pues, que el Espíritu de piedad que ennoblece el corazón y
lo hace sumiso y obediente a las inspiraciones de Dios, afable, compasivo e
indulgente para con el prójimo, comenzaba a iluminar con resplandores matinales
la mañana de su vida, y corroboraba el acierto de sus padres al ponerle en el
bautismo el nombre de Serapio. Ellos, católicos dignos de tal nombre, no se
contentaban solo con enseñar a su hijo a ser bueno y piadoso, sino que ellos
mismos eral los primeros en darle el ejemplo. No es esa, por desgracia la
educación que se le da a los hijos ¡Cuantos deseos estos no podrían en verdad,
repetir el argumento sin réplica que un niño dirigía a su madre! “si es bueno,
le decía, rezar, oír misa, confesarse ¿Por qué eso no lo hace mi padre? Y si es
inútil, ¿Por qué se me obliga a mi practicarlo? No olviden, pues, los padres de
familia que “solo el que practicare la virtud y la enseñanza a los demás, este
será llamado grande en el reino de los cielos” (Mat. 5, 19) Pidamos al santo
que nos alcance de Dios lo que deseamos conseguir.
GOZOS
Ínclito
mártir modelo
De
sublime abnegación
Concédenos
¡Oh Serapio!
Tu
benigna protección.
Mártir,
por Dios elegido
Para
romper las cadenas,
Y
endulzar las crueles penas
Del
cautivo en su prisión,
Y
dar a todos los hombres
Que
en ti ponen su confianza
Luz,
medicina, esperanza
Y
la paz del corazón.
Las
verdades de la fé,
que
el incrédulo rechaza,
el
cristiano humilde abraza
con
sincera sumisión,
iluminaron
tu vida
como
faro de luz pura,
que
sobre el alma fulgura
rayos
de celeste unción.
La
tierra que vio bajar
Del
cielo al verbo encarnado,
Y
morir por el pecado
Del
hombre y su redención,
Fue
testigo del valor
Que
desplegaba tu celo,
Por
llevar almas al cielo
Cumpliendo
así tu misión.
No
quiso Dios que en la guerra
De
Palestina murieras,
Sino
que en Austria vieras
En
una estrecha prisión,
Y
fuese allí tu consuelo
El
recuerdo de la Cruz,
En
que murió el buen Jesús,
Para
darnos Redención.
Las
mil vanidades locas,
Que
el mundo engañoso
Despreciasteis
generoso
Cual
lazos de perdición,
Y
enfrenaste tus sentidos
Con
varonil fortaleza,
Por
conservar la pureza
De
tu cuerpo y corazón.
Adornaron
tu alma santa
El
celo y la penitencia,
La
humildad y la paciencia
Y
la ferviente oración,
Y
brillaron en tu frente
Las
llamas de aquel amor,
Que
dio por ley el Señor
A
su Santa Religión.
Los
lamentos del cautivo
Que,
cargado de cadenas
Padecía
atroces penas
En
horrorosa prisión,
Hallaron
en ti consuelo,
Amor,
caridad sublime,
Que
es bálsamo del que gime
Agobiado
de aflicción.
Inflamado
en el celo santo.
Por
librar de infeliz muerte
Al
pecador, cuya suerte
Es
la eterna perdición,
La
ley de Dios predicabas,
Al
sectario del error,
Por
convertirlo al Señor
Y
darle la salvación.
Y
por ella al gentil
Le
da fé la hermosa luz,
Que
trajo al mundo la Cruz,
En
seña de bendición,
Padeciste
cruel martirio,
Y
en un aspa atormentado
Y
en mil partes desgarrado
Cual
víctima de expiación.
Desde
el trono en que ya gozas,
Radiante
de luz y gloria,
El
premio de la victoria
Que
alcanzó tu abnegación,
Pide,
Serapio, al Señor,
Nos
concedas en su servicio
De
un amante corazón.
Mira
con ojos de amor
Al
enfermo, al desvalido,
Al
pobre y al afligido
Que
imploran tu protección,
Y
haz que esta tierra infeliz
Mansión
de dolor y llanto,
Entone
al Señor un canto
De
amor y bendición.
Y
enciende en las almas todas
Una
fe viva, constante
Y
un amor perseverante,
A
Cristo y la Religión,
Y
haz que, abrazando la Cruz,
Con
noble y ferviente anhelo,
Recibamos
en el cielo
Y
el eterno galardón.
L/:
Rogad por nosotros, glorioso San Serapio.
R/:
Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
ORACIÓN: ¡Oh
Jesús, Redentor nuestro! Dignaos inflamar nuestro corazón en el fuego vuestro
amor para que, así como el bienaventurado Serapio murió como vos en una cruz
por la redención de los fieles cristianos, así nosotros, mediante su
intercesión poderosa, nos animemos a sufrir con paciencia los trabajos y
advertencias de la vida, y vivamos siempre abrazados a la cruz, como cos vives
y reinas con Dios Padre, en unidad con el Espíritu Santo, por los siglos de los
siglos. Amén.
