jueves, 26 de noviembre de 2020

NOVENA A JESÚS NAZARENO DE CANDELARIA

 


NOVENA A LA MILAGROSA IMAGEN DE JESÚS NAZARENO

Que se venera en el Templo Parroquial de Nuestra Señora de Candelaria

 

Compuesta por sus devotos

Año de 1925

 

Por la señal de la Santa Cruz…

 

Acto de contricción: Señor mío Jesucristo…

 

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS

¡Oh buen Jesús! Padre Universal y Dios infinitamente misericordioso, que en la multitud de caminos que vuestra sabiduría tiene en su poder, quisisteis pasar por el más oprobioso, amargo y doloroso, en el que toda la humana fortaleza se agobia, se anonada, desfallece. Quisiste pasar las calles de la populosa Jerusalén, como para traerla a vuestra presencia, para tocarla en las más hondas fibras del sentimiento y poder ante su dolor, perdonarla. Más desoyó vuestro llamado y acudió a contemplar sin conmoverse, sin llorar, sin sentir, el más horrendo de los crímenes. ¡el horrible deicidio! ¡Qué sintió vuestro amante corazón al recorrer las calles de la que fuera la Ciudad Santa! ¡Que miradas dirigirían vuestros dulces ojos, hacia el templo, hacia los muros, hacia sus habitantes, hacia sus colinas, bendecidas con vuestra augusta presencia! ¡cual sería vuestro intenso dolor al pasar por aquellas calles, testigas mudas de vuestros prodigios, de vuestra doctrina! Calles, que cinco días antes, escucharon el “Hosanna al Hijo de David, que viene en el nombre del Señor”. Calles que más tarde y cuando el deicidio estuviera consumado, serian tristes y desoladas con el anatema que pasaría de generación en generación por el transcurso de los tiempos. Os contemplo Jesús mío, abrumado bajo el peso enorme de la Cruz, pero conozco que no era el leño quien os oprimía, lo que motivaba vuestras penas y dolores, sino las consecuencias espantosas que sobrevendrían para aquel pueblo ingrato. Por tantas y tan indecibles tristezas, por tanta iniquidad con que el pueblo escogido hiriera vuestro amantísimo corazón, os suplico Señor, que me deis firmeza en la fé, y la fortaleza de vuestros mártires, que, a ejemplo vuestro, llevaron la cruz del sacrificio hasta dar la vida por su amor a Vos. Amén.

Aquí se reza un Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri, a la Llaga Santísima del hombro derecho de nuestro Redentor. Se hace la petición.

 

 

DÍA PRIMERO

ORACIÓN

Amabilísimo Jesús, Redentor mío, que quisisteis llevar sobre el delicado hombro, peso tan grande, del cual aquella cruz, que medía de longitud, quince pies, aun con la áspera corteza, pesada, por no estar mucho tiempo fuera de la raíz del madero de que estaba hecha, con los nueve pies, demasiado gruesos, para el aumento del dolor que ocasionaba sobre el ya lastimado hombro, que había alcanzado duros y repetidos azotes, pues según Santa Matilde, no quedó parte que no fuera llagada en aquella horrible flagelación. Buscaba alivio o descanso, cambiando al hombro izquierdo, no os lo permitieron. Descansar suspendiendo la cruz sobre el suelo, tampoco dejaban, porque sentían prisa por veros crucificado. ¿Qué hacer, Dios mío? exhausto de fuerzas, seguías caminando. También tenías prisa por darme la vida, muriendo en la cruz. Amoratado, entumecido, llagado, adolorido, no puede mi mente meditar en tan espantoso martirio, sin sonrojarme al recordar que mis pecados os pusieron en tan aflictiva situación. Siquiera yo sufriera gustoso la cruz de mis trabajos que bien merecidos tengo, para aliviar vuestros dolores. Si yo meditara en la intensidad de este sufrimiento, cuan distinta fuera mi conducta. Recibiría de vuestra mano paternal todo lo adverso, que con eso podría imitar vuestra paciencia, y santificar los dolores y merecer el cielo. De hoy en adelante quiero conformar mi voluntad a la vuestra. Al contemplar vuestro llagado hombro me animaré al sacrificio. Besare esa sangre y esas huellas del martirio, como antídotos contra mi desesperación en el sufrimiento, como bálsamo a mis profundas llagas morales. Ayúdame Jesús mío, quiero seguir con Vos al monte Calvario, sufriendo para resucitar también con Vos en tu gloria. Con vuestra ayuda seguiré en el camino, sabré recibir el dolor, el trabajo, la humillación, la enfermedad, y cualquiera otra cruz, como deseo de vuestro amante corazón, de que os acompañe en ese camino y me santifique por la dolorosa vía del sacrificio. Perdonadme Señor, y recibidme en el número de los que lloran al veros bajo el peso de la Cruz. Amén.

