ALIENTO
DE PECADORES
TIERNOS
EJERCICIOS QUE EN FORMA DE NOVENA SE CONSAGRA A LAS PURÍSIMAS Y TIERNÍSIMAS
LÁGRIMAS DE NUESTRA SEÑORA LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA DE LOS DOLORES
Para
alcanzar por su medio la conversión perfecta de las almas
Por
D. Francisco Javier del Castillo, presbítero de este Arzobispado.
México,
1750
MODO
Y TIEMPO
Se
pueden rezar estos ejercicios en los viernes del año, acomodándolos a que den
nueve viernes consecutivos, pero debiendo asignar alguno más particular, no me
ha parecido otro más propio que el de comenzarlos en el Miércoles de Ceniza,
para continuarse por nueve días, y se terminase en el jueves segundo de cuaresma,
llamado del de la Lágrimas de María Santísima.
ACTO
DE CONTRICIÓN
Dolorosísima
Virgen María, amparo, refugio y consuelo de pecadores, a donde Señora podrá
acudir de todos estos el mayor y más desconocido a su Dios, que, a las
amabilísimas y misericordiosísimas entrañas de tu piedad, pues a estas ocurre
mi pobre y afligida alma, que grabada se reconoce con el crecido peso de
innumerables culpas. No vengo a otra cosa que, a valerme de tu protección y
amparo, para salir del lastimoso estado en que me han puesto mis pecados, y si
el medio de conseguirlo ha de ser un solido arrepentimiento de haber ofendido a
tu Hijo, mi Dios, por ser tan digno de ser amado, a ti Madre amabilísima, me
acojo para pedirte me alcances de tu misericordia, un auxilio eficaz para
ejecutarlo: tu corazón traspasado, tu alma purísima tan afligida y tus castísimos
ojos bañados en lágrimas, son Señora, los que me han de enseñar a sentir, a
dolerme y a llorar mis muchas culpas. Yo bien se, que de esos mismos tormentos
y de esas lágrimas purísimas, han sido el motivo mis pecados e ingratitudes,
estas son las que tú, amargamente has llorado, pues sean estas mismas las que
lloren tiernísimamente mis ojos, sean estas las que atraviesen mi alma de
dolor, conociendo han sido las mismas, que también han atormentado y afligido
el Corazón Purísimo y Santísimo de vuestro Hijo Jesús. Yo le he hecho verter
amargas y dolorosas lágrimas a vista de mi ingratitud y lastimoso estado de mi
alma. Se tú, Señora, la medianera, para que me comunique de ese su dolor alguna
parte, y poniéndole presentes tus dolores y lágrimas, pídele no se malogre en
mi esa su misma compasión y tormento, decidle, que si el que se logre en mi
alma estriba solo en que yo me arrepienta verdaderamente de mis pecados, ya me
pesa de todos ellos con las veras de mi corazón, y quisiera mil veces haber
dado la vida antes que haber cometido alguno de ellos, que yo le propongo no
ejecutar culpa alguna en el resto todo de ella, la que quiero se acabe una, y
muchas veces antes que volverle a ofender. Decidle, Madre mía amantísima, que
me perdone, que yo confío mediante vuestra súplica, y tu infinita misericordia,
me ha de perdonar y no me ha de castigar, como tan justamente merezco, a
vuestros ruegos no se ha de negar para admitirme a su amistad y gracia, que es
en la que quiero perseverar hasta el fin de mi vida. Amén.
ORACIÓN
PARA TODOS LOS DÍAS
María
Santísima, mar amarguísimo de penas y de congojas, que con tanto cercaron
siempre tu Purísima Alma y Corazón amabilísimo, hasta hacerle verter abundantes
lágrimas a tus castísimos ojos, causadas todas a impulso del amor tiernísimo
con que amabas a tu Hijo, mi Dios, y sentías las injurias, tormentos y dolores
que había de padecer por nuestra perversa ingratitud, y mala correspondencia a
sus liberalísimos beneficios. Concédenos Señora, de estas tus lágrimas y
Dolores, un aprecio tan grande, un amor tan entrañable, y una compasión tan
tierna, que apartándose nunca de nuestra memoria, te acompañemos siempre en tu
llanto, siendo nuestros corazones el lienzo en que se estampen, y nuestras
almas, las que se atraviesen con el dolor de tus congojas, y el amor finísimo a
tus tiernas lágrimas, las que no se aparten de nosotros hasta el último
instante de nuestra vida, en que vamos por su intercesión a verte y gozarte en
la compañía de tu Hijo Jesús. Amén.