ORACIÓN
FINAL
¡Oh
esclarecido mártir San Serapio! Que derramasteis hasta la última gota de
vuestra sangre generosa, `por confirmar en la fé al cautivo y arrancar al
pecador de la tiranía del demonio, libradnos de perecer víctimas de la
indiferencia religiosa que, por doquiera, nos rodea y mira con ojos de piedad a
esa multitud innumerable de hombre en quienes ha muerto a la fé, y con la fé la
esperanza, ese calmante del dolor que no existe para el corazón del incrédulo.
Como deseos de tantas que, arrastradas por las olas de los vicios, corren a
precipitarse en los abismos eternos y rogad por la conversión de los infieles,
herejes y pecadores que dilatan su conversión para la hora de la muerte. Rogad,
en fin, por nosotros, y alcanzadnos el espíritu de oración y penitencia,
resignación en los sufrimientos, caridad, mansedumbre y perseverancia en el
bien hasta el último instante de nuestra vida. Amén.
DÍA
SEGUNDO
CONSIDERACIÓN
El hombre de fé ardiente y de corazón magnánimo no se contenta solo con creer y practicar individualmente su religión, antes bien, inflamado en celo por la gloria de Dios y el bien de sus semejantes, procura extender por doquiera la acción bienhechora de la Iglesia, para contrarrestar la acción de la impiedad, que trabaja sin descanso por descatolizar al mundo. La prensa católica, las sociedades de obreros, las escuelas, patronatos y talleres, la enseñanza del catecismo, la difusión de estampas, hojitas y libros de piedad, la fé práctica y sin respeto humano, que haga de cada hombre un soldado que ponga al servicio de la causa de Dios los dones y talentos que de Él ha recibido: de ahí los medios de que se vale el hombre de fé para hacer guerra a la impiedad, diciendo con el profeta: “el celo de vuestra causa, Señor, abraza mis entrañas, y las ofensas que se os hacen a Vos, todas caen sobre mí” Sal 66, 10. Este fue el pensamiento dominante de la vida de Serapio. En efecto, en el mes de agosto del año de 1190, partía el hacia la tercera Cruzada, a cuyo frente iban Felipe, Rey de Francia y Ricardo, Corazón de León, rey de Inglaterra, quien nombró a Rolando, padre de Serapio, general jefe de su ejército. Se trataba de reconquistar los lugares santificados por la presencia de Dios, de dar libertad a centenares de cristianos allí cautivos y de poner siempre creciente de los Hijos de Mahoma, motivos hartos poderosos para enardecer el celo de Serapio por la causa de Dios, y hacerle pedir con lágrimas a su padre le llevase consigo en aquella expedición. Lo consiguió, en efecto, y su celo desde entonces no estuvo ocioso un solo instante. Al ver la deplorable ignorancia religiosa de los marineros y soldados, valiese del ascendiente que le daba su nobleza para enseñarles los misterios de la fé, corregir sus malas costumbres y refrenar su imprudente lenguaje. Por otra parte, la gravedad de sus acciones, la pureza de sus vidas, el valor que desplegó en las batallas de Asur y Tolemaida, la caridad con que socorría a los cautivos y el rigor con que observaba la disciplina militar, hablaba al corazón de aquella gente con más elocuencia que su ferviente y persuasiva palabra. Dios, empero, permitió que, al volver Ricardo de aquella expedición, cayese este prisionero del duque de Austria con Rolando y Serapio y lo más florido de su corte. Al año siguiente, recobró el rey su libertad, quedando aquellos en rehenes en tanto que llegaba de Inglaterra la suma total pactada por su recate. Con este designio, pasaron allá Rolando y el arzobispo Rotomagense, más, cuál no sería la sorpresa de aquel, al saber que su esposa acababa de morir, dolor que unido a su edad y sufrimientos le condujo a él en breves días al sepulcro. Al recibir Serapio aquella infausta noticia, postrado en tierra, bendijo las disposiciones de la Divina Providencia, y buscó en la oración el consuelo para su alma atribulada, multiplicó las penitencias, sufrió sin proferir una queja los malos tratamientos que recibía del duque, y, animado con el ejemplo de los padecimientos del Redentor, ofrecía a Dios sus trabajos y dolores que el miraba como un justo castigo de sus culpas. Aprendamos pues de él, a amar el sufrimiento, a no quejarnos de Dios en las tribulaciones de la vida, y a mirar las adversidades y trabajos como otros tantos medios de que Dios se vale para humillar nuestro orgullo y poner a nuestro alcance una fuente de merecimientos para la eterna bienaventuranza.