 

 

ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA PARA TODOS LOS DÍAS

¡Reina de los Mártires! ¡Madre de los dolores! He contemplado los pasos de vuestro santísimo Hijo, le eh acompañado en el camino del Gólgota. El, cargando mis pecados, Vos llevando el peso de indecible amargura. Permitid Señora, que a vuestro ejemplo le siga con paciencia, con verdadera contrición, con perseverancia y amor. Que esa Cruz, que fue instrumento de horror y después se tornó en emblema de salvación, sea mi mejor tesoro, que no la desprecie, sino que tiernamente la abrace, la bendiga y la bese. Todos os hemos causado hondísimos pesares, pero más aun que todos, porque he nacido bajo el santo estandarte de la Cruz, he recibido la Cruz de la civilización evangélica y he contemplado a los millones de mártires que han sellado su fé con su sangre. He recibido esa adorable sangre para vivificarme y os eh reconocido por Madre, Señora y Reina. Mucho os debo, quiero también corresponderos, con mucho amor y vivos deseos de que todos os amen. Amén.

 

 

ORACIÓN A LA SANTA CRUZ PARA TODOS LOS DÍAS

¡Oh Cruz Santa! ¡Oh Cruz bendecida con la divina Sangre! ¡Oh Cruz, símbolo, baluarte, enseña y escudo del cristiano! Yo os amo, porque fuisteis escogida para cama del Redentor. ¡Oh instrumento santo, de satisfacción por las inquietudes del mundo! Yos os quiero, sed mi defensa, mi mejor consuelo en la última agonía. Amén.


 

JACULATORIA PARA TODOS LOS DÍAS

¡Jesús Nazareno de Candelaria! ¡Sed mi guía y salvación! ¡Jesús Nazareno de Candelaria! ¡Tened piedad de los pecadores! ¡Jesús Nazareno de Candelaria! ¡Asistidme en mi última agonía!

 

 

DÍA SEGUNDO

ORACIÓN

Oh llaga sacratísima de mi Redentor, Puerta por donde quiso salir parte de la sangre que por mi rescate ofreciste al Padre Eterno. ¡Cuánto os cuesta, Jesús mío, nuestras almas, quisisteis que el delicadísimo hombro lastimado ya por la crueldad de los azotes, estuviera oprimido por estar otro hombro sosteniendo el duro leño de la Cruz! Allí iban representados todos mis pecados, principalmente los que mas entristecieron vuestro corazón, como lo son los de liviandad, impureza e inmodestia. ¡Como verías en aquella tristísima calle, la multitud de generaciones que contristarían vuestra alma, víctimas del más abominable de los vicios! ¡Oh divino hombro, lastimado! ¡Oh venerables huesos descubiertos por los azotes! ¡Oh Rey de los siglos, oprimido y sin fuerzas por mí! ¿con que corresponderé a sus sufrimientos tan inexplicables y a tan dolorosos pasos? Vos queréis como recompensa nuestra contrición. ¡Dámela tan sincera, tan profunda, tan absoluta, que pueda por ella conseguir vuestro perdón! Por mi nada puedo obtener. Dámela como la diste a María Magdalena, a la egipciaca, a san Pedro, y a tantos santos más que hoy cantan vuestra misericordia en el Cielo. Amén.

 

 

