DÍA
OCTAVO
MEDITACIÓN
Pena
de Daño
La
pena más gran de que se sufre en el Purgatorio es la de daño, que consiste en
separación de Dios. Cien y mil penas de sentido redobladas, dice el Crisóstomo
no pueden compararse con el sentimiento de comparecer indigno a los ojos de la
Majestad Divina y de ser desechado de su presencia. Un alma lejos de Dios es un
objeto fuera de su centro; y aunque lo está por poco tiempo, sin
embargo, el ser por culpa suya le hace su estado tan amargo que no hay lengua
creada que lo pueda explicar. ¿Y nosotros tantas veces perdemos a Dios sin darnos,
cuidado alguno? Bien se ve que estamos animados por los sentidos, y hechos
Viles esclavos de la culpa. Cuando un alma queda libre de los lazos del cuerpo
se abstrae, por decirlo así, de todos los sentidos, deja el mundo con todas sus
facultades, con más fuerza que un cuerpo grave es impedirlo hacia su centro, es
llevada a Dios, semejante a un caudaloso río que dividido en su curso en varios
arroyos, reuniéndose después en un solo cause, va a desembocar con grande
ímpetu en la mar, pero si antes de entrar en el se encuentra un fuerte
obstáculo que lo detiene, se hincha, murmura, brama e intenta abrirse paso por
todas partes, tal es igualmente el estado del alma en el feliz momento de
unirse a Dios, sintiéndose detenida por la divina justicia en el Purgatorio se
aflige, se deshace, se despedaza, e inquieta en sus congojas, no halla paz ni descanso
hasta que no llega al seno del sumo bien. Nosotros ¿Qué ansias sentimos de oír
a Dios? Cuanto mas separado del mundo se vive, tanto más se siente esta ansia,
y si de ningún modo la experimentamos, es indicio de que somos en un todo del
mundo y no de Dios. Absalón con David le obligó éste a volver a la corte; pero
le fué prohibido al mismo tiempo comparecer en su presencia. Tal prohibición
fue tan sensible a aquel ingrato corazón, que prefería el destierro e invocaba
la muerte deplorando su suerte con tan amargo llanto, que convirtió el real
palacio en un teatro de tristeza y dolor. Así las almas del Purgatorio les
fueron ya levantado del destierro del mundo, están seguras de la gloria del
Paraíso, pero por sus imperfecciones no puede la Justicia Divina admitirlas a
la visión beatífica de su rostro divino. Están detenidas en aquel lugar de
expiración, y sus deseos, sus suspiros y gemidos son tan continuados y
profundos, que no solo hacen resonar las bóvedas de aquella cárcel, sino que
penetran hasta el cielo ¡Ah! Lleguen alguna vez también a nuestros oídos para
movernos a interponer los más fervorosos oficios de la soberana clemencia, para
que sean consoladas con la vista de su Divino Padre.
ORACIÓN
Consolad,
oh Señor, a aquellas almas que desean ardientemente unirse a vos. A vos las inclina
la naturaleza como a su último fin, vos las dirige la gracia como a su centro
bienaventurado; a vos las lleva el amor como al objeto suspirado; á vos las
impele el deseo como blanco de sus afectos. No hay para ellas sino Dios por
quien a cada instante suspiran, Consoladas pues, ¡oh Señor! en sus ardientes deseos,
consoladlas en sus incesantes suspiros con daros a ellas prontamente en premia,
en bienaventuranza, en corona de su irresistible afecto.
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