DÍA
PRIMERO
PRIMER
MOTIVO
El
motivo porque, en el discurso de su Santísima Vida vertieron tiernas y
abundantes lágrimas, los castos ojos de María Purísima, era el prevenir su
altísima sabiduría el mal recibimiento que había de hacer el mundo al Hijo Unigénito
del Padre, e Hijo querido de sus entrañas, Jesús. Reconocía la Señora esta
ingratitud de los hombres, y los malos tratamientos que habían de dar a aquella
Suma Bondad y amabilidad infinita, que las venía a buscar por su remedio, y al
conocimiento de esta mala correspondencia y poco agradecimiento que habían de
tener de hacerse Dios Hombre por su amor, se desataban en abundantes corrientes
de lágrimas, motivo digno para que se alienten nuestros afectos a acompañar su
llanto, y reconocer tan alto beneficio.
Se
rezan siete aves Marías en memoria de estas Purísimas Lágrimas y las ofrecerás
con la oración siguiente:
ORACIÓN
Afligidísima
Virgen María, escogida Madre de Dios y Señora nuestra, que con el altísimo
conocimiento, del lastimoso estado en que se hallaba nuestra humana naturaleza
por el pecado de nuestros primeros padres, y con una admirable luz de las
sagradas escrituras y antiguas profecías, deseabas llegase el tiempo de que se
hiciese el Unigénito del Padre, hombre, uniendo a su divinidad, el barro
miserable de nuestra humana naturaleza, y dando el debido peso a tan alto
beneficio, te engolfabas agradecida en el inmenso mar de sus misericordias, cuanto
sería Señora, vuestro dolor, al hacer de estas el cotejo con la ingratitud y
mal recibimiento, que conocías, habían de dar al mismo Dios de los hombres, que
cotejo sería este, Señora, en tu entendimiento clarísimo. Dios buscando al
hombre, y el hombre huyendo de su Dios, el Hijo Eterno del Padre, empeñado en
venir a reconciliar al hombre con su mismo Padre, justamente indignado por sus
culpas, y el hombre atrevido culpado y ofensor, despreciando su amor infinito y
amistad amabilísima. La misericordia, en fin, de Dios, toda inclinada a
perdonar al hombre, y este, empeñado no solo en despreciar sus tesoros, sino
también en provocar con nuevas culpas su justicia, que extremos tan dolorosos y
contrarios para tu purísima y santísima Alma, que todo absorta y anegada en
amarguras, se deshacía en tierno llanto, a la vista de esta ceguedad de los
mortales, y de aquella Misericordia infinita de un Dios. Pero, si este era
entonces el motivo de vuestro llanto, séannos ahora esas mismas lágrimas, las
medianeras, para que se acaben los justos enojos del mismo Dios con nuestras
almas, para que logren estas los auxilios eficaces, con cuya luz se resuelvan a
dar a este infinito amor, digna morada en sus corazones, de los cuales jamás
les aparten, hasta que logremos todos el fruto de su misma venida en la misma
bienaventuranza. Amén.
Acá
se rezan dos Sales a los Castísimo Ojos de nuestra Señora, y una Ave María a su
Purísimo Corazón, que se ofrecen con la siguiente:
ORACIÓN
FINAL
Purísimo,
Santísimo y Atormentadísimo Corazón de María Santísima, mi Madre y Señora,
fuente copiosísima de donde manaron las tiernas corrientes de amarguísimas
lágrimas, que vertieron tus castísimos ojos, centro preciosísimo, que cercaron
los inexplicables dolores y tormentos de su inocentísima vida, seas millares de
millares de veces bendito, adorado, y amado de todas las criaturas; acompañante
estas en el justo sentimiento de las injurias de Jesús, tu amor, y sienta yo a tu imitación, pues he sido entre
todas ellas no poca parte de tus congojas, y aflicciones: llore amargamente el
haber sido, con mis pecados, el motivo a tus Castísimos Ojos de tan lastimoso
llanto, y vosotros Luceros amabilísimos de mi corazón, Soles clarísimos a
quienes han querido eclipsar las sombras funestas de mis culpas; benditos seáis
por centenares de millares de veces alabados, y engravecidos de las criaturas
todas por vuestras tiernas y amabilísimas Lágrimas. Cesen ya vuestras
corrientes, serenense vuestras hermosísimas luces, y conviértanse
misericordiosas a ver esta pobre, triste, y miserable criatura, sea mi alma el
blanco de vuestra misma atención, no para que se aumente vuestro llanto, sino
para que se empeñen vuestras misericordias en su remedio. A vuestra vista pongo
las necesidades todas en que me hallo, las que padece la Cristiandad, las que
cercan al Mundo universo; para que, extendiéndose a todas vuestras luces, todas
se remedien. Mirad a nuestro Santísimo Padre, a nuestros encomendados, y Bienhechores
y socorred las necesidades, que padecen. Difúndanse vuestras piedades para la
conversión de los Infieles, y Herejes, para el arrepentimiento de los pecadores,
que es el que con especialidad os pedimos en estos Ejercicios, para el alivio
de las Almas de Purgatorio, y libertad de nuestras almas, de estas mismas
penas, para lo cual desde luego os imploramos, y para que en la hora de nuestra
muerte nos miréis, o Purísimos y amabilísimos Ojos, y comuniquéis a nuestros
corazones, el que deshaciéndose también en tiernas lágrimas de contrición,
vamos a gozar de la dulcísima vista, y de los tiernos amores de este Purísimo Corazón,
en el cual ponemos desde ahora, nuestra alma, nuestro corazón, y nuestro amor, para
vivir en el eternamente. Amén.
