domingo, 15 de noviembre de 2020

MES DE ÁNIMAS - DÍA SIETE

 


DÍA SÉPTIMO

MEDITACIÓN

Pena del gusano o sea del remordimiento

La segunda pena del Purgatorio, más cruel que el mismo fuego, es la del gusano de la conciencia, o sea del remordimiento que se siente por los defectos de la vida pasada. Tres dolorosas miradas echan el alma sobre la vida pasada, y con la primera ve cuánto mal podía haber evitado y no lo evitó. ¿Cuántos pensamientos, cuántos afectos desordenados podía haber reprimido? ¿Cuántas palabras ociosas, cuántos actos indecorosos podía haber omitido? ¿De cuántas debilidades y de cuántos escándalos podía haber huido? Y no pudiendo menos de reconocerse culpable mientras hubiera podido no serlo, siente un grande dolor, no tanto por el daño que se ocasionó a sí misma, cuanto por el disgusto que ha dado a Dios. ¡Oh, verdaderamente feliz, aquel a quien la conciencia no remuerde de algún delito! Procuremos, pues, atentamente, ¡oh cristianos! no caer jamás en pecado. Con una segunda y más penetrante mirada que la traspasa profundamente, ve el alma en el Purgatorio el bien que podía haber hecho en vida y no lo hizo. ¿Qué más pudiera haber hecho el Señor para hacerla fructificar para su eterna salud? La hizo nacer en el seno de la fe, la adornó de conocimiento y de libertad, se dignó apacentarla con los santos Sacramentos, fortalecerla con gracias celestiales, atraerla a sí con el ejemplo de los buenos. Con tantos estímulos y auxilios debía, a manera de gigante, haber corrido velozmente por el camino de la santidad, y llegado a la más alta perfección. Pero ella, a pesar de todo, se detuvo muchas veces en el camino, otras anduvieron a paso lento, se resfrió en los ejercicios de piedad, dejó pasar muchas ocasiones de obrar

el bien, e hizo por culpa suya, ineficaces, muchas gracias del Señor. A vista de tantas negligencias, llora y suspira por no tener ya tiempo de recuperar lo perdido. Nosotros, empero, ¡oh cristianos! podemos aún repararlo con un fervor mayor, y con una exactitud más constante en el servicio de Dios. ¿Y por qué no lo hacemos? Con otra mirada más sublime hacia el cielo, ve, por último, el alma en el Purgatorio, el lugar que le ha sido destinado en el reino eterno; pero al mismo tiempo conoce y mira con dolor, que, con haber evitado, como estaba en su mano, tantos defectos, y con haber obrado todo el bien que le era posible, sería mucho más glorioso y resplandeciente su trono en el Paraíso. Porque es indudable, que, habiendo muchas moradas en aquella patria bienaventurada, cada grado de mérito, aumenta a proporción los grados de gloria, y cuando más se acerca el alma a Dios con la perfección

de la caridad en esta vida, tanto más se allega a él en la otra. ¿Deseamos, pues, ¡oh cristianos! gozar la más sublime gloria en el cielo? esforcémonos en ser los más virtuosos y perfectos en la tierra.

 

ORACIÓN

Dadnos gracia, ¡oh Señor! para que nos hagamos cuales vos nos deseáis, perfectos y semejantes a vos, para que huyamos de todo mal, para que crezcamos en toda suerte de bienes, y para que las ganemos un lugar distinguido junto a vos en el cielo. Las almas del Purgatorio, porque faltaron en alguna de estas cosas, pagan rigurosamente la pena en aquella cárcel de dolores entre los continuos remordimientos de su espíritu. Tranquilizad, ¡oh Señor! su conciencia, aquietadla con la remisión de la pena debida a las culpas que cometieron, con llamarlas a la corona y a la gloria, pues demasiada amarga es su aflicción, de la que continuamente se alimentan en aquel abismo profundo. Amén.


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