miércoles, 26 de agosto de 2020

TRECE MINUTOS ANTE SAN ANTONIO DE PADUA

 

TRECE MINUTOS A LOS PIES DE SAN ANTONIO DE PADUA 

Con licencia de la Superioridad Eclesiástica

Guatemala, mayo 28 de 1919

 

Postrado ante una imagen de San Antonio de Padua, se hace la señal de la cruz, se reza el acto de contrición y enseguida comienza la súplica.

 

El alma – A vos vengo, lleno de confianza en vuestra misericordia ¡Oh glorioso San Antonio de Padua! Vuestros devotos en todas partes cantan el poder y las maravillas que obráis… ¿Seré solo yo, el que quede sin consuelo al invocaros?

 

San Antonio – Alma ¿Qué deseáis? Pídeme con sinceridad, grande es la ternura de mi corazón, yo me compadezco de todos los que sufren, las enfermedades del cuerpo y las tristezas del corazón de mis devotos, me conmueven y me incitan a pedir a Dios el remedio, y este buen Dios, que me ha dado un corazón tan compasivo con las miserias, es el que me ha concedido un extraordinario poder para remediarlas. Por grande que sea la necesidad, no es mayor que el poder que se me ha comunicado ¿dudas acaso de esto, temes que la tribulación y pena que pasas, me sean indiferentes?

 

El alma - ¡Oh no mi glorioso San Antonio, yo confieso que vuestra compasión se extiende a todas las angustias, a todas las necesidades! ¡Si yo siempre en mis penas, pudiera acudir a Vos, no me vería en tanta tribulación, no sufriría tanto, más ahora ya acudo a Vos, asistidme con vuestro favor!

 

San Antonio – Confía en mi… basta que me indiques tu deseo, para que te lo obtenga, si es conveniente para tu bien y salvación, pídeme también para el cuerpo, para tus seres queridos, para tus intereses ¿Qué quieres?

 

El alma – Gracias Santo mío, por vuestras promesas de consuelo y de piedad… pero ¿me concederéis lo que os pido?...

 

San Antonio – Desconfías de mi ¿Qué motivos tienes para ello? No has oído muchas veces contar los prodigios que se obran por mi intercesión, no te has fijado en mi obra del pan de los pobres, en la que a todos atiendo, a los pobrecillos que me piden pan, a los ricos y poderosos que solicitan mi auxilio… ¿Por qué esta desconfianza?

 

El alma – No es ¡Oh mi San Antonio! Que no crea yo en vuestro poder, o desconfíe de vuestra bondad, yo creo que todo lo podéis… pero temo que lo que ahora os pido, sea demasiado.

 

San Antonio - ¿Por qué temes esto? Es que a veces, los que confesáis mi poder y bondad, me pedís cosas que no puedo ni debo obtener ¿Por qué me pedís que trastorne las leyes de la Divina Providencia? ¿Por qué me pedís lo que no os conviene? No son riquezas las que necesita el pobre, el pobre necesita conformidad y trabajo, y el sustento de cada día… el triste que lo está por sus descuidos, me pide el remedio, sin querer quitar la causa que ocasiona su desgracia… y así en otras cosas… lo que me mueve mi compasión y excita mi celo, son los sufrimientos y pesares que suceden dentro de la condición en que a cada uno ha colocado la Divina Providencia.

 

El alma – Cierto, mi San Antonio, la ilusión de un momento, el egoísmo que anida en nuestro corazón, son los que no pocas veces guían nuestras peticiones y nuestras plegarias.

 

San Antonio – Otros hay, que no piden sino cosas útiles y provechosas, pero me las pidan con exigencia, como si tuvieran derecho a ellas, sin detenerse a considerar que es un favor lo que piden y que, por lo tanto, debe humillarse, reconociendo su necesidad y teniendo el corazón dispuesto al agradecimiento. Y luego, si no alcanzan lo que piden, se inquietan, desconfían, y hasta llegan a murmurar de mí. Y otros, en fin, quieren que se les escuche, que se despache luego su ruego… para que, al levantarse, ya no se acuerdan del favor obtenido.

 

El alma - ¡Oh mi San Antonio! También yo he sido del numero de estos inconscientes, y he llegado a desconfiar de vuestra bondad, más os pido perdón y os ruego que me deis a conocer lo que debo hacer, pues dispuesto estoy a acatar vuestros deseos.