LAMENTOS
DE MARÍA
No
conocía todavía el lamento,
Ahora
el lamento es una herida abierta,
El
dolor lacera, languidece.
Judíos,
de mi luz,
me separan de mi hijo,
mi dulce delicia.
Oh,
mi dulce Señor,
Mi
único hijo,
mira
a esta madre llorosa.
¡Apártala
del dolor!
De
mis ojos caen las lágrimas,
mi
corazón sufre por el tormento,
tu
sangre cae,
mi
corazón languidece.
Luz
del mundo,
Flor
de flores,
te
torturan amargamente,
¡te
atraviesan con clavos de hierro!
¡Ay
de mí, hijo mío,
dulce
como la miel,
tu
belleza convertida en fealdad,
tu
sangre cae como el agua!
Mi
lamento, mi plegaria,
pueden
verse desde fuera;
el
dolor interno de mi corazón
nunca
amaina.
Llévame,
muerte,
deja
que viva mi único hijo,
¡sálvale,
mi Señor,
a
quien el mundo debería temer!
¡Oh,
la palabra del justo Simeón
me
ha alcanzado,
siento
esta daga de dolor,
lo
que él hace tiempo predijo.
¡Que
no me separen de ti,
dejándome con vida,
mientras a ti te atormentan,
hijo mío, hasta la muerte!
¡judíos,
no hay justicia en vuestra acción!
Mi
hijo murió, pero es inocente.
Lo
apresasteis, lo atasteis,
lo
encadenasteis,
¡lo
matasteis!
Tened
piedad de mi hijo,
no
de mí,
o
con el tormento de la muerte,
a
la madre con su hijo,
¡matadnos
juntos!
DÍA
SEGUNDO
MOTIVO
SEGUNDO
El
segundo motivo, que empañaba los Purísimos Ojos de María Santísima, a un tierno
llanto, era el conocimiento altísimo de lo poco que habían de aprovecharse los mortales
con la doctrina admirable, heróicos ejemplos, que les venias a enseñar y practicar;
su querido Hijo Jesús, en el discurso todo de su Santísima Vida; veía esta la
Señora como un ejemplar o dechado, que se proponía á los hombres, para que a su
imitación siguiesen en el seguro camino de la Eterna Verdad: pero registrando al
mismo tiempo lo apartado, que avian de vivir de esta, teniendo por necedad los
que eran Dogmas de altísima Sabiduría, y predicando ciegos los que eran engaños
de tu misma ignorancia, aquí era donde prorrumpía de su tormento el más amargo
llanto que deberá ser aliento a nuestros ojos, para que, llorando nuestro mismo
engaño, se abran al conocimiento y practica de tan admirable Doctrina.
ORACIÓN
¡Atormentadísima
y Santísima Virgen María! Ejemplar admirabilísimo de las Virtudes todas, y
dechado singular de la más alta perfección a que te encumbro la exacta, y
puntual guarda de la Ley amabilísima, y Doctrina de tu Hijo Jesús. Con cuanto esmero
Señora se empleaba tu atención, y cuidados en la práctica de esta, registrando
tan a la vista el más perfecto ejemplar que estampabas para su imitación en tu
Purísimo Corazón, que al mismo tiempo se atravesaba de un agudísimo e
inexplicable dolor, con ver cuan al contrario lo habían de practicar aquellos
mismos a quienes el Señor lo venía a enseñar con sus perfectas obras, siendo de
la imitación de estas los que aún mas se habían de apartar muchas veces los mismos
Cristianos, avergonzándose de la virtud, desdeñándose de ser enseñados, y lo
que peor es, viviendo tan opuestos a su Sagrada Doctrina, solo habían de
practicar los errados dictámenes a que les inclinasen sus apetitos y pasiones.
Como, Señora, se dividiría tu Purísimo Corazón. ¡Cuales serían tus lágrimas y
cuan amargo tu llanto! Al registrar y conocer los ultrajes, que en esto mismo había
de padecer la Doctrina y Ley Santa, que tu Hijo Santísimo les había venido a enseñar,
pero si a este llanto os movía el amor que teníais a la Santa y Divina Ley, junto
con el conocer los fatales perjuicios, que le seguían a nueftras almas por apartarnos
del Eterno Camino de la verdad, alcanzadnos, por estas vuestras Lagrimas, del
Señor, que nos vino á enseñar, una particular gracia para el exacto
cumplimiento de sus Divinos Preceptos y Consejos, una imitación puntual de su
Santísima Vida, y un entrañable amor a su Santa Ley, para que abandonando por su
guarda todo interés, y humano respeto, no nos apartemos jamás de su gracia, y
consigamos por esta una eterna gloria. Amén.
