NOVENA
A LA MILAGROSA IMAGEN DE JESÚS NAZARENO
Que
se venera en el Templo Parroquial de Nuestra Señora de Candelaria
Compuesta
por sus devotos
Año
de 1925
Por
la señal de la Santa Cruz…
Acto
de contricción: Señor mío Jesucristo…
ORACIÓN
PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh
buen Jesús! Padre Universal y Dios infinitamente misericordioso, que en la
multitud de caminos que vuestra sabiduría tiene en su poder, quisisteis pasar
por el más oprobioso, amargo y doloroso, en el que toda la humana fortaleza se
agobia, se anonada, desfallece. Quisiste pasar las calles de la populosa
Jerusalén, como para traerla a vuestra presencia, para tocarla en las más
hondas fibras del sentimiento y poder ante su dolor, perdonarla. Más desoyó
vuestro llamado y acudió a contemplar sin conmoverse, sin llorar, sin sentir,
el más horrendo de los crímenes. ¡el horrible deicidio! ¡Qué sintió vuestro
amante corazón al recorrer las calles de la que fuera la Ciudad Santa! ¡Que
miradas dirigirían vuestros dulces ojos, hacia el templo, hacia los muros, hacia
sus habitantes, hacia sus colinas, bendecidas con vuestra augusta presencia!
¡cual sería vuestro intenso dolor al pasar por aquellas calles, testigas mudas
de vuestros prodigios, de vuestra doctrina! Calles, que cinco días antes,
escucharon el “Hosanna al Hijo de David, que viene en el nombre del Señor”.
Calles que más tarde y cuando el deicidio estuviera consumado, serian tristes y
desoladas con el anatema que pasaría de generación en generación por el
transcurso de los tiempos. Os contemplo Jesús mío, abrumado bajo el peso enorme
de la Cruz, pero conozco que no era el leño quien os oprimía, lo que motivaba
vuestras penas y dolores, sino las consecuencias espantosas que sobrevendrían
para aquel pueblo ingrato. Por tantas y tan indecibles tristezas, por tanta
iniquidad con que el pueblo escogido hiriera vuestro amantísimo corazón, os
suplico Señor, que me deis firmeza en la fé, y la fortaleza de vuestros
mártires, que, a ejemplo vuestro, llevaron la cruz del sacrificio hasta dar la
vida por su amor a Vos. Amén.
Aquí
se reza un Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri, a la Llaga Santísima del
hombro derecho de nuestro Redentor. Se hace la petición.
DÍA
PRIMERO
ORACIÓN
Amabilísimo
Jesús, Redentor mío, que quisisteis llevar sobre el delicado hombro, peso tan
grande, del cual aquella cruz, que medía de longitud, quince pies, aun con la
áspera corteza, pesada, por no estar mucho tiempo fuera de la raíz del madero
de que estaba hecha, con los nueve pies, demasiado gruesos, para el aumento del
dolor que ocasionaba sobre el ya lastimado hombro, que había alcanzado duros y
repetidos azotes, pues según Santa Matilde, no quedó parte que no fuera llagada
en aquella horrible flagelación. Buscaba alivio o descanso, cambiando al hombro
izquierdo, no os lo permitieron. Descansar suspendiendo la cruz sobre el suelo,
tampoco dejaban, porque sentían prisa por veros crucificado. ¿Qué hacer, Dios
mío? exhausto de fuerzas, seguías caminando. También tenías prisa por darme la
vida, muriendo en la cruz. Amoratado, entumecido, llagado, adolorido, no puede
mi mente meditar en tan espantoso martirio, sin sonrojarme al recordar que mis
pecados os pusieron en tan aflictiva situación. Siquiera yo sufriera gustoso la
cruz de mis trabajos que bien merecidos tengo, para aliviar vuestros dolores. Si
yo meditara en la intensidad de este sufrimiento, cuan distinta fuera mi
conducta. Recibiría de vuestra mano paternal todo lo adverso, que con eso
podría imitar vuestra paciencia, y santificar los dolores y merecer el cielo. De
hoy en adelante quiero conformar mi voluntad a la vuestra. Al contemplar
vuestro llagado hombro me animaré al sacrificio. Besare esa sangre y esas
huellas del martirio, como antídotos contra mi desesperación en el sufrimiento,
como bálsamo a mis profundas llagas morales. Ayúdame Jesús mío, quiero seguir
con Vos al monte Calvario, sufriendo para resucitar también con Vos en tu
gloria. Con vuestra ayuda seguiré en el camino, sabré recibir el dolor, el
trabajo, la humillación, la enfermedad, y cualquiera otra cruz, como deseo de
vuestro amante corazón, de que os acompañe en ese camino y me santifique por la
dolorosa vía del sacrificio. Perdonadme Señor, y recibidme en el número de los
que lloran al veros bajo el peso de la Cruz. Amén.