 

San Antonio – Alma que me invocas… cuando vengas a mí, no te pido que enjugues tus lágrimas, si padeces, no te exijo que ahogues los sentimientos de tu corazón, nada de esto, al contrario, desahógate conmigo, llora en mi presencia y en la del Divino Jesús, pero confía, comunícame tu pesar, pídeme que lo remedie y espera. ¿no estáis en una tierra de destierro? ¿Por qué no queréis añorar la recompensa de la otra vida, porque no habéis de sufrir algo por tus faltas y con ello satisfacer la ofendida Majestad del Señor?... si un poco se hace esperar el remedio ¿no veis que es para que brille más la bondad del Señor y la protección que por mis ruegos os dispensa?

 

El alma - ¡Oh si! Yo siento reanimar mi confianza en Vos. Recuerdo lo que de Vos han dicho vuestros devotos, que sois el Santo de los Milagros, el Taumaturgo Universal, yo espero firmemente, que me concederéis la gracia que ahora os pido.

 

San Antonio - ¿Por qué no? Si muchas veces no se os concede lo que solicitáis, es porque desistís de pedir. ¡Cuantas veces, cuando se os iba a conceder el favor os habéis dejado llevar de la desconfianza, de la dejadez y entonces se ha retirado mi gracia! Cuando no te alejes de mi presencia, confía y confórmate a lo que Dios de ti disponga… quizás esta conformidad última, este acto de paciencia, sea lo que haga caer la balanza a favor tuyo y se te conceda todo.

 

El alma – Pues bien, mi glorioso San Antonio, con estas disposiciones, a Vos acudo en esta mi tribulación, concédeme esta gracia… (pida la gracia que se desea alcanzar) Vos sabéis cuanto lo necesito, obtenédmela del bendito Niño Jesús, ínstale, hasta que me la conceda. ¿No se mueve vuestra alma Oh Santo mío, ante mi necesidad? Vuestro corazón, todo ternura, vuestro poder casi sin límites, sostienen mi esperanza, obtenedme lo que os pido, pero haced que se cumpla en mí, la Santísima Voluntad de Dios.

 

San Antonio – Esta cierto que, si ella te es conveniente, no te faltará, continúa en estas disposiciones, resígnate, y experimentarás cuan generoso es el Señor, y cuanto me complazco en atender a mis devotos. Y ¿nada más pides?

 

El alma - ¡Oh mi glorioso San Antonio! Yo sufro por la necesidad que os pido que remedies ¿puedo yo estar tranquilo hasta tanto que no me obtengas este favor? ¿puedo ser dichoso sin alcanzar lo que os pido?

 

San Antonio – Pobrecita alma… ¿Por qué estás así triste, es verdad que sufres y padeces, pero porque pones tanta aflicción a lo del cuerpo, no recuerdas aquellas almas generosas que en medio de grandes cruces conservan la paz del alma y esas hasta cierto punto dichosas, porque no las imitas?

 

El alma - ¡Oh mi San Antonio! Yo no tengo tanta virtud, yo soy pobre y miserable, yo siento mucho las cruces, yo no puedo con las penas que me afligen…

 

San Antonio – Pero ¿deseas agradarme, quieres tenerme propicio? ¿quieres ser mi devoto?

 

El alma - ¡Oh si, mi dulce San Antonio! Al propio tiempo que os pido la gracia que me obliga a postrarme ante Vos, quiero complaceros y agradaros y cantar vuestras alabanzas y publicar vuestras misericordias.

 

San Antonio – Si deseáis, alma devota, agradarme en todo, espera ahora y resígnate, y la resignación, la plegaria y la esperanza, te sostendrán toda tu vida.

 

El alma - ¡Cúmplase en mí, la voluntad de Dios!

 

San Antonio - ¿Y para tus seres queridos, para tus intereses, nada deseas?

 

El alma - ¡Oh prodigioso Santo! Todo, todo lo pongo bajo vuestro amparo, protegedme a mí, y a todos, para quienes tengo más obligación, a quienes amo y por quienes me intereso. Cuidad de mis cosas y de cuanto me pertenece, o sobre lo que tengo obligación de cumplir.

 

San Antonio – Ya que aun lo confías todo, por ti velaré, bendeciré tu trabajo, mientras lo cumplas en conciencia, extenderé mi bendición, a cuantos se relacionen contigo. Cumple con tus deberes de cristiano verdadero y devoto mío, y nunca te faltará mi auxilio.

 

El alma - ¡Gracias, oh mi buen San Antonio de Padua! Yo os amo con todo mi corazón y agradezco al Señor, el que os haya dado tanto poder y tanta ternura. Decidle al Divino Niño y a María, su Inmaculada Madre, a quienes con tanto ardor amasteis durante vuestra vida y de quienes tan copiosamente gozáis en el cielo, que confirmen la bendición que me prometéis, para que sea la prenda de mi santificación en la vida y de la recompensa eterna en el Cielo. Amén.

 

Colaboración de Miguel Morales


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