jueves, 26 de noviembre de 2020

MES DE ÁNIMAS - DÍA VEINTISEIS

 

DÍA VEINTISÉIS

MEDITACIÓN

Deberes de justicia para con el Purgatorio

El hombre ha sido formado de tal modo, que sabe, generalmente hablando, resistir los impulsos del corazón, y a vista de las miserias de los otros, se conmueve de tal manera, que da y promete todo cuanto puede. Estos efectos de la benéfica naturaleza, se palpan particularmente en la circunstancia de la muerte, cuando en el momento de separarnos de las personas que nos son tan queridas, nos encomendamos a su piedad, y movidos á compasión les ofrecemos y reprometemos una eterna memoria, y una perenne comunicación de piadosos sufragios. Mas, ¡ay! Con el sonido lúgubre de las campanas so desvanece por lo común la memoria de los muertos, y concluidos aquellos últimos oficios de la religión, ningún sufragio se hace ya por aquellas desoladas almas, que reclaman en vano de entre las llamas, la fe de la aceptada promesa. ¿Querremos también nosotros, quebrantar la palabra dada a nuestros muertos? ¡Ah, no! Que cuanto más vehementes son los padecimientos en el Purgatorio, tanto más viva debemos con conservar su memoria, tanta mayor fidelidad y constancia debemos mostrar en las promesas. Muchas veces, empero, el débito do sufragar a las almas de los muertos, no sólo dimana de promesas, sino también de justicia, y esto se verifica, cuando tenemos que satisfacer legados piadosos. La religión, la justicia y todo el orden social, prescribe y manda la ejecución de los piadosos legados, y aquellos que no los cumplen, apropiándose sus rentas, son defraudadores, son ladrones sacrílegos, son desapiadados verdugos de las almas abandonadas a la voracidad del fuego; contra los cuales reclaman así las leyes divinas como humanas. ¡Miserable de aquel que se alimenta de las oblaciones de los muertos! El cree tener una buena mesa impunemente, y no advierte que se alimenta de un manjar que, cuanto es benéfico para los difuntos, otro tanto es pernicioso para los vivos. Muchas son las familias que se arruinan por no haber satisfecho las obligaciones de misas, y demás piadosos legados de los autores de sus días. Seamos, por tanto, no sólo diligentes, sino aun escrupulosos sobre este particular, para no atraer sobre nuestra cabeza, las maldiciones del cielo. El Concilio de Trento, impone a los señores obispos la obligación de vigilar cuidadosamente el cumplimiento de los piadosos legados, el Yacente, aprobado por san León el grande, ordena, que sean arrojados como infieles de los lugares sagrados, los que se apropian las obligaciones de los muertos, o retarden el entregarlas a la Iglesia, y otros concilios ordenan que sean separados estos, de la comunión eclesiástica, por todo el tiempo que dilaten la ejecución de la piadosa voluntad de los difuntos. Estas leyes tan rígidas, y estas penas tan severas, nos dan bien a conocer, cuán grave delito sea el defraudar de los sufragios prescritos, la esperanza de los muertos. Pues si los mismos gentiles eran tan religiosos para con los muertos, que no se atrevían a apoderarse ni aun de sus vestidos, sino que juntamente con el cadáver los quemaban en holocausto, ¿con cuánta mayor razón deberían los fieles emplear en sufragio de los difuntos, lo que ellos mismos se reservaron para su alma?

 

 

 

ORACIÓN

No permitáis jamás, ¡oh gran Dios! que nosotros faltemos a los deberes de justicia, con las almas santas del Purgatorio. Harto sagrado es su derecho, muy imponente es nuestra deuda, así por las promesas que les hicimos, como por los legados por ellos impuestos. Son muy justas las leyes de la Iglesia contra los sacrílegos defraudadores de las obras pías, y merece justamente vuestra terrible indignación el que quiere alimentarse con el pan de los muertos. Mas nosotros, ¡oh Señor! Queremos satisfacer plenamente todas las obligaciones que nos incumben, y os suplicamos os dignéis aceptar esta satisfacción en descuento de lo que nuestros difuntos deben a vuestra justicia,

para que cuanto antes, puedan verse libres de las abrasadas cadenas del Purgatorio, y conseguir la tan suspirada y dichosa libertad del Paraíso. Amén. 



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