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA PARA TODOS LOS DÍAS
¡Reina
de los Mártires! ¡Madre de los dolores! He contemplado los pasos de vuestro
santísimo Hijo, le eh acompañado en el camino del Gólgota. El, cargando mis pecados,
Vos llevando el peso de indecible amargura. Permitid Señora, que a vuestro
ejemplo le siga con paciencia, con verdadera contrición, con perseverancia y
amor. Que esa Cruz, que fue instrumento de horror y después se tornó en emblema
de salvación, sea mi mejor tesoro, que no la desprecie, sino que tiernamente la
abrace, la bendiga y la bese. Todos os hemos causado hondísimos pesares, pero
más aun que todos, porque he nacido bajo el santo estandarte de la Cruz, he
recibido la Cruz de la civilización evangélica y he contemplado a los millones
de mártires que han sellado su fé con su sangre. He recibido esa adorable
sangre para vivificarme y os eh reconocido por Madre, Señora y Reina. Mucho os
debo, quiero también corresponderos, con mucho amor y vivos deseos de que todos
os amen. Amén.
ORACIÓN
A LA SANTA CRUZ PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh Cruz Santa! ¡Oh Cruz bendecida con la divina Sangre! ¡Oh Cruz, símbolo, baluarte, enseña y escudo del cristiano! Yo os amo, porque fuisteis escogida para cama del Redentor. ¡Oh instrumento santo, de satisfacción por las inquietudes del mundo! Yos os quiero, sed mi defensa, mi mejor consuelo en la última agonía. Amén.
JACULATORIA
PARA TODOS LOS DÍAS
¡Jesús
Nazareno de Candelaria! ¡Sed mi guía y salvación! ¡Jesús Nazareno de
Candelaria! ¡Tened piedad de los pecadores! ¡Jesús Nazareno de Candelaria! ¡Asistidme
en mi última agonía!
DÍA
SEGUNDO
ORACIÓN
Oh
llaga sacratísima de mi Redentor, Puerta por donde quiso salir parte de la
sangre que por mi rescate ofreciste al Padre Eterno. ¡Cuánto os cuesta, Jesús
mío, nuestras almas, quisisteis que el delicadísimo hombro lastimado ya por la
crueldad de los azotes, estuviera oprimido por estar otro hombro sosteniendo el
duro leño de la Cruz! Allí iban representados todos mis pecados, principalmente
los que mas entristecieron vuestro corazón, como lo son los de liviandad,
impureza e inmodestia. ¡Como verías en aquella tristísima calle, la multitud de
generaciones que contristarían vuestra alma, víctimas del más abominable de los
vicios! ¡Oh divino hombro, lastimado! ¡Oh venerables huesos descubiertos por los
azotes! ¡Oh Rey de los siglos, oprimido y sin fuerzas por mí! ¿con que
corresponderé a sus sufrimientos tan inexplicables y a tan dolorosos pasos? Vos
queréis como recompensa nuestra contrición. ¡Dámela tan sincera, tan profunda,
tan absoluta, que pueda por ella conseguir vuestro perdón! Por mi nada puedo
obtener. Dámela como la diste a María Magdalena, a la egipciaca, a san Pedro, y
a tantos santos más que hoy cantan vuestra misericordia en el Cielo. Amén.
DÍA
TERCERO
ORACIÓN
¡Oh
amante y dulce Redentor! Que quisisteis que vuestros sagrados pies fueran
lastimados, caminando bajo el peso de la Cruz, sobre arena ardiente, en cuyo
camino las piedras lastimaban vuestras sagradas plantas. ¿Cómo Ángeles del
Cielo, no quitabais esos tropiezos para que el Salvador pase sobre alfombras de
vuestras alas? Bien lo comprendo, era que quería que los Santísimos Pies,
tuvieran su excesivo sufrimiento. Era que con ello queríais pagar los malos
pasos que mi iniquidad ha dado. Era que no creíais suficiente haber pasado pueblos,
ciudades y montes en busca de pecadores. Era que vuestros benditos pies debían
dar plena satisfacción a la Divina Justicia por los que van en pos del mal,
entregándose a los vicios y eligiendo los caminos de la iniquidad. ¡Oh Jesús!
