DÍA
SÉPTIMO
MEDITACIÓN
Pena
del gusano o sea del remordimiento
La
segunda pena del Purgatorio, más cruel que el mismo fuego, es la del gusano de
la conciencia, o sea del remordimiento que se siente por los defectos de la
vida pasada. Tres dolorosas miradas echan el alma sobre la vida pasada, y con
la primera ve cuánto mal podía haber evitado y no lo evitó. ¿Cuántos pensamientos,
cuántos afectos desordenados podía haber reprimido? ¿Cuántas palabras ociosas, cuántos
actos indecorosos podía haber omitido? ¿De cuántas debilidades y de cuántos escándalos
podía haber huido? Y no pudiendo menos de reconocerse culpable mientras hubiera
podido no serlo, siente un grande dolor, no tanto por el daño que se ocasionó a
sí misma, cuanto por el disgusto que ha dado a Dios. ¡Oh, verdaderamente feliz,
aquel a quien la conciencia no remuerde de algún delito! Procuremos, pues, atentamente,
¡oh cristianos! no caer jamás en pecado. Con una segunda y más penetrante
mirada que la traspasa profundamente, ve el alma en el Purgatorio el bien que
podía haber hecho en vida y no lo hizo. ¿Qué más pudiera haber hecho el Señor
para hacerla fructificar para su eterna salud? La hizo nacer en el seno de la
fe, la adornó de conocimiento y de libertad, se dignó apacentarla con los
santos Sacramentos, fortalecerla con gracias celestiales, atraerla a sí con el
ejemplo de los buenos. Con tantos estímulos y auxilios debía, a manera de
gigante, haber corrido velozmente por el camino de la santidad, y llegado a la
más alta perfección. Pero ella, a pesar de todo, se detuvo muchas veces en el
camino, otras anduvieron a paso lento, se resfrió en los ejercicios de piedad,
dejó pasar muchas ocasiones de obrar
el
bien, e hizo por culpa suya, ineficaces, muchas gracias del Señor. A vista de
tantas negligencias, llora y suspira por no tener ya tiempo de recuperar lo
perdido. Nosotros, empero, ¡oh cristianos! podemos aún repararlo con un fervor
mayor, y con una exactitud más constante en el servicio de Dios. ¿Y por qué no
lo hacemos? Con otra mirada más sublime hacia el cielo, ve, por último, el alma
en el Purgatorio, el lugar que le ha sido destinado en el reino eterno; pero al
mismo tiempo conoce y mira con dolor, que, con haber evitado, como estaba en su
mano, tantos defectos, y con haber obrado todo el bien que le era posible,
sería mucho más glorioso y resplandeciente su trono en el Paraíso. Porque es
indudable, que, habiendo muchas moradas en aquella patria bienaventurada, cada
grado de mérito, aumenta a proporción los grados de gloria, y cuando más se
acerca el alma a Dios con la perfección
de
la caridad en esta vida, tanto más se allega a él en la otra. ¿Deseamos, pues,
¡oh cristianos! gozar la más sublime gloria en el cielo? esforcémonos en ser
los más virtuosos y perfectos en la tierra.
ORACIÓN
Dadnos
gracia, ¡oh Señor! para que nos hagamos cuales vos nos deseáis, perfectos y
semejantes a vos, para que huyamos de todo mal, para que crezcamos en toda
suerte de bienes, y para que las ganemos un lugar distinguido junto a vos en el
cielo. Las almas del Purgatorio, porque faltaron en alguna de estas cosas,
pagan rigurosamente la pena en aquella cárcel de dolores entre los continuos
remordimientos de su espíritu. Tranquilizad, ¡oh Señor! su conciencia,
aquietadla con la remisión de la pena debida a las culpas que cometieron, con
llamarlas a la corona y a la gloria, pues demasiada amarga es su aflicción, de
la que continuamente se alimentan en aquel abismo profundo. Amén.
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