DÍA TERCERO

ORACIÓN

¡Oh amante y dulce Redentor! Que quisisteis que vuestros sagrados pies fueran lastimados, caminando bajo el peso de la Cruz, sobre arena ardiente, en cuyo camino las piedras lastimaban vuestras sagradas plantas. ¿Cómo Ángeles del Cielo, no quitabais esos tropiezos para que el Salvador pase sobre alfombras de vuestras alas? Bien lo comprendo, era que quería que los Santísimos Pies, tuvieran su excesivo sufrimiento. Era que con ello queríais pagar los malos pasos que mi iniquidad ha dado. Era que no creíais suficiente haber pasado pueblos, ciudades y montes en busca de pecadores. Era que vuestros benditos pies debían dar plena satisfacción a la Divina Justicia por los que van en pos del mal, entregándose a los vicios y eligiendo los caminos de la iniquidad. ¡Oh Jesús! Cuanto siente mi alma ver así maltratados los inocentes pies que se emplearon en buscar y correr tras la oveja perdida. Si al menos no hubieras llevado en ese camino, tan horrendo peso cual era el de la Cruz, habrías llegado más presto. Si el camino del Calvario hubiese sido suave, no pedregoso, no elevado y tan irregular, pero todos querías que se uniera para servir de mayor tormento. Sepa yo ¡Jesús mío! corresponder a tan multiplicados dolores, sepa yo, sufrir con serenidad y resignación todas las humillaciones que Vos permitáis, encuentre en mi camino. Apartad mis pasos de todo aquello en que pueda separarme de vuestra Ley Santa. Que todos los extraviados se vuelvan al sendero recto del deber, de la virtud y de la perfección. Seamos todos vuestros devotos, fieles seguidores de tus amorosos pasos, que sí podremos contemplar vuestra adorable faz en la Jerusalén Celeste. Amén.

 

 

DÍA CUARTO

ORACIÓN

Mansísimo Jesús, que en busca de los pecadores recorriste la Galilea, la Samaria y todos los pueblos de Judea, en los tres años de vuestra predicación, viendo las miserias humanas, consolándolas, sanando a los enfermos y aliviando a cuantos acudían a Vos, cuanto lloraron esos divinos ojos al contemplar tantos males. Pero aun debían sufrir de otra manera, cuando subíais al Gólgota, bajo las miradas de un populacho cruel, obsceno e ingrato. Ojos purísimos que veían la monstruosa ingratitud de quienes vieron vuestros prodigios y conocieron vuestra bondad. ¿Qué veías entonces? Curiosos agrupándose a vuestro paso, iracundos haciéndose eco de los pérfidos fariseos, risas que envolvían la más grosera perfidia. Más aun, veíais en ese ingrato camino a vuestra amantísima Madre, saturada su alma de amargura. Sentías por ella cuanto sufría su nobilísimo corazón a la vista de tanto tormento. Su purísima alma sentía el peso de vuestra cruz. Veis la compañía de los ladrones, los instrumentos del sacrificio. Veías también a la penitente Magdalena, que lloraba sin consuelo. Al amante discípulo Juan, cuyo corazón departía de dolor, al veros y ver a su Purísima Reina y Madre entre tanto miserable. ¡Ah! ¡Cuanto padecieron vuestros purísimos ojos! Embeleso de los ángeles y alegría de los cielos. Espejo de la Augusta Trinidad. Por cuanto en este doloroso camino sufristeis, Jesús mío, os pido que mis ojos no se deleiten en nada que no seáis Vos, que os contemplen siempre cargados de oprobios por mí y que, purificados por el llanto de la contrición, merezca veros por eternidad de eternidades en el Paraíso Celestial. Amén.

 

 

 

DÍA QUINTO

ORACIÓN

Mansísimo Jesús, que, en aras de vuestro intenso amor a los hombres, no quisisteis que miembro alguno de vuestro sacratísimo cuerpo quedara sin especial sufrimiento, todo fue hostia de propiciación por nuestros pecados, particularmente por los míos. Allí estabas viendo mi delincuencia. Vuestros venerados oídos tuvieron que soportar crueles ofensas. Allí en la calle de la amargura oíais las blasfemias, las irreverentes, crueles y obscenas palabras de una plebe feroz, burlas de inmoral soldadesca, irónica compasión de otros. Al llegar al Calvario ¡Que palabras de odio, que infernales consuelos! El Santo de los Santos. ¿Qué escucho? ¡Oh buen Jesús! Vos que endulzáis a los que sufren, no hallasteis palabras de consuelo. ¿Dónde esta el cántico que escuchasteis la noche de vuestro nacimiento? Vos que dais trinos a las aves, armonías a la naturaleza ¿Qué digo? Vos que sois todo dulzura, suavidad y mansedumbre, quisisteis sentir la pena de voces destempladas, risas y mofas de inculta muchedumbre. También escuchabais el triste gemir de las más pura y santa de las Criaturas. Vuestra tierna y amorosa madre, el sollozar de Juan y de Magdalena, con todo lo cual se agravaba vuestro martirio. ¡Buen Dios! ¿Cómo no enmudecían los hombres y se conmovían al veros tan injusta y cruelmente martirizado, por haber venido a predicar y a enseñar con tu ejemplo el amor al prójimo, la fraternidad y caridad humana? Todo lo sufriste mi buen Jesús, para expiación de cuantos os he ofendido con mis oídos, prontos a la maledicencia, con mi lengua dispuesta siempre a la adulación, a la frívola conversación, a cuanto pueda denigrar al prójimo, a cuanto pueda herir vuestros venerados oídos. ¡Cuánto es ahora mi dolor al meditar el vuestro! Dadme de hoy más fortaleza para evitar tan grave mal, y que solo anhele escuchar vuestra dulce voz por la palabra santa de vuestros ministros. Cante siempre los celestiales canticos de tu gloria. Amén.