Cuanto siente mi alma ver así maltratados los inocentes pies que se emplearon
en buscar y correr tras la oveja perdida. Si al menos no hubieras llevado en
ese camino, tan horrendo peso cual era el de la Cruz, habrías llegado más
presto. Si el camino del Calvario hubiese sido suave, no pedregoso, no elevado
y tan irregular, pero todos querías que se uniera para servir de mayor
tormento. Sepa yo ¡Jesús mío! corresponder a tan multiplicados dolores, sepa
yo, sufrir con serenidad y resignación todas las humillaciones que Vos
permitáis, encuentre en mi camino. Apartad mis pasos de todo aquello en que
pueda separarme de vuestra Ley Santa. Que todos los extraviados se vuelvan al
sendero recto del deber, de la virtud y de la perfección. Seamos todos vuestros
devotos, fieles seguidores de tus amorosos pasos, que sí podremos contemplar
vuestra adorable faz en la Jerusalén Celeste. Amén.
DÍA
CUARTO
ORACIÓN
Mansísimo
Jesús, que en busca de los pecadores recorriste la Galilea, la Samaria y todos
los pueblos de Judea, en los tres años de vuestra predicación, viendo las
miserias humanas, consolándolas, sanando a los enfermos y aliviando a cuantos
acudían a Vos, cuanto lloraron esos divinos ojos al contemplar tantos males. Pero
aun debían sufrir de otra manera, cuando subíais al Gólgota, bajo las miradas
de un populacho cruel, obsceno e ingrato. Ojos purísimos que veían la
monstruosa ingratitud de quienes vieron vuestros prodigios y conocieron vuestra
bondad. ¿Qué veías entonces? Curiosos agrupándose a vuestro paso, iracundos
haciéndose eco de los pérfidos fariseos, risas que envolvían la más grosera
perfidia. Más aun, veíais en ese ingrato camino a vuestra amantísima Madre,
saturada su alma de amargura. Sentías por ella cuanto sufría su nobilísimo
corazón a la vista de tanto tormento. Su purísima alma sentía el peso de
vuestra cruz. Veis la compañía de los ladrones, los instrumentos del
sacrificio. Veías también a la penitente Magdalena, que lloraba sin consuelo.
Al amante discípulo Juan, cuyo corazón departía de dolor, al veros y ver a su
Purísima Reina y Madre entre tanto miserable. ¡Ah! ¡Cuanto padecieron vuestros
purísimos ojos! Embeleso de los ángeles y alegría de los cielos. Espejo de la
Augusta Trinidad. Por cuanto en este doloroso camino sufristeis, Jesús mío, os
pido que mis ojos no se deleiten en nada que no seáis Vos, que os contemplen
siempre cargados de oprobios por mí y que, purificados por el llanto de la
contrición, merezca veros por eternidad de eternidades en el Paraíso Celestial.
Amén.
DÍA
QUINTO
ORACIÓN
Mansísimo
Jesús, que, en aras de vuestro intenso amor a los hombres, no quisisteis que
miembro alguno de vuestro sacratísimo cuerpo quedara sin especial sufrimiento,
todo fue hostia de propiciación por nuestros pecados, particularmente por los
míos. Allí estabas viendo mi delincuencia. Vuestros venerados oídos tuvieron
que soportar crueles ofensas. Allí en la calle de la amargura oíais las
blasfemias, las irreverentes, crueles y obscenas palabras de una plebe feroz,
burlas de inmoral soldadesca, irónica compasión de otros. Al llegar al Calvario
¡Que palabras de odio, que infernales consuelos! El Santo de los Santos. ¿Qué
escucho? ¡Oh buen Jesús! Vos que endulzáis a los que sufren, no hallasteis
palabras de consuelo. ¿Dónde esta el cántico que escuchasteis la noche de vuestro
nacimiento? Vos que dais trinos a las aves, armonías a la naturaleza ¿Qué digo?
Vos que sois todo dulzura, suavidad y mansedumbre, quisisteis sentir la pena de
voces destempladas, risas y mofas de inculta muchedumbre. También escuchabais
el triste gemir de las más pura y santa de las Criaturas. Vuestra tierna y
amorosa madre, el sollozar de Juan y de Magdalena, con todo lo cual se agravaba
vuestro martirio. ¡Buen Dios! ¿Cómo no enmudecían los hombres y se conmovían al
veros tan injusta y cruelmente martirizado, por haber venido a predicar y a
enseñar con tu ejemplo el amor al prójimo, la fraternidad y caridad humana?
