miércoles, 25 de noviembre de 2020

MES DE ÁNIMAS - DÍA VEINTICINCO

 


DÍA VEINTICINCO

MEDITACIÓN

Otras razones especiales que nos obligan a sufragar a las almas del Purgatorio

La sangre, la amistad y los beneficios, son títulos tan sagrados que no pueden ni deben olvidarse jamás. La voz de la sangre habla siempre al corazón, y se deja oír en este mundo no menos que en el otro. Todos tenemos parientes aquí y allá, aquí están los vivos, allá los muertos, y somos deudores de ciertos oficios que la sangre reclama para con los unos y los otros. Quien no cuida de los suyos, decía San Pablo, es un bárbaro, un desleal, peor que los salvajes mismos que moran en las selvas. Ahora bien, ¿qué almas son las que habitan el Purgatorio? Considerémoslo bien con los ojos del espíritu. ¿No son estas las de nuestros antepasados tan afanosos, de nuestros padres tan solícitos, de nuestras madres tan tiernas, de nuestras esposas tan amadas, de nuestros hijos tan queridos, de nuestros hermanos tan benévolos? ¿No son aquellas mismas con las cuales estábamos unidos con los más estrechos vínculos de sangre, y que formaban con nosotros una misma familia? ¿Y podremos cerrar los ojos sobre sus miserias y no movernos a piedad de su estado? A las voces de la sangre prevalecen tal vez las de la amistad, porque son más conformes a nuestra índole, y a la elección de nuestro ánimo. El parentesco hace más relación al cuerpo, y la amistad une propiamente las almas y las estrecha de tal modo, que vienen a hacerse indivisibles. La muerte no puede ni debe separarlas. Esta cambia las relaciones de amistad, no las destruye; pues si los amigos comunicaban entre sí en vida con las voces y con los oficios recíprocos de humanidad, después de la muerte deben comunicar con la piadosa memoria y con los sufragios de la religión para la adquisición de la eterna bienaventuranza. Quien abandona a los amigos en la miseria, es un desnaturalizado, es un impío. Yo amaba en vida con la más tierna amistad á Teodosio, decía el Santo Obispo Ambrosio, y era plenamente correspondido; si la muerte me lo ha arrebatado, no por eso dejaré de seguirlo con el afecto a la región de los vivos, ni lo abandonaré jamás con los oficios de piedad, hasta que con mis oraciones y con mi llanto no llegue a conseguirle la vida eterna. He aquí, oh amigos del mundo, el ejemplo que debéis imitar. No sólo por los parientes y amigos, sino también por los bienhechores debemos hacer especial memoria en nuestros sufragios. Los beneficios deberían imprimir en nuestro ánimo un sentimiento eterno de reconocimiento; no hay cosa de mayor oprobio en el mundo que merecer el nombre de ingrato. El ingrato se degrada hasta hacerse de peor condición que las bestias, las cuales se muestran reconocidas para con quien las beneficia. Mas ¿quién hay que pueda vanagloriarse de no haber recibido beneficio alguno de los fieles difuntos? Si fuimos conservados y alimentados, si recibimos educación e instrucción, ¿si poseemos honores y riqueza?, ¿no debemos todo esto al exquisito cuidado que tuvieron de nosotros? Y ¿quién sabe sí por habernos procurado demasiadas ventajas no estén expiando entre las llamas el desordenado amor que nos tuvieron? Seria, pues, una muy bárbara crueldad el olvidar a aquellos que nos beneficiaron a costa de merecer el Purgatorio por nosotros.

 

ORACIÓN

Dulcísimo Señor nuestro, ¡oh cuántos títulos nos mueven y nos obligan a tener piedad para con los difuntos! Oblíganos la sangre con sus vínculos, la amistad con sus afectos, los beneficios con su correspondiente gratitud, y no hay sentimiento en nuestro corazón que no respire conmoción y piedad hacia ellas. Por tanto, con todos los sentimientos de nuestro corazón, os suplicamos tengáis piedad de nuestros difuntos, y por la ternura que mostraron en vida hacia nosotros vuestros siervos, sacadlos de la profunda cárcel de tormentos en que gimen, y llevadlos a vuestra bienaventurada mansión, a recibir el eterno galardón de su benéfico amor. Amén. 


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