DÍA
TERCERO
CONSIDERACIÓN
Se
ha dicho con razón, que la historia del hombre en este mundo puede condensarse
en tres palabras; nacer, padecer y morir. El sufrimiento siempre, en todas
partes y en todas sus formas, la cruz que debemos llevar de grado o por fuerza
de la cuna a la sepultura, cruz que se aligera con la resignación o se hace
insoportable con la impaciencia, he ahí la ley a que debe someterse todo
hombre, sea este rey o mendigo. En los sufrimientos de la vida, el cristiano
halla paz, felicidad, consuelo, abrazando la cruz y conformando su voluntad con
la de Dios, al paso que, el incrédulo al verse acosado por el dolor, blasfema
de Dios y apela a la desesperación y al suicido. Víctimas de culpas que no
había cometido, aguardaba pacientemente Serapio el día de su liberación,
después de varios años de prisión en las cárceles del vengativo duque, cuando
he aquí que el hijo de este, Leopoldo VII, fue el instrumento de que Dios se
valió para ensalzarle en el mismo teatro de sus humillaciones y trabajos.
Condolido Leopoldo de la triste suerte de Serapio, y prendado de su virtud y
admirable paciencia, pidió a su padre pusiera en libertad al preso, quedando
este desde entonces bajo la vigilancia y responsabilidad de su generoso
bienhechor. La modestia del santo, su genio dulce y apacible, su trato fino y
delicado y las demás bellas prendas que lo adornaban, inclinaron de tal suerte
el ánimo de príncipe en favor de su protegido, que llegó a tratarle no ya como
prisionero, sino como el más querido de sus amigos. Aquel por su parte,
procuraba hacerse cada día más digno de la confianza y estimación con que le
distinguía su amigo, sirviéndole con desinterés y viviendo en su corte como el
más fervoroso cristiano, siempre dado a la oración, prudente, recogido y
penitente. Temeroso, no obstante, de perder la gracia de Dios en medio de los
atractivos de una corte, donde encontraba a cada paso objetos en que podía
naufragar su inocencia, pedía fervorosamente al Señor, le hiciese volver a la
prisión, para dedicarse libremente a su servicio. Su oración fue oída, irritado
el duque por la tardanza de Ricardo en pagarle el precio de su rescate, hizo
poner a los rehenes en la prisión más estrecha, resuelto a quitarles la vida si
aquel no cumplía su palabra. Allí estuvo Serapio hasta la muerte del duque, y
elevado más tarde a la dignidad de consejero por su protector y amigo, luego
que este se hizo cargo del gobierno de sus estados, lejos de ensordecerse por
su nueva dignidad, solo pensó que sus consejos se enderezasen a hacer del nuevo
duque un príncipe verdaderamente cristiano, cuyos actos se inspirasen en las
leyes de la justicia y de la clemencia. Partiendo del principio de que los
reyes no tienen trono donde Dios no tiene altar, atedió primeramente lo
relativo al culto divino, y persuadido de que un pueblo será tanto más feliz,
cuanto mayor sea su ilustración, moralidad y bienestar, procuró desterrar los escándalos,
ahogar las discordias, disminuir los impuestos, impulsar la enseñanza y llevar
a los tribunales de justicia a hombres de ciencia y conciencia. Por otra parte,
el correcto desempeño de los deberos de su elevado cargo, juntaba Serapio las
virtudes de un santo. Poseía en grado eminente la encantadora virtud de la
modestia, hija primogénita de la humildad, hablaba sin afectación, mandaba sin
arrogancia, y huía del lujo que, junto con fomentar el amor propio y la
vanidad, acaba por devorar las más opulentas fortunas. Jamás se le veía en
teatros, festines y saraos, y aunque su edad, su nobleza y su alta dignidad lo
incitaban de continuo a entregarse a una vida regalada, el, por el contrario,
castigaba su cuerpo con ayunos, disciplinas y cilicios, y enfrenaba de tal
suerte sus sentidos, que sus ojos se echaban jamás a mirar objeto alguno que
pudiese mancillar su pureza, ni de sus labios salía una sola palabra contraria
a la honestidad y decencia. El amor a Dios, las fugas de las ocasiones
peligrosas, la consideración constante de las verdades eternas y la fiel
correspondencia a las divinas inspiraciones de la gracia, preservaron su alma
del pecado y dieron le la fuerza para vencer el respeto humano, y decir mirando
con desprecio las mil vanidades en que se gozan los dichosos del mundo: “Yo
valgo más que todas esas cosas, tengo más altos destinos.”