Todo lo sufriste mi buen Jesús, para expiación de cuantos os he ofendido con
mis oídos, prontos a la maledicencia, con mi lengua dispuesta siempre a la
adulación, a la frívola conversación, a cuanto pueda denigrar al prójimo, a
cuanto pueda herir vuestros venerados oídos. ¡Cuánto es ahora mi dolor al
meditar el vuestro! Dadme de hoy más fortaleza para evitar tan grave mal, y que
solo anhele escuchar vuestra dulce voz por la palabra santa de vuestros
ministros. Cante siempre los celestiales canticos de tu gloria. Amén.
DÍA
SEXTO
ORACIÓN
¡Oh
Rey del cielo y de la tierra, mi Divino Jesús! Que no obstante la crueldad de
los judíos y la saña con que os hacían caminar bajo aquel enorme peso de la
Cruz, Vos le devolvías sus afrentas con dulcísimas miradas y semblante de
compasión. ¿Quién podrá medir la intensidad del dolor que os causaron en todo
vuestro sacrosanto cuerpo las tres caídas que quisisteis sufrir, pero con
particularidad tus venerables rodillas que, al chocar con las piedras y la
arena caliente por los rayos del sol, os abrieron dos fuentes de divina sangre?
¡Oh llagado Jesús mío, como no os levantaron los querubines o detuvieron la pesada
Cruz! Vos permitíais ese aumento de dolores. Así vuestras purísimas manos
quedaban hondamente lastimadas al caer de golpe. Una, sosteniendo el pesado
leño y la otra sobre el suelo. ¡Oh manos poderosas que dieron salud a los
enfermos, pan a los necesitados, vida a los muertos y vista a los ciegos! ¡como
anticipabais en ellas el acerbo tormento que los gruesos clavos ya prestos
taladrarían! ¿Cómo se renovaría en cada caída el ya incomprensible dolor de
vuestro santísimo cuerpo? Mas aun, ¡Cuánto sufriría al ver la crueldad de los
sayones que querían a empellones y puntas de lanza levantaros! Vos dueño y
Señor del Universo, que levantáis al caído, que sanáis las llagas y su avisáis
las penas, quisisteis carecer de compasivas manos que os ayudasen para darme a
conocer lo grave de mis caídas en el pecado. Quisiera Jesús mío, que fuese tan
grande mi arrepentimiento de haberos ofendido, que pudiera de dolor morir.
Habías perdido tanta sangre con los azotes, se había abierto la sagrada
epidermis con las varas espinosas, con las cadenas y disciplinas, que parecía
que por momentos expirarías, debilitado, entumecidos los nervios, debieran
haber movido a compasión a todo corazón que crueldad tan inaudita contemplara,
pero para Vos Señor, no la hubo. Pásmense los cielos al ver caído al Hombre
Dios porque el pecador se levante. ¡Oh Señor! os he tratado con tan inhumana
crueldad, pero de todo me arrepiento y os pido que de una vez me deis la mano
para no volver a caer jamás. Quiero ayudaros a cargar la Cruz que vos ordenéis,
para que no con palabras sino con obras, conozcáis mi amor y mi dolor. Amén.
DÍA
SÉPTIMO
ORACIÓN
Clementísimo
Jesús mío, ya presiento que os acercáis al monte del sacrificio, que vuestros
pasos se apresuran como para abreviar el tiempo de mi redención. Mas es tanta
la abrumadora carga de la Cruz, que los sayones temen no podáis llegar,
muriendo en el camino, y para que esto no suceda, llaman a Simón de Cirene, para
que os ayude a llevar la Cruz, no por compasión, sino que por el horrendo deseo
que siente vuestros verdugos de veros crucificado, pero el Cirineo va forzado
al principio, y acepta de mal gusto la imposición, que muy pronto se le
aligeró, pues Vos, Divino Salvado le ayudabais o mejor dicho le hacías suave la
pesada carga. ¡Feliz Simeón, que pudo
aliviarnos en el cruelísimo y empinado camino del Calvario! ¡Cual sería Divino
Jesús, el dolor que esta acción de levantar la Cruz os causaría, rozando
vuestras espaldas desolladas! Según algunos santos muy devotos de la pasión, aseguran
que entre los más agudos y crueles dolores que el Señor sufrió fue el de las
espaldas, sobre las cuales cayeron más de cinco mil azotes. Bien sabias Jesús
adorable, hasta donde llegaría yo a ofenderte que el grave peso os angustiaba. Todos
vuestros sufrimientos, Padre mío, los contemplo y los siento vivamente, pero
aun mas quisiera llorarlos, quisiera que mi corazón se rompiera fibra por
fibra, y de no amaros más, ¡Morir! ¿Quién me diera la fortaleza en el
sufrimiento que todo fuera suave hasta el martirio para probaros mi compunción!