DÍA
TERCERO
MOTIVO
TERCERO
El
tercer motivo que se nos propone del doloroso llanto de María Santísima nuestra
Señora, es el conocimiento altísimo que tenía su Majestad de que viniendo Jesús,
su Hijo Santísimo a este Mundo, como verdadero Mesías prometido en la Ley y en
los profetas, se habían de quedar ciegos sin conocerle, y recibirle los de su mismo
Pueblo, que eran los judío; y aquí en abundantes Lagrimas lloraba la Señora, la
perdida infeliz de ellos, y la mala correspondencia, que tenían al admirable beneficio,
que les hacía su infinita Misericordia, con la vocación a su santa ley.
Ingratitud, que también ha practicado nuestra ceguedad, no cumpliendo con las
obligaciones Altísimas a que nos empeña el nombre, y profesión de cristianos, pero
si imitamos aquella, acompasemos de María Santísima, el llanto, correspondiendo
tan admirable beneficio.
ORACIÓN
¡Tristísima
Virgen María! Y Precursora Dignísima del Verdadero Mesías Jesús, a quien, con
encendidos deseos de tu Corazón, querías conociesen, amasen y adorasen las
criaturas todas, cobijándolas y llamándolas a su Divino amor, no solo con tus
Castísimas Manos, que lo manifestaban y señalaban, sino también con las voces
de tu Corazón Purísimo, que clamaban al mundo universo para que lo reconociese y
amase, cuanto seria, Amabilísima Madre, de este tú mismo atormentado Corazón, el
dolor al verla sordera voluntaria de los mortales, la ceguedad con que se
quedaban en la oscuridad de su misma ignorancia, cuanto se aumentaría esta pena
a la desconsolada y afligida Alma, que conocer, había de quedarse en ellas el reducido
número de tantos Justos, siendo la perdida de estos para las entrañas de tu
Piedad más lamentable, por ser los mismos a quienes en su propio Pueblo había
venido a rescatar, comunicar y buscar Jesús, tu Hijo. ¡Pero aquí de tu llanto la amargura! Cuando
viendo a ellos, conocías habían de ser los que en correspondencia de tanto
beneficio habían de atormentar, injuriar, y ofender aquella Prenda amabilísima
de tu Corazón, hasta ponerle en el ignominioso patíbulo de una Cruz, en que le habían
de ver agonizar y morir tus Castísimos Ojos, que, deshechos en lágrimas, les
clamaban para que conociesen su ceguedad y perversa ingratitud. Pues no cesen,
Señora, de ellas tus tiernas Lagrimas los clamores, hasta que lleguen en eficaces
súplicas a los oídos de tu mismo Hijo Jesús, para que nos conceda, el que saliendo
aquellos de su error, le conozcan como su verdadero Dios, y verdadero Hombre, y
nos alcancen el que todos le adoremos y amemos como a nuestro Redentor y
Salvador, que vino con sus tormentos, y penas a abrirnos las puertas de su
eterna gloria. Amén.
CUARTO
DÍA
MOTIVO
CUARTO
El
cuarto motivo a las tiernas dolorosas corrientes de María Santísima nuestra Señora,
era el que, entendiendo con altísima Sabiduría, que la doctrina, que practicaba,
y enseñaba su Santísimo Hijo Jesús, era la misma Verdad y Santidad; advertía se
había de ver esta mal entendida, e interpretada por innumerables Herejes, que astuto
habían de intentar el obscurecer y perturbar esta misma verdad. Veías aquí
aquellos Purísimos Ojos de María la variedad de sus errores, y el poco aprecio
que habían de hacer del beneficio altísimo, que habían de recibir en enviarles
el Señor para su remedio la verdadera inteligencia de sus Doctrinas, mediante la
predicación de los Apóstoles y Predicadores Evangélicos de su Iglesia, y al
reconocer el poco aprecio que habían de hacer de su Doctrina y Consejos, no
podían menos, que deshacerte en lágrimas aquellos Castísimos Ojos, a quienes ya
sirviera de consuelo nuestra vista, no hallasen para su mayor tormento en nuestras
almas los fatales estragos, que ha hecho nuestro proprio juicio, nuestra tenaz infusión,
que tantas veces quieren interpretar conforme a sus apetitos, y placeres, lo
que es muy ajeno de la eterna verdad.
