TRECE MINUTOS A LOS PIES DE SAN ANTONIO DE PADUA
Con
licencia de la Superioridad Eclesiástica
Guatemala,
mayo 28 de 1919
Postrado ante una imagen de San Antonio de Padua, se hace la señal de la cruz, se reza el acto de contrición y enseguida comienza la súplica.
El
alma – A vos vengo, lleno de confianza en vuestra
misericordia ¡Oh glorioso San Antonio de Padua! Vuestros devotos en todas partes
cantan el poder y las maravillas que obráis… ¿Seré solo yo, el que quede sin
consuelo al invocaros?
San
Antonio – Alma ¿Qué deseáis? Pídeme con sinceridad, grande es
la ternura de mi corazón, yo me compadezco de todos los que sufren, las
enfermedades del cuerpo y las tristezas del corazón de mis devotos, me
conmueven y me incitan a pedir a Dios el remedio, y este buen Dios, que me ha
dado un corazón tan compasivo con las miserias, es el que me ha concedido un
extraordinario poder para remediarlas. Por grande que sea la necesidad, no es
mayor que el poder que se me ha comunicado ¿dudas acaso de esto, temes que la
tribulación y pena que pasas, me sean indiferentes?
El
alma - ¡Oh no mi glorioso San Antonio, yo confieso que
vuestra compasión se extiende a todas las angustias, a todas las necesidades! ¡Si
yo siempre en mis penas, pudiera acudir a Vos, no me vería en tanta tribulación,
no sufriría tanto, más ahora ya acudo a Vos, asistidme con vuestro favor!
San
Antonio – Confía en mi… basta que me indiques tu deseo, para
que te lo obtenga, si es conveniente para tu bien y salvación, pídeme también para
el cuerpo, para tus seres queridos, para tus intereses ¿Qué quieres?
El
alma – Gracias Santo mío, por vuestras promesas de consuelo
y de piedad… pero ¿me concederéis lo que os pido?...
San
Antonio – Desconfías de mi ¿Qué motivos tienes para ello? No has
oído muchas veces contar los prodigios que se obran por mi intercesión, no te
has fijado en mi obra del pan de los pobres, en la que a todos atiendo, a los
pobrecillos que me piden pan, a los ricos y poderosos que solicitan mi auxilio…
¿Por qué esta desconfianza?
El
alma – No es ¡Oh mi San Antonio! Que no crea yo en vuestro
poder, o desconfíe de vuestra bondad, yo creo que todo lo podéis… pero temo que
lo que ahora os pido, sea demasiado.
San
Antonio - ¿Por qué temes esto? Es que a veces, los que confesáis
mi poder y bondad, me pedís cosas que no puedo ni debo obtener ¿Por qué me pedís
que trastorne las leyes de la Divina Providencia? ¿Por qué me pedís lo que no
os conviene? No son riquezas las que necesita el pobre, el pobre necesita
conformidad y trabajo, y el sustento de cada día… el triste que lo está por sus
descuidos, me pide el remedio, sin querer quitar la causa que ocasiona su
desgracia… y así en otras cosas… lo que me mueve mi compasión y excita mi celo,
son los sufrimientos y pesares que suceden dentro de la condición en que a cada
uno ha colocado la Divina Providencia.
El
alma – Cierto, mi San Antonio, la ilusión de un momento, el
egoísmo que anida en nuestro corazón, son los que no pocas veces guían nuestras
peticiones y nuestras plegarias.
San
Antonio – Otros hay, que no piden sino cosas útiles y
provechosas, pero me las pidan con exigencia, como si tuvieran derecho a ellas,
sin detenerse a considerar que es un favor lo que piden y que, por lo tanto,
debe humillarse, reconociendo su necesidad y teniendo el corazón dispuesto al
agradecimiento. Y luego, si no alcanzan lo que piden, se inquietan, desconfían,
y hasta llegan a murmurar de mí. Y otros, en fin, quieren que se les escuche,
que se despache luego su ruego… para que, al levantarse, ya no se acuerdan del
favor obtenido.
El
alma - ¡Oh mi San Antonio! También yo he sido del numero de
estos inconscientes, y he llegado a desconfiar de vuestra bondad, más os pido
perdón y os ruego que me deis a conocer lo que debo hacer, pues dispuesto estoy
a acatar vuestros deseos.
San
Antonio – Alma que me invocas… cuando vengas a mí, no te pido
que enjugues tus lágrimas, si padeces, no te exijo que ahogues los sentimientos
de tu corazón, nada de esto, al contrario, desahógate conmigo, llora en mi presencia
y en la del Divino Jesús, pero confía, comunícame tu pesar, pídeme que lo
remedie y espera. ¿no estáis en una tierra de destierro? ¿Por qué no queréis
añorar la recompensa de la otra vida, porque no habéis de sufrir algo por tus
faltas y con ello satisfacer la ofendida Majestad del Señor?... si un poco se
hace esperar el remedio ¿no veis que es para que brille más la bondad del Señor
y la protección que por mis ruegos os dispensa?