DÍA
CUARTO
CONSIDERACIÓN
Cuentase de un famoso geómetra de la antigüedad, que, admirado del poder de la palanca, decía: “dadme una palanca y un punto de apoyo y yo levantaré la tierra”. Pedía un imposible para realizar una cosa inútil. No, no es el mundo físico, sino el mundo moral, el que necesita que lo levanten. Las almas que se arrastran por el fango, son las que es menester regenerar para volveros a su cielo. El hombre derribado, esclavo de las pasiones más bajas y materializado en cierto modo, es el que necesita que lo realcen, espiritualicen y divinicen. Tal es la grandiosa obra emprendida por Dios, hecho hombre para salvar al hombre, que deben continuar sus ministros, y a cuyo éxito ha de cooperar todo cristiano. Animado de esos sublimes pensamientos, dejó Serapio la corte de Austria para pasar a España en compañía del duque, a principios del año 1212. Iba una vez más a medir su espada con los enemigos de Dios, y a defender la patria, las artes, las ciencias, la cultura y el progreso, amenazados de muerte por los sectarios del Corán. No quiso Dios, empero, concederle entonces la gracia de morir en defensa de la fé (que es lo que deseaba ardientemente), en las campañas que hizo contra los moros de España bajo la bandera del rey de Castilla, D. Alonso el Bueno, inspirole si, un valor a toda prueba y una caridad ardiente para con los cristianos cautivos de los moros, y aun para los moros mismos a quienes socorría y consolaba con el cariño y la compasión de la más amante de las madres. Al oírle referir a la Reina D. Leonor, hermana de Ricardo Corazón de León, la historia de las proezas y desgracias del héroe de la tercera cruzada, de las cuales había participado notablemente Serapio, complacido don Alonso de tener cerca de si a un varón de tan relevantes prendas, cuya vida conocía ya por la relación que de ella le había hecho el duque de Austria, le honró dándole un asiento entre los miembros de su consejo y tratándolo como a un verdadero y leal amigo. No era, sin embargo, honores y distinciones lo que buscaba Serapio, quería que Dios fuese conocido de los hombres, y que todos le amasen como lo amaba el, así es que deseaba ardientemente poner término aquella vida palaciega, que solo le causaba hastío y disgusto. La ocasión no tardó en presentarse. A la muerte del rey, acaecida el 6 de octubre de 1214, retirose al Palacio del Obispo de Burgos, donde, libre de todo otro cuidado, entregose por entero a los ejercicios de oración y penitencia, viviendo allí como el más perfecto religioso, preocupado solamente de la salvación de su alma. Frecuentaba los sacramentos y maltrataba su cuerpo con ayunos y disciplinas, y sabiendo que hemos de dar cuenta hasta de una palabra inútil que hayan pronunciado nuestros labios. Guardaba perpetuo recogimiento y silencio, que solo interrumpía para ir al hospital a visitar y consolar a los enfermos, darles limosnas, exhortarles a la paciencia e instruirles en los misterios de la fé. Muchas veces quiso sacarle de aquel retiro la Reina Berenguela, regente del reino durante la menor edad del príncipe D. Enrique, para servirse de sus consejos y darle alguna participación en el gobierno, pero el rehusó contundentemente aquellos honores, que le impedían admitir su humildad y modestia.
DÍA
QUINTO
CONSIDERACIÓN
Producción
natural y espontanea de la religión católica, son las Ordenes Religiosas,
semilleros de sabios y santos y baluartes de la Iglesia, sabiamente dispuestos
por la Divina Providencia para la conservación y propagación del cristianismo. “En
el claustro, ha dicho elocuentemente San Bernardo, el religioso vive con más
pureza, cae mas raras veces, se levanta más presto, procede con más cautela,
recibe con más abundancia el rocío del cielo, se purifica más luego, muere con
más confianza, y recibe mayor premio en el cielo” no es, pues, extraño que el
enemigo de todo bien persiga con encarnizamiento a los religiosos y trate de
clausurar sus pacíficas moradas, repitiendo hoy lo que dijo un día por boca del
impío Federico de Prusia: Destrúyanse los conventos o al menos, disminúyanse en
su número, para acabar con los que encienden el fanatismo en el corazón del
pueblo. Querrían sin duda, los mundanos, un catolicismo teórico, que nada mande
y nada prohíba, sin misa, sin sacramentos, sin ayunos y, sobre todo, sin infierno,
un catolicismo que permita a cada cual hacer, pensar o decir lo que quiera, y
el día que ven a un católico defender con entusiasmo sus creencias y hacer
práctica su fé, apelan luego al consabido recurso, tratándole de fanático. De
esa falange de fanáticos amantes de Dios, que posponen a los intereses de la
fé, sus comodidades y su vida misma, fue San Serapio, a quien vemos dejar la
plácida tranquilidad de su retiro de Burgos, para ir nuevamente con el duque de
Austria a proseguir la guerra contra los moros de Palestina, a principios del
año de 1217. Ardía en deseos de aniquilar a los enemigos de Dios y de propagar
la fé, aunque fuese a costa de su sangre, pero Dios que le tenía reservado para
que diese a su nombre mayor gloria, quiso que, terminada aquella campaña, al
volver a Austria, recibiste allí la orden de Doña Berenguela de regresar a
España en la comitiva de Doña Beatriz, que iba a desposarse con el rey de
Castilla, D. Fernando el Santo. Al año siguiente, hubo de dejar nuevamente la
corte de Castilla para pasar a la de Aragón como personaje principal de la
comitiva de la reina Doña Leonor, que pasaba a desposarse con el rey D. Jaime I
el Conquistador. Allí le conducía la mano de la Divina Providencia para que
edificase aquella corte con sus virtudes y cambiasen enseguida los brillantes
arreos del cortesano por el tosco sayal del religioso. Llena estaba en aquel
entonces la España de la fama de los milagros e insigne caridad de San Pedro
Nolasco, que cuatro años antes había fundado la Orden de la Merced con la
cooperación del Rey Conquistador, en cuya corte recibía Serapio las más
señaladas pruebas de estimación y respeto. Hacía tiempo Serapio deseaba conocer
a Nolasco, deseo que bien pronto vió cumplido, pue el mismo año de 1222,
encontraronse en la ciudad de Daroca, Nolasco que había ido allí a pedir
limosna para sus queridos cautivos, y Serapio como personaje distinguido de la
corte del rey D. Jaime. Pocos días después, Serapio no cesaba de pedir a Dios
con ayunos, oraciones y lágrimas, le diese a conocer el estado de vida en que
quería le sirviese, recibió de Nolasco esta feliz nueva, que oyó emocionado y
desecho en lágrimas de la más dulce alegría: “Dios, hijo mío, quiere que
abraces el estado religioso en la Orden de su Madre, María de la Merced.” Desde
aquel instante no pensó Serapio más que llevar a cabo el aviso que había
recibido del cielo.
