DIA
UNDÉCIMO
MEDITACIÓN
No tuvo el celestial Maestro discípulo más aprovechado que el Corazón fiel de su dulcísima Madre. Cuando al terminar la escena del templo de Jerusalén se disponía Jesús a bajar a Nazaret con su Madre y San José, concluye el Evangelista su narración con aquellas significativas palabras: Y su Madre conservaba todas estas cosas en su Corazón. Portábase como un discípulo aventajadísimo que oye con atención las lecciones de su maestro, procura entenderlas, las conserva en su mente para meditarlas, se saborea con ellas, las utiliza cuando llega la ocasión, las transmite a otros y las reduce a la práctica. El Corazón de María era como un archivo de las enseñanzas de Jesús; nadie conocía tan bien a su Hijo como ella, y a nadie instruía él con más gusto que a su Madre. En verdad era la más capaz y mejor dispuesta para entenderle y apreciar el valor de su doctrina. La casita de Nazaret era cátedra de la divinidad; y ¡qué ratos tan largos y sabrosos pasaría la Virgen oyendo las lecciones de la sabiduría encarnada! ¡Y ni una sílaba, ni una letra perdía! Por esto pudo muy bien decir el Señor a Santa Matilde: El Corazón de mi Madre guardó cumplidamente cuanto yo en el mundo enseñé y practiqué. He aquí un modelo que no debo perder nunca de vista. El mundo está perdido porque no se guardan en el corazón ni se meditan debidamente las lecciones del celestial Maestro. Quien no le escucha y le sigue, forzoso es que ande en tinieblas. Querer regirse a sí y a otros prescindiendo del Evangelio, es una aberración tan loca como impía. Pero ¡oh dolor! que vino la luz, y los hombres la despreciaron: no quisieron ver, para obrar el mal con mayor libertad...
¡Oh fidelísimo Corazón de María! Hazme dócil a las enseñanzas del celestial Maestro; haz que, á ejemplo tuyo, guarde en mi corazón su doctrina y ejemplos.
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