ORACIÓN
¡Penadísima
Virgen María! Templo Sagrado de la Trinidad Augusta, y Depósito admirable en
que se encerró toda la Sabiduría Increada, comunicándote una altísima
inteligencia de sus Sagradas Escrituras, y Divinas Leyes, en que conocías su
admirable conformidad y verdad infalible. Qué dolor Señora sería el de tu amantísimo
Corazón viendo lo errado, y engañado que habían de proceder en esta los juicios
de tanto número de Herejes, Apostatas, perseguidores de la Santa Iglesia. ¡Qué
dolor Señora! Te seria ver de estos la inflexible tenacidad de sus Sectas la
multitud, de sus Secuaces el número, y conocer en todos ultrajada, y ofendida
la Bondad infinita de tu Dios, la Humanidad Santísima de tu Hijo Jesús, y aun
también tu misma inocencia, queriéndose oponer aquellos atrevidos a tu Pureza y
Sagrada Maternidad, y altísimas perfecciones, con razón, Señora, se desharía aquí
en llanto tu Corazón atormentado, siendo tus Ojos manantiales de tiernas lágrimas,
pues registraban tan atrevida insolencia de los hombres, y la soberbia
temeridad de su arrogancia de que tiendo blanco la inocencia de los Justos, la
Santidad de nuestra Católica Iglesia con tantas tiranías, y crueldades
perseguida; eran los despojos la inocente Sangre de tantos atormentados
Mártires, los desprecios, y ultrajes de los
Predicadores, y Ministros de tu Hijo, cuyos trabajos, fatigas y tormentos
conocías, y lloraban ya tus Purísimos Ojos: pues conviértanle Señora de estos
las luces á ver y socorrer las necesidades, que aun padece la misma Santa Iglesia;
confúndanse con solo tu poderosa vista, los errores de tantos atrevidos, y soberbios
perseguidores, que le cercan. Aliéntese con tu misma constancia la de los
Fieles, y dadnos todos un deseo grande y resolución verdadera de dar nuestras
vidas, y derramar nuestra sangre a defensa de nuestra Santa Ley; publicando y predicando
esta para mayor honra y gloria tuya, y de tu Santísimo Hijo Jesús. Amén.
DÍA
QUINTO
MOTIVO
QUINTO
El
quinto motivo, que alentaba el doloroso llanto de María Santísima nuestra Señora,
era aquel conocimiento claro, que tenía, de ser su querido Hijo Jesús, el
verdadero Agnus Dei que había venido a quitar los pecados del Mundo, para
reconciliar al hombre con su Dios, y dejar vencida la infernal Serpiente de la
culpa, conociendo al mismo tiempo, que desconocido, é ingrato el hombre había
de volverse a hacer enemigo de Dios con sus pecados. Veía la Señora, toda la
Bondad de un Dios, que venía con tanto amor a redimirnos de tan miserable cautiverio;
y si el entender, que la correspondencia de este beneficio había de ser en los
mortales, el multiplicar nuevas ofensas, y nuevas injurias para agraviar su
infinita Bondad, a ver de aquellas mismas ofensas repetidas, que habían de ser su
número, lo abominable, y feas en gravedad, toda llena de amarguras se deshacía
en un doloroso llanto, y que parte tuvimos, tu, y yo en esas mismas lágrimas,
por el particular conocimiento, que tenía la Señora de la que habíamos de tener
en estas ofensas. Pero, ¡oh! Que poco las lloramos.
ORACIÓN
¡Acongojadísima
y Soberana Virgen María! Paloma purísima, preservada por el mismo Dios de los
contagios de la culpa, y conservada en todo el progreso de tu admirable vida,
con tan crecidos e inexplicables aumentos de gracia, que no te tocó ni la más
mínima sombra de la culpa, cuya monstruosidad, no menos conocía, que abominaba
tu purísima alma. ¡Oh! y como conocerías la temeraria e inconsiderada facilidad
con que habían de admitir su malicia nuestras almas, ofendiendo a su Dios con
tantas, y tan innumerables culpas, cuyo número y atrocidad enormísima eran para
tu inocente Alma y Corazón amantísimo, un cuchillo tan agudo, que, solo conservada
del Altísimo, no acababa a lo aserrado de sus filos con tu Santísima vida. Mas
¡Oh! ¡y como Señora, fuera este a tu amor alguna confusión! cuantas veces así
lo desearías, si fuese voluntad Divina, dar tu vida, a imitación de tu Hijo
Santísimo, por los pecados del Mundo. ¿Pero cuando así no se te concedía, como
le imitarás en el llanto? ¿Qué repetidas, y amargas serian tus Lagrimas a vista
del formidable monstruo de la culpa, y de los lastimosísimos efectos, que había
de causar en nuestras almas? ¿Y cómo con tu Jesús amante llorarías la ruina de
esta Jerusalén suntuosa? Mas ay, que viendo Yo, que tú, y mi Jesús amabilísimo
así lloran los pecados del Mundo, ¡aun no lloro! ¿Como no me deshago en lágrimas
para desagraviar su Banead ofendida? Para consolar tu Alma atormentada, y para
conseguir, que mi alma se purifique de tantos pecados como he cometido. Ea
Señora, y Madre mía, comunicadme ese tu dolor, dame parte de esas lágrimas, y
pide a mí Señor me perdone, y me restaure al estado de su gracia, en la cual
persevere hasta el fin de mi vida. Amén.
