DÍA
VIGÉSIMO PRIMERO
ARRASADÍSIMO
AMOR QUE A DIOS TUVO SANTA TERESA
¿Quién
podría expresar con palabras, dice Fray Luis de León, cuanto amaba a Dios la incomparable
amadora Santa Teresa de Jesús? Nadie ciertamente podría hacer una digna apología
del ardentísimo amor a Dios en que se abrazaba el corazón purísimo de la Virgen
avilesa, porque tan intenso y extraordinario fue, que sólo puede ser
comparable al de los inflamados serafines. Enardecida Teresa en el divino amor,
más parecía humanado querubín que criatura mortal, pues llegó a estar tan
endiosada, digámoslo así, que solamente pensaba en amar más y más a su
Dios y Señor. Transverberado su corazón por el dardo del serafín,
convirti6se desde aquel momento en un volcán de amor divino, que la hubiera consumido
seguramente, si Dios, que tenía dispuesto obrar en su fidelísima Esposa un gran
milagro, no lo hubiese impedido. Prolongada de un modo milagroso y sobrenatural
su existencia por espacio de veinte años, quedó tan abstraída de todo lo del
mundo, que su espíritu vivía más en el Cielo que en la tierra, pues en sus
continuos éxtasis gozaba prematuramente de las dulzuras celestiales, como anticipo
que Dios le concedía al premio que tenía reservado para después de su muerte. Aumentándose
de día en día sus deseos de morir para gozar de la presencia del Amado, la vida
era para ella un tormento insoportable, hasta que Dios, compadecido de su dilectísima
sierva, quiso llevársela ti su seno para darla la eterna recompensa a que se
había hecho acreedora por el grande y singularísimo amor que siempre
tuvo a su Divino Esposo Cristo Jesús.
OBSEQUIO
Para
honrar a Santa Teresa hagamos hoy con todo fervor tres actos de amor a Dios. Su
deseo sea de ver a Dios, su temor si le ha de perder, su dolor que no le goza,
su gozo de lo que le puede llevar allí, y vivirá con gran paz.
ORACIÓN
Gloriosa
Virgen Santa Teresa de Jesús: por aquel ardentísimo y seráfico amor que durante
toda vuestra vida profesasteis a nuestro Dios y Señor; por aquellos
tiernísimos éxtasis en los que dulcemente conversabais con vuestro Esposo
amadísimo, y por aquellas celestiales maravillas que veíais en vuestros
dulcísimos arrobamientos, os suplico, Santa mía, me alcancéis del Señor la
gracia de amarle con todo mi corazón y con toda mi alma, a fin de que
antes muera que dejar de amar a Dios. Amén.
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