DÍA
SEXTO
MEDITACIÓN
Divina
Justicia Vindicativa
Habiendo
las almas santas del Purgatorio triunfado en vida de su enemigo el demonio, no
es justo que caigan en sus manos en el otro mundo para ser atormentadas por él.
Si permite Dios que en su carrera mortal sean también tentados y perseguidos
los justos por aquel maligno espíritu, pero no lo permite en la otra vida
porque aquí es lagar de prueba y de pelea, allí de término y de recompensas.
Por lo que Dios mismo es el que enciende y con su aliento aviva el fuego del
Purgatorio que castiga y purifica aquellas hijas escogidas de la gracia; y si
bien las ama tiernamente, no obstante, les hace probar los efectos más rigorosos
de su justicia. ¿Y nos quejamos nosotros si Dios de cuando en cuando nos visita
con alguna tribulación en esta tierra? Dice un profeta que Dios está en el
fuego, y que como un artífice derrite y purifica en ardiente crisol la
plata y el oro, y lo liquida para fundirlo y reducirlo a vistoso trabajo, si
entre las llamas de aquella encendida cárcel el Señor limpia y purifica a los
hijos de Leví para hacerlos dignos de sí; o a la manera que un diligente
escultor a fuerza de golpes de su cortante cincel imprime en el duro mármol las
formas del original que se propone, no de otra suerte Dios, con el severo azote
de su Justicia, hiere repetidamente a aquellas almas afligidas hasta que
esculpe en ellas la imagen de su perfección, haciéndolas dignas de la gloria eterna
del cielo. ¡Ah! sin méritos y perfección no se puede entrar en la gloria. Y
nosotros, ¿qué es lo que hacemos para merecerla? La consideración de no ser
aquellas almas atormentadas, por los demonios en el Purgatorio,
forma para ellas un título da distinción y complacencia; más el ser castigadas
y atormentadas por la mano misma de Dios a quien adoran, hace más sensibles los
golpes y más pesado el azote que los hiere. ¡Ah! exclaman, damos gracias ¡oh Señor!
a vuestra piedad, porque nos habéis librado de los dientes del dragón infernal,
mas ¡ay! cuán aflictivo es para nosotros mirar vuestro rostro más de Juez que,
de Padre, vuestra mano más de vengador que de Esposo. Vuestra misericordia se
ha convertido en rigor, y nosotros no sentimos sino los dardos de vuestro
encendidísimo enojo. ¡Oh Padre! ¡Oh Juez! ¡Oh atormentador! ¡Oh Esposo! ¡Ay!
apiadaos de quien no desea ni suspira sino por vos!
ORACIÓN
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