El
alma - ¡Oh si! Yo siento reanimar mi confianza en Vos. Recuerdo
lo que de Vos han dicho vuestros devotos, que sois el Santo de los Milagros, el
Taumaturgo Universal, yo espero firmemente, que me concederéis la gracia que
ahora os pido.
San
Antonio - ¿Por qué no? Si muchas veces no se os concede lo que solicitáis,
es porque desistís de pedir. ¡Cuantas veces, cuando se os iba a conceder el
favor os habéis dejado llevar de la desconfianza, de la dejadez y entonces se
ha retirado mi gracia! Cuando no te alejes de mi presencia, confía y confórmate
a lo que Dios de ti disponga… quizás esta conformidad última, este acto de
paciencia, sea lo que haga caer la balanza a favor tuyo y se te conceda todo.
El
alma – Pues bien, mi glorioso San Antonio, con estas disposiciones,
a Vos acudo en esta mi tribulación, concédeme esta gracia… (pida la
gracia que se desea alcanzar) Vos sabéis cuanto lo necesito, obtenédmela
del bendito Niño Jesús, ínstale, hasta que me la conceda. ¿No se mueve vuestra
alma Oh Santo mío, ante mi necesidad? Vuestro corazón, todo ternura, vuestro
poder casi sin límites, sostienen mi esperanza, obtenedme lo que os pido, pero
haced que se cumpla en mí, la Santísima Voluntad de Dios.
San
Antonio – Esta cierto que, si ella te es conveniente, no te
faltará, continúa en estas disposiciones, resígnate, y experimentarás cuan
generoso es el Señor, y cuanto me complazco en atender a mis devotos. Y ¿nada
más pides?
El
alma - ¡Oh mi glorioso San Antonio! Yo sufro por la
necesidad que os pido que remedies ¿puedo yo estar tranquilo hasta tanto que no
me obtengas este favor? ¿puedo ser dichoso sin alcanzar lo que os pido?
San
Antonio – Pobrecita alma… ¿Por qué estás así triste, es verdad
que sufres y padeces, pero porque pones tanta aflicción a lo del cuerpo, no
recuerdas aquellas almas generosas que en medio de grandes cruces conservan la
paz del alma y esas hasta cierto punto dichosas, porque no las imitas?
El
alma - ¡Oh mi San Antonio! Yo no tengo tanta virtud, yo soy
pobre y miserable, yo siento mucho las cruces, yo no puedo con las penas que me
afligen…
San
Antonio – Pero ¿deseas agradarme, quieres tenerme propicio? ¿quieres
ser mi devoto?
El
alma - ¡Oh si, mi dulce San Antonio! Al propio tiempo que os
pido la gracia que me obliga a postrarme ante Vos, quiero complaceros y agradaros
y cantar vuestras alabanzas y publicar vuestras misericordias.
San
Antonio – Si deseáis, alma devota, agradarme en todo, espera
ahora y resígnate, y la resignación, la plegaria y la esperanza, te sostendrán
toda tu vida.
El
alma - ¡Cúmplase en mí, la voluntad de Dios!
San
Antonio - ¿Y para tus seres queridos, para tus intereses, nada
deseas?
El
alma - ¡Oh prodigioso Santo! Todo, todo lo pongo bajo
vuestro amparo, protegedme a mí, y a todos, para quienes tengo más obligación,
a quienes amo y por quienes me intereso. Cuidad de mis cosas y de cuanto me
pertenece, o sobre lo que tengo obligación de cumplir.
San
Antonio – Ya que aun lo confías todo, por ti velaré, bendeciré
tu trabajo, mientras lo cumplas en conciencia, extenderé mi bendición, a cuantos
se relacionen contigo. Cumple con tus deberes de cristiano verdadero y devoto
mío, y nunca te faltará mi auxilio.
El
alma - ¡Gracias, oh mi buen San Antonio de Padua! Yo os amo
con todo mi corazón y agradezco al Señor, el que os haya dado tanto poder y
tanta ternura. Decidle al Divino Niño y a María, su Inmaculada Madre, a quienes
con tanto ardor amasteis durante vuestra vida y de quienes tan copiosamente gozáis
en el cielo, que confirmen la bendición que me prometéis, para que sea la
prenda de mi santificación en la vida y de la recompensa eterna en el Cielo. Amén.
Colaboración de Miguel Morales
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