DÍA
VEINTICUATRO
MEDITACIÓN
Razones
generales que nos obligan a socorrer a las almas del Purgatorio
El
amor es la vida del corazón, y la naturaleza ha impreso de tal modo este
sentimiento en todos los vivientes, que no sólo lo experimenta la criatura
racional hacia sus semejan semejantes, sino también
las bestias hacia los de su especie; ese sentimiento no se extingue en el hombre
con la muerte, sino que dura más allá del sepulcro. No hay nación tan bárbara
sobre la tierra, que no tenga cuidado de sus muertos, que no sienta piedad de
sus almas, y que no procure sufragarlos de alguna manera. La misma naturaleza,
pues, nos lleva a tener compasión del infelicísimo estado de las almas del Purgatorio,
a las que estamos unidos por la humanidad, y sería una crueldad el resistir a
un sentimiento tan vivo del corazón humano. La religión no rompe los vínculos
de la naturaleza, antes bien los estrecha, los refuerza, los perfecciona. El
vínculo de la fraternidad universal que tenemos con todos los hombres por razón
de la descendencia de nuestro primer padre Adán, es mucho más íntimo y perfecto
entre nosotros los cristianos por razón de la religión que nos reúne a todos en
Jesucristo. Él es la cabeza de todos los fieles, y cada uno de estos es miembro
de su cuerpo místico, la Iglesia. Debemos, pues, mirar a las almas del
Purgatorio como una parte del todo, como a una porción de nosotros mismos, porque
no están separadas de la Iglesia, sino que antes bien forman la porción más
escogida que presto será glorificada en el cielo. Trasladémonos pues, en
espíritu al Purgatorio con los sentimientos de una religión llena de caridad, y
consolemos a aquellas afligidísimas almas en sus angustias. La razón de patria
nos constituye más vecinos y allegados a aquellos que tuvieron con nosotros un
mismo y común suelo natal. El conocimiento especial de cada uno de ellos, las diversas
relaciones que a ellos nos ligan, la uniformidad de costumbres y de los hábitos
que se adquieren viviendo en su compañía, son otros tantos títulos en nuestro
corazón que nos obligan a tener una peculiar consideración con nuestros
conciudadanos, así en esta como en la otra vida. En esta misma vida comenzamos las
relaciones de la patria, que se completan después en aquella gran patria del
cielo, en donde estaremos todos reunidos en una eterna caridad. Mas hasta tanto
esto no se cumple, siempre nos obligan los deberes de patria, que deben
animarnos a hacer tanto más generosos para con el Purgatorio, cuanto que se
encuentran ya en el último grado de necesidad aquellas almas benditas.
Traigamos por tanto continuamente a la memoria los tres referidos títulos de
naturaleza, de religión y de patria, y así nos moveremos eficazmente a generosa
piedad para con los difuntos.
ORACIÓN
¡Gran
Dios! tú inspiraste é imprimiste en los corazones de los hombres las leyes de
la naturaleza, tú las máximas de la religión, tú el amor a la patria, para que
viviendo se ayudasen entre sí, y no se olvidasen los unos de los otros después
de la muerte. ¡Ah! tú que eres el autor de todo generoso sentimiento, renueva entre
nosotros la observancia de leyes tan santas, la emulación de tan venerables máximas,
la práctica de amor tan saludable, para que, inflamado nuestro corazón de este
triplicado espíritu de beneficencia, pueda derramar con generosa abundancia
sufragios en el Purgatorio. Amén.
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