DÍA
SEXTO
CONSIDERACIÓN
En
el mes de abril del año 1222, llegaba a las pertas del convento de la Merced de
Barcelona un noble caballero, solicitando con humildad profunda su admisión en
el número de los hijos de la Reina Redentora de Cautivos. Era Serapio, que
venía a buscar en la vida religiosa un abrigo para su fé, y un vasto campo de
acción para su ardiente caridad. Con el gozo que experimenta el que encuentra
un tesoro, recíbele Nolasco, y confió su educación religiosa al V. P. Fr.
Bernardo de Corbera, santo doctor y varón y primer maestro de novicios que ha
tenido la Merced, después de su fundador. Tenía entonces Serapio 44 años de
edad, y aunque podía en realidad servir a los demás religiosos de modelo y
perfección, propúsose como humilde tomarlos a todos por maestros, e imitarlos
en las virtudes que los veía practicar. Así fue como a los diez y ocho años de
su vida religiosa pudo atesorar tan gran caudal de merecimientos para la vida
eterna, y dar, por decirlo así, la última mano a la obra de su santificación
que había comenzado con el regazo de su madre. Avaro el tiempo, gastaba en
oración el que le dejaban libre sus ocupaciones, y ferviente admirador de la
sublime caridad de Nolasco, veía transcurrir con santa impaciencia el tiempo de
su noviciado, por el gran deseo que tenía de ir a las cárceles agarenas a
romper las cadenas de los infelices cautivos. Entre tanto, no permitiéndole
otra cosa su condición de novicio, al llegar a nuestro convento de Barcelona
aquella turba innumerable de hombres, mujeres y niños redimidos por Nolasco y
sus hijos, enfermos, heridos, demacrados por los sufrimientos de un largo
cautiverio, su corazón se conmueve, y con el cariño y la tierna solicitud de
una madre, presta a cada uno las más delicadas atenciones que exige su dolor, y
trata de infundir en ellos el amor y el agradecimiento a su dulce libertadora,
María de la Merced. Muy pronto empero, las ciudades y aldeas de la Galicia,
Cataluña, Aragón y Castilla, vieron con asombro al descendiente de reyes,
vestido de burdo sayal, pararse de puerta en puerta solicitando una limosna
para sus queridos cautivos, camina siempre a pie, un pedazo de pan en su
ordinario alimento y el duro suelo el lecho en que toma un corto descanso,
pasando el resto de la noche en oración fervorosa. La austeridad se su vida
convence con la elocuencia persuasiva de los hechos, y logra reunir cuantiosas
limosnas que hace llegar inmediatamente a manos de Nolasco. Su humildad le
hacía ir frecuentemente a pedir limosna en aquellos parajes donde sabia muy bien
que, en vez de ellas, recibiría injurias, burlas y malos tratos, quedando el
muy alegre y satisfecho de verse despreciado por el nombre de Cristo. Por otra
parte, la misma ardiente caridad con que pedía limosna para redimir a los
cautivos del poder de los infieles, no le permitía ver impasible a los esclavos
del vicio, sin que al punto acudiese a socorrerlos. Dotado de exquisita
prudencia y del mas delicado tacto en ganar almas para Dios, iba a las casas de
los pecadores con el pretexto de pedirles limosna, pero en realidad con el fin
de reducirles a penitencia, logrando por ese medio la conversión de grandes
pecadores y de innumerables mujeres de vida criminal. Cierto día volvió al
convento con el rostro acardenalado y el cándido habito manchado de sangre, y
aunque hizo cuanto pudo por ocultar a los autores de tan sacrílego atentado,
ellos mismos, admirados de la paciencia y mansedumbre de Santo y tocados de la
divina gracia, confesaron su culpa y abandonaron el camino de la perdición en
que habían vivido, como lo habían hecho ya los infelices cómplices de sus
desordenes, convertidas a penitencia por las exhortaciones de Serapio. En otra
ocasión, temeroso el Santo de la sentencia que los jueces podían dictar en
contra de un joven que le había abofeteado públicamente por el mismo motivo, va
corriendo contra el tribunal, y obtenida la licencia de ser el mismo juez en
aquella causa, “pido, dice, que a este joven se le condene, en castigo de su
culpa, a la vergüenza de recibir de mi un estrechísimo abrazo”. Justo es consignar aquí la devoción y
confianza con que invocan a San Serapio los que se dedican a sacar de su
abominable estado a las desgraciadas esclavas el más degradante de los vicios.