 

 

DÍA SEXTO

ORACIÓN

¡Oh Rey del cielo y de la tierra, mi Divino Jesús! Que no obstante la crueldad de los judíos y la saña con que os hacían caminar bajo aquel enorme peso de la Cruz, Vos le devolvías sus afrentas con dulcísimas miradas y semblante de compasión. ¿Quién podrá medir la intensidad del dolor que os causaron en todo vuestro sacrosanto cuerpo las tres caídas que quisisteis sufrir, pero con particularidad tus venerables rodillas que, al chocar con las piedras y la arena caliente por los rayos del sol, os abrieron dos fuentes de divina sangre? ¡Oh llagado Jesús mío, como no os levantaron los querubines o detuvieron la pesada Cruz! Vos permitíais ese aumento de dolores. Así vuestras purísimas manos quedaban hondamente lastimadas al caer de golpe. Una, sosteniendo el pesado leño y la otra sobre el suelo. ¡Oh manos poderosas que dieron salud a los enfermos, pan a los necesitados, vida a los muertos y vista a los ciegos! ¡como anticipabais en ellas el acerbo tormento que los gruesos clavos ya prestos taladrarían! ¿Cómo se renovaría en cada caída el ya incomprensible dolor de vuestro santísimo cuerpo? Mas aun, ¡Cuánto sufriría al ver la crueldad de los sayones que querían a empellones y puntas de lanza levantaros! Vos dueño y Señor del Universo, que levantáis al caído, que sanáis las llagas y su avisáis las penas, quisisteis carecer de compasivas manos que os ayudasen para darme a conocer lo grave de mis caídas en el pecado. Quisiera Jesús mío, que fuese tan grande mi arrepentimiento de haberos ofendido, que pudiera de dolor morir. Habías perdido tanta sangre con los azotes, se había abierto la sagrada epidermis con las varas espinosas, con las cadenas y disciplinas, que parecía que por momentos expirarías, debilitado, entumecidos los nervios, debieran haber movido a compasión a todo corazón que crueldad tan inaudita contemplara, pero para Vos Señor, no la hubo. Pásmense los cielos al ver caído al Hombre Dios porque el pecador se levante. ¡Oh Señor! os he tratado con tan inhumana crueldad, pero de todo me arrepiento y os pido que de una vez me deis la mano para no volver a caer jamás. Quiero ayudaros a cargar la Cruz que vos ordenéis, para que no con palabras sino con obras, conozcáis mi amor y mi dolor. Amén.

 

 

DÍA SÉPTIMO

ORACIÓN

Clementísimo Jesús mío, ya presiento que os acercáis al monte del sacrificio, que vuestros pasos se apresuran como para abreviar el tiempo de mi redención. Mas es tanta la abrumadora carga de la Cruz, que los sayones temen no podáis llegar, muriendo en el camino, y para que esto no suceda, llaman a Simón de Cirene, para que os ayude a llevar la Cruz, no por compasión, sino que por el horrendo deseo que siente vuestros verdugos de veros crucificado, pero el Cirineo va forzado al principio, y acepta de mal gusto la imposición, que muy pronto se le aligeró, pues Vos, Divino Salvado le ayudabais o mejor dicho le hacías suave la pesada carga.  ¡Feliz Simeón, que pudo aliviarnos en el cruelísimo y empinado camino del Calvario! ¡Cual sería Divino Jesús, el dolor que esta acción de levantar la Cruz os causaría, rozando vuestras espaldas desolladas! Según algunos santos muy devotos de la pasión, aseguran que entre los más agudos y crueles dolores que el Señor sufrió fue el de las espaldas, sobre las cuales cayeron más de cinco mil azotes. Bien sabias Jesús adorable, hasta donde llegaría yo a ofenderte que el grave peso os angustiaba. Todos vuestros sufrimientos, Padre mío, los contemplo y los siento vivamente, pero aun mas quisiera llorarlos, quisiera que mi corazón se rompiera fibra por fibra, y de no amaros más, ¡Morir! ¿Quién me diera la fortaleza en el sufrimiento que todo fuera suave hasta el martirio para probaros mi compunción! Vos, solo Vos, podéis darme ese profundo sentimiento al veros padecer para sobrellevar la Cruz que me habéis impuesto. Quiero llevarla resignado, alegre, agradecido, así y solo así, tendré la dicha de alcanzar tu amor. Amén.