Vos, solo Vos, podéis darme ese profundo sentimiento al veros padecer para
sobrellevar la Cruz que me habéis impuesto. Quiero llevarla resignado, alegre,
agradecido, así y solo así, tendré la dicha de alcanzar tu amor. Amén.
DÍA
OCTAVO
ORACIÓN
¡Benignísimo
Jesús de mi corazón! No veo en esa adorable persona, sino lastimosas llagas, cárdenos
golpes, heridas cruelísimas, ya por los azotes producidas, por pesado madero y también
por las caídas. Pero, Jesús mío, como puedo ser indiferente ante las numerosas
punzadas que os dieron las setentidós espinas, ásperas, agudas, gruesas de
juncos marinos, que, formando un capacete, cubrieron vuestra adorable cabeza, entremezclándose
en el cabello y cada uno arrancándoos un gemido. Cada paso que dabais, sentías
que se hincaban más, ¡Oh Dios mío! vos que coronáis a los Reyes, que coronáis a
los mártires y que disponéis de corona inmortal de soberano de todo lo creado,
permitisteis que sacrílegas manos fabricasen tan monstruoso instrumento de
dolor. Pásmense los cielos y llore la creación entera ante tan monstruosa ingratitud.
¡Oh cabeza venerada! Embeleso de los ángeles, centro de la sabiduría divina,
cual fuisteis taladrada y herida por los desgraciados judíos. Cuando caminabais
al Monte Santo para ser crucificado, bajo aquel sol abrasador, caía de vuestra
soberana frente el sudor. ¡cual enrojecería con los hilos de sangre que por la
frente corrían, sin poderos enjugar ni secar esa sangre, sin tener con que
limpiar aquel bendito sudor y aquellas amargas lágrimas que el dolor arrancaría!
Mis vanos y pecaminosos pensamientos, mi orgullo y vanidad, fueron esas punzadoras
espinas. Cuando os la quitaron para despojaros de la túnica, renovaron vuestro
martirio para colocarla después, ya desnudo, y para ser enclavado. Quiero resarcir
con pensamientos elevados y santos, lo que os hice padecer en esta nobilísima parte
de vuestro cuerpo. ¡Cuando pienso que mis pensamientos pecaminosos abrieron
esas fuentes de sacratísima sangre, me lleno de rubor, de confusión y de pena…!
¡Oh cabeza sacrosanta! Por mi lastimada, inspiradme pensamientos santos y
deseos de penitencia. Quitad de mi imaginación vanos y fútiles ideales, para
que solo aspire a salvarme y salvar a los demás, glorificándoos con ello. Recline
yo un día mi cansada cabeza en la vuestra. Amén.
DÍA
NOVENO
ORACIÓN
Tristísimo
y adolorido Jesús de mi alma, que, estando cercano al Calvario, no pensabais sino
en que otra dádiva podías dejar a los hombres, estando próximo a morir, no
pensabais en vuestros dolores. En mi pensabais Señor. poca Sangre os quedaba
ya, exhausto de fuerzas, el áspero leño os hacía sufrir tanto, que a no ser
vuestro mismo deseo del sacrificio, habríais quedado en mitad del camino y no
obstante pensabais en que consuelo nos dejabais. Pensabais dejarnos lo mas caro
y tierno a vuestro corazón. Era que queríais cedernos a vuestra Santísima
Madre. ¿con tan inestimable tesoro, que podemos los mortales temer? Solo esperaste
llegar al Calvario, para legaros tal incomparable dádiva. Cuando crucificado
estuvierais la llamarías Madre de esa humanidad que os sacrifica. Pero antes de
ser puesto en la Cruz, aun os quejasteis de intensa sed. ¡Oh sed de padecer, oh
sed de nuestro bien! Querías que la augusta lengua tuviera su especial pena y
aumento de tormentos. Divino Jesús mío, haced que yo tenga sed de amaros, de mi
salvación y la de todos. Dadme sed de corresponder a vuestros tormentos y los
de la Santísima Madre que me habéis dado, para que amándoos viva, y amándoos muera,
para resucitar en el paraíso donde os alabe y bendiga por toda la eternidad. Amén.
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