DÍA
SÉPTIMO
CONSIDERACIÓN
Entre las obras de caridad que han nacido del seno maternal de la Iglesia para levantar al hombre caído en el fango de los vicios y endulzar su corazón acibarado por los sufrimientos de la vida, merece u puesto distinguido la Orden de la Merced, que ha llegado hasta dar la sangre de sus hijos por la libertad y la vida de sus semejantes. En aquellos calamitosos tiempos en estaban en su apogeo la pujanza musulmana, ser religioso de la Merced, equivalía a ser una víctima destinada al sacrificio, como lo comprueban los dos mil religiosos mercedarios martirizados en el ejercicio de su arduo ministerio, el millón de cautivos comprados a peso de oro y redimidos por los hijos de la Merced en el espacio de seis siglos, desde el año 1218 hasta el de 1779, fecha memorable que tuvo la última redención. Y todavía habrá ingratos que pregunten con afectada ignorancia: ¿para que sirven los frailes? Uno de esos frailes a quienes el mundo detesta y persigue fue San Serapio. Al principio del año de 1229, aquel fraile oscuro, partía para Argel en compañía de otro fraile, de otro héroe de caridad, su gran amigo San Ramón Nonato. Al poner el pie en aquella inhospitalaria playa, los redentores son recibidos por una turba de muchachos y de gente soez, que entre burlas e insultos les conducen al lugar en que se hallan los cautivos, al paso que estos reciben con inefable alegría la visita de los enviados del Señor, que han de romper sus cadenas y poner fin a sus trabajos. Los horrores de la trata de negros, verificada en el siglo de las luces, bastan para dar una idea de los padecimientos de los cautivos en unos siglos en que, a la crueldad de los moros, se unía el oído inveterado que estos profesaban a los cristianos. La vista de los infelices cautivos, desnudos, hambrientos, heridos, cargados de cadenas, trabajando el día entero unidos como torpes animales al mástil de un arado, y molidos a palos por la mas leve falta, conmueve profundamente el alma generosa de Serapio, que, sin darse un instante de reposo, trata de aliviar en lo posible la triste suerte de aquellos desventurados. Aquel pueblo de miserable, aniquilados por el sufrimiento y embrutecidos por el vicio, oyen por vez primera la dulce palabra del hermano con que les saludan Ramón y Serapio, reciben bien agradecidos los consuelos que le prodigan, y, pactando el precio del rescate, 150 cautivos llegan con sus libertadores a Barcelona. Allí les aguarda Nolasco y sus hijos para darles la más cordial bienvenida, y entre cánticos de alegría y festivos repiques de las campanas echadas a vuelo, para celebrar el triunfo de la caridad sobre el egoísmo, y precedidos por la imagen de Nuestra Madre, son conducidos los cautivos a la Iglesia de la Merced a dar gracias a María por aquel inmenso beneficio, que debía de quedar eternamente grabado en su memoria.