DÍA
SEXTO
MOTIVO
SEXTO
El
sexto motivo, de las tiernas lágrimas de María Santísima nuestra Señora, era el
extender sus Purísimos Ojos, por aquel amargo mar de tormentos, afrentas, y
dolores que había de padecer en toda su vida por nuestro amor, su amantísimo Hijo
Jesús, y aquí viendo la Señora aquellos excesos de amor tan mal pagados y correspondidos
de los mortales, atendiendo al fatal olvido que habían de tener de la Pasión dolorosísima,
e inexplicables tormentos de su Jesús; atravesado su amante Corazón se desataban
las abundantes corrientes de sus lágrimas. Oh, si nuestros ojos acompañaran siempre
tan justo, y amargo llanto.
ORACIÓN
¡Dolorosísima
Virgen María! Madre dignísima de Dios, y
Madre verdadera de dolores, pues con tanto rigor cercaron ellos, tu inocente, y
afligida Alma desde el instante de tu Concepción Purísima, hasta el de tu dichoso
tránsito. ¡Ay Madre mía amabilísima! Que absorta la consideración, no halla
fondo al insondable abismo de tan Crecidas aguas de amargura, y solo suspensa se
admira de tu invencible Constancia las fuertes avenidas de tan descompasadas
olas de tormentos. Pero como, Señora, ha de alcanzar nuestro conocimiento, lo crecido
de tus penas, si se median estas por los dilatados tamaños de tu amor, regulándose
en tu afligido Corazón, por la admirable circunstancia de ser tú la Madre más amante,
y ser Jesús, tu Hijo, el más digno de ser amado, que estos eran de la
penetrante espada, que atravesaba tu Purísima Alma, los dos más aserrados
filos; estos los que dividían tu Santísimo Corazón, y más cuando en este mismo
conocimiento registrabas, la multitud de injurias, dolores, y afrentas, que había
de padecer en todo el discurso de su vida y muerte, aquel centro amabilísimo de
tus amores. Qué pena Señora, cuando al ver su hermosura, se te acordaban las salivas,
bofetadas, y afrentas de su rostro, á el atender a su inocente Cabeza, se te representaba
traspasada de agudas penetrantes espinas, al tocar sus Divinas Manos, hazlas
memoria de la crueldad con que los hombres las habían de rasgar con fuertes
clavos. Y, en fin, al fijar tus Ojos en toda aquella hermosura Divina, el reconocer,
que no había de quedar parte alguna de su Santísimo Cuerpo, que no fuese
atormentada y herida de la tirana crueldad de los mortales; aquí sí, que,
deshechos tus ojos en lágrimas, te reducías toda, a un mar amarguísimo de
llanto. ¡Oh, y cuantas veces se mezclaban en este, aquellas tiernas caricias
con que le estrechabas en tus brazos! ¡Con que le acercabas a tu rostro, o le
alimentabas entre tus castos Pechos con virginal leche! Y cuantas, al ver tus
llorosos Ojos, acompañaba tu llanto el mismo Jesús, que con su infinita Sabiduría
conocía su tierno, y alto de sus motivos, Pero ¡o dolor! Que el olvido fatal de
ellas mismas penas en que me ha puesto mi ingratitud, es la causa de que, al
verte así llorar, y á el ver que llora también en tu compañía tu Dulcísimo
Hijo, ¿no llore yo también? Mas si así no lo ejecuto, recibe Señora mis
delitos, que son ya de acompañarte en este llanto, y de estampar en mi alma, una
continua memoria de la Pasión amarguísima de tu Hijo; para que viviendo siempre
es esta, consiga los abundantes frutos que nos ganó con sus penas, en la gloria.
Amén.
DÍA
SÉPTIMO
MOTIVO
SÉPTIMO
El
séptimo motivo para su tierno llanto, lo daba a los castísimos ojos de María
Santísima, el registrar aquella altísima providencia y misericordia infinita,
con que disponiéndonos su Santísimo Hijo, el remedio a las fatales caídas de
nuestras culpas, dejaba para estas establecidos sus Santos Sacramentos, fuentes
perennes, cuyo valor se fundaba en el precio inmenso de su derramada Sangre, la
que el mismo tiempo, registraba malograda en tantos como habían de ser los que apartándose
voluntariamente de estas sagradas Fuentes, habían de quedarse en el lastimoso estado
de sus vicios, y pecados, que precipitados les habían de arrebatar su eterna ruina,
y por la que habían de lamentar innumerables almas, llegando a estas mismas
corrientes de su gracia con la menos disposición debida; convirtiendo con
atrevida inconsideración en fatal veneno, la más saludable, y provechosa
medicina. Y aquí lo crecido del llanto de María Santísima; pues cada motivo de
estos traspasabas su amante Corazón, y deshacían en lágrimas sus Candídisimos Ojos.