 

 

DÍA OCTAVO

ORACIÓN

¡Benignísimo Jesús de mi corazón! No veo en esa adorable persona, sino lastimosas llagas, cárdenos golpes, heridas cruelísimas, ya por los azotes producidas, por pesado madero y también por las caídas. Pero, Jesús mío, como puedo ser indiferente ante las numerosas punzadas que os dieron las setentidós espinas, ásperas, agudas, gruesas de juncos marinos, que, formando un capacete, cubrieron vuestra adorable cabeza, entremezclándose en el cabello y cada uno arrancándoos un gemido. Cada paso que dabais, sentías que se hincaban más, ¡Oh Dios mío! vos que coronáis a los Reyes, que coronáis a los mártires y que disponéis de corona inmortal de soberano de todo lo creado, permitisteis que sacrílegas manos fabricasen tan monstruoso instrumento de dolor. Pásmense los cielos y llore la creación entera ante tan monstruosa ingratitud. ¡Oh cabeza venerada! Embeleso de los ángeles, centro de la sabiduría divina, cual fuisteis taladrada y herida por los desgraciados judíos. Cuando caminabais al Monte Santo para ser crucificado, bajo aquel sol abrasador, caía de vuestra soberana frente el sudor. ¡cual enrojecería con los hilos de sangre que por la frente corrían, sin poderos enjugar ni secar esa sangre, sin tener con que limpiar aquel bendito sudor y aquellas amargas lágrimas que el dolor arrancaría! Mis vanos y pecaminosos pensamientos, mi orgullo y vanidad, fueron esas punzadoras espinas. Cuando os la quitaron para despojaros de la túnica, renovaron vuestro martirio para colocarla después, ya desnudo, y para ser enclavado. Quiero resarcir con pensamientos elevados y santos, lo que os hice padecer en esta nobilísima parte de vuestro cuerpo. ¡Cuando pienso que mis pensamientos pecaminosos abrieron esas fuentes de sacratísima sangre, me lleno de rubor, de confusión y de pena…! ¡Oh cabeza sacrosanta! Por mi lastimada, inspiradme pensamientos santos y deseos de penitencia. Quitad de mi imaginación vanos y fútiles ideales, para que solo aspire a salvarme y salvar a los demás, glorificándoos con ello. Recline yo un día mi cansada cabeza en la vuestra. Amén.

 

 

DÍA NOVENO

ORACIÓN

Tristísimo y adolorido Jesús de mi alma, que, estando cercano al Calvario, no pensabais sino en que otra dádiva podías dejar a los hombres, estando próximo a morir, no pensabais en vuestros dolores. En mi pensabais Señor. poca Sangre os quedaba ya, exhausto de fuerzas, el áspero leño os hacía sufrir tanto, que a no ser vuestro mismo deseo del sacrificio, habríais quedado en mitad del camino y no obstante pensabais en que consuelo nos dejabais. Pensabais dejarnos lo mas caro y tierno a vuestro corazón. Era que queríais cedernos a vuestra Santísima Madre. ¿con tan inestimable tesoro, que podemos los mortales temer? Solo esperaste llegar al Calvario, para legaros tal incomparable dádiva. Cuando crucificado estuvierais la llamarías Madre de esa humanidad que os sacrifica. Pero antes de ser puesto en la Cruz, aun os quejasteis de intensa sed. ¡Oh sed de padecer, oh sed de nuestro bien! Querías que la augusta lengua tuviera su especial pena y aumento de tormentos. Divino Jesús mío, haced que yo tenga sed de amaros, de mi salvación y la de todos. Dadme sed de corresponder a vuestros tormentos y los de la Santísima Madre que me habéis dado, para que amándoos viva, y amándoos muera, para resucitar en el paraíso donde os alabe y bendiga por toda la eternidad. Amén. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario

ANOTACIONES

Al hablar sobre la piedad popular, es referirnos a aquellas devociones que antaño se hacían en nuestros pueblos y nuestras casas, cuando se...