DÍA
OCTAVO
CONSIDERACIÓN
La
mas hermosa de las virtudes, la caridad, quinta esencia de la religión
católica, había de tal suerte inflamado el corazón de nuestro santo, que bien
puede decirse de el lo que San Juan Crisóstomo hablando de San Pablo:
“Charitate succensus totus factus est charitas” no era Serapio quien obraba a
impulsos de la caridad, sino caridad misma la que ejecutaba por medio de él sus
benéficas acciones. En efecto, en 1232, tres años después de haber hecho la
primera redención, se le ve volar nuevamente en las alas de la obediencia y del
amor, a las cárceles de Argel, en compañía de San Ramón Nonato. Frutos de sus
desvelos y sacrificios de que ellos dos insignes hijos de la Merced, fue el
rescate de 228 cautivos, que regresaron a sus hogares publicando por doquier el
beneficio recibido. Enviado luego por Nolasco a fundar nuevos conventos de su
Orden en Inglaterra, Escocia e Irlanda, predica con celo incansable la fé a los
ignorantes y procura encender en todos los corazones el amor a la Madre de Dios
y de los hombres. En todas partes se le recibe con entusiasmo y veneración, y
pueblos enteros salen a su encuentro, atraído por la fama de su santidad y los
prodigios que obra, convirtiendo a obstinados pecadores, sanando a innumerables
enfermos y alcanzando con sus oraciones la resurrección de dos muertos. El, no
obstante, huye de las alabanzas y aplausos que se le tributan como la sombra de
quien la persigue, y solo vive preocupado de glorificar a Dios y de manifestar
su bondad a los hombres, remediando sus miserias, dolores e infortunios. Preocupados
pues, de este mismo sublime pensamiento, vuela una vez más a las cárceles
agarenas de Murcia y redime 98 cautivos, a principios del año 1240. Por aquel
entonces habían recibido la palma del martirio el V. P. Raimundo de Blanes,
protomártir de la Orden y el V. P. Diego de Soto, sacrificados en Granada en
odio a la fe de Jesucristo, ejemplos de la fortaleza, que solo sirven para
avivar más, si cabe, en el corazón de Serapio el deseo de derramar su sangre por
la gloria de Dios y la salvación de las almas. Conociendo pues, que ya se
acercaba el fi de sus trabajos, emprendió un género de vida verdaderamente
celestial para esperar la venia del Señor. Confesabase cada día, anegado en
lágrimas del más sincero arrepentimiento, persuadido de que solo la bondad
infinita de Dios podía perdonarle sus infidelidades y pecados, pedía a los
santos de su devoción y de modo especial a la Madre de las Misericordias, no le
desamparen un instante en el terrible trance de la muerte, multiplicaba los
ayunos, cilicios, disciplinas sangrientas, y desprendido por completo de las
cosas de la tierra, repetía sin cesar las palabras del Apóstol: “Deseo
desacirme de este cuerpo y estar con Cristo” (Filip. 1, 23)
DÍA
NOVENO
CONSIDERACIÓN
Vamos
a describir, ante todo, una de las escenas más conmovedoras que registran los
anales de la humanidad, dulce y triste recuerdo de una edad que pasó para no
volver: la partida de los redentores mercedarios al teatro de los trabajos. Reunidos
los religiosos ante el altar de la Iglesia, elevan al Señor la más ferviente
plegaria por el éxito de la redención, y piden a la Estrella de los mares, guíe
los pasos de sus hijos y les infunda valor y caridad para desempeñar con
acierto, la ardua misión que Ella misma ha querido encomendarles. En medio del
silencio que allí reina, avanzan Serapio y sus compañeros de trabajos y van a postrarse
a los pies de Nolasco, cuyo corazón de Padre no puede menos de estremecerse al
dar el último adiós a sus dos queridos hijos. Terminada la exhortación, levántense
los redentores del suelo en que yacían postrados, y dicen: “Procedamos en paz”.
Si, continua Nolasco, id con bien, y el Señor sea en vuestro camino y su Ángel
vaya en vuestra compañía. El ósculo de la paz, y el abrazo fraternal de la
despedida, ponen fin a aquella triste escena: partiendo luego los redentores a
Argel, donde iba a verificarse aquella redención. Allí encuentra Serapio la
misma mala fe de siempre, de parte de los moros, los mismos padecimientos en
los cautivos, logra, no obstante, redimir a 70, merced a su infinita caridad y
paciencia, cuando que he aquí que, al tiempo de embarcarse para España, le sale
al paso un grupo de cautivos, diciéndole con voz acongojada y llorosa: “Redímenos
Padre, que ya no podemos sufrir más, y estamos resueltos a renegar de la fé”. No
fue menester más. “Salgan todos, dice Serapio, que yo me quedaré cautivo por
ellos” Así se hizo en efecto, y entre tanto que volvían a España los redimidos,
Serapio no dejaba de predicar a Jesucristo, no solo a los cautivos que aun
quedaban en Argel, sino a los moros mismos, muchos de los cuales se
convirtieron a la fé. Supo todo esto Selín, rey de Argel, hombre cruel y
fanático, defensor de su secta, quien hizo comparecer a Serapio a su presencia,
y, viendo que ni le amedrentaban las amenazas, ni le seducían las promesas que
le hacía para que renegase de la fé, mándale azotar bárbaramente, frotar sus
heridas con sal y vinagre y ponerle un cepo cargado de cadenas, dándole solo un