ORACIÓN
¡Desconsoladísima
Virgen María! Abogada eficacísima de la salud y remedio de nuestras almas, que
cuando más atormentada en el conocimiento clarísimo de la enormidad de nuestras
culpas, viendo la misericordia infinita de su Santísimo Hijo, que nos dejaba
para estas el remedio, en las fuentes liberalísimas de sus Santos Sacramentos,
aun no se aliviaba de tu afligido Corazón el dolor, porque al mismo tiempo
registrabas la ingratitud perversísima con que muchas almas no habían de lograr
en estos su remedio, o ya porque voluntariamente se habían de apartar de tan
saludables medicinas, o ya (lo que más te atormentaba) porque con una temeridad
horribilísima, habían de llegar indignamente a recibir estos, más para provocar
la Divina Justicia, haciéndote reos de ella, que para aprovechar sus almas en
la participación de sus misericordias. ¡Con qué dolor Señora volverías en tu consideración
altísima, esta locura, y ceguedad de los mortales! ¡Como verías allí muchos de
estos que por su misma culpa habían de experimentar el fatal estrago de morir
en el medio de sus culpas sin alcanzar el remedio en ellos Santos Sacramentos! ¡Como
registrarías otros, que, sin querer llegar a estos, le habían de vivir tan de asiento
en tus mismas culpas! Y como en fin se atravesaría tu amante Corazón a él ver
tantos, que, con tanta indignidad e irreverencia, habían de llegar
sacrílegamente a recibirlos. Allí se te manifestaba tu Santísimo Hijo Sacramentado,
en los inmundos pechos de muchos pecadores, allí de estos el atrevimiento, de
los sagrados templos la irreverencia, y tu Santísimo Hijo los ultrajes. ¡Ay
Madre Purísima, que formidables y espantosas representaciones! ¡Que amarguras
para tu afligida alma! ¡Qué deshecho llanto a tus castísimos Ojos! Oh, y no permitas
Señora, tenga yo parte en la causa de este, antes si, llegue siempre con el debido
respeto y disposición necesaria tan Sagradas Fuentes. Purifica, y adorna mi
alma, para que entre en ella tu Santísimo Hijo Jesús Sacramentado, y concédeme por
estas mismas Lágrimas, el que yo antes de mí muerte dignamente le reciba, siéndome
en esta, su Majestad, saludable Viatico, que me conforte y aliente para hacer
ub feliz transito de esta miserable vida a su eterna gloria. Amén.
DÍA
OCTAVO
MOTIVO
OCTAVO
Será
el tierno y doloroso motivo que exite nuestras lágrimas para acompañar a María Santísima
en su llanto, la consideración amarguísima, de que dando su Santísimo Hijo la
vida con tanto amor, para que se lograse en todas las almas el fin último de su
eterna predestinación, conocía al mismo tiempo, su atormentado entendimiento se
había de malograr aquella su vertida Sangre, aun en muchos de los mismos cristianos,
que no habían de aprovecharse de ella por lo depravado de sus vidas. Congoja
tan crecida, y representación tan tierna para la compasión de María Santísima,
que atravesada su Alma en cada uno de aquellos infelices, que así conocías, aun
le parecía poco á fu caridad encendida, no solo deshacerse en abundantes
corrientes de lágrimas, sino que aun derramando por sus castos Ojos, su Purísima
Sangre en tierno llanto, quería exhalar la vida, si el precio de esta pudiese ser
medio, para que no perdiéndose ninguna alma, se lograse en todas el infinito precio
de la Pasión Santísima, y tormentos de su Hijo.
ORACIÓN
¡Oh
Atormentadísima Reina de los Cielos! ¡Oh Corredentora diligentísima de nuestras
almas! ¡Oh María Purísima! Madre Amantísima de todo el linaje humano, quien
podrá Señora dignamente conocer, o en alguna manera retribuir el dolor excesivo,
que, dividiendo tu caritativo Corazón, hacia exhalar abundantes amargas
corrientes de lágrimas a tus Purísimos, y Castísimos Ojos, en la tormentosa vista
del crecido número de Almas; en quienes, por su mala correspondencia, y obstinada
ingratitud se había de malograr el precio infinito de los tormentos, dolores y
penas de Jesús tu Hijo Santísimo. ¡Quien Señora podrá hacer algún digno
concepto de vuestras amarguras! cuando en medio de la devastadora tormenta de
tribulaciones, que regulaban tus Ojos, padecías por la inocencia del mismo
Señor, veías aquellas delatadas preciosas corrientes de la Sangre, y aquí ¡Oh
que dolor! conocías que siendo cada gota de ella bastante y sobreabundante a la
Redención de todo el Mundo, aun no obstante por la misma ingratitud de los
hombres le habían de malograr en tantos aun de los mismos cristianos, hijos de
la Católica Iglesia. Pero pues nuestra capacidad no lo alcanza, consíganos Señora
este vuestro mismo amor, el que haciendo el debido aprecio devueltas Lagrimas os
acompañemos en tan justo y debido llanto. Desátense ya las corrientes de nuestros
ojos, y no cesen las de los vuestros, para que puedas unas, y otras en la presencia
de vuestro hijo y nuestro Eterno Dios las reciba, y por ellas nos conceda el
que apartándole de los errados caminos, que les precipitan á su eterna ruina, sigan
los mortales todos, las seguras sendas de su eterna Predestinación, lográndose
en todos, y en nuestras almas el ir por el precio de su Sangre derramada, y por
la intercesión de tus vertidas Lagrimas a lograr el dichoso fin de ver y gozar a
tu Majestad en tu compañía, por una eterna gloria. Amén.
DÍA
NOVENO
MOTIVACIÓN
ÚLTIMA
Este
último día se nos ofrece el tierno y doloroso motivo, porque derramaron
abundantes corrientes de lágrimas los amabilísimos Ojos de María Santísima
nuestra Señora, y es el vivo conocimiento, que su Majestad tenia de lo poco,
que le habían de aprovechar, y lo mal, que los hombres habían de corresponder
el Altísimo beneficio, que su mismo Hijo les había hecho en el Madero de la
Cruz; de encomendarlos por hijos de fu Purísima y Santísima Madre. Imperaba a la
Señora para este llanto, no solo el fervor de su encendida caridad para con los
hombres, sino la actividad de su obediencia a los preceptos de su Hijo Dios; veía
le había encomendado estos por hijos de su cuidado, y de su amor en las últimas
agonías de su Muerte, y conocía, que aquellos mismos que eran prendas de su Difunto
y adorado Hijo, ni le habían de corresponder esta singular fineza al Señor, ni habían
de reconocerle como Madre, ni portarse con obras dignas de hijos de tal Madre, y
aquí lo más tierno de su amargo llanto.
ORACIÓN
Afligidísima
Madre y Señora mía, que empeñada siempre en mirarme y cuidarme como a hijo, se atravesaba
tu tierno y amante corazón, desecho en lágrimas por el conocimiento que tenías
de mi ingratitud y mala correspondencia, a tan alta dignidad de mi Dios, de recomendarme
por hijo tuyo. Aquí me tienes ya, Madre amabilísima de mi alma, que, como pródigo
arrepentido, vuelvo a la casa y amparo de tu Majestad. Aquí tienes, mi Señora, a
tu hijo, el mismo que te recomendó entre las amarguras de su muerte tu Jesús
amado, ya veo que no me he portado como hijo tuyo en mis obras, que no he
correspondido al amor y solicitud que has tenido de mi alma, como mi amantísima
Madre, pero creo Señora, que si esta mi ingratitud ha sacado tantas veces las
lágrimas a tus castísimos Ojos, esas mismas vertidas por mi amor, me han de ser
medianeras para que de nuevo me recibas por hijo, y me perdones la mala
correspondencia que te he tenido, esos mismos ojos los has de convertir a mi
pobre alma, para reconocerla por hija tuya, aunque tan desemejada con mis culpas
y maldades. Acábese Señora, este tu amargo llanto, que ya me tienes aquí, como
hijo tuyo arrepentido y postrado a tus santísimos pues, para pedirte mil
perdones, como a mi ofendida Madre, aquí estoy resuelto a no apartarme nunca de
tu amor y amparo, determinado a servirte y amarte desde este punto hasta mi muerte,
como a Madre amabilísima de mi alma. Acuérdate Señora, para que así me admitas
de la rendida obediencia con que me recibiste por tu hijo al pie de la Cruz, en
que veías morir a mi amabilísimo Redentor. Esta fué, Señora, la súplica, que te
hizo en las últimas palabras que te habló; y esta misma es la que Yo por último
te hago, que me mires y me cuides como á hijo tuyo, desde ahora hasta el último
instante de mi vida, en la cual, y en las agonías de mi muerte me ampares como mi
Madre, para ir por toda una eternidad a gozar de tu amabilísima compañía en la
gloria. Amén.
IMPRESSO
EN MEXICO
En
la Imprenta de Doña María de Rivera.
Y
por su original, en la de la Viuda de Joseph Bernardo de Hogal.