vil y escaso alimento. Alegre y sereno en medio de los tormentos, el Santo
Mártir no deja de confesar a Jesucristo, ni de catequizar a los moros para que
abjuren sus yerros y se conviertan a la fé. Enfurecido entonces el tirano por
la admirable constancia del mártir, manda plantar en medio de la plaza, una
cruz en forma de aspa, para ejecutar en él, al santo, con el más horroroso
tormento que supo inventar su crueldad. Al ver el aspa, Serapio da gracias a
Dios del beneficio que le hace al concederle la gracia de morir como su Divino
Hijo y dice: “Oh dulce y precioso leño, perfecta imagen de aquel en que murió
mi amado Jesús, que por ti espero subir a la bienaventuranza.” Atado inmediatamente
al aspa con cuerdas delgadas para atormentarle más, comienzan los verdugos a
desgarrarle la carne con garfios de hierro, introduciéndoles agudas cañas entre
las uñas y la carne, aran su cuerpo con afiladas navajas, cortándole una por
una sus articulaciones, y arrancánle por fin los intestinos, aplicándole al
vientre una rueda armada de puntas de hierro. Por fin le cortan la cabeza, y
recogidos cuidadosamente los miembros del mártir, fueron arrojados al mar, era
el 14 de noviembre de 1240. Poco antes de exhalar el santo mártir el último
suspiro, levantó sus ojos al cielo y dijo a Dios con amorosa confianza: “Señor,
por estos tormentos que gustoso padezco por vuestro amor, os suplico que tengáis
piedad de todos aquellos que se hallaren en alguna dolorosa aflicción”. Y Dios,
se complace en hacer la voluntad de los que le temen, y en cumplir sus justos
deseos, ha despertado en el pueblo cristiano la más rendida confianza en la
intercesión y méritos de su siervo, que no ha cesado de dispensar los más
señalados favores a los que lo invocan. Los enfermos, sobre todo, hallan en el
aceite milagrosos, llamado de San Serapio, remedio para toda enfermedad, y para
toda aflicción, consuelo. Finalmente, San Serapio, como han dicho uno de sus
biógrafos, es uno de esos secuaces de la sabiduría cristiana, que llevó su cruz
hasta la muerte, imitando a Jesucristo hasta en el modo de morir, merece ser
propuesto al común de los fieles, como modelo de celo por la fé católica, y a
los religiosos, como dechado de virtudes monásticas.
GOZOS
Terror
de los musulmanes,
gloria
de nuestra nación;
preservadnos
gran Serapio
de
dolores y aflicción.
Rolando
de Escocia os da
cuna
regia y cristiana
en
Londres, (fue muy ufana
con
hijo tan noble está,
al
cual que pio será
pronostica
la opinión:
A
los doce años marcháis
con
Ricardo a Palestina,
y
del Gran Soldán la ruina
allá
en Assur presenciáis,
y
á Tolemaida cercáis
logrando
su rendición:
A
Alfonso octavo sirviendo
en
los campos de Castilla
la
morisma vil humilla
vuestro
brazo combatiendo,
á
la España devolviendo
usos,
ley y religión:
A
Barcelona llegáis,
donde
inspirado del Cielo
á
los bienes de este suelo
para
siempre renunciáis,
y
del mundo os retiráis
con
santa resolución:
Al
ilustre Mercedario
de
la Orden fundador,
demandáis
por gran favor
vestir
blanco escapulario,
y
entrar en el santuario
de
cautivos redención:
Fray
Bernardo de Corbera,
que
es de perfección dechado,
la
dirección os ha dado
del
modo, forma y manera
de
conduciros doquiera
os
mande la obligación:
A
Mallorca acompañáis
al
monarca de Aragón,
dó
la Santa Religión
con
gran celo dilatáis,
y
opimos frutos lográis
en
tan noble expedición:
De
vuestro Orden intentando
hacer
santa propaganda,
Inglaterra,
Escocia e Irlanda,
recorréis
tal fin logrando,
de
María dilatando
la
dulce veneración:
Por
un pirata apresado
os
azotan con crueldad,
y
por colmo de maldad
a
tierra os han arrojado,
y
un pescador apiadado
os
traslada a su mansión:
Los
cautivos redimiendo
todo
el dinero agotáis,
y
en rehenes preso quedáis
en
Argel, así cumpliendo
el
cuarto voto, y sufriendo
de
su Dey la indignación:
En
un aspa os manda atar
cediendo
a su furor ciego,
y
los intestinos luego
con
una rueda arrancar,
piernas
y brazos cortar,
y
por él pedís perdón:
La
venerable cabeza
que
el mundo había admirado,
brutalmente
os han cortado
con
inaudita fiereza,
y
a ofrecer vuestra firmeza
a
Dios vais en la alta Sion:
La
predicción se ha cumplido
que
os decía: será pío,
pues
que un caudaloso rio
de
piedad siempre habéis sido,
oíd
pues al que rendido
os
dice de corazón:
L/:
Ruega por nosotros ¡Oh Serapio!
R/:
Para que seamos dignos de las promesas de Cristo
ORACIÓN: Oh Dios, fuerza y esperanza de los oprimidos, que otorgaste a San Serapio la gracia de morir mártir en la cruz para liberar a los cristianos cautivos; concédenos vivir abrazados a la cruz de tu Hijo y servir con activa solicitud a nuestros hermanos necesitados. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
San Serapio te pido por la saludo de Evangelina y Griselda
ResponderEliminarSan Serapio, pido por tu intercesión por la recuperación de jorge Peñaloza Ulloa.
ResponderEliminarSan Serapio, ruega por Jorge Peñaloza Ulloa
ResponderEliminarSan Serapio, ruega por mi padre Jorge Peñaloza Ulloa
ResponderEliminarSan Serapio ruego por Jorge Peñaloza Ulloa y libranos del Covid 19
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